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Éste es el trastorno que la mayoría de individuos asocia con el trastorno del espectro
autista, y recibe en nombre de Síndrome de Kanner en relación con el Dr. Kranner, un
médico que estudió y describió esta condición.
Los sujetos con autismo poseen una una limitada conexión emocional con los demás, y
parece que estén inmersos en su propio mundo. Son más propensos a mostrar
comportamientos repetitivos, por ejemplo, pueden organizar y reorganizar el mismo grupo
de objetos, hacia adelante y atrás durante períodos prolongados de tiempo. Y son
individuos altamente sensibles ante estímulos externos como sonidos, colores o van a
querer ubicarse en determinadas zonas de la habitación sin ningún motivo aparente.
Este es el grado más profundo de los trastornos del espectro autista y el más conocido
por la mayoría de las personas. Fue descrito desde el año 1941 por Leo Kanner, quien le
dio el nombre de Autismo Infantil Precoz, convirtiéndose en el primer trastorno en
englobar a todos los niños con características del espectro autista, sin realizar distinción
de síntomas o gravedad. Hoy se conoce simplemente como trastorno autista e incluye a
los niños con las manifestaciones más profundas.
Para diagnosticar a un niño con un trastorno autista de grado 1 es necesario que no haya
desarrollado su lenguaje y tienda a evitar la mirada y aislarse del mundo. También debe
presentar movimientos estereotipados que resultan raros y no tienen un objetivo definido.
Además, debe manifestar una gran incapacidad para expresar las emociones y mantener
una esfera de intereses y actividades muy reducida.
2. Síndrome de Asperger
A pesar de que los medios de comunicación han ayudado a difundir una imagen del
síndrome de Asperger en la que se describe esta condición como una alteración mental
asociada a una alta inteligencia, hay que señalar que la mayoría de personas agrupadas
en esta categoría no puntúan significativamente por encima del CI normal, y una cantidad
muy pequeña de ellas obtiene puntuaciones muy altas.
Este trastorno, normalmente referido como Síndrome de Heller, suele aparecer sobre los
2 años, aunque puede no diagnosticarse hasta pasados los 10 años.
Es similar a los TEA anteriores porque afecta a las mismas áreas (lenguaje, función social
y motricidad), aunque se diferencia de éstos en su carácter regresivo y repentino, lo que
puede provocar que incluso el propio sujeto se de cuenta del problema. Los individuos
con Síndrome de Heller pueden tener un desarrollo normal hasta los 2 años, y pasado
este tiempo sufrir la sintomatología característica de este trastorno. Distintos estudios
concluyen que este trastorno es entre 10 y 60 veces menos frecuente que el autismo. Sin
embargo, su pronóstico es peor.
Cuando los síntomas clínicos que presenta el sujeto con trastorno del espectro autista son
demasiado heterogéneos y no encajan en su totalidad con los tres tipos anteriores, se
emplea la etiqueta diagnóstica de “trastorno generalizado del desarrollo no especificado”.
El sujeto con este trastorno se caracteriza por tener un déficit de reciprocidad social,
problemas severos de comunicación y la existencia de intereses y actividades peculiares,
restringidas y estereotipadas.
Cabe destacar que si el resto de tipos de autismo ya son diversos de por sí, en esta última
categoría aún es más importante tener en cuenta las características únicas de cada
individuo, y no caer en la trampa de dejar que la etiqueta explique completamente a la
persona. Este sistema de clasificación es tan solo una ayuda que permite apoyarse en
una serie de conceptos para comprender mejor esta condición, pero que no agota todas
las explicaciones posibles sobre lo que está experimentando cada persona ni lo que esta
necesita.
Algo que hay que tener en cuenta acerca de los diferentes tipos de autismo es que es
muy complicado estudiarlos sin caer en sesgos.
Autismo regresivo
A partir de esta regresión, el niño comienza a manifestar los mismos síntomas que se
aprecian en el trastorno autista pero con una intensidad menor. De esta manera, es
frecuente que el niño pierda el lenguaje adquirido y su capacidad para comunicarse de
forma adecuada con los demás niños y adultos de su entorno. Además, suelen aparecer
también conductas repetitivas que incluyen estereotipias motoras y manierismos, a la vez
que se comienzan a aislar del mundo que los rodea.
