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LA IGLESIA - PRELIMINARES

La iglesia es una de las realidades más fundamentales de la fe cristiana. A la doctrina de la


iglesia frecuentemente se la llama eclesiología.
1. La Escritura
La Escritura presenta a la iglesia como el pueblo de Dios, la comunidad y el cuerpo de Cristo,
y la comunión del Espíritu Santo.
a. El pueblo de Dios. Pedro aplica a la iglesia neotestamentaria términos que se usaron en
el AT para referirse al pueblo de Dios (1 Ped. 2:9). La palabra bíblica “iglesia” (en griego
ekklesia, en hebreo qahal) significa “asamblea”. Describe la asamblea con la cual se hizo el
pacto en el Monte Sinaí (Deut. 9:10; 10:4; LXX Deut. 4:10). Más tarde, Israel se reunió
delante de Dios para la renovación del pacto (v.gr. Deut. 29:1; Jos. 8:35; Neh. 5:12), y en
las fiestas (Lev. 23). Los profetas prometieron que mucha gente acudiría a la fiesta del Señor
en los últimos días (Isa. 2:2; Zac. 14:16). Cristo vino para reunir la asamblea de Dios (Mat.
9:36; 12:30; 16:18), anunciando que la fiesta está preparada (Luc. 14:17). Cristo cumplió la
fiesta de la Pascua por medio de su muerte y resurrección, y envió el Espíritu Santo a los
discípulos reunidos en la fiesta de Pentecostés (Hech. 2). A medida que los cristianos se
reúnen para adorar, no se reúnen en Sinaí, sino en Sion celestial, la asamblea festiva de los
santos y los ángeles, donde está Jesús (Heb. 12:18–29). Esta asamblea celestial define la
iglesia.
La iglesia es también la morada de Dios. El simbolismo de Dios morando entre su pueblo
en su tabernáculo se cumple en Jesucristo, primero en el tabernáculo de su carne (Juan
1:14; 2:19, 20), luego en su Espíritu. La iglesia, como el cristiano, es un templo de Dios (1
Cor. 3:16, 17; 6:19; 2 Cor. 6:16).
La elección que Dios hizo para que Israel fuera su pueblo proviene de su llamado a
Abraham. Expresó el libre amor de Dios al llamar a Israel a ser su hijo (Deut. 7:7, 8) y
también el propósito de Dios de que en Abraham serían bendecidas todas las naciones
(Gén. 12:1–3). Cuando el rompimiento del pacto de parte de Israel trajo juicio y exilio, Dios
prometió salvar a un remanente y renovar también un remanente de las naciones (Isa.
19:24 sig.; 45:20; 66:18–23; Jer. 48:47). Las bendiciones del nuevo pacto podrían venir
solamente con la venida de Dios mismo (Isa. 40:3–11; Sof. 3:17–20; Zac. 12:8; Isa. 59:17;
Eze. 34:11–16). Su venida es la misma que la venida del Mesías, el Señor y el siervo del
pacto (Sal. 110; Isa. 9:6 sig.; 53).
b. La comunidad mesiánica. Estas promesas se cumplen en la venida de Cristo el Señor
(Luc. 2:11) quien demuestra su autoridad divina por medio de sus milagros, proclama con
su propia presencia la venida del reino* salvador de Dios (Luc. 4:21; 11:20; 12:32), y triunfa
sobre el pecado y Satanás por su crucifixión y resurrección. A aquellos que rechazan su
demanda, Jesús anuncia que el reino les será quitado y dado a un nuevo pueblo de Dios
(Mat. 21:43). Junta a sus discípulos como el rebaño del remanente que recibirá el reino
(Luc. 12:32). Al confesar Simón Pedro que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, se le declara la
roca apostólica* sobre la cual Cristo edificará su iglesia (Mat. 16:18). Pedro comparte las

