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EL FUNDADOR DE LA IGLESIA

La Iglesia es una sociedad de fundación divina

La gran mayoría de las organizaciones que existen en el mundo, incluyendo muchas


sociedades religiosas, deben su origen a personas humanas, pero la Iglesia ha sido
fundada por Dios mismo. La palabra «iglesia» indica ya un llamamiento por parte de Dios
para salir de la perversidad del mundo. Esta fundación de la Iglesia se remonta, en los
designios divinos, a la misma eternidad, ya que Ef. 1:4-5 nos asegura que Dios nos escogió
«antes de la fundación del mundo»; y no precisamente como se escoge a individuos
aislados, sino como «miembros de la familia de Dios» (Ef. 2:19).
La Iglesia, como ya dijimos en la lección 3.ª, implica una segregación, la cual se apunta ya
en Génesis 3:15, donde Dios pone enemistades entre lo diabólico y lo divino, marcando así
la frontera entre el mundo y la iglesia. Siglos después, cuando la corrupción humana ha
difuminado esa frontera, Dios envía el Diluvio y se reserva un remanente en Noé y los
suyos (Gén. caps. 6 y 7). Más tarde hace lo mismo con Abraham (Gén. 17). Después con
Jacob (Gén. 28:10-22). Finalmente, la Trinidad toda interviene explícitamente en la
fundación de la Iglesia de Cristo.

El Padre elige y llama


Yahveh (Dios-Padre), para quien Israel era «Su Elegido» (Is. 45:4), elige, sella y envía a Su
Hijo Jesucristo (Jn. 3:16; 6:27; 10:36) y, en El, elige, sella y llama a Sus escogidos (Ef. 1:3-
6, 13; 1.ª Ped. 1:2) para formar la Iglesia. Esto lo hace por amor, «según el puro afecto de
Su voluntad» (Ef. 1:5), a Sus predestinados, es decir, «a los que conforme a Su propósito
son llamados...» (Rom. 8:28-30). Por eso, la Iglesia es «linaje escogido..., pueblo adquirido
por Dios» (1.ª Ped. 2:9).

El Hijo redime
El Hijo de Dios, ya Encarnado, redime, es decir, compra la Iglesia, rescatándola de la
esclavitud del pecado y del demonio, al precio de Su propia sangre (Jn. 10:11; Hech. 20:28;
Rom. 5:8-10; Gál. 2:20; Col. 1:13-14).

Siendo el «único Mediador entre Dios y los hombres» (1.ª Tim. 2:5), Cristo es el puente
tendido por Dios para nuestra salvación (Jn. 3:16). El hace de puente, o sea, es nuestro
«Pontífice» o «Sumo Sacerdote» (Heb. 4:15), único capaz de tornar a Dios propicio para
nosotros (Heb. 7:26-27; 9:11-15; 10:12-21; 1.º Jn. 2:2). Sólo por El se va al Padre (Jn. 14:6).
El es «la puerta» (Jn. 10:7-9). Cristo es siempre la única puerta que permite a los pastores
el acceso a Cristo y a las ovejas, y la única puerta que permite a las ovejas el acceso al
Padre y a los bienes salvíficos. Cristo es la puerta de cada persona salva y de la misma
Iglesia, pues es por fe en Él («recibieron la palabra» —Hechos 2:41—), y por la expresión
simbólica de dicha fe por el Bautismo, como el Espíritu añade cada día a la Iglesia a los que
son salvos. Triste cosa es que algunas iglesias lleguen a tal estado de postración (por
negligencia o autosuficiencia —cf. Apoc. 3:14-19—) que el propio Señor de la Iglesia, que
es también su Puerta, se quede fuera —«a la puerta» (Apoc. 3:20)—, ignorado, desdeñado
o desobedecido. Sin embargo, por triste que sea tal condición, Cristo sigue llamando y
ofreciendo su banquete nupcial; siempre hay motivo de esperanza, gracias a Aquél que no
quebranta la caña rajada, ni extingue totalmente el pábilo que humea.
Por tanto, la Iglesia no es la puerta. Si mantenemos el concepto bíblico de «iglesia» como
congregación de los creyentes, es evidente que tal iglesia no puede ser la puerta del redil,
por ser ella misma el rebaño de los congregados. Es un concepto introducido por la Iglesia
de Roma el que una estructura jerárquica sea la puerta de la salvación, mediante el poder
sacramental. Dice Möhler: «Primero es la iglesia visible; después la invisible; la primera
engendra a la segunda» (¿la organización madre del organismo?). Pero Hech. 2:47 nos
dice que es el Señor, no la jerarquía de una iglesia, quien añade a esa misma Iglesia a los
salvos.

