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CONCLUSIÓN

Como se ha podido apreciar a partir de las lecturas realizadas, no nos equivocamos


cuando aludimos a la complejidad del concepto de representación. A lo largo de
todo este escrito, hemos podido observar cómo se fueron hilvanando las ideas sobre
la representación desde la sociedad estamental del medioevo hasta las nuevas
formas de representación devenidas de la Modernidad. Si bien tanto la concepción
medioeval y la moderna comparten la idea básica que es la de re-presentar como
“hacer presente lo que está ausente”, la propia evolución de las sociedades
modernas ha determinado cambios muy importantes no solo en la analítica del
concepto sino en su instrumentación política. Hoy día el representante no es un
delegado, un vicario, un fiduciario sino que está constreñido, o debería estarlo, por
la persecución del interés común de a quienes representa.

Solemos creer que suena “más” democrático el mandato imperativo por sobre el
representativo porque no consideramos el factor ilusorio que porta el concepto de
representación. A lo largo de las hojas, hemos podido apreciar el carácter ficcional
de la representación tanto estamental como la moderna, y este carácter es propio
del fenómeno social. Estos no son naturales, no son “cosas” como un árbol, una
casa o un planeta, antes bien son construcciones sociales que asumen formas
fenoménicas que son lo que nos posibilita analizarlas y comprender como operan
en la realidad en que se despliega la existencia humana. Lo que no debemos perder
de vista en nuestro análisis es que siempre es la humanidad, la definamos como
queramos definirla, la actriz principal de estas ficciones. En este aspecto, la
democracia directa parece ser la que “mas” se ajusta al principio democrático pero
es imposible llevarla a la práctica en la sociedad del siglo XX y del siglo XXI. Puede
servirnos como Tipo Ideal, como utopía inspiradora de conductas pero todos
sabemos que, en virtud de la complejidad de nuestras sociedades, es imposible

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llevarla a la práctica. Lo que nos queda entonces, y no como resultado resignado,
es la realidad de la democracia representativa implementada a través de las
elecciones que son la clave para entender el tema que estamos analizando. El
modelo representativo, reconociendo su ficcionalidad, es el único posible y esta
realidad debe funcionar como un estimulante, un acicate para el análisis y para la
adquisición de responsabilidad cívica en relación a nuestro derecho a elegir a
nuestros representantes. Será el compromiso cívico el garante de que los
representantes ejerzan la responsabilidad (accontaubility) del cargo.

La idea y la implementación de la representación ira cambiando lenta pero


inexorablemente desde la Baja Edad Media hasta llegar a la Modernidad y, como
sucede con los análisis socio-históricos, nos es difícil precisar si este cambio ha sido
unidireccional, es decir, motivado por los cambios sociales, culturales, tecnológicos,
económicos, etc. propios de una filosofía de la historia o, por el contrario
multidireccional; la sociedad fue cambiando por que fueron cambiando ciertos
paradigmas que impactaron en las conductas de los hombres; dicho en otras
palabras, la sociedad pasó o bien de un sistema representacional estamental a uno
clasista –por llamarlo de alguna manera– porque toda su estructura así lo requería
o la sociedad cambio en virtud de que se implementó una transformación en la
representatividad motivada por la decisión de líderes que lograron imponer sus
intereses.. Esta última acepción, se relaciona con la idea de que los cambios
sociales son resultado de la voluntad de todos/as y que es su accionar el único
responsable, por decir así, de la historia, y la primera idea propuesta entiende que
hay una direccionalidad, una teleología independiente que portan todas las
sociedades y que los cambios son propios de toda formación social y todos/as
acompañan-acompañamos. Nosotros/as nos ubicamos en un punto intermedio
entre las dos teorías; los cambios complejos son difícil de sintetizar en posiciones
dicotómicas. Los cambios socio históricos generalmente responden a múltiples

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causas muchas de las cuales las conocemos a posteriori y después de muchos
años de sucedidos los eventos determinantes. Reducir la complejidad social a dos
polos, nos parece un poco audaz.

La idea que se asentará como paradigma político es la idea de que el ser humano
es un ser independiente y libre por naturaleza y, además, dotado/a de una razón.
En base a su libertad y a su racionalidad, va creando las instituciones que requiere
para cumplir sus intereses. Esta idea, como se puede apreciar, es una idea
netamente moderna y desplazará a las viejas concepciones teológicas en donde el
ser humano es un ser divino y que la razón de Dios sólo es conocida por
iluminados/as que indican qué es lo que deben creer y qué es lo que deben hacer,
y si Dios le da poder al monarca, pues habrá que obedecer el designio divino.

