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# 110 JOSH WAITZKIN Y EL

APRENDIZAJE
#110 | Josh Waitzkin y el aprendizaje

EL CAPÍTULO
EN UN VISTAZO

Josh Waitzkin es un genio del aprendizaje. Niño prodigio del


ajedrez, dejó de competir cuando se hartó de la atención que
suscitaba a los 18 años y se dedicó a desarrollar otras disciplinas
como el Tai Chi Chuan (donde llegó a ser campeón del mundo), el
Jiu Jitsu Brasileño y el foiling, una versión moderna del surf. Hoy
se dedica a formar a ejecutivos en el aprendizaje continuo, la
gestión de su tiempo y su energía y en cómo maximizar su
rendimiento y su creatividad. Su trabajo se centra principalmente
en dos áreas: el aprendizaje acelerado y el rendimiento
máximo.

Dentro del aprendizaje acelerado, se basa en técnicas como la


práctica deliberada, invertir en la pérdida y en una psicología
basada en desarrollar un locus de control interno.

Él intenta conectar el consciente y el inconsciente como forma


tanto de acelerar su aprendizaje como de activarlo en momentos
de rendimiento máximo. Para ese rendimiento máximo, intenta
desarrollar mecanismos para entrar de manera inmediata en un
estado de flow, a través de la arquitectura de su tiempo - es decir,
cómo diseñar sus días para aprovechar los momentos de máxima
creatividad.

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| INTRODUCCIÓN

Si kaizen va sobre el aprendizaje continuo, no podía faltar al menos un capítulo


dedicado a uno de los mayores aprendedores que yo he encontrado en mi vida.
(Sí, la palabra aprendedor existe, he tenido que buscarla). Hoy vamos a profundizar
en un personaje del que te he hablado en más de una ocasión.

Su nombre es Josh Waitzkin y fue 8 veces campeón de ajedrez de Estados


Unidos en diferentes categorías. Su infancia fue motivo de un libro y de una
película bastante conocidos: “Buscando a Bobby Fischer”. Hasta que se hartó, con
apenas 18 años, y dejó el ajedrez. Después, se convirtió en campeón del mundo
en Tai Chi Chuan, la versión de combate del Tai Chi que todos conocemos, y
también en cinturón negro de Jiu Jitsu Brasileño, siendo además alumno del
nueve veces campeón del mundo Marcelo García. Ahora, a sus 44 años, dedica su
tiempo a perfeccionar su última pasión, una versión moderna del surf llamada
foiling. Eso, y se gana la vida entrenando a algunos de los mejores ejecutivos del
mundo en cosas como el aprendizaje continuo, la arquitectura de su tiempo diario,
la gestión de la energía y de la psicología para aumentar el rendimiento y la
creatividad; en un programa de formación que te dice que sólo apliques si estás
dispuesto a entrenar como lo haría un campeón del mundo.

Después de todo esto, tengo la sensación de que cualquier cosa que te cuente
sobre él a continuación sólo puede decepcionarte. Unas expectativas tan altas
suelen ser garantía de insatisfacción. Pero aún así, nos vamos a arriesgar y vamos a
intentar extraer algunas de las lecciones para aprender cualquier cosa como lo
hace Josh Waitzkin.

No es fácil sacar conclusiones sobre Josh Waitzkin y su forma de aprender. Primero,


porque aunque escribió un libro un tanto peculiar llamado El arte de aprender
(The Art of Learning, creo que no está traducido), casi todo ese libro y su manera
de aproximar el aprendizaje no están tan basados en técnicas concretas sino en
grandes principios que, además, él intenta buscar la manera de hacer intuitivos. Y
eso es muy difícil de trasladar a otros. Por si fuera poco, es un tipo que no se

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prodiga mucho en entrevistas ni eventos. Hay algo de material sobre él en internet,


mucho grabado con su buen amigo Tim Ferriss, pero desde hace tiempo ha
intentado llevar una vida bastante recluida. Hasta el punto de que lo último que
supe de él es que se había mudado con su familia a un lugar en la jungla en
Sudamérica para practicar surf.