El Espíritu regenera y abre la puerta


El Espíritu Santo infunde la vida, el movimiento y la unidad en la Iglesia. El, por medio del
«nuevo nacimiento», nos da la vida espiritual en Cristo (Jn. 3:3, 5-8; Ef. 2:1); con la vida, la
atracción en Cristo al Padre (Jn. 6:44); con la atracción, la fe (Ef. 2:8; Filip. 1:29); con la fe,
el conocimiento de las cosas espirituales (1.ª Cor. 2:10-14; 12:3). Fue el Espíritu quien con
su operación sobre los reunidos en el Aposento Alto (Hech. 2:33), y sobre los corazones de
quienes oían a los apóstoles (Hech. 2:38; 16:14), añadía a la Iglesia a los creyentes (Hech.
2:41, 47). El preserva la unidad de la Iglesia y reparte los varios dones (1.ª Corintios 12:4;
Ef. 4:3-4, 7).

Estas realidades grandiosas nos deben llenar de asombro, de gratitud, de adoración, de


afán de servicio y de celo misionero. ¿Cómo puede permanecer frío e inactivo quien se
percata de haber sido objeto de tan gran amor por parte de Dios Padre, de tan gran
sacrificio por parte de Dios Hijo y de tan exquisito cuidado por parte de Dios Espíritu Santo?
¡Hemos de considerarnos siempre como perdonados para perdonar y servir, como salvos
para ser santos! (cf. Ef. 1:4).

Diferencias entre la fundación de la Iglesia y la de otras sociedades.


La Iglesia no es la única sociedad fundada por Dios. Dios fundó también la familia (Gén.
2:18-24) y el Estado (Rom. 13:1). Pero hay notables diferencias entre estas dos últimas
sociedades y la Iglesia:

A) Sólo al hablar de la fundación de la Iglesia usó Cristo el posesivo «mi» (Mat. 16:18).
Y con razón, porque Cristo es el Salvador, y la Iglesia consta de salvos, lo cual no
ocurre con la familia ni con el Estado. En otras palabras, la Iglesia pertenece a la
esfera de lo sobrenatural, siendo la comunidad de los que han nacido de arriba; por
tanto, los no regenerados no son de la Iglesia (1.º Jn. 2:19), mientras que la familia y
el Estado pertenecen a la esfera de lo natural y, por ello, son sociedades abiertas a
todos, aunque los cristianos son exhortados en el Nuevo Testamento a formar
familias cristianas y a ser los mejores ciudadanos.
B) La familia y el Estado son sociedades a las que se pertenece por necesidad. Uno se
hace miembro de una familia humana por nacimiento, hereditariamente. De la
misma manera, uno nace en un territorio definido y se convierte en miembro de un
Estado antes de quererlo libremente. Por el contrario, la pertenencia a la Iglesia es
voluntaria, puesto que la membresía respecto de la iglesia es consecuencia de la
regeneración espiritual, la cual no se opera por herencia ni por un certificado de
nacimiento, sino por la recepción interior, consciente y voluntaria, de Cristo y de Su
Evangelio, aunque dicha recepción sea efecto de la operación libre y eficaz del
Espíritu Santo. El que la fe sea un don de Dios no es obstáculo para que sea
también un acto consciente y voluntario del hombre.
C) Hay también razones internas esenciales para convencernos de que la Iglesia es
una sociedad de fundación específicamente divina: a) la Iglesia, como congregación
de cristianos, es una sociedad religiosa, es decir, un conjunto re-ligado a Dios.
Ahora bien, sólo Dios puede tomar la iniciativa de vincular consigo al hombre en la
esfera espiritual, de la que Dios tiene la exclusiva. b) La iglesia local es la concreción
espacio-temporal del Cuerpo de Cristo; por tanto, todo su ser y todo su haber le
vienen de su Cabeza que es Cristo. c) La Iglesia es llamada «Iglesia de Cristo»,
«Iglesia de Dios» (Mat. 16:18; 18:17-20; Hechos 20:28; Rom. 16:16; 1.ª Cor. 1:2;
10:32; 11:22; 2.ª Corintios 1:1; Gál. 1:13; 1.ª Tim. 3:5, 15), porque Dios es su
Fundador, su Soberano, su Salvador y su Juez.

