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Entre la Escolástica y Descartes hay un hecho cultural importante: el Renacimiento.

El
Renacimiento es una época de crisis, una época en que las convicciones vitales de los siglos
anteriores se resquebrajan, cesan de regir, dejan de ser creídas. El quebrantamiento de la unidad
religiosa (Reforma), el Humanismo, la nueva concepción del sistema solar y de la ciencia, etc.
son síntomas inequívocos de la transformación por la que atraviesa la cultura europea. El
Renacimiento se presenta, por lo tanto, como una época de negación: es la ruptura con el
pasado, la crítica de las creencias sobre las que la humanidad venía viviendo. El realismo
aristotélico, que servía de base a ese conjunto de convicciones, perece con ellas.

Pero a la vez que negación, el Renacimiento es el afán de encontrar un nuevo punto de apoyo
capaz de salvar al hombre, a la cultura, del gran naufragio. Descartes satisface este afán de
hallar una base firme e inmóvil para un nuevo filosofar. El proyecto fundamental de Descartes
es el de reconstruir el edificio entero de la filosofía sobre bases firmes y seguras; pretendió
desarrollar un sistema de proposiciones verdaderas en el que no se diese por supuesto nada que
no fuera evidente por sí mismo e indudable. Su ideal de filosofía era el de un sistema de
verdades científicamente establecidas, es decir, de verdades ordenadas de tal modo que la mente
pase de verdades evidentes por sí mismas, indudables, a otras verdades evidentes implicadas por
las primeras. Tal ideal le fue sugerido en gran parte por las matemáticas. Así en el Discurso del
método, nos dice que fue impresionado por la claridad y la certeza de las matemáticas, en
comparación con otras disciplinas, y que se proponía aplicar su método a otras ramas de la
ciencia.

Ahora bien, esto presupone que todas las ciencias deben ser similares, en el sentido de que el
método que es aplicable en matemáticas les sea igualmente aplicable. Y esto era lo que
Descartes pensaba. Descartes comienza por afirmar, en la primera de sus Reglas para la
dirección del Espíritu, la unidad del saber. Esta concepción unitaria del saber procede, en
último término, de una concepción unitaria de la razón: la sabiduría (bona mens) es una porque
la razón es una: la razón que distingue lo verdadero de lo falso, la que se ocupa del
conocimiento teórico y científico y la que se ocupa del ordenamiento práctico de la conducta es
una y la misma aunque aplicada a ámbitos diferentes.

Hemos dicho que la unidad de la razón implica la unidad del saber y de la ciencia. Por lo tanto,
también, la unidad del método. Las diferentes ciencias ya no se van a distinguir de manera
esencial por su modo especial de proceder, por su método, sino por el objeto a que dirijan su
atención. Pero, ¿de qué método habla Descartes? Veamos el doble sentido que le otorga:
a) En una primera significación, método, es el proceder natural de la razón que, cuando no
está cegada por estudios desordenados o poseída plena y dogmáticamente por una
tradición, es capaz de producir frutos espontáneos en los que muestra todo su poder. Tal
sucede, como veremos en las matemáticas. ¿Cuál es el proceder natural de la razón? ¿Cuál
es su funcionamiento y estructura? Descartes contesta que el funcionamiento o dinamismo
interno la razón está constituido por dos operaciones fundamentales: la intuición y la
deducción.
b) La intuición es una especie de "luz natural" que tiene por objeto las naturalezas simples,
o ideas simples. Por medio de la intuición captamos inmediatamente conceptos simples
emanados de la razón misma, sin posibilidad ninguna de error o de duda. A partir de la
intuición de las ideas simples se despliega todo el conocimiento intelectual. En efecto, entre
unas naturalezas y otras, entre unas intuiciones y otras, aparecen conexiones que la razón
descubre y recorre por medio de la deducción. Así pues, en este primer sentido, método
significará el proceder natural de la razón, el modo originario de su adecuado ejercicio, es
decir: intuición y deducción.
c) b) En un segundo sentido, el método es un conjunto de reglas El proceder natural de la
razón tiene su expresión y realización en el saber matemático. En las matemáticas la razón
funciona según su natural proceder y obtiene los frutos más preciosos, lo que no ocurre en
las otras ciencias. Ello no quiere decir que este proceder de la razón no pueda extenderse al
resto de los saberes si se logran eliminar todos los obstáculos que impiden, en estos
ámbitos, el ejercicio natural de la razón.

