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Fenomenología del Espíritu

G. W. F. Hegel
Sección C. BB. El Espíritu 1
VI. El Espíritu
B. El Espíritu extrañado de sí mismo, la Cultura
I. El mundo del espíritu extrañado de sí

Parte A

[Introducción]
1. a. El mundo de este espíritu se escinde en un mundo doble: el primero es el mundo de la realidad
efectiva o del extrañamiento mismo del espíritu; el segundo, empero, aquel que el espíritu, elevándose
por sobre el primero, se construye en el éter de la conciencia pura.

b. Este mundo, contrapuesto a aquel extrañamiento, no por ello se halla libre precisamente de él, sino
que más bien es simplemente la otra forma del extrañamiento, que consiste precisamente en tener la
conciencia en dos mundos distintos, abarcando ambos. La que aquí se considera no es, por tanto, la
autoconciencia de la esencia absoluta tal y como es en y para sí, no es la religión, sino que es la fe, en
tanto que la evasión del mundo efectivamente real y en tanto que no es, por consiguiente, en y para sí.

c. Esta evasión del reino de la presencia es, por tanto, en ella misma y de un modo inmediato, una doble
evasión. La conciencia pura es el elemento al que se eleva el espíritu, pero no es solamente el elemento
de la fe, sino que es asimismo el del concepto; ambos entran en juego, por tanto, juntos y entrelazados,
y aquél sólo puede ser tenido en cuenta en oposición a éste.

a. La cultura y su reino de realidad

2. a. El espíritu de este mundo es la esencia espiritual impregnada por una autoconciencia que se sabe
presente de un modo inmediato como esta autoconciencia que es para sí y que sabe la esencia como
una realidad opuesta a ella.

b. Sin embargo, la existencia de este mundo, lo mismo que la realidad de la autoconciencia, descansa
sobre el movimiento en que esta personalidad suya se exterioriza, haciendo surgir con ello su mundo y
comportándose frente a éste como frente a un mundo extraño y como si de ahora en adelante tuviera
que apoderarse de él. Pero la renuncia a su ser para sí es ella misma la creación de la realidad, y gracias
a ella se apodera, por tanto, inmediatamente, de ésta.

c. Dicho de otro modo, la autoconciencia sólo es algo, sólo tiene realidad en la medida en que se
extraña de sí misma; se pone a sí misma como universal, y esta su universalidad es su validez y su
realidad efectiva. Esta igualdad con todos no es, por tanto, aquella igualdad del derecho, no es aquel
inmediato ser reconocido y valer de la autoconciencia sencillamente porque es, sino que vale porque,
gracias a la mediación del extrañamiento, se ha puesto en consonancia con lo universal.

1 Esta edición ha sido preparada para la clase a partir de las traducciones castellanas de G. Leyva [FCE, 2017], A. Gómez Ramos [Abada,

2010], J. A. Díaz [Siglo del Hombre, 2022], W. Roces, R. Guerra [FCE, 2004] y las francesas de Pierre-Jean Labarrière [Gallimard, 1993,
basada en Bonsiepen y Heede, 1980] y Jean Hyppolite [Aubier, 1941, basada en Hoffmeister, 1937]. Los párrafos y su separación han
sido introducidos en esta edición para clases.
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d. La universalidad privada de espíritu del derecho asume dentro de sí y legitima todo modo natural del
carácter como del ser allí. Pero la universalidad que aquí vale es la universalidad que ha devenido y es
por esto efectivamente real.

[1. La cultura como extrañamiento del ser natural]


3. a. Por tanto, aquello mediante lo cual el individuo tiene aquí validez y realidad es la cultura. La
verdadera naturaleza originaria y la sustancia del individuo es el espíritu del extrañamiento del ser
natural. Esta exteriorización es, por consiguiente, tanto fin como ser allí del individuo; y es, al mismo
tiempo, el medio o el tránsito tanto de la sustancia pensada a la realidad como, a la inversa, de la
individualidad determinada a la esencialidad.

b. Esta individualidad se forma como lo que en sí es, y solamente así es en sí y tiene un ser allí real; en
cuanto tiene cultura, tiene realidad y poder. Aunque el sí-mismo se sabe aquí realmente como este sí-
mismo, su realidad efectiva consiste, sin embargo, en la superación del sí-mismo natural; la naturaleza
determinada originaria se reduce, por tanto, a la diferencia no-esencial de la magnitud, a una mayor o
menor energía de la voluntad.

