Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
:M
IL
IO LA
DUR
KHE
IMSEDUCACION
onde la sociedad carece de la virtud atractiva sobre}
s voluntades que normalmente debe tener, donde el
dividuo se deshace de los fines colectivos para se-
i|r su propio interés, observamos el mismo fenómeno,
COLECCION TAUEO
DESCARTES-
Discurso del métódp - meditaciones metafísicas
t o t r s v s -s‘ilS S á iÉ lÉ S ^
Schapire Editor;
.h \ 'i-**
I
ganzl912
Hecho el depósito que m arca la ley 11.723
Copyright by Schapire Editor, 1972 .
Uruguay 1249 • Capital Federal
República A rgentina
EDUCACION Y SOCIOLOGIA
INTRODUCCIÓN
LA MORAL LA ICA
7
experiencia práctica del m aestro. Ambas cosas son tan
claram ente diferentes, que se puede ser un excelente
maestro al mismo tiempo que estar poco inclinado a
las especulaciones pedagógicas o, por el contrario, ser
pedagogo y carecer de toda habilidad practica. Jam ás
habríamos confiado voluntariamente una cíase a Mon
taigne o a Rousseau y los repetidos fracasos de Pesta-
lozzi prueban que poseía incompletamente el arte de
la educación. • .
Por lo tan to ,. la pedagogía és algo intermedio entre
el arte y la ciencia. No es arte pues no constituye un
sistema de prácticas organizadas, sino de ideas réla-
tivas á esasjp rácticas^ E s unjcpjxjpjftitó M 'lteiqrígig..;,-En
este sentido se aproxima s la ciencia, con la salvedad
dé~que- las teorías científicas tienen por objeto únicti
expresar lo real y las teorías pedagógicas tienen^
por "fin iiunegiata: guiar .Ja ^conducto.'' Si no son ía ac
ción misma, lá preparan y están cerca de ella. E n la
acciSn está ¿u ...razón de ser. T rato de expresar esta
naturaleza m ixta señalando que es una teoría práctica.
Tlri" esfirse~^cñeñtra determinada la naturaleza de los
servicios que pueden esperarse- La pedagogía no es la
práctica y en consecuencia no puede pasarse sin ella.
Pero puede esclarecerla. Por lo tanto, la pedagogía es
útil en lá medida en que la reflexión es útil para la
experiencia profesional.
Si la pedagogía excede los límites de su propio do-
) minio, si pretende substituir a la experiencia y dictar
recetas ya listas, p ara que el . practicante las aplique
: mecánicamente, entonces degenera en. construcciones
| arbitrarias. Pero, por otra parte, si la experiencia
; prescinde de toda reflexión ¡pedagógica, degenera a
su vez en ciega rutina o se pone a remolque de una
reflexión m al informada y sin método. Pues, en defi
nitiva, la pedagogía no es otra cosa que la reflexión
8
más metódica y mejor documentada posible, puesta al
servicio de la práctica de laTenseñanza.~~ ■
Solucionada esta cuestión previa, podemos introdu
cim os en el tema que tratarem os este año: el problema
de la educación m oral. P a ra tratarlo metódicamente,
conviene, creo, determinar los términos en que se plan
tea ,hoy, pues se nos presenta en condiciones particu
lares. Efectivam ente: es en ese sector de nuestro sis
tema pedagógico tradicional en el cual la crisis, de la
que hablé en la Última lección, llega a su m áxim a,
acuidad. E s im portante comprender las razones.
Elegí como tem a del curso el problema de la edu
cación moral no sólo en razón de la primordial impor
tancia que siempre le reconocieron los pedagogos, sino
también porque se plantea actualmente en condiciones
de particular urgencia. Probablemente en este terreno
la conmoción sea más profunda v más gravé7~núes
todo_lo que, puede disminuir la eficacia^ de la educación
•moral, todo lo que hace piás^.j^erte^sa, acción, ame
naza a la moralidad pública en su misma, raíz. Por Ío~
tanto, no hay problema que se imponga de m anera más
urgente a la atención del pedagogo.
La revolución pedagógica qué persigue nuestro país
desde hace unos veinte años, si bien no la creó, ha
hecho m anifiesta esta situación, que', en realidad, es
taba latente hace tiempo e incluso más que sem irrea-
lizada. Decidimos dar a nuestros h ijos, en las escuelas,
una educación m oral que fuera puramente laica. Debe
entenderse por esta form a de educación, una que se ¡
prohíbe a si misma toda referencía a lqs principios jf
sobre~I5s cuales se..basan las r eligiones reveladas y (
que se apoya, exclusivamente, sobre ideas,^sentimientos
y prM ticas justificables por la sola razón. E n una* pala-^
bra una educación puramente racionalista. Ahora bien,
uáa novedad tan importante no podía producirse sin
perturbar las ideas recibidas, sin desconcertar los há-
9
t
O ií;r /
bitos adquiridos, sin la necesidad de replantear el con-
t junto de .nuestros .procedimientos educativos, sin for-
.'V-mular,'en consecuencia, nuevos problemas de los cuales
és i.necesario tom ar conciencia. Sé que las cuestiones
qué toco, en este punto tienen el triste privilegio de
'provocar pasiones contradictorias; pero es imposible
' ‘ no abordadlas resueltamente. Hablar.jde. educación, mo- .
' .ral sin .precisar enagüé-condiciones se tra ta de darla.
sería condenarse por adelantado, en permanecer en va- ,
gas, generalidades sin comprensión. No nos píánteamos.
aquí la in^^tígaeión sobredio que. debe ser la educación
-moral para el hombre en general, sino para ios hom-
-•^líreinie 'nuestro ^ o c a y de nuestro país. Ahora bien,
| la m ayoría cíe nuestros hijos se forman en las escuelas
i públicas y, ellas son y deben ser las guardianas por
í/'excelencia de nuestro tipo nacional; hágase lo que’ sé
p'haga, son como el engranaje regulador de la educación
^ general. P or_eHo._ nos ...ocuparemos aquí sobre todo de
M as mismas v. ñor consecuencia, de la educación moral
tal como es y debe ser entendida y practicada en ellas..
Además estoy seguro que, en cuanto se aporta un poco
de espíritu científico al examen. de estos problemas,
es fácil tratarlos sin despertar pasión alguna y sin
rozar ninguna susceptibilidad legítima.
Desde luego, -que una educación moral completa
mente racional sea posible está implícito en el postu
lado básico mismo de la ciencia; me refiero al postula
do racionalista, que .puede enunciarse así: nada hay
en lo ' ireal , que. con fundamentos pueda considerarse
comq ra'dicalmente refractariG a la-razón humana. Lia-
mando a este principió ún postulado, me sirvo, en ver
dad, de úna expresión manifiestamente impropia. Tenía,
este carácter cuando el espíritu por vez prim era em
prendió el sometimiento de la realidad, si, al menos,
puede decirse que esta prim era conquista del mundo
por el espíritu tuvo- un prim er comienzo. Cuando la
10
ciencia comenzó a constituirse, debió postular necesa
riamente que ella era posible, es decir, que las cosas
podían expresarse en. un lenguaje científico o, dicho
de otro modo, racional, ¡pues ambos términos son sinó
nimos. Pero lo que entpnces no era sirio una anticipa
ción del espíritu, una. .cofnjeiinra. provisoria^ .fue pror
gresivamente demostrado por todos los resultados de *
.la.. Kgaafsél
los unos con los..Qtros....siguiendo jrelacioúes racionales,./
aT"déscnbrir_ Ji 6lm ^ y rio es nece-^
san o ’ subrayarlo, hay muchas, una. infinidad que per
manecen ignoradas; nada ipclusó nos asegura que"
alguna vez todas puedan ser descubiertas, o que
llegue a un momento en que la ciencia esté concluida
y exprese en form a adecuada la totalidad de las cosas.
Todo inclina más bien a creer que el progreso cientí
fico nunca se cerrará.
Pero el principio racionalista no implica que la y
ciencia pueda en efecto, agotar lo real; sólo niega que
se tenga el derecho de considerar alguna parte de la
realidad, alguna categoría de hechos como invencible-J
mente irreductibles al pensamiento científico, es decir, \
como irracional en su esencia. De ningún m odopresu- 1(
pone el racionalismo guejki_ ciencia pueda extenderse ;
nunca hasta los límites últimos dé lo dado, pero sí que j
.no..existen en -lo dado límites que no. pueda jam ás fran- /
quear. Ahora bien, entendido este principio en el sen
tido expuesto, puede decirse que está probado por la
misma historia de lá ciencia. E l modo en que ésta ha"
-pro^r6s&do dsELiissíis cpis ss iniposibls ssñsls? Tin
punto m ás 'allá del cual la explicación científica se
h aría imposible. Todos los límites en que. se ha tratado
de encerrarla los franqueó como en un juego. Siempre
que se creyó que había llegado al extremo de la región
a la cual podía tener acceso, se la vió, al cabo de un
tiempo m ás o menos prolongado, retomar la m archa y
réjgiionés que se. le creían (prohibidas. Cuani-
Cqnstitüidás la física y la química, pareció
..... ~<jue lá ciencia debía detenerse:eü ellas. É l 'mundo dé
m m m la vida parecía depender de principios misteriosos que
escapaban a la comprensión del pensamiento científico.
;;rí r y sin embargo las ciencias biológicas terminaron por
V-V• constituirse a su vez. Luego fué la psicología que, fun
dándose, vino a dem ostrar la racionalidad de los fenó
menos mentales. Nada autoriza, pues, a suponer que
••• con los fenómenos morales no ocurra lo mismo. Tal
: excepción, que sería única, es contraria a todas las
inferencias. No existe razón alguna p ara que esta úl
tima barrera, que todavía se intenta oponer al progrpso
de la razón, sea más. insuperable qué las otras. De
p í;; v :' '
hecho, se ha fundado úna ciencia que, aunque todavía
m i -
en sus comienzos, procura tra ta r los fenómenos de la
vida moral como fenómenos naturales, es decir racio
nales. Pues bien, si la moral es algo racional, si utiliza ■
te t
>'v ••' . ideas y sentimientos que son de la esfera de la razón,,
¿por qué sería necesario, para fijarla en los espíritus
árV y los caracteres, recu rrir a procedimientos que escapan
H Vcv
. ••
íy.v a la razón?
Una educación puramente racional no sólo se pre
senta como lógicamente posible, sino también es. re
te: querida por todo nuestro desarrollo histórico. Sin duda,
sT la educación, hace algunos años, hubiese tomado
bruscamente este carácter, podría dudarse que una
transformación tan repentina estuviera imbrincada en
fe: la naturaleza de las cosas. Pero en realidad, no es si
no el resultado de un gradual desarrollo, cuyos, orígenes
se remontan, por así decirlo, a los orígenes mismos de
la historia. Hace siglos que la educación se laicisa. Se ha
dicho en algunas oportunidades qne los pueblos primi
tivos carecían de moral. E ra un error histórico. No
hay pueblo que no tenga su m oral: sólo que la de las
sociedades^nferióres no es la nuestra. Lo que la *ca-
12
rácteriza es precisamente su carácter esencialmente
religioso. Entiendo, por esto, que la m ayoría de los
deberes, y loa no son los que el homr
bre tiene con respecto a los demás hombres, sino en*
relacdóii_ con sus dioses.' Las principales obligaciones
no son las de respetar al prójimo, ayudadlo, asistirlo,
sino las de cumplir, exactamente los ritos prescritos,
dar a los dioses lo que le es debido, e incluso, si es
necesario, sacrificarse en aras de su gloria. Entonces
la moral humana se reduce a unos pocos principios,
cuya "violación apenas es reprim ida. E stán sólo en el
umbral de la moral. Incluso en Grecia, él homicidio
oéupába, en la escala de los delitos, un lugar bastante
inferior a los actos graves de impiedad. En esas con
diciones, la educación moral no podía ser sino esen
cialmente religiosa, como la moral misma. Únicamente las
nociones religiosas podían fundamentar una educación
que antes que nada tenía por objeto enseñar al hombre
el modo en que debía com portarse frente a los seres
religiosos. Pero, poco a poco, las. cosas cambian. Poco
a poco, los deberes humanos se multiplican, se precisán,
pasando al primer plaño, en tanto que los otros al con
trario tienden a borrarse. Puede decirse que el mismo
cristianism o ha yntaábuido al inlbdino,a..jte..aceleraci&á.
m ..de esé resultado. Religión esencialmente humana, pues
to que hace m orir a su Dios para la salvación de ja
m humanidad, él cristiamsmq_prQplamaque„ el principal
(3eEér ~3el hombre hacia Dios , es el de cumplir con re-
í*.. lacióñ a sus sem ejantes sus, deberes de hombre. Aunque
¡i
todavía subsisten deberes religiosos propiamente di-
. ohos, es decir ritos que sólo se dirigen a la divinidad,
-.pVsin embargo el lugar que ocupan y la importancia que
p_.se les atribuye va reduciéndose. L a falta porexc.elen-r.
fvcia no es ya el pecado, ^ < ^ que el ver.dadero- pecadq.
¿Stiende a confundirsecoñ la falta m oral. Sin duda, Dios
continúa désemneñando un papel importante en la mo-
ral, asegurando ,sú respeto y reprimiendo su violación.
X>:as ofensas dirigidas con tra-la moral son ofensas di
rigidas contra Dios. Pero él..y4 no., es sino su custodio.
moral no fue instituida para él, . sino
pava los hombres, nojbitgr^zdeadp..^iás 'que p ara ha-
cerla"^ icazr Desde entonces, el contenido de nuestros
d ie re s se encontraba, en gran medida, independizado
de las nociones religiosas, que los garantizaban pero
no los fundamentaban. La autonomía de la moral se
pronuncia aún más con el proíesíáHrismbi solo por el
.hécKb“3 e ’^ propiamente
•cBehcTdisminuyo. Las funciónésrmbráíes de la divinidad
se^convierten en su única razón de ser: es el único
argum ento. alegado para dem ostrar su existencia. La
filosofía espiritualista continúa la obra del protes
tantismo. Incluso entre los filósofos aue creen- actual
mente en la necesidad de las sanciones supraterrestrés,
pocos son los que no admiten que la .moral puede ser
construida en form a íntegramente independiente de
toda concepción teológica. Así, el lazo que prim itiva
mente unía, o incluso. confundía, ambos sistemas se
aflojó cada vez más. E s cierto pues que el día que lo
rompimos definitivamente, estábamos en el sentido de
la historia. Si alguna revolución ha sido preparada con
mucha anterioridad, evidentemente es ésta.
- E l hecho que la empresa haya sido .posible y nece
saria, que tarde o temprano debía imponerse, incluso,
si no hay razón alguna para creer que fue prem atura,
no significa que la misma transcurra sin dificultades.
im porta tomar nota de lis mismasí pues sólo será po
s i ble triunfa r sobre ellas si no se las disimula. Admi
ra ?^ cumplida no significa dejar de pensar que
probablemente podría ser más avanzada y estar mejor
consolidada si no se hubiera comenzado por creerla
demasiado fácil y simple. Sobre t odo se la_h.a concebi-
dOf-en. efecto, como una operarión jumamente negatft
Se creyó que, para laicisar y racionalizar la educación,
bastaba eliminar todo aquéllo que era de origen extra
laico.
Una simDÍe substracción debía tener ñor efecto el
desem barazara la láoral racional dé todos los elemen
tos adventicios y p arasitario s.qiie’la"r^ u b jáau
Sería, suficiente enseñar
— como se ba "dichón' la antigua moral de nuestro a
padrés~siin'réM rrif á ninguna noción religiosa. Ahora
bien, en la realidad la tarea era mucho más compleja.
P ara llegar al fin propuesto no bastaba una simple
eliminación;
■'. era .......■
né'éesaria
■■’.... una
••• transform ación ^ pro-
funda.
' Sin duda, si los símbolos religiosos se hubieran su
perpuestos simplemente desde afuera a la realidad
moral, habría sido suficiente retirarlos para encontrar
en estado de pureza y aislamiento una moral racional,
capaz de bastarse a sí misma. Pero, en realidad, ambos
sistemas de prácticas y creencias han estado demasiado
estrechamente unidos en la historia, demasiado enre
dados el uno en el otro durante siglos como para que
r sus relaciones hayan podido ser tan exteriores y super
ficiales que su separación pueda realizarse con un
procedimiento tan poco complicado. No debe olvidarse
que todavía ayer tenían la misma piedra angular,
pues. Dios, centro de la vida religiosa, era también el
garante supremo del orden moral. Si se piensa que los
deberes religiosos y los deberes morales tienen de co
mún que ambos son m oral-
j f f é n t e . h o . - . p . n e d e sorprender -esa-esalisijóp;
parcial. Por Io~tantó7és náíúral que los hombres ha-'
' yañ sido inducidos a ver en un único ser la fuente de
toda obligación. De acuerdo con lo expuesto es fácil
prever, en razón de ese parentesco y esa fusión par
cial, . que ciertos elementos del uno y el otro sistema se
hayan aproximado al punto de confundirse y no ser
- más -que'- ¡uno, y que ciertas ideas morales se hayan
•;: r'tLnidó /a,jqiertas ideas religiosas a l punto de hacerse
f indistintas, de que las prim eras hayan terminado ñor
'.‘po tener o,p arecer tener (lo que es lo mismo vara
’ el caso) eixstencia y realidad fuera de las segundas.
Por consiguiente, si Piara racionalizar.la_..pigral. y la
' educácíoSTmcía! ños limitamos a quitar de la disci
p lin a " ^ lbrqúe es .j;eH ^ reem plazarlo’
por nadadnos exponemos casi inestablem ente a-q u i-
t a r T l a ' vez elementos propiamente morales. Y en
tonces bajo el nombre de m oral racional no se ten-
drá más que. una ¡moral empobrecida y descolorida.
P ara eliminar ese peligro es indispensable no con
tentarse, pues, con efectuar una separación externa.
H ay que salir a la búsqueda, en el seno mismo de
' la s concepciones religiosas, de las realidades morales
que están allí como perdidas y disimuladas; es menes
ter desbrozarlas, descubrir en qué consisten, deter
m inar su propia naturaleza y expresarla en un lengua-
j e racional. E n una palabra_jes... preciso. descubrir los
16
que la vida del hombre debe ser respetada, nos produce
una reprobación muy diferente de la qüe puede suscitar ..
una herejía científica, y que se parece desde todos los
puntos de vista a la que el blasfemo produce en el
. jalma del creyente. Con mayor razón los sentimientos
. que despiertan las infracciones a las reglas morales
j/.np son comparables de ningún modo a. los sentimientos
que provocan las faltas ordinarias a los preceptos de
' la sabiduría práctica o de la técnica profesional. De t?
este modo, el dominio de la moral está copio cercado
¡V. ..por, una barrera misteriosa que la protege de~lbs pro- -
%C'\ *, fs
fánadores,
n a / ln r íis así como al
a a í corrió el Hnrninia
dominio ralioinan:
religioso' oáít'á
está infuera del l
o r a Hal
Segunda L ección
E L PRIM ER ELEM EN TO D E LA
M ORALIDAD:
. E L E S P ÍR IT U DE D ISCIPLIN A
24..
[jla educación nacional. Además, y contrariamente a la
opinión demasiado difundida de que la educación mo
ral compete ante todo a la fam ilia, estimo que la obra
de la escuela en el desarrollo moral del niño puede .y
debe ser de la mayor importancia. E xiste todo un sec
tor de esta cultura — y el más elevado— que no puede
ser dado en o tra parte, pues .si la fam ilia puede des
pertar y consolidar los sentimientos domésticos necesa
rios a la moral e incluso, más generalmente, los que
/'e stá n en .la base de las relaciones privadas más sim
ples, no está constituida de manera de poder form ar al
niño con m iras a la vida social. Por definición, digá-
WT‘ moslo así, la fam ilia es un órgano impropio para tal
función. En consecuencia, tomando a -la escuela como
¿centro de nuestro estudio, nos colocamos al mismo tiem-
\po en el punto que debe ser considerado como el centro
¿¿ \pór excelencia de la cultura moral én la edad analizada.
Ahora bien, nos hemos comprometido, frente a nosotros
mismos, a dar en las escuelas una educación moral en-
¿¿e.teramente racional, es decir, excluyente de cualquier
.‘principio tomado de las religiones 'reveladas. Aquí se
¿encuentra claram ente determinada el problema de la
‘'educación m oral ta l como se nos plantea en el momento
'•'histórico actual.
•1 Les he mostrado que la obra que intentamos hacer
;ñb¿sólo era posible, sino también necesaria; qué~nS£es-
*'T,- impuesta por todo el desarrollo histórico. Pero al m is-
¿jjí • mn tiempo me he visto obligado a hacerles notar toda
■sií complej idad. Y no porque esta complejidad pueda
'.|§n.; algún grado descorazonarnos. Es natural, por él
^contrario, que una empresa de esta im portancia sea
jm fícili sólo es fácil lo que es mediocre y sin aliento.
/'.t& Fhay pues ventaja alguna en disminuir a nuestros
^raopios,. ojos la grandeza de la obra en la que colaba-
giram os,. con el pretexto de tranquilizarnos. Es mucho
^||l/s5,<digno y provechoso enfrentar las dificultades que-
n'o\pueden dejar’ de acompañar, semejante transform a
ción- Indiqué ya cuales me parecían ser esas dificul-
tades. En primer término, como consecuencia de los
Estrechos lazos que se han establecido históricamente
entre la moral y la religión, se puede prever que exis
ten elementos esenciales de la moral que se han expre
sado siempre bajo una form a religiosa; si, pues, uno
se lim ita a re tira r del isistema tradicional todo lo que
+ es religioso sin reemplazarlo, se expone a i mismo tiem
po a retirar ideas y sentimientos propiamente morales.
En segundo término, una mqnal racional no puede ser
idéntica en ,su contenido a una moral que se apoya sobre
otra autoridad, que la de la razón. E l progreso del r^-
| ií§ 2 8 ;
m
m
••••• :•••.••• v;- “•■T^;wiv;faí^^s|
t fM
|ÉÉi®tó
IllÉ É Iw
P ü ® " ''- :
31
moral cívica, etc. No habría deberes sino un único de
b er/u n a única regla que nos serviría de hilo conduc
tor en la-vida. Dada la extrem a. diversidad y comple
jidad de las situaciones y relaciones, se y e cómo, desde
. ese punto de vista, el* dominio de la m oral aparece
indeterminado.
r Pero tal concepción invertiría las verdaderas rela-
7 ciones de las cosas. Si observamos la moral ta l como
1 existe, veremos que consiste en una infinidad de re-
I glas especiales, precisas y definidas, que fijan la con-
I ducta del hombre- para las. diferentes situaciones que
s e n resentan con mayor frecuencia. Unas, determinan
lo que deben ser las relaciones entre esposos; otras, el
modo en que los padres deben conducirse con los hijos;
otras m ás, cuáles son las relaciones de las cosas con
las personas. Algunas de estas m áximas están enun
ciadas en los códigos y sancionadas de modo preciso;
otras están inscriptas en la conciencia pública, tradu
ciéndose en los aforismos de la moral popular, y están,
simplemente sancionadas por la reprobación que acom-
t paña el acto que las viola y no por castigos efectivos.
j/Pero, las unas y las otras no dejan de tener una exis-
jjteñcia "propia y una vida prppia.. , Prueba que algunas
de ellas pueden encontrarse en un estado mórbido,
m ientras que otras, por el contrario, son normales. En
un país determinado, las réglas de la moral doméstica
pueden tener toda la autoridad y consistencia necesa
rias, mientras que las reglas de la moral cívica sean
. débiles e inciertas. Hay pues en esto hechos no sólo
reales sino, también relativam ente autónomos, puesto
, que pueden ser diferentemente afectados por los acon-
tecimientos que ocurren en las sociedades. Y esto ocu
rre, aunque se afirme estar en él derecho de ver en
; ta ’es hechos simples aspectos de un solo y único pre-
Mcepto, que sería toda su sustancia y toda su realidad.
(I Por el contrario, es ese precepto general, de cualquier
^ m a n e ra que se lo haya concebido o que se lo conciba, el
| f que. no constituye un hecho real, pues es. una simple
abstracción. Ni código alguno ni, conciencia «odal álguf
Wfj ha faan reconocido o sancionado el impérativo. moral, de
Kant o la Tey-de...ntilidiadT.-ttO, cqffin la formu^arn-n Beni>
S!"ham, Mili o Sp.epcer.J3on solamente generalidades de
Iy;;:" '--------------;..... hipótesis
;ló^lfilósofo3.e " de teóricos.
'■ ....qué
Lo .......... ......".. ...... ..
. . se . denomina
p;; iey general de la moralidad es .simplemente un modo
I t inás-o menos exacto de representar esquemáticamente,
aproximadamente, la realidad moral, .pero no es la reali-
dad .moral misma. E s un compendio m ás o menos feliz
§i:.;;,de los caracteres comunes a todas las reglas morales,
¥ pero no es una verdadera regla actuante, instituida.
í E s para la moral real lo que las hipótesis de los filó
sofos, destinadas a expresar la unidad dé la natura
leza, son a la naturaleza misma. E stá en el orden de
la ciencia, no en él orden de la vida.
Así,1 en* realidad, en l a práctica, no nos guiamos se-
gún estos puntos "de vista teóricos; según estas fórmu-^
las J^nersflés; "sino desacuerdo con reglas particulares
que enfocan únicamente la situación especial que rigen.
1 P ara saber cuál debe ser nuestra conducta, en las situa
ciones importantes de íá vida, no nos rem itim o sal
principio general de la moralidad con el fin de buscar
cómo se aplica al caso particular sino que existen^for-~
mas de actuar, definidas y especiales, que se nos im
ponen. ¿Acaso cuando obedecemos a la regla que nos
... v*.-*,*17* .1.^ *
•• prescribe mantener el pudor y que prohíbe el incesto
' conocemos solamente la relación que tiene con el axioma
fundamental de la m oral? Si enviudando nos encon
tram os á cargo de la dirección de riuéstra familia, paráA
saber cómo actuar no debemos remontarnos hasta ls
fuente última de la moralidad, ni hasta la noción abs-jj
tra cta de la paternidad, para deducir de ello lo que est
implica en la circunstancia. E l derecho y la costum-í)'
,bre fijan nuestra conducta.
v ; - £ í :>-5‘a í í - .
. -t :■
v en el momento en que es necesario actuar, puesto qúe
1 no hay en ellos hábitos lo suficientemente fuertes como
para impedir que el presente prevalezca fren te al pa
sado. Sin duda puede darse qué una circunstancia fe
liz incline.su voluntad en'.el buen sentido; pero esto
es el resultado de circunstancias cuya repetición nadie
puede asegurar.
L a moral es, por esencial, algo constante, siempre
: ideffico 'a''si mismo. 'Esfo siempre y cuando la obser-
•vación _n o/soextien d a . a períodos demasiado extensos.-
Un acto moral debe ser mañana lo que era hoy, cuales^.,
quiéra sean7las disposiciones personales del agente que
la realiza. La moralidad presupone," pues, cierta ap ti-l
tud para la repetición de los mismos actos en las mis-, i
m as circunstancias y, en consecuencia, implica cierto/
poder para contraer hábitos, cierta necesidad de regu-i
laridad. L a afinidad entré el hábito y la práctica moral
es. tal que todo hábito .casi.’inestable--
mente algún carácter m oral. Cuando una form a de
. ac fcüár há llegado” á ser habitual en un grupo, todo lo
que. escape de ella provoca un movimiento de reproba
ción muy cercano al que suscitan las faltás morales
propiamente dichas. Participan de alguna form a, en
' este aspecto, del cual son objeto las prácticas morales.
Si todos los hábitos colectivos vno son m orales,. sí .todas,;,
lá^L P ^ ’^ g g ’S^ m obles son hábitos colectivos.^ En con
secuencia, quien es refractario a todo lo_que es hábito^
coryé ..el. riesgo de 'ser también refractario a la mo
ralidad.^
Pero- la. reg.ularidad-- no e ssin o un elemento-eje--1-a
. moralidad. L a misma noción de regla, correctamente
analizada, nos revelará otro elemento no menos impor
tante.
L a regularidad, para ser .asegurada, tiene sólo ne-<
l i cesj^ad de hábitos fuertemente .constituidos,-, Pero, por
definición, los hábitos son fuerzas interiores del indi-
V
36
SfíJV
SSfcn.
podamos siempre m odificar, es un proyecto, no 'Una ré-
mj$-'glsr. O,^
si ___
verdaderamente está de algún grado -s&
__________ o.. ■ 4.¿
súsS,
M I traído a nuestra voluntad, es que, en la misma medida;
se, apoya sobre algo distinto a nuestra voluntad, tiene
algo qué nos es exterior. Por ejemplo, adoptamos tal
£í¡t plan de vida porque tiene como respaldo la autoridad
,^„de la ciencia: es la autoridad de la ciencia la que le
otorga su autoridad. Ejecutándolo obedecemos a la
«4, ciencia y no a nosotros mismos. Ante ella inclinamos
nuestra voluntad.
Por medio de estos ejemplos se ve lo que hay en la
idea de regja, además de la idea de regularidad. E s la
l ^ ';,rí?oie40íi de autoridad.. Por autoridad debe entenderse el
fjjjj * ascendiente que jjejce^ o b re nosotros toda potencia^mffe,
ral que reconocemos.como..superior a nosotros. A raíz
■ § de este ascendiente actuamos en el sentido que nos es
ppí' prescrito, no porque el acto de este'm odo solicitado nos
atraiga, no porque estemos inclinados hacia él como
ifiV' consecuencia de nuestras disposiciones interiores natu-
rales o adquiridas, sino porque hay en la autoridad
que nos lo dicta un no se qué qué nos lo impone. Én
esto consiste la obediencia consentida. ¿Cuáles son los
' procesos mentales que están en la base de la noción de
|Í;l. autoridad, cuáles los que Tíáicen imperativa a esta fuer
za que sufrimos? E s lo que algún día deberemos in-
’^j>> vesfógar.' Por el momento no se plantea el .problema:
/basta que tengamos el sentimiento de la cosa y de..su
m
realidad. Hay, en toda fuerza moral que sentimos sú-
perior a nosotros, algo que hace plegarse a nuestra
voluntad. Ahora bien, en un sentido puede decir se .que.
no existe regla propiamente dicha, cualquiera sea . la
esfera a la cual se vincule, que no tenga en algún gra-
«$*, ■do esta . virtud im perativa. Pues, una vez más, toda
re g la ' manda; esto es lo . que hace que no nos sinta-,
mos libres de hacer de ella lo que querramos.
Pero si existe una categoría de reglas én la cual la
Jl-T Ví | r •• ;
.'i.- ~
idea
y'. de autoridad
n«
»'r
¿.»
-•
.
juega
'■
un .papel
,
¡absolutamente
•
••
pre-
' ■
*
J~ifí:i, •
i. /íponderapte, esa categoría la integran las reglas mora-
I lesv^Los preceptos de higiene, de técnica profesional,
1,'V ,0
.I;¿.V. f^J^...Jgr0ceptos varios de la .sabiduría popular deben, sin
K* ^ duda, una parte del crédito que les otorgamos, a ¡ la
fcv
|liráw.;>U . autoridad que le reconocemos a la ciencia y a la prác
Ife
tica experimentada.
m :..
,[> •
M :, E j . tesoro de conocimientos y experiencias huma
nasjio s impone, por sí mismo, un respeto que se trans
mite a sus détentadóres, así como el respecto que el
ylcyeyente siente, por los objetos religiosos se transm ite
|}/ ■t,a_ los sacerdotes. Sin em bargo,en.todos estos casos,, si
nos conformamos a la regla, ello no es sólo por defe
». rencia hacia la autoridad de que emana, sino también -
i porgue el acto prescrito tiene todas las posibilidades
•de: pr oducirnos..qpnsecueñcias útiles, m ientras que el
. áctq contrario tendrá consecuencias perjudiciales. Si al ’
estar enfermos nos cuidamos, si .seguimos el régimen
que .se nos prescribe, no sólo lo hacemos por respeto a
la autoridad de nuestro médico, sino también porque
de este modo esperamos .sanarnos. Entra pues aquí un
sentimiento distinto al respeto por la autoridad’; en- .
tran consideraciones completamente utilitarias, que tienr
. den a la naturaleza intrínseca del acto que se nos re- .
contienda, a sus consecuencias posibles o probables; .
I r„l '
Con las reglas morales ocurren las cosas de un modo
F f Completamente distinto. Sin duda si laá violamos, nos
exponemos a consecuencias molestas; nos arriesgamos
,a_jSer. ins.ultados, puestos, en el “índex” , heridos hasta
materialmente en nuestra persona o nuestros bienes.
Pero es un hecho constante e innegable que un acto
no es moral, aunque materialmente se conformara con
i|y. Ío_. ha determinado; la .perspectiva de las .
consecuencias molestas., 430^ para .que el acto aea-.ío..._.
fe*, 1 ^cpie debe„ser... nar a „_que__la.. régla sea Obedecida como
debe ser obedecida, es necesario que lo po^rgüém os no
[fSv •*: ;‘
<38'
¡Jl'íiÜifJ.i m
'litara evitar el resultado desagradable -n m castigo _ma¿
t|teriál o moral— ~o^joacaI3 K£mer"tal recompensa; debé-,
'^mós;|>ps'tergarl6 simplemente porque debemos deferir-,
s^o, áKstraccidn hecha de las consecuencias que puedá;
t|,|ener para noM l^'^iíueára^ conducta. Es necesario ¿
ft pb^decer^^a l precepto moral por .resisto. a l miento y adío
jgpor -esta razón. Toda la eficacia que tiene sobre las
voluntades .proviene exclusivamente de la autoridad^
pí • -r>\
¿ton que está revestida. En este lugar la autoridad es
fosólo actuante y no puede mezclarse en ella otro ele-,
É|iaento. sin que la conducta, en la misma medida, pierdan
gl|u.'..carácter, moral. Decimos que toda regla manda, pero
g fe je g lá ' "4!===" ' *
p§jcbsa._J)e , ahí ■por qué nos habla de tan alto, por qué
ll^ h an d o ha hablado, todas las restantes consideraciones
||rdéban callarse. Y es porque ella no d eja.— por así de-
®lícirlo— lugar a la vacilación. Cuando se tra ta de apre-
« p ia r las consecuencias eventuales de un acto es inevi-
f i a b l e la> incertidumbre, existe siempre algo indetermi-
40
T ercera L ección
E L E SPIR IT U , D E D ISCIPLIN A
( Continuación)
49
!especiales5- a otras sin por esto abismarse en lá sensa
ción disolvente de lo limitado. Lo que importa es que
la actividad tenga siempre ún objeto preciso al cual
pueda ligarse y. que el mismo la limite determinándola,
t Toda' fuerza que no contenga una fuerza contrariá
tiende necesariamente^ a perderse én el infinito. Así
lXh*
50
^''Contenerlas, inclinarlas en ta l o. cual sentido. E n con-
^ ;:®ecueneia, puede decirse sin m etáfora que son fuerzas.
i|Í\:jC>ada vez que tratam os de actu ar contra ellas lo sen
i l étimos, pues nos oponen úna resistencia .sobre la cual
-;no es posible triunfar siempre. Cuando el hombre, sa-
¡lamente constituido, tra ta de com eter un acto contra
Isa m oral, siente algo que lo detiene, del mismo modo
que cuando tra ta de alzar algo demasiado pesado para
^ sus fuerzas. ¿De dónde le viene tan singular virtud?
Una vez más postergaremos este problema, que a su
Jfcvhora tratarem os. Por el momento nos limitamos a re-
w-': g istra r el hechoj de por sí innegable. P o r otro lado,
■p; ¿puesto que la moral es una-d isciolina. nuest ó-~Oúe-jios.
fe'-imaindat los "actos que nos re d am a no son concordes
\ concia tendencia de nuestra naturaleza individual. Si
jjffe simplemente nos ^ordenara seguir nu estra, naturaleza,
¡6 , ncTteúdría necesidad de dirigirse a nosotrosen un tonp
||| imperativo. L a autoridad sólo es indispensable para
ft . ástsa.&r¿y contener las fuerzas^ re^>‘eldes"y no p ara in-
^ " d í c a r a las fuerzas existentes que se desarrollen en su
;propio smitída».Se ha dicho que"lá','m óral tenía por fum
igación impedir alindividuo usurpar dominios que le están
Ü3 prohibidos. En cierto sentido, nada es más exacto. L a
|>n m oral es un vasto sistema de prohibiciones. J3s~3ecir|i
qqe tiene por objeto lim itar el circulo en eTcual puede
p:V.:..y debe
; dual. Ahora vemos para qué sirve esta necesaria íimi-
.tácion. E l conjunto de las reglas morales form a alrede-
H dor de cada hombre una especie de b arrera ideal, al
,| pie- de -la- cuaL viene, .a. m orir-la. .marea_de„las. pasiones
/ humanas, sin poder pasarla. Así es posible satisfacer
J las pasiones humanas, por cuanto están contenidas.
