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APUNTE

MANUAL DE
CONTENIDOS:
VARIABLES
PSICOLÓGICAS Y
SALUD

Bravo, M. (2022). Manual de contenidos: Variables


psicológicas y salud [Apunte]. Universidad Andrés
Bello, Santiago.
Manual de contenidos: Variables psicológicas y salud 2

Índice

Manual de contenidos: Variables psicológicas y salud 3


a) Personalidad 3
b) Optimismo 6
c) Locus de control 8
Referencias bibliográficas 11
Manual de contenidos: Variables psicológicas y salud 3

Manual de contenidos:
Variables psicológicas y salud
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como “un estado de completo bienestar
físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (1946), reconociendo su
naturaleza integral, enmarcada en el enfoque biopsicosocial. Es así que distintas variables influyen en los
procesos de salud / enfermedad de las personas, sus familias y comunidades.
Entre algunos de los factores o variables psicológicas que influyen en la salud y la enfermedad de las
personas podemos identificar los siguientes:

A) PERSONALIDAD
La personalidad es un conjunto de características o patrones que definen a una persona, es decir,
sentimientos, pensamientos, actitudes y conductas de cada individuo que nos hacen ser diferentes de
los demás. Representa características estructurales y dinámicas de los individuos, las que se reflejan en
respuestas más o menos específicas en diferentes situaciones.
Desde una perspectiva salutogénica, se percibe la salud como una variable dinámica que incluye los
planos individual, laboral, social y ecológico de la persona, y el sujeto tiene un rol activo ante su propia
salud. En este contexto, la personalidad es una variable que predispone a la salud, o bien, a la enfermedad.
Todos los seres humanos heredamos una dimensión de la personalidad al momento de nacer, la cual
esta condicionada por la biología del sujeto. Esta parte heredada de la personalidad se va modificando a lo
largo del tiempo en función de las relaciones del sujeto con el ambiente (Jiménez Benítez, 2015).

Existen distintos modelos explicativos que relacionan la personalidad con los procesos de salud /
enfermedad, donde algunos plantean un modelo de efectos directos, que propone que la personalidad
provoca directamente los cambios en los estados fisiológicos que causan la enfermedad o agravan la
salud. Otros modelos tienen un planteamiento indirecto, que plantean que la personalidad influencia las
conductas de riesgo que incrementan la probabilidad de enfermar (Jiménez Benítez, 2015).
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Modelo de la predisposición constitucional:


Este modelo plantea que tanto la personalidad como el estado de enfermedad serían manifestaciones
de una predisposición genética del sujeto, por lo tanto, no se plantea una relación causal entre la personalidad
y la salud, sino la existencia de respuestas biológicas de predisposición que afectarían tanto al desarrollo
de la personalidad como a la vulnerabilidad a la enfermedad. De esta manera, el modelo de predisposición
genética plantea la existencia de una propensión genética para ciertos procesos psicopatológicos de
enfermedad como de factores de personalidad, los cuales afectan la respuesta cognitiva, emocional y
conductual de los sujetos (Jiménez Benítez, 2015). Esto se explicaría debido a que parte de la personalidad
de los sujetos es heredada, lo cual abordaría la dimensión genética de la predisposición de la personalidad
y de la salud / enfermedad ([Plomin y Caspi, 1999, citados en Wiebe y Fortenberry, 2006], citado en Jiménez
y Benítez, 2015).

Psicopatología
La psicopatología relaciona ciertos trastornos físicos con alteraciones psicofisiológicas o psicosomáticas.
Por ejemplo, la relación entre trastorno arterial coronario y depresión / ansiedad; la relación de las
enfermedades cardiovasculares con factores de personalidad tipo A; la depresión como antecedente y
consecuente del cáncer; y la relación entre diabetes y depresión.

Patrones de personalidad tipo A y C


La propuesta de los patrones de personalidad y su relación con salud fueron desarrollados por Friedman
y Rosenman (1959; citado en Jiménez, Farías y Rodríguez, 2013), que investigaron la relación entre los tipos
de personalidad y algunas enfermedades como el cáncer o patologías cardiacas. En sus investigaciones,
correlacionaron el estilo de afrontamiento al estrés, el tipo de personalidad y la enfermedad (Hernández,
2001).

