Está en la página 1de 4

LA PATERNIDAD / MATERNIDAD ESPIRITUAL DE LOS/LAS FUNDADORES/AS

Suor Rita Bonfrate, fdo

6. Elementos que caracterizan la relación entre el Fundador/a y sus seguidores

Hemos hablado hasta aquí del padre espiritual, fundando esta figura en la Palabra de Dios, en la
vida y en los escritos de los grandes maestros del espíritu, en particular de los padres del desierto; también
hemos marcado los rasgos esenciales que caracterizan la figura del padre espiritual. Hemos visto,
finalmente, las actitudes que el hijo-discípulo debe cultivar en relación con el padre espiritual.

Con Ciardi podemos definir como Fundador/a quien recibe, directa o indirectamente, la inspiración
de fundar un instituto1. Su prerrogativa única y exclusiva es, por tanto, ser el/la depositario/a del carisma
concedido por Dios a la Iglesia.

Esta inspiración encierra en sí, a veces sólo como un núcleo y de manera no plenamente explícita, la
idea de un grupo, de una comunidad, de una familia que, juntos, como unidad y como cuerpo, vive y actúa
aquella forma específica de vida. Por esto, escribe Ciardi, refiriéndose al Fundador/a, “quien ha acogido y
cultivado en sí mismo dicha inspiración toma cada vez mayor conciencia de deber transmitir a otros lo que
él mismo ha recibido, para llevarlo a la práctica concretamente en una obra determinada” 2. Y aquí ya se
hace evidente la primera condición, aquella sin la cual no se puede hablar de paternidad, no se puede dar
paternidad. La hemos visto desde los primeros pasoso de nuestro curso: padre es quien no circunscribe en
su propio ámbito, en su propia persona, lo que quiere ser.

Lo que da después a la paternidad de un fundador un valor que supera el tiempo, el vivido por las
generaciones, y los confines, los marcados por la consanguinidad, y le imprime un carácter espiritual son
por un lado, la conciencia de haber recibido como don la “Vida verdadera”, por otro, la disponibilidad, y en
un cierto sentido la urgencia, de transmitirla: “Caritas Christi urget nos” (2Cor 4,14).

He aquí pues la primera característica de la paternidad de los Fundadores:

6.1. La generación

Comunicando la inspiración recibida, cada Fundador da nuevamente “el evangelio”, da una Regla
3
de vida que tiene su origen precisamente en el evangelio y a él lleva, ofreciendo así una novedad de
lectura que lo hace idóneo para responder al crecimiento de la Iglesia y a las exigencias del mundo. En otras
palabras: enseña a los discípulos un camino de santidad que a su vez le ha sido manifestado, introduce a la
vida evangélica, en aquella específica forma de seguimiento a la cual él mismo ha sido atraído por el
Espíritu. La suya es una paternidad estrechamente ligada a la transmisión de su experiencia del Espíritu, por
don exclusivo de Dios.

Podemos decir, parafraseando el texto evangélico, que también él comunica su propio “espíritu”, transmite
un “código genético”, es decir la propia experiencia vivida en el Espíritu.

1
Cf. F. Ciardi, I fondatori uomini dello Spirito, p. 332.
2
Cf. Ibidem.
3
Escribe Colin en su libro “Culto a la Regla”: En la Regla de vida “... el Fundador ha volcado toda su alma santa, como
se vuelca el acero fundido en el molde. La regla es la encarnación de su alma y el relicario de su espíritu. Este espíritu
se encontrará incorrupto e incorruptibile en la Regla, y en la Regla habrá que buscarlo y, en ella, alimentarse, si se
quiere ser hijos genuinos del fundador”. L. Colin, Culto a la Regla, Marietti/Padri Redentoristi, Roma2 1950, p.69.
Esta transmisión no se da sólo a través de la Regla escrita – ¡que en algunos casos puede ser incluso
que no haya existido!- sino también y sobre todo mediante la propia vida 4. Es significativo que muchos
discípulos han seguido al Fundador/a porque se han sentido atraídos por su vida, por todo su
comportamiento, por sus opciones concretas que le han visto tomar.

Pero el ejemplo del Fundador va más allá del momento vocacional y de la primera atracción sentida
por los discípulos. Ese ejemplo se convierte en fuetne objetiva que comunica los elementos esenciales de la
fundación, y esto de manera permanente.

