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RENÉ DESCARTES

(1596-1650)

El Discurso del Método es la obra que se va a usar como referencia para el


estudio de la filosofía de René Descartes. El texto se divide en seis partes, y se propone
encontrar reglas sólidas que permitan descubrir verdades. El objeto principal de la obra
es el conocimiento, pero su contenido tiene también implicaciones epistemológicas,
metafísicas, antropológicas y éticas de gran importancia en el desarrollo posterior de las
ciencias y el pensamiento occidentales. Aquí nos centraremos en la cuarta parte para
exponer algunos de los aspectos temáticos de su producción intelectual.

1. EL MÉTODO

La palabra ‘método’ es de origen griego (búsqueda, indagación). Se considera


que existe un método cuando se sigue un cierto camino para alcanzar un cierto fin.
Desde la aparición de los primeros filósofos, el conocimiento de la realidad ha
ido siempre unido a una indagación sobre el modo de conocerla. Así, los pensadores
jónicos consideraban que el mundo podía ser conocido a través de la observación de la
naturaleza; los pitagóricos, a través del conocimiento de las entidades matemáticas;
Sócrates y Platón (que contemplaba únicamente la deducción a partir de principios a
priori), consideraron que la dialéctica era la mejor forma de llegar a verdades.
Aristóteles buscaba lo universal a partir del estudio de lo particular (inducción).
La Edad Media conlleva intelectualmente el inicio de un período caracterizado
por la lectura de textos bíblicos, y posteriormente, con la filosofía escolástica, por el
recurso al silogismo aristotélico. De una forma general, puede decirse que la filosofía
escolástica se basaba en la mera exposición o en la prueba de lo considerado ya sabido
(por ejemplo, la existencia de Dios).
Sin embargo, en torno al siglo XVI, surge con fuerza la necesidad de búsqueda
de un método que permita profundizar en el conocimiento del mundo. A los
pensadores de esta época ya no les vale con la mera demostración: es necesario hallar la
razón por la cual una proposición es verdadera. Si a los filósofos escolásticos les
interesaba hallar la proposición verdadera, en el siglo XVI surge la cuestión de por qué
esa proposición sería verdadera. Interesa, obviamente, la verdad, pero aumenta el
interés por encontrar la forma adecuada para llegar a ella, e incluso de mostrarla: el
método es definido como el arte de disponer “una serie de diversos pensamientos, ya
sea para descubrir una verdad que ignoramos, ya para probar a otros una verdad que
conocemos”, y es en este contexto que Descartes elabora su discurso. Él busca un
método universal (un método válido debe poder ser utilizable por cualquiera), porque
entiende que “el método es necesario para la investigación de la verdad”. Esta opinión
era compartida por casi todos los autores modernos. Autores como Francis Bacon

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(1561-1626), Galileo Galilei (1564-1642) y René Descartes compartieron un mismo
propósito, aunque hubiera divergencias en cuanto al contenido del método.
Francis Bacon entendió que el viejo órgano aristotélico se mostraba incapaz de
servir como fundamento de nuevos saberes y, principalmente, incapaz de servir como
método de descubrimiento. Se trataba, según Bacon, de un tipo de sabiduría que
llevaba a una vana especulación sobre cosas invisibles en vez de proporcionar verdades
basadas en hechos. El ser humano, decía, debía pensarse a sí mismo como un sirviente
y un intérprete de la naturaleza. La verdad, según Bacon, no depende de ningún
razonamiento silogístico, lo cual es una cuestión meramente formal, sino del
experimento y de la experiencia guiada por el razonamiento inductivo. La Naturaleza no
debe ser aceptada como principio, sino como objeto de interpretación. Y a esta
interpretación debe llegarse a través de los sentidos y del razonamiento inductivo, esto
es, la configuración de generalidades a partir de la compilación de un número x de
datos particulares. Es decir, para la “nueva filosofía”, o “filosofía experimental”, Bacon
propone una compilación de datos que son cribados para promover generalidades que
sirven como respuesta a las preguntas acerca del mundo.
René Descartes es otro pensador que se da cuenta de que para guiarse en el
conocimiento, necesita un método. Él es consciente, al igual que Bacon y Galileo, de
que muchos errores se cometen por falta de orden mental y de método. Sin embargo, a
diferencia de estos, Descartes considera que las operaciones mentales necesarias para
un buen método son la intuición y la deducción. La intuición es la capacidad de
concebir algo sin la menor posibilidad de que sea falso. Son ideas simples, indivisibles,
de las cuales se componen las demás cosas (por ejemplo, figura, extensión,
movimiento). La deducción es la capacidad de inferir verdades a partir de las que
hemos intuido. Es el establecimiento sucesivo de conexiones entre ideas. Descartes se
plantea unificar todas las ciencias a partir del modelo analítico-deductivo de las
matemáticas, que basa el conocimiento en la evidencia intuitiva y deductiva. La certeza,
el orden y la claridad que ofrece esta ciencia son los que deben imitar todas las demás.
El método cartesiano consta de cuatro reglas:
1 Evidencia: Admitir únicamente lo que es evidente a la razón, todo aquello
que es claro y distinto, lo inconfundiblemente verdadero y aquello de lo que no se
puede dudar.
2 Análisis: descomponer los problemas en pequeñas partes para estudiar mejor
cada una de ellas buscando la mejor solución. Se procede de lo complejo a lo simple.
3 Síntesis: Proceso inverso al análisis: se va de lo simple a lo complejo. Se trata
de recomponer ordenadamente esas partes estudiadas para llegar al conocimiento de lo
más complicado.
4 Enumeración-revisión: Se trata de comprobar y controlar todo el proceso
haciendo recuentos y revisiones completos para estar seguro de que no falta nada.

(Las dos primeras dependen de la intuición, y las últimas, de la deducción).


