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¿Cómo se logra la acción colectiva articulada que desafía al status quo? esta
es quizá la pregunta central del liderazgo. Ganz responde que los movimientos
sociales por definición actúan en condiciones muy riesgosas, no solo porque
enfrentarán oposición bien organizada y con muchos recursos, sino también
porque el proyecto está lleno de dudas sobre si van a poder lograrlo y cómo.
Ganz cita al psicólogo Jerome Bruner (Bruner 1986) quien argumenta que
entendemos el mundo de dos maneras. Cuando lo entendemos de forma cognitiva
identificamos patrones, discernimos conexiones, hacemos hipótesis y las ponemos
a prueba; este es el dominio del análisis. Pero también mapeamos el mundo
afectivamente, codificando las experiencias, los objetos y los símbolos como
buenos o malos para nosotros, asustadores o seguros, esperanzadores o
deprimentes y así sucesivamente.
Pero para contestar por qué debemos actuar, por qué es importante, por qué me
importa o por qué debemos arriesgarnos, usamos las narrativas. La pregunta por
qué no se refiere a por qué pensamos que deberíamos actuar, sino a por qué
debemos actuar, haciendo referencia qué nos mueve, cuál es nuestra motivación,
cuáles son nuestros valores (como dijo san Agustín, se trata de ir más allá de
conocer el bien, se trata de llegar a amar el bien).
Ganz cita a Martha Nussbaum, filósofa moral, quien argumenta que en vista de
que experimentamos los valores a través de nuestras emociones, tomar
decisiones morales en ausencia de información emocional es inútil. La gente que
tiene daño en la amígdala, una parte del cerebro primitivo que es central a nuestra
emocionalidad, tiene dificultad para tomar una decisión, puesto que son capaces
de distinguir diferentes opciones, pero no de decidir. Esto sucede porque las
decisiones dependen de nuestros valores y cuando no sentimos emociones no
identificamos nuestros valores orientadores.
El liderazgo requiere entender que mientras que unas emociones inhiben la acción
consciente, otras la facilitan. Ganz cita al politólogo George Marcus quien explica
la relación entre emociones y acción hablando de dos sistemas neurofisiológicos:
el sistema de vigilancia y el de disposición. El sistema de vigilancia compara lo
que esperamos ver con lo que vemos, buscando anomalías que desatan
ansiedad. La ansiedad nos dice: pon atención, ¡hay un oso en la puerta!
La gran pregunta es qué hacemos ante la ansiedad (para decidir qué hacer con el
oso). Nuestro sistema de disposición opera en un continuo de la depresión al
entusiasmo, de la desesperanza a la esperanza. Si experimentamos ansiedad en
un modo de desesperanza, se dispara el miedo, nos retiramos, sentimos rabia o
nos congelamos. Si en cambio nuestro sistema de disposición está en esperanza,
sentimos curiosidad, y eso nos puede llevar a explorar y aprender.
El liderazgo tiene mucho que ver con enganchar a otros a actuar
propositivamente, y esto se logra movilizando los sentimientos que facilitan la
acción para ganarle a los sentimientos que la inhiben. Con frecuencia tenemos
sentimientos encontrados y algunos de esos sentimientos ganan. Frecuentemente
estos sentimientos tienen poco que ver con el presente, más bien son legados de
lecciones emocionales que aprendimos hace mucho tiempo; como cuando éramos
niños y aprendimos que confiar en otros es mala idea, lo que probablemente tuvo
que ver con algún episodio con tus padres pero hoy te impide protestar por una
reducción en tu salario. El valor que alguna gente ve en no molestar a la figura de
autoridad, por su dependencia en ella, entra en conflicto con el valor que confieren
a su sentido de auto-respeto, cuando su jefe hace algo que lo afecta.