c. Sin embargo, el fin y el contenido de ésta sólo pertenecen a la sustancia universal misma y sólo
pueden ser un universal; la particularidad de una naturaleza que deviene fin y contenido es algo
impotente y efectivamente irreal; es una especie que se esfuerza en vano y ridículamente por ponerse
en obra; es la contradicción consistente en atribuir a lo particular la realidad que es inmediatamente lo
universal.

d. Por tanto, si de un modo falso se pone la individualidad en la particularidad de la naturaleza y del


carácter, no se encontrarán en el mundo real individualidades ni caracteres algunos, sino que los
individuos tendrán el mismo ser allí los unos para los otros; aquella pretendida individualidad sólo será
precisamente el ser allí supuesto, que, en este mundo, en que sólo cobra realidad efectiva lo que se
exterioriza a sí mismo y, por tanto, solamente lo universal, carece de permanencia.

e. Lo supuesto vale, por tanto, como lo que es, como una especie. Especie [Art] no es, aquí,
exactamente, lo mismo que espèce, "el más temible de todos los apodos, ya que designa la mediocridad
y expresa el más alto grado del desprecio". 2 Especie [Art] y ser bueno en su especie [in seiner Art], son
expresiones alemanas que dan a este significado un matiz honesto, como si no se quisiera decir algo tan
malo o como si, de hecho, dichas expresiones no entrañasen todavía la conciencia de lo que es la
especie y de lo que es la cultura y la realidad efectiva.

4. a. Lo que, en relación con el individuo singular, se manifiesta como su cultura es el momento


esencial de la sustancia misma, a saber, el tránsito inmediato de su universalidad pensada a la realidad
o el alma simple de ella que hace que el en-sí sea algo reconocido y tenga un ser allí.

b. El movimiento de la individualidad que se forma es, por tanto, de un modo inmediato, el devenir de
esta individualidad como de la esencia objetiva universal, es decir, el devenir del mundo efectivamente
real. Este, aunque haya devenido por medio de la individualidad, es para la autoconciencia algo
inmediatamente extrañado y tiene para ella la forma de una realidad fija.

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Del diálogo de Diderot, El sobrino de Rameau. La cita está tomada de la traducción entonces inédita de Goethe, 1805.
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c. Pero, cierta al mismo tiempo de que este mundo es su sustancia, la autoconciencia tiende a
apoderarse de él; y adquiere este poder sobre él por medio de la cultura, que, vista por este lado, se
manifiesta como la autoconciencia que se pone en consonancia con la realidad efectiva en la medida en
que se lo consiente la energía del carácter originario y del talento.

d. Lo que aquí se manifiesta como la fuerza del individuo bajo la que entra la sustancia y, por tanto,
superándose así, es lo mismo que la realización de dicha sustancia. En efecto, el poder del individuo
consiste en ponerse en consonancia con la sustancia, es decir, en exteriorizarse a sí mismo y, por tanto,
en ponerse como la sustancia objetiva que es. Su cultura y su propia realidad son, por tanto, la
realización de la sustancia misma.

[α) Lo buena y lo malo, el poder del Estado y la riqueza]


5. a. El sí-mismo sólo es efectivamente real ante sí como superado. Por tanto, no constituye para él la
unidad de la conciencia de sí mismo y del objeto, sino que éste es para él lo negativo de sí. Por
consiguiente, mediante el sí-mismo como el alma la sustancia es desarrollada en sus momentos de tal
modo que lo contrapuesto anima a lo otro, cada término da subsistencia al otro mediante su
extrañamiento, y asimismo la recibe de él.

b. Al mismo tiempo, cada momento tiene su determinidad como una invencible validez y tiene también
una firme realidad efectiva frente al otro. El pensamiento fija esta diferencia del modo más universal
mediante la absoluta contraposición de lo bueno y lo malo, que, repeliéndose mutuamente, nunca
pueden llegar a ser, de ningún modo, lo mismo.

c. Pero, este ser fijo tiene como alma el tránsito inmediato a lo contrapuesto; la existencia es más bien
la inversión de su determinidad en la contrapuesta, y solamente este extrañamiento es la esencia y la
conservación del todo. Este movimiento realizador y esta animación de los momentos es lo que ahora
tenemos que considerar; el extrañamiento se extrañará a su vez y, por medio de él, el todo se recobrará
a sí mismo en su concepto.