Será con al descubrimiento del Nuevo Mundo y los adelantos técnicos que esta
mirada teológica y sacra del mundo y de la realidad irá cambiando. Nuevos
paradigmas sociales y políticos, se irán estableciendo de la mano de pensadores –
los philosophes Iluministas– que harán su aporte al pensamiento fortaleciendo y
estimulando el surgimiento de la Modernidad. John Locke, Thomas Hobbes, Jean-
Jacques Rousseau, Montesquieu, Saint Simón, etc., inaugurarán una nueva forma
de comprender el mundo y lo que sucede en él y su influencia se deja sentir hasta
nuestros días. La idea fundante de esta nueva forma de encarar los fenómenos y
los acontecimientos sociales será la de contrato: Hobbes y Rousseau.

La idea de contrato, por su parte, no es solamente la idea de que los hombres y las
mujeres transfieren delegando una “porción” de su derecho a autogobernarse –que
significa en otra palabas su libertad– sino que implica igualdad entre todos ellos/as
y, en base a esta igualdad, se funda la idea de la representatividad política. El/a
representante es uno igual a nosotros/as y no un/a superior, pero, la diferencia
sustancial que podemos marcar es que la cesión que hacemos mediante el contrato

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implica un mandato, ya no imperativo sino representativo que implica no solo una
responsabilidad como accontaubility sino la consecución del bienestar general. El/a
representante tendrá para ello, toda la libertad que le indica su buena conciencia;
sólo debe representar a sus representados/as para, produciendo el bien común,
legitimar su mandato.

Hemos visto como, históricamente, los griegos y los romanos tenían alguna idea en
relación a la representación, pero esta idea distaba de la actual. Representar era
re-presentar, hacer presente lo ausente. En este aspecto, será en Inglaterra, EE.UU
y Francia en donde se darán nuevas formas y nuevos contenidos al concepto. Lo
que se puede decir en este aspecto es a la idea de re-presentar se le añadirá la de
actuación libre en nombre de otros/as. En Francia, sobre todo y a partir de los
aportes del abate Sieyes, se instaurará la idea de Nación y los/as representantes,
en consecuencia, si bien son elegidos/as por ciertas características como la
territorialidad, son representantes de toda la Nación, no solo de una parte de Ella, y
los Parlamentos serán la encarnadura de la Nación ante que la del pueblo. No es
menor la incidencia, para la ciencia política y para las ciencias sociales, la
transformación que impulsó el revolucionario francés.

Las experiencias norteamericana, inglesa y francesa, que devinieron del colapso ya


no del sistema feudal sino del absolutismo monárquico, heredaron de este último la
idea de un Estado que se hacía cargo del gobierno y que concentraba poder sin la
mediación de la nobleza, las ciudades y la Iglesia. La Revolución Francesa y, en su
medida la Norteamericana, crearán sus propias instituciones parlamentarias
aprovechando, de alguna manera, ese tipo de absolutismo monárquico que
concentraba en el Estado la mayoría de las funciones políticas, incluida la legislativa
e Inglaterra continuará con su historia parlamentaria de una manera que, si bien no

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estuvo exenta de conflicto y tensiones, tuvo en la construcción de consensos su
clave más eficaz.

Lo que vamos descubriendo a lo largo de este análisis es que la acción de


representar, más allá de nuestra valoración, es una ficción y que esta ficción trae
aparejada un sacrificio, si es que lo podemos plantear de esta manera, que atenúa
la representación propiamente dicha.

Como sostenía Rousseau en relación a la soberanía en el sentido de que no se


puede delegar, tomando prestado este razonamiento, el mecanismo representativo
nunca puede ser total; si es posible la representación lo es mediante el artificio
ficcional y lo es en un modo que no contempla la totalidad de lo que caracteriza a
los seres humanos, como “yoes-singulares” sino que hace abstracción de algunas
de las características para que las que quedan sean las que serán representadas.
Es por este artificio que se logra la representación y si bien somos conscientes que
no suena ni muy republicano ni muy democrático, debemos enfatizar que no es
posible, en ciencias sociales, la búsqueda de la perfección sencillamente porque
ella es también un artificio. En política debemos tener en cuenta mucho más la
posibilidad, es decir la pragmática, que la teorética sin por ello impugnarla.

