Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
FELICIDAD (III)
#108 | En busca de la felicidad (IV)
EL CAPÍTULO
EN UN VISTAZO
| INTRODUCCIÓN
Pero tengamos algo claro: los mejores años de nuestras vidas no están
detrás de nosotros. Son parte de nosotros y se van a repetir a medida
que crezcamos y nos mudemos a Nueva York y lejos de Nueva York y
deseemos haber o no haber vivido en Nueva York. Pienso tener fiestas
cuando tenga 30 años. Pienso divertirme cuando sea vieja. Cualquier
idea sobre los mejores años viene de clichés, de “deberías”, de “si you
huebieras”, de “desearía haber”
Claro que hay cosas que desearíamos haber hecho: nuestros deberes,
aquel chico del pasillo de al lado. Somos nuestros peores críticos y nos
es fácil decepcionarnos a nosotros mismos. Dormir hasta demasiado
tarde. Procrastinar. Tomar atajos. [,,,]
Pero la cosa es que somos todos así. Nadie se despierta cuando quería.
Nadie hizo todos sus deberes (excepto, quizás, esos locos que ganan
Lo que tenemos que recordar es que aún podemos hacer cualquier cosa.
Aún podemos cambiar de opinión. [...]. Somos tan jóvenes. No sólo no
podemos, sino que no debemos perder esta sensación de posibilidad,
porque al final es todo lo que tenemos.
Pero más allá de recordarnos lo horriblemente frágil y fugaz que es la vida con su
historia, lo cierto es que sus palabras condensan una enorme cantidad de
Y es que en esta serie hemos revisado qué es la felicidad y sus dos aspectos
fundamentales: eso de sentir emociones positivas, por un lado, y estar
satisfechos con nuestra vida por otro. Y el difícil equilibrio que suponen, porque
muchas veces lo que nos da de lo uno, nos quita de lo otro.
También vimos las infinitas trampas y obstáculos que nos ponemos a nosotros
mismos, con nuestras dichosas manías de compararnos constantemente con
puntos de referencia absurdos y la capacidad que tenemos de acostumbrarnos a
lo bueno hasta que nos sabe a poco. Y cómo todo ello nos lleva a una espiral de
perseguir constantemente metas que se alejan sin parar en nuestro trabajo,
nuestras relaciones o con nuestro dinero o nuestras posesiones.
Pero para terminar nos queda fijarnos en otro aspecto que es también esencial
para nuestra felicidad: las cosas que no sabemos que queremos, pero que
deberíamos querer.
Nos guste o no, diría que todos necesitamos tener un trabajo o al menos una
ocupación. Suele ser necesario para lo que viene siendo vivir. Al menos si
queremos pertenecer a la sociedad y no ser ermitaños que viven en una tinaja, sin
más posesiones que un zurrón, un manto, un báculo y un cuenco, como Diógenes.
Seligman, de hecho, experimentó con estas ideas y pidió a grupos de personas que
identificaran sus fortalezas características y las usaran de una manera diferente
cada día durante una semana (esto último, lo de variar la forma en la que las ponían
en práctica, servía además para evitar la dichosa adaptación hedónica).
Los resultados de ése y otros experimentos parecen indicar que cuando nos
enfocamos en este tipo de características que nos son tan naturales e importantes
para nosotros, podemos desbloquear una especie de círculo virtuoso en el que
experimentamos emociones positivas con lo que hacemos, y esto nos hace
rendir mejor y ser más productivos y tener más éxito.
De hecho, estudios posteriores se han centrado en intentar entender qué hace que
un trabajo concreto sea una vocación o, si nos ponemos grandilocuentes, una
llamada. Cuándo nuestro trabajo o nuestra carrera deja de ser una forma de ganar
dinero, para ser eso que simplemente nos sentimos impelidos a hacer, eso que es
parte esencial de quienes somos y que da significado a nuestra vida. Y, de nuevo,
parece estar relacionado con usar nuestras fortalezas características hasta el punto
de que cuantas más de ellas estemos utilizando en lo que sea que hacemos,
Más allá de que lo que hagamos esté alineado con nuestras características, que es
algo que siempre me da cierto reparo porque creo que es fácil confundir con el
pensamiento Mr. Wonderfuliano (noniano, noniano) ése de que persigas tus
sueños, que el universo entero conspira para que los consigamos y esas
zarandajas de las que, como ya sabes, no soy muy fan; más allá de todo eso, hay
otro aspecto que parece influir mucho en nuestra satisfacción con el trabajo. Y
es encontrar trabajos que nos den eso que algunas veces hemos llamado
“flow”.
