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Rodríguez, P. M., Del Pino, D. A. & Alvaredo, R. B. (2011).

De lo psicológico
a lo fisiológico en la relación entre emociones y salud. En Revista
PsicologiaCientifica.com, 13(13). Recuperado de http://
www.psicologiacientifica.com/relacion-emociones-y-salud

Guía de lectura para apoyo bibliográfico 12


1. ¿Por qué las emociones afectan nuestro desempeño en la vida diaria?
2. Distinga entre los efectos de emoción positiva y emoción negativa.
De lo psicológico a lo fisiológico en la relación entre emociones y salud

Psicología de la Salud

Publicado: agosto 15, 2011,

 Patricia Moure Rodríguez


Universidad Central Marta Abreu de las Villas
Santa Clara, Cuba

Dayron Antonio Del Pino Rodríguez


Ramón Alvaredo Blanco
Universidad Central Marta Abreu de las Villas
Santa Clara, Cuba

Resumen
 Las emociones negativas ansiedad, ira, tristeza, depresión son adaptativas para el
individuo. Sin embargo, en ocasiones encontramos reacciones patológicas en
algunos individuos, debido a desajuste en la frecuencia o intensidad. Cuando tal
desajuste acontece, puede sobrevenir también un trastorno de la salud, tanto mental
(trastorno de ansiedad, depresión mayor, etc.) como física.

En primer lugar, las reacciones de ansiedad, tristeza, depresión e ira, que alcanzan
niveles demasiado intensos o frecuentes tienden a producir cambios en la conducta,
de manera que se olvidan los hábitos saludables (el ejercicio, dieta adecuada.) y se
desarrollan conductas adictivas (tabaquismo, etc.) o que ponen en peligro nuestra
salud.

Las reacciones emocionales mantienen niveles de activación fisiológica intensos,


que pueden deteriorar nuestra salud si se cronifican. Por ejemplo, los pacientes con
hipertensión arterial, asma, cefaleas crónicas, o diferentes tipos de dermatitis,
presentan niveles más altos de ansiedad e ira que la población general. La alta
activación psicológica puede estar asociada con un cierto grado de
inmunodepresión, lo que nos vuelve más vulnerables al desarrollo de enfermedades
infecciosas (como la gripe, herpes, etc.) o de tipo inmunológico (lupus eritematoso,
esclerosis múltiples, etc.).

Palabras clave: Emociones, estrés, salud, inmunodepresión.

Si bien en varias de las revisiones que se encuentran en la literatura moderna se hace


referencia a cómo la salud física interviene en estados emocionales positivos, poco se habla
de esta relación en sentido inverso. La salud del hombre es un complejo proceso sustentado
en la base de un equilibrio bio-psico-social.

La salud y la enfermedad son estados que se hallan en equilibrio dinámico, y están co-
determinados por variables de tipo biológico, psicológico y social, todas ellas en constante
mutación.

Por su parte, las emociones son procesos psicológicos que, frente a una amenaza a nuestro
equilibrio físico o psicológico, actúan para reestablecerlo, ejerciendo así un papel
adaptativo. Sin embargo, en algunos casos, las emociones influyen en la contracción de
enfermedades. La función adaptativa de las emociones depende de la evaluación que haga
cada persona del estímulo que pone en peligro su equilibrio, y de la respuesta que genere
para afrontar el mismo.

Siendo la salud humana un complejo proceso de adaptación en el que confluyen factores


biológicos, psicológicos y sociales. La salud, ese estado de bienestar físico, psicológico y
social no es patrimonio ni responsabilidad exclusiva de un solo grupo o especialidad
profesional. El concepto salud viene definido por el diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española, (en su primera acepción), como el “estado en el que el ser orgánico
ejerce normalmente todas sus funciones”. La salud no es sólo la ausencia de enfermedad,
sino que ha de ser entendida de una forma más positiva, como un proceso continuo que
tiene mucho que ver con los comportamientos y el estilo de vida de una persona o
comunidad (Ballester, 1998), por el cual el hombre desarrolla al máximo sus capacidades,
teniendo a la plenitud de su autorrealización como entidad personal y como entidad social
(San Martín, 1985).

En una persona sana deben reunirse potenciales salutogénicos, tanto a nivel mental como a
nivel del soma en completa relación. Es por eso que no se debe pasar por alto cómo
influyen los procesos psicológicos de tipo emocional en la salud. Tanto las emociones
positivas (alegría, buen humor, optimismo) como las negativas (ira, ansiedad) y el estrés,
influyen en la salud.