;Tanto, que si la b arrera se debilita en ún punto cual-
quiera, las fuerzas humanas contenidas h asta entonces
efe precipitan tumultuosamente por la brecha abierta;
p eí» una vez liberadas no encuentran término en donde
detenerse; no pueden sino aspirar dolorosamente a per-
; | e ^ ir :un fin que siempre se les escapa. Si, por ejem .7
pío,;, las reglas de la moral conyugal pierden su auto
ridad, si los deberes entre Jos cónyugues son menos
fespetados, entonces, las pasiones y apetitos que esta
p arte de la moral contiene y reglam enta se desencade
nan, se trastornan, se exasperan por ese mismo tra s
torn o; y si son impotentes p ara apaciguare por cuanto
han sobrepasado todos los límites, entonces determina
rán un desencadenamiento que .se traducirá en form a
.visible en la estadística de suicidios. Bel mismo modo,
si la moral que preside le vida económica se quiebra,
' entonces las ambiciones económicas, no teniendo m ás
lím ites, se sobreexcitarán .y afiebrarán; pero entonces,
se observará el aumento del contingente anual de'm uer
tes voluntarias. Podrían m ultiplicarse los ejemplos.
Además, dado que la moral tiene por función lim itar
y contener, la mayor riqueza se convierte con facilidad
en una fuente de inmoralidad. Por el poder mismo q u e .
la riqueza nos confiere, disminuye realm ente' las re
sistencias que nos oponen las cosas: en consecuencia,
da a nuestros deseos un aumento de fuerza que los
hace más difíciles de moderar. Se dejan encerrar en
él límite norm al con m ayor dificultad. En esas con
diciones, el equilibrio moral es m ás inestable; con el
menor golpe se conmueve. Y , por ello, es posible en-,
trever en qué consiste y de dónde proviene ese mal de
infinito que atraviesa nuestra época. P a ra que el hom -"
bre imagine tener ante sí espacios ilimitados y libre-
; mente abiertos, es necesario que ya no véa esa b a rre ra ,
moral que, normalmente, debiera detener sus m iradas;
. es necesario que ya no sienta las fuerzas morales que lo
contienen y que limitan su horizonte. Pero si ya no
las siente, quiere decir que no conservan su grado nor
mal de autoridad, que se han debilitado, que ya no son
lo qué deben ser. Por lo tanto, el sentimiento de lo in-
■ y y ; :
finito sólo puede apárecer en eí momento en que la
disciplina moral ha perdido su influjo sobre las volun-N
tades; y es el signo dél debilitamiento que se produce /
en las épocas en que el sistema m oral vigente desdé
hace siglos, está trastornado, no responde más a las
huevas condiciones de la existencia humana, sin que
se haya formado todavía un nuevo sistema que reem
place al que desaparece.
. Así, pues, cuidémonos de ver, en la disciplina a la
cual sometemos los niños; un instrumento de compren
sión al cual sólo deba recurrirse cuando es indispen
sable prevenir la repetición de actos condenables. La
disciplina es, pp r-sí—misma, un factor sui generis de
la ediicao-iónTl|a^u-el-caí1iner~lñofab^^
c& l^ q u e^ jio.. pueden..deberse más que a la discipli
nad Sólo., pox jsii interm edio.podemos, enseñar ai-niño’ a
moderar sus deseos, a circunscribir apetitos de. cu al
quier clase, a lim itar y, por eso_mismo, definir los
objetos de su actividad. E sta limitación es condición de
la felicidad y de la salud m oral. Seguramente, ésta
limitación necesaria varía según los paí es y las épo
cas ; no es la misma en las diferentes etapas de la Vida.
A . medida oue la vida m ental de los hombres se desa--
rrolla, se hace más intensa y complicada, es necesario
1
que el círculo de su actividad moral se extienda én
Ü ; la misma medida. E n m ateria de ciencia, arte y bie
nestar no podemos contentam os hoy tan fácilmente
como lo hacían nuestros padres. E l éduoador iría pues
contra los fines mismos dé la disciplina si tra ta ra de
‘|ijar artificialm ente el límite. Pero si es necesario
que este límite varíe y si deben tenerse en cuenta7las
iriaciones, no es menos indispensable que la diseiplina|
exista; y esto, por el instante, es'todo lo que quiero
tablecer.
Pero quizás se preguntará si esta felicidad no cuesta
masiado cara. Efectivam ente. ¿Acaso cualquier lími-
7
53
’tóitáción no Implica tula dependencia? Pareciera pues
: iJuíiíüná actividad circunscripta no puede ser sino una
i&tividad menos rica, al mismo tiempo-que menos libre
y menos dueña de sí m iaña.
. . L a conclüsión parece imponerse como una verdad dé
Pero Grullo. En realidad no es. Sino una ilusión dél
s'entido común y,, por poco que ,se reflexione, es fácil
asegurar qúé, por el contrario, la omnipotencia abso
luta1no es más que otra for a .de deno inar la e x tre -.
ina impotencia.
’ Eñ efecto imaginen ustedes un ser libre de toda
limitación exterior, un déspota aún más absoluto que
aquellos de los cuales nos habla la historia, un déspota
a quien ninguna potencia exterior pueda contener y
regular. Por definición, los déseos de un. ser ta l son
irresistibles. ¿Diremos, entonces que es todopoderoso?
Ciertamente que no, pues él mismo no puede resistir
todos sus deseos.
'' Son sus amos como son amos del resto de las cosas.
Los sufre, no los domina. En una palabra, cuando
nuestras tendencias son liberadas de toda medida,
cuando nada las lim ita, se convierten en tiránicas y
su prim er esclavo es . el sujeto que las experimenta.
También conocen ustedes el triste espectáculo que nos
brinda.
‘‘i')--: ^
Las más contrarias mclinaciones, ios más an-
tinómicos caprichos se suceden unos a otros, .condu
ciendo al. .soberano que se cree absoluto en los más
, divergentes sentidos, a ta l punto que ésa omnipotencia
aparente se resuelve finalmente en'una verdadera im
potencia. Un déspota es como un niño; tiene sus mismas
¡debilidades y las tiene por la misma razón. No es due
ño de sí mismo. L a prim era condición de todo poder
^verdadero, de toda libertad digna de ese nombre, es el
fa’dtodóminio. Pero no se puede ¡ser dueño de. sí mismo
cuando se llevan encixna fuerzas quej por definición,
' ^1(0; pueden ser dominadas. E sta misma razón es la que
..hace que los partidos políticos demasiado j^derqsos,
. que no sé enfrentan” <^~’miñórías suficientemente re-
f sístentés, no'-pueden perdurar, No tardañ én arruinarse
por” él mismo exceso..de sus_fuerzas, ^pues, como. nadifs_
es capa? de moderarlos, se dejan ineyitablemente con- ^
■dúcir a violencias extremas, que los desorganizan á ellos ; ;
mismos. Un partido demasiado poderoso , escapa rá" sí
mismo, y no. se puede ya dirigir porque es demasiado
fuerte. Las Cámaras inhallables son m ortales, para las
st ' doctrinas cuyo triunfo parecían primero anunciar. . —
Pero, se dirá, ¿no es acaso posible que nqs autqli-
mitemos, por medió dé un esfuerzo interior, §in_qp®||
una presión éxtefiór' se. ejerza perpetuamente sobre 5
nosotros? Seguro que sí, y esta aptitud de autodomi-;
nio es uño de loq .uiindualég poderes que debe desarro
llar la educación. Pero para que aprendamos a resis-j
tim os á ñósoucos-mismps aún es menester que sintamos
É.': esa necesidad por la resistencia que nos oponen las
cosas. P a ra que nos limitemos aún_es necesario que
’M ' sintam os. la. realidad de los lím ites que nos encierran.
Un" ser que fuera o se creyera ilimitado, sea de hecho
. o de derecho, no podría pensar en autplimitarse sin
contradicciones; sería violentar su naturaleza. 4¿a _ rg ^
sistencia interna no puede ser más que un reflejo, ¡una
'expresión interior de la resistencia externa. Añora
bien, si para todo lo concerniente á TS^vida física, él
-medio,Jísico.„es_tal aue nos detiene y nos recuerda que
no somos sino una parte del todo que nos. envuelve. y .
nos lim ita, para todo lo que .se refiere a la vida moral
no existen sino fuerzas morales que pueden ejercer so
bre nosotros esa acción y darnos ese sentimiento. T a
hemos dicho cuáles son esas fuerzas morales. .
■;
a una importante consecuencia: la .
;no sirve" splo a l a fvícS“m b raf propia-
>s, 1 m ente dicha; su acción se extiende aún más lejos. Se
11 ^desprende ae lo que Hemos dicho que juega un papel
fe to ;>.¿:í considerable en la formación del carácter' y la perso-
m
líS:,'-.',
f e - i h a l i d u d en general. E n efecto, lo más esencial en el
Carácter es la aptitud para dominarse, la facultad de
saber detenerse o, como se -ha dicho, la facultad de
'Xm
P - - ' • inhibición, que nos permite contener nuestras pasio-
&k./j-:
is^Sjv--' * . ' líes,. nuestros deseos y nuestros hábitos y dictarles la
ley. Un ser personal es un ser capaz de m arcar todo
m&x:- lo que hace con un sello propio, que es constante, y
c-Siív’/ - '
por el cuál, se reconoce, distinguiéndose de cualquier
í ¡é : otro. Pero, m ientras las tendencias, los instintos, los
pikñ deseos .reinen sin contrapeso alguno; m ientras nuestra
J f lto conducta dependa exclusivamente de su respectiva in
■.
tensidad, se tra ta rá como de perpetuos golpes de viento,
de bruscas sacudidas como las que se producen en el
Ü
ppÍK' niño o en el primitivo, y que, dividiendo sin cesar la
|ff ■ voluntad contra ella misma, dispersándola en todas' di
recciones, impiden que se constituya con esa unidad
y continúe con esa .perseverancia que son las condicio
nes primordiales de la personalidad. } L a disciplina mo-
itoí
W ral nos conduce precisamente a este ¿utodomiftib.jElla^
; nos .enseña a a ctu ar de un modo distinto al que se hácé
S' bajp„, la presi ón de los impuísos*Tnteriores7~5e3ahdo des-
‘ pender ,espontáneamente nuestra actiyidad por ’ sü~pen-
diente .natural. Nos enseña” á ''a c tu a r con esfuerzo,
. ,:.i núes no. pariste acción m oral'alguna' qué no implique re-
' ducir alguna inclinación, acallar algún apetito, ihode-
■’ v'. ' .............. -- — ------------ -:__ 1
r a r alguna tendencia. Al mismo 'tiempo, como toda re-
;; j-Vg^á tiene algo de fijo e invariable que la coloca por
encima de los caprichos individuales; como las reglas
m
56 .
lilllll;®
micii a o k i ^ . j^uiaw enui' Bigmiica.- aprenuer xam o ieu '^ ' j :
Conducirse con continuidad, según principios ébnstamto|
|bes, superiores a íós inipúlsos y sugestiones casuales.
|pjl deber de form ar la voluntad es, pues, tarea común:
g|aé la escuela.
W;
’í •» ■
a
& c
M A
tó
v.
M*r::&?&: :■J "
*'■&$'%■«. "/■; -v 'n -
íkm*>M^
k a;..„ , .•:::fi<r
¡ ■*■ ' ;- v - . •
., ..- •|g
■£j$i
m m ' ’:m-•#vv1s'•"•
y'rri^-’i.
C uarta L ección
E L E S P ÍR IT U DE DISCIPLINA
( Conclusión)
E L SEGUNDO ELEM EN TO D E LA
MORALIDAD:
1 1
.- m j
menos evidente. Pareciera que implica una vi'(¿ a
£|ntaeión de la naturaleza humana. Lim itar a l hom
bre, ' obstaculizar su libre expresión, ¿no es impedí* V
jüe sea él mismo.? Hemos visto, sin embargo, que ésta, .
limitación era condición de nuestra salud m oral y de
niiestra felicidad. E l hombre está hecho, en efecto, pa
pa vivir en un medio determinado, limitado, ta n vasto,
|or lo demás, como pueda serlo. E l conjunto de actos .
|üé Constituyen la vida tiene ñor objeto ada|
^&Fin6diq~ó~3e adaptarlo a nosotros. En consecuencia,
actividad que nos. requiere participa de la misma de-
termináción. V ivir significa armonizamos con el mundo
físico queaiosTíodea con el mundo social deTcuariiomosj
niiembros, y ambos, póF"m ar'é^ eñ sos'^ e ¥éáñPscñrslñí
mbargoTimi'tados. Los~fines que normalmente pérsegui-
■^cís^están, pues. Igualmente defí5idbi~y m> podem os1
gnEérarnos de este límite sin colocam os inmediatam ente
estado antinatural. E s necesario que en~cáda
'^íoomento nuestras aspiraciones, nuestros sentimientos
é cualquier clase estén, limitados. E l papel de la dis
ciplina es el de asegurar esta lim itación Si falta este
gam ite necesario* si las fuerzas morales que nos ¡rodean '
|SÓ son y a capaces de contener y moderar nuestros de
j ó o s , entonces la actividad humana, no siendo frenada
Jy á por nada, se pierde en el vacío, en el que se auto-,
|engaña llamando a la nada con el especioso nombre de
¿infinito.
j&fyt • *
L a disciplina es útil, pues, no sólo en interés de
Ifíá sociedad, como medio indispensable sin el cual no /
.^habría cooperación ¡regular, sino también en interés
, ‘del mismo individuo. Mediante ella aprendemos á mo
¡¡M, derar él deseo, siu lo cual el hombre no podría ser
'Infeliz. Contribuye además, en gran medida, a form ar lo
^¡jtfyék esencial de nosotros: la personalidad. L a facul
t a d de contener nuestras tendencias, de resistim os a
¿nosotros mismos, que adquirimos en la escuela de la
;o de liberación y de libertad. Debo agre
g ar que, sobre todo en sociedad s democráticas como la i
nuestra, resulta indispensable enseñar al niño esta s a
ludable moderación. Habiendo sido derribadas etí parte
las barreras convencionales, que en sociedades organi-
zadas sobre bases distintas contenían violentamente los ¡
deseos y las ambiciones, sólo la disciplina moral puede j
ejercer sobre el hombre esa acción reguladora, sin la
cual no es posible vivir. Estando las carreras abiertas
a todos, en principio, el deseo de progresar se halla
expuesto con mayor facilidad a la exacerbación, a la j¡
pérdida de toda medida* h asta el desconocimiento de |
todo límite. E s, pues., necesario aue la educación haga j
ver al niño, a tiempo, que fuera de esos límites a rtifi-_ :
Hales. queTahistoria ha juzgado y juzga, existen otros |
fundados en la naturaleza de las cosas, es decir, en la vj
naturaleza de cada uno de nosotras. _No se tra ta en \
modo alguno de empujarlo insidiosamente hacia_una re- i
signación o de adormecerle ambiciones legítimas o im-
pedirle ver más allá de-^u aetual condición: estas, ten- |
tativas ..estarían en contrAdiccióp, con los principios de |
nugstra organización social. ..P.ero.-es..necesario hacerle
Comprender al niño que el medio para ser feliz es pro- ;¡
' ......— .................................... “ '-.y.
ponerse objetivos cercanos, realizables, vinculados a la ■|
naturaleza de cada uno; y lograrlos; y no p.pner en j
•^ s^ ó^ ^ S fvicea,jr dolorosamente, la voluntad, aai.ffaáB.. ••!
infinitamente alejados y ñor lo tanto, inaccesibles... Sin |
ocultarle las injusticias del mundo, comunes a__tpdajépo-
cáT es necesario hacerle ver que la felicidad_no crece |
ilimitadamente junto aí~pódefr el'"saher,.p la . riquegá, ¡
Debe hacérsele comprender qué puede encontrarse en i
condiciones muy distintas, que cada uno de nosotros
i tiene sus miserias y alegrías, que lo esencial es encon- %
y tra r un objetivo de acción que esté en armonía con ’
nuestras facultades, que perm ita realizar nuestra na-
turaleza, sin tra ta r de fatig arla y colocarla violenta y
artificialm ente fuera de sus límites normales. X»a es-
í cuela debe hacer contraer al niñqjtodo este conjunto de
^ha5|tÓs~meñ^|es, no"~p5rque sirvan a tal o cual ré g i-,
|men, sino porque son sanos y tendrán la m ayor influen-
|cia sobre el bienestar público. Señalemos, además, que
filas fuerzas morales nos protegen contra las fuerzas
^brutales e ininteligibles, y una vez m ás, hay que cui
darse de ver en este gusto por la moderación tendencias
J a la inmovilidad; dirigirse hacia un fin determinado,
íf que a su vez reemplaza a otro fin igualmente determi-
|. hado, significa avanzar ininterrumpidamente, no inmo-
| vilizarse. No se tra ta de sabejr .si es o no necesario
avanzar, sirio de qué modo y con qué paso. .__ „
?■ Llegamos, pues, a ju stificar racionalmente la u tili-/
f dad de la disciplina, tan bien como pudieron hacerlo los
- m oralistas. Sólo debe señalarse que la concepción que
*'tenemos de su papel es muy diferenté de la que han
í, propuesto ciertos apologistas diplomados. Ha sucedido
a menudo que, para dem ostrar los beneficios morales
|vde la disciplina, se la haya -apoyado sobre el principio
fique he combatido y que invocan los mismos que sólo
«yen en la disciplina un m al deplorable aunque necesa-
|yio. Con Bentham y los utilitaristas, se presume evi
d en te que la disciplina consiste en una violencia éjer-
JSí
fcida sobre la naturaleza; pero, en lugar de deducir de
a
’íello
V
que la violencia ....es m ala
......... . . .
estando contra ....la
.......
natu-
; raleza, se estriña que es buena porque se cree que lá
naturaleza es m ala. Desde ese punto de vista la natu-
fráleza es la m ateria, la carne, la fuente del m al y del
^pecado. De acuerdo con ellos la naturaleza nó ha sido
idada al hombre para que la desarrolle, sino, por el
|contrario, para que triunfe sobre ella, para que la venzaU
>y la acalle. L a naturaleza no sería sino la oportunidad^:
% • 1
vde;’una-gran lucha, de un glorioso esfuerzo del hombre |
■contra sí mismo. /La disciplina seríá el instrumento de J
\v34i victoria. E sta es la concepción ascética de la disci- i
^ plifta tal como se presenta en ciertas., religiones. / . ■§
§m > A' ■.
<- . L a noción que he propuesto es completamente dls- i
;tjnta. Creemos que la disciplina es útil y necesaria al •i
7t^g»Mtoa~poiqña. ñ o f t ^ a t ^ j ^ clain a^a. por la misma I
g§$¿. ‘ naturaleza. E s el ¡medio mediante el cual la naturabfea I
sé/realiza con normalidad y no el medio par,a redu-',1
II f ■
* .•'..'V,
¿irla o destruirla. Gomo todo lo existente, el hombre és |
W Safe.%S-li:' lia ser. limitado; f orma parte de un todo: físicamente |
SSSEIÍ ”k}-
miwíW^ es parte del universo, moralmente es parte de la so- I
■ciedad. Sin contradecir, su^najnralega, ..no /puede, pue¡v|
realizar el intento de fra nquear esos, límites que s.e 1
■imponen a todas Ja s jpartes.___,, ‘“"’l i
"^Lo más fundamental en el hombre ./proviene preci- |
. sámente de su calidad de. parte. Decir que es una per- I
sona es decir que es distinto a todo lo que no sea él. |
Y -la distinción implica de por sí la limitación. P ara 1
nosotros la disciplina es buena porque la naturaleza I
del. hombre no ,pue.de existir a menos que sea disciplina- I
da, y no porque miremos con desconfianza la- obra de i
la naturaleza o veamos en ella una maquinación d ia»'l
bélica que deba destruirse. Si^ consideramos indispen-jf
sable contener en ciertos límites las inclinaciones na- i
turáles, nq es porque nos parezcan m alas o óue_ les 1
negu©nps__ el . .:.der,eciip a ser satisfechas, sino porque I
creemos que de otro.-modo, .no podrían •serlo. L a p rj-.l
ibera consecuencia práctica que se deduce de lo expues^ l
tó.es_que el ascétispao en sí no es benéfico.
De esta diferencia inicial entre ambas concepciones !
iproy^É^áu^ras. ño. píenos im portantes.'' Si la,disciplinaj|
es un medio párá ¡realizar la naturaleza del hombre,|
i:,deBé cambiar a medida qüé"~la' misma cambia, pues, ’j
/cómo se sabe, vá r ía cón los tiempos,..A .médida_que..„sej3
avanza en la historia, como consecuencia de la civiliza-j
i
ió % eí horror ante to ¿á~'<B!^iplina: “En' detérím ñaSSí
|éhdicionés el prim er sentimiento es sano, natural -jfi
¿écuñdo; el segundo es siempre anormal, pueB nos in
cita a vivir alejados de las condiciones fundamentales,
'íde la vida. Sin duda la legitima necesidad de renova
ción, entre los grandes revolucionarios del orden m oral,
|ha, degenerado a menudo en tendencia anárquica. Al
#|j$ierirlos dolorosamente las reglas en uso en su tiempo^
l'atacábán, por el mismo mal sufrido. n o ;a ta l o cuaj^
.form a particular" y temporal de la disciplina morada
^ino^aT'mismo""principio dé toda disciplina. E s lo que.
:|precisánienté lia Hecho cadu carsg ,p h ra. siempre; loque...
^íia~^ch"ó 'qüfer tantas revoluciones hayan sido ^estériles.;.
•\o no hayan dado resultados acordes con los esfuerzos
ií <JU<e costaron.’ E n el eh que uno se rebela con-
;í :t ra"las reglas es cuando m ás .debe sentir vivamente su
p n icesidad. E n el instante en que se las destruye debe
‘J 1tenerse presente que no puede vivirse sin éllas. Sólo
- con esta condición podrá ser positiva la obra que sé
í’hace. ’
fe En resumen, las teorías /pie celebran las ventajas
de la libertad no reglamentada hacen la apología de
•*/ un estado mórbido. Incluso puede decirse que, contra-
'riamente a las apariencias, las nociones de libertad y
J :•de no reglamentación son opuestas, pues la libertadles
|ív fru to ' de da'^egTameptacróñl Bajo la acción y .la prác="
■’ tica de las reglas morales adquirimos el poder de do-
minarnos y regularnos, que es todo lo real de la liber-
¿ tad. Son también estas reglas las que, .gracias a su
í|v autoridad y fuerza, nos protegen contra las fuerzas
^ inmorales o amorales qué nos asaltan por todos lados,
j,’'.Lejos de qué la regla y lá libertad se excluyan como
Jf antinomias, ésta no es posible sin aquélla. Pero la re-|
1 glá no debe ser aceptada con resignada docilidad., ttT¿
feréce ser_.amada. Es una verdad que debe recordarse
actualmente y sobre la cual nunca es. suficiente llam ar
.la atención,/:pues vivimos en una de esas épocas revo
lu cio n arias y ■críticas en las cuales la autoridad debi
litada de la disciplina tradicional puede dar lugar al
espíritu de anarquía. He aquí de dónde provienen las
aspiraciones anarquistas que, concientes o no, apare
cen actualmente, no sólo en la secta especial que lleva
.ese nombre, sino en doctrinas muy diversas que, opues
tas en otros puntos, se. dan la mano en todo lo que se
.refiere a reglamentación. _ ____ _____
.v - \ ■- • .
Comunicarse ipeo faeto. al sujeto que las posee. Todo
^depende del uso que de ellas se haga o se quiera hacetó
i/Cuando, por ejemplo, se utiliza la ciencia con el fin de
^disminuir los sufrimientos humanos, el acto es moral
mente elogiable. Pero no lo es cuando se la utiliza para,
.satisfacer algo personal.
Hemos, llegado ..a un aprimen-resultado.. Los actos cine
pCTsiguen fines exclusivamente personales...par.a el agen-
te up tienen valor m oral,..cualesquiera sean._ E s cierto
que, según los m oralistas utilitarios, la conciencia ino-
, ral se engaña cuando juzga de este modo la conducta
humana. Según ellos los fines egoístas son los fines
recomendables por excelencia. Pero no debemos preocu
parnos aquí del modo en que estos teóricos aprecian la
moral efectivamente practicada por los hombres. Pre
cisamente es ésta la que queremos conocer, ta l como és
entendida y aplicada por todos los pueblos civilizados.
Planteado en estos términos resulta fácil resolver el
problemas. No sólo actualmente, sino que jam ás ha
existido un pueblo en el que un acto_ egoísta, es decir,~
un acFd dirigido al interés individual del qué lo realiza,
haya sido lo tanto, podemos dé-^
dücir que Tos actos proscriptos por las regías morales í
tienen como carácter común el perseguir finés inipéf-
sonales.
Pero, ¿qué debe entenderse por impersonal? ¿D ire
mos acaso que p ara actu ar moralmente no b asta buscar
nuestro propio interés sino ¿H n terésd e oteo individuo?
Si lo dijéramos, cuidar nuestra salud o instruirnos no
tendría nada de m oral, pero sí .lo tendrí a cuidar la sa
lud, d 'Bienestar o la instrucción de otro. T al aprecia^
clon de laT"<^dtícba''iib es consecüent¥’cdnsigo misma
y* se eS£jS5diee en Tos térm inos. ¿Por qué lo qüe no
tiene en mí valor moral lo tendría en otro? ¿Por qué
la salud y la inteligencia de un ser que, por hipótesis,
es parecido a mí (dejo de lado los casos en que existiera
una desigualdad m anifiesta) serían más sagradas que
mi salud o inteligencia? E l término medio de los hom
bres está más o menos; al mismo nivel, sus personali
dades son parecidas, iguales y, por así decirlo, ínter-,
cambiables. Si un acto destinado a conservar o desarro
llar mi personalidad es amoral, ¿por qué un acto igual
pero que tenga por objeto otra personalidad no lo sería?
¿Por qué uno tendría más valor que el otro? Por otra
parte, tal como lq señalara Spencer, una moral de este
tipo no sería aplicable sino a ía condición _de_ que no
.abarcara a todos. Supongamos, en efecto, una sociedad-
e n la cual uno estuviera, dispuesto a renunciar en favor
de su vecino; por la misma razón, nadie podría aceptar
el renunciamiento de los demás y la renuncia se baria
imposible, pues seria general. P ara que pueda .ser prac
ticada la caridad, es necesario que "algunos acepten
lío hacerla o no estén en condiciones de hacerla. E s
uña virtud sólo reservada-fl.-álgunos: la m oral, por el
"contrario, debe ser común a todos, accesible á todos,
íío podría, pues, verse en el sacrificio, el renuncia-~~
miento interindividual, al tipo del acto m oral. Por lo
tanto los caracteres esenciales que buscamos deben estar,
en otra parte.
¿Los encontraremos en el acto que tiene por objeto
V * ”-...................... ............ . . . ........ ....<.••■>■»•«.> . «
73
•m
f g vHe la natalidadT~las p _ — _ -----^ ^i
y avrafed son análogas.; E s un acto propio fleT
>Süpo imponer sem ejanzaa los íridiyidBs a ^ S g J o J f e .
mejor prueba de que. ,el_grüpojg_
^^j^fPdistinto al individuo. _
v- ' . «
75
Qu in ta L ección
E L SEGUNDO ELEM EN T O DE L A
MORALIDAD
79.
m
íKí.''(•'.r1
cJ¿Si‘C-<
h'.'"•’ ''
set realizaren .plenitud cuando se adhiere a ella. Lo que i$£
m o ""s ttá 'démostrado- que la hecesidad_'de''eóhtenerse en f|
^Sf‘<iei^ri¿i¿ia¡dós: límites era solicitado por nuestra propia
’jt® naturaleza ha sido el hecho de que donde faltab a ese
limite,. 7 donde
... las reglas
o morales carecían de la auto-
[f: ' Tidad necesaria para ejercer sobre nosotros su acción
reguladora en el grado querido, hemos visto sumido a
la sociedad en una tristeza, én un desencanto, que se
traducía en la curva de suicidios. Donde la sociedad
^••c arece de la virtud a^ a ctiv a sobre las voluntades que
v 'li'í; " normalmente debe teiler, donde él individuo se deshace
••.k—s—--sr — -* .............. ----------- ......
..... .
■m
jipre están más concentradas alrededor suyb a - v a fe
¿« oposiciones contra las cuales deben luchar y la-
fina iglesia tiene menos suicidios en los países en
|;cuales es minoría que en aquellos en que.abarcá
.,1a mayoría de los ciudadanos.
¿-Pareciera que el egoísta es un ser hábil que com-
■rende mejor que nadie el arte de ser feliz. Sin ena
no es a sí; está en un permanente estado de
|||úiIibrio inestable que cualquier cosa puede destruir.
Ipuanto más tiende el hombre sólo a sí mismo, menos
|p; hace en «realidad. ¿A qué se debe? A que el hombre
en su m aygr parte producto. ...de-Jir ‘sb ci^ ad r^ S ir
r~^^yͧne~lo mejor de nosotros, las formas 'supe-
¡n ó i ^ de nuestfa--a<dlyidad.,„JBLSnguaie es antes que
i algo social: la sociedad lo elaboró y gracias a
||IIa'sé transm ite de generación a ,generación. 1-Ahora
||»5n.- el l enguaje no sólo es un sistem a de palabras;
peda lenguaje significa una mentalidad propia, la de
||a sociedad que lo habla, éii la que se expresa su propio
Ipt^iperam ento; y es estn mentaüdad la que ,hace de
^ jb n do a la mentalidad individual. A todas las ideas
||ue nos vienen del lenguaje deben ,agregarse las que
piróvienen de la religión. P u es^ i^ reH j^ n ^ lM a^ to sti-
¡§tución social; incluso ella, en_m ^titodj^^ uebÍoS;<u^ Si:
s^ r t^ m o '^ g § r ,a,TaTaa"'eoÍectim Todas, la s.ideas rélj-
¡giosas tienen, ^OT^^anto^’ un wig^^ y sabido,
|p^r otra parte, que aún hoy constituyen para la mayo- ,
In a de los™hombres una form a eminente del pensamiento..^
81
g ;qúe: lo rodea inmediatamente, y como ese me||¡
¿é s‘simple, restringido, sensiblemente invariable, los mf
: vimientos nuevos para poder adaptarse a él hubiesér
:: . sido también simples, poco numerosos, y repitiéndose
;v siempre en razón de la permanencia del medio. H abría!
tomado, fácilmente la form a de hábitos automático
E l instinto hubiera bastado para todo, como entre lójlf
. animales, y la ciengiaL que sólo se desarrolla al retrofi
ceder el instm to, no habría náHdó. Si nació es páiÉ|
í(jue la sociedad tuvo necesidad de ella._ Pues u ñ a ' q jS
.gánización tan- compleja y variable no- podría de ñinfl
. gún modo funcionar por medio de un sistema rígíd||
dé Instintos ‘'ciegos. P ara que los distintos engranaje® 1
m archaran armónicamente, ha sido indispensable e l
concurso de la inteligencia reflexiva. Se la ve aparecer!
pero envuelta y mezclada aún con toda clase de dle||
mentos contrarios, en. los mitos de las religiones, espe-|
¡ p . cié de ciencia tosca y naciente. Poco a poco se fue des-|
prendiendo de todas estas extrañas influencias paráf
¡ í£ L ,
constituirse por sí, con nombre propio y con procedió
mientes especiales. L a .'Sociedad, al complicarse jmáa.jl
la hacía más necesaria. Por lo tanto se formó X-desa^fij
r roíló" con m ira a los fines colectivos. L a .sociedad»
reclama su existencia obligando a sus miembros„..a:Í
instruirle. Ahora bien: retírese de 1a conciencia íra-fl
.mana todo .lo proveniente de la cultura científica y se||
la vaciará completamente al mismo tiempo. Y lo queJ|
digo respecto a la inteligencia puede repetirse de nues- J§
___ restantes, facultades. Si -cada día- neCé§itg«5os~
mayor actividad, si cada día nos coñ téniámoB. menos
con la vida lánguida y calma que lleva el hombre ,en "
las sociedades inferiores, es porque la sociedad nos
exige un trabajo cada día má s intenso y asiduo, por- ,
1 aite hemos adquirido su hábito y porqLue con el Sém poJ I
jj.iei',hábito, se :tr.ansfom^a _en -n eceaidqij- Nada e x is tía ^
m
|¡mitivamente en nosotros que. nos incitara a. ese
íerpetuo y doloroso esfuerzo.
pfPiarecería pues necesario que existiera entre el in-
Í|yiduo y la sociedad un antagonismo, que con tanta
labilidad han admitido tantos teóricos. Todo lo con-
Mario. Hay en nosotros una cantidad de estados que J
Ixpiresán algo distinto a nosotros mismos: la sociedad.
IpiTía sociedad que vivé y ^ tSaT eirnosotros.: Sin duda
Éá' sociedaC nos traspasa-., y dsshorda, ..pues es. infinita-
^ e n te más vaste'que nuestro-_ser Individual yy-al-mis-
M^fiémpor nos penetra-por todos-lados. La-sociedad
—.•..--•‘- • . T r i . v r - *‘ -'“*'*""**',í’‘' -
[festa fuera de nosotros y no® envuelve, pero a la . vez
^está en nosotros y enjtodoun^ aspectq.de nuestra natu- ■
|raleza nos confundimos con ella. Ási como nuestro i
^rgañismo sé nutre con alimentos que toma de afuera,V
|ñ.uiitrb organismo mental se alimenta con ideas, senti-|'
Amentos y prácticas^ que vienen de la sociedad. E a^
ípswte más importante de nosotros mismos proviene de ^
ijélia^ Desde este punto de vista es fácil explicar cómo
convierte en objeto de nuestra adhesión. No pode-
linos desprendernos de la sociedad sin desprendernos a
pía vez de nosotros mismos. E n tre la sociedad y noso-
ii
|¿tros existen lazos estrechos y fuertes, pues form a parte
§pe nuestra propia sustancia, pues en cierto sentido es
||lo m ejor de nosotros mismos. En estas condiciones es
^■'comprensible lo que hay de precario en una existencia
fSégoísta. Y esta precariedad proviene de que es antina
tural. El egoísta vive como si fuera un todo que tiene
en sí su razón de ser y que se basta a sí mismo. Tal
estado es imposible pues es contradictorio en sus tér-
min-os. Tratam os, ensayamos de aflojar los lazos que
nos unen al resto del mundo y no lq,, logramos. Nos
vemos forzados a permanecer en el medio que nos rodea.
E ste medio nos penetra, se mezcla con nosotros. En
consecuencia, hay en nosotros algo distinto a nosotros
mismos y por el sólo hecho de tender hacia nosotros
83
tendemos a algo distinto a nosotros. Incluso puedéili
decirse^*.t
—
que.•r el
- egoísmo absoluto .es una abstracción
O ... •..... ...............^. c . s .v
*Vl
»
irrealizable. Pues para vivir en form a puramente
égbísta nos sería necesario despojarnos de nuestra^jl
naturaleza social, lo cual es tan imposible como des- j
prendernos de. nuestra sombra- Todo lo que podemos
hacer es aproximarnos más o menos a este lím ite ideal. ,1
Pero cuando m ás nos acercamos, m ás salimos de la
naturaleza, más nuestra vida funciona en condiciones Jj
anormales. Lo cual explica que se nos haga fácilmente ;|
intolerable. Funciones así falseadas y desviadas de su
destino norm al sólo pueden desempeñar su papel sin'i|
disgustos y sufrimientos cuando las circunstancias se |
combinan en form a excepcionalmente favorable. Si j
faltan las mismas todo falta.; Así, las épocas- en que í
la sociedad desintegrada atrae menos a las voluntades Hg
particulares, en razón de su decadencia, y en las que |
el., egoísmo tiene abierto el camino, son épocas tristes, f
E l culto del yo y el sentimiento del infinito frecuente- f
mente van de la mano. E l budismo es la mejor prueba |
de esa solidaridad.