Todo esto parte del concepto inventado por otro psicólogo cuyo apellido tiene tal
desequilibrio entre vocales y consonantes, que es directamente imposible que lo
pronuncie bien. Su nombre es algo así como Mihaly Csikszentmihalyi, te dejo a ti
intentar averigüar cómo se escribe y la solución en las notas del capítulo. El bueno
de Mihaly define el flow como una especie de experiencia óptima. Es esa
sensación que tenemos cuando estamos profundamente inmersos en lo que
estamos haciendo, cuando nos sentimos con energía, concentración y
disfrutándolo hasta el punto de que perdemos cualquier noción del tiempo que
estamos dedicando a ello.
Bueno, pues el amigo Mihaly se dedicó a investigar la relación entre el flow y las
tareas que realizamos para intentar hacer más fácil que las identifiquemos. Y en
concreto, se fijó en cómo se relaciona el flow con lo retadora que nos parece la
actividad y con el nivel de nuestra habilidad que necesitamos usar para resolverla.
Y se sacó de la manga un gráfico bastante chulo:
Las actividades poco retadoras y que requieren poca habilidad, lógicamente, nos
provocan apatía; las que son poco retadoras pero requieren alta habilidad (y por
lo tanto concentración) suelen producirnos relajación, como sabe cualquier
aficionado al bricolaje. Y el flow, como hemos dicho antes, se da en las actividades
que nos suponen un reto y que requieren que operemos al máximo dentro de
nuestras capacidades. Y la idea es que eso es lo que deberíamos buscar en
nuestras carreras, trabajos que nos reten y nos lleven a nuestros límites. O como el
propio Mihalyi dijo: “los mejores momentos en nuestras vidas no son los
pasivos, receptivos o relajantes. Los mejores momentos ocurren cuando
| CONEXIONES SOCIALES
Seguramente, lo más importante para nuestra felicidad
Igual que acabamos de ver que hay mejores formas de abordar aquellas cosas que
sentimos que nos harán felices - como un trabajo, por ejemplo - hay un aspecto
complementario a todo lo que hemos hablado que casi no hemos tratado hasta
ahora: aquello que deberíamos querer, pero que desconocemos totalmente o
que, al menos, no somos conscientes de lo felices que nos hace.
Igual que con nuestro agradecimiento, el mero hecho de repasar las buenas
acciones que hemos hecho, acordarnos de ellas, parece tener un efecto sobre
nuestra propia felicidad. Es como si de alguna manera reseteara nuestro punto
de referencia sobre nosotros mismos y nos hiciera sentir bien, porque somos más
conscientes de que somos buenos. De hecho, en experimentos en los que se ha
pedido precisamente eso, que los participantes hagan una lista de las cosas buenas
que han hecho por otros, la diferencia entre sus niveles de felicidad y los del
grupo de control era de entre medio punto y un punto sobre 10.
A partir de aquí, la literatura científica que recomienda por ejemplo Laurie Santos
nos lleva en un recorrido en el que si aumentas las acciones bondadosas que
haces, cada vez te sientes más feliz. Incluso ella lo relaciona con el hecho de que
ganar más dinero no nos hace más felices, porque lo gastamos en cosas que no son
buenas para otros y sólo para nosotros. Y sobre cómo hay estudios que demuestran
que gastar dinero en otros nos hace muchas veces más felices que hacerlo en
nosotros mismos.
