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En los laboratorios los materiales genéticos se fusionan con los dispositivos informáticos.
Entonces ya no solo “las cosas de la mente” se representan mediante bits y bytes, sino
que ahora también “las cosas del cuerpo” ingresaron en ese proceso de digitalización
universal. De modo que el materialismo de la perspectiva genética puede ser ilusorio, ya
que desde este punto de vista el fundamento de la vida radica en una serie de
instrucciones digitalizadas procesadas por medio de una artillería informática que
funciona sin parar. Los organismos no entran en esos laboratorios, se quedan afuera.
Parece que la carne molesta en esos mundos volátiles del software, de la inteligencia
artificial y las comunicaciones vía internet. La materialidad del cuerpo se ha convertido en
un obstáculo que debe ser superado para que cada uno pueda sumergirse en el
ciberespacio y vivenciar el catálogo completo de sus potencialidades. Sin embargo, el
cuerpo humano no deja de resistirse a la digitalización. Aun así, en todo ese imaginario
persiste el sueño de abandonar el cuerpo para entrar en un mundo de sensaciones
digitales.
Surgen así dos tendencias: ¿La definición del hombre contemporáneo reside en su ADN,
como propone la genética? ¿O, por el contrario, es puro espíritu inmaterial concentrado
en la mente, como propone la teleinformática?
Nicholas Negroponte (gurú digital) en su libro Ser Digital explicaba que los bits constituyen
“el ADN de la información” y presagiaba la inminente conversión de todos los elementos
constitutivos de la realidad material en esa sustancia virtual.
Ya en el siglo XVII, René Descartes notaba que el flujo de ideas, sensaciones, deseos y
reflexiones que emanaban del alma no parecía ocupar ningún espacio. De modo que la
esencia del hombre era pura sustancia inmaterial. “Soy una cosa que piensa, una sustancia
de la cual la naturaleza total o esencia consiste en pensar, y que no necesita ningún lugar
o cosa material para su existencia” decía el filósofo. Este postulado es el germen de una
disciplina tecnocientifica de máxima actualidad: la inteligencia artificial.
El espíritu en la carne
La persistencia de lo orgánico
La comprensión del hombre y del cuerpo vivo ha sufrido mucho con la ruptura metafísica
articulada por Descartes, ya que la conciencia pura están carente de vida como la materia
pura.
En 1950 Alan Turing se encargó de operar esa separación entre el cuerpo orgánico y la
inteligencia, después de haber elegido a esta última como la característica que define lo
propiamente humano. En su artículo, especulaba sobre la creación de un programa
informático capaz de emular el pensamiento humano y la capacidad de dialogar; y
conjeturaba que si los interlocutores fallasen al identificar el origen no-humano del
dispositivo, entonces quedaría automáticamente comprobado algo fundamental: las
maquinas pueden pensar.
Por eso, ni siquiera el conocimiento más minucioso de las diversas conexiones entre las
neuronas bastaría para explicar el pensamiento, como apuntaron Deleuze y Guattari en las
conclusiones de su libro “¿Qué es la filosofía?“: si las grandes ideas, las emociones
profundas y los sentimientos más intensos tuvieran un lugar, una localización precisa en el
cerebro, con toda seguridad no sería en esos circuitos electrónicos que la informática
pretende replicar; parece mucho más probable que su ubicación sean “lo más profundo
de las grietas sinápticas, los intervalos y entretiempos de un cerebro inobjetable, donde
penetrar para buscarlos sería crear” esta posición de Deleuze y Guattari coincide con la de
Franco Varela: el cerebro existe en el cuerpo y el cuerpo en el mundo.
Las tecnologías de producción de almas y cuerpos, suelen conspirar contra las potencias
de la vida; obedecen a los intereses de una determinada formación histórica. Pero la vida
opone resistencia a los dispositivos desvitalizantes y siempre es capaz de crear nuevas
fuerzas.
Pero lo más sorprendente es que nadie sabe cómo funciona realmente, como se producen
las ideas y emociones a partir de esa red neurofisiológica cuya estructura física podría,
eventualmente, ser copiada. El mismo Kurzweil admite: “Amar es lo más difícil que hacen
los seres humanos, y también es lo más difícil de imitar”