L a moral ,al limitarnos y contenernos responde a las;íS
necesidades de nuestra naturaleza, obligándonos a. li-lf
gam os y subordinarnos a un grupo, con lo cual nos
posibilita realizar nuestro ser. Sólo nos ordena hacer 4
lo que la naturaleza de las cosas reclam a. P ara .ser:¿
un hombre, digno de ser así llamado, es ne^e^riftií
vincularse, tanto como sea posible, con la fuente fún4|-
dqméntal"de'"la vida mental y moral que caracteriza#
a la humanidad.^ E sta fuente no está en nosotros sino
.enJIá'W ciédad. L a sociedad es la artesana y posee-
dora de las riquezas de la civilización, sin las cuales'|j
el hombre recaería en la categoría del animal. Es pues j$
necesario que seamos ampliamente re.ceptibles a su ac-|
ción en lugar de replegamos recelosamente en nosotros ;»
mismos para defender nuestra autonomía. Guando la|
$q>r-¡
m
"¡moral 'hace de la adhesión aí Wut>o él deber ■pox-e.-y'pp.^
lléncia, está condenando precisamente esa cerrazón es- .
j^terlIT CeJoi~de que este deber fundamental, principia
f|de todoTTos demás, implique una abdicación- de noBo«
|tros mismos, nos prescribe -una conducfca__jnivo_efect&-
f.es el deaarm lla.de ia_ peraonalidad. Dijimos r eciente.-./
Ipñaente que la noción de persona presupone, como primer
'Í^eménto,'"el dominio de sí mismo, que sólo puede apren- .
1«ri e gn escuela de la ..disciplina moral. ^jPero esta
É
l*
p; prim era y necesaria condición no es la única. Una
fí^ersdná no es. solamente un ser que _se domina, sino
|también uto ¡sistema de ideas, sentimientos, hábitos y
pendencias, una conciencia que tiene contenido. Y se
pis tanto mas persona cuanto más ricojssp, pigmentos es
^ese contenido, ¿Acaso"poF"eit'a razón el hombre civi-
|;íizado no es una persona en mayor grado que el hombre
iprim itivo, y el adulto que el niño? La m oral, sacán-
•idonos de nosotros mismos, ordenándonos lanzarnos en
' pedio de la ¡sociedad, nos obliga a l mismo tiempo a
Jalim entar nuestra personalidad. Un ¡ser que no vive
Exclusivam ente de sí y para sí, un ser que se ofrece •
í1ly se da, que se mezcla con el exterior y se deja pene-
p ra r por él, ciertam ente tiene una vida más rica e
intensa que el solitario egoísta que se encierra en sí.
ffmismo, que tra ta de permanecer fuera de las cosas
• •" v-**
§p-;los hombres. Por esto un ser verdaderamente morar,'
¡pjto con la moralidad mediocre y media qué no va más
fallá de las abstenciones elementales, un ser con una
¡ptioral dad positiva y activa adquiere una personalidad
uerte, *
La sociedad rebasa a l individuo, tiene su propia
fnáturaleza distinta de la individual. Cumple así la pri-
ímera condición necesaria para servir como fin a la
tividad m oral. Pero, por otro lado se une a l indi-
duo; no existe un vacío entre ella y él; -se enraiza
¡fuerte y profundamente eri nosotros. No -es mucho
85
«,/• •'.v ' "¿W: ,¡ . .'■' i'1".:- ■■ ■ ■
■ *
decir: la mejor parte de nosotros es una emanación de
la colectividad. Así se explica que podamos adherir-
; nos á ella e incluso preferirla a nosotros.
Pero hasta aquí hemos hablado de la, sociedad . de
un modo general, como si sólo ñühiergriin:aT~~~EírTe&Ii-
dad” el hombre vive actualmente en el seno de~grupos.
múltiples^ P ara no cita r sino los más im portantes:
existe la fam ilia en . patada o el grupo
" ¿Debe ser ligado a uno de
esos . grupos con exclusión de los otros? Esto ñ o ñ ería,
ningún problema. A pesar de lo que hay_an.jdicho .cier-,
tos simplistas, no hay un antagonismo necesario entre
estos tres sentimientos colectivos, como si no se pudie
ra pertenecer a la patria .sino eá la medida en que se
está desligado de la fam ilia, como si no se pudiera-
cumplir los deberes de hombre sino olvidando lós de
beres de ciudadano. Fam ilia; p atria, humanidad re
presentan fases diferentes de nuestra evolución social
y moral, que se han preparado las unas a las otras y¿
p o F r:onsécuéñcia7~lgg~gri3pb correspondientes pueden .
superponerse sin excluirse. Así "como cadáTuno de ellos
tiene su papel en el desarrollo histórico, del mismo
modo se complementan mutuamente en el presente;
cáda uno tiene su función. L a fam ilia engloba a l indi- ;
viduo de modo distinto que la patria y responde a otras
necesidades morales. No es necesaria, pues,, una elec
ción exclusiva. entre ellos. E l_hombre sólo eá moral
mente. completo cuando está sometido a esa triple ac
ció n /'
"Pero si estos- tres grupos pueden y deben coexistir,
si cada uno de ellos constituye üh-fin ‘ morál digno de
ser perseguido, no por ello tienen el mismo valor, . Hay.
una Jerarq u ía entre ellos. ^Evidentemente los fines .do
mésticos están ^ deben estar subordinados a los fines J '.
nacionales, pues la patria es un grupo social de orden
m ás elevado. Como la fam ilia esta m§s cerca del indi- ;
'vidúo, constituye un fin menos' impersonal y en conse-^
cuencia menos elevado. E l círculo de intereses domés
ticos es tan restringido que se confunde en gran me
dida con el círculo de los intereses individuales. Por
otra parte, en realidad, a medida que las sociedades
progresan y se centrali an, la vida general de la so
ciedad, la que es común a todos sus miembros, y que '
tiene su origen y su finalidad en el grupo político,
adquiere siempre un lugar mayor en los espíritus indi
viduales, mientras la parte relativa e inclusive absoluta
Tcorrespondiente, a la vida fam iliar v á disminuyendo.
Asüritóspúblíco^3detddaclase,póÍíticds^judíciale^in-^^“
J:ternacionales, etc., acontecimientos económicos, cien-'
3- tíficos y i artísticos que afectan a toda la nación, sacan
al individuo del medio doméstico, dirigiendp su atén-
| ción hacia otros objetos.. Incluso la actividad •propia-
| mente fam iliar m ás bien ha decrecido, pues a menudo
el niño deja el hogar desde m uy pequeño p a ra recib ir
fuera una educación pública, pues en todo eáso el día
mismo en que es adulto se aleja .y a su vez conserva
durante poco tiempo alrededor suyo a la fam ilia que
3funda. E l centro de gravedad—de la vida moral, cen
trado antaño en., la"fam ilia, s e' desplaza cada día más.,_.
LaTfámiíia se convierte en un órgano secundario del
M
S\-'.v; ;’; ' . ,. .....’■">!■>-,iM "'-y-;/ ' •' •'
91
-' ' ' .1
fflfunciQiL^hgar 4 especial form al
,<3e ' sociedad. En cuanto < a l a 'faiñilia^"se’J 'Baita^ páraf
. mantener en los corazones de sus miernbrós los sénti-p
..mientos ñe^iaH osnpára sñ Énéam bio, pqáj
¡lp ,que~áe r efiere a la^ patria ( entendida delm odo éx4l
|puesto), Ta escuela es él único inedio moral en el quefls
IfeTnifio puecíé''aJi^eíi^Cwr*- m é lica m e n te a conocerla y¡||
/am arla. Y esto es t o que hoy precisamente otorga lS T ■§
í;panel fundamental a la escuela en la formación moral -ti
m
w
Sexta L ección '
E L SEGUNDO ELEM EN TÓ DE LA
MORALIDAD
P
( Hemos determinado recién el segundo elemento de
la mor alidada Consiste en la adhesión del individuo a
los grupos sociales que- integra. L a moralidad, comien
za por el solo hecho de que formamos parte, de un grupo
•humano, cualquiera sea. P ero como, en realidad, el
hombre no es completo -si no pertenece a sociedades
múltiples, la moralidad misma tampnco-.es ^completa
sino en la medida en que nos sentimos solidarios con
las diversas sociedades de las cuales formamos parte
(fam ilia, corporación, asociación P.pHtie.a,_patria,■..hu
manidad) . No obstante, como esas diversas sociedades
nó tienen una dignidad moral idéntica, pues no- todas
M: desempeñan un papel igualmente importante en el.
-conjunto de la vida colectiva, tampoco tendrán un sitio
igual en nuestras preocupaciones. L a sociedad nolitica_
o p atria, concebida como encarnación parcial .de la
idea de humanidad, tiene sobre las demás verdadera^
preeminencia y constituye el fin por, excelencia - de l a ;
&1
conducta moral. La patria, tal como la concibe la con
ciencia moderna, no es ei~Estado receloso y egoístaque
sólo conoce las reglas dé su propio interés, qué se con-
' sider a J ibérado de toda^iscípliná mo^lT^k) que le otór-
‘ g a valor moral es ser la m ayor- apr^rama^íóír'aTesa
Sociedad^Hm an^ áctualiñeñt^'irrealízadá y nroBablé^
mente irrealizable, pero que constituye el límite ideal.,
al Cual tendemos indefinidamente. Hay que cuidarse
de ver en esta concepciónae lá" patria un sueño utópico.
E s fácil observar en la historia que se transform a cada
vez m ás en realidad. Por el soló hecho de que las sor
ciedades son cada vez m ás amplias, el ideal social se
desprende cada vez más de las condiciones locales y
étnicas p ara poder ser así común a un mayor número
de hombres reclutados éntre todas las razas y en los
m ás diversos medios; por esto mismo, se hace cada vez
más general y abstracto, se aproxim a más al ideal
humano. '
E l principio expuesto nos permite resolver una difi
cultad que hemos encontrado eú el curso de las leccio
nes precedentes y cuya solución -hemos postergado. .
Si el interés individual del agente no constituye un
fin moral, tampoco lo constituiría el'interés individual,
de otro, pues no existe razón alguna p ara que una
personalidad semejante a la m ía tenga un derecho
preferencial, como lo hemos dicho. Sin embargo, en
realidad, no es dudoso, que la conciencia moral otorgue
cierto carácter moral al acto por el cual un individuó.
se sacrifica por uno de sus semejantes. E n general,
la caridad, interindividu-al, en.cualquiera de sus form as,’
es considerada umversalmente como una práctica mo-
ralmente-elogiable. -¿-Acaso^entenees—li conciencia- pii-
blica se equivoca apreciando de este modo la conducta
de los hombres?
/
; Tal suposición es evidentemente inaceptable. Dada
la generalidad de esta apreciación, no podría verse en
.pila el producto, de una aberración fortu ita. En. error
-.¿es
.¿es aleo
algo accidental, v y no podría
oodría tener esa universalidad
•
• ’•
•
J.’•
•.¿
í.Jrf; :•
>•
y permanencia. Pero no es necesario desmentir la opi
nión moral de los pueblos para concordar los hechos
. con lo que decimos. Pues todo lo que establecimos es
que la caridad, ep. el sentido ordinario y vulgar de la
palabra, la caridad que un individuo hace a otro, no
tiene valor moral por sí misma y no podría constituir
el fin normal de la conducta m oral. Sin embargo, aún
es posible que sirva indirectamente a la moral. Si bien_
el interes_individual de otro individuo carece de moral
por sí y no t iene derecho a ninguna primacía,, puede
suceder q u e la te n d e ncia a buscarlo con preferencia jal_.
nuestro •sea uno de aquellos actos que interesa desarro-
llzt£UAJÍiLmqxal¿pa^^ e inclinalT a la bús
queda de_fines verdadera y propiamente morales. Y
efectivamente se llega a esto. Sólo hay fines verdade- f
rá'mente morales en Jo s fines colectjvosT noliay móvil |
verdaderamente moral fuera de la adhesión~al gfupoT|
]?ero al estar ligado a. la sociedad de la ctuiI se es pa rte ,1!
^resulta psicológicamente imposible no hallarse ligado
a la vez a los individuos que la componen y en quienes
la sociédad se realiza. Pues aunque la .sociedad es algo
distinto al individuo, pues no está íntegramente en noso
tros, no existe ¡sin embargo ninguno de nosotros en quien
no se encuentre un reflejo de ella. Por consecuencia, es
natural que los sentimientos que tenemos hacia ella se
'trasladen ,a aquellos en quienes .se encarna parcialmen
te. Creer en la sociedad es creer en un ideal social y
hay un poco de este ideal en cada uno de nosotros. Ca
da cual participa del tipo colectivo que da unidad al
grupo, que és ló-sagrado por excelencia y, en- conse
cuencia, cada cual participa también del .respeto reli
gioso que inspira este tipo. L a adhesión, al gruño im-
plica, pues, de modo indirecto y casi necesario, la
-adhesión a los individuos. Cuando el ideal del grupo
es~ una form a particular del ideal Jiumano. cuando el
tipo del ciudadano se confunde en alto grado con eí~"
í\ 3 - y É S^geneisieo ’' del hombre, nos encontramos ligados al y
i jr>
cuanto hombre, sintiéndonos más estrecha- ^
r - ’~| ^ ^ é ttt^soK áanos.con quienes realizan l a j ^ i c e p S ^
"t- M®\ Í } JIg r^ ü lá r que nuestra sociedad se hace, de la humání*
¡ r Vj;
" & £ + ailV'-'üaügi' se explica ^el... carácter anoral atóhuiíó a los"
sentimientos de simpatía interindividuales y a los
vjfe|I^ctos que inspiran. Y no porque constituyan,por sí mis^
naos elementos intrínsicos del temperamento moral,
? H*. sino porque estáii demasiado estrechamente ligados a
p|^Él’- ' ^a&J?SP0Si'(d05^[ morales más esenciales como para que.
" sp_ ausencia pueda ser considerada,- no sin razón, como
' ^ índice de upa^ menor ^moralidad. Cuando se am a a la '
-.,:*S¡-, patria ó a la humanidad en general, no puede verse el
fe s/
Ü!\U sufrimiento de sus compañeros o de todo ser humano
sin sufrir uno mismo y sin tra ta r, por consiguiente,
de remediar esa situación. Por el contrario, cuando se
evita toda piedad és porque se es- poco capaz de ligar- •
se a algo distinto de uno mismo y, en consecuencia,
a fortiorj, ligarse al grupo del cual se forma parte. -La
caridad tiene pues valor moral como síntoma de los
estados morales de los cuales es solidaria y porque
indica una disposición moral para darse, salir de sí,
Yjjl
superar el círculo de los intereses personales, abriendo
él camino de la verdadera moralidad. Tiene, además, el ■S
i
mismo significado que tienen los diversos sentimientos
que nos ligan a los seres individuales distintos a los
hombres con los cuales estamos vinculados, ta l como
los animales o las cosas que pueblan nuestro medio .
Ordinario, nuestro lugar de nacimiento, etc. Evidente
mente no hay nada moral en interesarse por cosas ina
nimadas. Y sin embargo, quien se desliga demasiado
fácilmente de las casas que estaban asociadas a su vi
da, testimonia una aptitud inquietante desde el punto
de vista moral, para destruir los lazos que lo ligan
con algo distinto a sí mismo, es decir, una menor ap-
|;¿í;titud para solidarizarse.
E s verdad que de este modo la caridad individual'
I
'ocupa un lugar secundario y subordinado en el sistema
í de las prácticas morales. Pero no hay que asom brarse:
: No tiene derecho a un lugar más elevado. Sería fácil de-
amostrar que esta form a de desinterés resulta generalmen
te pobre en resultados. E n efecto, el individuo solo, redu-
•cido a sus fuerzas personales, es incapaz dé inodificar él
estado social. No se puede actu ar eficamzente'Sobre la so-_
ciedad sino agrupañdo~l^~fuer2as'~ihdividüalS, de ta l
. modo que fuerzas ^colectivas se opongan" a otras'fuerzas
colectivas. Y los males que tra ta de curar o atenuar la ca- ¿
rutad indrviduartieneri eansas.es6naiahiaente soteialos. J ía -
dendo abstracción de casos particulares excepcionales, la
naturaleza de la m iseria, en una sociedad déttermíñáda^f
depende del estado de la vida económica y de las con-
diciones en las cuales funciona, es decir su organización
misp|a.. Si actualmente hay muchos vagabundos so-
dales, individuos al margen de todo cuadro Social re
gular, es .porque hay algo en nuestras sociedades euro
peas que impulsa a la vagancia. Si él alcoholismo
hace estragos es porque la civilización intensificada
siente necesidad de excitantes y no tiene asegurada _
otra satisfacción. Males tan manifiestamente sociales
necesitan ser tratados socialmente. Contra los mismos
ñS3a_p ñ id eh acer el individuo aislado. E l único reme
dio eficaz se encuentra en la caridad colectivamente
organizada. Es necesario que los esfuerzos particulares
se agrupen, se concentren, se organicen, para poder
producir algún efeeto. Entonces, al mismo tiempo, él
acto adquiere un carácter más elevadamente moral,
porque sirve p ara fines más generales e impersonales.
Sin duda, en este caso, no se tiene ya el placer de
yer ante uno los efectos del sacrificio consentido; pero
precisamente porque el desinterés es más difícil, p o r-/
que es menos accesible por medio de impresiones sensi
bles, tiene más valor. Proceder de otro modo, tra ta r
,£ í :'4 ' cada casó de m iseria particularmente, sin ñc u a r; s|,
las^ an sas que Íó~producen, es obrar como un mé*
■' que ataca ra lqs síntomas externos de Una enferme
' sin b ^ ca r la causa profuiida de la cuál el síróóM'
no es sino la manifestación externa. Sin duda, 'a veq|
se.está obligado a pracBcár íá medicina sintomáti|"
cuando nada mejor se puede hacer. Del mismo mgjpf
no es cuestión de condenar y desalentar todo acto ind~
vidual de caridad, sino sólo determinar el grado q.
moralidad que tiene.
99
..'. ‘.II S '.
m i
Üfe 1 tr
íjnueven, se entrecruzan, chocan cerca nuestro; no»
brozan sin que las veamos hasta el día en >que una’
grave eclosión nos permite entrever que un trabájo
misterioso y clandestino se produjo cerca nuestro, del
.cual no dudamos y del que sólo percibimos los re
sultados. Pero hay sobre todo un hecho que mantiene/
>en nosotros ^ese. sentimiento: la presión que cada ins
tante ejerce.jppj^e^no^br^'la sociedad y de la cual
no podemos dejar de que
deliberamos p a ra .7 saber cómo -actuarem os, unai voz
h a b la d e n tro m u e stro y n ó s-d ice :-h e a q u í-tu :-deber...Y
cuando faltam os al mismo la misma vo,z se hace oír
y protesta contra nuestro acto. En cuanto se dirige
a nosotros como ún mandato, sentimos que debe ema
nar de algún ser superior a nosotros. Pero no vemos
Tclaxamenté—quién—es—ni—quó—es—este—se£.—Por—esi
la imaginación de los pueblos para explicarse ~ésta
voz m isteriosa-— cuyo acento no es el de la voz hu-
. mantu— la T O <^ Flíóir]pé?B d£^^
superiores' ai hombre., ctue. se tran sfól,má'ron en objeto
deí^culto. E l culto no era en definitiva sino el tes
timonio exterior -dé la autoridad que les era . recbno-
bida^ Nosotros debemos despojar esta concepción de
las form as m ísticas. encías" ciiales estaba envuelta , en
_eJ~Smso"fle'TirÍBiiBÍtorfar^ la
,reaSdaC'lSi& "':^ i333a5 "es'laT*sociedad. L a .sociedad es
la que, formándonos moralmente, puso en nosotros esos
sentimientos que nos dictan imperativamente la con
ducta o que reaccionan con energía, cuando nos nega
mos a cumpIir sü^ máñdátosr N uestia coHcieffeia mQ-"
ral es obra suya y la expresa; cuando hin51a“ nt(estra.
conciencia habla la sociedad en nosotros. E l tono con.
que nos habla es la mejor prueba de la excepcional,
autoridad que la inviste;
Más _aún: no sólo la ..sociedad es una^ggtóridadí
m oral; sino que-cabe creer que la sociedad es el tipo».'
io s":
^ u sW ^ re e r que í¿ay. indiyiduoiTqne sólo deben su p res-JI
' tigio a-sí mismos y a la superioridad de su naturaleza. Él
^'7;. Pero, ¿a qué lo deben? ¿A su m ayor poder m aterial? |
■Pero, precisamente porque la sociedad rechaza actual-|
m ente él consagrar la superioridad puramente física, |
ésta no1 confiere por sí misma autoridad moral alr ||
■guna. Ho sólo no se respeta a un hombre porque sea jj
-más fuerte, sino que apenas si se lo teme, pues nues
tra organización social tiende precisamente a impe- f¡¡
dirle abusar de su fuerza y, en consecuencia, lo hace
menos-temible. Una m ayor inteligencia o aptitudes !
científicas excepcionales ¿bastarán para dar a quien las J¡
posea una autoridad proporcional a. su fuerza men- jfÉ
tal? E s 1necesario aún que la opinión reconozca valor |f
moral a la ciencia. Galileo fue despojado de toda auto- |É
ridad por el tribunal que lo condenó. P a ra un pueblo
que no cree en la ciencia, el más grande genio ciéntí-
fieo no daría lugar a ascendiente alguno. ¿U na m a-v fl
yor moralidad sería más eficaz? Pero aún cabe pre- :||
guntarse, ¿esta moralidad es precisamente la que re- f t
clam a .la «sociedad? Un -acto que la sociedad no con-
sider a moral, cualquiera sea, no podría beneficiar al
prestigió de quien lo cumple, Jesucristo y Sócrates
fueron, p a ra la mayoría de sus conciudadanos, seres
inmorales y no. gozaron entre ellos de ninguna auto
ridad. En resurgen: la autoridad no reside en un hecho J ¡¡
exterior, objetivo, .g q e la c ontendría lógicamente
pfoflm á^^neeesMiamante. Reside íntegramente en la
idea que loghoftibres se hacen de ése'd íéch ojesasu n to yM
3e opinión y la opinión es algo colectivo. E s el sentí-
miento de un_ grupo. JPor o tra parte es fácil com
prender por qué toda autoridad moral debe tener ori^~~~~^l
el Carácter de un hombre .
se ha . colocado por encima de los hombresj .es 71
superhombre. E l hombre más inteligente,, fuerte -m
o recto aún es hombre; entre él y sus .semejantes sólo
existen diferencias dé grado. Unicamente la sociedad
e stá por encima de los individuos. Por lo tanto, toda
autoridad emana de ella. 'Comunica a tales o cuajes
calidades húmanas ese carácter sui generis, el pres
tigio que eleva por encima de ¡sí mismos a los indivi
duos que lo poseen. Se transform an en superhombres
porque dé este modo participan de la superioridad, de
esa especie de trascendencia de la sociedad en rela
ción con sus miembros.
Aplicando lo que hemos dicho a las reglasjm orales,
. la autoridad q-ue"igns^h"lé"e ^ Íic a fácilmente. Al ser
la_m oral algo social, aparece ante los hombres dotada
de u na especie de ,tn £ e ra 9 ra í3 ÍrK Í^ ; senfímds ”que“
pertenece, a ju ¿ mundo superior a nosotros. E s lo“ que
'indujo a los pueblos a ver en la moral la palabra y
la ley de un poder sobrehumanos. Si existen ideas y .
sentimientos sobre los cuales se concentra con m ayor
peso la autoridad de la colectividad, esas ideas y sen
timientos son los morales. Pues no hay otros que tien
dan tan estrechamente a lo más esencial de la con
ciencia colectiva; son su parte vital. Así se precisa
y se aclara lo que antes dijimos sobre el modo con
que las reglas morales actúan isobre la voluntad. Al
referirnos a eilas cómo fuerzas que nos contienen y
lim itan, podría parecer que fomentamos abstraccio
nes. ¿Qué es una regla sino uná simple combinación.^
de ideas abstractas? ¿Cómo una fórmula puramente
verbal podría ejercer tal acción? Pero sabemos ahora
que por debajo de la fórmula^ existen fuerzas reales,
que son su alma y de las cuales no es sino la envol
tu ra. “No m atarás”, “no robarás” : .estas máximas
que los hombres se transm iten desde hace siglos, no
contienen evidentemente ninguna virtud m ágica que
imponga respeto. Pero detrás de la máxim a hay
timientos colectivos '(los estados de la
p f:
M activa como las fuerzas que hay en el mundo físico.
Guando nos vemos pues refrenados por la disciplina mo
rá is en realidad lá .sociedad es la que nos contiene y li
m ita. He aquí al .ser concreto y vivo que nos fija lími
tes. Cuando .se sabe lo que es y de qué modo supera las
energías, morales del individuo, ya no nos debemos
|asombrar del poder de su acción.
Al mismo tiempo nos percatam os de qué modo
ambos elementos de la moralidad se entrelazan y lo
que hace su unidad. Esos elementos son dos aspectos
, de una sola cosa: la sociedad; no es necesario ver en
i ellos algo distinto e independiente como si fueran co-
. sas que se encuentran no se sabe cómo en la raíz de
'i nuestra vida moral. ¿Qué es en efecto la disciplina
sino la sociedad que no s manda, nos da órdenes, dicta
sus leyes? En el segundo élemento, la adhesión al gru-
j po, volvemos a encontrar ’a la sociedad, pero esta vez
|como algo bueno y deseado, como un .fin que nos atrae,
j,. como un ideal que debe realizarse; E n el primer caso
¡ se nos aparece la sociedad como úna autoridad que nos
|■contiene, que nos fija límites, que se opone a nuestros
avances; una sociedad ante la cual nos inclinamos con
sentimiento de respeto religioso. En el segundo casó
es el poder amigo y protector, la madre nutricia, de
quien recibimos lo más im portante de nuestra sustan
cia intelectual y moral y hacia la cual nuestras vo
luntades se vuelcan en un esfuefzo .de gratitud y amor.
'■ En un caso es como^ un-Dios-celoso-y-temido; un severo
legislador que no permite que se trasgredan sus 'órde
nes; en el otro, es la divinidad caricativa a la que el
creyente se sacrifica con alegría. L a sociedad debe
ese doble aspecto y panel a la propiedad única de ser
algo superior p^.lfls_.indiyidp.QS. Por estar"encim a"efe.
nosotrós~nós ínanda, es sólo' una autoridad im perativa.
)■
$Si estuviera en cambio en nuestro nivel; podría suge~
prim os consejos que no nos obliguen, que no se impon
drían a nuestra voluntad. Por estar encima nuestro
g constituye el único fin posible de la conducta moral.
/■;? o r estar colocada en esa situamóñ (es decir el fin co-~
lectivo por encima de los fines individuales) podemos
ir realizarlos elevándonos, en la misma medida, por enci
sma nuestro, sin superar nuestra naturaleza de indivi
duos, todo lo cual es la ambición áuprema que pueden
perseguir los hombres. He aquí porque las más grandes
figuras históricas, las que nos parecen dominar a las
demás, no son la de los a rtista s ni de los grandes ge
nios ni de los hombres de Estado, sino las de quienes
han cumplido y han sido considerados los autores de
los mayores hechos m orales: Moisés, Sócrates, Buda,
Confucio, Jesucristo, Mahoma,. Lutero, por no cita r sino
algunos. No se tra ta solamente de grandes hombres,
és decir, individuos como nosotros, aunque dotados de
. mayor talento, sino de individuos que se confunden en
nosotros con el ideal impersonal que han encamado y
con los grandes grupos humanos que personifican, por
lo que se nos presentan como superiores, a la condición
humana' y transfigurados. Por esto la imaginación po
pular, cuando no los ha. divinizado, ha sentido, sin em
bargó, la necesidad de colocarlos aparte y acercarlos lo
más posible a la divinidad.
E l resultado di que llegamos, lejos de violentar las
concepciones usuales, se ve confirmado en ellas a la
vez que les aporta nuevas precisiones. Todo el mundo
"“distingue, con mayor”o menor claridad, 3os elementos,
éh’Tá moral que corresponden exactam ente a los que
hemos precisado. Esos elementos son los que los mo
ralistas' déhojhinan el bien y el déber.... 13)1 deber ddjj*,.
ífR^heti'C uánto*ó rd S to ^ p rc^ S ie : 'es la moral severa,
r&3apd6'^xi¥eiiipinoh(£ coercitivas; es la. consigna a
la que debe o edecerse. É l bien es la moralidad en
cuanto se *••***.“
nos1 carece como alero bueno, como un ic
.. - ---j -- —«>w i » m . - l|| | (| | ,| ,|n, , — i rm
E L TERCER ELEM EN TO :
L A AUTONOMÍA D E L A VOLUNTAD
113 .
fie:
m i '“¿'-fe' .-í
raimiento moral de ls u jeto. Desde este punto dé vistaQ
■ ;es posible distinguir en los temperamentos morales de¡f
".los, hombrés dos tipos extremos y opuestos relacionados-^
cíesde Mego, por una muJtítüd 'de. matices intermedios^^
E n algunos predominan el sentimiento de la regla, esr
decir, de Xa ^iciplT nár 'Cumplén" su' deber desde el moft|
■mentgT'en qué lo ven, enteramente y sin vacilaciones®;!
¡ por el solo hecho de que es su deber y sin que por si-f
¿ mismo ,Se dirija demasiado a su corazón. Son hombres#-
I de sólida razón- y" fuerte voluntad,. cuyo ..ejemplo" idealll
es Karit, pero entre quiénes- las facultades afectivas#
están demasiado menos desarrolladas que las fuerzas^
del entendimiento. Apenas su razón habla, obedecen;!!
manteniendo a distancia las influencias de la sensibi- ®
lidad. Su fisonomía también tiene algo.de firme y re- .|
suelto ál mismo tiempo que frío, severo y rígido. Su!i®
característica es el poder de contención que pueden ejer-§|
N sobre sí mismos. Por esto no exceden sus,
cer ' ;¥
derechos#
• :4
y no usurpan los de los demás; pero también son in ca -#
paces de los arranques espontáneos en los que el indi-*,#
viduo se da y se sacrifica con alegría. Los otros, por -JJ
el contrario, en lugar de frenarse y concentrarle, gus
tan prodigarse y proyectarse a l exterior; gustan com- ||
prometerse, sacrificarse; son los corazones am antes,® !,
almas generosas y ardientes pero cuya actividad, por
él contrario, difícilmente se deja regular. Además s i'# '
son capaces de acciones brillantes, se sujetan malamente
a la práctica del deber cotidiano. Su conducta .moral
Ino tiene, pues, esa continuidad lógica, esa .hermosa con-
/tencióH m oíal que se observa en los primeros. Se está
menos seguro con los apasionados, porque las pasiones,
/inclusive las más nobles, soplan sucesivamente y bajo
i
\.la influencia de circunstancias fortuitas en los más di-
Versoa sentidos.. En resumen, estos dos tipos se oponen
fcomo los .dos elementos de la moral. Unos tienen auto*
dominio, él poder de inhibición, la/autoridad sobre sí
mismos que desarrolla la práctica del deber; los otros
se caracterizan por la energía activa y creadora que ¡
desarrolla una comunión tan continua e íntima como es /
posible con la fuente misma, d e.las energías m orales,]
es decir, con la, sociedad.
’ Con las sociedades ocurre lo mismo que con los in
dividuos. También en ellas domina a veces un elemento
]y a veces el otro y, .según sea el uno o el otro, la vida
moral-cambia de aspecto. Cuando un pueblo ha llegado—
-al-estado de-equilibrio-y-maduréz,—cuando-las~diversas—
funciones han encontrado, al menos por un. tiempo, su
form a de organización, cuando los sentimientos colecti
vos, en lo que tienen de más esencial, no son controver-
• \ *
8 l t í ;v
necesariamente de insuficiente, la nación no evitaráá -el I
caer en un estado de astenia m oral, que no carecei de (
peligros; Inclusive para su existencia m aterial. Pues
„si la sociedad carece de latin id ad que proviene de que
las relaciones en tre. sus partes son exactamente regu-
« ládas, y de que una buena disciplina asegura el con- .
curso armónico de las funciones; o de l:a unidad que
proviene del hecho de que todas las voluntades son
atraídas por un objetivó común, entonces esa sociedad
es pomo un montón de arena al que la menor sacudida
o soplo disuelve. En las actuales condiciones, es, pues,
tarea urgente tra ta r de despertar ante todo la fe en
un idéal común. Hemos visto cómo un patriotismo es
piritualizado puede sum inistrar este objetivo necesa
rio. Ideas nuevas de justicia y solidaridad se están .
creando* y7 tarde o temprano, «usd íárán 'Instiluciones
apreciadas, T rabajar para hacer claras esas ideas aúiT
^confusas, e incónicléntes de sí mismos, hacerlas am ar
por los niños sin provocarles sentimientos de cólera
contra las ideas o prácticas legadas por el.pasado y
que~Jüeron la condición de las que ahora se form an,
contribuye la finalidad actual más urgente de la edu-
cación m oral. Ante todo es necesario hacernos un alma,
y esta alma es necesario prepararla en el niño. Si duda
la vida m oral que así sé forje no dejará de ser tumub- .
tuosa, pues no se organizará de golpe; pero será, y una
vez form ada, todo permite esperar que con el tiempo
se regulará y disciplinará.
117 .
i -
119
en ía conducta sin alterarle la mora- \cÍM
^^^;y¿;vvlidad.;.-' ■ ' •.'«§■[
lilÉ I .*
■titj&Víi,-'-¿v- Estam os, pues., seguros de no haber empobrecido la
realidad moral expresándola en una form a racional.
Además^ es f acjLyjer._como-lo hemos previsto, que ese *1®
cambio de form as implica otros tantos cambios en
contenido. Sin duda el resultado no es poco, dado sobre .
“todo el fin perseguido: haber demostrado "que la moral 3
podía, siñTTlisminución ñT alteración. _ser referida inte- . :
gramente' a realidades “empíricas y que, en consecuen
cia, la educación por'm edib'“de Tás^cosas era aplicable }
tanto á ja Cultura'nTdf<ómo^"árTa^inteíectual. Pero,
p o r'o tra p a rte ,. este~~reémplazo~~de una form a por la
o tra tiene también por efecto hacer aparecer caracteres ;;
y elementos de la moral que, de otro modo, habrían A
permanecido inapercibidos. Sin duda una simple ope-^
ración lógica y científica, como ,1a que hemos empren
dido, no puede crearlos de la nada y bastar p ara darles
« ¡i
. existencia. L a ciencia explica lo que ex iste, ñero no
i lo que crea. No puede por sí misma dar a la moral pro- i
1 [piedades que la misma no tuviera en algún grado. Sólo í
puede ayudar a hacer sensibles los caracteres ya exis
S í tentes, pero que el simbolismo religioso era incapaz de
expresar por ser de origen reciente y que tratab a, en
consecuencia, de negar o, por lo menos, mantener en la
* » sombra. .
[ Por el solo hecho_de_Jbuaber sido racionalizada, la
gféírví'si moral se ve liberada del inmobilismo -al_aue está lógica-
tefH; >í: ‘ } mjmfe~condenada cuando' se apoya en una base reli- É l
>■■
’flv ,-v’- ■ giosa. Cuando es coñsiderada-C£mo la ley de un ser
eterno e inmutable, es evidente que debe ser concebida
como aÍgo~^ñiñutable, como imagen de la divinidad^ i f
. Por jeli£O J.trajiasi.-.como tr até de dem ostrar, constituye
una función social, participa no sólo de la permanencia S
relativa, sino también de la variabilidad relativa que j $Íf
U •‘ ■ presentan las sociedades. Una~sóciedád permanece, en
jpy
cierta medida, idéntica a sí misma en toda la conti
nuidad de su existencia. Por sobre los cambios por los
que atraviesa existe un fondo constitucional que siem
pre es el mismo. - E l sistema moral que practica pre
senta, pues, el mismo grado de identidad y de constan
cia. Entre la moral de la Edad Media y la actual,
existen rasgos comunes. Pero, por otro lado, como la
sociedad, aún siendo la misma, evoluciona sin cesar, la
moralidad se transform a paralelamente. Pero a medida
que las sociedades se hacen más complejas^ y fíe^filesl
esas^raiísform aéi^ñes lieTiacen mas"rápidas e impor
tantes. Por eso hemos podido decir en su momento *
que actualmente nuestro principal deber consiste en
darnos una moral. Así, pues, aunque la vida moral es-
presa ante todo la naturaleza social, sm
fluidez que le impffá^'fíjar^~provisoriam ente, es sin
embargo susceptible '^^r^^»iurañoII»rairwKaH<£BÍDÍ^ameñ.'jber
Pero por más considerable que sea ese cambio en él
modo de concebir la moral, por el solo hécho de haberse
laicizado, resulta otro más importante. H ay otro ele
mento de la moralidad del cual hasta ahora rio hemos
hablado y que lógicamente sólo puede tener cabida en
una m oral racional H asta ahora, en efecto, hemos pre
sentado a la moral como un sistema de reglas exterio--
res al individuo que se imponen desde afuera, sin duda
no por la fuerza m aterial sino en virtud del ascendien
te que hay en ellas. No es menos cierto que, desde ese
punto de vista, la voluntad individual aparezca regida
por una ley que rio es obra suya. Efectivam ente, no
somos nosotros quienes hacemos la moral. Sin duda,
como formamos parte de la sociedad que la elabora.
en cierto" sentido cada uno concurre a la elaboración
d in a cual ella resulta. Pero, en primer lugar, la parte
pr5ñ1a~~3e cada generación. en_Ja—evolución mqra.lt es
muy reducida. L»a m oral de nuestro tiempo está ya
fijada en sus líneas esenciales cuando nacemos; los
.qüe puede su frir en el curso de una existencia
|r|p?difídüá,Í, r ';'C
fes; decir,
V „„— n„„ en
aquellos „ los cuales cada uno
i ripuiS e'p articip ar, son muy limitados. Las grandes tran sa.