Las emociones perturbadoras tienen, al parecer, un efecto negativo en la salud,


favoreciendo de esta manera la aparición de ciertas enfermedades, ya que hacen más
vulnerable el sistema inmunológico, lo que imposibilita su correcto funcionamiento.
Contrariamente, las emociones positivas representan un beneficio para nuestra salud, ya
que ayudan a soportar las dificultades de una enfermedad y facilitan su recuperación.

Todos estos descubrimientos acerca de la intrínseca relación entre emociones y salud


tienen su aplicación en el tratamiento de las enfermedades desde una propuesta holística y
no reduccionista a enfoque biologicista, pues en la actualidad se proponen tratamientos
integrales, que consideren la recuperación tanto de los factores físicos como de los factores
psicológicos del paciente, en estrecha relación de interdependencia.

Desarrollo
En la actualidad, para nadie es un secreto el papel que desempeñan las emociones humanas
en la concepción de la salud integral y, desde luego, en el desarrollo de las enfermedades.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que más del 90% de las enfermedades
tienen un origen psicosomático; de hecho, las características de personalidad, el manejo que
tenemos de las emociones y la manera de lidiar con el estrés, conflictos, fracasos y
frustraciones pueden potenciar o desarrollar diversas enfermedades.

La persona es un “todo integrado”, la separación entre el cuerpo y la mente abre las puertas
a la desintegración, a la desvalorización, y nos hace cada vez más vulnerables a la
enfermedad. Hoy sabemos que todas las enfermedades son fenómenos psicosomáticos o
somatopsíquicos, la experiencia más clara de esta realidad se vislumbra cuando
comprendemos la profunda integración que existe entre nuestras emociones, el sistema
nervioso, el inmune y el endocrino. La expresión de cualquier amenaza al equilibrio en
nuestra salud invita a enfrentarle desde todos los flancos posibles en la vasta complejidad
del ser humano.

La salud y la enfermedad no son un asunto que le concierna únicamente a quien posee la


anhelada cura; más allá de esta percepción tradicional es imperioso reenfocar la
comprensión de la salud desde la experiencia humana y social, desde el sentido de ser los
únicos dueños y responsables de ésta. Al final, debe quedar claro que en todo desbalance o
enfermedad existe un conflicto intrapersonal no concientizado y la necesidad urgente de
armonizar el desequilibrio emocional.

Sin duda alguna, se debe resaltar que las emociones están influenciadas por
manifestaciones sociales que, mediante un proceso de internalización o subjetivación,
producen un significado personal, que no es otra cosa más que el significado social que
reactualiza las emociones en estrecha relación con los procesos cognitivos, como por
ejemplo la memoria. De ahí que determinado suceso o vivencia pueda marcar un hito en
nuestras vidas e incluso dividirla en un “antes y un después”.

En cuanto a las clasificaciones más comunes que se confrontan sobre las emociones se
destaca la separación en: emociones positivas y emociones negativas. De estas últimas se
puede decir que son el estigma de muchas depresiones y traumas y, a su vez, producen un
funcionamiento desajustado de diferentes sistemas neurovegetativos.

Siendo la salud humana un complejo proceso de adaptación en el que confluyen factores


biológicos, psicológicos y sociales, una persona sana debe estarlo tanto en mente como en
cuerpo.

Las emociones perturbadoras influyen negativamente en la salud, ya que hacen más


vulnerable el sistema inmunológico, lo que no permite su correcto funcionamiento. Lograr
que el hombre se adapte a su medio implica la mantención de la adecuada sincronización de
las funciones de los sistemas de su organismo y, en caso del surgimiento de un
desequilibrio, esta adaptación depende del restablecimiento de ese equilibrio (López, 1999).

Existen indicadores que hacen notar que los factores psicológicos pueden influir de manera
significativa sobre algunas enfermedades causadas por otros factores. Desde hace algo más
de dos décadas las ciencias médicas y psicológicas han estado forjando una concepción más
amplia de cómo nuestras vidas emocionales afectan directa e indirectamente nuestro
bienestar físico, al investigar los vínculos reales entre los acontecimientos psicológicos, la
función cerebral, la secreción hormonal y la potencia de la respuesta inmunológica; este
nuevo campo del saber ha sido denominado psiconeuroinmunología.

