Está en la página 1de 1

ENTRE LÍNEAS

El arte de restaurar
MARIA DOLORS GAJA I JAUMEANDREU, MN (dolors.gaja@natzaret.org)

N o sé de dónde me viene la afición, pero me en­


canta ir a los Encantes, Rastro o Las Pulgas…
donde hay de todo en un batiburrillo extraordinario y
quiere, nos anhela, nos desea. Posiblemente, el san
José que yo compré no se hubiera valorado en mu­
cho si hubiera podido hablar. Ni siquiera estaba a la
puedes encontrar objetos sorprendentes que no se vista, no había sido limpiado en años y nadie pare­
encuentran en otras partes. Me gusta también en­ cía quererlo.
trar en tiendas de anticuarios y contemplar objetos, Y en ocasiones ese puede ser nuestro sentir.
imágenes, libros y muebles cuyo origen se descono­ No nos sentimos valorados, apreciados... y llega-
ce pero que tienen, sin duda, valor. mos a creer que valemos poco o nada. Mi san José
Pero tienes que saber. Tienes que tener el ojo no iría a una subasta de Sotheby’s o Christie’s, de eso
avezado a saltar por encima de centenares de ob­ estoy segura. Y a mí lo único que se me ocurre pen­
jetos para descubrir, oculto, lleno de polvo y medio sar es... ¡peor para ellos!
roto, una joya. Puede ser un mueble o un libro, da Dios te busca. Pero, a diferencia del buen com­
igual. Pero quien busca sabe que a esos sitios no se prador, Dios nunca aprendió el arte de regatear. De
va con prisas, que muchas, muchísimas veces, no en­ hecho, le ha salido muy caro rescatarnos porque ha
cuentras nada y, en otras ocasiones, lo hallas a la pagado nuestra vida con la vida de su Hijo. Y tampo­
primera. co sabe mostrar desinterés porque le interesamos y
Y luego, claro, viene el regateo, un arte que no do­ mucho más que eso: nos ama.
mino. Pero que hay que practicar porque, además, En cambio, sabe mucho de paciencia. No impor­
algunos vendedores se enfadan si les privas del pla­ ta si nos tiene que buscar meses o años o toda una
cer de regatear. vida. Sabe que estamos y sabe que solo en sus ma­
Encontré así, hace años, un san José de no más nos brillamos con todo esplendor. Porque solo en
de un palmo que es una maravilla. Con el dueño manos de Dios nuestra vida llega a ser arte.
entablé una conversación distractoria sobre los ob­ Yo compré el san José que, relativamente, estaba
jetos que circundaban la imagen hasta que, al final, en buen estado. Pero lo normal es que los objetos
casualmente y con cierta desgana, tomé el san José. adquiridos necesiten ser restaurados.
El desinterés forma parte también del regateo. Pero Y Dios es el gran Restaurador. En el fondo es
el dueño suele observar adónde va tu mirada y sabía más que eso, es reciclador por naturaleza. Y si no,
desde el primer momento que yo quería el san José. que se lo cuenten a los grandes pecadores que supo
Finalmente, no sé si por mis artes o porque no le in­ reciclar en grandes santos. Se cumplen las palabras
teresaba mucho la imagen, lo conseguí por un precio del libro de Job: el Señor le restauró su bienestar.
más que ridículo. Es más, ¡el Señor le dio el doble de lo que antes te­
Y esa afición mía me lleva a pensar en Dios que nía! (Job 42: 10b).
nos busca, nos busca continuamente, aunque es­ Dios tiene una paciencia infinita y, además, no
temos perdidos entre preocupaciones, actividades o, parece tener prisa. Nos deja equivocarnos, alejarnos,
sobre todo, hayamos dejado de creer en nuestro valor caernos... para aprender el arte de levantarse. Pero
y andemos por la vida rotos, desportillados y quebra­ a sus ojos, aun caídos y todo, tenemos un valor in­
dos. Cuando eso ocurre, Él recorre todos los mer­ finito. Incluso hundidos en el pecado más vil, Él nos
cados hasta encontrarnos. Él ve nuestro valor y nos ve valiosos. Y cuando por fin nos ponemos en sus ma­
nos hay que dejarle hacer.
En el fondo, la santidad tiene más de dejarse
hacer que de hacer.
Y como somos hijos de un Padre restaurador, tam­
bién nosotros estamos llamados a restaurar. Restau­
MAYO-JUNIO-JULIO

remos el buen ambiente cuando se ha evaporado,


restauremos relaciones rotas o frías, restauremos el
diálogo interior con Dios, restauremos nuestra im­
plicación en la Iglesia, restaremos nuestra fe titi­
N.o 1487

lante...
Y si no tenemos fuerzas para ello recemos:
¡Restáuranos, Dios nuestro! ¡Haz resplandecer tu
rostro, y seremos salvados! (Sal 80: 3). 7

También podría gustarte