§7informaciones morales presuponen mucho Tiempo. Ade-
'vi ,;iraás, no somos sino ^nar-de-las“infiuí^rables'unidades
i^vque colaboran en ese cambio. Nuestro aporte personal
'-iQíio és, pues, nunca m ás que un factor. ínfimo de la com-
f&¿¿ Hpieja resultante, en la que ese apérte desaparece anó-
SsíM f'S-V JijL-La-.J______a - e _ ____
___
___
____
____7_ j
_ ■_
____' J- '_
___
___
___
___
___
__
¡§ ¿ g § ÍÉ £ ;
émmm
'■m
ü
123,
Ü P Ü íIIf ?
M mm,
•v ^ eíb in d lich k eit), . que significa necesidad x (Nótlii-
- gung)í” Pero, al mismo tiempo, se niega á . admitir
K-í que la voluntad puedá ser plenamente moral cuando no
es autónoma, cuando sufre pasivamente una ley de la
que no es creadora. “L a autonomía de la voluntad
— dice— es el único principio de todas las le y e smora-
lés y de todos~Tos'^deberés~que Ie~soñ conformes; toda
heteronomía"""de'’la voluntad.T.~es opuesta.- . . a lá mo^
m ralídad d V l^ 'vd lu^ad”.'1 ''Hé,>'‘aqúi'v~c6mo creía K ant
resolver esa antinomia. Por sí misma — dice— la vo
luntad es autónoma. Si lá voluntad no estaba sometida
a la acción de la sensibilidad, si estaba constituida de
modo de no conformarse sino a los preceptos de la
razón, iría espontáneamente hacia el deber por el solo
impulso de su naturaleza. Para -un ser puramente ra -
WM tional la ley perdería, pues, su carácter obligatorio.'
su~aspefítolcbei^itiv^: la autonomía sería completa. Pe
ro, en realidad, no somos puras_ razones ; tenemos una
sensibilidad que posee su.propia naturaleza y es refrac
taria á las órdenes de la razón. Mientras que la razoíi
sé dirige a lo general, a lo impersonal, la sensibilidad
tiene, por el contrario, una afinidad por lo que es par
ticular e individual. La ley de la razón es, pues, ún
yugo para nuestras inclinaciones, por lo cual la senti
mos obligatoria y constrictiva. E jerce verdadera vio-
lencia sobre ellas. Pero no resulta una obligación, úna
Sfjfesí;. ' ■
disciplina im perativa sino en relación con la sensibili
|||Íg;r
dad. La razón pura, por el contrario, no se levanta sino
p te — •- de sí misma, es autóno a ; ella misma hace la ley que
j p ; r impone a las partes inferiores de nuestro ser. A sí la
Éjífe contradicción se resuelve por el mismo dualismo de"
nuestra naturaleza. La autonomía és obra de la volún-;
tad r azonada^ la heteronomía de la sensibilidad.
liÜ ;
i * . - 1*
las pasiones. Pero ta l hipótesis es completamente arbi
tra ria . Todo demuestra, por el contrario, que la ley
moral está investida de una autoridad que incluso im- '
pone su respeto a la razón. Sentimos no sólo que do-
mina nuestra sensibilidad, sino también toda nuestra
naturaleza, incluida nuestrg, naturaleza racional. K ant
ha demostrado mejor que nadie que había algo religioso
en el sentimiento que l,a ley moral inspira incluso a la
m ás elevada razón; ¿horá bien, no podemos tener sen-
timiento religioso sino para un ser, real o ideal, que
parezcá superior a la facultad que lo concibe. E n reali
dad la obligación es un elemento esencial del precepto
moral. Y a dimos las causas. Toda nuestra naturaleza
tiéne^necesidad de ser limitada, contenida; nuestra ra
zón como nuestra sensibilidad. Pues nuestra razón no
es una facultad .trascendente: form a p arte del mundg^
yT*por consiguiente, está sometida a la lev del mundo.
Tódó lo em steñ^lsicrei mundo está limitado
limitación presupone fuerzas limitantes. P ara poder
concebir, inclusive en los términos que señalé, una auto-
nomía pura de la voluntad, K ant se vió obligado a
adm itir que la voluntad (por lo menos la voluntad' en
cuanto es puramente racional) no depende de la ley
de la naturaleza. Estab a obligado a hacer de .ella una
realidad aparte en él mundo, sobre la cual éste no
actú a; que, replegada sobre sí misma, quedaba sus
traída a la acción de las fuerzas exteriores. Nos parece
inútil discutir aquí esta concepción m etafísica que sólo
puede comprometer las ideas con las que se la solida-
•/ ^ ___
rizo.
125
Octava L ección
E L T E R C E R ELEM EN TO DE LA
MORALIDAD: '
LA A U TO N O M ÍA D E L A VOUNTAD
“ “ (CánMusión)
127
... i;-:,; : .•V./
'■t.. ' '■ . •■■■W?m -'-
MU
'A~j' .V':- .,
m oral, si, ■como 16 establecimos, éste expresa; la' nata.-
ra leza de l a Sociedad, cosa real y concreta? o
Uná solución de esté tipo es abstracta y dialécta.
La autonomía que nos confiere es lógicamente posi
ble; pero no tiene ni tendrá jam ás nada de real. Pues
como somos y seremos siempre seres sensibles al mismo
tiempo que racionales, existirá siempre conflicto entre
ambas partes de nosotros y la heteronomía será de
hecho, si no de derecho, siempre la regla. Ahora bien
lo que la conciencia moral reclama es unaTautonomía"
efectiva, verdadera, no sólo de un ser ideal sino del \
ser”real que somos. Incluso el hecho de que nuestras
•eMgéncias sohi’i ese"punto_aumenten día a día, indica^
3é~una simple posibilidad lógica, siem
pre igualmente verdadera y abstracta, sino de algo"
qué sé hace, que deviene, progresivamente,. que evoíü~
ciona en la historia.
Para ver en qué consiste esta autonomía progresi-
va, observemos en prim er lugar cómo se realiza en
r " " 1 -------------------- - " — ■■- ---------------------- — ■ ■ —
nuestras relaciones cón_el medio físico. Pues no sólo
aspiramos a una m ayor independencia en el orden de
las ideas morales, sino que la' conquistamos. Nos libe
ramos cada véz más de la dependencia en que estába
mos frente a las cosas y no dejamos de tener concien
cia de ello. Sin embargo, no se tr a ta de m irar a la
razón humana como legisladora del universo físico.
No ha recibido sus leyes de nosotros. Si, pues, nos_li-
beramos de él ..jen <*iertos-jasnectos. no es porque sea
obra nuestra. E sta liberación relativa se la debemos
a la ciencia. Supongamos, para sim plificar la exposi~
ción, que la ciencia de las cosas esté integramente con
cluida y cada uno de nosotros la posea. Entonces el
mundo, hablando con propiedad, no está y a fuera nues
tro ; se ha transform ado en un elemento de nosotros
mismos, puesto que tenemos un sistem a de represen
taciones que lo expresa adecuadamente. Todo lo que
ü l
¡ÉiááísS.-.ísi'tÜEií- iíl xÁ i ,
Volvemos a •ser nuestros amos. E l pensamiento es-'el
libertador de la, voluntad. E sta proposición, que todos
adm itirán voluntariamente en cuanto al mundo físico, 1
/ no es menos verdadera en_él mundo m oral. L a sociedad j
es producto de innumerables fuerzas — donde la mié |
somos nosotros no es, g.mft...una..ínfima., fracción— , fuer- i
• zas que se combinan según._ley.es,.y .ío rm a s <pie ignó^J
ramios^ lejos de haberlas.querido.,y..concertado; la ré-T
cibimós del pasado, por otra parte, en gran medidan*
ya bécba. Yesto^^urré'"nécesarjám ente con la moral,
•'expresión ...dé...la .naturaleza, -social. E s una -peligrosa*
ilusión imaginarnos que la sociedad es obra nuestra,
que la tenemos enteramente y desde un comienzo bajo
nuestra dependencia, que jam ás es sino lo que quere
mos que sea. E s una ilusión análoga a la del primitivo
que, por un acto de su voluntad, por la expresión de
un deseo, por una inflexión enérgica, cree poder dete
ner la m archa del sol, contener lá tempestad y desen
cadenar los vientos. Podemos conquistar el mundo
moral del mismo modo con que se conquista el mundof.
físico : creando la cienciaTde la moral. /
Llegamos de esta m anera a determinar un tercer'
elemento de la moralidad. P ara actuar moralmente
no basta, y sobre todo no basta _y-a ...respetar la disci- ,
plihá," el estar -adherido, ..a,. u n jrrqpo : ^un es necesario
que, ya sea ofreciéndonos a la regla, o dedicándonos
¿" un ideal cpjeetiYp, tengamos conciencia, la conciencia „
m ás -clara y completa posible, de las razones .de nues
tra conducta. Pues es esta conciencia la que otorga
•a nuestro acto la autonomía que la_cojicie.ucia pública!
exige en adelante de todo ser verdadera y plenamente
moráli Podemos pues decir que ' él" tercer..elemento 'de
. la^moral es la comprensión de. la m oral. L a moralidad,
ñm consiste simplemente en jmmplir...-(incluso inteneios-
nalmente) ciertos actos determinados; todavía es ne-
t e , cesário qué lá regla que prescribe eso$. actos .sea. que-,
ridadibrem ente, es decir libremente acepjkada.—E stá
libre aceptación no es sin&_Tiaa,._aceptacion ilustrada.
Quizá sea esta la mayor novedad que presenta la con
ciencia moral de los pueblos contemporáneos: que la
inteligencia se hava transform ado y se transform e
cada ,vez más en un elemento de la moralidad. l a
moralidad, que primitivamente residía enteramente
' en el acto mismo, en la m ateria de los movimientos
que lo constituían, se eleva cada vez más bacía la con
ciencia. Hace y a- tiempo qixe «61o otorgamos jsalo(r..sQ=_
■
c ial a un apto en la medida que fue intencional. es.
' decir, sólo cuando e l..agente se representó de ante-'7'“
mano la significación del acto y sus relaciones con la
aparte de ésta prim era representación,
.exigimos oíga,jema so dirige más’ al fondo de las cosas:'
la representación explicativa dé la regla mjgpiá , dej*
: $ui causas y de sus razones de ser. Esto indica el
lu g ar que asignam os a la enseñanza de la moral en
las escudas. Pues enseñar m oral no es predicarla o
inculcarla. sincT'explicarla. Abora~l7ien. negar al niño
toda, explicación de esa índole, no tra ta r de~TBaceríé
Comprender las razones de las reglas que debe seguir,
es condenarlo a una moralidad, incompleta e inferior
'Lejos de dañar esta enseñanza a la moralidad puBlicaT
— como .á veces se la acusó— , se convierte en su con- •
dición necesaria. Claro que es‘ muy difícil darla pues
se apoya en una ciencia en form ación. En el estado^
actual de los estudios sociológicos no siempre resulta'"'?
fácü~vincular cada deb er'particular con un rasgo de-
fini^ ld e -Ía - Or.ganizacién-sosial—p or-ía- aue sé-exulicar-^
Sin embargo ya existen indicaciones generales que
pueden 4er dadas útilmente y cuya naturaleza permite
al niño comprender no sólo cuáles son sus, deberes', sino
también las razones de esos deberes. Volveremos sobre
este problema cuando tratemos directamente lo qué
debe ser la enseñanza de la moral en la escuela.
1 ; E ste tercer y último elemento de la m oralid ad cons-
. tituyeT la característica diferencial de la m oral ~la.iwj.7~
pues, lógicamente, no tiene cabida en una ¡moral re-
ligiosa'. Implica la existencia de una ciencia humana
de*IaT moral y, en consecuencia, que los hechos mora
les son fenómenos naturales revelados por la razón.
No hay ciencia posible sino de lo que está dado en la...<
naturaleza.~ejl]décir--.en_la--r6¿ridá3^-óhs&ry.ahle. Puesto
que Dios está fuera del mundo, está fuera y por
- -encima -de- la ciencia: si la moral pues proviene de
— Dios. v lo exnreRa. se encuentra por eso sólo fuera
del alcance de nuestra razón. En realidad, como con
secuencia de la .estrecha solidaridad que la unió du
rante siglos con los sistem as religiosos, la moral
conservó un carácter de prestigió que, incluso ahora
a la v ista de ciertas personas, la coloca fuera de la
ciencia propiamente dicha. Se le niega al pensamiento
humano el derecho de interpretarla como al resto delv
mundo. \Pareciera que con ella se entrara en lojnisfefc-'
rioso, en donde los procedimientos ordinarios de la in
vestigación científica están fuera de lugar, y quien
pretende tra ta rla como fenómeno natural provoca- una
especie de escándalo semejante a l que m otiva una pro
fanación. Sin duda se justificaría el escándalo si no
se pudiera racionalizar la moral sin . despojarla de la
autoridad y m ajestad que contiene. Pero se ha vigto
que es posible explicar su m ajestad, darle expresión )
científica, sin desvanecerla o disminuirla. —----------
•,,-v
l¥ :
IfH y
vw r^-i
SEGUNDA PA RTE
N ovena L ección
147
i:* -
v ‘ _
enajenación pasajera de la personalidad. Se dice del
qué está colérico que no se siente más, que no se co
noce más, que está fuera de sí. Es que existen pocas
pasiones tan excluyentes; cuando estalla, sobre todo si
es intensa, oculta a las demás; expulsa todas las res
tantes impresiones que puedan contenerla, se posesiona
de tod a'la conciencia. Nada la neutraliza. Esibo expli
ca su tendencia a la ilimitación. Progresa constante
mente m ientras tiene energía para progresar. La fre
cuencia de la^oólera en el niño y la violencia que a
menudo adquiere prueban, mejor que; ■cualquier obser
vación, su natural inmodéfacióñr~En lo- restañtfer tam
bién sobré este punto el niño no hace sino reproducir
un rasgo bien conocido del espíritu déí primitivo. Se
conoce en efecto la incoercibilidad de la pasión entre
los salvajes, su impotencia para contenerse, su natural
tendencia a toda clase de excesos.
Se aprecia, pues, la distancia existente entre él pun
to de parti’daTcLei niño y el puntolíl que debe conducír
sela Por un lado, una conciencia perpetuamente en
movimiento, verdadero caleidoscopio que no se parezca
a sí mismo en ningún momento, movimientos pasionales
que avanzan hasta su agotamiento. . Por el otro lado,
él gusto por una actividad regular y mesurada. E sta
enorme^distancia.- que la _humanidad., 'requirió siglos
en r ecorrer, la educación debe ha érselá salvar, al
niño en algunos ...a&Qg.,. No se tra ta simplemente de
llevar a la acción y de estimular las tendencias laten- ”
■tes, que no esperan sino despertarse y desarrollarse.
Esm eci^ ^io constiírair-íntegiramente-estados-joriCTnales
que no encontramos preformados en la constitución del..
niño. Sin embargo, si la naturaleza no lo inclina de-
antemano en el sentido -conveniente, de tal modo que
no haya sino que vigilar y dirigir su . desarrollo natu
r a l; si la naturaleza nos ha dejado casi todo por ha
cer, resulta evidente, por otro lado, que no podríamos
tener éxito en nuestra dbra si la tuviéramos contra
nosotros, si fuera completamente refractaria a la orien
tación que hay que imponerle. La naturaleza del niño
no es algo tan maleable como para que puéda hacérsele
adquirir form as, para las cuaIes~^^s"á'ptar~Es'~necesa-
rio, pues, que existan en el niño, si no los estados qae .
se tra ta de producir, por lo menos las predisposiciones
generales que nos sirvan de ayu ja para lograr Iá ’íiña-
líSád y ..qq,e í^ ^ ^ e-lá^ acraó n ^
'haStá el f ondo^de-ía^onciencia^
infantiir Dje otro modo nos estará cerrada..-„Pndremos
constreñir materialmente al niño desde afuera para
que cumpla ciertos actos, pero los resortes de su vida .
interior se nos eM aparán.*'H ábra' adiestramiento
tío educación.
Existen por lo menos .dos predisposiciones funda
mentales,. ,498...•fíitga.gteres constitucionales de la natura-,,
leza infantiLqpe.^permiten-ejercer inSueneia-s-S e i - i r a ;^
diéióhálxsmo infantil :,.2g la.^receptividad de niño a la
sugestión, sobre todo a la sugestión imperativa.
Por un contraste aparentemente singular, pero cier
to, que explicaremos dentro de poco, el niño que se nos
presentó como la movilidad personificada es, al mismo
tiempo, un rutinario verdadero. Una vez que ha adqui
riólo hábitos, éstos ejercen sobre él un dominio mucho
mayor que.sobre éT adulto. Guando ha repetido varias
veces un mismo acto, siente. la necesidad de reprodu
cirlo del mismo modo; la más ligera v ariación le resulta ,
-odiosa; -Es- sabido, por ejémplo, que una vez estable
cido el orden de sus comidas, el orden se le hace sa
grado e inviolable. Lleva el respeto por el uso hasta
la m anía más quisquillosa. Quiere que su taza y su
cubierto estén en el mismo lugar, quiere ser servido
por la misma persona. E l menor desarreglo le resulta
doloroso. Hemos visto en su momento con qué facilidad
pasa de un juego a otro. Pero, también, una vez que
w& " adquiere el hábito de un juego lo repetirá indefinida
i l . 1 mente. Releerá hasta la saciedad el mismo libro, mi
^*
ra ra , las mismas imágenes sin fatigarse ni aburrirse.
■.i.x:,-' • ¡ Cuántas veces hemos relatado a nuestros hijos los®
‘?;*y .;0•'- mismos cuentos tradicionales! Se diría que siempre les
¿3$ '"h parecen nuevos. Inclusive lo nuevo, cuando significa
-i, ,:
un cambio algo importante en los hábitos cotidianos,
le inspira al niño verdadero apartam iento. “Una de las
ÍS cosas que más desconciertan al niño — dice Sully— es
un cambio repentino de lugar. Cuando él niño aún es
muy pequeño no revela inquietud al ser trasladado de
habitación; pero, más tarde, una vez acostumbrado ¿
un determinado cuarto, tendrá la impresión de algo ex
traño si se lo cambia nuevamente” {Étu>des sur VenfaMr-
ce, fcrad. franc., 1898, p. 2 7 4 ). Un cambio ep el .círculo
de personas que lo rodean ordinariamente produce el
mismo efecto. Preyer cree que, hacia el sexto o séptimo
mes de vida, su hijo se puso a llorar al ver una perso
na desconocida. Una simple modificación en el vestido
puede dar lugar a una reacción del mismo tipo. E l
mismo hijo de Preyer se. sintió turbado, a los diecisiete
meses, al ver a la madre con un vestido negro. Y el
-Si- color desempeña un papel importante en el efecto pro-
c¿'V?,
‘ ducido; pues, según la información recibida por Sully,
“un niño se pone a llorar viendo a su madre con un
bátón de color y dibujo nuevos para él;, otro m anifiesta,
Ü ií'. desde , los diecisiete m eses hasta los dos años y medio,
tan acentuada repugnancia por tener que llevar ropas
nuevas, que se nécesitó toda la paciencia del inundo
para ponérselas”. Así, el niño al mismo tiempo que es.
fe'-.; un inestable es un verdadero misoneísta.
Ufé
■E l niño no sólo es ta n respetuoso de sus hábitos
157
'£{. ra y, sin embargo, sin coerción m aterial, ni actu al ni : :
p* :eyentuali por medio de un estado interior. Sin .duda
alrededor de este centro se agregan poco a poco y rápi
damente otros elementos. Y a por el. solo hecho dé que
el niño ha obedecido varias veces las órdenes de una
misma persona, es inducido naturalm ente a p restar a.
esta misma persona atributos en relación con la acción
que ejerce sobre é l; se la representa como si tuviera un
poder 8ui gevteris que la coloca en un lugar especial en
su imaginación. Pero por el momento no. •seguiremos la
evolución de la idea; nos basta dem ostrar cuál es su
punto de inflexión, en la naturaleza in fan til
G racias a l imperio que el hábito ejerce tan fácil-
j mente sobre la conciencia del niño, podemos acostum
brarlo a la regularidad y a tom ar le. el gusto; gracias
a su sugestibilidad podemos, al mismo tiempo, darle
[•>.] una;prim era impresión de las fuerzas morales que lo
J . rodean y de las cuales depende. Poseemos pues dos .
f poderosas palancas, tan poderosas que deben ser ma-
! nejadas con la m ayor discreción. Cuando se piensa
en lo que es la conciencia del niño — de qué modo es
accesible a la acción, con qué facilidad conserva la
m arcá de toda presión algo enérgica-—, ,se comienza a
Svil temer los abusos del poder, mucho más de lo que se
' teme la impotencia del m aéstro. Debe tom arse toda
clase de precauciones para proteger—lar libertadPdel
níño coñfrá la crarrripo't§ScI§riíé~~la^^
j., -pensar;—en—estás' Condiciones ^cÓmo sé, ha planteado
recientemente— , en dejar al niño toda su vida en
l^jm anos del mismo m aestro? Una educación de éste tipo,
por la misma fuerza de las cosas, sería fácilm ente
ij: avasallante. E l niño no podría dejar de reproducir
pasivamente al único modelo que se le p u s o an te la
El~~ünico medió p ara prevenir este avasalla-
m ■
í;
« l i l i s
Décim a L ección
L A D ISCIPLIN A ESCOLAR
161
\.;C.¡y V i
§É# É
Esto- es -lo que hace- la 'Vanidad'de das," discusiones, .,tan-,.
jfcasi veGés •;renovadas,. sobre>:el problema de saber; §i é l'
niño nace moral 6. inmoral*, o s i posée* ál- menos* jete-
mentes-'positivos de moralidad o inmoralidad. E l pro
blema- así planteado nó implica, una. solución definitiva:
Aetua;r moralmente; significa conformarse a- las.;reglas
de' la- mo,ral. - Pues bien, las reglas- de la moral son
exteriores, ¡a la .coricieríoia -dehniño, son; elaboradas
fuera;d e él;. /no entra.;en contactó .'.con .ellas. sinajen,
detéfminado vmpmentp de su'existencia. E s imposible,
pues, que posea al nacer una representación : anticipada,
del mismo mod'o qué no podría tener, antes de abrir
los ojos, una imagen .hereditaria ;del. mundo .exterior.
-Todo lo que ;,puede: aportar al nacer, son virtualidades
muy generales que se- determinaran, en uno, u otro
sentido según la acción, que, ejerza el educador, según
el modo, en que, las ponga en obra. >.
Tuvimos, ya ocasión de, señalar, que esta puesta , en
obra podía y:debía coménzar en la familia-:y. desde la
cuna. Indicamos. cómor había ¡ya-un; comienzo de édu-
cacinó-moral .por el sólo-hecho-de que ée le hacían
'contraer- al hiño hábitos iregulares, cómo los familia
res tenían- el medio., de- despertar muy tempranamente
una/especie- de primer sentimiento de la autoridad mo
ral. Tenemos pues el derecho ;dé:;Suppner-vque'/c< Qandp
ingresaren :1a escuela’-no. está' y a en ;el .estado'dei'imeu^
i s ah r n s j j s í *
¿MÉIIkííI m
su rigor. <¿ Acaso no es posible ser un niño bueno y,
sin embargo* no llegar a horario o no estaír preparado
para hacer el deber o dar la lección?... Pero todo cam
bia si en lugar de examinar los detalles de la natu
raleza de esta reglamentación escolar, se la considera
eñ"'sú conjunto, como el código de los deberes del alum
no'. Entonces la exactitud con que se cümplen todas es
lías pequeñas obligaciones aparece como una virtud;
je s la virtud de la infancia, la única que está en ®rela- '
[ ción con el género de vida Que se lleva a esa edad, l a _
única que se puede reclamar del- niño. No . hay dedica^__
ción que baste para cultivarla. Si en una clase deter
minada la conmoción de la disciplina acarrea una es
pecie de desmoralización parcial, por lo menos puede
esperarse que sea pasajera; pero si la conmoción es
general,-si es todo el sistema el que es desconsiderado
por la opinión pública o, induso, por los maestros, en
tonces la moralidad pública se ve atacada en ^una de
:SUS fuentes vivas’.
Además, lo que debe contribuir a impedirnos ceder
demasiado fácilmente a una excesiva complacencia por
la debilidad infantil es el hecho de que los niños son
los primeros en sentirse bien con una buena disciplina.
Se'ha'dicho a menudo que los pueblos para ;ser felic.es
tienen la necesidad de sentirse bien gobernados; ésto
es aplicable tanto a los niños como, a los adultos. Los
niños también necesitan sentir una regla que los con
tenga y sostenga. Una clase bien disciplinada tiene
aires de salud y buen humor. Cada uno está en sü Lla
gar y -se siente bien en él. L a ausenciáTde .discipliña
produce, por el contrario, una confusión que sufren
aquellos, mismos que parecieran beneficiarse con ella.
;No se sabe ya ni lo que está bien o mal, ni qué debe
o. no hacerse, ni qué es lícito o ilícito. L a consecuencia
es un estado de agitación nerviosa, de febrilidad mutua
que, resulta al final dolorosa para el. niño. En este ca-
so se nota que la mudabilidad de su humor llega al ,
máximo; con gran rapidez pasa de.un extremo al otro, '
de la risa a las lágrimas e inversamente. El niño, co-
mo el adulto, cuando va no siente nada que lo limite, "
lo”inodere'~y Ie obligue a no exceder su naturaleza no
es^_^ n ^ c ra ® a jS S “nof5^féL Esto es sobre todo vea£2
dádero respecto al niño en quien la necesidad dev me-„
dida y modera ción aún no se ha organizado como gara!,.,
poder funcionar espontáneamente.
—— No—obstaUter la-disciplina escqlar no- gue<|e- grq—l
ducir -los-efectos útiles que se tiene derecho a- esperar
de ella, sino a condición de encerrarse ella misma en.
ciertos límites. Es necesario, en efecto, que la vida de
la clase sea fijada en sus grandes rasgos; pero, ade
más no es preciso que la reglamentación abarque hasta,
los más mínimos detallés. E s indispensable que haya
reg las;' resulta negativo que todo esté regulado,. No j
todas j a s acciones del adulto están ¡sometidas a la re¿J
glaméntación moral; -hayfacciones en las que tiene la l
fácüliad die hácer o no ¡hacer como lo entienda mejor,
las' que no revelan apreciación moral alguna. Tampo
co es necesario que la disciplina escqlar se extienda a
tóda la vida,escolan. No es imprescindible que la acti
tud de los niños, el modo en que deben contenerse, cómo
deben caminar, recitar sus lecciones, hacer sus deberes,
mantener isus cuadernos, estén predeterminadas con ex
cesiva precisión. Una disiplina tan intensa es tan con
tra ria a los interese! de la verdader a disciplina como
la superstición es contearia a los intereses dé l a vefr .
dadera religión, Y esto por dos razones. E n prim er!
lugar, está expuesto a ver en esas exigencias medidas
odiosas o absurdas, destinadas a castigarlo..y fa stí
diario, todo lo cual compromete a sus., ojos la autor
ridad de la regía. En segundo lugar, si se somete a.
las "'réglas'"pasivamente y sin resistencia,, se habitúa,
a hacer las cosas sólo bajo órdenes, lo que elimina toda
? |imeiatÍYa?'suya: Ahora bieh,!? sobre-tocio e n lasoactual£||
^oridiciones inórales en ique; el individuo :•se .-ve ;obligádpif
a’-aotuhr $br si' mismo -y a desempeñar un pápele pe*.?)
sonaren' la vida- colectiva, una reglamentación tan ení-i-
volvente no puede dejar de ejercer sobre' la moralidad,
del niño la <peor influencia. Entonces; ■ cuando no •10
convierte en un rebóldé> lo transforma en, un deprimido
moral. Sin embargo, por más graves que sean'las con
secuencias de estos abusos, el maestro está fácilmente
inclinado ;a cometerlos, por lo que es necesario que se
dé cuenta de elloi Así,: como-íoda fuerza ,a la que nada
contiene tiende ,a, .desarrollarse ,ilimiYaHamexite,,él ”"pcp“
der reglamentario del que dispone el maestro requiere
contención. En. la, clase el. maestro eptá. solo frente a i
los niños,,que no se. encuentran en, condiciones. de re-?
. sistirlo. , E s :,pees,(npcesariq que: ¡se -resista,a ,sí inismo..
Probablemente los excesos de..reglamentación escolar,
ja . los, que se condujo, durante, muchos años,..han deter
minado, esta reacción cpn.tra ,1a -disciplina .que señalé
ha,ce pocp ,y que amenaza sobrepasar actualmente::a la
liu^ta -medida, :.
173
- .f f ^3V;?V^
.‘el^pápel piepjmderante ‘ijaéitatjvecéss
* se lesVatrifouyó.I Sin cmMrg'Ovdado qH^POj-h a ¿ regias
sin sáncioriésv, es^néeesarió :que; existáis un lazt* .entré
*rf J 1 ^ 'ñ á ^ ’j ^ Jia- x ? j ^ ,É .lf t. idéa;de sanción, y qué ésta '
It"’ sirva en ci erta medida n a ra . que,fnncione, la; otea,. ;.05al
^fc'A es’:el .lazó^ i . -'••'••: ■.-• b;^:" !:’í' o:,
P « ’- ’ r^^Parabresponder •abésta^rogunta" conviene 'estudiar
:¿W por' ¡separado los : dos tipos de ¡ sanciones vinculadas
con lás :reglas escolares así .como con la s ' reglas' mora
le s ‘y- jurídicas:- los castigos por un'lado'yblas 'recoin-1-
pensas por el otro: Empezaremos por estudiar' las' prk
mWi mefás. ¿Qué; función cumple 1¿‘ penalidad •escolar?
iS«
g®'
fevyv-V- •-S?Tfcérí#vrf'rrs
■ V!
v-l
tía
ií;J ‘■ 1 : 1 0 - . ;í : •• V .:i*í
"' lpS¿ev¡-::
í ."■b l .'. Ó O » » , i , * . w
to ív
i v iv ¿; *V* ‘ '.•¡.'•Vú'*;. * ' V 1 : ‘ %'• f - 1 ;Vv í* U
tv ;
■•-.'i Viit V', ; •'
* . *i ' i »i:>*
i •' . v 'i *( l Í ‘ f . í > :
í U ’M
' • ' ', i
i
• 5 Í . ) . ; ; - » .*>'»• t i : i 1,¡ V''' 9 :“ ■i' ful
Jm .
U : 5; ' ^ i >.i\* í . ¡ ’ ■1 ; ‘: i - ■m
(K C i\ •M J* «■>
b '. '. ■ Ú ' -.¿'i i - ; . .; » ' ; . . , : , ¡ i , » 1 > •.: i'. n : V - •*.»!'» i ' *1í-i^í.V*i Ws\ Mi
' ¡i í í *
.‘Si ;■
' :í ¡\ í\. \ ÍJ. si*'. A .vi-.j'lV.
.......... ....
*H »X > o U l 'M i í .:.A ¡i!¡.l Ü i •> - v> . ¡ ;t • 'V n .i'J 'H iü .. - it' « H tp J t í v iq .
«*• _ - ’r .. ’ ' •** \ , .
qt. *>•»í«>'4 •■'**, j':'S>'. t •••''; ’in.'t
,-í « ..> •! . i> ü > :? » •' <>,? ¡- •■ /.■ d .:-; m u
^ i&étílÁüí4*af*inflo'
' ■í-Ki'/iiV'trtWv»' o 1! ‘ *v»í‘v?W o el'iéspetó''
l MiV»£a-c!,ricl4*/Sl ’ rpor
i n i » llá
'a regí#'* ‘Fimjtér-
Tvarv'íá1 t y i VV¿7»1
que
ís ' ér'áétó d p ie Tá r é g lá ' piéééribé^ acto '¡más •bieri
|°‘mbleéto,''ñádá póséé1 pór1 sí' tóisírib' qüe lo'‘impbií¿a'‘'á
lila 1 vóluiit'ád.'1 El" áscéndienté" qué ’ né’césita sólo puédé
M.........-
provenir- |A2é^¿rióV.-AK--'p:
v»oo fn •* 1i'li^idfe
.Si ;én!,feoid¿faer ’dé flÓtidé^lé
^ roviérie1aL-máéMm 1,ééta" á^tójéidád: 'Héiiáob vibto ;qüe
' únícá fiíéhté' dév lá';,'4ue vpüédé:'skcafl>ai’ ésíá :én‘; él
176
ÜM 3i
li-:;
ÉE - ■ ■;,•■■•■' - ■ .n v r:1 m m 0 0 m € ’
I b' más opuesto al espíritu de disciplina que el disiv
-
Jiiu la rlo coii apariencias~agradables. Presentarla como"
|g|algó amable y fácil como Quería Montaigne és défflSjk:
l|;turalizarla. En la vida no todo es juego; por lo tanto,
m||Jes necesario .^B „^.5m (5“W'lp¥^¿ire'*pÑara el esfuerzo’
U p a ra la pena, y en cons ieuencia sería desastrpso,,.,ha-
Ék: cerle creer que todo puede hacerse jugando.. Pero, en
r primer lugar, la vida social no es una vida dé campa-
5#lam ento y, en segundo lugar, si el niño debe ser iniciado
i|;f en la vida seria, jamás debe perderse de. vista que no
se tra ta más. que. de una iniciación, de una introduc-
ción, de qúe el niño no es un hombre, y tiene que ser J “
tratado conforme con su naturaleza infantil. La auto-
ridad del maestro debe atemperarse con benevolencia,
para que la firmeza no degenere en rudeza y violencia.
¡¿'.Hemos expresado a menudo que el deber tenía dos as-
f e : ' ' - -------------------------------------------------------- --------------------- ~ — ----------------------------
, pecios^ por "¿1 primero aparecía como algo severo e
imperativo; por el segundo, deseable y atrayente. En
ijIiV
1-.í la fámfíia prepondera el segundo, elm ento : en ía e9-_
ll^ueia, ñor el contrario, el-primero debe adquirir mayor
^jm pórtáñcia; sin embargo,..la constatación •moral del ,
gliiíño es aún demasiado,.j^gn!ft~-y..3!^tePte._como para
V.; poder afrontarútilm ente la ..pura . autoridad del deber,
'a v :;:
Sea lo que fuera en ese punto, se ve. que el respeto
mffea lá disciplina no tiene su origen en el temor ante •
t-las sanciones que reprimen las violaciones de la regla,
Afectivamente, cualquiera que tenga experiencia de la
fcyida escolar, sabe muy bieií^que en una clalsé disci-
||¿plinada es una clase en la que se castiga poco. Gas-
llltigos e indisciplina generalmente van parejos. Las ^sam ^
%;otS ^ 1 5 o d e s ^ p e ñ a n ^ iT ^ f^cionagriento de/Ta "dii~-“
pciplina tanto en la escuela como en la vida el papel
feprépondSante que ciertos teóricos a veces le han"atri-^
Éjt^doT Srñ éimbargó7~por otro lado es cierto que debe
"haber alguna conexión estrecha, entre la idea de re-
%|gla y la idea de los castigos que reprimen la ‘infracción.
m
¡KKÍsjgíí''.
% *' "i,
flií-T * i „a la legla. No sin razón, eñ todas laa épocas, : se .atri-Jf
|NMgWK3
‘'-Bnyén sanciones ¥ l-as reglas que determinan la con-g
Sfe^'r ■ dúeta del niño o del adulto. ¿Cual es núes el lazo que
•uñe_.ambos términos ?_ E n otaras palabras ñor qué egj
necesario castigar? A este problema, que parece simple;
a p rim e é "vista, se han propuesto soluciones muy dife
rentes e incluso contradictorias. Por razones prácticas
conviene examinarlas, pues el modo en que se pena
depende evidentemente de la idea en que se expresa
la penalidad escolar y su función.
Dos teorías se destacan.
Pa ra unoa.J.a--pena-es-jm,.simt)le medio . para ureve-
nir ¡la inobservancia de la regla. E s necesario, se dice.
penar a l niño para •que no repita lo que hizo mal v
para impedir" que los otróTTo imiten. Sé. trataría úni
camente de asociar estrechamente, en los espíritus, a
la idea de cada falta, la idea de un dolor cuya temible
perspectiva prevenga la repetición del. acto prohibido.