De lo que se trata en definitiva, es de analizar qué es la representación política y los


modos de implementarla en una compleja sociedad como la actual y, por lo que
hemos analizado, proponemos la idea conceptual de que toda representación
política es una representación atenuada ya que, al ser imposible representar toda
la singularidad humana –en base a la idea de Rousseau que hemos esgrimido- se
eligen solo algunas de ellas que son funcionales al sistema político representativo.
Un ejemplo que nos ilustra sobre esta cuestión, se funda en la denominada paridad
de género. Este concepto hace alusión a que es necesario para el desarrollo de la
democratización de la sociedad y para el logro de la igualdad de oportunidades para

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“todos y todas” que la composición parlamentaria este compuesta de forma paritaria,
es decir, un cincuenta por ciento de varones y un cincuenta por ciento de mujeres.
En este caso, la representatividad está fundada casi exclusivamente en la cuestión
de género a la que se le suma la territorialidad no por derecho propio sino porque
así lo establece el sistema electoral. Se sacrifica así, características como edad,
etnia y otras dimensiones sociales y se privilegia la característica común de género.
Este ejemplo nos sirve para ilustrar el concepto de representatividad atenuada tal
como lo entendemos y no valorizamos si está bien o está mal. 1

Un tema que nos parece importante incluir en esta conclusión se funda en la


perspectiva inaugurada por el abate Sieyes el 17 de junio de 1789. En esta
oportunidad, el abate propuso cambiar la denominación de la asamblea de los
Estados Generales a Asamblea Nacional.

En el Antiguo Régimen francés, se llamó Estados Generales a la reunión de los


distintos representantes de la sociedad francesa que eran convocados por algún
problema particular. Podemos comparar esta institución con la Dieta prusiana, el
Parlamento inglés y las Cortes españolas. Lo que es importante mencionar es que
en los Estados Generales estaban representadas las personas de la sociedad de
acuerdo a un orden estamental aunque no a la manera medieval sino en una
especie de hibridez pre-moderna.

El aporte de Sieyes, por decirlo de alguna manera, estriba en que, al cambiar la


denominación de Estados Generales a Asamblea Nacional, surge con fuerza la idea
de Nación antes que de pueblo, y este cambio afectará al sentido de la
representación. Las asambleas así constituidas, representan a la Nación y no al

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Obviamente que dejamos de lado el debate en sí mismo pero sí debemos decir que nos oponemos a
cualquier forma de discriminación ya sea por género, por edad, por ideas religiosas, etc. Solo el tiempo nos
brindará la posibilidad de evaluar si la convocatoria a la paridad de género logra disminuir la brecha injusta
que existe entre hombres y mujeres.

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pueblo aunque, como se vio, prontamente serán las asambleas del pueblo de la
Nación. Este cambio no es menor en nuestro análisis porque se verifica en él el
sentido de la convocatoria a los representantes no ya como pueblo de un
determinado distrito sino como representantes de una Nación indivisible. En este
aspecto, cabe señalar el aporte de Edmund Burke en su famoso discurso a los
electores de Bristol.

Si los representantes son de la Nación y a posteriori lo son del pueblo, va de suyo


que Nación congregará a pueblo siendo este último un concepto subordinado, al
menos políticamente. Se revierte aquí el ideal roussoniano y se fortalece la ficción
representativa ya que una Nación es, en palabras de Benedict Anderson “una
comunidad políticamente imaginada como inherentemente limitada y soberana”2

Al entronizarse la idea de Nación, se desvanece la idea de pueblo configurándose


en términos de clases y de intereses de clases el nuevo régimen que surge de la
Revolución Francesa. Cabe mencionar en este aspecto, que el abate Sieyes era un
diputado por el Tercer Estado; justamente su libro ¿Qué es el Tercer Estado? ayudo
no solo a entender su pensamiento sino todo el proceso que estamos analizando.

Lo que propone Sieyes con este cambio de denominación es instaurar un Estado


liberal y, para ello, se necesita la sanción de una Constitución escrita. Para lograr
este objetivo redacto el llamado Juramento del Juego de Pelota, denominado así
porque al serle impedido el ingreso a los diputados por el Tercer Estado –también
conocido como Estado Llano- tuvieron que reunirse en la cancha del juego de pelota
del hotel Menús Plaisir. Con este cambio, queda definitivamente sellado para el
nuevo régimen, no solo su ordenamiento constitucional sino también el sentido de
la representación política. Ya no serán diputados del pueblo –el antiguo Estado

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Anderson, Benedict (1993): Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del
nacionalismo. FCE. México. Página 23.

