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De lo psicológico
a lo fisiológico en la relación entre emociones y salud. En Revista
PsicologiaCientifica.com, 13(13). Recuperado de http://
www.psicologiacientifica.com/relacion-emociones-y-salud
Psicología de la Salud
Resumen
Las emociones negativas ansiedad, ira, tristeza, depresión son adaptativas para el
individuo. Sin embargo, en ocasiones encontramos reacciones patológicas en
algunos individuos, debido a desajuste en la frecuencia o intensidad. Cuando tal
desajuste acontece, puede sobrevenir también un trastorno de la salud, tanto mental
(trastorno de ansiedad, depresión mayor, etc.) como física.
En primer lugar, las reacciones de ansiedad, tristeza, depresión e ira, que alcanzan
niveles demasiado intensos o frecuentes tienden a producir cambios en la conducta,
de manera que se olvidan los hábitos saludables (el ejercicio, dieta adecuada.) y se
desarrollan conductas adictivas (tabaquismo, etc.) o que ponen en peligro nuestra
salud.
La salud y la enfermedad son estados que se hallan en equilibrio dinámico, y están co-
determinados por variables de tipo biológico, psicológico y social, todas ellas en constante
mutación.
Por su parte, las emociones son procesos psicológicos que, frente a una amenaza a nuestro
equilibrio físico o psicológico, actúan para reestablecerlo, ejerciendo así un papel
adaptativo. Sin embargo, en algunos casos, las emociones influyen en la contracción de
enfermedades. La función adaptativa de las emociones depende de la evaluación que haga
cada persona del estímulo que pone en peligro su equilibrio, y de la respuesta que genere
para afrontar el mismo.
En una persona sana deben reunirse potenciales salutogénicos, tanto a nivel mental como a
nivel del soma en completa relación. Es por eso que no se debe pasar por alto cómo
influyen los procesos psicológicos de tipo emocional en la salud. Tanto las emociones
positivas (alegría, buen humor, optimismo) como las negativas (ira, ansiedad) y el estrés,
influyen en la salud.
Desarrollo
En la actualidad, para nadie es un secreto el papel que desempeñan las emociones humanas
en la concepción de la salud integral y, desde luego, en el desarrollo de las enfermedades.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que más del 90% de las enfermedades
tienen un origen psicosomático; de hecho, las características de personalidad, el manejo que
tenemos de las emociones y la manera de lidiar con el estrés, conflictos, fracasos y
frustraciones pueden potenciar o desarrollar diversas enfermedades.
La persona es un “todo integrado”, la separación entre el cuerpo y la mente abre las puertas
a la desintegración, a la desvalorización, y nos hace cada vez más vulnerables a la
enfermedad. Hoy sabemos que todas las enfermedades son fenómenos psicosomáticos o
somatopsíquicos, la experiencia más clara de esta realidad se vislumbra cuando
comprendemos la profunda integración que existe entre nuestras emociones, el sistema
nervioso, el inmune y el endocrino. La expresión de cualquier amenaza al equilibrio en
nuestra salud invita a enfrentarle desde todos los flancos posibles en la vasta complejidad
del ser humano.
Sin duda alguna, se debe resaltar que las emociones están influenciadas por
manifestaciones sociales que, mediante un proceso de internalización o subjetivación,
producen un significado personal, que no es otra cosa más que el significado social que
reactualiza las emociones en estrecha relación con los procesos cognitivos, como por
ejemplo la memoria. De ahí que determinado suceso o vivencia pueda marcar un hito en
nuestras vidas e incluso dividirla en un “antes y un después”.
En cuanto a las clasificaciones más comunes que se confrontan sobre las emociones se
destaca la separación en: emociones positivas y emociones negativas. De estas últimas se
puede decir que son el estigma de muchas depresiones y traumas y, a su vez, producen un
funcionamiento desajustado de diferentes sistemas neurovegetativos.
Existen indicadores que hacen notar que los factores psicológicos pueden influir de manera
significativa sobre algunas enfermedades causadas por otros factores. Desde hace algo más
de dos décadas las ciencias médicas y psicológicas han estado forjando una concepción más
amplia de cómo nuestras vidas emocionales afectan directa e indirectamente nuestro
bienestar físico, al investigar los vínculos reales entre los acontecimientos psicológicos, la
función cerebral, la secreción hormonal y la potencia de la respuesta inmunológica; este
nuevo campo del saber ha sido denominado psiconeuroinmunología.
2. Posibilidad de que los tratamientos psicológicos puedan usarse para mejorar el sistema
inmunológico. Por ejemplo, terapias con grupos vulnerables.
Esta percepción hace que las emociones perturbadoras sean un factor de riesgo tan dañino
como lo son, por ejemplo, el hábito de fumar o el colesterol elevado para los problemas
cardíacos, es decir, una importante amenaza a la salud (Goleman, 1996). Estas tendencias
modernas proponen un reconocimiento acerca de como las reacciones psicológicas
negativas o desfavorables, en ocasiones, son las determinantes primarias de ciertos tipos de
migrañas, úlceras y otros trastornos gastrointestinales, dolores musculares e inflamaciones,
dificultades cardíacas, entre otras dolencias registradas.