6. a. Hay que considerar primeramente la sustancia simple misma en la organización inmediata de sus
momentos que son allí, pero todavía no-animados. Así como la naturaleza se despliega en sus
elementos universales, de los cuales el aire es la esencia permanente, puramente universal y translúcida
-el agua la esencia siempre sacrificada, -el fuego su unidad animadora, que disuelve siempre lo
opuesto a él, lo mismo que desdobla en él su simplicidad, -y la tierra, por último, el nudo firme de esta
estructuración y el sujeto de estas esencias como de su proceso, su punto de partida y su retornar; -así
también la esencia interior o el espíritu simple de la realidad efectiva autoconsciente se desdobla, como
un mundo, en masas universales, pero espirituales del mismo tipo, -en la primera masa, la esencia
espiritual en sí universal, igual a sí misma, en la segunda, la esencia que es para sí, que ha devenido
desigual en sí, que se sacrifica y se entrega, -y en la tercera, que en tanto que autoconciencia es sujeto
y tiene inmediatamente en ella misma la fuerza del fuego; en la primera esencia es ella consciente de sí
como del ser-en-sí, mientras que en la segunda tiene el devenir del ser para sí a través del sacrificio de
lo universal.

b. Pero el espíritu mismo es el ser-en-sí y para-sí del todo que se escinde en la sustancia como
permanente y en la sustancia como la que se sacrifica y que, asimismo, la recobra de nuevo en su
unidad, tanto como la llama devoradora que la consume cuanto como la figura permanente de ella
misma. Como vemos, estas esencias corresponden a la comunidad y a la familia del mundo ético, pero

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sin poseer el espíritu hogareño que éstas tienen; por el contrario, si el destino es algo extraño a este
espíritu, la autoconciencia es y se sabe aquí como el poder efectivamente real de dichas esencias.

7. a. Debemos considerar estos miembros tanto como son primeramente dentro de la conciencia pura
como pensamientos o siendo-en-sí cuanto como esencias objetivas del modo como son representadas
en la conciencia real.

b. En aquella forma de la simplicidad, la primera esencia, como la esencia igual a sí misma, inmediata
e inmutable, de todas las conciencias, es lo bueno, el poder espiritual independiente del en-sí, junto a la
cual el movimiento de la conciencia que es para sí sólo es algo concomitante. Lo otro, por el contrario,
es la esencia espiritual pasiva o lo universal, en tanto que se abandona y deja que los individuos tomen
de ella la conciencia de su singularidad; es la esencia nula, lo malo.

c. Este absoluto devenir disuelto de la esencia es, a su vez, permanente; así como la primera esencia es
base, punto de partida y resultado de los individuos y éstos son en ella puramente universales, la
segunda es, por el contrario, de una parte, el ser para otro que se sacrifica y, de otra parte, y
precisamente por ello, su constante retorno a sí mismo como lo singular y su permanente devenir-para-sí.

8. a. Pero estos pensamientos simples de lo bueno y lo malo son, asimismo, pensamientos


inmediatamente extrañados de sí; son efectivamente reales y son en la conciencia efectivamente real
como momentos objetivos. Así, la primera esencia es el poder del Estado, la otra es la riqueza.

b. El poder del Estado es, lo mismo que la sustancia simple, la obra universal, -la cosa misma absoluta
[die absolute Sache selbst] en que se enuncia a los individuos su esencia y que en su singularidad sólo
es, simplemente, conciencia de su universalidad; -y es, asimismo, la obra y el resultado simple, del que
desaparece el hecho de provenir del hacer de los individuos; y que permanece como la base
[Grundlage] absoluta y la subsistencia de todos sus actos.

c. Esta sustancia simple etérea de su vida es, mediante esta determinación de su inmutable igualdad
consigo misma, ser, y con ello, solamente ser para otro. Es, por tanto, en sí, de modo inmediato, lo
contrapuesto a sí mismo, riqueza.

