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El Hijo redime
El Hijo de Dios, ya Encarnado, redime, es decir, compra la Iglesia, rescatándola de la
esclavitud del pecado y del demonio, al precio de Su propia sangre (Jn. 10:11; Hech. 20:28;
Rom. 5:8-10; Gál. 2:20; Col. 1:13-14).
Siendo el «único Mediador entre Dios y los hombres» (1.ª Tim. 2:5), Cristo es el puente
tendido por Dios para nuestra salvación (Jn. 3:16). El hace de puente, o sea, es nuestro
«Pontífice» o «Sumo Sacerdote» (Heb. 4:15), único capaz de tornar a Dios propicio para
nosotros (Heb. 7:26-27; 9:11-15; 10:12-21; 1.º Jn. 2:2). Sólo por El se va al Padre (Jn. 14:6).
El es «la puerta» (Jn. 10:7-9). Cristo es siempre la única puerta que permite a los pastores
el acceso a Cristo y a las ovejas, y la única puerta que permite a las ovejas el acceso al
Padre y a los bienes salvíficos. Cristo es la puerta de cada persona salva y de la misma
Iglesia, pues es por fe en Él («recibieron la palabra» —Hechos 2:41—), y por la expresión
simbólica de dicha fe por el Bautismo, como el Espíritu añade cada día a la Iglesia a los que
son salvos. Triste cosa es que algunas iglesias lleguen a tal estado de postración (por
negligencia o autosuficiencia —cf. Apoc. 3:14-19—) que el propio Señor de la Iglesia, que
es también su Puerta, se quede fuera —«a la puerta» (Apoc. 3:20)—, ignorado, desdeñado
o desobedecido. Sin embargo, por triste que sea tal condición, Cristo sigue llamando y
ofreciendo su banquete nupcial; siempre hay motivo de esperanza, gracias a Aquél que no
quebranta la caña rajada, ni extingue totalmente el pábilo que humea.
Por tanto, la Iglesia no es la puerta. Si mantenemos el concepto bíblico de «iglesia» como
congregación de los creyentes, es evidente que tal iglesia no puede ser la puerta del redil,
por ser ella misma el rebaño de los congregados. Es un concepto introducido por la Iglesia
de Roma el que una estructura jerárquica sea la puerta de la salvación, mediante el poder
sacramental. Dice Möhler: «Primero es la iglesia visible; después la invisible; la primera
engendra a la segunda» (¿la organización madre del organismo?). Pero Hech. 2:47 nos
dice que es el Señor, no la jerarquía de una iglesia, quien añade a esa misma Iglesia a los
salvos.
A) Sólo al hablar de la fundación de la Iglesia usó Cristo el posesivo «mi» (Mat. 16:18).
Y con razón, porque Cristo es el Salvador, y la Iglesia consta de salvos, lo cual no
ocurre con la familia ni con el Estado. En otras palabras, la Iglesia pertenece a la
esfera de lo sobrenatural, siendo la comunidad de los que han nacido de arriba; por
tanto, los no regenerados no son de la Iglesia (1.º Jn. 2:19), mientras que la familia y
el Estado pertenecen a la esfera de lo natural y, por ello, son sociedades abiertas a
todos, aunque los cristianos son exhortados en el Nuevo Testamento a formar
familias cristianas y a ser los mejores ciudadanos.
B) La familia y el Estado son sociedades a las que se pertenece por necesidad. Uno se
hace miembro de una familia humana por nacimiento, hereditariamente. De la
misma manera, uno nace en un territorio definido y se convierte en miembro de un
Estado antes de quererlo libremente. Por el contrario, la pertenencia a la Iglesia es
voluntaria, puesto que la membresía respecto de la iglesia es consecuencia de la
regeneración espiritual, la cual no se opera por herencia ni por un certificado de
nacimiento, sino por la recepción interior, consciente y voluntaria, de Cristo y de Su
Evangelio, aunque dicha recepción sea efecto de la operación libre y eficaz del
Espíritu Santo. El que la fe sea un don de Dios no es obstáculo para que sea
también un acto consciente y voluntario del hombre.
C) Hay también razones internas esenciales para convencernos de que la Iglesia es
una sociedad de fundación específicamente divina: a) la Iglesia, como congregación
de cristianos, es una sociedad religiosa, es decir, un conjunto re-ligado a Dios.
Ahora bien, sólo Dios puede tomar la iniciativa de vincular consigo al hombre en la
esfera espiritual, de la que Dios tiene la exclusiva. b) La iglesia local es la concreción
espacio-temporal del Cuerpo de Cristo; por tanto, todo su ser y todo su haber le
vienen de su Cabeza que es Cristo. c) La Iglesia es llamada «Iglesia de Cristo»,
«Iglesia de Dios» (Mat. 16:18; 18:17-20; Hechos 20:28; Rom. 16:16; 1.ª Cor. 1:2;
10:32; 11:22; 2.ª Corintios 1:1; Gál. 1:13; 1.ª Tim. 3:5, 15), porque Dios es su
Fundador, su Soberano, su Salvador y su Juez.