Goleman (1996) propone un ejemplo en el cual se describe a una persona que enfurece en
repetidas ocasiones. Cada episodio de ira añade una tensión adicional al corazón,
aumentando su ritmo cardíaco y su presión sanguínea. Cuando esto se repite una y otra vez,
puede causar un daño, sobretodo debido a la turbulencia con que fluye la sangre a través de
la arteria coronaria, con cada latido se pueden provocar microdesgarramientos en los vasos,
donde se desarrolla la placa. Por eso, si su ritmo cardíaco es más rápido y su presión
sanguínea más elevada como resultados de frecuentes estados de ira tendrá mayor
probabilidad de sufrir una enfermedad coronaria (Goleman, 1996).
Un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard (Tobal, González,
2003) pidió a pacientes que sufrieron un ataque cardíaco que describieran su estado
emocional en las horas anteriores al mismo; la mayoría de los participantes declaró haber
sido objeto de ataques de ira en el periodo evaluado por los investigadores.
Hasta ahora se ha explicado alguna relación de las emociones con los potenciales
saludables a nivel fisiológico, pero ¿por qué tienen las emociones la propiedad de intervenir
en nuestro funcionamiento fisiológico-inmunológico-neuronal-endocrino? En la literatura
se puede encontrar una gran variedad de explicaciones sobre la relación de las emociones
(desde su definición) con los procesos antes mencionado. Al revisar los planteamientos de
Fernández-Abascal y Palmero (1999) y Le Doux (1999) es posible encontrar una amalgama
de elementos en los que se destaca un proceso que se activa cuando el organismo detecta
algún peligro, amenaza o desequilibrio con el fin de movilizar los recursos a su alcance
para controlar la situación; también se define como una función biológica producto de la
evolución que permite al organismo sobrevivir en entornos hostiles, razón por la que se han
conservado prácticamente intactas a través de la historia evolutiva. Estos elementos se
sustentan en un punto coincidente que llama la atención: en el carácter adaptativo de las
emociones, ya que las mismas intervienen en unos casos y determinan en otros, los
mecanismos que favorecen la enfermedad.
Otro término muy empleado en la relación entre emociones y salud es el de estrés. Este no
es una causa directa de enfermedades sino que impide la recuperación porque baja las
defensas del cuerpo y aumenta la sensibilidad de la persona a los problemas físicos que han
existido anteriormente (Reeve, 1994).
Múltiples estudios clínicos han demostrado que la palabra más adecuada para describir la
relación entre estrés y salud es impacto, pues los factores psicosociales no son causa de
enfermedad sino que desempeñan un rol en la alteración de la susceptibilidad del paciente a
las enfermedades (Rodríguez y Vega, 1998). Estudios han demostrado que estresores
potenciales como: grandes cambios en la vida, situaciones vitales crónicas y pérdida del
apoyo social, están relacionados con enfermedades cardiovasculares debido a que la
secreción de hormonas durante el estrés parecen contribuir en este tipo de enfermedades, ya
que incrementan la tendencia de coagulación de la sangre, (si un coágulo se aloja en la
arteria coronaria es probable sufrir un ataque cardíaco), elevan los niveles de ácidos grasos
libres y triglicéridos que obstruyen las arterias, y aumentan la presión arterial.
Sin duda alguna existen factores desencadenantes y protectores del estrés. Entre los factores
que determinan los efectos negativos del estrés encontramos: frecuencia, intensidad,
duración, predisposición psicobiológica, patrón de estereotipia de la respuesta. Como
factores protectores del estrés encontramos aquellas características personales o elementos
del ambiente o la percepción que el individuo tiene de ellos, que disminuyen los efectos que
el proceso de estrés puede tener sobre la salud.
- Las fortalezas individuales que se caracterizan por ser rasgos personales adaptativos que
incluyen un sentido de compromiso, de reto y un sentimiento de control sobre las propias
circunstancias ante situaciones potencialmente amenazantes. Otros autores la denominan
locus de control interno.
Por esto, el afrontamiento al estrés se puede definir como: “Los esfuerzos cognitivos y
conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan para mejorar las demandas
específicas internas y/o externas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los
recursos del individuo”.
Muchos preconizan que la risa y el buen humor pueden ser herramientas efectivas para
enfrentar la enfermedad y el malestar. La capacidad de estar de buen humor imprime
sentido de perspectiva a nuestros problemas; la risa, por otra parte, brinda una liberación
física de las tensiones acumuladas y, por tanto, se espera que todo aquello que logre
mantener al ser humano emocionalmente estable y lejos de experiencias desagradables
puede contribuir a que el sistema inmunológico funcione óptimamente (López, 1999).