Tarea: Resuelve el cuestionario


1. ¿Por qué decimos que la Iglesia es una sociedad de fundación divina?
 La palabra «iglesia» indica ya un llamamiento por parte de Dios para salir de
la perversidad del mundo. Esta fundación de la Iglesia se remonta, en los
designios divinos, a la misma eternidad, ya que Ef. 1:4-5 nos asegura que
Dios nos escogió «antes de la fundación del mundo»; y no precisamente
como se escoge a individuos aislados, sino como «miembros de la familia de
Dios» (Ef. 2:19).
2. ¿Qué papel corresponde a cada una de las Personas de la Deidad en la
fundación de la Iglesia?
 El Padre elige y llama Yahveh (Dios-Padre), para quien Israel era «Su
Elegido» (Is. 45:4), elige, sella y envía a Su Hijo Jesucristo (Jn. 3:16; 6:27;
10:36) y, en El, elige, sella y llama a Sus escogidos (Ef. 1:3-6, 13; 1. ª Ped.
1:2) para formar la Iglesia.
 El Hijo redime El Hijo de Dios, ya Encarnado, redime, es decir, compra la
Iglesia, rescatándola de la esclavitud del pecado y del demonio, al precio de
Su propia sangre (Jn. 10:11; Hech. 20:28; Rom. 5:8-10; Gál. 2:20; Col. 1:13-
14).
 El Espíritu regenera y abre la puerta El Espíritu Santo infunde la vida, el
movimiento y la unidad en la Iglesia. El, por medio del «nuevo nacimiento»,
nos da la vida espiritual en Cristo (Jn. 3:3, 5-8; Ef. 2:1); con la vida, la
atracción en Cristo al Padre (Jn. 6:44); con la atracción, la fe (Ef. 2:8; Filip.
1:29); con la fe, el conocimiento de las cosas espirituales (1. ª Cor. 2:10-14;
12:3).
3. ¿Qué diferencias hay entre la fundación de la Iglesia y la de otras sociedades
fundadas por Dios?
 Sólo al hablar de la fundación de la Iglesia usó Cristo el posesivo «mi» (Mat.
16:18). Y con razón, porque Cristo es el Salvador, y la Iglesia consta de
salvos, lo cual no ocurre con la familia ni con el Estado. En otras palabras, la
Iglesia pertenece a la esfera de lo sobrenatural, siendo la comunidad de los
que han nacido de arriba; por tanto, los no regenerados no son de la Iglesia
(1. º Jn. 2:19), mientras que la familia y el Estado pertenecen a la esfera de
lo natural.
 La familia y el Estado son sociedades a las que se pertenece por necesidad.
Uno se hace miembro de una familia humana por nacimiento,
hereditariamente. De la misma manera, uno nace en un territorio definido y
se convierte en miembro de un Estado antes de quererlo libremente. Por el
contrario, la pertenencia a la Iglesia es voluntaria, puesto que la membresía
respecto de la iglesia es consecuencia de la regeneración espiritual, la cual
no se opera por herencia ni por un certificado de nacimiento, sino por la
recepción interior, consciente y voluntaria, de Cristo y de Su Evangelio,
aunque dicha recepción sea efecto de la operación libre y eficaz del Espíritu
Santo.

4. ¿Quién es el que añade nuevos miembros a la Iglesia?


 Hech. 2:47 nos dice que es el Señor, no la jerarquía de una iglesia, quien
añade a esa misma Iglesia a los salvos.

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