En resumen, Descartes considera que el método es clave para el pensamiento, y
que sin una metodología adecuada es imposible filosofar y llegar a algún conocimiento

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(obtener un conocimiento adecuado del mundo). Poco importa que los sentidos nos
engañen, ya que nos bastaría con aplicar bien la razón, distinguiendo lo verdadero de lo
falso. Se trata, pues, de encontrar ideas que sean evidentes por sí mismas, y para que
sean evidentes, deben ser claras y distintas.
¿Y qué es lo claro y distinto para Descartes? Para responder a esta pregunta,
digamos primero que en Descartes, la expresión ‘pensamiento’ tiene una significación
muy amplia: nombra cualquier actividad de la mente o de la conciencia, tanto intelectual
como volitiva y afectiva.
En este sentido, puede dividir los pensamientos en ideas, por una parte, y
sentimientos, actos de voluntad y juicios, por otra. Las ideas son los hechos de
conciencia más simples: son como imágenes que representan cosas; los actos de
voluntad y juicios son más complejos, porque en ellos algún tipo de acción acompaña
siempre la mera representación de las cosas.
Pues bien, desde el punto de vista de su evidencia, las ideas se dividen en claras u
oscuras, y en distintas o confusas. Una idea es clara cuando, por decirlo así, presenta o
patentiza, manifiesta o transparenta las cosas; si las encubre u oculta, es oscura. Una
idea es distinta cuando está separada de cualquier otra idea; si mezcla lo claro con lo
oscuro, entonces es confusa.
Según Descartes, que muestra una gran confianza en el poder de la razón,
nuestros juicios serían siempre verdaderos si únicamente juzgásemos cuando tenemos
ideas claras y distintas. Pero sucede que el ser humano no sólo es razón, sino voluntad e
imaginación. La voluntad, con su impaciencia y precipitación, y la imaginación, con sus
prevenciones y prejuicios, nos impulsan con frecuencia a juzgar, a pronunciarnos sobre
cosas cuyas ideas no tenemos claras, por lo que tales juicios resultan falsos; así, una y
otra vez caemos en el error (para Descartes, el error fundamental y más corriente
consiste en juzgar que las ideas, que están en mí, son semejantes o conformes a las
cosas, que están fuera de mí).
La claridad y distinción de las ideas constituye, en Descartes, el criterio general
de verdad, es decir: la norma para identificar o reconocer la Verdad como tal. Se
formula así: “Todo lo que veo con claridad y distinción es verdadero”. Semejante regla
tiene su origen en el “Pienso, luego existo”, en el siguiente sentido: si esa verdad
particular es clara y distinta, entonces cabe sostener, con carácter general, que todo lo
que sea claro y distinto resultará verdadero. Este criterio garantiza que a toda evidencia
subjetiva (vivida mentalmente con claridad y distinción) corresponde siempre, fuera del
sujeto, una verdad objetiva. La función de la regla consiste, pues, en asegurar la
conformidad de las ideas con las cosas, en asegurar la adecuación del pensamiento a la
realidad. El criterio general de verdad no debe confundirse con la costumbre; por el
primero, puedo pasar, racional y legítimamente, de las ideas claras y distintas en mí a las
correspondientes realidades fuera de mí; por la segunda, paso, de manera irracional y
ciega, de ideas oscuras y confusas en mí a supuestas realidades exteriores a mí. Sin
embargo, según Descartes, la validez y fiabilidad de tal criterio no es absoluta, porque,
en último término, puestos a dudar, cabe la posibilidad de que sea objetivamente falsa
una cosa concebida por nosotros de manera clara y distinta (posibilidad de que Dios me
engañe, hipótesis del genio maligno).

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En general, Descartes identifica las ideas claras con los conceptos matemáticos y
con algunas nociones básicas de la filosofía, como la noción de sustancia: una realidad
que existe por sí misma, con independencia de cualquier otra. Sustancia se opone a
accidente: una realidad que necesita de otra para existir como tal. Las ideas de las cosas
materiales, si se basan en los sentidos (ideas de color, sonido, olor, sabor, frío o calor),
son, en cambio, ideas oscuras y confusas, e incluso falsas materialmente (un color se
percibe, pero no se entiende o comprende), y sólo resultan claras y distintas cuando
están elaboradas por la razón, ya sea por la razón matemática (ideas de extensión, figura
o movimiento), o por la razón filosófica (idea de sustancia).

Origen de las ideas:

Desde el punto de vista de su origen o procedencia, Descartes divide las ideas en


innatas, adventicias y facticias.
Ideas innatas: parecen provenir de la propia naturaleza del sujeto. Están en mi
razón desde siempre, y son independientes de la experiencia sensible. Se trata de ideas
como la de unidad, infinito, perfección, los axiomas de la geometría o Dios.
Ideas adventicias: son aquellas ideas pasajeras que vienen y van. Son ideas de
cosas existentes fuera de mí. Proceden de la experiencia exterior e interior, de las
sensaciones del mundo o del propio cuerpo (hambre, calor…). Pero son ideas confusas
y, por tanto, no fiables.
Ideas facticias: son las que proceden de mi imaginación. Son invenciones del
sujeto.

Como buen racionalista, Descartes sólo valora las ideas innatas, que vienen a
coincidir con las ideas claras y distintas, en las que pretende basar el conocimiento. Por
eso, critica las ideas adventicias, poniendo en duda que procedan realmente de cosas
exteriores al sujeto o, al menos, que mantengan una relación de semejanza con esas
cosas.

Realidad Objetiva de las ideas:

Desde el punto de vista del contenido, desde el punto de vista de la mayor o


menor realidad objetiva que representan, las ideas pueden dividirse según su grado de
perfección (aunque todas resulten iguales en cuanto actos de pensamiento). Así, la idea
de sustancia tiene más realidad objetiva y representa más perfección que la idea de
accidente; y la idea de sustancia infinita (Dios) tiene más realidad objetiva que la idea de
sustancia finita. Por ejemplo: aunque todos los números son, por igual, productos de la
mente, es posible ordenarlos en una serie según la mayor o menor cantidad que
objetivamente representan.