Se trata del tipo de autismo más ligero porque no suele manifestar síntomas agudos o
profundos, al menos al inicio del trastorno. A diferencia de los otros dos tipos de autismo,
en este caso el niño desarrolla un lenguaje aparentemente normal, sus procesos
cognitivos también se mantienen dentro de la norma y si cuenta con ayuda, incluso puede
matricularse en un colegio normal.
B. Antes de los tres años, deben producirse retrasos o alteraciones en una de estas tres
áreas: (1) interacción social, (2) empleo comunicativo del lenguaje, o (3) juego simbólico.
Tiene que darse una complicidad y coordinación total entre la familia y los demás
profesionales que intervienen, tanto en la escuela, en casa, como en otros entornos. En
este sentido es que ponemos particular insistencia en el trabajo interdisciplinario del
tratamiento de los niños con TGD de la misma manera en que consideramos fundamental
apelar a la participación de los familiares del niño.
Los niños con TGD pueden trabajar mejor en un ambiente previsible y estructurado. Los
cambios deben ser anticipados y, en todo caso, introducidos, a ser posible, de forma
gradual.
Los niños con TGD tienen problemas para generalizar de una situación a otra, por
ejemplo, algo aprendido en la escuela no se pondrá en práctica en casa o viceversa. El
acompañante terapéutico debe intervenir en operaciones de aplicación de lo aprendido en
la escuela a situaciones de la vida cotidiana.
Hay que respetar los tiempos de cada niño. Algunos niños se muestran especialmente
"desconectados" de su entorno inmediato en ciertos momentos o situaciones. Cuando ello
ocurre se hace especialmente difícil poder interactuar con ellos. Debemos buscar un
equilibrio entre respetarle unos tiempos de desconexión con otros en los que debe
trabajar.
Se tratan de establecer metas a corto, medio y largo plazo. Ir paso a paso, debemos ser
capaces de conseguir pequeños logros siendo conscientes de la grandeza de estos
pequeños pasos.
El AT en autismo debe adaptar sus acciones, teniendo en cuenta que estos pacientes
tienen una notable alteración en la interacción social y la comunicación; y la conducta,
intereses y actividades se presentan de manera repetitiva, restringida y estereotipada.
Por todo esto el AT deberá tener un plus de Tolerancia y Paciencia. Valorar los pequeños
logros y aceptar las involuciones y limitaciones.
Aspectos a tener en cuenta en pacientes con TEA:
El AT será una parte integral de todas las actividades, implementado en todas partes, de
modo consistente, con todo el personal y en todos los distintos entornos y situaciones.
Este profesional debería asimismo actuar como fuente de recursos para los demás
profesionales.
Es necesario que existan una coordinación y comunicación constantes entre todas las
personas involucradas, de tal modo que estas rutinas se refuercen de la misma manera y
con poca variación entre las diversas personas. Las instrucciones verbales, la
planificación repetitiva y la consistencia son esenciales.
La conexión entre experiencias concretas que sean frustrantes o que provoquen ansiedad
y los sentimientos negativos ha de ser enseñada a la persona con Autismo de un modo
concreto, mostrando la causa-efecto, para que esta persona sea capaz de aprender
gradualmente a discernir sus propios sentimientos. Asimismo, la conciencia del impacto
de sus acciones sobre otra gente debe ser fomentada del mismo modo;
Ayudar a la persona con Autismo a hacer elecciones: no hay que suponer que la persona
con Autismo realiza decisiones informadas, basadas en su propio conjunto de gustos y
aversiones elaborados. Más bien, debe ayudársele a considerar las alternativas de acción
o elección, así como sus consecuencias (por ejemplo, recompensas y desagrado) y sus
sentimientos asociados. La necesidad de un conjunto artificial de recomendaciones
proviene del hecho de que la persona con Autismo tiene poca intuición y poco
conocimiento de sí misma.