El enfoque psiconeuroinmunológico parte de que el cerebro regula, en mayor o menor


medida, el sistema inmunitario. Entonces, los factores psicológicos pueden afectar este
sistema por medio del cerebro. Es un campo interdisciplinario, iniciado por psicólogos de
vanguardia como el Dr. R. Bayés de la Universidad Autónoma de Barcelona. Según R.
Bayés (1993) la psiconeuroinmunología tiene un gran alcance terapéutico, que implica:

1. La posibilidad de que los tratamientos psicológicos puedan emplearse como terapéuticas


de apoyo para suprimir la respuesta inmunológica, tanto en enfermedades amenazantes para
la vida como en trastornos menos graves.

2. Posibilidad de que los tratamientos psicológicos puedan usarse para mejorar el sistema
inmunológico. Por ejemplo, terapias con grupos vulnerables.

3. Clarificación de la importancia de la protección que es capaz de proporcionar un enfoque


positivo de la existencia.

Evidentemente, la psiconeuroinmunología pone tanto al científico como al terapeuta en una


nueva posición en la que se requiere del empleo de técnicas diversas y se reclama un
análisis más profundo de la relación entre la mente y el cuerpo. Estudios confirman que las
emociones perturbadoras son malas para la salud. Según López (1999), plantea que las
personas que experimentan ansiedad crónica, prolongados períodos de tristeza y
pesimismo, tensión continua u hostilidad, cinismo o suspicacias implacables, tenían el
doble de riesgo de contraer una enfermedad incluidas: asma, artritis, dolores de cabeza,
úlceras pépticas y problemas cardíacos.

Esta percepción hace que las emociones perturbadoras sean un factor de riesgo tan dañino
como lo son, por ejemplo, el hábito de fumar o el colesterol elevado para los problemas
cardíacos, es decir, una importante amenaza a la salud (Goleman, 1996). Estas tendencias
modernas proponen un reconocimiento acerca de como las reacciones psicológicas
negativas o desfavorables, en ocasiones, son las determinantes primarias de ciertos tipos de
migrañas, úlceras y otros trastornos gastrointestinales, dolores musculares e inflamaciones,
dificultades cardíacas, entre otras dolencias registradas.

Goleman (1996) propone un ejemplo en el cual se describe a una persona que enfurece en
repetidas ocasiones. Cada episodio de ira añade una tensión adicional al corazón,
aumentando su ritmo cardíaco y su presión sanguínea. Cuando esto se repite una y otra vez,
puede causar un daño, sobretodo debido a la turbulencia con que fluye la sangre a través de
la arteria coronaria, con cada latido se pueden provocar microdesgarramientos en los vasos,
donde se desarrolla la placa. Por eso, si su ritmo cardíaco es más rápido y su presión
sanguínea más elevada como resultados de frecuentes estados de ira tendrá mayor
probabilidad de sufrir una enfermedad coronaria (Goleman, 1996).
Un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard (Tobal, González,
2003) pidió a pacientes que sufrieron un ataque cardíaco que describieran su estado
emocional en las horas anteriores al mismo; la mayoría de los participantes declaró haber
sido objeto de ataques de ira en el periodo evaluado por los investigadores.

Hasta ahora se ha explicado alguna relación de las emociones con los potenciales
saludables a nivel fisiológico, pero ¿por qué tienen las emociones la propiedad de intervenir
en nuestro funcionamiento fisiológico-inmunológico-neuronal-endocrino? En la literatura
se puede encontrar una gran variedad de explicaciones sobre la relación de las emociones
(desde su definición) con los procesos antes mencionado. Al revisar los planteamientos de
Fernández-Abascal y Palmero (1999) y Le Doux (1999) es posible encontrar una amalgama
de elementos en los que se destaca un proceso que se activa cuando el organismo detecta
algún peligro, amenaza o desequilibrio con el fin de movilizar los recursos a su alcance
para controlar la situación; también se define como una función biológica producto de la
evolución que permite al organismo sobrevivir en entornos hostiles, razón por la que se han
conservado prácticamente intactas a través de la historia evolutiva. Estos elementos se
sustentan en un punto coincidente que llama la atención: en el carácter adaptativo de las
emociones, ya que las mismas intervienen en unos casos y determinan en otros, los
mecanismos que favorecen la enfermedad.