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1.1 LA DUDA METÓDICA

La primera regla del método nos obliga a dudar de todo conocimiento que no
sea evidente, que no sea claro y distinto. Para ello, Descartes propone un ejercicio de
duda radical, parecida al escepticismo, pero que no es lo mismo.
La palabra ‘escéptico’ viene del griego, y originalmente hacía referencia a “mirar
cuidadosamente”, “vigilar”, “examinar atentamente”. Según el Diccionario de Ferrater
Mora, el escepticismo es la “tendencia a mirar cuidadosamente” antes de pronunciarse
sobre algo o de tomar una decisión.
Es importante tener en cuenta que una actitud escéptica no niega las
proposiciones ni las afirma, porque considera que no vale la pena, ya que entiende que
van a convertirse en dudosas. Sin embargo, el escepticismo filosófico considera que la
verdad no puede ser alcanzada.
Descartes propone, como el escepticismo filosófico, dudar de todo, pero como
una forma de intentar llegar a una verdad clara y distinta. Descartes no pretende negar la
realidad, sino que la pone en suspenso como estrategia para obtener verdades que no
dependan de nuestros sentidos, ni de nuestra tradición, ni de una autoridad. Él duda de
todo, pero se trata de una duda metódica, no escéptica. Se duda como estrategia para
llegar a un verdadero conocimiento. Por tanto, Descartes no niega la realidad, sino que
la somete a crítica dudando de toda afirmación que pueda hacerse sobre el mundo. Y
esa duda, para ser radical, tiene que cuestionar todo lo que puede ser cuestionado. En
conjunto, la duda metódica tiene las siguientes características:
1) Es universal. Se cuestiona todo lo que puede ser cuestionado: el
conocimiento sensible, la realidad de las vivencias, la razón.
2) Es provisional. La duda metódica no es definitiva.
3) Es preliminar. Sirve como fase previa al verdadero conocimiento.
4) Es hiperbólica. La lleva hasta la exageración elaborando la hipótesis de la
existencia de un genio maligno, un dios malo y engañador que se complace en
confundir mis pensamientos.
De este modo, duda de:
1 El conocimiento sensible: los sentidos nos engañan algunas veces; por lo
tanto, es posible pensar que pueden engañarnos siempre. Así que dudamos de todo
conocimiento adquirido mediante nuestros sentidos.
2 La realidad de las vivencias: muchas veces se confunden los sueños con
la realidad. Si esto ocurre a veces, ¿qué nos impide pensar que nos ocurra siempre? Si
cuando soñamos creemos estar viviendo la realidad de lo soñado, ¿por qué no pensar
que esto que creemos estar viviendo (leer estos apuntes sobre Descartes, creyendo que
vamos a hacer un examen) no es más que un estúpido sueño?
3 La razón: a veces nos precipitamos al juzgar, cometemos errores al realizar
simples operaciones de cálculo matemático o incurrimos en paralogismos
(razonamientos falsos que parecen verdaderos, pero que se producen sin mala fe y sin
intención de engañar).

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Se trata de dudar siguiendo un orden y con una finalidad. Descartes duda de
todo lo que puede dudar en busca de algo de lo que no pueda, de ningún modo, dudar.
Todo lo que percibimos por los sentidos lo pone en duda: imagina que no existe. NO
ES QUE ESTÉ NEGANDO QUE EXISTA. SÓLO LO PONE EN DUDA: no existe
el lugar en el que estás ahora, no existe este texto que lees, no existe tu familia, ni tu
habitación, ni tu casa. ¡Todo ficción! No existe tu cuerpo. Si te miras en el espejo, lo
que ves es ficción. Tus sentidos te engañan. ¿Podría ser un sueño? Podría. Hasta que
no despiertes, no vas a saberlo. ¿Podría ser una realidad distinta a como tú la percibes?
Podría. ¿Puedes hacer cualquier simple suma? ¿2+2=4? Parece evidente, evidentísimo.
Pues no: es posible pensar que un Dios estúpidamente malvado y aburrido se dedica a
confundirte, y 2+2, contra todo sentido común, no son 4. Prueba a dibujar un cuadrado.
¿Eso es un cuadrado? El genio maligno se debe estar partiendo de risa viendo lo
ingenuo que eres y cómo te engañas con lo más fácil. ¿Tu cuerpo? Ficción. Crees que
lo tienes, pero es otra ficción. ¡Todo mentira!
Pero no. Hay una cosa en la que ni el genio maligno ni los sentidos pueden
engañarte: y es que si te engañan es porque existes. Si tu vida es sueño, es porque
sueñas; y si sueñas, es porque existes. Aunque estuvieras viviendo la mayor mentira, la
mentira total, estarías, ¡tú!, siendo engañado. Tú eres. Por tanto, tú existes. Es imposible
que nos engañen haciéndonos creer que existimos. En el momento en que nos engañan
es porque existimos.
POR TANTO, ya tenemos una primera verdad evidente (primera regla del
método) porque no se puede negar, no se puede poner en duda; una verdad innata, que
está en mí, que no depende de los sentidos, ni de conocimientos adquiridos. Esa
primera verdad es “Pienso, luego existo”, ó “Pienso, luego soy” (es lo mismo). En el
original, en latín: “Cogito, ergo sum”.

1.2 PRIMERA VERDAD

La primera idea evidente, clara y distinta que tengo es “pienso, luego existo”. Es
una idea que procede de mi razón y por lo tanto es fiable. Está en mi mente desde
siempre, es como si naciera conmigo y creciera conmigo a lo largo de mi vida.
Aquí ya queda claro que la duda metódica no era escéptica. Ya tenemos una
primera verdad innegable, una verdad clara y distinta: si pienso, soy; si dudo, soy; si me
engañan los sentidos, soy; si sueño, soy. En definitiva: hay un sujeto pensante (ni
siquiera tenemos, de momento, certeza de que tengamos cuerpo) al que le ocurre todo
esto. Por eso, Descartes escribe en primera persona del singular, y esto no es cualquier
cosa, porque si practicamos la duda metódica, cada uno puede llegar únicamente a esta
primera verdad respecto a sí mismo. No respecto a los demás. Yo sé que yo existo.
Supongo que tú que lees, sabes que existes tú, y yo supongo que estoy escribiendo esto
para alguien y tú, imagino que estarás leyendo esto suponiendo que alguien lo ha escrito
y te lo ha enviado. Es decir, la única certeza es que “yo existo”. Nada más.
…Y nada menos. Porque es a partir de aquí, de esta primera verdad clara y
distinta, que va a intentar derivar las demás certezas.