* Área de juego,
* La motricidad y la socialización.
Acompañamiento Terapéutico: "Un puente entre el niño que no juega y aquel que puede
jugar"
El acompañante terapéutico (A.T.) que trabaja con niños debe poseer conocimientos de la
importancia del juego, porque en muchas oportunidades el niño con dificultades
demandará que el A.T. lo ayude a construir un juego que alivie sus conflictos, sus culpas,
sus miedos; le pedirá que lo acompañe a cruzar aquel puente entre su mundo interno, a
veces precario o fragmentado, y la realidad que el niño se ve incapaz de sostener, de
articular y vivir.
¿Será la función del A.T. proponer un juego que aliviane los conflictos del niño? El A.T.
podrá sostener y guiar saludablemente el juego del niño. Podrá construir junto al niño
soluciones creativas o reconstruir juegos que el pequeño solicite reparar. Podrá brindar
alternativas y esperar que el niño construya su contenido. El A.T. tendrá siempre en
cuenta ser cuidadoso y no invadir al niño con su propio juego.
Es interesante pensar la eficacia que adquiere la intervención del A.T. en este puente,
donde el juego surge como una de las posibilidades que rescatan al niño de lo traumático.
Kleber Barreto (2005) nos dice: “Intervención a través de la cual se consigue algún
cambio, pero que se aprovecha teniendo en cuenta el repertorio ofrecido por el propio
paciente... Se respeta su juego y se busca intervenir a partir de estos elementos... No
existe nada más traumático e invasivo que el rompimiento del juego, lo que implica una
ruptura de la capacidad simbólica del sujeto, en caso de que ésta no esté lo
suficientemente establecida”.
El A.T. funcionará como un puente que le posibilite al niño transitar desde su padecimiento
a su bienestar y donde “al acompañar se cree un vínculo con el paciente... Un espacio
entre la desolación y la esperanza, entre la desconexión y la pertinencia, entre el silencio
estratégico y la palabra orientadora... Transicional, además, porque funda un espacio
temporal entre lo que hubo y lo porvenir, donde un futuro puede ser concebido como
posible...”. Kuras y Resniky (2000).
Ahora bien, ¿qué sucede cuando el niño se encuentra inhibido para jugar? ¿Es posible
prestarse como puente transicional, cuando este puente es frágil e imposible de transitar?
Cuando el área transicional no existe, el mundo interior del niño, donde habitan sus
conflictos más desconocidos, y la realidad cotidiana compartida se encuentran disociados,
ignorantes uno del otro. Aquí acontece la patología, la enfermedad y el padecimiento del
pequeño. La intensidad de cada patología dependerá del grado de disociación entre el
mundo interno y externo. El A.T. debe habilitar un espacio de confianza para que el niño
se anime a cruzar este puente que va de su solitario mundo interno a la realidad subjetiva
y compartida. Será entonces función del A.T. primero construir un vínculo que rescate al
niño de la pasividad y perplejidad, pero no con una modalidad invasiva, sino con aquella
modalidad que le permita al niño identificarse con la propuesta del A.T., porque sólo así el
acompañado sentirá que en esa propuesta hay algo de su deseo que lo moviliza a seguir
transitado.
En los casos donde el niño no juega por inhibición, es importante saber que el proceso
empático, que debe suceder para que la cura avance, es a veces vacío de simbolismos,
de palabras, de miradas y que ese vacío es parte de lo que el niño padece, porque no
encuentra nada allí para aferrarse... Vacío que el A.T. no debe llenar, sino saber recrear
para así poder descifrar los estados emocionales del otro y reaccionar frente a ellos en el
intercambio afectivo.
Por lo tanto, para leer el lenguaje tanto corporal como emocional se necesita estar en
contacto con el propio bagaje, para así poder tener una sensibilidad reflexiva ante la
expresión del niño. En niños con patologías graves es importante considerar “la presencia
del A.T.”, donde la mirada y el gesto juegan a ser palabras y acciones, donde el silencio le
posibilita al niño que busque y explore sus sonidos y sensaciones, la espera es la que
viabiliza esta búsqueda, porque el niño, aunque no juegue manifiestamente, sabe que hay
otro dispuesto a dibujar respuestas y a sostener vacíos que hacen que su padecimiento
sea compartido. En estos casos no se puede esperar que el juego surja espontáneamente
como una propuesta del niño, porque no hay posibilidad desde la estructura para que esto
suceda.
