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Otra vez ha llegado el Adviento, y con él la invitación para seguir dejando espacio a Dios en
nuestras vidas. Una oportunidad para escuchar de nuevo su promesa. Promesa de nueva vida,
de un nuevo aliento. Uno puede acoger este tiempo desde la rutina (un año más, ahora toca
repetir las palabras, el 'Ven, Señor', la espera...); o hacerlo abriéndose a la sorpresa. ¿Qué nos
traerá como llamada, como posibilidad, como grito para despertarnos? ¡Ábrete a lo nuevo! Esa
es la invitación de este retiro, ábrete a lo nuevo, déjate sorprender por Dios, por su misericordia.
“Lo antiguo ya ha sucedido y algo nuevo yo anuncio, antes de que brote os lo hago oír”. (Is 40,
1-8) Lo pasado, es eso, pasado, ya no podemos hacer nada más que cambiar esas actitudes y
pensamientos que nos limitan y nos impiden servir a Dios como él merece.
‘‘He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5) Si te abandonas en las manos del Señor,
si le entregas tu corazón, confiando que Él puede transformarlo, te aseguro que Él lo hará.
‘‘De modo que, si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura; lo viejo ha pasado y ha aparecido
algo nuevo” (2 Cor 5, 17-18) Vivir en Cristo, según Cristo, esa es la clave para vencer nuestras
heridas del pasado, porque Cristo transforma lo viejo en algo nuevo; Cristo nos renueva cada
adviento, cada día, dispón tu cuerpo y tu mente para vivir este Retiro como un momento
especial de Encuentro con el Señor.
No te inquietes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su
porvenir más o menos sombrío. Quiere lo que Dios quiere.
Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo,
acepta los designios de su providencia.
Poco importa que te consideres un frustrado si Dios te considera plenamente realizado a su
gusto. Piérdete confiado ciegamente en ese Dios que te quiere para sí. Y que llegará hasta ti,
aunque jamás lo veas. Piensa que estás en sus manos, tanto más fuertemente arropado, cuanto
más decaído y triste te encuentre.
Con el adviento, llegan algunas canciones que invitan a resucitar la esperanza profunda. Porque
seguimos esperando algunos milagros, de esos que son posibles si todos ponemos de nuestra
parte; porque no podemos dejar de desear y buscar la paz. Porque, verdaderamente, el Niño al
que esperamos es la voz de los pobres y la canción que alivia a quienes sufren. Es la luz de este
mundo. Por eso, en este momento iniciamos nuestro retiro con un canto de esperanza, de
adviento.
Canto:
Estrenar lo nuevo….
No recuerdes las cosas pasadas, no pienses en lo antiguo. Mira que realizo algo nuevo; ya está
brotando, ¿no lo notas? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán las
fieras salvajes, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para
apagar la sed de mi pueblo, de mi elegido (Is 43,18 – 20)
Todos tenemos una historia. Historia con momentos de gozo y alegría, con heridas y fracasos…
Historia de relaciones, compromisos, experiencias…; una historia abierta al futuro. Una historia
que se va modificando, en la que la presencia del Señor promete algo nuevo, diferente, quizás
atrevido…
La promesa de Dios para mí, para ti va tomando forma a través de nuevas posibilidades,
alentando sueños y deseos. Novedad puede ser liberarse de alguna atadura; ver curada alguna
herida, afrontar alguna relación conflictiva; Novedad es apostar por un proyecto, por una meta
que dinamice nuestro tiempo e ilusiones; novedad es volver a confiar en los otros, en uno
mismo; novedad es mirar las cosas de otra forma, creer en lo posible; novedad es romper las
etiquetas y prejuicios que a veces nos separan, dar oportunidades, novedad es percibir en uno
cierta dosis de inconformismo…
Renovar lo de siempre, pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como
las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse. (Is 40, 31)
Decía hace un momento, que nos dejemos sorprender por Dios, sin embargo, a veces estamos
tan distraídos en otras cosas, cosas vanas y superfluas, muchas veces, que cuando Dios viene a
nosotros, ni cuenta nos damos.