Esas largas cadenas de razones, todas simples y fáciles, de las que los geómetras tienen costumbre de
servirse para llegar a sus más difíciles demostraciones, me dieron ocasión de imaginar que todas las
cosas que pueden caer bajo el conocimiento de los hombres se suceden las unas a las otras de la misma
manera, y que, solamente con abstenerse de aceptar como verdadera ninguna que no lo sea, y guardar
siempre el orden preciso para deducir las unas de las otras, no puede haber entre ellas ninguna tan alejada
a la que finalmente no se llegue, ni tan escondida que no se descubra.
DESCARTES. Discurso del método
Precisamente este es el objetivo del método concebido en el segundo sentido: proporcionar
unas reglas que posibiliten el ejercicio natural de la razón, esto es, el ejercicio de la intuición y
de la deducción.

Ahora bien, es mejor ni pensar en investigar la verdad sobre cosa ninguna que hacerlo sin método (...)
(...) Por método entiendo las reglas ciertas y fáciles tales que, si alguien las observa a rajatabla, nunca
tomará nada falso por verdadero y, sin gastar las fuerzas de su espíritu inútilmente, sino siempre
aumentando su saber progresivamente, llegará al verdadero conocimiento de todo aquello de que sea
capaz.
DESCARTES; Reglas para la dirección del espíritu
Tomando como modelo la lógica, el análisis de los geómetras y el álgebra formula Descartes,
en El Discurso del Método, sus cuatro reglas fundamentales:
1ª Regla: "Fue el primero no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo
es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada
más que lo que se presentase tan clara y distintamente al mi espíritu que no hubiese ocasión de ponerlo
en duda".
DESCARTES; Discurso del método
En ella Descartes establece como criterio de verdad la evidencia. Y como notas de la
evidencia la claridad y la distinción. La claridad es la presencia o manifestación de un
conocimiento a la mente; y la distinción es su separación respecto de todos los demás, de
manera que no contenga nada que pertenezca a los otros. Las ideas claras y distintas también
son denominadas naturalezas simples.
2ª Regla: "La segunda, dividir cada una de las dificultades que examinare en cuantas partes fuese posible
y en cuantas requiriese su mejor solución".
DESCARTES; Discurso del método
Este precepto del método alude al proceso que la mente debe seguir para llegar a la intuición
de las ideas o naturalezas simples. Dicho proceso es el análisis; y consiste en descomponer el
problema complejo en sus partes simples hasta llegar a los elementos más simples,
aprehensibles por la intuición. Estas ideas simples serán los principios a partir de los cuales se
despliega todo el conocimiento. Y así lo pone de relieve el tercer precepto del método.
3ª Regla: "El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más
simples y fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de
los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente".
DESCARTES; Discurso del método
Este precepto nos indica el proceso para ascender desde las ideas simples a las complejas. Tal
proceso es la síntesis, que posibilita la segunda operación del espíritu que es la deducción. En
la Reglas para la dirección del Espíritu entiende Descartes por deducción: "toda inferencia
necesaria a partir de otros hechos que son conocidos con certeza". Es pues, la deducción, una
sucesión ordenada de evidencias.
4ª regla: "Y el último, hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan
generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada".
DESCARTES; Discurso del método
El cuarto precepto representa la comprobación del análisis y de la síntesis: del análisis mediante
el recuento y la enumeración; y de la síntesis, mediante la revisión.
Según Descartes y el racionalismo, el entendimiento debe encontrar en sí mismo las verdades
básicas a partir de las cuales sea posible deducir el edificio entero de nuestro conocimiento.
Ahora bien, este punto de partida debe ser una verdad absolutamente cierta, como se nos dice
en la primera regla del método: nada debe ser admitido si no aparece tan claro y distinto a la
mente que sobre ello no pueda ser posible la duda. Un conocimiento de tal índole exige, como
paso previo eliminar todos los conocimientos, ideas, creencias que no aparezcan dotados de una
certeza absoluta: debemos eliminar todo aquello de lo que sea posible dudar. Por tanto, la duda
se convierte, en Descartes, en el paso previo para llegar a la certeza y a la evidencia. Por un
lado la duda cartesiana expresa la situación real e histórica mundo: el hombre no posee certeza
sobre nada, pero la necesita; por otro lado, viene exigida por el método ya en su primera regla,
pues las ideas claras y distintas son aquellas de las que es imposible dudar. Es por ello una
duda metódica. Pues bien, Descartes aplicará la duda a todo aquello que se presente como
candidato a ocupar el puesto de la verdad. Veámoslo.

