Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
128 A Burnout
128 A Burnout
BURNOUT
#128 | Evitando el burnout
EL CAPÍTULO
EN UN VISTAZO
| INTRODUCCIÓN
Los más perspicaces notarías que la semana pasada no hubo capítulo de kaizen.
Me obligué a que no lo hubiera. Me obligué a no trabajar en el podcast en
Semana Santa. Bueno, a no grabar, que lo de darle vueltas a la cabeza y apuntar
ideas es algo que no sé evitar del todo. Entre esas vueltas y esas ideas, pensé en
hacer un capítulo un poco más personal.
Una de las preguntas que más me hacéis quienes escucháis el podcast es cómo
me las apaño para gestionar mi tiempo, aunque cuando profundizamos un poco lo
que normalmente hay detrás de esa pregunta es más bien: «¿cómo haces tantas
cosas?». Y cuando respondo, noto la decepción de la otra persona, cuando digo
que «hago tantas cosas con mucho sufrimiento» o «voy con el agua al cuello todo
el día». Vamos, que no creo ser un buen ejemplo. Lo cual me confirmó una amiga
hace unos días, que me dijo que ve los vídeos de Nada Que Ganar en Youtube y
que le parecía que yo tenía cada vez más ojeras. Desde aquí, muchas gracias por el
piropo, Sara.
En fin.
Es cierto que con los años he aprendido a ser eficiente, a aprovechar muy bien el
tiempo que dedico a un tema, a ser organizado y a gestionar razonablemente bien
mis niveles de energía y mi concentración. De todos esos temas hemos hablado en
el podcast y seguiremos haciéndolo. Pero hay un aspecto que quizás no hemos
tratado tanto, la cara B de mucho de esto. Y es que todo tiene un precio.
Por eso - y tal vez a modo de autoterapia - he pensado que puede ser útil compartir
contigo algunas reflexiones que me he hecho con los años para seguir intentando
lidiar con ello. Antes de nada, tengo que decir lo obvio: esto no son consejos
médicos, ni psicológicos. El primer consejo de todos es que, si crees que estás en el
punto de necesitar ayuda, la busques con un profesional. Lo que te voy a contar es
simplemente lo que creo que he aprendido lidiando con el precio que a veces
pagamos por querer hacer demasiadas cosas. Y ojalá te sea útil. Pero empecemos
por el principio: ¿qué es la resiliencia en realidad?
| RESILIENCIA
¿Lo tienes?
Pues bien, escondido en esos ejemplos que te acabo de contar hay otro matiz
importante; y es que todo tiene un límite. En la carrera me enseñaron un modelo
mental que encaja perfectamente aquí: la tensión de ruptura. En mi caso, me
enseñaron que a partir de un determinado voltaje un aislante perdía sus
propiedades y se transformaba en un conductor. Pero existen conceptos similares
para casi todo: el punto de rotura de un material como el acero es la máxima
tensión a la que podemos someterlo antes de que se parta.
Así que quizás uno de mis primeros aprendizajes en este tema tuvo que ver con
esto: para ser auténticamente resilientes no basta con tener formas de
recomponernos o de rebotar, que luego te contaré algunas de las mías, sino que
también necesitamos maneras de identificar nuestros puntos de ruptura y cómo
de cerca o de lejos estamos de ellos en un momento dado.
Además hay otro factor fundamental: todos somos diferentes, cada uno de
nosotros tiene puntos de ruptura distintos. Es más, por ser diferentes lo somos
Hay al menos un par de técnicas que a mí me parecen útiles para esto y además
son bastante complementarias. La primera tiene que ver con medir de manera
regular nuestro nivel de energía y de satisfacción con el trabajo o con lo que sea
que creemos que puede quemarnos. Ya te he contado que yo tengo un sistema de
KPIs personales bastante friki en el que me marco objetivos anuales como
cuantas películas ver, cuántos libros leer o cuánto ejercicio hacer y cada semana
actualizo y veo cómo voy. Pues desde hace un tiempo, entre esas medidas incluyo
cosas como cuál es mi nivel de energía, de 0 a 10, o mi satisfacción con el
trabajo o con otras partes de mi vida. Son medidas completamente subjetivas. Y
la mayor parte del tiempo no hago nada al respecto, simplemente lo apunto y como
mucho añado un comentario de por qué he puesto esa nota en la hoja de cálculo
que uso para hacer el seguimiento. Pero el mero ejercicio de obligarme a revisarlo
creo que es útil, porque me permite tener ciertas conversaciones conmigo
mismo cuando encadeno varias semanas de puntuaciones bajas.
La otra técnica es mucho más visual y sirve precisamente para obtener esa
puntuación en cualquier momento. Toma una hoja de papel. Y dibuja en el centro
de ella la forma de una letra «U» mayúscula, muy grande, lo más grande que te
quepa en la página. Imagina que eso es un depósito, como de agua o de gasolina.
Ahora piensa en tu nivel de energía y pinta una raya horizontal dentro del depósito,
a la altura a la que creas que está tu nivel actual. ¿Está lleno? ¿Casi vacío? ¿O tal
vez a la mitad?
Dibuja ahora un tubo que entra por la parte superior de la U, un grifo que llena el
depósito. Y piensa, de las actividades que haces en tu vida, ¿qué llena el depósito?