E n otros términosi el papel de la pena sería esencial-
.mente preventivo y esta acción preventiva se.,debería
enteramente a la intimidación que produce la amepaza.'
de üñ castigo.
Seguramente que la pena no deja, de producir en
.alguna medida el efecto que de este modo se le atri
buye. No puede negarse qué a priori el temor al cas
tigo no ejerza sobre ciertas voluntades una saludable
influencia. Pero ésta no es la única ni la principal
razón de ser de la pena. Pues si no tuviera otro objeto,
sus beneficios tendrían una importancia secundaria y
se podría. preguntar si compensan los gravísimos in
convenientes que por o tra parte presenta. Efectiva-
inente, por cuanto la pena actúa desde afuera y sobre
tó~ externo, no podría alcanzar ía vida moral en su
fgente. Puede,~~ en l a . medida qué oportunamente deter
minaremos! adiestrar maquinalmente _ al niño 1pára
evitar ciertos actos; pero, frente a lá inclinación que
r '■' " • v :'-' ' ••;??
lo conduce a comportarse mal, no podría crear1>runa'f ’
inclinamoír^gontraTÍar que lo incite al bien. „£or elíoi.^ -
la intimidación, ^aunque sea eficaz, no es moralizar
dora. Si la pena, pues, no tuviese otra función que ■
la de contener, intimidando, las veleidades culpables,
podríá verse en ella un medio para asegurar una le
galidad externa y material, un procedimiento policial,
pero no sería en grado alguno Un instrumento de mo
ralización.’ Pero, más aun, incluso desde ese punto de
vista particular, su eficacia es muy limitada. Los cri- .
minálistas italianos han demostrado, por medio de
ejemplos sorprendentes, que la influencia profiláctica,
que tan a menudo se trib u y ó a la pena, ha sido exa
gerada hasta él absurdo j y resulta fácil comprender
.ppr' qúé debe ser necesariamente muy limitada. Sin
duda^el sufrimiento que causa la pena es un mal cuya
p&spectívá' és^"finida en cuenta en las deliberaciones
del’agente moral. Pero es un’mal tanto cómo eí de eon-
tehéfsé“ y sacrificarse para cumplir el deber. Én todo,
débir hay una privación, un sacrificio, una renuncia
que cuesta, sobre todo cuando no se está naturalmente
incliñádo“a" ello. ¿Por qué de ambos males el primero
apájrecerá~como el inas temible? Al contrario. Por es
ta r alejado en el,tiempo, porque diversas combinacio
nes permiten esperar que se lo evitará, se encuentra
en las peores condiciones para contrarrestar al mal
cierto que uño se impone cuando se resiste a una ten
tación actual o renuncia a un goce inmediato. JF.n supia,
la pena es el riesgo profesional de la carrera del de-
diñcu&nte. Ahora bien, hay una cantidad de carreras
en las que el riesgo profesional también es conside
rable y que sin embargo se reelutañ~sin^ffícultád. Los
mineros, los •oóre?os7Ie~Í535SÍfósr'l^^ pes
cadores de Islandiá, etc., n o . se dejan intimidar por él
ejemplo de sus compañeros o predecesores a quienes
atrapó la muerte o la emfermedad. Desean más expo-
n e rse a un peligro cierto y grave que renunciar a . tina:
profesión, a .una forma dé actividad que aceptanl ¿Por
qué fel riesgo que corre el delincuente le impediría de
antemano seguir sus inclinaciones? Sin duda la pena
podrá detener a quienes-.carecen-de vocación, ai a sí
puede “decirse, a las naturalezas mediocres que oscilan,
vacilantes, entre ambos caminos, pero aquí se limita su
acción. Iro que. decimos del delincuente adulto puede
<0í¥-; aplicarse a lo que podría llamarse el delincuente esco
lar. Guando la pereza natural del niño sólo tiene por
contrapeso la perspectiva de una posible penitencia h a y
que;, temer-que -adquiera -el sentido-contrario- en la m a - '
yoría de los casos. jS i. la penalidad escolar no ti mia
KJW:,Í otra razón de ser que'leHíaf “algunos delitos, los ser
vicios que podría prestarnos en ese orden no estarían
ciertamente en relación con el lugar que ocupa y siem
pre ocupó en todos los sistemas educativossobre todo
J \
I« t e í si se piensa en lo que cuesta, en la pérdida de fuerzas,
eú el despilfarro de tiempo que significa y, aún, en los
pK _ malos sentimientos que puede despertar en el niñtv/
u*^"'"fiay, además,' un hecho qué demuestra que la pena
- debe tener otra función. Sabemos que debe' ser propor
cional a la fáItá.~ La'l:óñciéñcia mdraTFño ^ ^ í a aHmi-
t7T, fanto en“lár'éscuela como en Ja vida cotidiana, que
a faltas desiguales les fu e ra . aplicadas sanciones
iguales, o viceversa. Sin embargo, si como pr etende
la teoría que examinamos, la pena no t iene otro ohle-
tó que prévéiur el acto prohibido, conteniendo coh ame
nazas la tendencia a cometerlo, debe ser proporcional
inói"-a"lagravedad del acto sino a lá intensidad de la
\v * íandénciá. Shora'-Mén;"' a~coméíer faltas
¡ joquenas, venales, puede resultar múcHo“1 ^ 0 ñ t é n s a ,
í-; 1 resistente, que la inclinación a los grandes" delitos es
p ia r e s . Por ejemplo: hay pocos niños con una fuerte
predisposición a rebelarse abiertamente contra el maes
tro , ofenderle cara a cara, causar daños a sus compa-
180
-fe.
_■ v' ^ -
ñeros. En camino, son numerosos los inclinados ;a .lar.'f■
falta de dedicación, a la distracción, etc. Sin embargo’,'/!
no podría penarse la sitnple ligereza más severamente - |
que un acto abierto de rebeldía. Una pena tan despro-;- ¡
porciónada resultaría injusta para el culpable y ame--
nazaría con la posibilidad de que éste >se rebelara con
tra el maestro y el orden moral que el último repre
senta. Pero, entonces, si la pena se considera justa,
es decir proporcional a la gravedad de la infracción
cometida—quiere' decir que ~su~único ^objeto no es iñti”
-midar-.; -La—relación que mantiene con el valor moral
del acto que reprime testimonia que debe'tener alguna
otra función.
Según otra escuela moralista, opuesta a la anterior,,
esa función consistiría no en prevenir la repetición de,
lal-aítá Cometida, sino en eliminarla. L a pena tendría
por sí misma •una virtud compensadora del mal moral ^
ínsito en la falta. E s necesario penar, se dice^ no pará
intimidar, sino para reparar la infracción y sus con-,
secúenmas’."'ftÉrcastigo ^ ^ e T J a n et—^no debe ser sólo
uña amenaza que asegure la ejecución de la ley, sino.
también ''tma reparación, o..expiación.. .qU!e-.;eQI.?Íj§...,s]a..
Violación.” L a pena, entendida de. este, mpdo, es una,
especie de éi^raiSefito 'que anula el delito y _q.ae .je-...
pene’Tás cosas en su situación anterior. No se dirigi
ría al futuro, sino al pasado. Gracias a ella el pasado
sé“Convertiré "raTaigo inexistente. L a falta ha ñirtur-
hadn 'firlm-dp.ri; la pena restablece el orden perturbado.
Se 'llega a este resultado por medio del sufrimiento
..qñ^TTar^paca^SÉÍDS(áu “E l orden perturbado por una
voluntad rebelde — dice el mismo autor— se restablece
por el sufrimiento, producto de la falta cometida.” E l i
dolor causado al culpable repararía el daño cuya causa I
fue; lo repara porque l-o expía. La pena seríaj esen
cialmente una expiación. Desde este punto de vista la
proporcionalidad de la pena y de la falta se explica ¡
Mqilméfitéj: pués para que la pena pueda borrar y
contrarrestar la falta es necesario sea su equivalente*
que crezca en proporción al mal que tiene por función
p;Í'V i néutralizar. '
’*'■ Se ha objetado a esta concepción, no sin causa,
que el principio en que se basa es irracional y absurdo.
El dolor, por sí mismo, siempre es un 'mal, se dicie.
¿Entonces en qué puede compensar el mal infligido -
ai culpable el daño que hizo? El primer, daño se suma
al segundo, pero no se resta. Así sólo puede construirse
una falsa simetría. Sería, dice Guyau, como si un
médico para curar un brazo enfermo comenzara por
ainputar él sano. En resumen, la pena concebida como
expiación, no es sino una forma algo rejuvenecida del
antiguo talión, y la ley del talión, se dice, ya no
' puede -ser admitida por la conciencia moral contem-.
poránea.
Sjn embargo, esta teoría tiene, algo rescatable. Ese
algo es el principio de que la pena borra o por lo-mé-
nos repgra pn lo posible la f alta. Sólo que esta._vir.tud
: repáradpra no proviene del hecho de que la pena sig
nifique..sufrimiento; pues un sufrimiento es un mal,
Jto.' y es evidentemente absurdo que , un mal compense otro
m al y_ lo anúle. L a pena no está enteramente en el do
lor que causa. Éste desempeña en- la represión un pa
i pel mucho más secundario de lo que se cree. La esen-.
m
Éts ciá de la -pena y del castigo está en otro lado.
* P ara comprender cómo la pena puede compensar
la falta, veamos en primer término en qué consiste e l :
daño moral que produce esa falta, a ia que se tra ta
de reducir o anular. ,
Tanto , en el niño como> en el adulto la autoridad
!moral denende de la opinión y obtiene su fuerza de la
l l t npiriión En consecuencia, lo que da autoridad a la— re-
H
if f i v 1 ' - ■! 1 ■ y ” s — ■' ...... ......... .-i ■ - - •
en Ia escuela es el sentimiento qué de ella tienen ;
'^s|te|'íqs alumnos, el modo en que se-la representan, ya sea:
‘ ” .. /-i
\ i
^ i: : . » . * v'v^
m m m m
'.;. ., ; .í •■'
H como algo inviolable, sagrado o fuera de su alcance;-
Í|ÍtO(^ráq!»ell.o,...qué. pueda disminuir eserTSentimifento, u>=J
|||induzca a los jniños á ._cro.ei; . que esa invioUlálidad no
"I es re a l,. no j mede ..dejar Tfle en „
§»’ su fuente. .
Pero en la medida en que la regla es violada, deja -'
||í de parecer , algo inviolable ;a l g o sagrado que se . pío-
||- fana deja de ser sagrado si nada interviene para resti-
P(, tuirle su primitiva naturaleza.. No se cree en úna di-
te vinidad sobre la cual el vulgo pueda poner inpunemente
f e lá mano. De este modo, también toda violación der;la
regla tiende, por su parte, a empañar la fe de los ní-
p-fiwt en el carácter intangible de la regía. Lo que-Hace
¡feque se sometan a la regla es el prestigio que le otorgan,’
t i m a especie de fuerza moral cuya energía, se mide por "
fe la fuerza de su acción.. Les parecerá muy poderosa,
gfesegun la importancia de sus efectos, si la ven obedecida
llünánimemente. Por el contrario: la sentirán débil y
¡||sin acción si ven que las voluntades se sustraen fácil-
pm ente a ella. He aquí, pues, el verdadero daño moral
Meausado por la falta. Disminuye la fe del niño en la
^autoridad de la ley escalar, así como disminuye la
¡¡Efe del adulto en la autoridad de la ley moral, y por
p consiguiente, disminuye realmente esa autoridad.. En
¡Ipoeas palabras: la infracción moral, si nada neutra-
l ’liza sus efectos, desmoraliza; el acto de indisciplina,
^debilita la disciplina. ¿Qué es necesario para . com-
p|pensar el daño de este modo producido? Hace falta-
Tlflue la ley violada testimonie que, a pesar de las apa-
¡Iriencias, siempre es la misma; que no Ha perdido en
^absoluto sus fuerzas y su autoridad, a pesar.del a.cto
l^que la negó.; en otros términos: es necesario que se
Éfitfirme frente a la ofensa y reaccione, de modo tal que
¡Énanifieste una energía proporcional á la energía del
vj látaque sufrido. La pena no es otra cosa que. esta sig-
¡Iñificativa manifestación.
Claro que al hablár de una ley que se afirm a!
que reacciona, pareciera que expresa abstracciones^
Pero todo lo que acaba de decirse puede traducirse!
fácilmente a términos muy concretos. Seguramente;!
la regla‘ no reacciona ni se afirma por sí misma, sinó|
que lo hace por intermedio de su órgano, es decir, por ¡
intermedio del maestro. Sabemos, en efecto, que si elj
niño cree en la regla es porque cree en el maestro. La $J
\respeta porque . su maestro dice que es respetable y |
¡la respeta él mismo.-Pero si-el-maestro deja -qtrerW
jóle Sin intervenir., esta tolerancias-parecerá como" %
prueba dé quie ya.no cree en ella con la misma firmeza,
:5
que .ya rio siente en el mismo grado su carácter re s-5
peta ble' y, en la misma medida, él alumno dejará de i
tí
creer en ella. La duda, incluso simplemente aparente |
de unoj apareja la duda del otro; y la duda, de esto ^
último trastorna la disciplina en su base. Es necesa
rio, pues, que frente a la infracción el maestro demues-1
tre inequívocamente que su sentimiento no ha variado, |
que mantiene siempre su fuerza, que a sus ojos la re
gla .siempre es la regla, que la misma no ha perdido '
su-prestigio, que siempre tiene derecho al mismo res-|
peto, á pesar de la ofensa de que ha sido obj-eto. Por
esto se hace imprescindible qué censure ostensiblemente fj
al acto cpmetido,' que se lo reclame enérgicamente;
esta reprobación enérgica constituye esencialmente la §
pena.
Así, la función esencial de la pena no es hacer éx- |
piar al culpable su' f alta mediante el sufrimiento, ni
intimidar por vía conininatoria a sus ~posibíes imita- |
dores, sirio reforzar las conciencias en las cuales la_|s
vjolación de j a regla ha podido y debido necesariamen- |
te perturbar la fe, incluso aunque no se dieran cuenta,
y mostrarles que esta fe siemure-tiene la misma ra-_
zón de_ser v. para referirme en especiar a la escuela.
que siempre es experimentada por aquél de quien la
¡han recibido los niños. Desempéña, pues, en el funcio
namiento dé lá moral escolar un importante papel.
Claro
.■'t 1
que, como ,lo. demostramos,
- -■ —- i ■ ”
no es . ella
. _ _1—
la' ■que otor-
i— ii i— -■,
ga autoridad a la disciplina: ñero sí impide que la
disciplina pierda .autoridad, la cual las infracciones
cometidas íe^'qmtárian progresivamente si quedaran
impunes. E stá ^aroT^TieC ^üe compensa y corrige el
daño proveniente de lá falta. Pero se aprecia que no
produce- esta compensación- el- dolor infligido a l “pa-
icaénte.-No-dntéresa-que--el-■■niño- sufra ;-importa~que"su~~j
acto sea ^ enérgicamente reprobado. Sólo la condena j
•He la conducta observada es reparadora. Sin duda es
casi inevitable que la reprensión haga sufrir a quien
la recibe. Pues la reprensión del a c to . significa, la re
prensión del agente. Y sólo hay un modo de testim o-|
niar que se_repreiide a alguien: tra tarlo' en forma dis-1
tinta y 'm enos bondadosa que a los que se estima. He|j
a<jür por qué la pena significa casi necesariamente
un "tijato riguroso y, por consiguiente, doloroso pafa
el que la sufre. Pero esto no es sino una consecuencia
secundaria de la pena, no , lo esencial de ella. E s el
síntoma por el cual se manifiesta exteriormente el
sentimiento que debe afirmarse ante la falta es.
el_sentimiento expresado y no el signo a través del |¡
■cñaT se exp^sa~^'~que pdsee''la virtud dé neutralizar íj
el desorden moral causado por la falta. Así, el j
trato riguroso sólo se just ifica en la medida necesaria |
para que la r eprobación del acto no deje lugar a du-_'
Tdlíi: rimiéñtó^ que sería toda la pena, si ésta
tuviera por función primordial intimidar o hacer ■ •
■
expiar, es en realidad un elemento secundario, que
incluso puede faltar. Ni la ■penitencia escolar, ni la
pena propiamente dicha en la vida civil hacen sufrir
a las naturalezas funcionalmente rebeldes. No inte
resa ; no por eso dejan de tener sus razones de ser.
Establecer una escala penal no significa imaginar tor-
185
turas .sabiamente jerarquizadas. Por el momento ipe
.conformó con indicar l a ’ idea, cuyas consecuencias
SfittK>cKv- ■prácticas veremos próximamente..
Ahora que sabemos-jara, .qué.airye^la pena, cuál es^
s ^ funciQni yeamos enagüe . debe, consistir p a r? poder
¡fe s.'." llenar su cometido.
Según una teoría que m enta cotí importantes de-
tensores, la punición, debiera limitarse a dejar "quéjel
acto reprensible produzca sus consecuencias náíúralés.
i:¿s,í^síV-.. L a paternidad..,de esta idea, ge J e .)b£'*'‘¿fedlwiííi<>ja.
Rousseau^y, en efecto, se encuentran en el libro H de
* r Emilio proposiciones que parecieran admitir el prin
[flPíw cipio. “Nunca debe infligirse a los niños el castigo
■&&% ■como mero castigo; éste debe llegarles siempre como
jpF/
ftjS&v ■ consecuencia natural de su mala acción.” Y en otro
lugar dice.: “Mantened al niño bajo la exclusiva de-,
teíüw. - pendencia de las cosas; habréis seguido entonces el
T
verdadero orden de la educación. Emilio ha roto los
‘I r . -
iasÍ5gv".':; cristales de su habitación; se. limitará entonces uno a
no rep arar el estrago causado, y el frío nocturno
jis'ií'.y le hará contraer un catarro, que será todo sil castigo.” '
Sólo que Rousseau recomienda este método para el
primer período de la infancia, hasta los doce años.
I r fW e'Ví Y si hasta esa edad lo encuentra aplicable es porque,
según él, la vida moral comienza recien después de esa
fe
®fl"7 ' edad. H asta ese momento el niño es, como lp era el
r ■. hombre en sus orígenes, extraño a toda idea moral;
lleva, como el animal, una vida puramente física. Aho
ra bien, los animales no están sometidos a un sistema
de sanciones artificiales; sé forman bajó la acción
de las cosas; sólo la experiencia les enseña. Por su
parte, el niño mientras vive en forma puramente “ani-
.mal”, no necesita otro tipo de disciplina. Someterlo
a úna acción coercitiva sería violar el orden. natural.
Pero a partir de los' doce años comienza una vida y
.entonces surge la necesidad de una disciplina propiar
i!86
I !W W
te-' y.--.-,.
187;
US®
SU
áSpS
mé;p\> bré aos sistemas ordinariamente seguidos. En primer
W P lugar, .da nna base más sólida al temperamento moral
Sf;v': ■ del niño. Se tiene mayor seguridad para conducirse
É fe' en la vida correctamente cuando se comprenden las
§¡p;U : buenas y malas consecuencias de la acción, que cuando
M Vi.
te - se cree simplemente en la autoridad de los demás. Aho
ÉS-W,., ra bien: cuando el niño actúa o se abstiene para evi
ÜffiíE:-
ta r un castigo artificial, actúa sin darse verdadera
mente cuenta de su conducta, y "lo hace únicamente
f e /: - por respeto ^a la autoridad.—Entonces cabe temer que
P - llegada la edad en que esa-autoridad nó se haga ya
f e ¿ i:
fe:- sentir, el niño, convertido en adulto, no esté en con
Éfet- diciones de comportarse correctamente por sí mismo.
En segundo lugar, dado que el castigo proviene ele las
cosas, que es consecuencia natural y necesaria de la
conducta seguida, el niño no puede acusar a nadie; no
puede quejarse sino de sí mismo. De este modo se evi
ftfe:. tan los accesos de cólera, las desaveniencias que se
producen tan a menudo entre padres e hijos, maestros
* fr y alumnos, las que alteran sus relaciones. Un castigo
impersonal no las comporta. Por lo tanto, en lugar |¡
:f i ," de intervenir sólo cabrá esperar que. el acto desacon
ll&V
íftfei'T'
sejado produzca sus efectos. ;¿Un niño nunca está listo
a tiempo para el paseó? Se saldrá sin él. ¿Destruye |
con facilidad sus cosas? No sé las reemplazará. ¿No .11
quiere guardar sus juguetes? Se los guardará en su :J¡
;■|íftkP
*'• lugar, cuando quiera usarlos no los encontrará más, etc. 3
Tal es el sistema. Antes de examinar el principio I
m
$& ■■- en que se basa, no d eja de tener interés el señalar
w Sjy
\
.• " ¿ W ^ í' ■
,;‘'f'•':,•?:' v ■ ■' ••?••'■■-•••:• * 'V ••;-.•?:• •'^ '.•-Íí^ •':': K'v& V^ fóK Síífc*
''.• :"■c . ^ - ' •^
i , éstl ü©';¡eSs sino un efecto más o menos contingente dé
;ígp ;la 7:p eáá;‘ no el principal. La pena consery.aría_.t.o4a
l^ s ú ra z ó n d e s e r aunque no fuera sentida como algo
doloroso pbr quién la sufre. P e n a r' no signifiea tor
tu rar en-cuerpo y alma a alguien; significa, frente a
i la ' falta, afirm ar la regla que la falta negó. E sta es
SV i: I
la enorme diferencia que existe entre los papeles des
empeñados -por el castigo^ en la educación del niño y
en. el adiestramiento de los animales. Los castigos, que
se aplican a los animales para am aestrarlos no. pue*
den producir sus efectos si no consisten en sufrimien
¡§ P tos efectivamente sentidos. P ara el niño, por - el con
trario, el castigo no es sino un signo m aterial por el
fei':-*- * cual se traduce un estado interior: es una notación,
un lenguaje por el que, ya sea la conciencia pública
i . .de la sociedad o la conciencia dél m aestro en la es- .
jg&H ..
cuela, expresan el sentimiento que les inspira el acto
ill'" reprobado.
Determinado así el papel principal que. desempeña
el castigo, estamos en condiciones de investigar lo que
eL'mismo debe ser y de qué modo hay que adminis-'
trarlo para poder lograr el fin que es su razón de ser.
Sobre este punto hemos visto en primer lugar una
teoría que quería que el castigo consistiera exclusi
vamente en las consecuencias naturales que espontá
neamente produce el acto culpable. E s la teoría de las
reacciones n atu rales,. ta l como especialmente la for
m ulará Spencer. Es inútil repetir las. objeciones a. esta
teoría; me .parece más útil señalar la interesante y
P
B ff' ju sta idea qué form a su punto de partida; idea que
/ podemos conservar aunque aplicándola de un modo to-
|ppsr..'talm ente distinto al de los pedagogos partidarios de
lilsv ' ese sistema.
E sta concepción expresa que existe una educación
l^v/'de la inteligencia y de la voluntad que se fórm a. di-
rectam ente bajo la acción de las cosas, sin interven-
pión. artificial alguna del hombre, y que esta educa-
¡vción espontánea, podría décirse automática, es el tipo
ip'normal al que debe vincularse todo sistema pedagógico.
De acuerdo con este criterio, el niño aprende a hablar
jm V -
por sí mismo y por sí mismo aprende
,
a vincularse con
g[ el medio m aterial que lo rodea. No son sus fam iliares
: quienes le enseñan cómo debe tomar los objetos para
\ mover sus miembros, ni los que le enseñan qué esfuerzo
;• es necesario para poder acercarse o alejarse de los
V objetos exteriores según su m ayor o menos proximi-
, dad. Todo. este arte, tan complejo en realidad, lo*-
• adquiere espontáneamente, por propia experiencia, por
tanteos, al contacto con la. realidad misma. E l dolor
y la repetición de movimientos trunoos e inadaptados
le advierten sus fracasos y la necesidad de empezar
dé nuevo, del mismo modo con que el placer es el signo
y la recompensa natural del éxito. También así aprende
el idioma y, con las palabras que integran su vocabu
lario la gram ática que lo es característica y la lógica
inmanente de esa gram ática. Por sí mismo tra ta de
reproducir nuestras form as de hablar, de pronunciar,
. de combinar palabras, de construir frases. Lo que la
enseñanza propiamente dicha le enseña luego (correc
ción, elegancia, propiedad) es relativamente poco com
parado con los conocimientaos fundamentales que sólo
se debe a sí mismo. Aún m ás, esta educación por me
dio de las cosas se prolonga más allá de la infancia
y . la adolescencia. Perdura tanto como la vida misma,
pues el adulto siempre tiene todávía algo que aprender,
y no existe otro m aestro que la misma vida. Las únicas
sanciones' a los actos que intenta realizar son a me
nudo consecuencia de esos mismos actos. Tanteando,
ensayando, fracasando, reprendiéndonos, rectificando
poco a poco nuestro modo de actu ar, aprendemos la
técnica de nuestro oficio y todo aquello que puede
darnos la sabiduría práctica, significativamente 11a -
195
experiencia. Pero entonces,- si este método es
tan eficaz, si tanto le debe la humanidad, ¿por qué
no sería aplicable a toda la educación? ¿Por qué el
■niño no nodría adquirir la cultura moral del mismo
modo con que el adulto adquiere su cultura técnica?
Sería entonces inútil inventar un sabio sistem a de
castigos graduados. B astaría dejar hacer a la natu
raleza, dejar que el niño se forme en contacto con las
cosas; ellas mismas le advertirán .cuando :se equivo
que, es decir cuando sus actos no sean lo que deben
ser, apropiados a la naturaleza-de. las cosas. JJobre'
esta misnla-idea se b asa-la pedagogía de^'rblstoi. Se^
§un”é!7 la enseñanza modelo, ideal, es la que ios hom
bres buscan espontáneamente en>. los proseos, las bi
bliotecas, los laboratorios, las conferencias, los ciursos
públicos, o simplemente en el trato con los sabios,. En
todos esos casos no se ejerce compulsión alguna.„y-.sin
embargo ¡qué no se aprendería! ^Entonces, ¿por qué,
no Eá de gozar el niño de la misma libertad? No hay
áiás'^e.lipópér a su disposición los conocimientos cme~~
■‘*se'.cb^defíT le ■serán útiles; pero basta ofrecérselo^.
=siñ“forzar le a "ádqulrirló s.'^ i _yérdader amente le sir-
venj laTexpéHéncia le hará .sentir su necesidad y los
buscará por si mismo. Por esto en la escuela de Ias-
naia Poliana los castigos son desconocidos. Los niños
Uqgan cuando quieren, aprenden lo que quierén, tra
bajan como quieren.
Por más sorprendentes que nos parezcan,_y_no_sin
razón,”.'las^ consecúencias extrem as •de la doctrina, el , ■;
principio del cual provienen es e n . sí mismo indiscu
tible y merece ser conservado. E s evidente que no po-
deraos aprender ¿" conducirnos sino bajo la acción del
m^dip al que nuestros" actos Tmñen por objeto adap- ,,
tam os. Los resortes de nnestra actividad están en núes- „•
tro- interior, sólo pueden ser puestos en marcha por
nosotros mismos y partiendo del fuero interno. Nada ;
puade indicarnos desde afuera qué resorte es necesario
acelerar o fren ar, qué cantidad de energía., debe apli
carse a cada uno, cómo deben combinarse sus accio
nes, etc. Debemos sentirlo nosotros mismps y n>o po
demos sentirlo si no entramos en contacto con el me
dio, es decir, con las cosas a las que apuntá nuestra
acción, ensayándola. El modo en que el medio reac
ciona a nuestra acción ños advierte; pues ésta acción
es agradable o desagradable, _según nuestro acto -sea-
7 o ño adecuado^'Puede pues decirse,^ generalizando, que
las' reacciones espontáneas de las cosas o de los seres
de cualquier especie que nos rodean representan las
sanciones naturales a nuestra conducta. P ero una vez
admitido este principio,..ello no significa que .el cástigo
propiamente dicho,, e s d e c ire l castigo infligido por los
padres al hijo o por el maestro al aíuniño7 deba desa
parecer ‘ dé nuestros sistemas...He educación'" ihóráL'
¿Cuál es, en. efecto, la consecuencia ñaturár'dér.~ácta
m o ral.sin o el movimiento de .rep rob arán que provoca
en las conciencias? L a reprobación que sigue a la
falta proviene necesariamente de ese movimiento. Y
puesto que, por otro lado, el castigo mismo no es otra
cosa que la manifestación externa de esa reprobación,
también el cástigo resulta ser la consecuencia natural
de la fa lta . E;s en definitiva el modo en qUe el medio
reacciona espontáneamente contra el a cto culpable. Sin
duda, a prim era vista, quizás no se perciba clara
mente el lazo que úné ambos términos. ¿Qué hay de
común entre una nena v una falta ? Perecieran ser dos
cosas heterogéneas, acopladas artificialm ente. Pero así
parece, porque no se ve el término medio que las vincu
la, que traspasa al uno en el otro; ese término medio
es el sentimiento que la falta despierta y del cual
proviene la pena, el sentimiento que es efecto del acto
y alma del castigo. Una vez captado, el encadena
miento continuo de los hechos resulta evidente. Si
,'Spencer desconoció esta, continuidad, si, en conseeuen-
•y » - | _ . " •
■cia, no yio en el castigo más que un sistema artificia^
se debió a que no percibió que el mal de ía falta no
residía enteramente en las consecuencias nocivas o
dolorosas que pudiera acarrear para el culpable o lo
: que lo rodea. E xiste además el daño, y muy grave,
que proviene del hecho de que el acto incriminado ame-
.nazá, compromete y debilita a la vez la autoridad Tde
la regla que viola o niega. E ste daño da origen a la
jíéná. Si el niño comete una f alta destruyendo sus ju
guetes, p ara seguir con el ejemplo de Spéncer, no jes
porque no haya reflexionado que así se priva bastante
tontamente de sus medios de distracción, gino^-porque
ha omitido la regla general que le impone no destruir'
inútilmente, no destruir por diversión. Tampoco se dará
cuenta de Ja ^extensión de su error por el sólo hecho
de que no se le compren juguetes nuevos. La privación
así impuesta podrá hacerle comprender que actuó irre
flexivamente, que desconoció su propio interés y no .
que actuó mal en el sentido moral del término. Sólo ‘
sentirá haber cometido una _fa lta . Tnftr.a3¿—;
mente reprendido. Sólo la reprensión podrá advertirlo :
que no sólo se condujo atolondradamente sino que se
comportó mal, que violó una regla que debía respetar. f|
La verdadera ^sanción, como la verdadera consecuencia í f
-natural, consiste pues en la reprobación.
Claro que la objeción formulada no vale contra Tols-
toi, pues todo lo dicho supone la 'existencia de. una
regla escolar, de una moral escolar que el castigo-
protege y hace respetar. L a pereza o la negligencia:
son faltas que deben ser castigadas porque .él niño :|
tiene el deber de trab ajar. Según Tolstoi esta m oral, S
éste conjunto de obligaciones impuestos al niño, no:|
tiene razón de se r; sería una institución com pleta-f
■mente artificial, una construcción humana sin funda-»|
tinento en la naturaleza de las cosas. Según él, no cabría f
m
^ v ^ j i'
199
:4.-,
iííSsíiifc /l ■í f l y
(
;Ii200
Jas cuales la sensibilidad individual (poco emocionable).
lio reacciona sino bajo la acción' de estímulos muy in
ciensos, puede ser imperioso que la reprobación, para
|‘ser sentida, deba traducirse en forma violenta; por
l ’ésto-se explica en parte, pero sólo en p arte como vere-
ídios, el empleo tan amplio de las correcciones m ateria-
4 les en ciertos períodos históricos. Pero en pueblos que
iban llegado a cierto grado de cultura, cuyo sistema '
i’
nervioso más delicado es incluso sensible a estímulos
débiles, esos- gros~eros~procedimientos y a n o s o n n e e e -
garios'. L a idea y el" sentimiento no neceSitan~expre^-
sarse por medio de signos tan groseramente m ateriales,
por manifestaciones tan exageradamente enérgicas pa
ra ser comunicados. Al menos sería necesario que di
chos métodos fueron inofensivos para recu rrir a ellos
con algún fundamento. En realidad, actualmente pre
sentan un grave inconveniente moral. A fectan a un
sentimiento que está en la base de toda nuestra moral,
es decir, dañan al respeto religioso de que es objeto
la persona humana. En virtud de ese respecto, cual
quier violencia ejercida sobré una persona nos. parece,
en principio, un sacrilegio: Hay en los golpes, en las
sevicias de toda clase, algo que nos repugna, que r e-,
bila nuestra conciencia, en una^JjalabráT: algo inmoral.
Un medio singular para proteger la m oral sería defen
derla con medios que la misma moral reprueba. Sig-1
nificaria debilitar por un lado los sentimientos quej
quieren reforzarse por el otro. Uno de los objetivos!
principales de la educación moral es dar al niño el
sentimiento de su dignidad humana. Las penas eorpo- ,
rales son perpetuas ofensas a ese sentimiento. En este 1
aspecto tienen, pues, un efecto demoralizador. Por eso
desaparecen día a día de nuestros códigos y con ma
yor razón de nuestra penalidad escolar. E n cierto sen-
tido, aunque seguramente la expresión sea cruelmente
inexacta, puede decirse que el criminal ya no es un ser
humano',que tenemos fundamentos como para no ver
/ya en -él a un hombrea Pero no tenemos el derecho . de
' desesperarnos de este modo por la conciencia naciente
del niño, hasta el punto de colocarlo desde ya al m ar
gen de la humanidad.
La pena corporal no es admisible sino cuando el.
niño no es aún más que un animalito. Pero entonces
se tra ta todavía de un adiestramiento y no de una edu
cación. Sobre todo debe proscribirse ese género de cas
tigo en la escuela. En la .familia sus malos efectos son
fácilmente atenuados y neutralizados por las manifes-.
taciones de ternura, por las efusiones afectuosas entre
padres e hijos, por. la intimidad de la existencia que
quita a esas violencias su significación corriente. Pero
en la escuela nada hay que pueda endulzar la rudeza
y la brutalidad: pues está reglado que las penas se
apliquen con cierta impersonalidad. Lo que de nor
malmente ¿dioso tienen las sevicias físicas carece aquí
de justificación y por eso conviene prohibirlas sin re
serva alguna.
Después de haber demostrado por qué razones los
castigos corporales deben ser totalmente prohibidos,
no carece de interés investigar por qué, en los sistemas
educativos del pasado, tuvieron por el contrario un
lugar absolutamente preponderante. La investigación,
como se verá, no deja de arro jar resultados bastante
sorprendentes.
Podría creerse, a priori, qué fue la rudeza de las
costumbres primitivas, la barbarie de las épocas primi
tivas las que dieron origen a ese sistema de castigos.
Pero los hechos están lejos de concordar con esta hipó
tesis, por más na,tural que a primera vista resulte. Un
etnógrafo, „Steinmetz, ha reunido en ún artículo de la
Zeitschrift fu r Sozialwissensohaft (agosto 1898, p. 607).
y en sus Ethnologische Studien zwr ersten Entwicklung
der S trafe (t. II, p. 179, Leiden, 1892), muchos.docu-
é f r \ . . . , .■'-/.■■■.■.., ■•- ::■;;
■.¡Amentos sobre la educación .éntre los pueblosllán
/primitivos y ha comprobado notablemente que, en la ,
gran m ayoría de los casos, la disciplina es de una gran ¿
suavidad. Los indios de Canadá aman tiernamente a •
sus. hijos, jam ás les pegan ni los reprenden. E l viejo
misionero Lejeune, que conocía bien a esos indios, 1dice
de los Montañeses: “No pueden ver que se castigue a
los niños ni.que se los reprenda; nada pueden negarle
a un niño que llora.” Según este observador, lo mismo
ocurre entre los algonquinos. Un jefe sioux conside
raba bárbaros a los blancos porque pegaban a sus
hijos. La misma falta de ..castigos corporales se en
cuentra en gran cantidad de tribus de Norte y Sud
América. Pero las sociedádes indoamerieanas habían
llegado ya, en su gran m ayoría, a un cierto grado de
cultura, aunque .evidentemente inferior a la nuestra e
incluso a . la de la Edad Media. Pero descendamos en
la escala de la civilización. Si no debe verse en los
indígenas de A ustralia el tipo perfecto de hombre pri
mitivo, sin embargo debe clasificárselos entre los pue
blos más inferiores que conocemos. E n tre ellos el niño,
lejos de ser m altratado, es más bien objeto de mimos
excesivos. En la península de Cobourg (A ustralia del
N orte) “los niños son tratados muy afectuosamente;
jam ás son castigados o reprendidos”. En la Noúvelle-
Norcie, los padres náda niegan a süs hijos y después
de h ab er' cedido, como máximo hacen algún reproche
al niño que se comportó mal. En tre los indígenas de la
bahía Moretón, la id ea. de castigar a un niño es uña
verdadera monstruosidad, etc. De ciento cuatro socia*
dades comparadas, sólo e n ' trece la educación es bas-
tan te severa, severidad que por o tra parte ño eg exce-
siva. E Í trato más riguroso que se utxlizaTconsiste sim
plemente en golpes dados con la maño o con ayuda de
unirW r% ,_CLj6m.te^indyj^ 6i db frliTpentojjrffiró lo’ m ás,,.
curiosp_ies que los trece pueblos-cu ya educaciónifené^
203
ese carácter, son relativamente más civilizados. En
conjunto son mucho más cultos gaa-aanellos en que el
njfio_es tratado c o n Ji^ e ^ tr e m a ^ que
hablamos. E ste _ref uerzo de. la_severidad.-u.-medida^-que
(se desarrolla la civilización, puede observatae-aw—otrns-
casos.