d. Aunque ésta es, ciertamente, lo pasivo o lo nulo, es asimismo esencia espiritual universal y también
el resultado en constante devenir del trabajo y de la acción de todos, del mismo modo que se disuelve
de nuevo en el goce de todos. Es cierto que en el goce la individualidad deviene para sí o como
individualidad singular, pero este goce mismo es resultado de la acción universal, a la vez que hace
surgir el trabajo universal y el goce de todos.

e. Lo efectivamente real tiene simplemente la significación espiritual de ser de un modo inmediato


universal. Cada singular supone indudablemente, en este momento, que obra de un modo egoísta pues
es éste el momento en que se da la conciencia de ser para sí y, por tanto, no lo toma como algo
espiritual; pero, aun visto este momento solamente por el lado exterior, se muestra que, en su goce,
cada cual da a gozar a todos y en su trabajo trabaja tanto para todos como para sí mismo, al igual que
todos trabajan para él. Su ser para sí es, por tanto, en sí universal y el egoísmo algo solamente
supuesto, que no puede llegar a hacer efectivamente real aquello que se supone, es decir, hacer de ello
algo que no beneficie a todos.

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Parte B

[β) El juicio de la autoconciencia: la conciencia noble y la conciencia vil]


9. a. En estos dos poderes espirituales reconoce, pues, la autoconciencia su sustancia, su contenido y su
fin; intuye en ello su doble esencia: en una de ellas su ser-en-sí, en la otra su ser-para-sí. Pero la
autoconciencia es, al mismo tiempo, en tanto que el espíritu, la unidad negativa de su subsistencia y de
la separación de la individualidad y lo universal, o de la realidad y el sí-mismo. Señorío y riqueza son,
por tanto, presentes para el individuo como objetos, es decir, como cosas de que el individuo se sabe
libre y entre las que supone que puede optar, o incluso quedarse sin elegir ninguna de las dos.

b. El individuo, como esta conciencia libre y pura, se enfrenta a la esencia como a algo que es
solamente para él. Y tiene, así, la esencia como esencia en sí. En esta conciencia pura los momentos de
la sustancia no son para él el poder del Estado y la riqueza, sino los pensamientos de lo bueno y lo
malo. Pero la autoconciencia es, además, la relación de su conciencia pura con su conciencia real, de lo
pensado con la esencia objetiva, es esencialmente el juicio.

c. De la determinación inmediata de ambos lados de la esencia efectivamente real ha resultado ya,


ciertamente, cuál de los dos es el bueno y cuál el malo; aquel es el poder del Estado, éste la riqueza. Sin
embargo, este primer juicio no puede considerarse como un juicio espiritual, pues en él uno de los
lados se ha determinado solamente como el que es-en-sí o el lado positivo y el otro solamente como el
que es-para-sí y el lado negativo.

d. Sin embargo, como esencias espirituales, cada uno de ellos es la compenetración de ambos
momentos y no se agota, por tanto, en aquellas determinaciones; y la autoconciencia que con ellos se
relaciona es en y para sí; tiene, por tanto, que relacionarse con cada uno de ellos de un doble modo,
desentrañándose así su naturaleza, que consiste en ser determinaciones extrañadas de sí mismas.

10. a. Para la autoconciencia es ahora bueno y en sí aquel objeto en que se encuentra a sí misma y malo
aquél en que encuentra lo contrario de sí; lo bueno es la igualdad de la realidad objetiva con ella, lo
malo su desigualdad.

b. Al mismo tiempo, lo que es para ella bueno y malo es bueno y malo en sí, pues es precisamente
aquello en que estos dos momentos del ser en-sí y del ser para ella son lo mismo; la autoconciencia es
el espíritu efectivamente real de las esencias objetivas, y el juicio la demostración de su poder en ellas,
que hace de ellas lo que son en sí. Su criterio y su verdad no es cómo estas esencias objetivas sean en sí
mismas de un modo inmediato, lo igual o lo desigual, es decir, el ser-en-sí o el ser-para-sí abstracto,
sino lo que son en la relación del espíritu con ellas: su igualdad o desigualdad con respecto a él.