Una de las claves a la hora de entender la repercusión de las emociones en la salud es la


conceptualización del proceso emocional. En este aparecen dos filtros entre la situación
interna o externa que desencadena el proceso y la manifestación de las emociones en el
sujeto protagonista (Fernández-Abascal y Palmero, 1999). En resumen, la función
adaptativa de las emociones va a depender de la evaluación que la persona haga del
estímulo, es decir, del significado que le dé a este y de la respuesta de afrontamiento que
genere. Son varios los componentes emocionales que intervienen de manera desadaptativa.
Un ejemplo claro es la frecuencia y aparición de la ansiedad, una de las manifestaciones
más comunes en los tiempos modernos en los que la dinámica de la vida se hace cada vez
más acelerada. La ansiedad tiene utilidad adaptativa, nos ayuda a prepararnos para afrontar
algún tipo de peligropero, en la vida moderna, es más común que sea desproporcionada y
fuera de lugar. Por esta razón se ha convertido en un riesgo para la salud, si se presenta en
forma crónica. La ansiedad influye, principalmente, en el desarrollo de enfermedades
infecciosas como resfriados, gripes y herpes. Estamos constantemente expuestos a estos
virus pero normalmente nuestro sistema inmunológico los combate, sin embargo, en
presencia de la ansiedad las defensas fallan. Las diferencias en cuanto a la resistencia frente
a enfermedades infecciosas se deben, en parte, a las tensiones de la vida. En la medida en
que los niveles de ansiedad sean más elevados, mayor será la incidencia de males
infecciosos.

La ansiedad también tiene un papel relevante en situaciones como las operaciones


quirúrgicas. Los cirujanos plantean que las personas que están muy asustadas tienen
problemas durante la operación, sufren hemorragias abundantes, infecciones y
complicaciones y tardan más tiempo en recuperarse. La razón es evidente: el pánico y la
ansiedad elevan la presión sanguínea y las venas dilatadas por la presión sangran más de
forma más abundante al momento de la incisión, lo que es un hecho a destacar ya que la
hemorragia excesiva es una de las complicaciones quirúrgicas más molestas y puede
provocar la muerte (Goleman, 1996).

Otro término muy empleado en la relación entre emociones y salud es el de estrés. Este no
es una causa directa de enfermedades sino que impide la recuperación porque baja las
defensas del cuerpo y aumenta la sensibilidad de la persona a los problemas físicos que han
existido anteriormente (Reeve, 1994).

Múltiples estudios clínicos han demostrado que la palabra más adecuada para describir la
relación entre estrés y salud es impacto, pues los factores psicosociales no son causa de
enfermedad sino que desempeñan un rol en la alteración de la susceptibilidad del paciente a
las enfermedades (Rodríguez y Vega, 1998). Estudios han demostrado que estresores
potenciales como: grandes cambios en la vida, situaciones vitales crónicas y pérdida del
apoyo social, están relacionados con enfermedades cardiovasculares debido a que la
secreción de hormonas durante el estrés parecen contribuir en este tipo de enfermedades, ya
que incrementan la tendencia de coagulación de la sangre, (si un coágulo se aloja en la
arteria coronaria es probable sufrir un ataque cardíaco), elevan los niveles de ácidos grasos
libres y triglicéridos que obstruyen las arterias, y aumentan la presión arterial.

En cuanto al hecho de contraer enfermedades infecciosas como herpes o gripe, la influencia


del estrés ha sido demostrada ya que debilita la acción del sistema inmunológico. Por otra
parte, la relación entre estrés y cáncer parece estar en los efectos supresores del estrés en el
sistema inmunológico. Si se deprimen las funciones inmunológicas, los organismos tienen
menos capacidad para enfrentarse a los agentes cancerígenos.

Sin duda alguna existen factores desencadenantes y protectores del estrés. Entre los factores
que determinan los efectos negativos del estrés encontramos: frecuencia, intensidad,
duración, predisposición psicobiológica, patrón de estereotipia de la respuesta. Como
factores protectores del estrés encontramos aquellas características personales o elementos
del ambiente o la percepción que el individuo tiene de ellos, que disminuyen los efectos que
el proceso de estrés puede tener sobre la salud.

Entre los factores protectores tenemos:

- Las redes de apoyo social efectivas, particularmente la familia y la pareja.