Y aquí es donde yo, al menos, siento que necesito parar y hacer una reflexión en
alto. Que, como siempre te digo, es mi reflexión y yo ni soy psicólogo ni nada por el
estilo. Pero no me resisto.
Creo, sinceramente, que siendo todo esto cierto, es una simplificación enorme.
Creo que la felicidad que nos da hacer cosas buenas por otros o compadecernos
del sufrimiento ajeno y ayudar a quien podamos ayudar lógicamente nos hace
sentirnos mejor con nosotros mismos. Y sospecho que eso tiene que ver con
diferentes aspectos, que van desde cierto código moral que tenemos más o
menos codificado en nosotros mismos de forma casi instintiva o con ser
coherentes con lo que la sociedad nos ha enseñado que es admirable, hasta
cosas mucho menos puras pero igualmente reales como nuestra necesidad de
señalizar, de diferenciarnos, y de que el resto sepa y valore lo buenos que somos.
Aquellos que estuvieron mejor y más conectados con su familia, sus amigos y
en la comunidad en la que vivían tuvieron vidas más felices, largas y sanas. Los
matrimonios más felices a los 50 fueron los que llegaron más sanos a los 80,
mientras que quienes tuvieron matrimonios tóxicos llegaron en mucho peor estado
de salud a la vejez que quienes se divorciaron. Y no es sólo el estudio de Harvard,
hay otros muchos que vinculan las conexiones sociales con la probabilidad de sufrir
muertes prematuras o de superar enfermedades como el cáncer.
Pero más allá de la salud, las conexiones sociales juegan un papel esencial en
nuestra felicidad. Gente como Ed Diener o Marty Seligman se han dedicado a
estudiar a grupos de personas que se definían como muy felices o muy
infelices, es decir en los dos extremos, y a intentar extraer correlaciones. Y la
conclusión tampoco sorprende a nadie: los más felices pasan más tiempo con
gente, mientras que los más infelices pasan más tiempo a solas. Nada
halagüeño para un asocial como yo, la verdad.
Aunque, claro, esto está muy bien, pero correlación no implica causalidad. Tal vez lo
que suceda es que quienes son más felices están más abiertos a pasar tiempo con
otros y uno al revés. Por eso se han intentado hacer estudios de intervención, de tal
manera en la que incrementando el número de conexiones sociales, se observara si
aumentaba su felicidad. Incluso aunque esas conexiones fueran temporales y con
completos desconocidos.
Es lo que hizo un tipo llamado Nick Epley. Abordó a gente que estaba a punto de
subirse a un tren para ir a trabajar como todas las mañanas. Y les dividía en tres
grupos. Unos a los que les daban como objetivo intentar establecer una conexión
social con alguien del tren, otros a los que les daban como objetivo permanecer a
solas, en silencio, disfrutando de tener ese momento para ellos mismos. Y un tercer
grupo de control, a los que les pidieron que hicieran simplemente lo que
normalmente hacían.
Curiosamente, a pesar que a algunos lo que nos diga la intuición es que no hay
nada menos apetecible que ponernos a hablar con desconocidos, al llegar al
destino quienes más habían disfrutado del trayecto fueron precisamente
quienes establecieron conexiones sociales y quienes menos los que fueron en
silencio a su bola. Lo que curiosamente es justo lo contrario de lo que los
participantes en esos mismos estudios predecían. La mayoría, como yo, creía que
disfrutarían más de viajar solos, pero resultó ser todo lo contrario. Lo cierto es que
estamos hechos para socializar, para compartir nuestras vivencias. Como vimos
cuando hablamos de saborear lo que nos sucede, el hecho de compartir
experiencias con otros nos hace disfrutarlas mucho más.
Creo que la felicidad no es una meta que se alcanza, no es algo que logremos,
sino un estado que se da cuando tenemos un determinado equilibrio entre lo
que deseamos en la vida, lo que conseguimos y lo que somos capaces de
apreciar y disfrutar. Es un estado que va y viene, pero que podemos favorecer.
Nadie dijo que esto fuera fácil. Pero, como dijo alguien hace poco en la
Comunidad kaizen, así es el follón éste de vivir.