En primer lugar, cabe dudar de los conocimientos que nos llegan a través de los sentidos. La
razón de ello es que los sentidos nos engañan a veces (veo venir a Juan y resulta que es Pedro)
Ahora bien, si los sentidos me engañan algunas veces, cabe pensar que me engañan siempre;
además, lo que es sólo probable es dudoso y no se le puede dar más crédito que a lo
manifiestamente falso. Pero, ¿hasta dónde nos podemos permitir dudar de los sentidos? Cabe
dudar de que las cosas sean como las percibimos por los sentidos, pero no de que existan tales
cosas (por ejemplo, puedo dudar de que el que viene es Juan o Pedro, pero no de que viene
alguien). Descartes introduce aquí un segundo motivo de duda. La dificultad de distinguir con
claridad el sueño de la vigilia El segundo motivo de duda, aducido por Descartes, es la
imposibilidad de distinguir con claridad el sueño de la vigilia. Puesto que muchas veces
mientras dormimos, tenemos representaciones semejantes a las que tenemos cuando estamos
despiertos, cabe pensar que tal vez estemos dormidos cuando estamos despiertos y a la inversa,
que despiertos cuando dormidos, y que incluso las percepciones que nos parecen más
manifiestas, como que abro los ojos, que muevo la cabeza, que alguien viene, no sean más que
mentirosas ensoñaciones. ¿Hasta dónde es posible extender este segundo momento de la duda?
La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño nos permite dudar de que existan las cosas y
el mundo, pero no parece afectarle a determinadas verdades, como las de las matemáticas:
estando despiertos o dormidos dos 2+2 son 4, un cuadrado tendrá siempre cuatro lados, etc.
Descartes introduce un tercer motivo de duda. La hipótesis del genio maligno El proceso de la
duda metódicamente llevada, alcanza su máxima radicalidad con la hipótesis del genio
maligno. Tal vez, dice, exista un Dios todopoderoso y engañador (genio maligno), que me ha
creado de tal modo que yo siempre me engañe, incluso cuando sumo 2 + 2 = 4, o cuando
enumero los lados de un cuadrado. Esta tercera hipótesis afecta por lo tanto a las verdades
matemáticas, las únicas que quedaban en pie. La hipótesis del genio maligno ocupa un lugar
importante en el curso del pensamiento cartesiano. Posee un doble sentido:
Representa el punto de vista del idealismo racionalista de Descartes. Es decir, expresa
que, siendo el pensamiento pensamiento de algo, siempre se puede dudar de ese algo
objeto del pensamiento (pues el genio maligno me engaña). Podré dudar, por lo tanto
de la existencia de lo pensado (aunque no de la verdad del pensamiento en cuanto a tal,
como veremos). De aquí es fácil de deducir que si en el pensamiento no hay nada que
garantice la existencia del objeto pensado, ésta, necesitará una garantía ajena al
pensamiento. Tal garantía será Dios.
Además expresa el problema que se plantea Descartes acerca de la cognoscibilidad de
lo real: acaso lo real sea algo totalmente inalcanzable para la razón humana, y esta duda
es la que Descartes se plantea bajo el ropaje del genio maligno. Precisamente la
garantía de la cognoscibilidad de lo real, la posibilidad del conocimiento de lo real,
pasará por la destrucción de la hipótesis del genio maligno, esto es, por la demostración
de la existencia de un Dios infinitamente bueno y, por lo tanto, incapaz de engañarme.
En resumen, la duda cartesiana es una duda general, radical, es decir, afecta al ámbito del saber
en su totalidad, desde las percepciones sensibles hasta las verdades matemáticas. Pero, como
vamos a ver, es una duda metódica y sólo provisional, en tanto que se practica como paso
previo al hallazgo de la certeza