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Llano- sino que ahora serán diputados de la Nación y uno solo de ellos representará,
por extensión, a todos los ciudadanos. Las bases del nuevo Estado están ya
fuertemente cimentadas. La Asamblea Nacional es la Nación reunida y los
diputados elector –verificados- son su encarnadura.

La experiencia independentista norteamericana también hará su aporte sobre todo


ligando la idea de representación con ciudadanía y con interés. Los colonos de las
colonias de Norteamérica, no sentían que sus intereses estuvieran bien
representados en la metrópoli y por ello iniciaron su revolución. Se debe destacar
que esta revolución no es una revolución de estructuras sino que es una revolución
independentista en tanto que la francesa planteo la modificación radical del régimen
político, incluso y como dato ilustrativo, cambio el nombre de los meses. Lo que
querían los colonos norteamericanos era que sus intereses fueran considerados y,
para ello, se independizaron y, al hacerlo, crearon un nuevo régimen –igual que
harían los franceses unos años después- cuya armazón burocrática ya no sería una
monarquía parlamentaria como la inglesa sino un presidencialismo con un Poder
Ejecutivo fuerte que contuviera las tendencias centrífugas que pudieran haber
ocurrido.

Todo este proceso que estamos describiendo no estuvo exento de tensiones,


incluso de violencia –el llamado Terror en Francia- que fueron producto de dos
posiciones opuestas; los girondinos y los jacobinos en Francia y los Federalistas y
los Antifederalistas en EE.UU. Nos parece que en el juego entre estas dos
facciones, se encuentra la clave para entender el modelo triunfante; es la posición
moderada y no la radical la que logra institucionalizarse y, al hacerlo, consolida un
modelo político que logra producirse y reproducirse. Este triunfo, si lo podemos
plantear así, se sintetiza en la posición de Sieyes en Francia y en Hamilton en los
EE.UU; triunfa el modelo nacional por sobre el popular, el federalista por el

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Antifederalista y es la república la que sale fortalecida. Todo el siglo XIX, hasta la
Comuna de París, será el escenario en donde continuarán estas tensiones. No
podemos entender la sociedad actual sino captamos su genealogía. El modelo
triunfante es una versión de las ideas modernas pero en su versión racional que
considera al individuo –y no a la persona- como el nuevo actor social. Los girondinos
y los federalistas son herederos del Iluminismo desde una versión individualista
antes que colectivista y comunitaria y es por ello que apelan a la Nación ante que a
pueblo, y a la República antes que a la democracia. En la síntesis de esta dialéctica
al modo hegeliano, se encuentra la clave para entender la sociedad actual.

Otro aspecto que nos interesa destacar y que hemos analizado previamente, es que
la mirada triunfante es una “concepción del mundo” (weltschauung) y que,
obviamente, tendrá efectos sobre ese mundo.

Las representaciones, ahora desde la mirada semiótica, no son ingenuas; por el


contrario, tienen “efecto-mundo” es decir, lo crean. Lamentablemente para la
comprensión, la misma palabra designa dos fenómenos que si bien están ligados,
difieren un poco en su semántica. En este caso, hablamos de representación como
imagen y no tanto como hacer presente lo ausente.

Esta concepción del mundo que triunfa en Francia y en EE.UU y que tiene directa
injerencia en nuestro análisis, es la que logra construir el mundo actual con sus
aciertos y sus tensiones y por eso nos parece que es importante incluirla en las
conclusiones. No es que los fenómenos históricos se dan por casualidad o por azar
–aunque tampoco podemos descartar rápidamente que intervengan- sino que es
posible advertir cierta producción humana en ellos no a la manera de un
voluntarismo racional sino a la manera de un pragmatismo; es el hombre quien hace
la historia pero no necesariamente la planifica. Lo cierto, y es lo que queremos
indicar, siempre habilitando el debate y dejando planteadas las dudas, es que las

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posiciones políticas que logran triunfar en la historia, determinan una concepción
del mundo y que quien lo construye es quien lo institucionaliza. Obviamente, no es
ajeno en este análisis la cuestión del Poder. Quien logra que su concepción del
mundo se institucionalice, tendrá mayor posibilidad de dominación en el sentido
weberiano que define a este concepto como la “capacidad de obtener obediencia”
no como la de imponer su voluntad. De esta manera, creemos que estamos
brindando una clave hermenéutica para la interpretación de la actualidad.