- Las fortalezas individuales que se caracterizan por ser rasgos personales adaptativos que
incluyen un sentido de compromiso, de reto y un sentimiento de control sobre las propias
circunstancias ante situaciones potencialmente amenazantes. Otros autores la denominan
locus de control interno.

- El concepto de controlabilidad, la percepción que tiene el individuo del grado de control


sobre las transacciones medioambientales y la posibilidad de ejercer ese control.
- El sentimiento de bienestar psicológico que se conceptualiza como defensor del individuo,
por ejemplo el perfil de seguridad, las características de personalidad del sujeto, el sentido
del humor, las experiencias y vivencias.

Estos factores elevan la tolerancia al estrés y disminuyen la vulnerabilidad del individuo y,


por tanto, la probabilidad de presentar trastornos o enfermedades.

Es evidente que la prevención y control del estrés se logran mediante la identificación y la


limitación de los factores que componen el perfil de riesgo, y mediante el fortalecimiento
de los factores que conforman el perfil de seguridad. El estrés está muy vinculado al
desarrollo de enfermedades de gran impacto social como las cardiovasculares y
cerebrovasculares; de ahí la enorme importancia de la búsqueda de vías para su prevención
sistemática.

En la prevención del estrés debe trabajarse en diferentes planos simultáneamente y es de


extraordinario valor la acción educativa. Hay que considerar los factores del desarrollo, por
ejemplo, es necesario evitar las conductas agresivas y la exposición a la violencia y el
maltrato.

Una de las formas más acertadas de prevenir el estrés es teniendo experiencias de


afrontamiento efectivo. El afrontamiento es un proceso que está constituido por un conjunto
de estrategias dinámicas y cambiantes dirigidas a la búsqueda o restablecimiento del
equilibrio, ya sea actuando sobre las causas, externas o internas, que provocan la tensión y
el estrés en el sujeto.

Por esto, el afrontamiento al estrés se puede definir como: “Los esfuerzos cognitivos y
conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan para mejorar las demandas
específicas internas y/o externas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los
recursos del individuo”.

Las categorías más utilizadas dentro de las estrategias de afrontamiento son el


afrontamiento centrado en el problema y el afrontamiento centrado en la emoción.

En primer lugar, el afrontamiento centrado en el problema, se define como: Los esfuerzos


dirigidos a actuar directamente sobre la fuente de origen del estrés, para modificarla o
eliminarla y buscar una solución satisfactoria. Dentro de esta categoría, se encuentran
estrategias tales como: La confrontación, la planificación, la búsqueda de información, el
establecimiento de prioridades, etc. (Rodríguez, 1998).

Y, en segundo lugar, se encuentra el afrontamiento centrado en la emoción que hace


referencia a aquellos esfuerzos dirigidos a regular los estados emocionales que están
relacionados o son consecuencia de situaciones estresantes. En esta categoría se incluyen
estrategias de evitación como la atención selectiva, el distanciamiento, la búsqueda de
apoyo social, la negación, entre otras.
No es posible demarcar cual es la mejor estrategia o cual presenta más beneficios, ya que
esto depende, en definitiva, del contexto y momento en que sea empleada; sin embargo, a la
hora de evaluar la efectividad de una estrategia se ha de contemplar como la estrategia
seleccionada ha cumplido con los objetivos establecidos, esto es, la medida en que ha
servido para regular el malestar del individuo (afrontamiento centrado en la emoción) o
bien para modificar o eliminar el problema o situación que está provocando dicho malestar
(afrontamiento centrado en el problema). Si un individuo trata y domina un problema pero
con un alto costo emocional, se debe considerar dudosa la eficacia del afrontamiento, al
igual que sucederá si un individuo logra un gran dominio de sus emociones sin
trascendencia en la fuente de sus problemas. En la medida en que los procesos de
evaluación cognitiva y los de afrontamiento resulten ineficaces, aumenta la vulnerabilidad
del individuo a la acción nociva del estrés y también su susceptibilidad a presentar diversos
trastornos y enfermedades.

La prueba de los efectos médicos adversos de procesos emocionales como la ira, la


ansiedad y el estrés es innegable. Pero, si la perturbación emocional crónica es nociva en
sus múltiples formas, la variedad opuesta de emociones ¿puede resultar beneficiosa?