La duda llevada hasta este extremo de radicalidad parece abocar irremediablemente en el


escepticismo. Esto fue lo que pensó inicialmente Descartes.
Supongo, pues, que todas las cosas que veo son falsas; y me persuado de que jamás ha existido
nada de todo aquello que mi memoria, llena de mentiras, me representa; pienso que no tengo
sentidos; creo que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar no son más que
ficciones de mi mente. ¿Qué es, pues, lo que podrá estimarse verdadero? Quizá ninguna otra
cosa excepto que no hay nada cierto en el mundo
DESCARTES. Meditaciones metafísicas, Meditación II

Hasta que, por fin, encontró una verdad cierta e inmune a cualquier duda, por muy radical que
esta sea: mi existencia como sujeto que piensa. En efecto, si dudo, si estoy persuadido de que
nada existe en el mundo, si soy engañado por un genio maligno, si me equivoco, etc., entonces
yo pienso, y, si pienso, éxito como algo que piensa.
Dicho de otro modo, puedo dudar de todo, puedo dudar de todas las cosas, pero no puedo dudar
de que dudo y, no puedo, por lo tanto (al ser la duda una actividad del pensamiento), dudar de
que pienso. Y si pienso existo, y ¿Cómo existo, qué soy? Existo como pensamiento, conciencia,
espíritu, como sujeto que piensa. Mi existencia como sujeto que piensa (que duda, que se
equivoca, etc.) está exenta de todo error y de toda duda posible. Descartes expresa esto con su
conocida frase "Pienso, luego existo": cogito, ergo sum.
Pero ¿y yo qué se si no hay ninguna otra cosa diferente de las que acabo de considerar inciertas
y de la que no pueda tener la menor duda? ¿No hay algún Dios o cualquier otro poder que me
ponga en la mente estos pensamientos? Eso no es necesario, ya que quizás sea yo capaz de
producirlos por mi mismo. Yo, al menos, ¿no soy algo? Pero ya he negado que tuviese sentidos
o cuerpo alguno. Dudo, sin embargo, pues ¿qué se sigue de ello? ¿Dependo hasta tal punto de
mi cuerpo y de mis sentidos que no pueda ser sin ellos? Pero me he persuadido de que no había
absolutamente nada en el mundo: ni cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos; ¿no me he
persuadido, pues, de que yo no existía? No, ciertamente, probablemente exista, si me he
persuadido, o solamente si he pensado algo. Pero hay un no se quién engañador, muy poderoso
y muy astuto, que emplea toda su industria en que me engañe siempre. No hay pues duda
alguna de que existo, si me engaña; y que me engañe tanto como quiera, que nunca podría
hacer que yo no fuera nada mientras yo pensara ser algo. De modo que, tras haberlo pensado
bien y haber examinado cuidadosamente todas las cosas, hay que concluir finalmente y tener
por constante que esta proposición: "Soy, existo" es necesariamente verdadera todas las veces
que la pronuncio o que la concibo en mi mente.
DESCARTES. Meditaciones metafísicas, Meditación II
Pero insistamos en el significado de esta frase. Fijémonos que un poco más arriba la hemos
interpretado diciendo que expresa "mi existencia como sujeto que piensa". Atended a la última
parte de la frase: quiere decir que Descartes no puede definirse como cuerpo ni como nada que
derive de él, ya que, de momento, está persuadido, por la duda, de que nada corpóreo existe; el
único material del que dispone es el pensamiento. Por eso, cuando enuncia su verdad "pienso,
luego existo", está diciendo que existe como una cosa que piensa, un yo que es puro
pensamiento. Y pensar significa dudar, imaginar, sentir, etc. En resumen, Descartes halla su
primera verdad. Es una verdad indubitable, es decir, clara y distinta y consiguientemente es
captada por la intuición de modo inmediato.: la existencia del yo y la naturaleza de ese yo como
cosa pensante.
Al hallar la primera verdad; Descartes descubre al mismo tiempo lo que se requiere para estar
cierto de algo, es decir descubre el criterio general de verdad. ¿Por qué la existencia del sujeto
pensante es absolutamente indubitable? Porque se percibe con toda claridad y distinción. De
aquí deduce Descartes su criterio de certeza, que ya habíamos visto expresado en la primera
regla del método: todo cuanto se perciba con igual claridad y distinción será verdadero y, por lo
tanto, se podrá afirmar con inquebrantable certeza. Claridad y distinción son las notas de la
certeza.