Lo que nos fue quedando claro en nuestro análisis es que ciertamente la historia y
la filosofía de la historia deben ser tenidas en cuenta a la hora de comprender ciertos
fenómenos. Lo que podemos extraer en este aspecto, y más allá de la genealogía
que hemos hecho, es que la representación es efectivamente una ficción y que, más
allá de las tensiones y los conflictos que hemos enunciado, triunfa un modo de esa
ficción que entronizará en la representación de la Nación su núcleo figurativo más
denso y, al hacerlo, configurará un modo de gestión que no puede evitar la
representación política porque ésta no solo le es funcional para producir y reproducir
la nueva sociedad sino que también es la que otorga legalidad y legitimidad
produciendo gobernabilidad.

Pero que digamos que es una ficción no implica un juicio negativo o una
desvalorización. Sabemos que, si es cierto que hay una filosofía de la historia y que
la historia es, sabemos también que muchos fenómenos sociales son diferentes a
los naturales. Nuestras instituciones –matrimonio, Estado, familia, educación,
mercado, etc.- son construcciones sociales devenidas de procesos históricos y lo
que es “natural”, permítasenos poner este concepto entrecomillado para distinguirlo
de lo que considera la biología, es la tendencia a esta misma construcción social.
Si una manzana tiene un crecimiento natural en un árbol y su desarrollo no necesita
de la acción humana, va de suyo que no podemos utilizar la misma metodología ni

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la misma epistemología para comprender –y explicar si fuera posible- el desarrollo
del Estado, del Estado-Nación, del Parlamento representativo, etc. Para el espíritu
con que estamos haciendo este curso no es lícito valorar ni juzgar si no tan solo
describir y comprender los procesos sociales e históricos y por ello decimos que no
debemos entender la ficcionalidad que le atribuimos a la representación política
desde un aspecto negativo. A nosotros nos anima un espíritu docente antes que
polémico.

En este punto, y a tono con lo que estamos diciendo, para Thomas Hobbes, la
representación es también una ficción. En su texto El Leviatán lo dice expresamente
cuando explica el origen etimológico del término que hace alusión a disfraz, a
máscara, a antifaz y, el ejemplo que utiliza para sostener sus ideas es el del actor.
En escena, un actor representa un papel y, para hacerlo, utiliza una máscara.
Cuando actúa, lo hace “como” (qua) el personaje que representa pero, sin embargo,
no puede desprenderse de su cuerpo; él sigue siendo él pero re-presentando a un
personaje que es el que ve el público. Aquí podemos notar claramente que, para
que la ficción se establezca, debe haber un acuerdo tácito con el público que asiste
a la representación; los niños, que no necesariamente acuerdan, pueden poner en
duda la representación o confundirla con la realidad; el adulto racional –y
destacamos la racionalidad implícita- o acuerda tácitamente en aceptar que el actor
está representando una ficción o duda de ella y no participa como espectador sino
como otra cosa.

Vemos que Hobbes percibió claramente este aspecto ficcional que tantos
problemas nos trae a la comprensión del fenómeno. Lo que nos sirve de Hobbes es
que ese acuerdo tácito se torna no solo un vínculo sino, en el caso de la
representación política, en un mandato aunque esto no es analizado por el filósofo
inglés. Creemos que no es casual que sea Hobbes el primero, o uno de los primeros,

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de iniciar el análisis sobre la representación política y esto es así porque es en
Inglaterra en donde se irá dando una evolución gradual pero sostenible en el tiempo
de las formas de representación política parlamentaria habida cuenta de la
historicidad de su Parlamento y también porque es uno de los autores llamados
contractualistas; por medio de este contrato –para Rousseau será el contrato social-
hacemos “algo” para y por el representante; ese “algo” es la cesión del derecho de
autogobernarnos y lo cedemos en la persona del representante.