● Patrón de personalidad tipo A


Suelen ser muy autoexigentes, competitivos y autocríticos. Son grandes luchadores, y una
vez alcanzadas sus metas no les producen una gran satisfacción. Muy impacientes, con urgencia
temporal y esfuerzos excesivos para lograr sus objetivos, exhiben una fuerte hostilidad, lenguaje
explosivo y manerismo motor.
Generalmente, son muy ambiciosos y se relacionan profundamente con sus tareas, sobre
todo a nivel laboral. Se caracterizan por ser impacientes, lo cual en el largo plazo afecta también
su productividad, lo que los lleva a esforzarse aún más, lo que se convierte en un patrón de
comportamiento, manifestando gran exigencia e incluso pudiéndose manifestar en agresividad,
generando su propio estrés.
Presentan un estilo atribucional interno en contextos de logro y externo en casos de fracasos,
con una necesidad de logro y de control generalizada. Tienen mayor probabilidad de sufrir una
enfermedad coronaria, sustentada en una hiperreactividad fisiológica, y la hostilidad es el elemento
fundamental o tóxico del patrón A.

● Patrón de personalidad tipo C


No suelen expresar las emociones con facilidad, omitiendo los sentimientos, sobre todo los
negativos como la rabia y el miedo. Pueden ser extremadamente amables y conciliadores para evitar
conflictos, prevaleciendo el cumplimiento de las reglas sociales y la paciencia. Experimentan ante
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el estrés interpersonal desamparo y desesperanza crónicos (Eysenck, 1994, citado en Torres, 2006;
Hernández, 2001).
Estilo de interacción paciente, pasivo, apacible, actitud poco asertiva, conformista y de extrema
cooperación y control de la expresión de las emociones negativas, en particular, de las indicadoras
de agresividad ([Temoshok & Dreher, 1993; Watson & Greer, 1998; Spencer, Carver & Price, 1998],
citado en Hernández, 2001).
Este patrón se corresponde con las respuestas de frustración, inhibición, sumisión y derrota
sustentadas por el sistema inhibidor de la acción, subsistema nervioso central que regula la
psicobiología del estrés (Valdés, 1990, citado en Torres, 2006, p.565), manifestando mayor
susceptibilidad a ciertas patologías como el asma, resfriados o cáncer (Torres, 2006).
Estos resultados son consistentes con la evidencia entregada por (Greer y col., 1979; citado
Hernández, 2001), quien encontró que pacientes diagnosticadas con cáncer de mama tienden a
presentar estilos de manejo del estrés más represivos, manteniendo una aceptación estoica o
expresando estados de ánimo deprimidos y de desesperanza, siendo la extroversión y la actividad
social predictores de mayor sobrevida. Así también, se asocia a mayor sobrevida la tendencia a
expresar las emociones de enojo e ira contra la enfermedad (extroversión), el espíritu de lucha, altos
niveles de negación de la enfermedad y mantener actividad social (Molina, Hernández y Sarquis,
2009).

● Perspectiva informacional
Desde este enfoque, se plantea que las conductas de riesgo se explican por la ausencia de
conocimientos (o falta de información), por lo que existiría una relación causal entre “percepción
individual del riesgo” y “conducta”. Es decir, las personas que realizan conductas de riesgo se deben
a la falta de información personalizada hacia el sujeto (hacia sus necesidades informacionales). Esto
se explicaría mediante la “ilusión de invulnerabilidad” cuando los sujetos justifican sus conductas de
riesgo, a pesar de conocer los riesgos para la salud, ya que habría información precaria o inexistente
acerca de cuál es el riesgo específico para ese sujeto (García-Martínez et al, 2011).