Los discípulos pueden mirar así a su Fundador como al “modelo” a imitar, al “espejo” en el que
reflejarse, al “prototipo” con el que conformarse. Su opción (del Fundador) se convierte en paradigmática
no por la materialidad de sus gestos s de las distintas situaciones contingentes a través de las cuales el
Fundador ha pasado, sino por las opciones y los valores que subyacen y que la han animado 5. Si el Fundador
es modelo, espejo, etc., lo es sólo en cuanto reproduce, como imagen viva, al mismo Cristo. Como san
Pablo también los Fundadores pueden decir: “Sed imitadores míos como y porque yo lo soy de Cristo” (cf.
1Cor 4,16; 11,1; Gal 4,12; 1Tes 1,6). No sólo. Su única tarea es la de conducir a los propios seguidores a
Cristo y “desaparecer” ante ellos (¡Juan Bautista!!!).

Dicho esto, se comprende cómo, cuando los Fundadores reivindican para sí el título de
paternidad/maternidad, su paternidad/maternidad no se debe entender en orden a la generación a la fe –
¡nosotros sus seguidores ya hemos sido engendrados a la fe mediante el Bautismo!-, sino más bien en
orden a un especial modo de vivir la fe. Ellos comunican “la experiencia del Espíritu” que constituye su
misma vida y la transmiten, por tanto, como parte viva de sí mismos. Se trata, pues, de una nueva
comunicación del Evangelio, viva y existencial, que da una especial forma a la vida cristiana ya presente por
el bautismo6.

Como para los Padres del desierto, como para los grandes staretz del Oriente y de la Iglesia
ortodoxa, también para el Fundador se repite la experiencia única del espíritu que lo conduce, por su
auténtico don, a una verdadera y personal comprensión del misterio de Cristo y a una verdadera e íntima
comunión con él. La lectura de los acontecimientos que él hace bajo la luz del espíritu y que comunica a los
discípulos le es propia, así como propia y personal es la respuesta que siente deber dar a ellos 7.

4
A veces, por las más diversas circunstancias, el magisterio del Fundador puede ser ejercido sólo a través del
testimonio de la vida. Es por ejemplo la experiencia característica de la Fundadora de las Hermanitas de los Pobres: cf.
P. Milcent, Jeanne Jugan. Humilde por amor, Turín 1980.
5
Cf. F. Ciardi, I fondatori uomini dello Spirito…, pp. 374-375.
6
Cf. Ibid. Nota 208, p. 380-381. “Gilmon relaciona el concepto de paternidad con el “segundo bautismo”. Si la
profesión es un segundo bautismo, ésa es un nuevo nacimiento. Aquí se plantea precisamente la cuestión del padre.
Ciertamente es Dios quien engendra al nuevo profeso, pero también aquí la paternidad divina, como indica Pablo para
todo tipo de nacimiento en la Iglesia, se manifiesta a través de mediaciones humanas: “Para que una vocación
religiosa florezca en la consagración definitiva, intervienen numerosos ministros del Señor, quien por un título, quien
por otro. Sin embargo, la del Fundador es una mediación primordial, porque la inserción de un profeso en una
determinada orden no constituye un acontecimiento advenedizo/casual/temporal en su vocación… es en esta
situación que el religioso orienta concretamente la sequela Christi común para todos los bautizados” (Paternité et
médiation, p. 42). Se subraya así la estrecha relación entre cada religioso y el fundador, que aparece como verdadero
padre”.
7
Diciendo “propio” no se pretende reivindicar la paternidad de un don como generado por sí, porque toda paternidad
viene de lo Alto, tanto más la paternidad espiritual es, como veremos, un “hecho del espíritu” en el origen, en la
transmisión, en la finalidad; pero se quiere subrayar la personalización de la propia experiencia espiritual, de la propia
relación con Cristo, que orienta y caracteriza también el modo de relacionarse con el mundo, las cosas y las personas,
y que es transmitido a los demás.
El Fundador introduce, pues, a los seguidores en la que es su nueva comprensión del misterio de
Cristo y del evangelio, dando una nueva visión suya del cristianismo, que se traduce también en un
determinado ministerio/servicio y forma de vida. En este sentido podemos afirmar que los engendra a una
nueva dimensión de vida, permitiendo la plena realización del proyecto de Dios en cada uno de ellos.

No sólo. Hay otro aspecto a considerar en mérito a la paternidad del Fundador. Por gracia ha
obtenido la gracia (¡El carisma de fundador y de fundación es pura gracia recibida por gracia!) y ahora
transmite este don a los suyos, que continúan beneficiándose de él también incluso después de su muerte.
En la llamada, en las gracias, en la inspiración obradas por Dios en los Fundadores se encuentran ya la
llamada, las gracias, las inspiraciones de la nueva familia que nacerá. En otras palabras: él aparece como
padre incluso en cuanto ha merecido las gracias para los hijos, en particular la de la nueva institución, fruto
de su vida de santidad8.