La historia de la educación en Boma comprende dos
períodos distintos: antes y después, de. Augusto. Antes
de Augusto parece haber .sido suave. Sé- cuenta que un
Sofista provocó en B oma un escándalo inaudito al des*
pertár de un puñetazo a uno de sus alumnos porque
dormía en la clase; lo que quiere decir que los golpes
no, eran usuales. Según 'Catón, pegar a Id mujer o al
hijo es un verdadero sacrilegio. Pero a esta suavidad
la sucederá una mayor severidad, qué surge cuando el
niño ya no es criado por su padre sino por preceptores
llamados pedagogos, o en escuelas (ludimagister) . A
; p artir de entonces los golpes constituyen la regla, Ho
racio nos habla de su m aestro. Orbilio, a quien califica
con el significativo epíteto de plagosus (dador de gol
pes). Uña pintura mural encontrada en Ponipeya (V er
Boissier, Revue des Deux Mondes, 15 de marzo de 1884)
nos m uestra una escena de la vida escolar de la época:
un alumno despojado de sus ropas es izado sobre la
espalda de uno de ,sus compañeros que le sujeta las
mapas, m ientras otro le sujeta los pies y un tercer
persona jé levanta las vanas y se apresta a golpear. El
castigo más suave se infligía con la forulaj que era—
aplicada varias veces en las manos, L as faltas m ás
graves eran castigadas con el flugellvm, especie de lá
tigo que se usaba con los esclavos. S in . duda Cicerón,
Séneca y Quintiliano, sobre todo este último, elevaron
algunas protestas, pero éstas no hicieron efecto sobre
la práctica. E sta práctica, por otra parte, contaba con
teóricos que la defendían, como el estoico Grísipó, que.
Si?í-i;’1
205
;é l“Renacimiento estallan las protestas. Todos|
conocen los gritos de indignación de Riabelais, Erasm bi
y Montaigne. Pero,- como en Roma, estas eloeuenteglf
reivindicaciones no ejercieron mayor influencia en Xa5!
práctica. Por lo menos ésta no sé atemperó sino conlf
extrem a lentitud. Aunque los jesuítas inscribieran en.I
su Batió Studiorum la prohibicioS~3é”ricu rrir a jo s azo- j|¡
tés, sialvo en los casos más gravesTeTlátigo siguió sien- J¡
do, hasta pleno sigíb~XVIII“~ér Tnstrumento preferido il
de co rre cció n .^ m n e F ^ ^ ^ ^ é y c M c M é ^ W '^ a e d a g o - |
gik (II, 6* ed., 1889, p. 241), nos cuenta de un m a e s-J
tro que,, en pleno siglo X V III, se gloriaba de haber :»
■ ■ ■■■xq
M6
ir-:
- ■■: '.;: ■;,■•; feAfefefefe lili
delega, por ése soló hecho, su derecho al-m áéstrf H
Iste convierte en su representante. E l resumen histórje^ ; ,, w
fique hemos hecho sobre la penalidad infantil, dem uestra;f 1. V - ^ .
Ijfijüe en todo caso esas explicaciones y esta ju stificación '
|;de los castigos físicos en la escuela están desprovistos 'ÍS7:
|de todo fundamento histórico. Esos castigos no se han
'¿intituido en la fam ilia para pasar de. ella a la escuela'
(•como consecuencia de una delegación expresa o tácita.
|íCom© sistem a regularmente organizado tiene un origen/
? puramente e sco to . Guando la jeduoad^n 'es"exclusiva- r~
fomente fam iliar, los castigos no existen sino esporádi
camente, como fenómenos aislados. L a regla general
| es más bien en ese caso la indulgencia extrem a; son-
raros los malos tratos, no'son regulares; no conforman
J& | un método disciplinario sino cuando aparece la escuela,
y, durante _sigrós,Jeste método se desarrolla como la
escuela misma. E l..arsenal de castigos se enriquece,
'•asu aplicación es más frecuente, a medida que l á vida
|£f escolar se hace m ás rica, más compleja, más organiza-
| d £ Hay algo en la naturaleza de la escuela que incli-
lt;
,líf'“l ^ t a n
Decimotercera L ección
ib * 1r i ~ -
IfSÍ
m-
'no es •simplemente fantasía enfermiza, producto de
capriclios irracionales. Si fuera así, no serían tan ge
nerales, ni tan difíciles de extirpar. En realidad es el
efecto necesario de causas definidas que no pueden de
ja r de producir su acción mientras no se le opongan'
fuerzas m orales opuestas pero de igual intensidad. Los
hombres maduros se sienten superiores a los jóvenes
porque son los mayores, los depositarios de los u-sos y-
tradiciones que los nuevos ignoran, poiqué form an ya
•un gm po coherente, tienen espíritu de cuerpo, unidad
cplécfiv a ; m ientras' qué lo srecién llegados nada-tienen
en común, mi siquiera el tiempo para form arse y orga
nizarse. Dado que. esta superioridad no tiene funda
mentos muy sólidos, que el desacuerdo entre ambas
generaciones vinculadas se reduce a poco en el fondo,
que es provisorio, que está destinado a desaparecer
rápidamentej .las violencias que se producen no son
muy serias; 'adquieren más un adre de juego inofensi
vo. No por eso deja de ser un juego particular que se
caracteriza por''cierta necesidad de violencia y de tor
mentos. Bajo form as ligeramente distintas se vuelve
aquí a encontrar la misma causa produciendo el mis
mo efecto.
Me pregunto si las relaciones entre m aestros y
alumnos no. son, en muchos aspectos,, comparables a
las precedentes. E xiste entre ellos el’mismo desacuerdo
que entre dos poblaciones de desigual cultura. Incluso
es difícil que pueda haber, entre dos clases de con
cienciad-una m ayor-distancia dado que unos- son-extra
ños a la civilización, mientras los otros están impreg
nadas por ella. Sin embargo, por su misma natura
leza la escuela los vincula estrechamente, los pone en
contacto constantemente. Pero entonces nada tiene de
extraordinario que este contacto' pro análogos sen?
timientos jie ‘ los cpie hemos descrito. ¿ S ^ io ^én ^el
fondo de la pedantería, rasgo caxagterfaS^nae~ñúéstiy
S ^ liiÉ ü S i
a^profesionaP,
i / « i 'a i l ) : n n
hay
no ,^i a tT
una especie de/M egalo-;Yl
m i a a o n a n í a ; W fi : Y v < A ^ o l n J ; '^ Í ]
Ége&
» - : í‘
j* m
m
mmm
Elegios de los siglos 'XIV y XV , quienes, como miem
o s de una. poderosa corporación, se sentían apoyados
su fe y en su eminente dignidad por la fe común de
lis pares. Probablemente nunca la megalomanía esco-
ikr — de la que ya hablé— llegó a un grado tal. Así
'Comienza a comprenderse el régimen disciplinario de
|a época.
E xiste una fuerza que puede y que ya entonces po-
Jfjlía lim itar ese estado espiritual: la Opinión moral am-
Ébienté. É sta opinión protege al niño, con su autoridad
'•y. hace recordar el carácter moral qué posee en germen •
$ y que debe hacerlo respetable. A p artir de este con-
Jícep to los abusos a que sp deja llevar el hombre civi-
lizado en sus relaciones con las sociedades inferiores
«I? comienzan a ser contenidos, dado que la .opinión pú-
t blica, más informada, está en mejores condiciones para
p, vigilar y juzgar lo que ocurre en los países lejanos.
, Pero las escuelas medievales estaban organizadas de
' tal modo - que la opinión pública no podía hallar eco
en ellas. L a cÓípófációH''dé^maestros era, .coinp. toda¿
las corporaciones, una espéoie Se sociedad cerrada f ren-
••te 'al mundo, replegada so ^ e sí misma, una ¡mciedad
el EÍstadq, en principio, no tenía jntgak,
^ vención en eUas. E l alumno de.los colegios estaba com
pletamente separado dél ambiente exterior; las comuni
caciones con sus familiares eran raras y a yecés hasta
estaban prohibidas. En esas condiciones el progreso de
la conciencia pública casi no podía ejercer acción algu
na sobre la. p rática disciplinaria. Por esta razón esa
prática mantuvo durante mucho tiempo sus viejos pro
cedimientos. A pesar de las elocuentes protestas qué {
se levantaron (y las hubo en plena Edad H edía), a"'
pesar de las tentativas de reform a hechas por la auto
ridad civil, los antiguos usos perduraron, como en otras-
fe’ corporaciones, hasta el día en que la escuela empezó a ’
salir de la sombra que la ocultaba al mundo, no te-.
M e ,:- ■
W■■
miendq.ya más el abrirse a la vida exterior y a la k
del día.
Entonces la causa del mal está en la eonstitución
de la. escuela. Si be creído útil tra ta r este problema,
j no solo' h a sid o en razón de su interés histórico, sino
también porque me da la oportunidad de determinar
con más claridad un rasgo particular dé la sociedad
que es la escuela, y de la vida especial que en ella sej
desarrolla. Dado que esta sociedad tiene, naturalmente,
uña form a monárquica, degenera fácilmente en ¡iespo-
tismo. Es este un peligro ante el cual siempre hay que
estar en guardia con el fin de prevenirlo. El peligróles
tanto m ayor cuanto mayor es la distancia entre el
maestro y los alumnos, es decir, cuanto más jóvenes
son éstos. E l único medio de prevenir ese peligro con
siste en impedir que la escuela se encierre en sí misma
demasiado, desarrolle una vida exclusivamente propia,
tenga uñ carácter estrechamente profesional. Sólo pue
de protegerse contra sí misma multiplicando los puntos
de contacto con el- mundo exterior . L a escuela, p ar sí
misma, como todo grupo constituido, tiende a la auto
nomía; no acepta fácilmente un control, que es sin em
bargo indispensable no sólo desde el punto de vista
intelectual, sino también desde .el punto de vista moral.
-En la escuela no sólo no debe pegarse al niño, sino
también debe prohibirse todo castigo capaz de dañar
su salud. Por esta .razón las privaciones del recreo
deben aplicarse, con discreción y nunca ser completas.
L a privación del juego en los recreos no apareja igua
les inconvenientes e incluso' presenta serias ventajas.
—Eebe suponerse, en principio, -que un niño que acaba
de comportarse mal y ha sido reprendido, no tiene ga
nas de ju gar. E l juego, así como la alegría y la ex
pansión que lo acompañan, debe considerarse como la
manifestación exterior de un sentimiento íntimo de sa
tisfacción, que fa lta cuando se deja de cumplir un deber.
■ T T ^ R R B n m n p «L .
: Es este, pues; un castigo legítimo;'';e f M ^
para provocar o mantener en el niño el sentim iento’cle:
contricción que debe seguir a la falta y cuyas únicas ' ’
dificultades pueden presentarse en su aplicación.
Pero ,no es suficiente excluir los castigos que dañan;
deben emplearse preferentemente los que puedan se rv ir" .
al que los sufre. En general, la disciplina penal del
adulto tiende cada día más a inspirarse en sentimien
tos hum anitarios; se está transformando en una espe- \
cíe de pedagofiáa-del'culpable. Por lo tanto, la pedagogía
propiamente dicha no puede sustraerse a las mismas
preocupaciones. Por esta razón, la s antiguas peni
tencias, cuyo único objeto era trastorn ar aí niño ocu- ~
pándolo por la fuerza en una ta re a fastidiosa, han
desaparecido definitivamente. E sas penitencias care
cían además de eficacia moral. Ahora bien, para que
una pena pueda ejercer una acción educativa sobre e l'
M- q u ela sufre,“BS necesario que le resulte respetable. Y
1 ; lá penitencia es algo absurdo, carente de senti3o7_y~lo
que es absurdo se desprecia. Es, pues, necesario que
'? las tareas suplementarias, a las que se obliga al niño
í que cometió una falta, tengan el mismo carácter que
|f'sus tareas ordinarias y sean tratad as y corregidas co-
l^imo tales.
Muchas veces se reúne a todos los alumnos de una
o varias clases*, castigados según ese método, cion la
^ fin a lid a d de que cumplan, «bajo la vigilancia del maes-
|^.;tró, la ta re a extraordinaria que se les. impuso. No veo
utilidad de esta práctica, aunque es reglam entaria y
Ifmsual en los' establecimientos escolares de casi todos
filo s países. Nunca es^eonveniente poner en íntimo-con-
&..tacto sujetos de mediocre valor m oral: sólo se envician
^mutuamente. L a promiscuidad de esas clases artificia-
J||es, integradas por pequeños delincuentes, no es menos
tlpeligrosa que la promiscuidad carcelaria. Siempre pre
d om ina en ellas un sordo espíritu de desorden y rebe-
lión.'vAdemás¿ los niños ño están- generalmente1b ajo '1^
vigilancia de su m aestro habitual. L a tandea suplemen
ta ria corre el riesgo de no ser controlada con el misino
interés que las tareas ordinarias y en esto se asemeja
mucho a la antigua penitencia.
Privación de los juegos, tareas suplementarias, re
probaciones y reprimendas: he aquí los principales ele
mentos de la penalidad escolar. Pero, cualquiera sea la
naturaleza de las penas empleadas, hay un principio
que domina toda la m ateria. E l sistema de castigos de
1M& -. be estar integrado por una, escala graduada con el ma-
máX . yor cuidado, que se inicie en el grado inferior y en la
cual se pase de uñó a otro con l a mayor prudencia.
Efectivam ente, todo castigo, una vez aplicado, pier
de, por su misma aplicación, una p arte de su acción.
Pues lo que le otorga autoridad, lo hace temido, no es
el dolor que causa sino la vergüenza moral que signi
fica la reprobación que exterioriza. Esp sentimiento
de pudor moral que protege contra la comisión, de fal
tas es uno de 1 s sentimientos más delicados. Sólo es
fuerte, íntegro y poderoso en 1 s sujetos en que aún no
ha perdido su pureza prim itiva. Se toa dicho con fre
cuencia' que una prim era fa lta siempre a ca rre a otra&T . .-KM
vi
Esto se debe a que uña vez sufridla ia^ergüenza,^ se %s |
m
menos sensible a ella. El castigo'im plica, pues, e l graye-- ' 3
error de Kérir uno de lÓs-priñmpáles resortes df la .T¡
vida m oral y disminuir de ese modo su propia eficacia |
futura. Solamente mantiene toda su -virtud cuando~“es' |¡
unh simple amenaza. Par^ estÓ, uñ m aestro eamermieñ^ i
tado vacila en castigar a un buen alumno aunque lo
merezca, pues el castigo sólo contribuye u que rem -
«ida.
Ñada anas peligroso, pues, que poseer una escala de-
masiado reducida de sanciones. Como yia se dijo, al re
correr esa escala con demasiada rapidez, la fuerza
•sancionadora de la pena (que sólo subsiste plenamen-
/. 5SL
i1'te m ientras no se baya sufrido) corre el peligro de
agotarse rápidamente. Y en ese c aso uno _se encuentra
desarmado. Por esta razóíT todas~las legislaciones dra-
conian ai~ só irirébflés7 pues como se dirigen inmediata-
ráente a las severidades extrem as, pronto se ven obli-
gadas a repetir-^la pena y ya sabemos~que la sanción
. i : . * tíeñe ménos"eficacia""eüaflto" más se repite. Por lo tan-
221
®¡¡§;¡r. • 7* V
¡;m
H i
Éi pero-cuyo espíritu ya no se siente? Én ése caso tod||
sucede Automáticamente. Se •establece una ta rifa : éf
niño sabe que por cada falta debe pagar Un precio |
i i - r: pero una vez saldada su deuda; ¡se considera liberad<|
respecto de sí mismo y de los demás,, puesto que ve enf
la sanción solamente la sanción misma. L a discipliné!
B ii-iV * • entendida de este modo sólo puede domar pero no edu^l
ca r, pues no penetra en lo más íntimo del niño. E in||
cluso m ás bien ap areja el riesgo de provocar rebeliol
hes; pues es difícil que el niño acepte una pena cuybi
sentido desconoce y que nada dice a su espíritu. Resul|
llF ' ; ta pues necesario que el -maestro no deje embotar* sti¡
sensibilidad profesional por el uso. Debe preocupará!
lo suficiente por süs alumnos como para no observa^
sus faltas con indiferencia; es necesario que sufra-
sfe¿
por ellas, se queje de las mismas y exteriorice sus senf
í Jiy^ ' timientos. «8
W
te ®) A tal punto es 1-á naturaleza de la sanción al no sel
i^¡k‘ .3
administrada en frío que, si resulta útil otorgarse ui
ü ? momento de reflexión antes de dictarlas, este intervalj
no debe ser sin embargo muy grande; pues el senti|
Sí».
flí83»^v' • miento que reside en la raíz de' la pena, que hace d||
#"*«
ella algo vivo, se enfría con el tiempo y entonces si
M I*
IV.'), expresión es artificial. Se ha creado recientemente éi$:¡eí
é-r! nuestros establecimientos de enseñanza 'secundaria es|
■■ pecies de tribunales universitarios encargados de j
fe íf gar los delitos escolares que presenten cierta grav<
E sta institución puede ser útil cuando se tra ta de uü|
pena grave como la expulsión; pero dudo que én íi¡|
casos ordinarios cumpla todos los servicios que podtísua
5srj&‘w•• -• esperarse. No creo que una sentencia solemne,- diebslf
W*¿:’
EÍfe:'.
da mucho después de cometida la infractción con fó||
muías oficiales, con una m agistratura impersonal, puf-
da afectar tanto al niño como algunas palabras dé|si
profesor ordinario -pronunciadas en él momento de'í
falta,-bajo el efecto de la penosa xemoción que causéis
wv?i
228
v .v.' •
.<
.*•
"'•
’•. _
__ •-¿
1
fM , hacer :0Qhcienciais débiles e inciertas. H ay una resolu- s-
ción que.es facto r imprescindible de la rectitud;m oral M
w
iw
.'V
-.*:
y que debe practicarse, para transm itírsela al niño.
iSSÉSfé
..... _ .......
in telectu ales y que el valor moral debiera ócüp&r W Jiu-
í'gar más importante. frara esto no es necesario "saina r
1 nuevos exámenes a los ya existentes o nuevos premios
a'~xíüestros catálogos. Sería suficiente que~ejTE3:a(egfeE.Q
•otorgara mayor importancia a esas cualidades que,
evidentemente, son tra ta das en la práctica corriente
como cosa iseeundariia. E l (efecto y la amistad"que tes-
iámonie el m aestro a l alumno laborioso, que se esfuar- .
•é l
za sxn_lograj el mismo éxito cue sus compañeros, mejor -
dotados, restablecerían un equilibrio que actualmente
está injustamente desarticulado y falseado.
i ::
ií
ffó
Décimocuakta L ección
231
frumentos y molestias y, sin embargo, no pueden re
sistir la inclinación que los a rra stra a realizarlo. Por
lo tanto; no determina su conducta la perspectiva del
placer esperado; sino que es la bebida o el objeto co-.
diciado lo que los atrae por sí mismos, así como el
imán atrae al hierro, con u n a necesidad verdaderamente
física y a despecho de las consecuencias desagradables
a que sé exponen. Podrá decirse que estos estados son
enfermizos, pero ya ,se sabe que la enfermedad m a-
nifliesta en una form a ampliada los caracteres de l a ,
salud. En_efecto :-no-resulta difí il hallar en- el hombre
normal actos de la misma naturaleza. E l avaro es un
egoísta.- Pero el verdadero avaro ama y busca el oro
por sí mismo y no por el placer que procura. L a prueba
está en que para conservar su oro es capaz de privar
se de todo y preferirá morir al lado de su tesoro antes
de gastarlo. ¿Se dirá quizás que siente placer en el sen
timiento .de la riqueza que posee aunque no la u tilice?.
No existe tendencia que, una vez satisfecha, no produz
ca placer. Pero pareciera que, de acuerdo con lo expues
to, las tendencias altruistas no se distinguen de las ego- .
ístas. La madre se sacrifica con alegría por su hijo. '
Sin embargo,, es evidente que lo que busca en el sacri
ficio es la salud del hijo y no la alegría del sacrificio
en sí mismo. E sta alegría, por añadidura, facilita el
sacrificio, lo dulcifica; no es su causa determinante ni
sú objeto/ Lo mismo sucede con el avaro que se sacari
fica pbr su tesoro. E stá ligado al mismo como .la madre
lo está a su hijo. Si su pasión no- tuviera otro objeto
que~ehplaeer quele causa, sería incomprensible. Lo mis
mo cabe.decir respecto al am or por el poder. E l poder
frecuentemente resulta para quienes lo detentan una
fuente, de tristezas y am arguras. Y , siin embargo, por
m ás
• ••
duro
•
que sea su ejercido, una vez adquirido el S
hábito del poder^ no puede y a vivirse sin él, se lo am a..'i
;E Í mismo' carácter puede encontrarse también en las .;
3V;,
m
tendencias más elementales. Cuando tenemos hambre
nos interesa el .alimento y no el placer que acompaña a'
su ingestión. E l objetó de la tendencia es el alimento,
al que puede agregarse el placer, pero sólo como con
dimento del acto, no como finalidad. En general, el tipo
de la tendencia egoísta es lo que se denomina, con bas
tante impropiedad, instinto de conservación, es. decir la
tendencia de todo ser vivo a preservar su existencia.
E sta tendencia ejerce su acción sin que pensemos en
-los-placeres-que puede-darnos-la^ida^e^neluso^aunque^
sepamos que la-vida sólo nos reserva sufrimiento^.. Así.
es .como quien sé arro ja al agua por desesperación ha
ce todos los esfuerzos posibles por salvarse. Sin embar
go el hecho de arrojarse a l agua no ha cambiado su
condición ni él modo en que la aprecia. Lo que sucede
es que se a fe rra a la vida aunque no lo supiese y por
m ísera que fuera. Amamos la vida en sí y por sí mis
ma aunque no sea p ara nosotros sino una fuente de
sufrimientos. Claro que nó pretendo sostener que el do
lor nunca triunfe sobre esta tendencia; pero cuando
ésta es fuerte, cuando el amor a la vida es arraigado,
hace falta una singular acumulación de experiencias
dolorosas p ara term inar con ella. Nos trae a la memo
ria el verso de La Fontaine:
Con tal que viva, me basta.
Lo dicho es una m era ilustración de la experiencia.
Existen, por último, tendencias egoístas que no tienen
pór objeto el placer del sujeto sino su sufrimiento. Un
célebre renacentista, eJrónimo Cardan^ dice en su au
tobiografía: “No podía dejar de sufrir y, cuando esto
ocurría, sentía nacer tal impetuosidad que cualquier
otro dolor me parecía- un alivio.” También acostum
braba, en ese estado, a torturarse hasta que le saltaban
las lágrim as. Muchos hechos parecidos han sido obser
vados entre los neurasténicos. Pero pueden hallarse
también en sujetos normales. E l placer de la melanco
lía ,nada tiene de mórbido; pero, ¿es o tra cosa que un
cierto amor por la tristeza?
No se puede, pues, a través de la naturaleza de los
distintos placeres que nos procuran distinguir las ten
dencias; pues las tendencias egoístas, como las demás,
tienen otros objetivos que el placer que puedan produ
cir, ya sea para nosotros o para otros. Normalmente,
lo que amamos o buscamos son l'as cosas hacia las cuales
tendemos: la vida, la saludóla fortuna, otro ser huma
no, el dolor mismo. Sin duda, cuando una tendencia
está satisfecha experimentamos satisfacción. Pero esta
satisfacción es un simple acompañante de la tendencia:
es el ¡signo que funciona fácilmente, se desarrolla sin
resistencias, logra su objetivo; pero no es su objeto
mismo ni su razón de ser. E l placer también acompaña
al desenvolvimiento de todas las tendencias, cuales
quiera .sean, altru istas o n a Por lo tanto, no encontra
mos nada en lo hasta ahora dicho que nos sirva para
distinguir las unas de las otras. Existe, es cierto, una
inclinación que tiene por objeto el placer: es lo que se
denomina am or al placer o, mejor dicho, a los placeres;
és la necesidad de gozar estados agradables que se
renueven y se repiten; también es cierto que hay una
inclinación que tiene por objeto el dolor. Pero no es
sino una propensión particular, especial, muy desigual
mente desarrollada según, los individuos. No es el pro
totipo , de todas las inclinaciones. Incluso pocas incli
naciones, salvo el amor por el dolor, se transform an
•fácilmente en emfermizas. Hay en el amor al placer -
un peligro moral que todos los m oralistas han subra
yado. Nos percatamos que tiene algo de morboso con
vertir al placer en un fin en sí mismo, buscarlo por
jal placer mismo, cuando én realidad no debe s¡er sino
una consecuencia, un estado concominante. P ara vivir
mecesitamos de las cosas solidarias con nuestra exis- ;
tencia, nb de las impresiones agradables' que su persér^;
cución pueda procurarnos. E l placer no es lo único que
tenga valor y merezca ser buscado.
N ■
Hay que renunciar, pues, a definir y distinguir las
tendencias enTfünmoñ de íos'
bemos CQnsiderarZeñ^sl'mlsmoaJtodos losTobjetosT-con
los que nos vinculan las tendencias y tratar de cla-
' sTFícáríos. haciendo abstracción de las impresiones que
puedeir^rodúcirTlEsos objetos se reparten por sí mis^
mos en dos grandes categorías, .cuya distinción nos dará'
la definición buscada. Maentrasel_ objeto de nuestra
tendencia es un elemento de nuestra individualidad,
se refiere' a ñuestro" cuerpo, salud, fortuna, condición
social, reputación y todo aquello que, indirectamente,
nos permita lograr esos fines personales. De ahí el
amor a la vida, a la riqueza, a los honores, etc. Todas
esas tendencias, nos vinculan con aspectos diferentes de
nuestra personalidad y, en consecuéncia, pueden llamar
se justamente egoístas. Pero existen otras "tendencias '
cuyos objetos están fuera de nuestra individualidad
ip y. por naturaleza, n o nos pertenecen. Son, en primer .
i término, y aunque están^cerga de los límites de núes?
> tra_persona: el lugar donde nuestra vida se desarrolló,
las cosas de toda índole que nos son fam iliares; son,
más allá de esos límites, nuestros semejantes y todo
m lo que se vincula con ellos; finalmente, más lejos aún,
los grupos sociales de los que somos miembros: familia,
corporación, patria, humanidad, y todo aquello que sos
tiene la vida colectiva, ciencia, a rte , profesión, m ora
lidad, etc. Todos esos objetos tienen en común una exis.-
tencia propia "d'istmta a la nuestra , cualquiera jgea el
lazo que losT vincula a nosotro&_J3ueriéndolps y bus-
I, cándolos, buscamos y queremos aligo distinto a nosotros
m mismos. No. podemos vincularnos con ellos sino saliendo
fjSéT noiotroa_.mismos, alienándonos, .desinteresándonos
¿.'parcialmente de lo que nos constituye. Conviene reser-
235
i«£.v,
V.
iftf
yá r la denominación.jie -a ltrxtístás a estas, inclinaciones;
Entonces, lo que diferencia al altruism o del egoísmo no/|fL
Í
sa -'-
ají *>
■ j^ 1ia^úiEcürale^''dil píácer que acomrpan^^mbas~form^s :||j
de nuestra actividací sensible, sino la diferente direo-
.<ción qué sigue'esa actividad en^gambos casos. Egoísta:
f ; Isale del sujeto del que emana, es centrípeta-ualtrn ísta;
Sk-i?-ú *', ]>se expande fuera del sujeto, los. centros.,..en_que _grayita
l&on-éxternos. es centrífuga.
¿íWiiV- Admitida esta distinción, desaparece la infranquea/-11
§§£rS ~ble~ distancia que aPpriñcipio parecía separar ambas .vfl
¡fe;'.;-'.:
;•p'V-r' ^téndéñciá,s. En su momento pareció que existía ta l he
terogeneidad entre ellas que no resultaba posible re
;sp'v ferirlas a un mismo origen. Efectivam ente: mi placer
• I '- / ." 1
reside enteramente eh m í; el placer de un tercero re
side en él: por consiguiente, entre dos form as de acti
; ü i,
j?&v- vidad el derecho a preguntar cómo podían hallarse en
Tin solo y mismo ser. Pero este planteo es superado si
fila diferencia que .separa ambas clases, de inclinaciones
Ise reduce a la diferencia entre la poción de un objeto ¡¡®
| externo al individuo y la noción de un objeto inmanen-
¡.te al mismo, pues esta diferencia ya no es absoluta.
Efectivam ente: existe altruismo, dijimos, cuando es-r;;|||
tamos vinculados con algo que está fu era de nosotros.
P ero no podemos vincularnos con -.-algo exterior, cual- :¡f|
Sí¿i v quiéra pea su naturaleza, sin tener la^representación , l|
<le «se^Igo,"sin^JjgnmL^Una..idea.jle j|lo_un s entimiento $||¡
por más confuso que Sea. Por el sólo hecho de repre- .‘M
sentárnoslo, ya se transform a en cierta medida en algo É
interior. Existe -en nosotrosJaaio la form a de i a repre-P|l,
ísentación que lo expresa, que lo refleja, 'qué le es ínti-
m
?mámente solidaria. Así, a igual título que. la represen-
1tación, sin. la cual no sería nada .para nosotros, se
I transform a ese algo en un elemento de nuestro ser, -en ■a¡Vi
j un estado ¡de nuestra conciencia. Por consiguiente,
Sen ese sentido, estamos aún ligados a nosotros mismos.
S
\Si sufrimos por la muerte de un ser cercano, se debe a
:36
m
I
m
te>
"fifiana en niiéH+vK
J|¡üe la représéñtacióii -é[tie expresaba nuestro fíání-ÍU
ániínV
¡:1a figu ra física y moral del fam iliar, así como las re-
;presentaciones diversas que dependen de ella, se en-
|í cuentran afectadas en su funcionamiento. No podemos
girenovar la dulce sensación que nos producía su presen-r.
M ■cia; “efusiones, desahogos, conversaciones íntimas, sen-
|? timientos de reconfortación no pueden ya repetirse. Se
produce entonces un vacío en nuestra conciencia y la
$ sensación de ese vacío nos causa dolor. A fecta nuestra
fevitalidad,-todo aquello_c¡ue afecta la vitalidad de los se
•res que estimamos; v estimándolos a ellos estimamos a
una parte, de nosotros mismos. P or lo tanto, en el cen
tro mismo del altruismo hay una dosis de egoísmo. E
inversamente, hay altruismo én el egoísmo. N uestra in-
In dividualidad no es una form a v acía; pero está hechi
f , de elementos que nos vienen del exterior. Deshagámonoi
de todo lo qué tiene ese origen, ¿qué nos queda? Ama-j
|X- mos el dinero, él poder, los honores; pero el dinero, el
poder y los honores son cosas externas y para lograr-!
!v. , las debemos salir, de* nosotros mismos,7 debemos esfor-li
zarnos, desgastam os,. dejar una parte de nuestro ser
as fuerá de nosotros, desarrollar u n a actividad cen trí
237
bien puede decirse que es absolutamente imposible, y
ahora vemos la causa. Nuestra personalidad .no es una
entidad m etafísica, una especie de absoluto que comien-;
za en un punto exactam ente determinado y term ina
en otro y que, como, la mónada de Leibniz, no tiene
ventanas ni puertas abiertas al Universo. Por el con
trario el mundo externo repercute, se prolonga en no
sotros, así como nosotros nos expandimos en él. Las
cosas y los ¡seres penetran, en nuestra conciencia, se
mezclan con nuestra vida interior y, a la vez. mezcla^
mos nuestra vida con la"suya. Iras ideas y sentimientos
pasan de nuestro cerebro a otro inverso. Existe en
nosotros algo más que nosotros mismos y, además, no
estamos enteramente en nosotros: hay algo nuestro
en los objetos asociados o que hemos asociado a nuestra
vida. Por lo tanto, nuestra individualidad es relativa.
Existen en nosotros ciertos elementos que son más cen
trales, por así decir, más eminentemente constitutivos
de nuestro yo en lo que es. estrictam ente individual;
que llevan nuestro sello, que destacan particularm ente
que somos nosotros y no otros: la form a del cuerpo, la
condición ¡social, el carácter, etc. E n cambio otros ele
mentos son más excéntricos, están menos próximos al
nudo central de nuestra personalidad que, si Bien for
mando parte nuestra en algunos aspectosi, se vinculan
sin embargo más particularm ente con otros seres; por
esta razón ison comunes a otros hombres, son, por ejem
plo, las ¡representaciones de nuestros amigos, .parientes,
fam ilia, patria, etc. M ientras estamos ligados a los
prim eros elementos, estamos m ás bien vinculados con
nosotros mismos, dado que tienen un carácter, más per
sonal; m ientras nos atenemos a los .segundos, estamos
más bien vinculados a algo diferente de nosotros-mis
mos, dado que tienen un carácter más impersonal que
los primeros. De aquí surgen ambas clases de tenden-
® J J ¡ - v ^ í V 'l
; ■ -
cías. L a------diferencia
-----;-------- . •
entre
____ •
■
ellas
_
_' ;
es uná-*
"~ *
diferencia
f ¡ V -
"de -^,v-4
■■<»*-
*'11
,fa.
\
.iíi ffíü®
En el fondo, egoísmo y altruismo son dos majniá^g- ^ ¿ r J ;
taciones contemporáneas y estrechamente ligadas -de *; ' -’^-ífip
toda Vida consciente. _ _ __ •— •
Desde
—
crue
_
hay una^VoneTeiieia'
. . . - - - - - - - - - - - - - » ■■ . . . ■ ■j ‘ i
'f|S
e3oste"~úñ~sujeto que se piensa como algo distinto.'a:3óV~&s»fe«&& m
que no es él mismo, un sujeto que dice “yo”. En t anto
"»Vwí
áe"píense de este modo a sí mismo v concentre su jc ti-
-vñdádjobrejsu yo, actú a egoísticamente. .Bero.-por..otro
lado, una conciencia no puede dejar de representarse
m ás o menos confusamente a los seres q u ejo .jrodean,
sin rlO' c^al'jgeMáría^'en el Vacío. Y en tanto se renre-
senta seres exteriores como tales y los toma por objeto
flé"Bu~actividad, hay altruism o. ÜnaTde estas form as
dé actividad nolpuede darse sin la otra. Nunca el sen
timiento de nosotros mismos, el Selbsgéfühl de los ále-;
manes, desaparece por completo en el sentimiento que
tenemos del objeto exterior al pensamiento; y, por otra,
p arte, nunca el auto-sentimiento se basta a sí mismo;,
implica siempre el sentimiento de un objeto represen
tado a l que se opone. E n consecuencia, egoísmo y al
truismo son dos conceptos abstractos que no existen en
estado de pureza: siempre uno implica el otro, al me
nos en cierto grado, aunque nunca se hallen desarro
llados en la misma medida en un sentimiento real. ...Bal
demos,. pues, estar seguros de antemano que el niño n o .
es" el ser puramente egoí'Stirqué_sé 'ii¿s lia"d ücripto -a
menudo.'"' Por él" solo "heého ~clé' ser' un" ser "consciente,
por más rudimentaria ^ e ^séár'sñ' conciencia, es capaz"
de cierto grado de a ltruismo, v desde~el comienzo mis- .
mq de la .yida-.-
Sabemos ya con qué facilidad y fuerza se solidariza
el niño con todos los objetos que llenan su ambiente
fam iliar. Dimos algunos ejemplos. Prefiere no beber
antes de beber en un vaso distinto al de costumbre;'
prefiere no dormir a dormir en un cuarto que no es
239
• ií
B ^ i ü i i v ’- >--••*•;,
1!.."■■ :;íí','- el suyo. A tal punto está atada a esas cosas,, que sepa?