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2. METAFÍSICA

Ya tengo una primera verdad: “yo existo”. ¿Y ahora? ¿Cómo podemos derivar
las demás de esta? De un lado tenemos el Yo (sustancia pensante); de otro, la totalidad
del mundo (sustancia extensa). Sé de manera clara, y sin que esta verdad dependa de
nada externo, que existo. Pero, ¿cómo puedo ir más allá de ese ámbito hacia el mundo?
¿Cómo se pueden conciliar ambas sustancias? Inicialmente, parecería que Descartes se
ve abocado al solipsismo, esto es, a una subjetividad individual cerrada al mundo. Por
eso, precisa una segunda idea innata que conecte el yo y el mundo. El inicio de este
camino a partir de la primera certeza (“Pienso, luego soy”) es el siguiente:

2.1 DIOS

Descartes se plantea la existencia de algo fuera de mí. Tiene un problema con la


división que ha creado entre el yo (sustancia pensante) y el mundo (sustancia extensa).
Además, precisa de algo más que el “yo existo”, una segunda idea innata, clara y distinta,
que le permita avanzar. Necesito encontrar en mí una idea tal que, por vía causal, me
lleve a alguna realidad efectiva exterior a mí. Y Descartes lo hace del siguiente modo:
1 Prueba gnoseológica: tengo en mí la idea de perfección infinita y yo soy
imperfecto y finito, por lo que ha tenido que ser puesta en mí por algo más perfecto que
yo, y ese algo perfecto es Dios.
En segundo lugar (prueba causal), no me he creado a mí mismo, puesto que
carezco de las perfecciones de que tengo idea. Si me hubiera hecho a mí mismo, ¿por
qué no pensar que yo pudiera tener todas esas perfecciones? Luego me ha hecho un ser
que posee todas las perfecciones de las que yo sólo tengo la idea.
Por último (argumento ontológico), la existencia es tan cierta como las
verdades de la geometría. Aquí emplea la misma estrategia que San Anselmo de
Canterbury en su argumento ontológico): la existencia está comprendida en la idea de
un ser perfecto de la misma manera que “en la idea de un triángulo está comprendido
el que sus ángulos sean iguales a dos rectos”.
Descartes considera lo siguiente: si concibo en mi mente la idea de un ser
perfecto, el más perfecto que pueda ser pensado, entre sus perfecciones debe estar la de
existir, pues de lo contrario no sería el ser más perfecto que pueda pensarse, sino que
podría pensarse otro aún más perfecto que incluiría esa perfección en sí. Dios tiene
todas las perfecciones y no le puede faltar la existencia, porque entonces dejaría de ser
el ser perfecto. Dios existe en el pensamiento y en la realidad, ya que existir sólo en el
pensamiento es menos perfecto que existir en la realidad. La existencia de Dios, para
Descartes, es evidente, tanto como que quien piensa es un ser pensante.
Así, Dios es la segunda idea innata descubierta por Descartes, y la seguridad que
proporciona Su existencia elimina la duda universal que procedía de la hipótesis de un
genio engañador. Si Dios es perfecto, entonces es veraz y por lo tanto no miente.

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Ahora, el fundamento de la filosofía cartesiana, que estaba originariamente en el
yo, pasa a estar en Dios. Es Él quien puede garantizar mi conocimiento del mundo.

2.2 MUNDO

Una vez garantizada la existencia de Dios (un Dios perfecto y bueno que no
permitiría en su perfección el error), podemos saber con certeza que el mundo existe,
que no es una ilusión de los sentidos, ni un sueño, ni un engaño.
La veracidad de Dios me garantiza la existencia del mundo, creación Suya. Dios
podría mentirme, efectivamente, y que todo fuera una farsa. Pero como es infinitamente
perfecto, no puede ser falaz.
Por tanto, el mundo extenso (físico, material) es la tercera idea innata: ha estado
presente en mi mente desde siempre, y su existencia, mi presencia en él, e incluso mi
conocimiento del mismo, quedan garantizados por Dios.
El mundo es sustancia extensa. Es finito, y en él, todo tiene un funcionamiento
mecánico: los seres vivos, el universo o el cuerpo humano. Sin embargo, el alma no
forma parte de esa maquinaria pues es otro tipo de sustancia. El mundo material se guía
por las leyes del determinismo mecanicista, como la ley de la inercia, la del movimiento
rectilíneo o la ley de la conservación del movimiento (el mecanicismo es una hipótesis
cartesiana; se define como suma de extensión y movimiento).

2.3 HOMBRE

El ser humano sería la unión de dos sustancias: el alma (sustancia pensante) y el


cuerpo (sustancia extensa). Descartes defiende una concepción dual del ser humano
(cuerpo (cuyo atributo es la extensión) / alma (cuyo atributo es el pensamiento)). La
unión de ambas sustancias, según Descartes, no es necesaria: yo podría pensar aunque
no tuviera cuerpo; es decir, podría ser un espíritu pensante.
Es el pensamiento lo que ubica al ser humano en un plano superior a todo
cuanto es extenso. El pensamiento es superior a toda la inmensidad de la extensión. El
ser humano sería una máquina con un dispositivo pensante: el cuerpo es como una
máquina extensa compuesta de piezas móviles y el alma es la parte pensante, la más
importante. Incluso, Descartes buscará una solución fisiológica al problema de la
comunicación entre las sustancias en el hombre a través de la glándula pineal, la cual se
encontraría en el centro del cerebro. La interacción de ambas sustancias
interdependientes deja espacio a la libertad, ya que el alma, como sustancia pensante,
queda diferenciada del mecanicismo corporal.

En síntesis, los tres temas clave de la metafísica cartesiana son: hombre, Dios y
mundo. Son tres sustancias diferentes: sustancia divina, sustancia pensante y sustancia
extensa.

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CONCEPTOS

Alma
Es la Res cogitans (la sustancia pensante). Es una sustancia independiente del cuerpo, y
no necesita de él para existir. Es aquello por lo cual yo soy consciente. Es inmortal.

Certeza
Es la seguridad y convicción del sujeto ante la verdad, aquello por lo cual esta es
reconocida de forma clara y distinta. Es la garantía y el fundamento de la evidencia.