c. La relación entre el espíritu y estas esencias, que, puestas primeramente como objetos, se convierten
gracias a él en el en-sí, deviene al mismo tiempo su reflexión dentro de sí mismas, mediante la cual
adquieren un ser espiritual real; y lo que es su espíritu surge.

d. Sin embargo, así como su primera determinación inmediata se distingue de la relación que el
espíritu guarda con ellas, así también el tercer momento, su propio espíritu, se distinguirá del segundo.
Ante todo, el segundo en-sí de estas esencias, que surge por la relación del espíritu con ellas, tiene que
resultar ya diferente del en sí inmediato, ya que esta mediación del espíritu mueve más bien la
determinidad inmediata y la convierte en algo distinto.

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11. a. Según esto, la conciencia que es en y para sí encuentra, indudablemente, en el poder del Estado
su esencia y su subsistencia simples en general, no solo su individualidad como tal, sino su en-sí, pero
no su para-sí; más bien encuentra en él el hacer, como hacer singular, negado y sometido a obediencia.

b. Ante este poder, el individuo se refleja, pues, dentro de sí mismo; el poder del Estado es para él la
esencia opresora y lo malo, pues en vez de ser lo igual, es sencillamente lo desigual con respecto a la
individualidad. La riqueza, por el contrario, es lo bueno; tiende al goce universal, se entrega y procura
a todos la conciencia de su sí-mismo.

c. La riqueza es bienestar universal en sí; y sí niega algún beneficio y no complace todas y cada una de
las necesidades, esto constituye una contingencia que no menoscaba para nada su esencia necesaria
universal, que es comunicarse a todos los singulares y ser una donadora con miles de manos.

12. a. Estos dos juicios dan a los pensamientos de lo bueno y lo malo un contenido que es lo contrario
del que tenían para nosotros. Ahora bien, la autoconciencia sólo se ha referido, hasta ahora, de un modo
incompleto a sus objetos, pues sólo se ha referido a ellos con arreglo a la pauta del ser-para-sí. Pero la
conciencia es también esencia que es-en-sí y tiene que tomar también este lado suyo como pauta, por
medio de la cual se lleva a término el juicio espiritual.

b. Por este lado, le expresa el poder del Estado su esencia; este poder es, de una parte, la ley estable y,
de otra, el gobierno y el mandato que ordenan los movimientos singulares del hacer universal: lo uno es
la sustancia simple misma; lo otro, el hacer que se anima y mantiene a sí mismo y anima y mantiene a
todos. El individuo encuentra, por tanto, expresados, organizados y actualizados así su fundamento y su
esencia.

c. Por el contrario, con el goce de la riqueza el individuo no experimenta su esencia universal, sino que
adquiere solamente la conciencia precaria y el goce de sí mismo como una singularidad que es para sí
y de la desigualdad con su esencia. Los conceptos de lo bueno y lo malo asumen aquí, por tanto, un
contenido contrapuesto al anterior.

13. a. Cada una de estas dos maneras de juzgar encuentra una igualdad y una desigualdad; la primera
conciencia enjuiciadora encuentra que el poder del Estado es desigual y el goce de la riqueza igual a
ella; la segunda, por el contrario, encuentra que el poder del Estado es igual a ella y el goce de la
riqueza desigual. Se trata de un doble encuentro de igualdad y de un doble encuentro de desigualdad,
de una relación contrapuesta con las dos esencialidades reales.

b. Debemos juzgar nosotros mismos este distinto enjuiciamiento, para lo cual tenemos que aplicar la
pauta ya establecida. La relación de igualdad encontrada de la conciencia es, según esto, lo bueno, la
relación de desigualdad encontrada lo malo; y estos dos modos de la relación deben de ahora en
adelante mantenerse como diversas figuras de la conciencia misma.

c. Al comportarse de diverso modo, la misma conciencia cae bajo la determinación de la diversidad de


ser buena o mala, y no porque tenga como principio el ser-para-sí o el ser-en-sí puro, pues ambos son
momentos igualmente esenciales; el doble enjuiciamiento que ha sido considerado presentaba los
principios separados y entraña, por tanto, solamente modos abstractos de juzgar. La conciencia real,
por el contrario, tiene en ella ambos principios y la diferencia recae solamente en su esencia, o sea en la
relación de sí misma con lo real.