Descartes ya tienen su criterio de certeza que le permite distinguir lo verdadero de lo falso,


entonces debería aplicarlo inmediatamente. Sin embargo no lo hace. Y no lo hace porque no lo
puede hacer, ya que anteriormente ha introducido la hipótesis del genio maligno, según la cual
es posible que yo me engañe en lo que respecta a la existencia de los objetos de mis ideas claras
y distintas. La evidencia que acompaña a al intuición de mí mismo contiene mi existencia
como cosa pensante, pero la evidencia de mis ideas claras y distintas no contiene la
existencia de los objetos de esas ideas, pues puede existir un genio maligno que haga que,
en esto último me equivoque. Por lo tanto, para dar pleno crédito a mis ideas claras y distintas,
para no dudar de sus objetos, necesita Descartes desbaratar la hipótesis del genio maligno, para
lo cual necesita demostrar la existencia de Dios. Así, la existencia de un Dios, todo bondad, que
es incapaz de engañarme, es condición necesaria de la posibilidad de un conocimiento
verdadero de las cosas existentes.

En la IV parte del Discurso del Método (ver texto) Descartes presenta una argumentación, de
que puede resumirse así:
Comienza con la afirmación de que él no es perfecto, cosa que resulta evidente, puesto que
duda y si fuese perfecto no necesitaría dudar sino que tendría conocimiento. Y entonces se
plantea: ¿cómo es posible que un ser imperfecto como yo tenga una idea de perfección? Es
obvio que de él no puede proceder, ya que algo imperfecto no puede ser origen de nada
perfecto. La perfección solo puede originarse de perfección, es decir, solo puede provenir de
algo perfecto. Por lo tanto, debe existir algo perfecto que cree esta idea de perfección y me la
transmita. Y este ser perfecto es Dios.
A continuación, reflexionando sobre el hecho de que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser
no era completamente perfecto, pues veía claramente que era una mayor perfección conocer
que dudar, se me ocurrió pensar de dónde había aprendido yo a pensar en alguna cosa más
perfecta del que yo era; y conocí evidentemente que debía ser de alguna naturaleza que fuera en
efecto más perfecta. Por lo que hace a los pensamientos que tenía de muchas otras cosas fuera
de mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor y mil otras, no estaba preocupado por saber de
dónde vienen, a causa de que, no observando nada en ellos que semejara hacerlos superiores a
mí, podía yo creer que, si ellos eran verdaderos, lo eran por una dependencia de mi naturaleza,
en tanto que ella tenía alguna perfección; y si no lo eran, los tenía de la nada, es decir, ellos
estaban en mí por algo que yo tenía de imperfecto. Pero no podía ocurrir lo mismo con la idea
de un ser más perfecto que el mío; pues era cosa manifiestamente imposible tenerla de la nada;
y como no hay menos repugnancia en que lo más perfecto sea una consecuencia y una
dependencia de lo menos perfecto, de lo que la hay de que de la nada proceda algo, no la podía
tener tampoco de mí mismo. De manera que sólo quedaba que ella fuera puesta en mí por una
naturaleza que fuera verdaderamente más perfecta de lo que yo era, e incluso que tuviera en sí
toda la perfección de la que yo pudiera tener alguna idea, es decir, para explicarlo en una
palabra, que fuera Dios. A lo que añadí que, ya que conocía alguna perfección que yo no tenía,
no era el único ser que existía (usaré aquí libremente, si se me permite, las palabras de la
Escuela), sino que necesariamente era preciso qué hubiera algún otro más perfecto, del cual yo
dependiera, y del que lo adquiriera todo cuanto yo tenía. Pues si yo fuera solo e independiente
de cualquier otro, de manera que tuviera por mí mismo lo poco que participaba del ser perfecto;
por la misma razón podría tener por mí mismo todo lo restante que sabía que me faltaba, y ser
así yo mismo infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipotente y, en fin, tener todas la
perfecciones que podía observar que están en Dios.
René Descartes; Discurso del Método