Claridad y Distinción
Son las características propias de la evidencia, y pertenecen a la primera regla del
método cartesiano. ‘Claro’ es lo que se presenta como transparente, manifiesto, nítido y
visible a la razón. ‘Distinto’ es lo diferenciado e inconfundible. Las ideas claras y
distintas se oponen a las oscuras y confusas. Cuando Descartes dice “sólo admitiré las
ideas claras y distintas”, se refiere a que sólo admitirá lo que es evidente a la razón.

Cuerpo
Es la Res extensa (la sustancia extensa). Es la sustancia material, está delimitada por la
figura, ocupa un espacio, se puede pesar y se puede medir. Su funcionamiento se
asemeja al de una máquina, puesto que se compone de partes materiales que se
mueven. Todo cuerpo extenso es limitado, finito y mortal.

Dios
Es el ser infinito que ha puesto en mí la idea de infinitud. Su presencia en mi mente
demuestra su existencia. Tiene todas las perfecciones y no le puede faltar la existencia.
Además de perfecto, omnipotente y bueno, tiene un atributo primordial que es la
veracidad. Dios no me engaña: Él es principio y garantía de verdad.

Duda
La duda es el punto de partida del pensamiento cartesiano. Es la actitud de prevención
de la mente ante lo desconocido. La duda es teórica, no práctica. Es metódica: es la
estrategia que usa Descartes para llegar a una primera verdad. Es universal: abarca los
sentidos, los sueños, al genio maligno y a la propia razón cuando actúa mal. Sin
embargo, no se aplica a las verdades de la fe.

Extensión
Extensión es todo lo que es material, todo lo que es corporal, todo lo que es sensible.
Tiene anchura, altura y profundidad. Es la cualidad esencial del mundo. Lo extenso se
opone a lo pensante: lo extenso no piensa, y lo pensante no es extenso. Lo extenso es
matematizable, se puede calcular, se puede medir, y se puede encuadrar en el espacio

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gracias a las coordenadas cartesianas. Lo extenso se compone de partes materiales: por
tanto, es limitado, se descompone y muere.

Hombre
El hombre (el ser humano) es resultado de la unión accidental de dos sustancias,
pensamiento (alma) y extensión (cuerpo). El alma y el cuerpo son dos sustancias
independientes, pero conectadas a través de la glándula pineal (dualismo). El hombre es
como una máquina pensante. Es un ser libre que debe dominar las pasiones de su alma.

Idea
Es cualquier cosa que pensamos. Hay tres tipos de ideas: innatas, ficticias y adventicias.
Las ideas innatas están en mi razón desde siempre, y son independientes de la
experiencia sensible. Las Ideas ficticias son las que proceden de mi mente, de mi
imaginación; y las ideas adventicias son aquellas ideas pasajeras que vienen y van.

Método
El método es el conjunto ordenado de reglas ciertas y seguras para evitar el error y llegar
al verdadero conocimiento. Es el camino a seguir para llegar a la verdad, el instrumento
útil para inventar y descubrir verdades nuevas. Las reglas me permiten proceder de
modo sistemático y racional. Son cuatro: evidencia, análisis, síntesis y enumeración.

Mundo
El mundo es una sustancia extensa, una realidad material no pensante y finita. Esa
extensión corpórea y geométrica es matematizable. Es mundo es como una gran
máquina compuesta por máquinas (Mecanicismo universal: la unión de extensión más
movimiento). El mundo creado existe realmente porque Dios no me engaña. El mundo
extenso es otra idea innata, clara y distinta.

Pensar
Es todo acto de conciencia (entender, querer, dudar, imaginar, afirmar, negar, sentir,…),
todo aquello de lo que somos conscientes. Pensar es propio de la sustancia pensante (el
alma). Para pensar es necesario ser (existir). Pienso, luego soy un ser pensante. No hay
nada en el pensamiento que no venga del pensamiento. El pensamiento me convierte
cualitativamente en un ser superior a la materia que no piensa.
Razón
Es la facultad de juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, y es la base del
Racionalismo. El conocimiento comienza y se fundamenta en la razón. Por otra parte, la
confianza en la razón suele aparejarse a la confianza en los sentidos.

Sustancia
Aquello que no necesita de ninguna otra cosa para existir. Especie de base o sustento en
la cual tienen lugar las propiedades y cualidades de las cosas. Hay tres clases de
sustancia: sustancia pensante (yo), sustancia infinita (Dios) y sustancia extensa (mundo).

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Verdad
Es el objetivo de la filosofía y el método cartesianos. La verdad se entiende como
certeza y como evidencia del yo. En el juicio verdadero intervienen el entendimiento y
la voluntad. Al descubrir la primera verdad, Descartes rechaza el escepticismo. La
garantía última de verdad está en el Ser Veraz (Dios).

Yo
Primera idea innata, clara y distinta, que descubre Descartes. Esta evidencia es el sujeto
de mis pensamientos. “Cogito, ergo sum” (“pienso, luego soy” (existo), conlleva el
descubrimiento del yo pensante. El texto de El Discurso del Método está escrito en
primera persona, desde la subjetividad, dando siempre protagonismo al yo: yo pienso,
yo dudaba, yo era, yo soñaba, mi razón, mis sentidos…

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DESCARTES. FILOSOFÍA DE LA ÉPOCA.

René Descartes está considerado como el iniciador de la filosofía moderna. La llamada