Mientras escribo esto, una parte de mi cerebro, la más cínica, no para de repetirme
que «menuda cursilada». Y tal vez lo sea. Y quizás no sirva para todo el mundo,
pero al final es una forma como otra cualquiera de obligarte a reflexionar sobre
cómo estás y qué puedes hacer para mejorar. Y eso creo que nunca está de más.
| TÉCNICAS
Muy bien, se supone que ya tenemos identificado nuestro nivel actual de energía,
pero eso es sólo una parte. En el fondo lo que a todos nos gustaría es construir
una mayor resiliencia. Y aunque no te puedo garantizar que nada de lo que te voy
a contar vaya a servirte, porque se basa en mi propia experiencia y en lo que he
podido leer al respecto, espero que al menos pueda inspirarte para encontrar tu
propio camino.
Enseguida comentaremos un poquito más de las tres, pero no puedo evitar decirte
lo mismo que pensé al respecto: que esto está muy bien y ahora veremos cómo
sacarle partido, pero que si te fijas esas tres C son seguramente las mismas que
muchas veces nos queman. Porque perseguir retos, comprometernos a conseguir
cosas o intentar mantener el control sobre todo, son recetas estupendas para
abarcar más de lo que podemos. Así que creo que es importante matizar lo que
significa cada una de ellas, al menos para mí.
Lo cual me lleva a la tercera C, la del control, donde quiero que nos detengamos
un poco más porque hay varios matices que para mí son importantes. El primero es
que esto no va de estar siempre en control de todo, sino de enfocar nuestras
energías en aquello que realmente está bajo nuestro control y aceptar lo que sea
que no lo está. Esto es lo que en psicología se llama locus de control, que es
dónde localizas, dónde crees que está, la causa de lo que te sucede. O dicho de otra
manera, tienes un locus de control interno cuando percibes que aquello que
vives y cómo lo vives depende de ti y de tus acciones y de tu forma de
afrontarlo. Y tienes un locus de control externo cuando crees que no tienes
capacidad de influir en ello. Y puede parecer una tontería, porque todos sabemos
que el azar y la suerte juegan un papel enorme en nuestras vidas, pero la resiliencia
se construye muchas veces desde el convencimiento de que pase lo que pase
puedes influir en ello o, al menos, en cómo te afecta. No me voy a enrollar mucho
más sobre el tema, pero no me resisto a repetir algo que he dicho muchas veces:
que es la importancia que tienen nuestras conversaciones con nosotros mismos. Si
quieres ampliar sobre el tema, te recomiendo uno de mis capítulos preferidos de
kaizen: el 93, en el que te hablé de un texto maravilloso de David Foster
Wallace llamado Esto es agua.
Más allá de las conversaciones con nosotros mismos, ese locus de control interno
tiene que ver también con ante un problema no enfocarnos en las causas o en sus
efectos más allá de lo imprescindible para entenderlo y poner nuestra energía en
buscar soluciones. Y si fallan esas en buscar otras. Y así constantemente.
Eso sí, hay versiones reducidas de una sesión de meditación que pueden ser muy
útiles en determinados momentos, como por ejemplo, algunas técnicas de
respiración. Empezando por algo tan básico como una respiración 4-7-8, es decir,
4 segundos inhalando (y contándolos mentalmente), 7 manteniendo la respiración
y 8 exhalando. Repetir esa dinámica varias veces seguidas nos enfoca en el
ejercicio en sí mismo y nos ayuda a calmar la tormenta de pensamientos que se
suele desatar en nuestra cabeza cuando nos vemos sobrepasados. Ésta es una
forma muy sencilla y hay otras técnicas más elaboradas. Algunas bastante curiosas
que no sé si recomiendo, como una que nos explicaron en esa formación que
consistía en pulsar repetidamente en un punto muy concreto del dorso de la mano
derecha mientras seguías una rutina que iba desde respirar profundamente, hasta
mover los ojos en círculos a lo Marujita Díaz y tararear una canción. Yo creo que se
estaban cachondeando de nosotros, la verdad.
Ahora piensa, ¿qué otra reacción, qué otra conversación podrías tener contigo
mismo o contigo misma? ¿Con qué otro pensamiento podrías sustituir a esos que
te asaltan automáticamente? Por ejemplo, podrías recordarte, lo bien que te sientes
cuando haces feliz a tu pareja. E intentar usar ese recordatorio como una especie
de mantra, una frase que repetirte cuando sientas que ese tipo de situaciones te
están desbordando.
Esto no va sólo de aguantar, en este ejemplo, por supuesto que puedes hablar con
tu pareja e intentar que tenga un comportamiento distinto. Pero en general,
siempre nos vamos a encontrar con situaciones en las que no controlamos lo
que sucede alrededor, pero sí podemos controlar nuestra propia reacción.
Yo llevo un tiempo usando una frase muy sencilla, son sólo tres palabras, que me
repito cuando veo que puedo acabar discutiendo por una tontería con personas a
las que quiero. Empecé a hacerlo cuando me di cuenta de que en unos años esa
discusión no importará nada, pero que el tiempo que perdamos peleándonos no lo
recuperaremos. Que, en el futuro, lo único que valoraremos son los recuerdos que
nos despierten una sonrisa. Como te digo, es una frase muy simple y bastante cursi,
pero a mí me funciona, así que - aún a riesgo de que acabemos vomitando
arcoiris - la comparto contigo por si te inspira: «construye buenos recuerdos».