● Factores salutogénicos (génesis de la salud)


La atención se centra en los elementos o factores que ayudan a una persona a hacer frente al
estrés, problemas físicos y psicológicos, e inclusive a la exposición de factores patógenos.
El afrontamiento positivo de la vida desde un punto de vista cognitivo, conductual y emocional
(Moreno-Jiménez, Garrosa-Hernández y Gálvez-Herrer, 2005, p. 5) se explica así:
» Cognitivo: Se refiere al manejo de la información consistente y ordenado.
» Conductual: Potenciación de los recursos propios y no propios.
» Emocional: Activación de los recursos motivacionales, con visión comprometida en ciertas
áreas de la vida.
En este contexto, se han asociado variadas características psicológicas individuales con la salud
de las personas, las cuales serán desarrolladas más adelante.
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B) OPTIMISMO
El optimismo se ha relacionado ampliamente con la “tendencia de una persona a ser motivada por la
creencia de que los resultados deseados son fácilmente alcanzables” (Londoño, 2009). Diversos autores la
han relacionado también con efectos positivos sobre la salud psicológica y física de las personas ([Absetz,
Aro, Rehnberg & Sutton, 2000; Branon & Feist, 2001; Fournier, Ridder & Bensing, 2002; Gordon, Feldman,
Crose & Schoen, 2002; Kennedy & Hughes, 2004; Ridder, Schreurs & Bensing, 2004; Waltenbaugh &
Zagummy, 2004; Remor, Amorós & Carboles, 2006; Ouwehand, De Ridder & Bensing, 2008; Brydon, Walter,
Wawrzyniak, Whitehead & Steptoe, 2008; Conway, Magai, Springer, & Jones, 2008] en Londoño, 2009).
Seligman (1990; citado en Londoño, 2009) plantea que el optimismo es una característica disposicional
de personalidad, la cual cumple un efecto mediador entre los eventos externos y la interpretación que
realizan los sujetos sobre esos acontecimientos. El año 2003, Seligman (Seligman, citado en Londoño, 2009)
plantea que el optimismo se define como una tendencia de los sujetos a explicarse los eventos negativos
a través de:

● Atribuciones externas de su causa.


● Causas inestables en el tiempo.
● Especificaciones de una situación particular.

De esta manera, las personas con un estilo pesimista tienden a explicarse los eventos negativos
planteando que estos tienen una causa interna al sujeto, que son situaciones o acontecimientos estables
en el tiempo y que, además, son situaciones generalizadas a los distintos ámbitos de la vida del sujeto.
Estas diferencias entre el estilo atribucional de acontecimientos negativos de personas optimistas
versus personas pesimistas se pueden representar mediante el siguiente cuadro comparativo:

Optimistas Pesimistas

Atribución de responsabilidad del suceso. Externalidad Internalidad

Permanencia en el tiempo. Inestabilidad Estabilidad

Implicación del suceso en diferentes áreas de la vida


Especificidad Globalidad
del individuo.

Las personas que presentan optimismo disposicional (es decir, como una característica estable de su
personalidad) mantienen expectativas positivas generalizadas de resultado, es decir, tienen la creencia de
que el futuro depara más éxitos que fracasos, y, en estos casos, la evidencia indica que ([Carver y Scheier,
2001; Chang, 2001; Scheier, Carver y Bridges, 2001]; citado en Londoño, 2009):

● Tienden a ser personas más estables en el futuro.


● Tienen la creencia de que la probabilidad de que ocurran eventos negativos es baja.
● Creen que podrán afrontar las adversidades y superarlas.
● Mantienen una percepción de autoeficacia elevada.
● Son persistentes en momentos de adversidad.
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De esta manera, al mantener la “creencia o expectativa, estable y generalizada sobre la ocurrencia de