» ilWv
rado de ellas sufre .1 Seguramente tal adhesión es de¡
i un orden inferior; pero-no implica una menor aptitud!
w®':- del niñp para .solidarizarse con algo distinto a él m is-!
t*9vSp’-V
w mo. Entre ese 'sentimiento y el amor ál terruño, al¡|11
§Éyte:,;
lugar natal, a lá casa pátem a, cuya moralidad, y ca- 1:3
rácter altruista nadie discute, sólo existe una diferen-|:
cia de grado. E l niño se solidariza así p ° sóío con lag|
co§as, sino también con las personas. Es. sabido que¿|
^"'cambio de nodriza provoca a veces crisis dolorosas
e inquietantes. El niño no quiere beber del seno ,de una
extraña, no se deja cuidar por ella sin oponer resis- |j
•tencias. Y esto ocurre porque quería a la persona que. |!
lo abandonó, aunque aún no hubiera podido tener sino
una imagen confusa de ella. También los fam iliares jj
son, desde temprano, objeto de análogos sentimientos. |
lif; “U na niñita de trece meses fue separada de la. madre
durante seis semanas — dice Lully— ; al regresar , la |
madre, se quedó muda de alegría y durante algún'. ;;
tiempo no pudo soportar un solo minuto la separación ;|j t®
de su compañía. L a pequeña M., de diecisiete meses, i
recibió a su padre, luego de cinco .días de ausencia,
con señales de ternura muy particular, corriendo a su
encuentro, acariciándole suavemente el rostro y tra -, f
yéndole todos los juguetes que estaban en su cuarto”
(Études su r l’enfance, trad . fran c. 1898, p. 3 3 4 ). En
todos esos casos se aprecia claram ente la necesidad que M
siente el niño de ligar su existencia con la de otro ser, m
y su frir cuando ese vínculo se rompe.
* p E n este aspecto, el altruismo del niño se Telacioná
con un ca rácter de la naturaleza infantil, que ya seña
láram os: su tradicionalism o; su atadura a -lo s hábitos
®Í»V:vv- : adquiridos. Una vez adquirida cierta m anera de sentir
y -actuar sólo la abandona de mala gana, aferrándose
¡f e '
a ella, ligándose en consecuencia a las cosas que son su
condición. Dado que busca obstinadamente las wn'amas
im presiones, busca igualmente los ■'objetos que se las
;|ifléfepiertani Pero no es esta la única"íuente de los sgn-
ífyjJCo ( .. •
«JpSgaientos 'altruistas que. pueden observarse en el niño.
I- E xiste otra” m ás: lia extrem a facilidad, la prontitud
f|ÍSn que reproducé todo lo qué .ocurre..anté_él. Im ita los
||,gM£6s''BÍáonóniicps que percibe en las personas que lo
|§;rodean. Llora cuándo lloran, ríe cuando ríen. Repite
las mismas palabras, los mismos gestos y, la s palabras
y los gestos se transform an para: él en símbolos de
Ir ideas y-sentimientos determinados, r eproduce las ideas;
■¡í y- sentimientos que~ c re e p o d e rle e r en los ¡rostros o
§: comprender a través de las palabras empleadas. Todo
jt lo qué sucede en el sector del mundo exterior que pue
de abarcar, resuena en su conciencia. Veamos sri razón
^ de ser. La vida interior del niño es miuy pobre, no corrió
prende sino una pequeña cantidad de elementos basW
tante f ugaces, y en consecuencia no está en condicione^'
de resistir a la intrusión de elementos extraños. Unaj
f
personalidad más fuertemente constituida, una perso-^
naládad adulta, y sobre todo s i 1se tra ta de un adulto'
que haya recibido cierta formación cultural, se deja
P í: envolver con menor facilidad. L as influencias extra
tí ñas no nos m arcan a menos que estén en armonía con
nuestras predisposiciones interiores, a menos que m ar
chen en el sentido en que naturalmente nos inclinamos,
■Un estado emotivo qué' se m anifiesta ante nosotros rio
se nos comunica por el solo hecho de que seamos testi
gos suyo; será necesario que esté de acuerdo con nues-
' tro estado anímico, nuestros sentimientos personales;
caso contrario, lio Tíos afectará o ^ólo nos afeetará -su
m
perficialmente. Una idea no se convertirá en nuestra
idea por el solo hecho de ser expresada an te nosotros;
si no arm oniza. con nuestra mentalidad la rechazare
mos. o. al menos, para que- se nos imponga finalmente
será necesaria una presión moral ¡muy fuerte o un ar
gumento muy convincente; un calor incisivo y comuni-
t?. 241
ÍB
cativo. ’ Péio el niño está mucho más. abierto a estas
1Ü acciones adventicias porque aún carece de una. consta
tución mental sólida y determinada. No tiene muchos
wm:
hábito^ arraigados a los que una impresión momentá
nea no pueda perturbar. Sin duda, y ya lo hemos vis
to, existen algunos y por cierto poderosos, pero su con
ciencia está form ada sobre todo por estados fluidos,
inconsistentes, que se empujan perpetuamente unos a
otros, que se suceden con demasiada rapidez como para
poder consolidarse y contener las sugestiones un poco
finnes que provengan del exterior. He aquí el origen
m de lo que impropiamente se denomina instinto de imi
tación. Y es impropio porque nada hay en ello que sea
instintivo en el sentido éstricto del térm ino; no existe
una necesidad de imitación grabada de algún modo en
K 'r la tram a de líos tejidos. El niño im ita porque su na
m : ciente conciencia todavía carece de afinidades ^electivas
acentuadas y, por consiguiente, asimila sin resistencia
y sin esfuerzo las impresiones algo fuertes que provie
nen del medio externo. L a capacidad de reproducción
y participación en los sentimientos ajenos, ¿qué signi
fica sino la capacidad de simpatizar con alguien, pri
m era form a de una tendencia eminentemente altruista
y
y social? Por este medio se establece, en efécto, una
constante comunicación entre la conciencia del niño y
las demás conciencias. Lo que en éstas sucede reper
cute en la del niño. Vive su vida, goza sus placeres,
fes* i sufre sus dolores. De este modo es inducido natural-
Ife:' ■ ' • # s
wm;,M mente a actu ar de modo ta l que atenúe los dolores aje
?ÉK:*
nos o los prevenga. “Un bebé de un año y dos meses
8® $.
se arrastrab a sobre el piso. Su hermana mayor, C ata
lina, de seis años, que te jía sin mucho éxito rompió a
llorar. El bebé la m iró y comenzó a gruñir frotándose
con les dedos las mejillas, de arriba a abajo. L a tía
fcSfaftSa. llamó la atención de Catalina sobre el niño, lo que le
provocó una nueva crisis de llanto; m ientras tanto el
iP2 ÍZ .
í§5a.L4*!/-Js. J-, ■
■,V:;.'1. . / .í ' . : ' - : -¿®;St‘ñ í f t í í v : - í í í ? ^ - ! ® - r !;'"■ '% ■:■’ ■■ ■ : ?
’1 w\ )
bebé logró avanzar a pequeños saltos á travÓs de la
habitación hasta acercarse, a .Catalina, repitiendo va
rias veces sus gruñidos y su expresión húmica. C ata
lina, vencida por tan ta solicitud, tomó ai niño en bra
zos y sonrió; ál punto, el bebé le acarició las manos y
se puso a ch arlar recorriendo con el dedo los surcos
de las lágrim as en las m ejillas de su herm ana” (Sully,
ibid,, p. 3 3 6 ). Y del mismo modo que tra ta de consolar
la pena que ve y com parte, también se esfuerza en
dar placer. Pero, muy probablemente, los actos positi
vos que realiza para ser útil no aparecen hasta una
época posterior, pues presuponen una mentalidad ¡más
desarrollada. E l dolor que se esfuerza en m itigar es
actu al; es un hecho dado en una sensación presente
que, por sí misma, provoca los sentimientos destina- •
dos a combatirlo o m itigarlo. Pero el placer que sé
quiere producir es un fenómeno-futuro que_debe. autáci-.
p arse y representarse de antem ano; resulta, pues, ne
cesario que jíl^desarroU o-m ental del niño le perm ita
nrever las consecuencias -futuras de sus actos. Y , sin
embargo, lá observación, demuestra que desde los tres
años, e incluso despe antes, el niño es capaz de esta
sim patía previsora^ “Un niñito de dos años y un mes
oyó decir a su ¡mucama: ¡S i quisiera Ana acordarse de
llenar la estufa del cuarto de juego! E sto llamó, la
atención del niño que fue entonces a buscar a Ana, la
qué estaba limpiando la chimenea de un cuarto ale
jado, Comenzó a tirarle del d elan tal.. . , la condujo al
cuarto de juego, señaló con él dedo la estufa y dijo:'
anda ahí, anda ,ahí. L a joven comprendió e hizo lo que
le pedía” (ibid., p. 33-8).
En resumen, el altruismo, la solidaridad, con algo
distinto a sí mismo, no es,.jqm o... a veces se ha dicho,
una especie de misteriosa facultad, algo extraordina-
243
t ío ■casi Mexpliéable, por lo que el hombre_yioleni^y|
;
shTTfFafairaleza original y la contradice. Renán, en utti||
discurso spbre los premios a la virtud, creía poder re- rf
ferirse a la devoción, el espíritu de sacrificio y la sóli-
daridad como a un hermoso absurdo y un loable ilo- ||
gismo. En realidad, nada .hay m enosm isterioso ni más
natural. Y , para elim inar ese pretendido m isterio, no
es necesario reducir — como lo hacen La Rochefoueauld ,-M
y los utilitaristas— el altruism o a una .simple form a ||
degenerada del egoísmo, lo que le restaría_ todos, sus_
caracteres distintivos. En realidad, ambos sentimientos
l
no se derivan de ningún modo el uno del otro, sino que
ambos están basados en nuestra naturaleza mental, de
la que expresan dos aspectos que mutuamente se im
plican y complementan. Por esta razón hemos podido
encontrar elementos altruistas en el niño, y a p artir
de los prim eros años de su vida Sin duda el altruismo
infantil no es muy extenso ni complicado por la simple *
razón de que su horizonte intelectual es'lim itado. Más
. allá de lo que lo afecta directamente comienza el reino m
de lo desconocido. Todavía debe tenerse en cuenta el
hecho de que en ciertos aspectos el círculo de los seres
I
con los .que simpátiza es m ás extenso que el de los adul
tos, pues como otorga sensibilidad’ incluso a las cosas
inanimadas participa de su vida, sufre sus dolores ima
'ü
ginarios y goza :su placer: compadece a su muñeco
roto, al papel arrugado, a las piedras inmóviles siem-.
_pre_en-el—m ism o-sitio. -Aóemás—no- debe—pérderséyde - m
a
vista que su egoísmo está en relación con su altruismo.
Dado que su individualidad es poco compleja, no ofre
ce sino un pequeño número dé puntos de contacto con
los sentimientos egoístas. Los únicos que manifiesta 91
son los concernientes a su vida m aterial y sus juegos. -•ff
E l egoísmo del adulto es más complicado. Sin embar-
J
■244 l
y "'
% A/\rA ^Sjig"íg;1::,:i¡íí.í Agí.;:g;\v;;í'rAígjii;gi -;/>.;; X í AAgAgígí^^ í 'V
IN FL U E N C IA D E L MEDIÓ ESCOLAR
J
Se ha presentado a menudo el altruismo, la adhe
sión a algo distinto de uno mismo, como una especie de
facultad misteriosa, extraordinaria, casi inexplicable,
por la cual el hombre violenta su naturaleza original
y la contradice. Hemos visto en la últim a lección que
nada es menos misterioso ni m ás n atu ral Para' disipar
ese pretendido m isterio no es necesario reducir el a l %
truismo — como lo hicieron La Rochefoucauld y los w
utilitaristas— a una form a disfrazada del egoísmo, lo
que significaría negarlo con el pretexto de hacerlo com
prensible. En realidad, el altruismo se funda tanto co
mo el egoismo en la naturaleza psicológica del hombre,
Ambos sentimientos expresan dos aspectos diferentes
pero inseparables de todo mecanismo mental. Mientras
nuestra actividad se concentra en nosotros, en lo que
constituye nuestra-individualidad y nos distingue de 'M
los seres y las cosas externas, se es egoísta; por el con- ; j|
trario , se es altruista cuando nuestra actividad persi- ^
gue objetivo externos y que nó integran las earactérís- ;||
ticas de nuestra personalidad. Pero como rio podemos J l
vincularnos a esos objetos si no nos los representa
mos de algún modo, son — en cierto modo— elementos
integrantes de nuestra individualidad, aunque sean ex- ij
teriores; Pues existen y viven en nosotros bajo la form a
de la representación que los expresa. Incluso nos refe- £
rimos directamente a esta representación; cuando el
objeto representado y a no está allí o deja de aer, la ^
representación. nos falta y ,; en consecuencia, en todo
altruismo hay egoísmo. Pero, inversamente, como nues
tro yó está compuesto por elementos tomados del exte
rior, como nuestra conciencia no puede alim entarse
exclusivamente de sí misma, como no puede pensar en
el vacío, sino que requiere de una m ateria que sólo pue
de venir del mundo exterior, hay, en consecuencia, en
nosotros algo distinto a nosotros mismos y por lo tanto
existe altruismo en el egoísmo. Hemos visto en par
ticu lar de qué modo el egoísmo activo, progresivo, aquél
que tiene por objeto ampliar nuestro ser, implica cier
ta expansión, cierto despliegue de actividad exterior,
una verdadera capacidad para darse y prodigarse. E n
una palabra, por las necesidades de su naturaleza, la
conciencia está orientada simultáneamente en. las dos
direcciones que por costumbre se oponen, es decir, lo.
interior y lo exterior. En realidad, la conciencia no
puede estar completamente fuera de sí ni completa- •
mente encerrada en sí. En una y otra situación se
interrumpe la .vida consciente. En el puro éxtasis como
en la concentración del fak ir,'el pensamiento se detiene
tanto como la actividad. Ambas son form as de muerte
mentaL Pero aunque el egoísmo y . el altruismo estén
tan vinculados entre sí, hasta el punto de compenetrar^,
se mutuamente, no por eso dejan de ser dos cosas dis-
tintá"s.''Dél hecho dé que ya no se opongan, no pe de
riva ~qüé'ise confundan.' {Siempre queda una diferencia
entre los objetos a los quF ^ tám o F ^ gad ós en ambos
casos, y aunque esta diferencia sólo sea de grado, no
•'-por- eSo''';9éjar.dé""sesr uña diferencia real. Se dirá que
lSs^ e5H ¡H ^ii«""aIErií^^m ia vez satisfechas, nos pro
ducen satisfacción, y así resultan tan egoístas como las
otras. Siempre queda de por m edio.la considerable di
ferencia de que en un caso encontramos satisfacción/
en la persecución de objetos que nos son personales/
y en el otro, en la persecución de objetos que, aunque
representados en la conciencia, no son sin embargo ele
mentos distintivos de nuestra personalidad.
Una vez sentado lo anterior, puede estarse seguró
■tA I 1 i . que la conciencia infantil, por el solo hecho de ser una
conciencia, está necesariam ente. abierta a ambas espe
Ipfv cies' de sentimientos. Efectivam ente: encontramos en
el niño una doble,, fuente, de altruism o. En primer lu
wmr
fei;f:v;., gar, cómo consecuencia del dominio que érhátjito ejer
&SSfVÜ-i- ce sobré éi, el hiñó se adhiere a lós objetos y a los seres
¡M\ .
■de su ambiente famiiiarl Se form a un lazo entre ellos
i@£r-.
i •. y éÍ en virtud de lS fepetici6n y .dé lós é
ejerce sobre la n a ffira le z a in fá n ^ 1*
?48
-i
m - . ■■■■■ .
„ E l niño destruye para ver el interior, deMaísí^osa
§1'. Quiere conocer la constitución dél cuerpo,‘ dóádfe’ esfá
p? la sangre de la que oye hablar, cómó se" iñsertán ías*-‘
$ alas en el cuerpo, etc. Se supone también, no sin fu n -‘;(v ,
damento, una cierta necesidad •de destacar su dominio' V
psobre el animal, de afirm ar tos derechos de superiori-
§|dacL “E l hecho de que pisotee a los gatitos — dice Su-
Irlly— ño es quizá para él' otra cosa que una simple
fposesión” (p. 3 2 9 ). Incluso muchas vecés debe llegar a
|ícomprobar que--sus movimientos destructivos carecen
B d é cualquier finalidad. Hay en el niño una especié
|§de potencia d¡e. actividad acumulada que está en perpé-
fetua tensión; esta actividad no se desgasta regularmen-
Jgte, mediante pequeñas descargas espaciadas con regu-
p larid ad ; estalla de golpe y tales explosiones son nece-
If sardamente violentas y destructivas. E l niño rompe cq -
#ino salta, como hace ruido, para satisfacer su necesidad
®jÉ;de movimientos. Además, no tiene de los sufrimientos
Í|que causa más que una representación confusa, incier
ta ta. Carece de una idea clara de lo que pasa en la
58conciencia del.anim al; pues éste no traduce lo que sden-
■•‘te, como lo hacen los seres humanos. Un sentimiento
li tan confuso, tan dudoso no está en condiciones de fre-
™Fnar las inclinaciones bastante fuertes que impulsan al
m .
Éúiño a esos juegos crueles. No siente crueldad. Si, por
|o tanto, no simpatiza con el animal no es a causa de
m
iv a y a a saberse qué. crueldad congénita, qué instinto.
HSdel m al; es simplemente porque no comprende lo que
|hace, '
Otro tanto-puede decirse-de su-insensibilidad—ante—
tía s desgracias fam iliares. Se debe no a úna especie de .
pfrialdad natural, sino al hecho de que el niño, mientras
g ió llega a cierta edad, no está en condiciones de per
ca ta rse de las consecuencias que p ara él y su ambiente
itendrá la desaparición de un pariente cercano. Pues
fse requiere reflexión para hacerse una idea de lo que
249
f;-¡ i
S-í ’:
,v ¿ !& SS9^^3^vfe>í5,'A'«i* S T ' Í v : :’• :
I £.\.v
íl ■ftVjv'.'v'iji
ños se muestran tanto m ás tempranamente sensibles ¿p
la muerte de sus padres y amigos, cuanto más inteligeu¿|
tes son y cuando están dotados de una imaginación m álil
viva, siempre que una m ala educación no haya estim úl
vftKM':. lado ¡su egoísmo y entorpecido sus facultades de sim§|
kz ^ patía.
IKi ) f ■1 . No puede, pues, deducirse de los hechos observados-!
te ■
Há¿h el egoísmo integral frecuentemente atribuido ;a l niñ||
* ps^Sv
* áfeu, Sin duda su altruismo es aún rudimentario. Pero yl|
conocemos la causa: la conciencia del niño, en g e n e ra l
1®W tiene el mismo carácter rudimentario. Dado que estM
en proceso de formación, no "se extiende mucho más ajíá
de su ambiente inmediato y, en con secuencia, se viheyll¡
£Éef con unos pocos .seres externos: fam iliares, compañeras
juguetes. E l resto de las cosas, a -raíz de su lejaníal
m
§£/
gilí’ sólo se le aparece én úna represeñtácíi
vaga, en la cual la individualidad de las cosas f&" 'niSÍ
o menos borrosa. Lo que siente más vivanientéiell||||
|p organismo y el estado del másmo. Por consiguiente,’?^
1 durante los primeros años de vida las sensaciones per
sonales (pues las sensaciones orgánicas tienen ése ca
rácter) preponderan. Son las que más actúan sobre la
conducta, son el centro de gravedad de la vida infantil,,
aunque, desde ese momento, haya ya uno de otra espe mt
m
cie. •Puede decirse, pues, que hay más egoísmo que al
truismo en el niño, pero no que sea ¡completamente ex
traño a este sentimiento. También en este caso puede
comprobarse la íntima solidaridad que existe entre am-
J|, bas tendencias. Si el altruismo se encuentra en el niño
sC menos desarrollado que en el adulto, no otra cosa su
cede con el egoísmo. Por el hecho de que el campo de
la conciencia infantil no es amplio, que sólo una pe
fif. queña parte del mundo, exterior repercute en ella y sin
p , provocar por otra parte impresiones muy distintas
p r unas de otras, la personalidad del niño es pobre, ca
rente de alimentación; comprende una pequeña canti
dad de elementos y , en consecuencia, sólo tiene pocos
si! -puntos de contacto con los sentimientos egoístas. E l
círculo de intereses personales del niño es reducido, no
- va más allá de su alimentación y -sus juegos. E l egoís-
; mo del adulto es mucho más complejo. Deseos de for
tuna, de poder, de honores, de reputación, gusto por la
elegancia, por una existencia cómoda aparecen recién
“Ivcúando el hombre amplía su horizonte, entra en reía
is!. ■
¡paciones con otros seres y cosas. Estos dos aspectos de
luestra naturaleza sensible se desarrollan paralelamen-
;e, si no exactam ente a la par, bajó el influjo de las
nismas causas.
Al mismo tiempo de estar ahora seguros de encon-
|trar en el niño una especie de altruism o que la educa-
■$jv‘.
|íción sólo tiene que desarrollar, lo que antecede nos per-
M IS lfP S fiK iP S S iS
■-r> ■■■-;,-1••... ■:
ü m r ............. ...............
m ita determinar los medios ■ con lo® cítales puede obte-
,- V V - . , : . J b
rierse ese desarrollo. Dado que la debilidad de los sen-
'timientos altruistas, al coinienzo de la vida, sé debe a
la éstrecbez de la conciencia infantil, es necesario ex-
■ l i
3&^^”,-:.' tenderla poco a poco más allá de esá periferia del orga
mw¡w
^ m :r i nismo, que sólo puede superar en un lento proceso.
¿?iV!c-Á'.v':..:.". • Üébé hajcércele conocer los seres que en un. principio
fetíf
percibe confusamente;' ¡sobre~todO' Tnculcaríe la idea,
I :.. tan clara- como ~ sea posiblé^~de los grupos sociales .
que-intógrá^iñ~sabérro: '''EH ' esté ”pümo _eÍ papel del
pw
83& pe^cad'or^s-í^O Ttañ^^m op^PuiF^^é^^a^áfniñd"'
abandonado a si mismo, no llegará sino dificultosa y
tardíam ente a form arse una concepción de esas socie
dades, demasiado amplias y complejas como para que
pueda verlas directamente, con excepción de la fam ilia
1®; que, , en razón de su exigüidad, puede abrazar con la
m irada m ás fácilmente. Pero para vincular al niño con
&:•-
B :á esos grupos, ^fjiL.última-de4a-eáncadón-moral,4nó-.basta,i
d~arle una renresentacióm .cualquiera....Es—preciso, ade-j1'
■
Ufe
m ás, que esa representación. seaLrepetida^im J:aLinsife i
\ k ¡ \ 7 :.
tenciá'que se transforme, por ..el .hecaio..mism.O- de la re
Ts , petición, en un elemento integró t e , de su personalidad^
W?-"- ■para iaue de este modo no PUcda..pr.eé.cÍB.dirl.m^de él,
Pues, una vez más, no podemos vincularnos cpn las c<K
saslilno & travii~d~é~Tas impresiones que de ellas tene-i
jmos. Decir que somos solidarios con ellas es decir quéf
la idea que nos hemos formado se solidarizó con el resto,a
de nuestra conciencia y ya rio puede desaparecer sin!
crearnos un doloroso vacío. No sólo debe repetirselá¿|
sino qué también es necesario, a l repetiría, darle briafe9?
tanto "color, relieve, vida para que conduzca fácilmente;
a l a . accióm'"Debe tener con qué conmover“aTcorazóri
y poner en marcha la voluntad. Pues no se tra ta aqrii|
dq-snriquecer al espirijgn con una noción teórica, cori,|
una concepción especulativa, sino 'qüé'''ie'lSSEa'''^i<i_5ai^
principio dé acción al qué debe otorgársele tanta efk£
cacia como sea posible y ilecesario. E n otros términos,
es* necésario que esta 'representación tenga algo de
emotivo, poséa m as'carS^erW séntim ieñib ^ e de
cepcióm J ü como, por último. no se aprende-T actuiar
sino actuando, es necesario multiplicar las ocasiones
eü que los sentimientos inculcados' al niño puedan ex
presarse en actos. P ara aprénder a querer la vida co -,
lectiva es menester vivirla en siu . realidad y no sólo ]
en la idea y la imaginación. No basta inculcar poten
cialmente al niño una facultad-de adhesión; hay que J
estim ular en él, el ejercicio efectivo d eesep o d er, pués/i
resulta el único medio para fortificarlo. '
É p sresumen, el método general que debe seguirse
para lograr la adhesión del niño a los fines colectivos
qué debe perseguir, consiste en am pliar poco , a poco su
conciencia, de ¡modo ta l que penetre en ella la idea de7
los grupos sociales de los que form a y form ará p arte;
utilizar la repetición para reunir esas representaciones
con "la mayor cantid[ft¿.tSQ^Íi@..¿e estados de. .conciencia, A
dé' m anera tal que las prim eras sean llamadas sin cesar \
a l“ espíritu y ocupen en él ta l lugar que -el niño las
conservé y las preserve de toda disminución y debilita
m iento; por medio de cálidas j«M ÍM ^”4e"Ia^nBM S3S3
de la1emoción sentida y expresada comunicarlés un po
der emotivo que la s convierta éu~füérzas aetÍTOS y efi
caces; "désairoílar ..ese. poder de -a cción por ¡medio de su -
ejexcicaór En todo esto no hay nada que exceda fas""
füirzas del educador, pues en suma se tra ta de d ar al
¡ niño una impresión, tan viva y fuerte como sea posible
. de las cosas tal cómo existen. No nos queda ahora, sino
¡investigar de qué modo puede aplicarse este método en
[tías escuelas. Ahofa hiéh^Teg medios de que dispone-
ijinbs para actu ar sobr e ’él éó" «ié fo» ffgpgfe»? en
¡¿primer téirmino está el ambiente escolar -misimo. y en
■isegundo t érmin o las diversas m aterias que sé d ictan ^
'iyeámós, pues, cómo estos instrumentos de acción de-
ben ponerse en práctica en vista ‘a ía m eta que p e r-'
seguimos.
255
ritos, en las tradiciones, en una palabra, en todo lo que1-
íntegra el patrimonio intelectual y moral del grupo."’
G racias á la reunión de los jóvenes en grupos, especia-'
les, formados según la edad y no del grado de consan- £
guinidad, han podido .surgir y perpetuarse las socieda-i1
des exogámicas. L a escuela constituye precisamente un /
grupo con esas características; ¡se reclutan los alumnosí|
según el mismo principio, aunque esas reuniones de?
jóvenes neófitos, dirigidas e instruidas por los ancianos, >
-que-se observan en las-sociedades prim itivas, jse. hayaipjt
-transform ado- en verdaderas, ¡sociedadas„escolares_que|f
pueden considerarse ya como una form a prim aria def
la escuela. Por lo tanto, nada exigimos que sea contrailf*
rio a su naturaleza, al pedir que la escuela preparé|
los niños para una vida social más elevada que la def
la fam ilia.
. .. • - .■;§§
' Si existe un país en que el papel de la escuelajis*
particularmente^ iinuórtante v necesario, ese ...país-es-^
nuestro. En este aspecto nos encontramos, en c ondicióíl
nes especiaííSiinas, qué deben conocerse. Ocurre qul,‘
aparte de la escuela, no hay éntre nosotros una socié-
dad interm ediaentre ja fam ilia y el Estado (me refiera !
claro Mtá, a una sociedad yiva y nt> artificial o meral
mente aparente)\ Todos los grupos de ese tapo que sfr
rtn+rm ......
escalonaban ’
antes entre la sociedad
.
doméstica
•
y la' « > 1s.^
« í®
‘ciedad política y en cuya vida todos participaban ob||
gátoriamente (provincias, municipios, corporaciones?
han sido suprimidos totalmente o subsisten oscuraméfí
•te. La provincia y la corporación son ya un recuerdo;
la vida comunal-se empobreció y sólo en nuestros?espi¿
ritus ocupa un lugar muy .secundario. L a s causas ,:|p
esta situación ¡son-hoy bien conocidas. Y a_la mona||s
quía, para lograr la unidad política y moral de nu{|;
•
tro país, combatió todas •
las formas de
*
particular!’ sib
jirft
localista; se empeñó en reducir la autonomía de l"
.municipios y provincias, en debilitar su individualiot
'i ‘ ”, .■ :
V ,v ;: v •• .•
moral, con la finalidad de fundirlas más fácil y com
pletamente en la personalidad colectiva de Francia.
L a Revolución, en este punto, prosiguió y consumó la
obra de la monarquía. Todos los sectores que se opu
sieron al gran movimiento de concentración nacional
que fue el movimiento revolucionario, todo lo que podía
obstaculizar la unidad e indivisibilidad, de la República,
fue barrido. Incluso el espíritu que animaba a los
hombres de la Revolución conservó, a raíz de la lucha
emprendida contra las .agrupaciones intermedias, un
verdadero terror, supersticioso por todo ío que signifi
caba asociación p articu lar; a tal punto qué hasta; hace
muy poco nuestro derecho era .francam ente hostil a las
sociedades de ese género.
E ste estado de cosas constituye una crisis de excep
cional gravedad, porque para asegurar raigalm ente la
moralidad es necesario que el ciudadano sienta interés
por la vida colectiva, pues sólo con esta condición po
drá vincularse convenientemente con los fines colecti
vos que son los fines morales por excelencia. Pero no
puede adquirirse esta inclinación y sobre todo no puede
adqúirirse una fuerza suficiente para determinar, la
conducta, sino por medio de una práctica ta n continua
como sea posible. P ara que la vida en común sea agra -1
dable al punto dé~"no poderse prescin^Br de "ella, es]
riecesanó'háber' ad^úi'íidó él babito de actuar y pensar)
en"“cÓmun. “JSs n e cta rio babér aprendido a querer esos
vínculos sociales que resultan pesadas cadenas para el
ser insociable. Debe conocerse por experiencia lo fríos
y pálidos que son, en comparación, los placeres dé la
vida solitaria. P ara esto se requiere un temperamento -1
y una constitución mental que sólo la ejercitación re p e lí
tidá puede form ar y que además hay aue alentar cons
tantemente. Si por"él contrariÓ7~solamente de tanto en
tanto actuamos como seres sociales, es imposible adqui
rir" el placer de una existencia a la que, en esas condi-
;iones, úmcamente podremos adaptarnos ímperfeeta-
nente. Ahora bien,, de la naturaleza de la yida política
depende que no podamos participar en ella sino en for
ma interm itente. E l Estado está alejado de nosotíbs;
no estamos asociados directamente a su actividad; en
tre los acontecimientos que lo ¡afectan solo los más
.im portante pueden tener repercusiones que nos ata
ñ an . No encontramos todos los días grandes fines polí-
’ticos como p ara apasionamos y dedicarnos íntegramente
a ..ellos. Si, pues, con excepción de la .familia, no hay"
una vida ogUctiva de la ,gp §participem os; si para
todas las form as de la, actividad humana (científica,
artística, profesional, e tc.), es decir, para todo lo que,
constituye lo principal' de nuestra existencia, tentemos,
el hábito de actuar soUtortían«db,e,.^ nuestro..tempera-^
mentó social no tendrá sino ra ra a ...ocasiones de afir
m arse y desarrollarse y, en iconsecuencia, es inevitable
que nos inclinemos al aislamiento más o menos oscuro,
a ! menos en lo que .se refiere a. nuestra vida extra-
■familiar. Uno de ios rasgos característicos de nuestra
vida nacional es, en efecto, l á ' debilidad del espíritu
-de asociación. Tenemos una acentuada inclinación al
•individúalismo huraño, que. nos hace intolerables las
obligaciones que áparej a tod ajn d a común y nos impide
tsentir sus alegrías. Ños parece que no podemos ingre*
s a r en una so¡cáedad sin encadenamos o disminuimos, ...
por lo que ingresamos con repugnancia y lo menos po?
s'ible. Nadiá m ás instructivo a este respecto que com
p arar la vida del estudiante ¡alemán concia del estu
diante francés. En Alemania todo se hace en común:
cantar, pasear, jugar, filosofar, estudiar ciencias o
literatu ra. Toda clase de asociaciones, correspondientes
a todas las form as posibles de la actividad humana,
funcionan paralelamente, de ta l modo que el joven siém-
p re se inserta en un gmpo. E n Francia, por el con
trario, basta hace poco, la regla era ¿1 aislamiento. Si
F&
V? n>
E L MEDIO ESCOLAR
(Conclusión)
263
I S i- ií:
m
conciencia común, es la personalidad individual. Oúán-
to m ás-acusada..es-éstá. eaantn-m áa .definidos «on sus
contornos^m ás difícilmente .resulta fundirse con algo .
distinto..a uno mismo. P ara tener la satisfacción de
.decir nosotros, no. debe tenerse mucha para decir yo.
Por lo menos,, en ia medida en que la individualidad de
las conciencias particulares se acentúa, sólo es posible
una solidaridad muy compleja, que implique una orga
nización bastante sabia para vincular entre sí las di-
yersas-p artes del-todoj-dejandoral-mismo-tiempo a cada
-una^su-autonomía.—N o-investígarem osaquí-dequé-m o-—_
do pueden conciliar se esas necesidades contradictorias; ,
nos b asta saber que el problema es d ifícil:. Pero con
respecto al niño no hay dificultad, pues hoy como antes
sólo tiene, por su edad, una personalidad: indecisa y va
riable. Los rasgos característicos del individuo aún no
han recubierto en él los rasgos generales de la especie.
L a vida en común no le exige ¡aún el sacrificio de su
individualidad. L e da m ás de lo que le exige, por lo
que tiene m ás atractivos para él. B asta observar la
transform ación moral que se opera en el niño que, des
pués de haber sido criado solitariam ente en la fam ilia,
ingresa por prim era vez en una clase viva y bien orga
nizada. Sale completamente transform ado. Su porte, la
animación del rostro, la -rapidez o el calor de su form a
de hablar, una excitación general* dan testimonio de
que el niño acaba de vivir por vez prim era una vida
nueva, más intensa de la que h asta entonces conocía, y -
es feliz. Y a no se mantiene por sus propias fuerzas; se
le agregan otras provenientes iél medio“ es:CoTar; es—
porque participa en una vida colectiva; se produce un
realce general de todo .su ser (supongo, claro está, que
no se tra te del caso de un maestro que se proponga
ensombrecer la existencia de la escuela. Luego volveré
'sobre este punto).
^ P ara que esto ocurra debe existir una verdadera ^
265
. . . . ••*••-•. ' •\»& a
■I caso?
No debe creerse que una clase puede modelarge__a_,
!§-v: I voluntad. Üñ maestro ño puede crear el espíritu de
lu n a clase, así como un rey no puede orear él espíritu -I
1 de una nación. Hemos demostrado que el modo en que
V 'T • ' está compuesta una clase determina en parte su carác
*vi
ter. Aunque qada clase lleva el sello deí maestro, sin
I embargo difieren unas de otras. E xiste pues una vida
colectiva espontánea que no puede crearse íntegramen
•#V
te y a la, que nada reemplaza. El papel del maestro Jf
^ íl
— que incluso así limitado es muy importante— consis
í,Ss¿.
É te en dirigirla. Su acción :se Centra ante todo en multi-
V
i " J J k#(h
fe
\-Ár-C 266 I
■ if p r
■ ri
plicar las circunstancias en qué puede producirse1una'
libre elaboración de ideas y sentinüentos comunes; ex-Jv"'
tra e r sus productos, coordinarlos y fijarlos. Los mediosr
de acción consisten en impedir que se transm itan
malos sentimientos, en .reprim ir su expresión, reforzar •
con toda su autoridad los buenos, sacar partido de to-|
das las incidencias de la vida escolar para despertarle
con la finalidad de que se fijen y hagan tradicionales.1
E n una palabra, debe concentrar su labor en todo aque
llo que. pueda hacer vibrar en conjunto a todos los n i-/
ños de una, misma clase. A poco que las busque se pre
sentarán en abundancia las ocasiones favorables para
obtener ese resoltado. E n un caso puede ser una emo
ción que se posesionó de toda la clase durante la lectura
de un relato impresionante; en otro, el juicio emitido
sobre un personaje o fecha histórica cuyo valor moral
o alcance social se discutió; o puede ser un sentimien
to de estima o reprobación provocado por uno de los
miles de acontecimientos de la. vida común, ya sea una
fa lta o un acto tributario. Hasta se ha propuesto con
vertir la clase en una especie de tribunal que juzgaría
la conducta de sus miembros, al que el maestro se limi
ta ría a presidir. E sta idea es inconciliable con el papel
preponderante que debe desempeñar el m aestro en la
vida moral de La clase. Pero, por otro ladó, una cíale"""
en la que el maestro dictara justicia por sí, sin tener
como respaldo la opinión común, se parecería a una
sociedad en la cual los m agistrados dictaran penas
contra actos que el sentimiento público no reprueba.