El otro obstáculo que yo he encontrado siempre al intentar aprender de él es que,


lógicamente, no partimos en igualdad de condiciones. Waitzkin es un genio, un
tipo con unas condiciones excepcionales - que a los pocos meses de aprender a
jugar al ajedrez con 6 añitos en los parques de Nueva York, ya machacaba a sus
rivales adultos - y es, además, alguien con una forma de aproximar su vida muy
diferente a la mía y muy probablemente diferente a la de la mayoría. Su obsesión
es la profundidad en todo lo que hace. No busca aprender de muchas cosas - o
no como principal objetivo aunque luego pueda suceder - sino convertirse en un
gran maestro de unas pocas. Así, es capaz de dedicar 5 o 10 años de su vida casi
en exclusiva a un sólo tema; el Tai Chi, el jiu jitsu, el surf… Y a poco que me
conozcas, sabrás que yo soy más bien lo contrario: necesito aprender de muchas
cosas diferentes casi a la vez o me aburro.

Aún así, creo que podemos intentar sacar algunos principios generales de su
manera de trabajar y de vivir y luego ya que cada uno de nosotros lo adapte como
mejor le encaje.

Y lo vamos a dividir en, para mí, las dos grandes áreas de las que aprender de
Waitzkin: el aprendizaje acelerado y el rendimiento máximo.

| APRENDIZAJE ACELERADO
El camino que lleva del aprendiz al maestro

Empecemos por el aprendizaje acelerado. Todo lo que hace Waitzkin es trabajar


para conseguir de la manera más efectiva recorrer el camino que separa al aprendiz
del maestro.

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Él se apoya mucho en las teorías de Carol Dweck, de quien también te he hablado


en alguna ocasión. Una psicóloga que diferenció entre dos tipos de mentalidad: la
mentalidad fija y la de crecimiento. Cuando aproximamos cualquier cosa con una
mentalidad fija lo hacemos con la idea de que nuestras capacidades son más o
menos inalterables. Que o se nos da bien o se nos da mal y que poco podemos
hacer para cambiarlo. Al contrario, cuando lo hacemos con una mentalidad de
crecimiento, básicamente nuestra manera de interpretar el mundo es que
podemos desarrollar nuestras capacidades. Y casi la principal diferencia entre
ambas se manifiesta ante las dificultades: mientras quienes tienen una mentalidad
fija se frustran y tienden a abandonar, quienes tienen mentalidad de crecimiento
ven la dificultad o incluso los fallos como momentos de aprendizaje.

Y es que, al final, todo pasa por recorrer las cuatro fases esenciales del
aprendizaje. A la primera podemos llamarla la incompetencia inconsciente: que
es cuando empezamos a hacer algo y no sabemos siquiera lo inútiles que
somos haciéndolo. Podemos intuir que no tenemos técnica para boxear o que
apenas conocemos las reglas del ajedrez, pero no sabemos bien la distancia que
nos separa de alguien que realmente domina una disciplina. La segunda fase sería
algo así como la incompetencia consciente, cuando sabemos lo suficiente como
para darnos cuenta de lo mal que se nos da algo. La tercera fase sería la de
competencia consciente, que viene a ser cuando nos sabemos capaces de hacer
algo si nos concentramos realmente. Es un esfuerzo consciente, que en muchos
de nosotros desde pequeños se manifiesta en ese momento en el que sacamos la
lengua como si fuéramos idiotas al hacer algo muy difícil, no me preguntes por qué.
Y la última fase, ya lo habrás adivinado, es la de la competencia inconsciente, que
es la que tenemos cuando interiorizamos tanto algo, que pasamos a ser capaces
de hacerlo en piloto automático o por instinto. Seguramente el mejor ejemplo sea
conducir. Cuando aprendemos, pasamos por todas estas etapas hasta que llega un
punto en el que simplemente lo haces, mientras tu atención está en la conversación
con tu acompañante, en la radio o en la reunión que tendrás al llegar.

Aunque nuestro objetivo normalmente es llegar a esta competencia inconsciente,


el punto crítico en este proceso suele ser la segunda fase, esa en la que más o
menos empezamos a saber lo que hay que hacer, pero no somos capaces de
hacerlo. Es, de hecho, la etapa en la que más solemos rendirnos. Cuando nos
explican que para esquiar hay que hacer éste o aquel movimiento o cuando

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sabemos que para tocar determinados acordes en la guitarra hay que poner una
cejilla; pero que cuando vamos a intentarlo, acabamos rodando por la nieve o
sacando sonidos espantosos de las cuerdas de la guitarra. Suele ser entonces
cuando nos decimos: “esto es una mierda, se me da fatal” y abandonamos. Lo
digo por experiencia propia en ambos ejemplos.