La intervención del A.T. será estar atento a cualquier indicio para comenzar a tejer y a
inscribir simbolismos. La mayor parte del tiempo estamos en silencio pero activos con los
gestos, con la miradas y con el cuerpo. Estos indicios, que a veces son sonidos o
primitivos gestos, serán para el analista tan ricos como si este niño pudiera jugar y usar su
cajón de juegos durante su sesión.
El A.T., en esta posición, no propondrá juegos, ni aceptará roles impuestos, sólo estará
allí para acompañar a un sujeto que se encuentra detenido en su maduración más
primitiva.
Winnicott (1962) sostiene que los niños que no juegan, incluyendo primordialmente al
autismo dentro de estas perturbaciones, están siempre al borde de una angustia
impensable, siendo la madre la encargada de mantener esta angustia alejada mediante
su función de sostén; pero cuando esta función falla, aparecerá en el niño como una
sofisticada defensa “el autismo”, que lo protegerá de dicha angustia masiva. Siempre he
tenido la impresión de que el autismo es la manifestación de aquel lactante que durante
sus primeros meses de vida ha padecido demasiado. A causa de una madre “totalmente”
indiferente a sus necesidades básicas, el bebé no ha podido borrar de su cuerpo y de su
psiquis tanto sufrimiento y por ello decide renunciar a ligarse a otro y así es como “se
retira del mundo y elige otro mundo donde su integridad no corra peligro”.
#Un caso clínico Li es un niño autista. Su mirada es selectiva y allí donde el placer
impacta, detiene sus ojos; allí donde el enigma lo satura, rompe sus límites. Comencé
acompañando a este pequeño que por momentos me invadía de vacíos y a la vez de
desafíos. Li tiene cinco años y no habla, se encuentra en permanente ausencia de todo y
sumergido en las misteriosas entrañas de su universo. Uno de esos días de rutina, en los
que salíamos a caminar por el parque, percibo un sonido que el niño emitía con
frecuencia, pero esta vez su intensidad era notable. El sonido era el siguiente: “Uuu...
yyy.. uuu... yyy”. Inmediatamente lo solté de la mano, me detuve y tomé su sonido, pero lo
pinté con un sutil y dosificado simbolismo, comencé a cantar y a bailar diciendo: “Uyy...
Uyy... Uyy”, repitiendo una y otra vez este sonido con distintos ritmos, con distintas voces
y con movimientos. Li, me tomó del bolso, pegándome fuertes tirones para que me bajara
a su altura, tomó mi cara entre sus manos y la presionó fuerte apoyando sus ojos en mi
boca y en seguida se dispersó.
Es importante considerar al juego como un dispositivo clínico para el trabajo del A.T. con
niños. El juego como manifestación de la conducta humana tiene un proceso evolutivo
que comienza con juegos funcionales para luego pasar a los de ficción o simbólicos y, por
último, al juego reglado. Dentro de cada una de estas etapas lúdicas habrá indicadores
que darán cuenta de aspectos evolutivos fundamentales tales como: la estructuración del
esquema corporal, el dominio del espacio y la configuración del tiempo que le dará al niño
la noción de continuidad. También los juegos aportarán a la esfera psicosocial tanto el
desarrollo de la autonomía como el equilibrio emocional.
Pensar, entonces, al A.T. como un “acompañante lúdico” sería más que pertinente, porque
si éste tiene los conocimientos de cada una de estas etapas del juego, podrá, mediante
sutiles disparadores, posibilitar la evolución del mismo.