Sentencias de este tipo no tendrían autoridad ni in
fluencia. E l m aestre, é l castigar o recompensar, debe
saber asociar a la clase con el juicio que pronuncia.
'Puede ahora apreciarse qué numerosas son las fuentes,
de la vida colectiva de la clase. Pero si las emociones^
que se difunden en ese pequeño ambiente desaparecie
ran al instante sin dejar huella, la vida colectiva así
267
|'desarrollada' sería demasiado caótica e inestable para
i arraigarse eh el niño. Por esto resulta positivo que los
K
.
; . ” Ví
S¥É¡É
ramento, ni las ideas y hábitos qu&nol
cación, ison obra personal nnqstr'afj^ptj
sario que la responsabilidad coleetivlá
cido y sólo sea vista como un recuerdo^.
das. Por el contrario, es necesario que la' 'colee'
tenga conciencia de la p.arte que le corresp
moralidad
T .........
de sus miembros. Lo que resulta
................... • • •■•
ciertfe
pecto de la .sociedad civil sé aplica igualm ente*a ¡y
qlasé. Incluso pareciera que en ésta, a raíz de las
~tringida~s—dimensiones de la- sociedad-escolar,-del
~camiento-qué~esto-produce,-de la-prosdmidad. en que-se^H
encuentran todos, los fenómenos de contagio social son
más fáciles y , por consiguiente, m ayor la importancia'
de la responsabilidad colectiva que. en otros sectores de'
la vida. Muchas faltas o méritos escolares provienen
de ún estado general que no es imputable a nadie en
particular. H ay, a veces, en una clase, una efervescen
cia colectiva que acarrea un .rechazo colectivo de toda
disciplina y que, a menudo, se traduce en form a más
ostensible en quienes menos contribuyeron a producirla.
Al repercutir en ellos, la tendencia se amplifica y exa
gera, aunque no tuvieran la iniciativa; son los que más
frecuentemente se ofrecen para el castigo, aunque no
sean los m ás culpables. Inversamente, existe una a t
m ósfera general de salud moral que contribuye a for
m ar buenos alumnos, sin que ellos tengan personal
mente todo el m érito. Cada uno contribuye. Las san
ciones colectivas ocupan pues normalmente un lugar
importante en la vida de la clase. Ahora bien, ¿qué
medio m ás poderoso para dar a los niños h l sentimién-
to de.la solidaridad con sus ¡compañeros que el sentido ¡
de la vida en común? Nada puede sacarlos mejor de l
su estrecho individualismo que el hacerles sentir qué el
valor de cada .uno de ellos está en función del valor da
todos, y que nuestros actos tienen a la vez causas y
efectos que superan la esfera de nuestra individua-
lidad. Nada puede darnos mejor él sentimiento de que
no somos un todo ¡autasuficiente, sino una parte del
todo que nos envuelve, que nos penetra y del cual de
pendemos.
Una vez admitido este principio, requiere ser apli
cado con ¡mesura y discernimiento. No es el caso re
p artir la responsabilidad entre el culpable y la clase a
cada falta individual. L a responsabilidad colectiva es
.reducida en cada acto individual, tomado -por separado
y aislado de los demás; sólo se hace realmente sentir
en el conjunto de actos realizados por todos, durante un
/determinado período, en el orden general de la clase;
P ara poder .¡apreciaría debemos establecer con interva
los regulares una especie de balance m oral, no respecto
a ta l o cual individuo, sino a la clase en su conjunto,
juzgarla colectivamente y vincular a ese juicio deter
minadas ¡sanciones. Por ejemplo: cada semana se h ará
un inventario de todo lo realizado bien o m al, se prome
diarán las notas, las observaciones diarias, y después ,
de la impresión que surja de ese xelevamiento, se acor
dará o se-negará a toda la clase ta l o cual recompensa,
un ejércieio favorito, una recreación excepcional, una
lectura atrayente, un paseo, etc. L a recompensa será
para todos, puesto que todos lá merecieron sin distin
ciones. No examinaré en detalle las reglas conforme a
las que se debiera realizar esta evaluación, qué coefi
ciente debiera atribuirse a la gravedad de las faltas
comunes o a la importancia de los actos m eritorios y
qué coeficiente a su frecuencia. Estos problemas los
resuelve fácilmente lá práctica. Lo importante es que
el. niño sepa constantemente que, en cierta medida, tr a
baja para todos y que todos trabajan p ara él. L a exis
tencia de las recompensas colectivas, que pueden acor
darse o negarse según las ¡circunstancias, permite re
solver un problema de casuística escolar que a veces
¿onfundé la conciencia del maestro, ¡a saber: si debe
K v ¿.r
¡Bit .
castigarle a toda la clase por
Hvr¿dv
271
<" ■'■:- ■!¿ 1
273
/
jV»';¡3¿Ú’a mayor utilidad social./Cada generación tiene su
^7 propio humor, su propio maas~de pensar y sentir, sus
necesidades, sus aspiraciones especiales. E ste es un
hecho cuyas ca u sa s. aún se conocen m al, pero que
es irrefutable. Cambios lingüísticos en cada generación.
Cambios en las modas, en los gustos artísticos, en las
.opiniones filosóficas. A una generación cosmopolita
sucede una generación denominada por Un ideal estre
chamente nacionalista, o a la inversa. Al pesimismo,
sucede el optimismo, el dogmatismo religioso, el anar
il® '# quismo, etc. E sta discontinuidad moral de las genera
É S ® .. ciones amenaza convertir a la evolución social en un
•Ajtíifc-f'lj..... "i.-
l i l i '- " , 1
IL -IN F L U E N C IA G EN ERAL DE LA '
ENSEÑANZA
275
;jios presentan .-a prim era v ista como nebulosas en las
que nada definido distinguimos. Pero si se las somete
al análisis del entendimiento, entonces se descorrerá
el velo turbio que cubre la realidad y que no es sino
producto de nuestra óptica especial, y la masa, indi
visible, indistinta, confusa, que hasta entonces perci
bíamos, .se resolverá en una constelación de elementos
diversos y perfectamente simples. En vez.de un com
plejo inextrincable de propiedades encadenadas ,unas a
otras,, sólo -nos quedará,-por -así decir, -un-.sistema — de-
.puntos. m atem áticos. E s t a -actitud-.es .la..m ism a de la
que Descartes fue, en la edad moderna, el represen
tante más ilustre y su más alta expresión. E s sabido
que p ara Descartes sólo es real lo qúe puede ser objeto
de una idea clara, traslúcida para el espíritu y que,
p ara él, nada puede ser objeto de ta l evidencia que no
posea una simplicidad m atemática.
Si .esta ¡característica del espíritu estuviera locali
zada en el círculo de los sabios y filósofos, no cabría
hablar aquí de ella. Pero, bajo el influjo de diversas
causas, este simplismo se ha transform ado en un ele
mento integrante del espíritu francés. Aunque este
modo de cotfcetór las cosas sea teórico en . principió,
históricamente tuvo y tiene importantes repercusiones
en la práctica y, en especial, en la práctica moral. L a
sociedad es una totalid ad , muy compleja. . Si, por lo
tanto, le aplicamos el principio del racionalismo sim
plista, debiéramos decir que esa complejidad nada es
por sí ¡misma, que carece de realidad; que sólo es real
pn lia ¡sociedad lo que es simple, claro, fácilmente re-
‘presentable para el espíritu, es decir, el individuo.
;;;Séría, pues, el individuo*lo único real en la sociedad.
' Y esta significa decir que la ¡sociedad nada és por sí
misma, que no constituye una realidad sui generis, sino
. que, es simplemente un término colectivo que designa
fSinn' sunia de individuos. Pero entonces nuestra activi-
;' -: . : ' * V '$£%$;& Bm&BBoi
dad moral ¡carece' de todo objeto. 'P ara poder am ar á"
la sociedad, consagrarse a ella, tom arla como fin de la
conducta, es necesario que sea alg o más que úna pala
brea que un término abstracto;' ea necesario que sea
una realidád viva^ de una existencia especial,
distinta de la de Ida individuos que la componen. Sólo
bajo esta condición puéde /sacarnós de nosotros misr
¿nos y desempeñar, en consecuencia, el papel de" obje
tivó motaL Ahora puede1verse;cóm o este modo vicioso
de representar lo real jraedé afectar a ía acción y cómo,
en consecuencia,. im porta enderezarlo: I^Tenseñánzar de
_lás~cieiícias’ püedé^yñdáinosia ^elldT; '.ya- verémos^Tcon
qué procedimientos.' - - .....
'. 1 " - I.; i. . . •
277
Decimoséptima L ección
281
aspecto que no es el suyo. ¿Qué im porta? Y a sea que
la causa de la complejidad esté -aquí o allí, en nuestro
organismo o en los cuerpos, siempre existe una causa
real de la complejidad percibida,, y los efectos de uná
eausa real también son reales. Y , por otra parte, ¿por
qué lo complejo sólo tendría existencia en y por noso
tro s; por qué sólo se fundamentaría en nuestra orga
nización física y mental? Admitamos q.ue el mundo se
resuelva íntegramente en elementos simples. Por el
solo hecho de que esos elementos, en lugar de perma-
ncer .aislados, se atraen unos a otros, se combinan,
actúan recíprocam ente, pueden; por medio de esas ac
ciones y reacciones, producir propiedades nuevas, pro
piedades que no presentaba ninguno de esos elementos
por separado. Combinemos dos fuerzas homogéneas
aplicándolas a un mismo móvil y tendremos como resul
tante una fuerza única, distinta por completo de cada
uña de sus componentes, tanto en intensidad como en
dirección. Combinemos la flexibilidad del cobre con la
del estaño y obtendremos uno de los cuerpos mAs duros
que existen, el bronce. Así, incluso aunque en la base
de la realidad no existieran sino elementos muy sim
ples, deberán, mezclándose, dar origen a caracteres
completamente nuevos que ya no tendrían la misma
simplicidad y cuya representación ya se haría mucho
más compleja y difícil Pero debo agregar, además,
que la hipótesis de que existen elementos perfectamente
simples es completamente arbitraria. Pues jam ás he
mos podido observarlos directam ente e incluso no po
demos tener una noición adecuada de ellos. L a más
perfecta, simplicidad que podamos imaginar siempre es
relativa. Se dice que el átomo es indivisible. Se dice
que no tiene form a, pero no podemos pensar un elemen
to m aterial sin ella. Además, en todo átomo se hace
sentir la acción de los demás; el mundo entero resuena
en cada elemento del m ism o y así hay un infinito en
cada cosa infinitamente pequeña. Lo simple es un
límite ideal al que tiende el pensamiento, sin encon
trarlo jam ás én la realidad.
Si lie debido dem ostrar con algunos detalles lo vi
cioso de esta m anera de ver lias cosas, no es a causa
del interés teórico que presenta -el problema, sino con
la finalidad de colocar a l lector en mejores condiciones
para, asociar a sü verdadera causa los graves inconve
nientes prácticos de está actitud mental y con la fina
lidad de que' pueda apreciarlos mejor. El hombre, diji
mos, no actúa moralmente sino cuando coloca como fin
•de su conducta a una colectividad. Pero para esto hace
falta que exista una colectividad. Y si se considera la
sociedad desde ese punto de vista simplista, ya nada
merece llevar ese nombre. Efectivamente, siendo la
sociedad un todo complejo, debe suponerse cierto que
ese todo complejo no es sino una apariencia, y que lo
que constituye .en verdad toda la .realidad del ser colec
tivo es algo simple, definido, claro por sí mismo, que
debe alcanzarse. Ahora bien, el elemeiíto simple de la
sociedad es el individuo. Deberemos, pues, decir que en
la sociedad lo único real son los individuos que la com
ponen, que nada significa por sí misma, que carece de
úna personalidad especial, de sentimientos e intereses
que le sean propios. Se llega así a un verdadero ato
mismo social. L a saciedad no es sino un sustantivo
colectivo, una denominación dada a una suma de indi
viduas yuxtapuestos exteriorm ente. E s un ente ima
ginario. Ahora bien, no se quiere a un ser im aginario;
sería absurdo sacrificar a un ser meramente verbal él
ser real concreto y vivo que somos. Sólo podemos con
sagrarnos a la . sociedad si vemos en ella un poder mo
ral m ayor que el nuestro, del que dependemos. Pero si
el individuo es todo lo que de real tiene, ¿de dónde
podría provenirle esa dignidad y superioridad? Lejos
de depender de ella, en ese caso ello dependería de
ú M
1
Ivlrííg
ver a la constitución social de la Edad Media, incluso
aunque la m ayoría de los franceses lo quisiera. ¿Cuán
tos dudan de que existe una fuerza de las cosas, que
existen leyes necesarias contra las cuáles nuestras vo
luntades se estrellarían, y de que podemos destruir el
orden social existente pero no podríamos construir un
orden imposible por definición? Pero, entonces, ¿ cómo
estar adheridos y subordinados a ¡un arreglo, a una
organización que nada es por sí misma, y que perpe
tuam ente-depende^e- nuestras-voluntades?-'—
— Lo que demuestra claram ente que- ege' póligr<T no es
imaginario es ló que sucedió en Francia* E l espíritu
simplista del siglo X V II se dedicó exclusivamente al
mundo físico; no se especulaba entonces sobre el inun
da social y moral, que era considerado aún demasiado
sagrado como par a perm itirse someterlo a la profana
ción del pensamiento laico, es decir, de la ciencia. Pero'
en el siglo X V III desapareció esta reserva. L a ciencia
da .un paso adelante. Se hace más ambiciosa porque,
en su trayecto, tomó m ás fuerzas. Enfoca lo social y
se fúnda una filosofía social y política. Claro que la
ciencia del siglo X V III, como es natural, era h ija del
siglo X V II. Estaba animada por el mismo espíritu. Es.
decir, qué aportó al estudio de los nuevos problemas que
se planteaba (el estudio del mundo social) el mismo
simplismo de que se inspiraba en el siglo anterior para
el estudio del mundo m aterial. Por esta razón la filo
sofía social de la época era esencialmente atom ística.
P a ra Rousseau, ®, quien puede considerarse-com o el
teórico por excelencia de la época, lo único real en la
sociedad es el individuo. Entonces/ para saber lo que
la misma debe ser, no se preocupa en interrogar a la
historia, en' investigar como se formó, en qué sentido
se desarrolla, etc. Le basta preguntarse lo que él hom
bre debe querer qúe ella sea. P a ra él, el orden social,
no es el producto de una evolución histórica que sólo
285
puede dirigirse en la medida en. que se ha determina
do siis leyes; para él es un acto de las voluntades indi
viduales,. que se vinculan entre sí por medio de uñ
contrato cuyas cláusulas son debatidas libremente, es de
cir el contrato social. E n consecuencia, p ara que las vo
luntades sepan lo que deben hacer ibasta que tomen auto-
conciencia y que sean firm es en sus resoluciones. E s
cierto que esta tendencia estaba en parte contrarrestada
por una contraria. L a sociedad francesa tenía ya en
l'X
tonces un sentimiento vivo de sí misma y de su unidad;
por esto hemos podido expresar que el movimiento r e
volucionario era, en parte, un gran movimiento de con
centración nacional, ital como lo prueba el horror de '• V i .
los hombres de la Revolución por todo lo que fuera
particularism o moral y político. Jam ás se tuvo un
sentimiento m ás vivo de la supremacía de los intereses
colectivos sobre los individuales y de la soberanía dé
la ley que domina con toda su m ajestad la multitud
de individuos!, E ste sentimiento se encuentra tanto
en los teóricos como en los estadistas de la época. Rous
seau sueña con una ley que se imponga a todos los ciu- f 3*
dadanos con la misma necesidad que las leyes físicas,
con una ley impersonal y tan poderosa que pueda
hacer retroceder las voluntades individuales ta l como lo
haoen las fuerzas de la naturaleza. Pero él prejuicio
simplista que el mismo tiempo se imponía a los espí
ritus, les impedía resolver los problemas así plantea-,
dos, puesi éstos eran contradictorios en sus términos.
Efectivam ente: adm itían en principio, como una evi I
dencia, que en la sociedad lo único real son los indivi jé
duos, que su ¡ser proviene de ellos, que la sociedad es
lo que los individuos quieren q/ue siea. Pero entonces,
¿cómo extraer del individuo un orden social que lo su
1
pera? ¿Cómo extraer de las voluntades individuales
una ley que las domine? Si la ley es obra suya, ¿de
qué modo podría vincularlos? ¿Acaso no permanecería
eternamente bajo en dependencia? No expondremos ni s
examinaremos aquí los artificios por medio de los cua
les se tra tó de conciliar esos términos inconciliables.
Pero esta contradicción fundamental es ciertamente una li
d é la s causas que parcialm ente paralizaron la obra re-/j
volucíonaria .y le impidieron producir todos los resul-H
tados esperados.
L a historia dem uestra los graves inconvenientes
prácticos que puede presentar esta característica del
espíritu francés. Sobre todo, desde nuestro- punto de
vista laico, el peligro es grande .y aprem iante la ne
cesidad de com batirla Pues, no lo olvidemos, sólo po
demos form ar una educación laica si podemos asignar-
le 'a l "individuo un f in que lo supere, si podemos fi-_._.
jarle algún objetivo a esa necesidad de darse y sacri- ' ;
ficaFsqqué é s' la rai£ de toda vida m orál. Si la so--
cie"da4 solo es una apariencia, si la realidad moral
•concluye en el individuo, ¿a qué podrá éste solidarizar
se, darse o sacrificarse? P ara poder sentir que la so
ciedad es m ás que una simple apariencia; que, .si bien
está compuesta sólo por individuos, tiene una realidad
propia; que es una realidad digna de ser amada y ser
vida, es necesario haberse desprendido del prejuicio.
simplista. Debe haberse comprendido, o por lo menos
tener la impresión, de que el grado de realidad de las
cosas no se mide por su grado de ' simplicidad. Debe
darse al niño el sentido de la complejidad ;r eal de las
cosas, .y ese sentido debe lle g a F 'a 'se r orgánico, infóT*.
ral^páfa güe f orme lin a categoría én su espíritu,. .Pur...
ra"esto es necesario una educación intélectiial_eii...un...■
interés” práctico, y a este t ipo dé^ educación, debe _con
tr ib u irla enseñanza elemental de las ciencias^^JELerqu,
no la-efiseñanza de, las ciencias^
por principio y por método, siñ o la enseñanza de las cien-
mas físicas y n a í ^ á l ^ ’S iniau da^ro 'püédOTi dar el sen-
tímiento de Éa complejidad de la s cosas en lo que se refie
re a l mundo físico; para.que ese sentimiento se extienda
287
iiiü ii
l, ' al reino social es necesario, en primer lugar, que sea
•y: ■■ .,elaborado
a ': ...!__y i.__ i/._adquirido
haya __________fuerza ___ _j_j.--._i_ _L'
y consistencia su-
|§p?: ? ficientes p a ra , penetrar en los reinos inferiores de la
m
' naturaleza. E s esta una propedéutica indispensable
y en ello consiste el papel de las ciencias en la edu
cación moral.
Í & í .v
:
Tratemos ahora de determinar con mayor precisión ^ 4
i i r " cu li debe ser ese papel; ÍJ||
it m
•*Wf ¿ I
Guando se considera que lo cómpléjo es pura apa-
rienda, que el fondo de las cosas-es -simple, fe , tiende-
w ■
también a adm itir que la- cdencia-puede elab orarse •so-
291
tismo. No debe recordarse a la razón su impotencia
cuando tra ta de bastarse ¡a si misma sólo para pedirle
que renuncie a favor de un supuesto principio supe
rior. Se encuentran en ello dos abismos en los que
hay que evitar igualmente que caiga el espíritu del
niño. Debe comprender que las cosas no pueden sa
it:JC
ÍB
DÉCIM 'OCTAVA liB C C IÓ N
LA CU LTU RA EST ÉT IC A
LA EN SEÑ AN ZA D E L A HISTORIA
I
y pueden servir a ese fin. Perm iten que el niño con- fe
traiga hábitos intelectuales sanos, con lo que se bene
ficiará su práctica moral. Pero es evidente que hay
¡t e n " una realidad, que interesa conocer y hacer conocer
•■WÍ-í'A¿
más que cualquier otra pues es el principal objetivo
deT á actividad m oral: la realidad social. Sin duda,
dado q ü e e l ¡mundo social no -está separadcT por un
abismo dél mundo natural sino que reproduce su s ras
gos fundamentales, las ciencias de la naturaleza fí
sica ¡son, para la moral, una propedéutica de innega
ble utilidad. Sin embargo, la .sociedad, tiene su propio
carácter, su constitución especial, por lo que resulta
indispensable que se la conozca en sí ¡misma y se ponga
el espíritu del niño en contacto directo con ella. L a
. ciencia propiamente dicha de los hechos sociales aún
es demasiado rudimentaria como para poder ser en
señada en la escuela. Pero entre las m aterias esco
lares existe una, por o tra p arte pariente cercana de
la sociología, que puede dar al niño una idea suficien
te de lo que es la sociedad y sus relaciones con el
individuo. Me refiero a la enseñanza de la historia.
P ara que el niño pueda sentir adhesión a la socie
dad, es necesario que sienta en ella algo real, vivo,
poderoso, que domina al individuo, pero al que a la vez
éste le debe lo mejor de sí mismo. Nada puede dar
mejor esta noción que la enseñanza de la historia,
bien entendida. Sin duda que si, fiel a viejos errores,
se enseña al niño que nuestro derecho moderno fue
creado por Napoleón, que la literatura del siglo xvii
se debe a la acción personal de Luis X IV , que Lu-
tero creó el protestantismo, se mantendrá el viejo pre
juicio — del que ya hablamos— según el cual la socie
dad es obra de algunos individuos, lejos de tener una
naturaleza propia que se impone a los individuos;
prejuicio que, entre otras deplorables consecuencias,
tiene la de inducirnos a identificar- la patria con un
hombre. E sta concepción simplista de la historia ya
no requiere ser discutida. Desde hace un siglo los his- -J
forjadores han puesto de relieve la acción
zas colectivas y anónimas que conducen a
303
puesto que son su obra, emanan no de tal o cual in
dividuo sino de la .sociedad en su conjunto. L a his
toria de Francia nos da mil ejemplos que pueden in
culcar al niño el sentido de la realidad de esta vida
im personal: el feudalismo, las Cruzadas, el Renaci
miento. Pfiro^Jrt-qae—p.mhablemente_ sea aún m ás, de- .
m ostrativo. Io_ nua_asomhrará más aún al ftspíritude .
los niños—es—haeea^e-^ver-no sólo cómo en cualquier-
• época cada unojde nosotros-/sufre la acción colectiva :•
de todos sús-contsm-poráneos. Taino también- cómo cada -
ge_neración^epende_,delásantéfiorésT ca d a sig k rcp n -- ^
•*»!
tinúa la obra de los pasados, re c o re el camino que ' 1 '
le han trazado y esto aunque se crea orientado e n l a
11'
dirección opuéstaT Ño hay espectáculo más instruo- • ’l
tivñ^que el de esta vida social que siempre progresa,
inmutablemente, por . así decirlo, en su propio sentido,
aunque los individuos por cuyo intermedio se cumple
esa evolución se remueven sin cesar. No se tra ta sin
duda de entregarse ante los alumnos de la escuela
prim aria a consideraciones ..abstractas y filosóficas
sobre la necesidad.de la evolución social. Nada esta
ría más fuera de lugar. Se tra ta sólo de provocarles
una fuerte impresión sobre lo que significa el' desa
rrollo histórico; se tra ta , ante todo, de prevenir cier
ta s ideas falsas aún muy acreditadas.' La historia
"de nuestro país se presta ..maravillosamente a esa en
señanza, pues tiene en el fondo una notable unidad.
Nada m ás fácil de demost a r que la perfecta conti-
-nufdacLcon. que se desarrolla desde el momento en que
se consolidó la monarquía subordinando al feudalis
mo, en que aparecen las Comunas, hasta la Revolución
fran cesa. Los más diversos regímenes, e incluso los
más opuestos, fueron sin duda los artesanos de una
niisma obra, a ta l punto existía una fuerza dé las
cóáás que los impulsaba en el mismo sentido. La mo
narquía absoluta1 y la democracia revolucionaria se
niegan mutuamente; y, sin embargo, la prim era trazo
el camino a la segunda. TuVe y a la oportunidad de de
m ostrar que la unidad m oral del país consumada por
los hombres, de. la Revolución fue preparada por el
Antiguo-Régimen. Todos conocen actualmente el lazo'
entre el movimiento comunal y el movimiento revolu
cionario; también se sabe cómo la emancipación de las
comunas fue favorecida por los reyes. Cpidéménos de
hacer creer ^U L a-esástencia de bruscas solucíones-d e
continuidad. Lai enseñanza de la h isto ria faltaría a su -
fina!idad-SÍ_no.dejaraUa^-impresión-deTqúeL-la-historia
no tiene principio asl~3)n^ ñ Ó ‘Heñe en ninguna—narte
fin : 'ParaT'que se~üEimen las ideas form uladas-a fines
W s ig lo pasado no es necesario presentarlas como una
especie de improvisación casi incomprensible. ¿Acaso
no tendrá mayor autoridad si se demuestra que, en
realidad, fueron producto natural de .todo el desarro
llo anterior? Incluso .no se vería disminuida la gloria
de los hombres de la Revolución, pues su verdadero mé
rito, es el haber sacado de la situación histórica las
cpnsécuencias que implicaba lógicamente. Así el n iñ o ;'
luego hombre, comprenderá qué los derechos que se
le reconocen actualmente, la libertad de que goza, la
dignidad moral cuyo sentido posee, es todo obra no de
ta l o cual personalidad, de tal, o cual generación, sino
' obra de ese ser a la vez personal e impersonal que se
llam a F ran cia; en otros térm inos: comprenderá que
toda la sociedad, desde sus . ás remotos orígenes, ha-
preparado su emancipación.
^ ^ -^ a r a qué el niño se vincule con el grupo s cáal que
integra no basta hacerlo sentir su realidad; debe com
penetrarse efectivamente con todas las fibras de su
ser a ella. P ara esto sólo existe un procedimiento efi
caz y es él de-hacer que. la sociedad viva en él, sea
una parte integrante de él, de modo tal que no puede
separarse de ella sin separarse de sí mismo. Pero la
sociedad no es la obra de los individuos que la inte
gran en uña determinada fase, tampoco es la tierra que
.ocupa; es, ante todp, un conjunto de ideas y senti
mientos, ciertos modos de ver y dé sentir, cierta fisono
mía intelectual y moral que distingue a'todo el grupo.
í ,a sociedad es anta-todo una—conciencia. hr conciencia
dé la colectividad. E sta conciencia colectiva es la que
h a y que introducir en_él alma^eLniño^-Lar-penetracióp
se reaüza^en_narte_nim_acción de la vida, ñor el juego
automático de las reí aciones-ñam arías. E stas ideas y
sentimientos están en todas partes y el niño se im
pregna con ella viviéndolas. Pero es ésta una operación
demasiado im portante como para abandonarla al azar
de las oportunidades que puedan presentarse. L a es
cuela debe organizaría metódicamente. En este con-
'"junto confuso de toda clase de estados, a menudo con
tradictorios, que está' en úna conciencia social, debel
realizar la selección un espíritu esclarecido. Debe ac
tu a r sobre lo esencial y v ital; dejar de lado lo secun
dario, mantener en la .sombra los defectos, poner de
relieve las cualidades. E ste es el papel del m aestro y
una vez más será la enseñanza de la historia la que
le dará el medio de conseguir su finalidad.
P ara inculcar en los niños el espíritu colectivo, de
nada servirá analizarlo abstractam ente. Debe ponér
seles en contacto con este espíritu colectivo. ¿Y qué es
la historia de un pueblo sino el genio de ese pueblo
desarrollándose en el tiempo? Al hacerles revivir a los
alumnos la historia de su país, se los hace vivir al
mismó tiempo en la intimidad de la conciencia colec
tiva. Tratando a una persona toda su vida, aprende
mos a conocerla. Una lección de historia es a este res-
ipesoto una lección de las cosas. Sólo que, como los r a s - .
Igos de nuestro carácter nacional son inmanentes a los
lacontecinuentqs históricos, el niño no los verá ni sen
tirá ,si el m aestro no se dedica a destacarlos y sobre
todo a destacar los que merecen ser puestos en eviden-
cia. Una vez m ás, no se. tr a ta de dictar un curso sobre
el espíritu fran cés; sünplémépte se trata, de saber «ni
qué consiste y dirigir la enseñanza de modo ta l que.
este espíritu surja de la tram a de los bechos.
—»• T al enseñanza presupone evidentemente que el maes
tro no anda al azar, sino munido de algunas ideas de
terminadas sobre el espíritu francés. Con esta condi
ción en efecto, no se 'dispersa su acción sino que, por
el contrario, se concentra en un número reducido de
puntos bien definidos. No podemos determ inar ahora
— al final de lá lección— los principales rasgos de;
nuestro carácter nacional; pero insistiré, por lo menos,
en uno que creo constituye el punto central del cuadro;
aquel a cuyo alrededor se agrupan los demás. Me re
fiero a la tendencia universalista y en consecuencia
cosmopolita de todas nuestras 'concepciones y produc
ciones. Aquí reside una de las características del espí
ritu'geom étrico y cartesiano, del que hablé la última
vez, y que está en la raíz, del espíritu francés. 'Nuestro
simplismo,' nuestra sed de racionalismo ños ‘lleva a
desembarazar las cosas de lo que tienen de individual
y concreto, para representárnoslas bajo su forma más
general y abstracta. Precisamente por ser generales las
nociones de este género, por estar despojadas de todo
lo que las particulariza, todas las inteligencias huma
nas pueden comulgar con ellas. Por esto ha podido de
cirse que pensamos para' la humanidad. Cuando tra ta
mos de redactar una constitución, queremos construirla
no para nuestro propio y exclusivo uso, preocupándo
nos solamente de relacionarla con las condiciones de
nuestro país; sino queremos que sirva a toda la huma
nidad. De ahí provienen las declaraciones de derechos
válidas para todo el género humano, que tanto se nos
ha reprochado en nombre de un método presuntamen
te histórico. Hay en esto un modo de ver las cosas tan
307
furicionalmente inherente a nuestro carácter que hasta
nuestro idioma lleva su sello. Por s e r . esencialmente
analítico sirve maravillosamente para expresar esas
form as de pensar. E ste hecho mantuvo durante mucho
tiempo su poder de expansión. Sin duda, como ya lo de
mostré, es deseable y necesario que superemos la etapa
del ¡simplismo geométrico. Sólo es posible hacerlo con
servando esta inclinación a pensar las- cosas bajo sus
- form as impersonales, esencia misma del espíritu cien
tífico. Podemos aprender ,a no conformarnos ya con
- nociones excesivamente simples, continuando a la vez
en la búsqueda de nociones generales y comprensibles.
Pensar científicamente significará siempre pensar con
ayuda de conceptos determinados y definidos. Si duda,
i como lo he señalado, debemos comprender que los con-
I ceptos más elementales no son los más objetivos, y qué
' la realidad, por el contrario, es infinitamente comple
ja ; que, en consecuencia, no podemos llegar a expre
sadla sino lentamente, trabajosam ente, con ayuda de
•sistemas complejos de conceptos distintos; que, incluso,'
nunca obtendremos de la realidad sino una expresión
imperfecta! Pero renunciar a la distinción y determi
nación de las ideas sería renunciar :al uso dé nuestra
razón, significaría caer en el misticismo. Y no se tr a ta '
de esto. U na vez más debo señalar que nuestro error no
consiste en buscar ideas claras, es decir, en racionali
zar las cosas; sino en habernos . detenido demasiado,
tiempo en una form a demasiado elemental y simple
Hiel racionalismo, en un racionalismo demasiado fácil.
Podemos pues adquirir un sentimiento algo más vivo
d é la complejidad de las cosas sin perder lo que de-po-
siitv.o existe en una tendencia esencial de nuestro tem
peramento nacional.
Si insisto en este aspecto de nuestro carácter colec
tivo, se debe a que es el aspecto por el cual nuestra
conciencia nacional se confunde con la conciencia hu-
mana, por el cual, en consecuencia, se confunden pa
triotism o y cosmopolitismo. ¿Acaso nuestra mayor glo
ria nacional, la que^ debemos conservar más. que ningu
na otra, no está en las ideas humanas que hemos di-í
fundido por el mundo? No pretendo decir, al convertir
•. el cosmopolitismo en un rasgo de nuestro, espíritu
francés, que entre todos los pueblos tengamos su mo-
.nopolio y privilegio. Nuestro cosmopolitismo tiene ca-
— racterísticas- especiales^ nacionales, y deja lu g ar" a
otros. Lo que lo distingue, es su intelectualismo. En
cierta medida. somos ihás universalistas en ideas que
en actos. Pensamos para la humanidad pero puede ser
que n ^ a ctu ém os-para.. ella. No sin razón sé~ñosH&a.
reprochado a menudo nuestro chovinismo. Por medio
deTeste carácter contradictorio, qué por otra p arte nada.
. tiene de inexplicable, al igual que en nuestras concep
ciones morales j políticas, hacemos abstracción de toda
diferencia nacional, nos mostramos a menudo con. un
amor propio colectivo sombrío en exceso, nos cerramos
voluntariamente a las .ideas extranjeras y a los mismos
extranjeros a los que difícilmente dejamos penetrar en
nuestra vida interior, y sentimos poca necesidad — por
lo menos hasta épocas recientes— de mezclarnos en la
vida exterior. Al lado de este cosmopolitismo intelec
tual o de intelectuales, pueden existir otros que com
pleten éste. Puede existir por ejemplo un cosmopolitis-
__m.Q_e.conómico,votro—que se—m anifieste- ppi--un—humor-
menos personal, menos exclusivo, más acogedor para
las personas y las cosas del extranjero. En una pa
lab ra: cada nación concibe a su m anera el ideal hu
mano y, entre esos ideales, no existe uno que goce de
cada sociedad. P ara hacer am ar al nuestro, es inútil
alabarlo como si fuera el único bueno; así como un
hombre esclarecido puede querer a su fam ilia sin creer
309
, ; ¿ ' W i i % VS’^ fe N ><* a r o m a d a
M t’ios, demás en intOligejieia y moralidad. Todo lo que
S líté b e '^ a ce rse coimprender ¿s •que; ést;s- es nuestro modo
klí^de contribuir al bien común de 3^ hüma,nidad. Y no
Ifej^débe temerse m ostrar, en e l:iü(dn&átó;'ó^litúlnQ;' lo que
^¡necesariam ente tiene de incomp.iétd, •
¿/■ i??* ::::.: •■■ ‘ ' ' ■
t Ifu
í ^ t'tV
- r ; -V-í
••••
ir
T& á-
Ü
KV<
it1
tu?i*
Ib-i-.
w.
S.Í-1K
í;^.:
ÍNDICE
Prim era lección - Introducción - 1La moral laica 7
Segunda lección - PRIM ERA PARTE - Elem entos
de la moralidad 23
Tercera lección - El espíritu de disciplina 41
Cuarta lección ¿ E l espíritu . de disciplina (con
clusión) - La. adhesión a los grupos 'sociales 58
Quinta lección - La adhesión a los grupos, sociales
(continuación) ' 76
Sexta-lección - La adhesión a los grupos sociales
(conclusión) 93
Séptim a lección - Conclusiones sobre, los dos pri-
béros elem entos de la moralidad - El tercer
elem ento: la autonomía de la voluntad 109
O ctava lección - Autonomía■de la Voluntad (con
clusión) '• 126
SEGUNDA PARTE
Cómo form ar en el niño los elementos de la
m oralidad
I — E l espíritu de disciplina
Novena lección - La disciplina, y la psicología dél ~t ~ -
niño ^ 143
Décima lección - La disciplina escolar 160
Undécim a lección - La penalidad escolar 175
Duodécima lección - La penalidad escolar (contir
miación) 192
D ecim otercera lección - La penalidad escolar (con
clusión) 210
D ecim ocuarta lección - E l altruismo dél niño
I I — La 'adhesión a los grupos sociales 228
Decim oquinta lección - Influencia del medio es-~:~~-
colar .246
D ecim osexta lección - M edio escolar (conclusión)
Enseñanza de las ciencias 261
Decim oséptim a lección - Enseñanza de las cien
cias (conclusión) > 278
D ecim octava lección - La cultura estética - Ense-
. ñanza de la historia '• 294