Curiosamente, cuando somos adultos acabamos exponiéndonos cada vez menos a


este proceso de aprendizaje. De hecho, para muchos, cosas como sacarse el carnet
de conducir es seguramente una de las últimas experiencias de incompetencia
consciente que toleramos. A medida que nos hacemos mayores, parece que
empezamos a huir de estas experiencias por una mezcla de rutinas (acabamos
tendiendo a hacer las mismas actividades - los mismos deportes, por ejemplo), de
sentir que estamos demasiado ocupados como para empezar algo nuevo y, muchas
veces, por la vergüenza que nos da ser incompetentes en algo.

Creo que la genialidad de Waitzkin al aprender tiene mucho que ver con
entender esta etapa y con haber desarrollado una mentalidad y un conjunto de
ideas útiles para que, en lugar de ser un motivo de frustración, sea una fuente de
inspiración casi inagotable.

PRÁCTICA DELIBERADA

El primer aspecto en el que destaca Waitzkin es en ser un estudioso de cómo


practicar. Una de las áreas más importantes sobre las que trabaja es la práctica
deliberada, es decir no entrenar sin un objetivo absolutamente claro y sin haber
definido meticulosamente qué se quiere hacer en cada sesión y cómo la vas a
estructurar. A la práctica deliberada seguramente le dediquemos un capítulo
propio más adelante, pero de momento quedémonos en cómo la aproxima
Waitzkin.

Él define micro-prácticas (las que abordar en cada sesión individual),


meso-prácticas (qué quiere aprender en un plazo medido en semanas) y
macro-prácticas (qué aprender en un plazo medido en meses). Y lo que busca es
acelerar los plazos para atravesar esas etapas que veíamos antes. Y lo hace de
varias maneras.

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Para empezar, trocea lo que sea que quiere aprender en fragmentos muy
pequeños por los que pasar de manera acelerada hasta el punto de
competencia inconsciente. Por ejemplo, mientras que mucha gente entrenaba al
ajedrez jugando partida tras partida, Josh se empeñaba en entrenar combinaciones
concretas; por ejemplo sólo 3 piezas en el tablero rey y peón contra rey; hasta
acabar interiorizando las situaciones que se generan tanto que en el futuro serían
intuitivas para él.

En el fondo es lo de aquella frase tan repetida de Bruce Lee de que no temía “al
hombre que hubiera practicado 10.000 patadas una vez cada una, sino al que
hubiera practicado 10.000 veces la misma patada”

De forma parecida, busca de manera obsesiva formas de practicar repetidamente


aspectos muy concretos, independientemente de las circunstancias. Cuenta que
cuando se empezó a interesar por el surf, él no había hecho deportes que
implicaran avanzar con el cuerpo en lateral y en equilibrio, así que lo primero que
hizo fue buscar la manera de someterse a esa sensación constantemente. Vivía en
Nueva York, así que compró una tabla de skateboard.

El otro aspecto esencial para la práctica deliberada es lo que sucede durante la


propia práctica. Una cosa es planificarla, otra generar las situaciones apropiadas y
la última es estar presente y enfocado. Cuenta la anécdota de que se hizo amigo de
un esquiador olímpico de los años 70 que en una ocasión le preguntó cuáles eran
los 3 giros más importantes en un descenso de ski. Y la respuesta era que los tres
últimos antes de subirte al telesilla, porque la mayor parte de la gente los hace
relajados, sin prestar atención, y ésa es la sensación que interiorizan y que se llevan
con ellos en el ascenso.

Estar presentes, hacernos conscientes de nuestra práctica y, como veremos más


adelante, intentar aprovechar el inconsciente también son sus claves para practicar
de manera deliberada.