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14. a. El modo de esta relación es el contrapuesto: uno es el comportamiento hacia el poder del Estado
y la riqueza como hacia algo igual, otro el comportamiento como hacia algo desigual.

b. La conciencia de la relación de igualdad encontrada es la conciencia noble. En el poder público


considera lo igual a ella misma, el que la conciencia encuentre en él su esencia simple y el ejercicio de
ésta, poniéndose al servicio de la obediencia efectivamente real y del respeto interior con respecto a él.
Y, del mismo modo, en la riqueza, la conciencia ve lo que le procura la conciencia de su otro lado
esencial, del ser para sí; la considera, por tanto, igualmente como esencia en relación consigo y
reconoce como benefactor a quien debe gratitud a aquel que le ha proporcionado su goce.

15. La conciencia de la otra relación es, por el contrario, la conciencia vil, que mantiene firme la
desigualdad con respecto a las dos esencialidades, que ve, por tanto, en el poder de dominio una traba y
una opresión del ser-para-sí y, por consiguiente, odia al que manda sólo lo obedece con alevosía y está
siempre dispuesto a sublevarse; y en la riqueza, que le lleva al goce de su ser para sí, ve también
solamente la desigualdad, a saber, la desigualdad con respecto a la esencia permanente; como sólo por
medio de ella alcanza la conciencia de la singularidad y del goce perecedero, ama a la riqueza, pero la
desprecia, y con la desaparición del goce, de lo que en sí tiende a desaparecer, ve desaparecer también
su relación con lo rico.

16. a. Ahora bien, estas relaciones expresan solamente el juicio, la determinación de lo que son las dos
esencias como objeto para la conciencia, pero aún no en y para sí. La reflexión representada en el
juicio, de una parte, sólo es para nosotros un poner de una y de otra determinación y, por tanto, una
igual superación de ambas, pero aún no la reflexión de ellas para la conciencia misma.

b. De otra parte, son esencias solamente de un modo inmediato, sin que hayan llegado a serlo, ni sean
en sí mismas autoconciencia; aquello para lo que son no es todavía lo que las anima; son predicados
que aún no son ellos mismos sujeto. En virtud de esta separación, también la totalidad del
enjuiciamiento espiritual se desdobla todavía en dos conciencias, cada una de las cuales se halla bajo
una determinación unilateral.

c. Ahora bien, así como primeramente la indiferencia de los dos lados del extrañamiento -uno el del en-
sí de la conciencia pura, a saber, el de los pensamientos determinados de lo bueno y lo malo, otro el de
su ser allí como poder del Estado y riqueza-, se elevaba a una relación entre ambos, es decir, a un
juicio, así también esta relación exterior habrá de elevarse a unidad interior o a relación entre el
pensamiento y la realidad, haciendo surgir el espíritu de las dos figuras del juicio. Esto acaece cuando
el juicio se convierte en silogismo, en un movimiento mediador en el que surgen la necesidad y el
término medio de las dos partes del juicio.

Parte C

[γ) El servicio y el consejo]


17. a. En el juicio, la conciencia noble se encuentra, pues, frente al poder del Estado, de tal modo que
éste no es todavía un sí-mismo sino solamente, por el momento, la sustancia universal, pero de la que
dicha conciencia es consciente como de su esencia, como del fin y del contenido absoluto.
Relacionándose así positivamente con ella, se comporta de un modo negativo con respecto a sus
propios fines, a su particular contenido y ser allí, y los hace desaparecer.

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b. La conciencia noble es el heroísmo del servicio, -la virtud que sacrifica el ser singular a lo universal
y de este modo lleva esto al ser allí, -la persona que renuncia a la posesión y al goce de sí misma y
actúa y es efectivamente real para el poder vigente.