filosofía moderna es una etapa histórica del pensamiento occidental que abarca los siglos XVII
y XVIII. Las dos principales corrientes filosóficas de este periodo son el racionalismo y el
empirismo. Estas dos escuelas defienden puntos de vista contrapuestos en relación con el
problema del conocimiento: el racionalismo, considera a la razón como única fuente del
conocimiento, mientras que el empirismo considera como única fuente de conocimiento la
experiencia sensorial.
La filosofía moderna se caracteriza por la consideración del sujeto como punto de
partida de la reflexión filosófica. Al mismo tiempo, hay un proceso de secularización
cultural, una autonomía de la razón respecto a la religión, y la Revolución Científica, y
la Ilustración se constituyen como elementos principales para la comprensión de esta etapa.
La filosofía moderna (tanto el empirismo como el racionalismo) parte del sujeto que
conoce. El problema fundamental de la filosofía en la Edad Moderna no es el ser de las cosas
(¿qué son las cosas?), es decir, la ontología; sino qué podemos conocer, cómo podemos
conocer (es decir, la gnoseología). El origen de la reflexión es la representación que el sujeto
tiene de la realidad. Los filósofos se dan cuenta de que para alcanzar verdades seguras hay que
analizar en qué consiste el conocimiento, plantearse cuáles son sus posibilidades y
sus límites; ya no se preguntan tanto por las cosas, sino por las ideas que tenemos de esas
cosas: ¿por qué tenemos esas ideas?, ¿cómo se originan en nuestra mente? ¿qué validez
tienen? Este planteamiento se ve claramente reflejado en Descartes: porque parte del análisis
de las capacidades básicas de la razón (instrumento de conocimiento) para utilizarla
correctamente, y porque toma el “cogito” (el yo y sus contenidos) como cimiento firme para la
reconstrucción del saber.
Durante este periodo histórico el saber se seculariza, se desvincula progresivamente
de la religión y de sus instituciones. Este proceso de secularización se manifiesta en el
progresivo abandono del latín como lengua vehicular del conocimiento. Los filósofos
comienzan a escribir en sus lenguas vernáculas, y esto les permite dirigirse a un público más
amplio. La progresiva desvinculación entre la sociedad y la Iglesia (economía, política, estética)
también se deja notar en el ámbito de la filosofía, y se va perdiendo el interés por los problemas
teológicos característicos de la Edad Media.
La secularización lleva consigo la independencia de la razón respecto a la fe, la
autonomía de la razón, que había comenzado en el s. XIII, con la teoría de la doble
verdad defendida por el averroísmo latino. La razón humana (y no la revelación divina) se
convierte ahora en el “tribunal supremo” al que recurrir sobre todas las cuestiones relativas al
ser humano, al mundo, al conocimiento…
La filosofía moderna es imposible sin tener en cuenta de desarrollo de la Nueva
Ciencia, o la Revolución Científica. Este proceso de reconstrucción del saber científico
(frente a la ciencia aristotélico-escolástica) se desarrolla durante siglo y medio, desde la
publicación de la obra de Copérnico, “Sobre las revoluciones de las esferas celestes”, en 1543,
hasta la publicación de la obra de Newton, “Principios matemáticos de filosofía natural”, en
1687. Sin entrar en los detalles de esta fascinante tarea, podemos resumir los resultados en la
consolidación de un modelo mecánico de la naturaleza, que se concibe ahora como una
gran máquina descriptible matemáticamente, formada por piezas extensas que se transmiten el
movimiento por contacto, y que se rige por leyes deterministas; y la consolidación del método
hipotético deductivo para las ciencias naturales. Un gran número de autores contribuyen a

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esta gran tarea colectiva, sin que puedan hacerse distinciones entre filósofos y científicos.
Racionalistas y empiristas contribuyen por igual, con aportaciones filosóficas, metodológicas,
experimentales y matemáticas. Descartes es un claro ejemplo, como matemático, por su interés
por establecer un método “para dirigir bien la razón y encontrar la verdad en las ciencias”, y
por la formulación de un modelo estrictamente mecánico del universo.
Todos estos elementos adquieren madurez en el gran movimiento cultural, del siglo
XVIII, con el que culmina la modernidad: la Ilustración. Según Kant, la Ilustración consiste
en la salida del hombre de su minoría de edad en la que se encuentra por la incapacidad de
servirse de su propio entendimiento sin ayuda de otros. Nos invita a que nos “atrevamos a
saber”, a compartir la confianza de todos los ilustrados en la capacidad de nuestra razón,
nuestra luz natural, para conocer, mediante la ciencia, y dominar, mediante la técnica, la
realidad natural y social; y para dirigir el progreso de la humanidad.
En el contexto hasta aquí descrito se despliega la filosofía moderna. A la corriente
racionalista (continental) pertenecen autores como Descartes, Spinoza y Leibniz.
Comparten la idea de que la razón es la única fuente de conocimiento válido, despreciando o
minusvalorando el valor de la experiencia sensible; afirman la existencia de ideas innatas, que
nuestra razón capta (aprehende) mediante intuición intelectual, y que vienen a ser las
“semillas” a partir de las cuales se extraen deductivamente los conocimientos, siguiendo el
modelo o el método de razonamiento matemático. Frente a esta escuela, en constante debate
con ella, se alza el empirismo británico, representado por autores como Locke, Berkeley, y
Hume. El empirismo sostiene que es la experiencia sensible (interna o externa) la fuente
primordial o única de todos nuestros conocimientos, que todo conocimiento se halla limitado
por y a la experiencia, es decir, no se puede ir más allá de ella, y hay que rechazar cualquier
conocimiento o idea que no tenga su correlato en la experiencia o sensación. Niegan por tanto
la existencia de toda idea o conocimiento innato, sosteniendo que nuestra mente es “un papel
en blanco” en el que no hay nada escrito hasta que la experiencia no imprime determinados
caracteres. El tipo de razonamiento característico del empirismo es la inducción, la
generalización a partir de los datos de la experiencia. Pero este razonamiento, propio de las
ciencias naturales, no proporciona conocimientos universales y necesarios, sino meramente
probables; no podemos por tanto alcanzar verdades incuestionables, por lo que se puede
afirmar que el empirismo conduce al escepticismo.
Immanuel Kant fue quien sintetizó ambos planteamientos cognoscitivos. Esa síntesis
se expresa de manera clara al afirmar que “todo nuestro conocimiento comienzan con la
experiencia, pero no todo procede de la experiencia”. Es decir, sin experiencia no hay
conocimiento, pero no basta con eso, es igualmente necesario que el sujeto aporte unas
estructuras “a priori” –independientes de la experiencia-, mediante las cuales se organicen los
datos empíricos. O dicho todavía de otra manera, todo conocimiento es una síntesis de dos
elementos inseparables (como dos caras de la misma moneda): materia (datos sensibles) y
forma, estructuras a priori, que el sujeto cognoscente “pone” (espacio y tiempo, y categorías).
Y son precisamente esas estructuras a priori las que hacen posible que el conocimiento de las
ciencias naturales no sea meramente probable, como pretenden los empiristas, sino universal y
necesario.