Hay otro tipo especial de paternidad del cual habla también Pablo y que no hemos subrayado, y es
aquella hacia quienes colaboran con él y lo ayudan, animados por el mismo espíritu, en el servicio del
evangelio (cf. Fil 2,20-22). Y aquí el discurso podría continuar profundizando el rol tanto de la primera
generación de discípulos, -aquellos con quien al principio ha compartido la inspiración y que han
contribuido a dar a dicha inspiración su fisonomía espacio-temporal, desarrollando sus virtualidades- como
el de los siguientes miembros de la familia religiosa que, en cambio, están llamados a custodiar,
profundizar, desarrollar, en sintonía con los tiempos y con el camino de la Iglesia, lo que fue transmitido a
ellos por el fundador y por la primera generación del Instituto.

Para nosotros es necesario precisamente para captar una última connotación de la paternidad
espiritual de los fundadores, es decir: ésta (la paternidad), don del espíritu, tiene como finalidad y
capacidad el implicar contemporáneamente y en la sucesión del tiempo a más personas en el mismo
itinerario de seguimiento y de servicio eclesial. Tiene en sí una virtualidad comunitaria y el carácter propio
de la fecundidad.

6.2. El cuidado

La segunda dimensión importante de la paternidad, de cualquier verdadera paternidad, es el


cuidado, la capacidad de hacerse cargo, en lo concreto de las expresiones, del crecimiento integral de los
hijos.

Hemos visto en pablo, pero también en varios ejemplo de los Padres del Desierto y de la Iglesia,
que la paternidad no se agota en la generación, sino que se expresa también en el hacer posible que el
generado llegue a la plena madurez en Cristo.

El Fundador, por tanto, introduce y acompaña a los seguidores a alcanzar la edad adulta de Cristo
en ellos. Pero no se trata de un acompañamiento genérico en los caminos del Señor. La conciencia de deber
transmitir cuanto a su vez ha recibido, lo vuelve atento a que su mensaje sea acogido entero y sin
contaminaciones o desviaciones. Precisamente por esto desconfía de toda injerencia, hasta parecer celoso
de la propia obra, en el sentido que él la quiere así como Dios la ha querido, expresando de esta manera el
celo de Dios por sus obras.

El cumple una obra de iniciación respecto a los discípulos, llevándolos a aprender determinadas
actitudes interiores características, sensibilidad, estilo de vida y de comportamientos, ministerios

8
Cf. F. Ciardi, I fondatori, uomini dello Spirito, p. 382.
específicos, en línea con la propia institución y experiencia. Es precisamente en este empeño de conducir a
los discípulos a la conformación o configuración con Cristo que el Fundador revela su paternidad como
sacramento de la paternidad de Dios, del amor creativo y generativo del padre “del cual toma nombre toda
paternidad en los cielos y sobre la tierra” (Ef 3,15).

7. Conclusión

Parafraseando una afirmación de Pierre Lenhardt a propósito de la transmisión de la Torá por parte
de los maestros de Israel, podríamos decir que como no se recibe la vida sin progenitores, tampoco se
recibe la palabra de Dios y los fundamentos de la vida en el Espíritu sin un padre espiritual firmemente
arraigado en el evangelio de Cristo. Sí, el cristiano está llamado a recibir la vida de quien ha sido capaz de
darla, para ser después capaz de transmitirla a su vez a cuantos vendrán después de él. Es aquel
movimiento bien expresado todavía por Orígenes: “Tomemos como ejemplo a Pablo que instruye a
Timoteo: Timoteo recibe de Pablo unas sugerencias y después va él mismo a la fuente de la cual pablo ha
venido; llega a ella y Timoteo llega a ser igual a Pablo” (Fragmentos del comentario a la primera carta a los
Corintios ([sobre 1Cor 2,12-15]).

“Cristianos no se nace sino que se llega a serlo”9 así como “religiosos de una congregación concreta,
orden, instituto no se nace sino que se llega a serlo” gracias a la mediación de un padre o de una madre
que ejercitan el arte del acompañamiento en el Espíritu. Es decir, que guían en la libertad y por amor, y con
infinita paciencia, a la vida en Cristo, a la vida según Dios, fieles al don recibido del Espíritu en el carisma
específico.

9
Tertuliano, Apologetico XVIII,5.

También podría gustarte