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El hombre postorgánico

Tendencias neognósticas: El materialismo se disuelve en la luz

Mientras se va esfumando la metáfora del hombre-maquina y cede su lugar al hombre-


información, podría parecer que le materialismo se ha extendido hasta sus ultimas
consecuencias. Pero quizás no sea tan así, ya que la materialidad de la sustancia que
constituye a todos los seres vivos es bastante ambigua. Por ejemplo, el ADN es un código y
suele ser tratado como pura información. Laboratorios de todo el mundo están
descifrando las instrucciones contenidas en los genomas de las diversas especies con la
ayuda de toda una parafernalia informática que procesa enormes cantidades de datos. De
esta manera, la información obtenida es digital: meros encadenamientos de ceros y unos
compuestos de luz.

En los laboratorios los materiales genéticos se fusionan con los dispositivos informáticos.
Entonces ya no solo “las cosas de la mente” se representan mediante bits y bytes, sino
que ahora también “las cosas del cuerpo” ingresaron en ese proceso de digitalización
universal. De modo que el materialismo de la perspectiva genética puede ser ilusorio, ya
que desde este punto de vista el fundamento de la vida radica en una serie de
instrucciones digitalizadas procesadas por medio de una artillería informática que
funciona sin parar. Los organismos no entran en esos laboratorios, se quedan afuera.

Parece que la carne molesta en esos mundos volátiles del software, de la inteligencia
artificial y las comunicaciones vía internet. La materialidad del cuerpo se ha convertido en
un obstáculo que debe ser superado para que cada uno pueda sumergirse en el
ciberespacio y vivenciar el catálogo completo de sus potencialidades. Sin embargo, el
cuerpo humano no deja de resistirse a la digitalización. Aun así, en todo ese imaginario
persiste el sueño de abandonar el cuerpo para entrar en un mundo de sensaciones
digitales.

Surgen así dos tendencias: ¿La definición del hombre contemporáneo reside en su ADN,
como propone la genética? ¿O, por el contrario, es puro espíritu inmaterial concentrado
en la mente, como propone la teleinformática?

En la física contemporánea, la materia deja de ocupar un lugar en el espacio y pasa a


estudiarse como una forma de energía. Esa energía inmaterial, suele adquirir el rostro de
la información.
“El principal acontecimiento del siglo XX es la superación de la materia”. Se rechaza la
materialidad y la organicidad del cuerpo a la vez que se exacerba el polo inmaterial del
dualismo cartesiano: el alma pensante, el espíritu incorpóreo, la luz. Se acusa al cuerpo
material de ser limitado y perecedero y vivir condenado a la obsolescencia. Así es como
surge el upgrade tecnocientífico, una intimación al reciclaje y a la actualización constante.

El poeta Filippo Marinetti en su Manifiesto Futurista proponía la realización de una


“higiene del mundo” con la ayuda de artefactos mecánicos, con la intención de crear “un
tipo no-humano” y así depurar sus fallas ancestrales y perfeccionar la vieja configuración
de carne y hueso.

Ósea, lo que se pretende es trascender la humanidad.

Nicholas Negroponte (gurú digital) en su libro Ser Digital explicaba que los bits constituyen
“el ADN de la información” y presagiaba la inminente conversión de todos los elementos
constitutivos de la realidad material en esa sustancia virtual.

Katherine Hayles en su estudio sobre la construcción del imaginario posthumano de la


ciencia y en la literatura comenta: “La información perdió su cuerpo”. Se ha hecho una
división conceptual entre la información y su soporte material: este último ha sido
descalificado y la primera se ha convertido en una especie de “fluido descarnado” capaz
de fluir en diferentes maneras sin perder su sentido. Así, la información adquirió una
relevancia universal y logró la supremacía sobre la materia. De acuerdo con esta
perspectiva, la encarnación biológica del hombre sería un mero accidente histórico, en
lugar de una característica inherente a la vida. Por otro lado, si la “esencia” de la
humanidad es informática, entonces no habría diferencias entre computadoras y seres
humanos, porque ambos compartirían la misma lógica de funcionamiento.

Ya en el siglo XVII, René Descartes notaba que el flujo de ideas, sensaciones, deseos y
reflexiones que emanaban del alma no parecía ocupar ningún espacio. De modo que la
esencia del hombre era pura sustancia inmaterial. “Soy una cosa que piensa, una sustancia
de la cual la naturaleza total o esencia consiste en pensar, y que no necesita ningún lugar
o cosa material para su existencia” decía el filósofo. Este postulado es el germen de una
disciplina tecnocientifica de máxima actualidad: la inteligencia artificial.

Es posible existir sin cuerpo?


El cuerpo y su materialidad se rebelan: por momentos parece ser orgánico, demasiado
orgánico. Lo sensible insiste: el hombre parece estar enraizado hasta la medula en su
estructura de carne y hueso.

El espíritu en la carne
La persistencia de lo orgánico

El dualismo cartesiano divide a la condición humana en dos componentes: la mente y el


cuerpo. Descartes formuló un enigma que permanece irresuelto: ¿Cuál es la naturaleza de
la conciencia y cual es su relación con el mundo material? Todas las respuestas posibles
son posdualistas (no pueden ignorar la ruptura cartesiana). Sin embargo también suelen
ser monistas: o bien enfatizan el polo material (el cuerpo) o bien el polo ideal (la mente).
Quedan esbozados así los dos monismos básicos de nuestra tradición filosófica: el
materialista y el idealista.

La comprensión del hombre y del cuerpo vivo ha sufrido mucho con la ruptura metafísica
articulada por Descartes, ya que la conciencia pura están carente de vida como la materia
pura.