¿El A.T. tendrá la función de hacer jugar al niño para que éste evolucione
saludablemente? El niño sólo se atreverá a jugar en presencia del A.T. o con el A.T. si
anteriormente se ha establecido un vínculo de confianza. El niño no juega con cualquiera,
sino sólo con aquellos que le simpatizan. El A.T. no deberá hacer jugar al niño sino que
tendrá que jugar “con” el niño y sostener su deseo lúdico, acompañarlo en la búsqueda y
desarrollo de su propia imaginación y creatividad, elementos fundamentales para que
cualquier juego emerja. Winnicott nos dice que estos elementos están presentes desde
muy temprano en el bebé, ya que éste es desde el comienzo un gran creador, por su
capacidad de crear el pecho materno en ausencia de ésta.
Ahora bien, ¿qué sucede con aquellos niños que no juegan y cuál será la función del
A.T.? Los niños que tienen dificultades para jugar, según el psicoanálisis, son niños con
patologías graves. Lo que sucede es una inhibición en el campo de la creatividad y la
imaginación, estos elementos aquí no se encuentran o se hallan detenidos. Por esta
razón observaremos características especiales en estos niños como: la desorganización y
falta de complejidad en cualquier emprendimiento lúdico, la ausencia de secuencias, falta
de continuidad, manifestaciones fragmentadas e ilógicas o ausencia total de iniciativa. El
A.T., al detectar estos indicadores o algunos de ellos, sabrá que es él mismo la
herramienta lúdica, que deberá prestarse él como una posibilidad de juego, rescatando
del niño aquellos indicios de placer para darle un sonido, un ritmo, un color o un
movimiento. Sólo así el niño confiará en que fuera de él y en el “otro” hay algo de su
mundo, de su placer, de su persona que lo motive a confiar y a vincularse.
Discapacidad y Familia
La familia que tiene un hijo con discapacidad afronta una crisis movilizada a partir del
momento de la sospecha y posterior confirmación del diagnóstico. Enfrentar esta crisis
para la familia representa tanto la oportunidad de crecimiento, madurez y fortalecimiento,
como el peligro de trastornos o desviaciones en alguno de sus miembros o a nivel
vincular. En este sentido, es un momento decisivo y crítico donde los riesgos son altos y
donde el peligro para el surgimiento de trastornos psíquicos y la oportunidad de
fortalecimiento, coexisten.
La discapacidad del hijo produce, generalmente, un gran impacto en el plano de la pareja
conyugal. Muchas parejas salen fortalecidas, el niño con discapacidad los une; para otras,
la situación es promotora de malestar y ruptura vincular. Un factor de gran influencia es la
existencia, o no, de conflictos previos a nivel de la pareja. Los conflictos previos pueden
traer mayores dificultades en la adaptación a la situación. Esos conflictos pueden
agravarse o bien la situación sirve de telón o excusa que encubre esa relación afectada
anteriormente
Otras parejas con un funcionamiento previo sin conflictos pueden comenzar a mostrar
signos de trastornos a partir de la crisis del diagnóstico y ante una inadecuada
elaboración. Generalmente la pareja no llega a la consulta con una demanda de atención
para ella sino por alguna conducta que les preocupa del hijo con discapacidad, o de
alguno de los otros hijos.
Se entiende que hay tantos autismos como personas con esa condición, ya que los
síntomas se manifiestan de diferentes formas en cada persona. Por este motivo a finales
de los años 90 Ángel Riviere planteó el autismo dentro de una especie de arcoiris, es
decir espectro y observó que se podía interpretar en distintos pilares que van de muy
leves a muy severos en:
1. relaciones sociales
2. interacción y comunicación
3. flexibilidad
4. simbolización
Entonces podemos observar personas con autismo que tienen poca o no se relacionan
socialmente hasta personas que tienen muchísimo interés social pero no tienen las
habilidades necesarias para poder formar relaciones estables en el contexto. También
personas con autismo con cero comunicación verbal que no poseen lenguaje y personas
con autismo que utilizan en promedio mayor cantidad de palabras que nosotros.
Personas con autismo que son inflexibles, es decir que deben ejecutar siempre la misma
rutina como por ejemplo hacer el mismo recorrido siempre, el mismo camino, saludar a las
mismas personas porque de no ser así se les derrumbaría su mundo interno y les
generaría una posible crisis. Y también podemos encontrar personas con autismo que
son muy flexibles, que un cambio no les generaría en absoluto ningún tipo de crisis.