18. a. A través de este movimiento, lo universal se une con el ser allí en general, del mismo modo que
la conciencia que es allí se forma mediante esta exteriorización en esencialidad. Aquella conciencia al
servicio de la cual se extraña ésta es su conciencia hundida en el ser allí; pero el ser extrañado es el en-
sí; mediante esta formación adquiere, pues, el respeto de sí misma y el de los otros. Y el poder del
Estado, que era solamente, por el momento, lo universal pensado, el en-sí, deviene precisamente
mediante este movimiento lo universal que es, el poder efectivamente real.

b. Sólo es este poder en la obediencia real, que adquiere mediante el juicio de la autoconciencia según
el cual es la esencia y mediante el libre sacrificio de ella. Este hacer, que agrupa la esencia y el sí-
mismo, hace brotar la realidad duplicada; se hace brotar a sí mismo como lo que tiene una realidad
efectiva verdadera y hace brotar el poder del Estado como lo verdadero que vale.

19. a. Pero, por medio de este extrañamiento, el poder del Estado no es todavía una autoconciencia que
se sabe como poder del Estado; es solamente su ley o un en-sí, que vale; no tiene todavía una voluntad
particular, pues la autoconciencia servidora no ha exteriorizado todavía su puro sí-mismo, vivificando
al poder del Estado con ello, sino solamente con su ser; sólo le ha sacrificado su ser allí, pero no su ser-
en-sí.

b. La autoconciencia vale como lo que es conforme a la esencia, es reconocida en gracia a su ser-en-sí.


Los otros encuentran en ella su esencia en marcha, pero no su ser-para-sí; encuentran que se cumple de
ese modo su pensamiento o su conciencia pura, pero no su individualidad.

c. Por tanto, esta, autoconciencia vale en el pensamiento de ellos y es honrada. Es el orgulloso vasallo
que actúa en beneficio del poder del Estado, en la medida en que éste no es una voluntad propia, sino
una voluntad esencial, y que sólo tiene ante sí validez en este honor, solamente en la representación
esencial de la suposición universal, pero no en la suposición agradecida de la individualidad, ya que no
ha ayudado a ésta a elevarse a su ser-para-sí.

d. Su lenguaje, si se comportase ante la voluntad propia del poder del Estado, que aún no ha llegado a
ser, sería el consejo emitido para el bien universal.

20. a. El poder del Estado sigue, por tanto, careciendo de voluntad con respecto al consejo y no decide
entre las diversas suposiciones acerca del bien universal. No es todavía gobierno ni es aún, por tanto,
en verdad, un poder real del Estado.

b. El ser para sí, la voluntad que aún no se ha sacrificado como voluntad, es el espíritu interior
apartado de los estamentos, que, hablando del bien universal, se reserva frente a esto su bien particular
y se inclina a convertir esta palabrería acerca del bien universal en un sustituto de la acción.

c. El sacrificio del ser allí que se lleva a cabo en el servicio, sólo es completo cuando llega hasta la
muerte; pero el peligro de la muerte misma, cuando es superado y se sobrevive a él, deja en que un
determinado ser allí y, por tanto, un para-sí particular, que hace ambiguo y sospechoso el consejo en
pro del bien universal y que, de hecho, se reserva la propia suposición y la voluntad particular frente al
poder del Estado.
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d. Este ser para sí sigue, pues, comportándose de un modo desigual con respecto al poder del Estado y
cae bajo la determinación de la conciencia vil, consistente en que está siempre dispuesta a sublevarse.

21. a. Esta contradicción que el ser para sí tiene que superar, bajo esta forma en que es desigual con
respecto a la universalidad del poder del Estado contiene, al mismo tiempo, la forma de que aquella
exteriorización del ser allí, al consumarse, es decir, con la muerte, es por ella misma una
exteriorización que es, y no una exteriorización que retorna a la conciencia, de que ésta no la sobrevive
y es en y para sí, sino que solamente pasa a lo contrario no conciliado.

b. El verdadero sacrificio del ser-para-sí sólo es, por tanto, aquel en que se entrega, de un modo tan
total como en la muerte, pero manteniéndose igualmente en esta exteriorización; el ser para sí deviene
con ella real, como lo que es en sí, como la unidad idéntica de sí mismo y de sí como lo contrapuesto.

c. Por el hecho de que el espíritu interior separado, el sí-mismo como tal, surge y se extraña, es elevado
al mismo tiempo el poder del Estado a un sí-mismo propio; del mismo modo, sin este extrañamiento,
los actos del honor, de la conciencia noble y los consejos de su intelección seguirían siendo lo ambiguo
que encubriera todavía aquella celada aparte de la intención particular y la terquedad.

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