Lo que nos aporta Hobbes es como se da la autorización –por denominarla de


alguna manera- de los muchos a uno solo o a un grupo menor de los muchos. Al
hacerlo, confirmamos la ficcionalidad pero también que solo en base a una igualdad
es que se da esta cesión y, como esa igualdad es también una ficción ya que es
evidente que todos somos desiguales, no se puede realizar esta cesión sino es a
través de una reducción o un sacrificio de ciertas cualidades. De entre todas las
dimensiones sociales que nos caracterizan y nos singularizan, se elegirán
solamente algunas y que serán las características que debe respetar, por decir así,
el representante; me representa porque soy un ciudadano-habitante de una nación
y porque soy hombre-productor y no porque soy morocho, rubio, alto, bajo, católico,
protestante, etc. las claves de la representación no serán las cualidades singulares
que nos hacen ser seres únicos e irrepetibles, sino aquellos aspectos común-
identitarios (comunitarios) susceptibles de representación política. Parece una
paradoja, pero creemos que no lo es, que una sociedad que se legitima a sí misma
entronizando al individuo, deba reconocerlo como partícipe de una comunidad o de
un conglomerado colectivo para lograr la legalidad necesaria para establecer dicho
vínculo. Si no existiera este reduccionismo, sería imposible la representación debido
a la especificidad singular de cada uno de nosotros; si soy irrepetible, soy
irrepresentable, solo lo puedo ser si soy un igual a todos.

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A partir de este razonamiento es que se impugnará, tal como lo sostiene Edmund
Burke, el mandato imperativo; el representante, al representar las características
colectivas y hacer abstracción de las singulares, debe actuar según le indica su
conciencia y su razón. Pero a este razonamiento le falta una clave más porque hasta
ahora no hemos ligado el accionar del representante con el representado. Esta
ligazón opera obligando al representante a actuar buscando el bien común,
proveyendo al interés general y no sola y exclusivamente su interés persona; he
aquí, entonces, la ligazón legitimadora de la cesión del derecho a autogobernarme
en mi representante. Se desprenderá de esta obligación moral, la responsabilidad
como accountability.

Ahora bien ¿cómo es que el representante llega efectivamente a serlo? La clave en


el Estado Moderno Representativo está en la elección. Es por medio de
procedimientos electorales que se consuma la cesión implícita en el contrato social
y, para que esto sea posible, se fortalece la idea de igualdad entre los ciudadanos
ahora como electores.

Más allá de los sistemas electorales –uninominales, proporcionales, distritales, etc.-


son los electores quienes, en el mismo acto electoral, hacen prevalecer su
soberanía la que caducará en el mismo momento en que se emitió el voto. Es por
medio de este acto, que materializa una específica ficción, que el ciudadano cede
su derecho a autogobernarse y lo transfiere a su representante. Es este momento,
repetimos, en donde el soberano dispone verdaderamente de su soberanía que
caduca el momento de ejercerla.

Como nos indica el análisis que hemos realizado, no podemos soslayar, sobre todo
en el caso de Francia e Inglaterra, que estos países son mucho más homogéneos
desde la perspectiva étnica que, por ejemplo, los EE.UU y Sudamérica. En el caso
de los EE.UU, la colonización supuso la anulación de las diferencias raciales de las

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poblaciones indígenas originarias y también la población negra esclavizada que no
alcanzaron el estatus ciudadano y, por ende, la representación política. Lo mismo
sucederá en Argentina. Recién con la modificación constitucional de 1994, se
reconocerá la preexistencia étnica de las poblaciones originarias tal como indica el
inciso 17 del artículo 75°. Es esencial, por lo menos al inicio de la instauración de
nuevo régimen, que existe una homogeneidad social porque hace más fácil la
representación. Si el Estado que se instituye debiera reconocer tensiones raciales,
religiosas, culturales, etc., sería mucho más dificultoso establecer consensos a la
hora de legislar. El caso del imperio zarista nos puede servir de ejemplo; al caer la
dinastía Romanov en 1917, se suscitaron diversos conflictos étnicos entre las
nuevas repúblicas soviéticas que fueron disciplinadas violentamente por José
Stalin. El caso de Inglaterra pero también el de Francia, indica que la homogeneidad
social hace más fácil la universalidad igualitaria que posibilita la representación
política.

Otro de los puntos que debemos incluir en nuestra conclusión es el cómo se da la


representación es decir, el modo en que son elegidos los representantes. Esta
cuestión está directamente vinculada al régimen electoral que será responsable, por
decir así, del cómo se eligen los representantes. No vamos entrar, pues no es
pertinente a la temática desarrollada, en el análisis de los diferentes sistemas
electorales, esto será motivo de otro curso. Lo que nos interesa destacar en estas
conclusiones es que, en los regímenes que estamos estudiando, que son las
democracias parlamentarias, las instituciones sociales encargadas de presentar los
candidatos a los cargos electivos –en nuestro país, legisladores del nivel nacional,
provincial y local, gobernadores, vicegobernadores, presidente y vicepresidente-
son los partidos políticos.