Probada la existencia de Dios como un ser infinitamente bueno y veraz, Descartes puede
destruir el motivo de duda más radical de todos, la hipótesis de un genio maligno: pretender
engañar no es un signo de perfección sino de imperfección, por ello no puede darse en Dios.
Por lo tanto, al ser Dios infinitamente bueno y veraz no puede permitir que me engañe cuando
digo que todas las cosas que concibo clara y distintamente son verdaderas tal y como las
concibo. Como vemos Dios aparece como garantía y respaldo para la aplicación del criterio
general de certeza.
Así pues, como Dios no es engañador y como percibo clara y distintamente que las causas de
mis ideas de las cosas sensibles son las cosas corpóreas, hay que concluir que esas cosas
sensibles existen. De este modo Dios, en virtud de su veracidad, se convierte en la garantía de
que a mis ideas le corresponde una realidad extramental.
Descartes ha probado la existencia del mundo sensible, de las cosas corpóreas, pero ¿cómo es
ese mundo sensible? Según Descartes, lo único que Dios me garantiza, lo único, por lo tanto,
que cabe afirmar, como realmente existente fuera del pensamiento, es lo que se percibe clara y
distintamente, y lo que se percibe clara y distintamente es la extensión, el movimiento y la
figura. Es decir, aquello que es objeto de la geometría y que llamamos cualidades primarias
Todo lo que no sea extensión, figura y movimiento, esto es, el sonido, el color, la luz, el sabor,
etc., son cualidades secundarias y no existen en los cuerpos sino sólo en el sujeto, son
subjetivas.

De lo anteriormente expuesto se comprende fácilmente que Descartes distinga tres esferas o


ámbitos de la realidad: Dios o sustancia infinita, el yo o sustancia pensante y los cuerpos o
sustancia extensa. El concepto de sustancia constituye en Descartes, y en todo el racionalismo,
un tema fundamental. Descartes define la sustancia como aquello que existe de tal modo que no
necesita de ninguna otra cosa para existir. Tomada en un sentido estricto el único ser capaz de
subsistir por sí mismo es Dios, los demás seres necesitan de la creación y conservación por
Dios. ¿Quiere decir esto que sólo hay una sustancia, Dios? Descartes reconoce, en efecto, que
el término sustancia en sentido propio y absoluto, sólo puede aplicarse a Dios; pero, en sentido
analógico, puede aplicarse a aquellos seres creados que sólo necesitan del concurso divino para
existir, a diferencia de aquellos otros que necesitan, además, del concurso de otros seres
creados. Según esto distingue dos sustancias creadas: el yo o sustancia pensante (res cogitans) y
los cuerpos o sustancia extensa (res extensa).

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