El Dr. Labott estudió el impacto químico de la risa y el llanto, observando que el estímulo
humorístico mejora la inmunidad. Para el neurólogo Lee Berk, la risa, hace disminuir la
concentración de cortisol -una de las hormonas causantes del estrés en el organismo, lo que
a su vez potencia una mayor actividad entre los linfocitos, los responsables de lograr una
buena respuesta inmunológica. Arthur Stone observó el aumento de la inmunoglobulina A
en las mucosas y saliva con el humor y la risa, la producción de dopamina, serotonina,
adrenalina y la gamma interferón.
Dentro del sistema inmunológico, el efecto del humor y la risa tiene dos procesos:
Varias investigaciones indican que las emociones positivas pueden resultar beneficiosas
hasta cierto grado. Así como las emociones negativas hacen más vulnerables a las personas
a contraer enfermedades sin que esto signifique que sean las únicas causantes, las
emociones positivas ayudan a sobrellevar la enfermedad y favorecen el proceso de
recuperación, pero no logran mejorar a la persona por sí solas.
Sin duda alguna siempre ha sido destacable, para todas las ciencias que estudian al se
humano, la búsqueda del completo bienestar, el cual es una experiencia humana vinculada
al presente, pero también con proyección al futuro.
Es en este sentido que el bienestar surge del balance entre las expectativas (proyección de
futuro) y los logros (valoración del presente), lo que muchos autores llaman satisfacción, en
las áreas de mayor interés para el ser humano y que son el trabajo, la familia, la salud, las
condiciones materiales de vida, las relaciones interpersonales y las relaciones sexuales y
afectivas con la pareja. Esa satisfacción con la vida surge como punto de partida de una
transacción entre el individuo y su entorno micro y macrosocial, donde se incluyen las
condiciones objetivas, materiales y sociales que brindan al hombre determinadas
oportunidades para la realización personal.
El estudio del bienestar humano es, sin duda, un tema complejo y sobre el cual los
científicos sociales no logran un consenso. La falta de acuerdo en su delimitación
conceptual se debe, entre otras razones, a la complejidad de su estudio, determinada en
mucho por su carácter temporal, su naturaleza plurideterminada donde intervienen factores
objetivos y subjetivos. En torno al bienestar humano existe una diversidad de enfoques, lo
que no ha permitido aún llegar a un consenso en cuanto a su conceptualización y medición.
Uno de los componentes fundamentales del bienestar es la satisfacción personal con la vida.
Esa satisfacción surge de una transacción entre el individuo y su entorno micro y
macrosocial, con sus elementos actuales e históricos, donde se incluyen las condiciones
objetivas materiales y sociales que brindan al hombre determinadas oportunidades para la
realización personal.
Es allí donde debe entrar la psicología con todo ese engranaje que logra al penetrar ese
mundo subjetivo que poseen los seres humanos desde su individualidad, y su inherente
objetividad dado el entorno ambiental en que se desenvuelve.
Por otra parte, el desarrollo evidenciado por el concepto de salud en las últimas décadas y
la realización de innumerables investigaciones clínico-epidemiológicas han demostrado el
vínculo de la salud con un conjunto de factores que trascienden lo biológico. Uno de los
aspectos de vital importancia en la relación entre emociones y salud es el estudio de la
denominada inteligencia emocional que se define como “la capacidad para supervisar los
sentimientos y las emociones de uno/a mismo/a y de los demás, de discriminar entre ellos y
de usar esta información para la orientación de la acción y el pensamiento propio”
(López, 1999). Desde esta perspectiva se pueden constatar dos aristas. La primera muestra
la inteligencia como la habilidad de comprender ideas de diferente índole y así hacer un uso
efectivo de la reflexión; mientras que en lo que respecta a la otra arista, el concepto de
emociones alude a las reacciones psicofisiológicas con una perspectiva adaptativa como
aquellas que implican peligro, daño, novedad, etc.
Mayer, Salovey y Caruso (2004) plantean un modelo de Inteligencia Emocional que posee
4 características:
2. Habilidad para utilizar las emociones con el fin de facilitar la toma de decisiones
Una vez conocido en que consiste dicho concepto y haber abordado elementos básicos del
mismo, es de destacar la relación de la inteligencia emocional con mecanismos patógenos.
Cuanto más elevada sea la misma mayor será la capacidad para realizar comportamientos
adaptativos orientados hacia tareas y, consecuentemente, mejor la percepción sobre la
calidad de vida y disminuya la sintomatología depresiva.
Conclusiones
Una vez realizada la búsqueda y el análisis teórico sobre la temática tratada, se pueden
proveer las siguientes conclusiones:
- Las emociones negativas hacen más vulnerables a las personas a contraer enfermedades,
pero no las causan. Las emociones positivas ayudan a sobrellevar la enfermedad y
favorecen el proceso de recuperación, pero no logran mejorar a la persona por sí solas.
Referencias
Aguado L. Procesos cognitivos y sistemas cerebrales de la emoción. Rev Neurol 2002; 34:
1161 – 64
Molerio Pérez. O, et. al. (2004). Manual de Ira Rasgo – Estado STAXI- 2. . Adaptación
Cubana. ISBN: 959-250-162-9