Hay quienes presentan muchísimos inconvenientes en simbolizar no comprendiendo la
utilidad por ejemplo de un vaso, un buzo, etc, y a su vez hay quienes que en la adultez
manejan algoritmos que nosotros no podríamos comprender; en ese espectro de
posibilidades es que se manifiestan los síntomas del autismo.
Hoy día se suma otro pilar como lo es el de lo sensorial, manifestándose de forma
hiposensibles o en forma hipersensibles, presentando dificultades para procesar la
información sensorial del entorno, como ser luces, sabores, sonidos, texturas y olores;
respondiendo hiperresponsivamente es decir de manera sobredimensionada a los mismos
o bien siendo hiporresponsivos al estímulo vestibular: dificultad para regular el nivel de
actividad, problemas para mantener la atención, conductas de auto-estimulación y
autoagresión son signos de problemas en el procesamiento sensorial.
Cuando el SNC (sistema nervioso central) no es capaz de interpretar y organizar
adecuadamente la información que captan los distintos órganos sensoriales, se habla de
que la persona presenta un trastorno del procesamiento sensorial TPS o una disfunción
de la integración sensorial DIS.
Como AT, debemos tener en cuenta respecto a mitos y estigmas que se generan ideas
erróneas en torno a las personas con autismo, como ser que viven en su mundo y por eso
se aíslan, que no sienten y no ven la realidad tal cual la vemos nosotros, entonces hay
que remarcar que las personas con autismo sí les gusta estar con otras personas, que sí
son capaces de expresar sus sentimientos y tienen las mismas necesidades de
relacionarse con pares como todos nosotros.
Tener en cuenta a la hora de interactuar:
conectar con sus intereses y demostrar interés en ellos
hablar claro y simple
permitirle que tengan más tiempo para procesar la información
comprender que los silencios no son algo personal para con nosotros
no excluirlos
utilizar juguetes, imágenes, fotos y/o videos de su interés en las charlas, juegos y
actividades
siempre menos es más, comenzar por lo más simple para crear experiencias
positivas, como ser juegos sonsoriomotores (cosquillas, elevarlos, darles giros, etc)
obviamente conocer de sus intereses para saber lo que sí y lo que no
Empatía + paciencia + perseverancia = vínculos fuertes abren puertas, vínculos débiles
las cierran.
Berrinche debe ser entendido como un aspecto puramente conductual, donde el niño
desea algo y al no conseguirlo no controla sus emociones estallando.
Crisis suele darse ante una situación de saturación, sea esta de tipo sensorial o
emocional. En el caso de que éstas sean de carácter sensorial pueden llegar a
desencadenar en autoagresión, cuando sencillamente ya no soporta más explota.
En lo referido a la gestión emocional, la frustración y la ansiedad son los 2 grandes
enemigos del niño con autismo.
Es muy importante por lo tanto trabajar en el reconocimiento de las emociones, este
aspecto nos ayudará a evitar que se llegue a situaciones explosivas.
1. Actuar con calma y consolar a la persona ya que necesita relajarse y debemos
responder con paciencia
2. Ofrecerle un abrazo, ya que ejerce una presión profunda que los hace sentir más
seguros, pero no obligarlos en caso de no acceder
3. Retirarse a un lugar más tranquilo, si es posible el aire libre o bien permitirle
aislarse, la duración de reponerse dependerá de la profundidad de la angustia
4. Distinguir entre crisis y berrinches
Prestar atención siempre al lenguaje corporal, generalmente se verá estresado o inquieto
antes de manifestar la crisis o el berrinche, por eso es necesario conocerlo para poder
interpretar las señales que está emitiendo.
Retirarlos de situaciones estresantes, a veces pueden estar preparados para ciertas
situaciones pero no para otras.
No culparlos por las crisis, no gritarles, ni señalarlos con un dedo por portarse mal, ya que
estaríamos avergonzándolo.