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INVERTIR EN LA PÉRDIDA

Más allá de la práctica deliberada, lo otro interesante que hace Waitzkin para
vencer en la etapa de incompetencia consciente es lo que él suele llamar invertir en
perder. Que es, básicamente, ponerte en malas situaciones para aprender. Hay
muchos ejemplos en su vida: desde cuando practicaba ajedrez con el heavy más
estruendoso que pudiera encontrar para entrenar su resistencia a las
distracciones, hasta el hecho de que cuando se lesionaba entrenando artes
marciales, se obligaba a ir al día siguiente al gimnasio y seguir entrenando
buscando alternativas a su lesión. Por ejemplo, se rompió la mano en una ocasión y
a partir de entonces entrenó con una única mano, desarrollando técnicas nuevas y
perfeccionando lo que podía hacer con el resto de su cuerpo.

Otra manifestación de esta inversión en la pérdida de Waitzkin es que buscaba


activamente entrenar con los luchadores más sucios que podía encontrar. O les
animaba a usar trucos sucios, para estar preparado para lo inesperado.

LOCUS DE CONTROL INTERNO

Esto además tiene que ver con otra de sus ideas fundamentales y es que, según él,
desde niños nos hacemos dependientes de que las condiciones externas sean
las idóneas para rendir y eso nos limita, porque casi nunca las condiciones
externas son idóneas. Para mí el mejor ejemplo de esto - y ya lo he contado alguna
vez en este podcast - es cuando él ha hablado de cómo intenta evitar que su hijo
piense así y cómo cada vez que hay una tormenta salen a la calle a disfrutarla y
jugar bajo la lluvia, como una forma de romper esa narrativa que solemos crear con
nuestros hijos cuando les decimos que “hace mal tiempo y no podemos salir a la
calle”. Su objetivo es que su hijo acabe diciendo “mira Papá que día lluvioso tan
bonito”.

Esto es lo que en psicología se llama el locus de control, que es dónde


identificamos que está el origen de lo que nos pasa. Un locus de control externo
es aquel en el que percibimos que lo que nos sucede está fuera de nuestro
control, que depende de la suerte, del azar o de las decisiones que otros toman;
mientras que un locus de control interno se da cuando percibimos que lo que

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sucede lo hace como resultado de nuestras decisiones y que, por tanto, tenemos
responsabilidad y capacidad de gobernar nuestra vida.

Para mí, como en todo, hay un equilibrio entre ambos, pero en caso de tener que
favorecer uno sobre el otro, creo que es preferible desarrollar un locus de
control interno, aunque sea un pequeño autoengaño. Creo que es más útil
sentirnos capaces de gobernar nuestra vida que abandonarnos a la marea.

DE LO CONSCIENTE A LO INCONSCIENTE Y VICEVERSA

De hecho, un poco como combinación tanto de esa práctica deliberada como de


intentar ganar mayor control sobre su rendimiento, otra de sus filosofías sobre el
aprendizaje tiene que ver con generar bucles de realimentación entre lo
consciente y lo inconsciente. Para empezar, él suele recomendar que cuando
consigues un progreso, si un día golpeas más fuerte de lo habitual o estás más
convincente en una reunión o tienes un momento especialmente creativo, que
dediques después tiempo a analizar qué ha sucedido. Muchas veces,
conseguimos progresos instintivos o casi inconscientes y no los capitalizamos, sino
que los atribuímos a haber tenido un momento de inspiración. Él lo que busca es
integrar esos momentos de inspiración en su repertorio habitual. Hasta el punto
de que una de sus máximas es que, cada vez que superes un límite, ése tiene que
ser tu próximo nivel básico, ya no puedes bajar de ahí.

Otro aspecto de este juego entre lo consciente y lo inconsciente que él suele


destacar, es que intenta poner a su inconsciente a trabajar. Intenta terminar
cada sesión de entrenamiento ejecutando una técnica muy, muy bien, con su
máxima concentración, para que eso sea lo último que haga y que su mente lo
internalice y lo aprenda cuando descanse. De hecho, si te acuerdas del capítulo
que dedicamos a la importancia del sueño (el 33), contábamos cómo el sueño juega
un papel fundamental para los atletas, porque en sueños nuestro cerebro sigue
practicando lo que hemos entrenado durante el día. De hecho, como veremos a
continuación, Waitzkin se apoya mucho en esta idea en los programas de
entrenamientos para ejecutivos.