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CONTEXTO HISTÓRICO-CULTURAL

El siglo XVII supone la culminación de la Edad Moderna en todos los ámbitos de la


civilización occidental. En el campo económico, significa el inicio de la expansión de Occidente
por el mundo y la instauración de un nuevo modelo económico basado en el comercio y el
control de las materias primas. La política pone sus actividades al servicio de dicho comercio, y
la sociedad se transforma, consolidándose una nueva clase social (la burguesía) y una progresiva
exacerbación de la individualidad. Asistimos a la Revolución Científica y a la eclosión del estilo
barroco en el ámbito estético. En el campo filosófico, la importancia que adquieren el
conocimiento del espacio y el sujeto se manifiesta en autores como René Descartes. Dios
comienza a jugar un papel secundario, periférico, pasando a ser utilizado como justificación o
premisa para aceptar unos valores que empiezan a no encontrar una fundamentación sólida en
el cuerpo de creencias de la época. Los cismas y guerras de religión se suceden (protestantismo,
calvinismo, anglicanismo): son el pretexto para estimular la incipiente identidad nacional y
hallar una justificación para las tendencias políticas y económicas de cada estado. Hay un “giro
copernicano” en todos los ámbitos de la actividad humana. El mundo ya no es ese valle de
lágrimas creado por Dios, del cual hay que protegerse, sino que pasa a ser una enorme
extensión susceptible de ser conocida, conquistada y explotada por el sujeto, por el yo.

Economía
Si en la Baja Edad Media el Mediterráneo era el eje de las transacciones comerciales,
ahora comienza a ser el Atlántico. El espacio se amplía. El desarrollo de las técnicas de
navegación permite la comunicación entre las más apartadas regiones, abriendo para la
Humanidad una etapa económica totalmente nueva. Las bases de la organización económica se
transforman, y con ellas, la configuración política y social. El descubrimiento de América y el
contacto marítimo con Asia cambian el eje de las relaciones comerciales, y los puertos y
factorías, antes controlados por una determinada potencia, dan paso a puertos y mercados
lejanos, en los que se crean colonias. Se establece así una íntima relación de intereses entre las
empresas mercantiles, las ambiciones políticas y el poderío militar.

Política
El comercio internacional hizo que se consolidaran las rutas comerciales abiertas por
los portugueses y castellanos en el siglo XVI. Si los portugueses controlaban la ruta de las
especies hacia Asia, la Monarquía Hispánica controlaba la ruta de los metales preciosos hacia
América. El resto de las potencias también quería participar de estas rutas. La proliferación de
conflictos bélicos (Guerra de los 30 años) y carreras por la conquista de diferentes partes del
mundo en América, África y Asia obligaron a las diferentes realezas europeas a acudir a los
banqueros en busca de préstamos, arrendamiento de impuestos, e incluso la cesión de la
explotación de minas, colonias y tierras reales. El enriquecimiento promovido por el comercio
promovió la progresiva autonomía de las ciudades respecto a los centros tradicionales de
poder.
Por otro lado, si en la Edad Media los disidentes religiosos eran absorbidos o
aplastados, en la Edad Moderna adquieren un marcado carácter político y económico que
ayuda a la disgregación y al uso político de las mismas por parte de élites locales que se ven
amenazadas por el poderío de las grandes potencias. Así, La realeza inglesa llega a configurar
una variante religiosa para enfrentarse, no sólo al poder papal, sino, con este, al poder

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hegemónico de la monarquía hispánica, detentora de los favores del papado. El luteranismo
triunfa en el norte de Europa como una salida económica: la autoridad del papa es cuestionada,
lo que permite cuestionar también la autoridad del Emperador Español, auténtica amenaza
para el resto de Europa. El calvinismo sirve para legitimar la acumulación de dinero y el
capitalismo, estrategia económica que supone una alternativa al poder territorial español. Así, la
religión se convierte en una herramienta de confrontación en Europa. La vieja idea de unidad
religiosa es sustituida por el culto a la peculiaridad del país y su legitimidad para hacer sus
propias leyes (el concepto de país aparece en el siglo XVI, al igual que la noción de ‘paisaje’ y la
pintura con esta temática). Así, la Guerra de los 30 años (1618-1648) puede entenderse como
un pretexto religioso para mantener estas independencias. Los príncipes germánicos abrazaron
el luteranismo como forma de zafarse del poder papal e imperial. El principio luterano de
responder directamente a Dios de los propios actos era perfecto políticamente para los
príncipes y para los soberanos de diferentes países.
La Paz de Westfalia (1648) pone fin a la Guerra de los 30 años, y sus consecuencias son
la libertad religiosa en el imperio alemán, la independencia de los Países Bajos, la pérdida de
hegemonía de la Monarquía Hispánica en Europa, en detrimento de Francia, que pasa a ser la
primera potencia, y consolidación de los Estados-nación y la Monarquía Absoluta como
sistema político. Sin embargo, la figura del rey, aunque significa un poder absoluto, no lo era en
la práctica, ya que tenía burocracias y estaban sujetos a los intereses de aquellos que orbitaban a
su alrededor y detentaban el poder económico. El rey, centro del universo político, dependía
cada vez más del poder económico que orbitaba en torno a él.

Sociedad
El espacio gana en importancia y el individuo también. La iniciativa individual es
premiada. Un nuevo hombre había aparecido en las ciudades: el hombre de empresa, ansioso
de acción y de riqueza, con afán de riesgo y empeño por las conquistas, organizador, con don
de gentes y capacidad de persuasión. Las grandes expediciones de conquista fueron
expediciones en las que lo militar y lo comercial iban de la mano.
El triunfo del capitalismo y de los hombres adinerados permitía pensar en las
posibilidades de realización individual. Para la sociedad pasa a ser importante la existencia de
un personal más cualificado. Se promueve la expansión de las universidades y del
conocimiento, pero se hace preciso un conocimiento más técnico, menos teórico e
improductivo de lo que podía ofrecer la escolástica.