En Roma hay una iglesia muy bonita, la iglesia de San Ignacio, existen visitas guiadas para los
turistas. Al entrar en el templo, la mayoría de la gente queda admirada por los frescos pintados
en su bóveda. Pero, muchas de estas personas, después, se acercan a un espejo que se
encuentra en el centro de la nave para poder así admirar las pinturas. Al mirar en el espejo, las
personas ven la bóveda, pero también se ven a sí mismas reflejadas. Resulta interesante advertir
cómo, muchos de ellos, dejan de mirar a los frescos para dirigir su atención hacia sí mismos;
unos se peinan, otros hacen una mueca simpática, otros sacan el móvil para hacerse una “selfie”,
una foto, etc. En ocasiones, en una visita guiada a un grupo, la mayoría no siguen las indicaciones
del guía, ni atienden sus explicaciones, puesto que están distraídos con su propio reflejo o con
el de sus amigos.
Este pequeño relato tiene relación con la invitación que la Iglesia nos hace con las lecturas de
los primeros días del Adviento. En ellas se nos exhorta a estar vigilantes, a no vivir distraídos, a
mantener las lámparas encendidas, a edificar nuestra casa sobre roca, a levantarnos con
decisión hacia nuestra liberación, a preparar los caminos del Señor, allanando sus senderos. Sin
embargo, tantas veces nosotros preferimos mirar hacia nosotros mismos, vivir distraídos en una
constante “selfie” que nos impide atender a lo realmente importante en la vida como creyentes
y seguidores de Jesucristo.
Quizá entonces este tiempo de Adviento pueda ser una oportunidad para dejar de mirarnos a
nosotros mismos, dejar de tomarnos “selfies”, distraídos. Y así, haciendo el esfuerzo de
levantarnos y alzar la cabeza podremos descubrir a ese Dios que se acerca y que trae nuestra
liberación.
Ven señor Jesús... y tú, despierta
Hermanos, Él viene, viene, viene siempre… aunque no sepamos cómo ni cuándo. Viene siempre
porque ya está ahí. A pesar de nuestras contradicciones y desganas. Muchas veces no tenemos
más que pararnos a escuchar nuestro propio eco, nuestros deseos más profundos o la voz de
quien está a nuestro lado. Y mientras esta espera no sea vacía será un tiempo para avanzar en
algún sentido, para definir aspectos importantes de nuestra vida, para ir regalando…...
Él viene, y tú, ¡despierta! Abre bien los ojos del alma y el corazón, porque Él viene, y si tú andas
distraído, no lo verás. Espera, sé paciente, Él viene.
Eres un impaciente, muchas veces, no soportas esperar cola en el cine. Te pones nervioso en
cuanto el autobús tarda más de cinco minutos. Esperas que te contesten los mensajes del
watsapp en cuestión de segundos. Entonces, eres como casi todos. Y, sin embargo, sabes que lo
importante requiere su tiempo, que los buenos platos se cuecen a fuego lento. Te gustaría saber
esperar… Sentarte cerca del fuego y solamente esperar. Pero no es tan fácil.
La paciencia no es una palabra de moda hoy en día. Suena a consejo de abuela. Y quizá por eso
es de las más necesarias. La paciencia supone esperar y respetar los tiempos. Supone desear la
llegada de otro y no tener más qué hacer que esperar. Desear y esperar.
El Adviento puede ser una buena oportunidad para recordar esto. Ejercitarse en el arte de
esperar con paciencia. Desear, imaginar, echar a volar la ilusión por lo que va a llegar… sin que
esté en nuestras manos adelantarlo. Quizá así el corazón esté más preparado para cuando llegue
el Momento, para cuando Dios sea Dios-con-nosotros. Quizá así este tiempo no pase inadvertido
como una tarea más, como un bus o un watsapp más. Quizá así, esta vez sí, vivamos más
profundamente esta Navidad.
HORA SANTA
¿Quién espera a quién?
Inmerso en este gran misterio de tu venida y desde el silencio que me permite escucharte,
acompañarte; ayúdame, Señor, a reconocerte “Dios de las pequeñas cosas”, a conocerte mejor,
a descubrir tu palabra, tu corazón; a amarte en la sencillez, en los diminutos rumores de la vida,
de las gentes; a seguirte con pasos cortos pero arriesgados a veces, a veces solo, a veces con
otros, pero siempre cerca, muy cerca de ti.
“Como está escrito en el profeta Isaías: Yo envío delante de ti a mi mensajero, para que te
prepare el camino. Voz que grita en el desierto: Preparad el camino al Señor. Allanad sus
sendas.” Mc 1, 2-3
“Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo. No tengas miedo María, porque has encontrado
gracia ante Dios.” Lc 1, 28-30
Adviento, tiempo de la espera y la esperanza, de las búsquedas y los silencios. El tiempo de mirar
alrededor y descubrir que Dios sigue viniendo. Siempre. Por caminos insospechados. A nuestras
vidas. Ahora.