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Y aquí llegamos al último punto sobre el aprendizaje, que nos va a llevar a la


segunda parte, ésa del rendimiento máximo. Y lo cierto es que en parte nos
adentramos en áreas en las que la ciencia y la pseudociencia se empiezan a
mezclar y mis conocimientos, sinceramente, no son los suficientes como para
decirte cuánto tiene base científica y cuánto no. Así que te aconsejo que te lo tomes
como las experiencias de alguien muy exitoso y lo que a él le ha funcionado. Tal vez
no nos sirva a los demás, pero quizás sea una buena inspiración.

Y es que en esa comunicación entre lo consciente y lo inconsciente, Waitzkin


intenta aumentar la realimentación entre su mente y su cuerpo. Ha experimentado
con tecnología para medir diferentes marcadores biométricos como los
patrones de sueño, de alimentación o de frecuencia cardiaca para, como él dice,
somatizar su estado físico; es decir, ser mucho más consciente de cuándo está
operando mental o físicamente al mejor nivel y cuándo no e intentar aprender cómo
se siente su cuerpo en cada una de esas situaciones, para detectarlas y
potenciarlas.

Esto, que suena un poco raro - soy consciente - es la base que él utiliza para
conseguir en sí mismo y en otros maximizar el rendimiento. Porque por lo otro por
lo que es famoso es por tener una enorme capacidad para entrar en un estado de
flow.

| MÁXIMO RENDIMIENTO
Activando estados de flow

Tal vez te acuerdes de que mencionamos los estados de flow en el capítulo 69


sobre productividad personal o, sin ir más lejos, hace un par de capítulos en el
cuarto de la serie sobre la felicidad.

De forma muy resumida, el flow sería esa sensación - que todos tenemos en
algún momento - de concentración máxima. El inventor del término fue Mihaly
Csikszentmihalyi, un psicólogo que lo definió como el estado óptimo para hacer
algo. Es esa sensación de que estás tan metido en lo que estás haciendo que el
resto desaparece. A todos nos pasa de vez en cuando, pero normalmente los

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mejores del mundo en cada disciplina son quienes pueden activar ese estado de
flow más frecuentemente.

Bueno, pues Waitzkin se ha tirado toda su vida experimentando cómo provocar


esos estados de flow. Su razonamiento es que la mayoría de nosotros, la mayor
parte del tiempo, operamos a un nivel que sería como un 6 sobre 10. Pero que los
mejores del mundo lo que hacen es alternar continuamente entre la relajación
máxima - el 0 sobre 10 - y el rendimiento máximo, 10 sobre 10. Y que sólo
cuando aprendes a desconectar profundamente y reconectar, entonces es cuando
puedes realmente alcanzar ese 10. Él usa varios ejemplos, yo voy a usar uno que
me duele especialmente: Leo Messi. Yo soy del Madrid, pero me ha tocado sufrirle
bastante. Y Messi es un especialista en esto. Normalmente es un tipo que camina
por el campo, habitualmente está entre los que menos corre en cada partido. Pero
selecciona muy bien el momento de cada esfuerzo - y cuando lo hace, es máximo -.

Y todo esto, de alguna manera, es también aplicable al resto de nosotros, pobres


mortales, que no ganamos millones de euros dando patadas a un balón ni
conquistamos campeonatos de ajedrez. Porque cuando Waitzkin trabaja con
ejecutivos, lo hace principalmente enseñándoles a aplicar lo que hemos visto sobre
el aprendizaje, el inconsciente y el flow a su día a día.

Por un lado, todo parte de la idea de ser arquitectos de nuestros días: en lugar
de tomar una postura pasiva y encajar el tiempo para pensar o ser creativos en los
huecos que nos dejen las reuniones que otros nos ponen, diseñar nuestro día para
maximizar nuestro rendimiento. Gestionar nuestra agenda de manera que
alineemos los momentos en los que solemos tener más energía y agilidad
mental con aquellos en los que necesitemos ser más creativos o estar más
concentrados. En mi caso, por ejemplo, por las mañanas, pero cada uno es
diferente.