Pensamiento y concepción del mundo


El lugar del ser humano en el mundo se transforma. No sólo cambia el eje del universo,
sino el del ser humano. El Humanismo había fomentado el predominio del hombre universal y
el triunfo de la personalidad. Se rinde culto a las grandes personalidades y se concibe al ser
humano como la criatura más excelsa de la creación divina, a cuyo servicio se ha puesto un
mundo entero a ser dominado y explorado. El espacio pasa a ser un medio para llegar a donde
está la riqueza; pasa a ser pura extensión matematizable que debe ser atravesarla lo más
rápidamente posible para alcanzar las fuentes de riqueza. El espacio se convierte así en un
instrumento.
El nuevo sujeto de poder precisaba legitimar sus acciones política y moralmente. De
este modo, se estimulan ideologías, teorías y tendencias religiosas que estimulan y justifican la
individualidad.

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La relación con otras culturas permite imaginar otros mundos posibles. Aparece la
literatura utópica, con nombres como Thomas More (Utopía), Francis Bacon (Nueva
Atlántida) o Tomasso Campanella (La ciudad del sol).
Se produce la Revolución Científica: Copérnico sostiene la teoría heliocéntrica, que
rompe no sólo verdades bíblicas, sino el orden moral del universo, con la tierra (lo más
abyecto) en el fondo, y los diferentes grados de perfección en ascenso hasta llegar al Empíreo.
La naturaleza pasa a ser considerada un libro abierto escrito en lenguaje matemático,
susceptible de ser conocida y descifrada. Y su conocimiento es riqueza. Se produce una
disociación entre los datos que nos aportan los sentidos y los datos obtenidos racionalmente.
Las apariencias engañan.
El objeto de conocimiento deja de ser Dios, y pasa a ser el estudio del espacio y del
sujeto. Dos líneas filosóficas: el racionalismo y el empirismo. Por otra parte, surge el
escepticismo.
Es en este contexto que surge la filosofía de René Descartes, preocupado por encontrar
criterios de verdad que sean válidos para obtener conocimiento y que colocan dos elementos
acordes a los acontecimientos que se vienen sucediendo en la época: el interés por un
conocimiento objetivo del espacio (sustancia extensa) y el conocimiento por la naturaleza del
ser humano (sustancia pensante). Dios (sustancia divina) pierde su relevancia en el ámbito de
las ideas. En la misma época, Giordano Bruno, con sus ideas panteístas, configura un sistema
en el que Dios ya no es relevante, mientras que en el sistema cartesiano, Dios es sólo un
garante que nos permite confiar en que aquello que percibimos por los sentidos es verdadero,
siendo que la relación se establece entre el sujeto pensante y el mundo extenso.

Estética
En el ámbito de la estética, la principal característica es la creación de ilusión, el
artificio. En las artes plásticas observamos la creación de ejes múltiples en la arquitectura, en la
escultura y en la pintura. En el ámbito de las letras es común el abordaje de los límites entre la
realidad y los sueños.
En los palacios triunfan los jardines geométricos y laberínticos, los interiores con
puertas falsas y pasadizos, las decoraciones con espejos múltiples. Estéticamente, la época de
Descartes es el barroco, período que en las artes se caracteriza por el efectismo, la simulación…
En el ámbito de las letras, tenemos ejemplos que nos muestran claramente esa idea que
circunda en mundo del siglo XVII, en la que se duda de los límites de la realidad y de la
ficción. Así, en Don Quijote de la Mancha (1605, 1615), el personaje principal se ve engañado
constantemente por sus sentidos y su juicio, creyendo ver elementos de un tiempo que ya no es
el suyo en una época que no consigue entender. En La vida es sueño, de Calderón de la Barca,
o en La Tempestad, de William Shakespeare, se diluyen los límites entre el vivir y el soñar:

Nuestra máscara termina ahora.


Estos, nuestros actores, como os dije,
Eran todos espíritus,
Y se han desvanecido en el aire,
En el aire más fino,
Y al igual que la fábrica
Sin fundamentos de esta visión,
Las torres que llegan hasta las nubes,
Los palacios magníficos,
Los solemnes templos, el mismo globo,
Sí, y todo lo que en este se halla,

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Se disolverán, y,
Lo mismo que este paso sin substancia,
No dejarán huella alguna. Somos
La materia de la que están hechos
Los sueños…
(William Shakespeare – La Tempestad (1611))

Yo sueño que estoy aquí


Destas prisiones cargado,
Y soñé que en otro estado
Más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
(Calderón de la Barca – La vida es sueño (1635))

Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto. Con todo esto,
me tenté la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba o alguna fantasma vana
y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron
que yo era allí entonces el que soy aquí ahora
(Miguel de Cervantes – Don Quijote de la Mancha (2ª parte) (1615))

1. El Mar Mediterráneo deja de ser el eje que articula el comercio en Europa, y se produce una
expansión por todo el mundo. La mayor parte de los conflictos políticos y religiosos en la
época tienen como base el control de colonias, puertos y materias primas, así como la
legitimidad para explotar los territorios.

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Diagramas de los universos ptolemaico (geocéntrico) y copernicano (heliocéntrico). En el
primer caso (detalle de la Cosmographia de Pedro Apiano (1539)), la Tierra ocupa el centro
del universo, con los planetas, el sol y las estrellas girando en torno a ella, en un universo
cerrado por el Empireo (lugar donde habitaban los seres celestiales). En el segundo (ilustración
de Johannes Hevelius (1647)), es el sol el que ocupa el centro, con la Tierra girando en torno, y
la esfera de las estrellas fija no está delimitada por empíreo alguno y sucede al interstitium
amplissimum.

Portada de Discurso del método (René Descartes, 1637), Diálogo sobre los dos máximos
sistemas del mundo (Galileo Galilei, 1632) y Novum Organum (Francis Bacon, 1620). A inicios
del siglo XVII se hace patente la necesidad de hallar nuevos métodos de conocimiento que
permitan establecer criterios de verdad sólidos y no basados en el silogismo aristotélico.

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En la obra Las Meninas (1656-1657), el eje también es transformado mediante la presencia del
autor, Velázquez, dentro del cuadro, en medio de su trabajo. Las meninas observan a los
modelos, aparentemente Felipe IV y su esposa, reflejados en el espejo del fondo. Pero a través
de la mirada del pintor, el espectador se convierte en objeto de la representación que está
teniendo lugar dentro del cuadro. Todo espectador, observado por Velázquez, pasa a ser el
modelo del cuadro que está pintando. El sujeto que observa es el objeto de la observación. Sutil
representación del Yo como eje de la observación del mundo.

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