Amado Señor, mira que hay muchos que se cansan de esperar, porque la vida se ha puesto muy
dura y los poderosos siempre aplastan al pueblo. Y hay muchos que no saben buscarte día a día,
en el trabajo, en casa, en la calle, en la lucha por los derechos de todos, en la oración, en la fiesta
alegre de los hermanos unidos, e incluso más allá de la muerte.
Ha llegado el Adviento. Luego llegará la Navidad. Dios está llegando siempre. Abramos los ojos
de la fe, abramos los brazos de la esperanza, abramos el corazón del amor.
Canto:
Postrado ante el Señor, pregúntate: ¿Soy consciente de que Dios espera mucho de mí?
¿Soy consciente de cómo Dios ve lo mejor de mí, muchas veces más que yo mismo?
Canto:
VENDRÁ INESPERADAMENTE
Hermanos, Él viene, viene, viene siempre… aunque no sepamos cómo ni cuándo. Viene siempre
porque ya está ahí. A pesar de nuestras contradicciones y desganas. Muchas veces no tenemos
más que pararnos a escuchar nuestro propio eco, nuestros deseos más profundos o la voz de
quien está a nuestro lado. Y mientras esta espera no sea vacía será un tiempo para avanzar en
algún sentido, para definir aspectos importantes de la vida, para ir regalando…
Señor, VIENES Y TRANSFORMAS NUESTRA VIDA, pequeños gestos, algunas palabras, que hacen
de nosotros personas únicas a pesar de imperfectas, ¿testaruda?, ¿egoísta?, pero también
¿comprometida?, ¿alegre?; alguien cercano a ti y a tu propuesta de entregar la vida por los más
olvidados, los que se van quedando apartados en los márgenes. Estar cada día un poco más
locos, un poco más enamorados de ti y de tus cosas, un poco más implicados en lo que sentimos
que es realmente importante. Realmente llegaste y transformaste algo en nosotros.
Donde esperamos grandeza, Tú pondrás pequeñez,
Donde buscamos resultados pondrás trabajo,
Donde todo parezca firmeza, podremos encontrar debilidad, cercanía, regalo.
Donde una vez tuvimos suerte hallaremos confianza, vida en realidad; donde pusiste a fuerza
de pedir, amor sin medida, manos entregadas, pies cansados.
Donde podamos ser alimento para otros, almas alegres, ojos esperanzados, voz con ganas de
escuchar.
Arranca de nuestro pecho el corazón de piedra. Y pon en su lugar un corazón de carne, que te
sepa alabar, que sea para adorarte.
Nos hablas, Señor, de novedad, casi siempre nos ilusiona, pero a veces choca con la necesidad
de tener cierta seguridad, nos descubrimos esperando de ti lo previsible, como queriéndote
marcar el camino que ha de seguir tu novedad en nosotros, en los demás….
No nos dejes, Señor, hacerte totalmente previsible, porque nuestras búsquedas siguen
necesitando de tu novedad que inspire respuestas sorprendentes; nuestras inquietudes siguen
necesitando de tu presencia nueva y sorprendente que nos consuela y ayuda.
Sorpréndenos, Señor, con tu promesa de una vida más auténtica, sorpréndenos haciéndonos
capaces para la entrega generosa, capaces para el perdón, capaces para la convivencia, capaces
para el compromiso, capaces para acercarnos a quienes necesitan de nosotros.
Repite después de mí:
En tu presencia Real, amado Jesús, abro mi vida a la sorpresa…
Toma mis manos, hazlas acogedoras.
Toma mi corazón, hazlo ardiente.
Toma mis pies, hazlos incansables.
Toma mis ojos, hazlos transparentes.
Toma mis horas grises, hazlas novedad.
Hazte compañero inseparable de mis caídas y tribulaciones
Y enséñame a gozar en el camino
de las pequeñas cosas que me regalas,
sabiendo siempre ir más allá
sin quedarme en las cunetas de los caminos.
Toma mis cansancios, hazlos tuyos.
Toma mis veredas, hazlas tu camino.
Toma mis mentiras, hazlas verdad.
Toma mis muertes, hazlas vida.
Toma mi pobreza, hazla tu riqueza.
Toma mi obediencia, hazla tu gozo.
Toma mi nada, haz lo que quieras.
Toma mi familia, hazla tuya.
Toma mis pecados.
Toma mis faltas de amor,
mis eternas omisiones,
mis permanentes desilusiones, mis horas de amargura.
Toma mi vida entera Señor.