Y, sí, ya sé que normalmente no controlamos nuestras agendas, yo el primero. Pero


normalmente podemos influir más de lo que solemos en cómo se distribuye
nuestro tiempo. Podemos bloquear huecos, como reuniones con nosotros mismos,
para intentar evitar que otros ocupen esos momentos o, si aún así alguien organiza
una reunión para entonces, tal vez podamos negociar con ellos y pedirles que lo
cambien.

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Como parte de esa estructura del día, Waitzkin hace una de esas americanadas de
inventarse un acrónimo y dice que, igual que deberíamos acabar el
entrenamiento practicando una técnica ejecutada perfectamente, a la hora de
trabajar, deberíamos acabar cada día pensando en nuestro MIQ o most
important question. En la pregunta más importante, vamos. En qué es ese tema
que más necesitas responder. Dejarlo apuntado. Y relajarte, hasta que sea lo
primero que retomes por la mañana. Algo muy parecido a lo que hacía
Hemingway, que dejaba todos los días alguna frase o párrafo sin terminar,
para tener dónde empezar al día siguiente.

Esto forma parte tanto de la idea de fluctuar entre el 0 y el 10 sobre 10 en nuestro


rendimiento, como de eso de usar nuestro inconsciente para que trabaje por
nosotros. Y, evidencias científicas a un lado, imagino que a ti, como a mí, te habrá
pasado en más de una ocasión irte a la cama dándole vueltas a un tema y
amanecer con la solución. Aún recuerdo en la carrera despertarme con la solución a
un problema de física que no había sabido resolver el día anterior.

El otro aspecto esencial de diseñar la arquitectura de nuestros días es el de


asegurarnos que tenemos tiempo suficiente para profundizar en los temas. Es
decir, que si vamos a hacer trabajo creativo o analítico complicado, no sólo
tenemos el tiempo que nos va a llevar resolverlo, sino el que tardemos en
entrar en ese flow que estamos persiguiendo. Para esto es esencial, como él
dice, cultivar los espacios vacíos; es decir, asegurarnos de proteger nuestro tiempo.

Y por último, para acelerar este proceso, una de las experiencias más interesantes
de Waitzkin tiene que ver con los disparadores. Él cuenta que durante más de 6
meses, antes del campeonato del mundo de Tai Chi, hizo que durante los
momentos de máxima concentración y rendimiento en sus entrenamientos
sonara en sus cascos el Loose Yourself, de Eminem. De tal manera que después
podía ponérselo antes de cada combate y que su cuerpo y su mente subieran al
máximo rendimiento de golpe. Podemos intentar entrenarnos en usar
disparadores para activar nuestra máxima concentración.

Una versión menos rapera de todo esto y que puedes probar es la técnica
pomodoro, que es muy conocida y que creo que es una buena manera de fluctuar

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entre ese 10/10 y ese 0/10 de los que hablábamos antes. Es, en realidad, una
tontería: no es más que hacer un pacto con nosotros mismos, de manera que
elegimos una tarea que queremos completar, ponemos un cronómetro a los 25
minutos y trabajamos en esa tarea en exclusiva durante ese tiempo. Cuando pasen
esos 25 minutos, nos tomamos un descanso de 5 minutos. A estos 25 + 5 minutos,
se les llama un pomodoro. Cada cuatro pomodoros nos tomamos 20 minutos
adicionales de descanso. Sencillo, ¿verdad?

Con éstas u otras técnicas, creo que al final lo que importa es, como me habrás oído
millones de veces decir ya, el intentar tener algo de control e influencia en cómo
abordamos lo que hacemos y lo que nos pasa. Es imposible, al menos para mí,
tener perfectamente planificado todo lo que quiero aprender, ni cuándo aprender
qué, ni mucho menos dedicarle 5 o 10 años a un tema casi en exclusiva. La vida
tiene la mala costumbre de interponerse en esos planes. Pero sí creo que es posible
adaptar todas estas ideas a lo que sea que hacemos cada uno de nosotros y a
cómo intentamos aprender por el camino. Y de Waitzkin me gusta especialmente
esa tendencia que tiene a experimentar formas diferentes con las que intentar
aprender, también, sobre sí mismo. Porque muchas veces la clave para nuestro
aprendizaje está en conocernos a nosotros mismos y en encontrar la forma que
mejor se adapta a cada uno de nosotros.

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