Muchos preconizan que la risa y el buen humor pueden ser herramientas efectivas para
enfrentar la enfermedad y el malestar. La capacidad de estar de buen humor imprime
sentido de perspectiva a nuestros problemas; la risa, por otra parte, brinda una liberación
física de las tensiones acumuladas y, por tanto, se espera que todo aquello que logre
mantener al ser humano emocionalmente estable y lejos de experiencias desagradables
puede contribuir a que el sistema inmunológico funcione óptimamente (López, 1999).

El Dr. Labott estudió el impacto químico de la risa y el llanto, observando que el estímulo
humorístico mejora la inmunidad. Para el neurólogo Lee Berk, la risa, hace disminuir la
concentración de cortisol -una de las hormonas causantes del estrés en el organismo, lo que
a su vez potencia una mayor actividad entre los linfocitos, los responsables de lograr una
buena respuesta inmunológica. Arthur Stone observó el aumento de la inmunoglobulina A
en las mucosas y saliva con el humor y la risa, la producción de dopamina, serotonina,
adrenalina y la gamma interferón.

Dentro del sistema inmunológico, el efecto del humor y la risa tiene dos procesos:

- Estímulo sobre el cuerpo

- Relajación posterior y su consecuente sensación de placer y goce

Varias investigaciones indican que las emociones positivas pueden resultar beneficiosas
hasta cierto grado. Así como las emociones negativas hacen más vulnerables a las personas
a contraer enfermedades sin que esto signifique que sean las únicas causantes, las
emociones positivas ayudan a sobrellevar la enfermedad y favorecen el proceso de
recuperación, pero no logran mejorar a la persona por sí solas.

El optimismo y la esperanza también resultan beneficiosos. Los sujetos que manifiestan


sentirse esperanzados son más capaces de resistir en circunstancias penosas, incluidas las
dificultades médicas. En cuanto al optimismo, hay diversas explicaciones, una teoría
propone que el pesimismo conduce a la depresión, que a su vez interfiere en el sistema
inmunológico, con la consiguiente vulnerabilidad a las enfermedades; el optimismo haría lo
contrario. Otra explicación indica que, quizá, los pesimistas descuidan su propia persona;
algunos estudios han descubierto que los pesimistas fuman y beben más, hacen menos
ejercicio que los optimistas y son, en general, más descuidados con su salud. Podría resultar
que la fisiología del optimismo es de cierta utilidad biológica para la lucha del organismo
contra la enfermedad (Goleman, 1996).

Sin duda alguna siempre ha sido destacable, para todas las ciencias que estudian al se
humano, la búsqueda del completo bienestar, el cual es una experiencia humana vinculada
al presente, pero también con proyección al futuro.

Es en este sentido que el bienestar surge del balance entre las expectativas (proyección de
futuro) y los logros (valoración del presente), lo que muchos autores llaman satisfacción, en
las áreas de mayor interés para el ser humano y que son el trabajo, la familia, la salud, las
condiciones materiales de vida, las relaciones interpersonales y las relaciones sexuales y
afectivas con la pareja. Esa satisfacción con la vida surge como punto de partida de una
transacción entre el individuo y su entorno micro y macrosocial, donde se incluyen las
condiciones objetivas, materiales y sociales que brindan al hombre determinadas
oportunidades para la realización personal.

El estudio del bienestar humano es, sin duda, un tema complejo y sobre el cual los
científicos sociales no logran un consenso. La falta de acuerdo en su delimitación
conceptual se debe, entre otras razones, a la complejidad de su estudio, determinada en
mucho por su carácter temporal, su naturaleza plurideterminada donde intervienen factores
objetivos y subjetivos. En torno al bienestar humano existe una diversidad de enfoques, lo
que no ha permitido aún llegar a un consenso en cuanto a su conceptualización y medición.

Uno de los componentes fundamentales del bienestar es la satisfacción personal con la vida.
Esa satisfacción surge de una transacción entre el individuo y su entorno micro y
macrosocial, con sus elementos actuales e históricos, donde se incluyen las condiciones
objetivas materiales y sociales que brindan al hombre determinadas oportunidades para la
realización personal.

Es allí donde debe entrar la psicología con todo ese engranaje que logra al penetrar ese
mundo subjetivo que poseen los seres humanos desde su individualidad, y su inherente
objetividad dado el entorno ambiental en que se desenvuelve.