eventos positivos en la vida” (Sheier y Carver, 1987; citado en Londoño, 2009), tienden a esforzarse aún más
en situaciones difíciles, ya que tienen la expectativa de que al final de todo, obtendrán buenos resultados,
a pesar de las adversidades (Remor, et, al, 2006; Chico, 2002).
La teoría de la autorregulación plantea que las personas que tienen la capacidad de regular, gestionar
y encauzar sus propias emociones, de manera adecuada a las exigencias del contexto, tienden a presentar
mayores niveles de bienestar físico, de estados de salud y de recuperación en pacientes con patologías
crónicas, ya que tienden a realizar mayores esfuerzos por alcanzar sus metas (Ridder et al, 2004; citado
en Londoño, 2009). Estos resultados son consistentes con otros estudios que plantean que el optimismo
disposicional se asocia a buen pronóstico o recuperación en pacientes coronarios ([Davidson y Prkachin,
1997; King, Rowe, Kimble y Zerwic, 1998; Shepperd, Maroto y Pbert, 1996]; citado en Londoño, 2009) y
cancerosos ([Friedman, Weinberg, Webb, Cooper y Bruce, 1995; Johnson, 1996; Schou, Ekeberg, Ruland,
Sandwik y Karesen, 2004]; citado en Londoño, 2009).
Así también, se ha relacionado el optimismo con la utilización de estrategias adecuadas de
afrontamiento al estrés, lo que repercute finalmente en mejores indicadores de salud (Chico, 2002; Vera-
Villarroel & Guerrero, 2005).
También, se ha encontrado que las personas optimistas presentan menos estrés, afrontan de mejor
manera los problemas de la vida y tienen menos problemas de salud. Es decir, utilizan estrategias de
afrontamiento centradas en el problema, por lo que tienden a percibir las situaciones estresantes como
desafíos y generalmente buscan apoyo social para abordar estas situaciones. En cambio, las personas
pesimistas se enfrascan en emociones y sentimientos negativos, tienden a utilizar estrategias de
afrontamiento de evitación, a negar la situación y a rendirse rápidamente, mostrando un bajo compromiso
con las metas a alcanzar (Chico, 2002). Booman y Yates (2001; citado en Londoño, 2009) evidenciaron que
en adolescentes, predice respuestas de ira, hostilidad y conductas agresivas. De esta manera, el optimismo
influye en la motivación de las personas (al orientarlos a utilizar estrategias de afrontamiento centrado en
los problemas y a ser más persistentes ante la adversidad) y en la valoración de los estímulos que realiza el
sujeto (presentando una menor percepción de amenaza ante los acontecimientos adversos).
Otros estudios realizados en contextos académicos han relacionado el optimismo, la ansiedad y la
autoestima con el éxito académico (El-Anzi, 2005; en Londoño, 2009) y se ha observado que un grado
moderado de ansiedad facilita el alto desempeño académico (especialmente en hombres), que la
autoestima general se relaciona positivamente con el logro académico y que el optimismo desempeña un
papel facilitador de la adaptación y del éxito académico. Torres (2004; citado en Londoño, 2009) plantea
que el optimismo cumple un rol preventivo para la depresión y que genera mejores procesos de adaptación
escolar. En estudiantes universitarios el pesimismo disposicional está relacionado con mayor experiencia
de síntomas físicos ([Chang, 1998; Chang, Maydeu-Olivares y D’- Zurilla, 1997]; citado en Londoño, 2009).
Sin embargo, no todas las personas optimistas tienen resultados positivos en salud de manera
permanente, ya que se pueden identificar tres tipos de creencias optimistas (Fournier, Ridder & Bensing,
2002; en Londoño, 2009, p. 98):
● Las expectativas positivas del resultado: creencia de que las personas experimentan generalmente
buenos resultados en la vida.
● Las expectativas positivas de eficacia: creencia de que las personas podrán afrontar las situaciones
exigentes.
● El pensamiento poco realista positivo: creencia personal de que los acontecimientos agradables son
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más probables de ocurrirles a sí mismos que a los otros y en la creencia de que los acontecimientos
negativos son menos probables.

Por lo tanto, la evidencia indica que si el optimismo no es realista y funcional puede llevar al sujeto a
realizar conductas arriesgadas, irresponsables y de no cumplimiento (Seaward y Kemp, 2000; en Londoño,
2009).

C) LOCUS DE CONTROL
El concepto “locus de control” comenzó a estudiarse formalmente con Rotter, 1996 (citado en Oros,
2005), y ha ido desarrollándose a través del tiempo mediante diversos estudios. Este concepto se refiere a
la “posibilidad de dominar un acontecimiento según se localice el control dentro o fuera de uno mismo”
([Bandura, 1999; Richaud de Minzi, 1990]; en Oros, 2005).
Las creencias de control que tienen las personas se refieren a las representaciones subjetivas que
realizan acerca de sus propias habilidades para controlar o modificar eventos o situaciones relevantes de
sus vidas ([Bandura, 1999; Lazarus y Folkman, 1986; Richaud de Minzi, 1990]; citado en Oros, 2005). De esta
manera, se plantea en un polo el “locus de control interno”, el cual se refiere a que el sujeto percibe una
situación como contingente con su conducta (es decir, percibe que tiene control sobre los eventos del
ambiente y que tiene la capacidad de dominar el acontecimiento), y, en el otro polo, el “locus de control
externo”, donde el sujeto percibe que la situación no es contingente con su conducta (es decir, no importa
los esfuerzos que el individuo haga, el resultado será consecuencia del azar o del poder de los demás, pero
no depende de su conducta).
La evidencia expone que las personas con locus de control interno tienden a presentar mayores niveles
de ajuste psicosocial, relacionándose con las siguientes características ([Day, 1999; Pelletier, Alfano y Fink,
1994; Rimmerman, 1991; Valle, González, Núñez, Vieiro, Gómez, y Rodríguez, 1999]; citado en Oros, 2005):