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llaves del reino con los otros discípulos (Mat. 18:18), pero es Cristo quien forma su
asamblea como el nuevo pueblo de Dios. Su palabra es la ley de la iglesia (Heb. 1:1; 2:3, 4;
Mat. 28:20; Juan 14:26; 16:13, 14; 1 Cor. 14:37); su Espíritu da vida a la iglesia (Juan 14:16–
18; Rom. 8:9). Como gobernador del universo y Señor de la iglesia, envía a los discípulos a
juntar las naciones (Mat. 28:19). Su reinado salvador constituye, gobierna y protege a la
iglesia como la comunidad del reino. En dispersión como el antiguo Israel (1 Ped. 1:1), el
nuevo pueblo de Dios debe respetar los gobiernos de las tierras donde residen (Jer. 29:7; 1
Tim. 2:1, 2). El poder de la espada, otorgado por Dios a los gobiernos, no ha de ejercerse
para implantar el reino de Dios, sino únicamente para mantener orden mientras se demora
el juicio de Dios y su reino de gracia se extiende (Juan 18:36; Rom. 13:1–7).
c. El cuerpo de Cristo. Pablo describe la iglesia como el cuerpo de Cristo* debido a su unión
con él (Ef. 1:22, 23). Esta es, en primer lugar, una unión representativa. Cristo, el último
Adán,* es la cabeza de una nueva humanidad. Cuando Cristo murió, los que están “en
Cristo” murieron con él. El cuerpo de Cristo en la cruz es, por tanto, el cuerpo en que la
iglesia está unida y redimida (Ef. 2:16). El único pan de la Cena de la comunión simboliza la
unión de la iglesia con el cuerpo roto del Señor. También la iglesia está unida vitalmente
con Cristo (Rom. 8:9–11; Juan 14:16–18). Pablo usa la figura del cuerpo para describir la
interdependencia de los cristianos como miembros de Cristo y los unos de los otros. Cristo
está unido a su cuerpo, la iglesia, como un esposo a su esposa. El es la cabeza, no como
parte del cuerpo, sino, en una figura distinta, como Señor sobre el cuerpo (Ef. 1:22, 23; cf.
Col. 2:10; 1 Cor. 11:3; 12:21).
d. La comunión del Espíritu. La venida del Espíritu Santo* en Pentecostés cumple la
promesa del Padre y de Cristo (Juan 14:18; Hech. 1:4). El Espíritu posee a la iglesia en un
señorío divino. Como el Espíritu de verdad, él completa la revelación de la Escritura e
ilumina a la iglesia (Juan 16:12–14). Como el Espíritu de testimonio, dirige a la iglesia en su
misión (Hech. 5:32; 13:2). Como el Espíritu de vida, libera a la iglesia del pecado, la muerte
y la condenación de la ley (Rom. 5–8; Gál. 4; 2 Cor. 3:17). Crea una comunión* santa en los
lazos del amor (Gál. 5:22). Provee un anticipo de gloria como el Espíritu de adopción, pero
fortifica a la iglesia para el sufrimiento (Rom. 8:14–17). La iglesia también posee el Espíritu.
Los dones* del Espíritu capacitan a la iglesia para alabar a Dios, nutrir a los santos y testificar
al mundo. La mayordomía* de los diferentes dones no divide; une a la iglesia como un
organismo que funciona.