Por otra parte, el desarrollo evidenciado por el concepto de salud en las últimas décadas y
la realización de innumerables investigaciones clínico-epidemiológicas han demostrado el
vínculo de la salud con un conjunto de factores que trascienden lo biológico. Uno de los
aspectos de vital importancia en la relación entre emociones y salud es el estudio de la
denominada inteligencia emocional que se define como “la capacidad para supervisar los
sentimientos y las emociones de uno/a mismo/a y de los demás, de discriminar entre ellos y
de usar esta información para la orientación de la acción y el pensamiento propio”
(López, 1999). Desde esta perspectiva se pueden constatar dos aristas. La primera muestra
la inteligencia como la habilidad de comprender ideas de diferente índole y así hacer un uso
efectivo de la reflexión; mientras que en lo que respecta a la otra arista, el concepto de
emociones alude a las reacciones psicofisiológicas con una perspectiva adaptativa como
aquellas que implican peligro, daño, novedad, etc.

Mayer, Salovey y Caruso (2004) plantean un modelo de Inteligencia Emocional que posee

4 características:

1. Habilidad para percibir las emociones propias y de los demás.

2. Habilidad para utilizar las emociones con el fin de facilitar la toma de decisiones

3. Habilidad para conocer las emociones.

4. Habilidad para regular las emociones propias y de los demás.

Una vez conocido en que consiste dicho concepto y haber abordado elementos básicos del
mismo, es de destacar la relación de la inteligencia emocional con mecanismos patógenos.
Cuanto más elevada sea la misma mayor será la capacidad para realizar comportamientos
adaptativos orientados hacia tareas y, consecuentemente, mejor la percepción sobre la
calidad de vida y disminuya la sintomatología depresiva.

Fernández-Berrocal y Ramos-Díaz (2005) concluyeron que la Inteligencia Emocional


predecía el ajuste psicológico; un concepto básico para entender cómo variables
disposicionales se relacionan con el estrés, el afrontamiento y la adaptación. Las personas
que tienen una alta atención a sus emociones acompañada de niveles elevados de claridad y
reparación emocional, poseen un mayor procesamiento emocional de la información. Sin
embargo, cuando no se mantiene una alta atención de las emociones, en equilibrio con unos
adecuados niveles de claridad o reparación, aparecen pensamientos rumiativos y estados
emocionales negativos relacionados con la depresión.

Conclusiones
Una vez realizada la búsqueda y el análisis teórico sobre la temática tratada, se pueden
proveer las siguientes conclusiones:

- El enfoque psiconeuroinmunológico parte de que el cerebro regula en, mayor o menor


medida, el sistema inmunitario, por lo que los factores psicológicos pueden afectar este
sistema por medio del cerebro.

- Los procesos psicológicos de tipo emocionales, influyen en la salud psicoorgánica, tanto


las emociones positivas (alegría, buen humor, optimismo) como las negativas (ira,
ansiedad) y el estrés influyen en la salud.
- Las emociones son procesos psicológicos que, frente a una amenaza al equilibrio físico o
psicológico, actúan con el propósito de reestructurarlo, ejerciendo así un papel adaptativo.
En algunos casos, las emociones, influyen en el desarrollo de enfermedades.

- La risa y el buen humor pueden ser herramientas efectivas para enfrentarse a la


enfermedad. La capacidad de estar de buen humor imprime sentido de perspectiva a
nuestros problemas. La risa brinda una liberación física de las tensiones acumuladas y por
tanto se espera que todo aquello mantener al ser humano emocionalmente estable y lejos de
experiencias desagradables puede contribuir a que el sistema inmunológico funcione
óptimamente.

- El optimismo y la esperanza también resultan beneficiosos. La gente que se manifiesta


esperanzada es más capaz de resistir en circunstancias penosas, incluidas las dificultades
médicas. El espíritu optimista es de cierta utilidad biológica para la lucha del organismo
contra diferentes enfermedades.

- La prueba de los efectos médicos adversos de la ira, la ansiedad y el estrés es innegable.


Tanto la ira como la ansiedad, en sus formas crónicas, pueden hacer que la gente sea más
propensa a una serie de enfermedades.

- Las emociones negativas hacen más vulnerables a las personas a contraer enfermedades,
pero no las causan. Las emociones positivas ayudan a sobrellevar la enfermedad y
favorecen el proceso de recuperación, pero no logran mejorar a la persona por sí solas.

Referencias
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Tobal, J. J. y Gonzales, H., 2003: Emociones y Salud: perspectiva actual en el estuidio de


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