● Tendencia a ser “mejores estudiantes” en contextos académicos.


● Son menos dependientes.
● Menos ansiosos.
● Presentan mejores estrategias de afrontamiento al estrés y problemas de la vida.
● Presentan mayor percepción de autoeficacia.

Consistente con estos resultados, también se ha relacionado al locus de control interno (Oros, 2005,
pp. 90-91):

● Mejores resultados terapéuticos en pacientes alcohólicos (Saini y Khan, 1997).


● Mejor calidad en los contextos laborales, alta satisfacción laboral, menor fatiga emocional y menor
tasa de conflictos en el ámbito de trabajo (Koeske y Kirk, 1995; Rees y Cooper, 1992).
● Menor impacto de síntomas físicos y emocionales de las enfermedades (Jennings, 1990; Pilisuk,
Montgomery, Parks y Acredolo, 1993]; citado en Videla, 2018).
● Mejor afrontamiento en accidentes traumáticos automovilísticos (Bulman y Wortman,1977; en
Darley, Glucksberg y Kinchla, 1990)
● En adolescentes, presentan mejor control y más cuidados en el uso del condón y sexo seguro (Díaz-
Loving y Torres, 1999; citado en Padilla y Díaz, 2011).
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Así también, la evidencia ha relacionado el “locus de control externo” como predictor de (Oros, 2005,
p. 91):

● Enfermedades (Hoon, Hoon, Rand y Johnson, 1991; McNaughton, Patterson, Smith y Grant, 1995).
● Baja satisfacción laboral (Jain, Lall, McLaughlin y Johnson, 1996).
● Mayor dificultad para realizar procesos de ajuste emocional (Kliewer y Sandler, 1992; St. Yves,
Freeston, Godbout y Poulin, 1989).
● Mayor percepción de amenaza (Grassi, Righi, Sighinolfi, Makoui y Ghinelli, 1998; Oros, 2000).
● Pacientes con VIH dejan a la suerte o al destino el curso de su enfermedad (Astudillo, 2001; citado en
Padilla y Díaz, 2011).

Sin embargo, la evidencia también ha demostrado que las personas con un estilo atribucional de
control externo no siempre se asocian a un peor estado de salud o que el locus de control interno siempre
será beneficioso para el sujeto. Es necesario considerar si la atribución de control se realiza sobre eventos
de éxito o de fracaso. Si se presenta un estilo de atribución de control interno ante situaciones de éxito,
se asocia a resultados positivos y saludables para las personas, sin embargo, si se realiza sobre situaciones
de fracaso, se asocia a resultados negativos para el sujeto, y en mayor medida si es que esto es de manera
sostenida en el tiempo. Esto se explica porque existen dos tipos de internalidad para el fracaso ([Janoff y
Bulman, 1979 y Miller y Porter, 1983; en Darley et al., 1990]; citado el Oros, 2005, p. 91):

● La autoacusación de conducta: implica un conjunto específico de conductas realizadas por el sujeto


que explican lo que le sucedió, de manera que el sujeto sabe que puede controlar la situación. Si no
vuelve a realizar las mismas conductas, evitará las consecuencias negativas.
● La autoacusación de disposición: hace referencia a características intrínsecas y estables que la
persona cree tener, generalmente son creencias irracionales (soy torpe, no sirvo para nada, etc). Los
eventos se consideran fuera del control del individuo.