En 1950 Alan Turing se encargó de operar esa separación entre el cuerpo orgánico y la
inteligencia, después de haber elegido a esta última como la característica que define lo
propiamente humano. En su artículo, especulaba sobre la creación de un programa
informático capaz de emular el pensamiento humano y la capacidad de dialogar; y
conjeturaba que si los interlocutores fallasen al identificar el origen no-humano del
dispositivo, entonces quedaría automáticamente comprobado algo fundamental: las
maquinas pueden pensar.

En contraste, el especialista en ciencias cognitivas Francisco Varela es tajante: “el cerebro


no es una computadora”. Es imposible entender la cognición si se la abstrae de su
encarnación. Además comenta: “En el plano evolutivo el sistema neuronal surgió así,
conectando sensores y músculos”, “esos vínculos formaron el cerebro, y sobre esa base
comenzaron a asentarse operaciones más abstractas, por eso lo orgánico sería un
requisito básico y necesario para el pensamiento.
Jean-Francois Lyotard en su artículo “Si pudiéramos vivir sin cuerpo” expone las
diferencias básicas que existen entre el modo de pensar humano y el procesamiento de
información efectuado por computadoras: el hombre no razona en términos binarios, no
opera con unidades de información (bits) sino mediante configuraciones hipotéticas e
intuitivas; además, acepta datos imprecisos y ambiguos, actúa no solo de modo enfocado
sino también lateralmente. Por eso la mente humana es capaz de determinar lo que es
importante sin tener que examinar todos los datos exhaustivamente y comprobar su
relevancia con respecto a la finalidad pretendida.

Lyotard concluye que la mente humana no se limita a razonar lógicamente, por el


contrario, el pensamiento poseería una “potencia analogizante” inherente, relacionada
con las condiciones materiales de la existencia humana, incluyendo el sufrimiento y la
sexualidad. Y luego, en su intento de definir lo que caracteriza específicamente al
verdadero pensamiento, el actor detecta un momento especifico, que se produce cuando
la mente logra abrir un claro en el campo de lo que ya ha sido pensado, limpiando el
terreno para que pueda instalarse aquello que aún permanece impensado. Solo en esas
condiciones puede emerger ”lo que todavía no es, la palabra, la frase, el color”. Ese
procedimiento es necesariamente analógico y además sería imposible alcanzar tal
instancia sin dolor: “lo que aún no fue pensado nos hace mal, porque nos sentimos bien
entre lo ya pensado”. De modo que existiría una relación necesaria entre pensar y sufrir.

Respondiendo a la cuestión planteada en el título del artículo de Lyotard: sería imposible


pensar sin cuerpo, porque el sufrimiento es una experiencia intrincadamente vinculada al
cuerpo orgánico. Solo si una tecnología de ese tipo pudiera ser fabricada (un programa
informático capaz de sentir el dolor de pensar) tendríamos una razón para no desesperar
con la tecnociencia.

Descartes intentó explicar la evidente integración entre el yo espiritual y el cuerpo


mecánico. Aunque el filósofo llegó a la conclusión de que la mente podría sobrevivir si el
cuerpo fuese destruido, él mismo admitía que el “genuino ser humano” involucraba
ambos elementos. En su último trabajo, escrito en 1649, titulado “Las pasiones del alma”,
terminó admitiendo que el hombre no se puede reducir a una mente inmaterial acoplada
a un cuerpo mecánico, sino que se trata de una criatura incorporada.

Quien piensa no es el cerebro sino el hombre.

Por eso, ni siquiera el conocimiento más minucioso de las diversas conexiones entre las
neuronas bastaría para explicar el pensamiento, como apuntaron Deleuze y Guattari en las
conclusiones de su libro “¿Qué es la filosofía?“: si las grandes ideas, las emociones
profundas y los sentimientos más intensos tuvieran un lugar, una localización precisa en el
cerebro, con toda seguridad no sería en esos circuitos electrónicos que la informática
pretende replicar; parece mucho más probable que su ubicación sean “lo más profundo
de las grietas sinápticas, los intervalos y entretiempos de un cerebro inobjetable, donde
penetrar para buscarlos sería crear” esta posición de Deleuze y Guattari coincide con la de
Franco Varela: el cerebro existe en el cuerpo y el cuerpo en el mundo.

El especialista John Cottingham al analizar la teoría cartesiana de la mente sugiere: “no


importa cuán completa llegue a ser nuestra ciencia física, ¿será algún día capaz de abarcar
lo que significa oler a césped recién cortado o tener fusto a frambuesa o escuchar el canto
de una gaita?” . Esas impresiones, cualitativas y subjetivas parecen destinadas a eludir
eternamente las embestidas tecnocientificas, por más audaces que sean.

Las tecnologías de producción de almas y cuerpos, suelen conspirar contra las potencias
de la vida; obedecen a los intereses de una determinada formación histórica. Pero la vida
opone resistencia a los dispositivos desvitalizantes y siempre es capaz de crear nuevas
fuerzas.

Maquinas que sienten: es el tópico de muchas películas hollywoodenses. Especialistas en


inteligencia artificial como Ray Kurzweil no dudan de que la tecnociencia logrará recrear
sensaciones y sentimientos en las computadoras, ya sea escaneando el contenido del
cerebro, haciendo download del pensamiento como software, o diseñando una
computadora capaz de reproducir la estructura de redes neuronales del cerebro humano.

Pero lo más sorprendente es que nadie sabe cómo funciona realmente, como se producen
las ideas y emociones a partir de esa red neurofisiológica cuya estructura física podría,
eventualmente, ser copiada. El mismo Kurzweil admite: “Amar es lo más difícil que hacen
los seres humanos, y también es lo más difícil de imitar”

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