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En lo que respecta al Poder Legislativo, es muy importante comprender la función
que cumplen los bloques políticos ya que la representación en las Comisiones de
asesoramiento se realizará de acuerdo a la composición partidaria. También es
importante entender cómo se conforma la Comisión de Labor Parlamentaria
presidida por el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación que es la que
elabora la Orden del Día de las sesiones ordinarias en cuyo seno participan los jefes
de bloques con representación parlamentaria.

En los ordenamientos constitucionales que hemos estado analizando, los partidos


políticos no solo proponen los candidatos para que ocupen los cargos sometidos a
elección sino que son, al mismo tiempo, los intermediarios entre la base ciudadana
con capacidad electoral y el Estado representativo. De más está decir que, la
transformación de estas organizaciones sociales y políticas impactará seguramente
en la composición representativa; si antiguamente los partidos políticos eran de
notables y hoy o bien son de masas o son semi profesionales, al presentar sus
candidatos que ya no representan lo que representaban antaño cambiará, de hecho,
la representatividad. Difícilmente el representante de un partido obrero, al ser un
representante corporativo, represente a la Nación sino a un grupo particular de Ella
y lo mismo podemos decir sobre un representante de una corporación económica.

Lo que podemos ir viendo, desde mediados del siglo XX hasta la fecha, es que la
transformación de los partidos políticos, su evolución, su desideologización, etc.,
impacta en la representatividad implícita adherida en ellos. La representación de
intereses, el carisma del candidato, etc., es ahora la razón vinculante con el
electorado y no la ideología como sucedía, por ejemplo, con los partidos de la clase
trabajadora tanto en nuestro continente como en Europa. La historia de la
socialdemocracia y la del socialismo, nos brindan pistas para comprender lo que se
está diciendo. Estos son cambios que deben ser estudiados científicamente no solo

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para comprender los fenómenos actuales sino para avizorar al menos, su desarrollo
futuro.

Otro de los temas que no debemos dejar pasar, se relaciona con la evolución de la
institución parlamentaria. A medida que la sociedad se va transformando por el
cambio social, cambiarán las instituciones que las conformas no necesariamente
cambiando sus nombres pero sí sus sentidos. El caso típico son los partidos
políticos que están dejando de ser lo que eran, en términos de integrantes, historia,
ideología, etc. Hoy los partidos políticos son otro tipo de instituciones que las que le
dieron origen sin embargo siguen siendo los articuladores entre el Estado y la base
electora pero obviamente su cambio ha impactado en su capacidad representativa.
Si las clases sociales se han licuado, ya no podemos hablar de partidos de clases
y estas organizaciones han licuado también su homogeneidad; hoy encontramos en
los partidos que se definen como de clase trabajadora mucho más intelectuales y
estudiantes universitarios que proletarios específicamente hablando.

En lo que respecta a nuestro país, con la modificación constitucional del año 1994,
también es posible advertir un cambio en la representatividad política. Al
fortalecerse la institución presidencial a expensas de la parlamentaria, la ciudadanía
va perdiendo confianza en los parlamentos y fortalece la figura presidencial
propendiendo al caudillismo que, no está de más decirlo, es una institución propia
de nuestros regímenes latinoamericanos, aunque Europa no está exenta de este
fenómeno.

Si la confianza electoral estará depositada en una sola persona, que ocupa el Poder
Ejecutivo y no en un cuerpo colegiado como son los Parlamentos, debemos
encontrar los nuevos clivajes para realizar un análisis más ajustado con la realidad.
Luego, no es menor el impacto que puedan tener nuevas formas de
representatividad política impulsados por la revolución científico-técnica sobre todo

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a nivel de las comunicaciones. El auge de la red, de la web y de los nuevos
dispositivos comunicaciones, posiblemente desplacen las tradicionales formas de
participación política y emerjan novedosas formas que también deberán ser
analizada.

Como se puede observar, no todo está dicho en relación a la representatividad,


sigue conservando la complejidad de origen a la que se le deben sumar las nuevas
realidades complejas en que el concepto está inserto. Posiblemente, este será tema
para un próximo curso.

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