Recursos generales de resistencia y sentido de coherencia


Antonosvky (1987, citado en Rivera de los Santos et al., 2011), en el contexto del modelo salutogénico,
plantea que los sujetos que presentan mayor desarrollo de los recursos generales de resistencia y del sentido
de coherencia presentan mejores indicadores de salud. Los “recursos generales de resistencia” (RGR) se
refieren a los recursos personales, interpersonales o contextuales (dinero, conocimiento, experiencia,
autoestima, hábitos saludables, compromiso, apoyo social, etc.) y el “sentido de coherencia” (SC) se refiere
a la capacidad para utilizar los RGR de manera adecuada, según las demandas del contexto.

● Personalidad resistente
El modelo de Kobasa de personalidad resistente o hardiness (1982; citado en Moreno-Jiménez,
Garrosa-Hernández y Gálvez-Herrer, 2005) plantea que la personalidad resistente se configura como
un factor protector para la salud. Las dimensiones de la personalidad resistente se configuran en
acciones y compromisos adoptados en cada momento (personalidad dinámica).
La personalidad resistente presenta 3 dimensiones altas frente al estrés laboral o de la vida
cotidiana (Moreno-Jiménez, Garrosa-Hernández y Gálvez-Herrer, 2005, pp. 5-6):
» Compromiso: Tendencia a involucrarse en los aspectos o áreas de la vida que considera
valiosos, así como la tendencia a identificarse con lo que hace.
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» Control: La persona posee el convencimiento de poder intervenir en los episodios que le


rodean, modificando o alterando el curso de los mismos.
» Reto: El cambio se percibe como una oportunidad de crecimiento personal, un desafío al
que enfrentarse, no como algo amenazante.
Se ha evidenciado que los sujetos con personalidad resistente presentan actitudes protectoras ante
elementos no-saludables (estrés y burnout) y facilitadoras de estrategias de afrontamiento adaptativas, de
manejo y de control de la realidad. Así también, utilizan estrategias de afrontamiento adaptativas, búsqueda
de apoyo social y desarrollo de estilos de vida saludables, muestran un claro sentido de compromiso,
propósito e involucramiento (Moreno-Jiménez, Garrosa-Hernández y Gálvez-Herrera, 2005).

● Auto concepto – autoestima:


La personalidad de un individuo se refiere también a la representación cognitiva subjetiva que
la persona tiene de sí mismo.
Por ejemplo, la evidencia ha demostrado la existencia de correlaciones significativas entre
valores bajos de autoestima y el riesgo alto de enfermedades coronarias, así como también, que
sujetos con alta autoestima parecen experimentar bajos sentimientos de cansancio emocional, bajas
actitudes de despersonalización y altos sentimientos de realización personal en el trabajo (House,
1972, citado en Moreno-Jiménez, Garrosa-Hernández y Gálvez-Herrera, 2005, p. 7).
A continuación, se presenta la diferenciación entre autoconcepto y autoestima (Moreno-
Jiménez, Garrosa-Hernández y Gálvez-Herrera, 2005, p.7):

Autoconcepto Autoestima

La percepción de sí mismo. Es cómo se aprecia el propio individuo, la


evaluación que hace de su autoconcepto.
Elemento esencial como autorregulador
del proceso adaptativo de la persona a sus Asociada a la motivación de logro, a la sociabilidad,
circunstancias ambientales. al ajuste profesional y a afectos positivos hacia
uno mismo que colaboran en la consecución de
Es el primer factor de autorregulación de la persona
estrategias conductuales positivas de salud.
que hace e intenta hacer aquello que cree que es.

● Resiliencia
La resiliencia incluye aspectos de la cognición, motivación, emoción, contribución del ambiente
y acciones que las personas realicen para desarrollarse psicológicamente sanos y socialmente
exitosos, a pesar de contextos dificultosos o desfavorables. Desde este enfoque, se plantea que la
resiliencia tiene dos componentes fundamentales: la resistencia a la destrucción de estas personas
y la capacidad de reconstruir sobre circunstancias o factores adversos (Moreno-Jiménez, Garrosa-
Hernández y Gálvez-Herrera, 2005, p.10-11).
Los niños resilientes presentan las siguientes características de personalidad: competencia
social, capacidad de resolución de problemas, autonomía, control interno y planteamiento de metas
y de expectativas saludables (Munist et al, 1998, p. 20).
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