2. Definición
a. Distinguir los aspectos de la iglesia. ¿Cómo puede aplicarse esta enseñanza bíblica? Hay
organizaciones que falsamente han pretendido ser la iglesia, así como iglesias que se han
vuelto apóstatas. Es necesario distinguir la iglesia verdadera y entender su naturaleza y
ministerio.
La iglesia puede definirse como la ve Dios, la llamada “iglesia invisible”. Está compuesta de
todos aquellos cuyos nombres están en el libro de vida del Cordero (Apoc. 21:27). La “iglesia
visible”, por otro lado, es la iglesia como la vemos nosotros, la familia de creyentes. Esta
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distinción nos evita comparar los miembros de la iglesia visible con la salvación o, por otro
lado, descuidar la identificación pública con el pueblo de Dios.
La iglesia puede definirse como local, de manera que solamente la iglesia local es propiamente
la iglesia, y las reuniones más amplias sólo pueden ser asociaciones de iglesias o de cristianos.
Por otro lado, la iglesia puede definirse como universal, de manera que la iglesia local es
solamente una porción de la iglesia, una parte del todo. Parece que ninguna de estas posturas
exclusivistas toma en cuenta la flexibilidad del uso neotestamentario; se aplica el término
tanto a iglesias en las casas o las ciudades como a todo el pueblo de Dios (1 Cor. 16:19; Col.
4:15, 16).
La iglesia puede conceptuarse también como un organismo, en que cada miembro funciona y
se asocia con los otros miembros, y también como una organización, en la que se ejercitan los
diferentes dones del Espíritu.
b. Definir los atributos de la iglesia. El Credo* Niceno confiesa “una santa iglesia católica y
apostólica”.1 La apostolicidad de la iglesia se refiere a su establecimiento sobre la enseñanza
de los apóstoles. La iglesia se edifica sobre el fundamento de los apóstoles* y los profetas (Ef.
2:20), como receptores de la revelación (Ef. 3:4, 5). Como los apóstoles fueron testigos
oculares de la resurrección (Hech. 1:22), así como transmisores de la palabra de Cristo (Juan
14:26; 15:26; 16:13), su oficio fundamental no puede continuarse (1 Cor. 15:8), aunque su
tarea misionera sigue vigente.
La santidad de la iglesia cumple el simbolismo de limpieza ceremonial del AT mediante una
pureza moral obrada por el Espíritu (1 Cor. 6:14–7:10). La separación de la incredulidad y el
pecado, unida a la dedicación al servicio de Dios en toda área de la vida, deben caracterizar la
vida corporativa de la iglesia. El amor en el Espíritu vincula a los santos a Dios y los une a los
otros.
La iglesia del NT es católica* o universal: no está limitada geográficamente como lo estuvo
Israel y une en un compañerismo a toda clase de personas. La iglesia no puede excluir de sus
miembros a ninguna persona que confiesa a Cristo de manera creíble. El sectarismo que limita
la integración de la iglesia a cualquier raza, casta, o clase social niega la catolicidad.
La iglesia es la única familia de Dios el Padre (Ef. 4:6); es una en el Señor Jesucristo (Ef. 2:14,
16; 1 Cor. 10:17; Gál. 3:27; Juan 17:20–26) y es un compañerismo en el Espíritu (Ef. 4:3; Hech.
4:32). Cuando la división denominacional amenazaba la iglesia de Corinto, Pablo clamó: “¿Está
dividido Cristo? ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros?” (1 Cor. 1:13). El único cuerpo del
sacrificio de Cristo proporciona salvación en un compañerismo (Ef. 4:3). Los santos están
unidos por las gracias unificadoras del Espíritu (Ef. 4:15, 31, 32; Col. 3:14). Cuando la iglesia
está dividida, está herida y se debilita, pero no necesariamente está destruida. La tarea de
recuperar la unidad escritural requiere un retorno al fundamento apostólico con un ferviente
amor.

1
NO CONFUNDIR CON LA RELIGIÓN CATÓLICA APÓSTOLICA Y ROMANA con cede principal en el Vaticano
(Italia) – Leer el PUNTO C (a continuación)
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c. Las señales de la iglesia como las definió la Reforma protestante no podían encontrarse
en la unidad exterior con la sede papal y su pretensión a la sucesión apostólica, sino que debe
venir de la apostolicidad bíblica. La predicación* pura de la palabra de Dios, la celebración
apropiada de los sacramentos* y el ejercicio fiel de la disciplina* eclesiástica distinguen a la
verdadera iglesia de Cristo.

FUENTE

E. P. Clowney, «IGLESIA», ed. Sinclair B. Ferguson, David F. Wright, y J. I. Packer, trans. Hiram Duffer,
Nuevo diccionario de Teología (El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 2005), 481–484.

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