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Este recurso fue tomado de la siguiente fuente.

Consuelo Ahumada Beltrán (Consulta: 18/jun/2012): www.


javeriana.edu.co/politicas/fac_prof/documents/Maria.

En el curso de los dos últimos decenios, las condiciones laborales y sociales de


los trabajadores se han deteriorado de manera constante, como resultado de la puesta
en práctica de las políticas derivadas de los planteamientos neoliberales. Los
programas de ajuste fiscal, que se aplican por doquier en
América Latina como eje de los acuerdos con el Fondo
Monetario Internacional, han afectado negativamente la
situación de los sectores laborales. Aunque este deterioro
ha sido más notorio en los países subdesarrollados,
también se ha presentado en las economías más
industrializadas del mundo y ha sido uno de los rasgos
más notorios del proceso conocido en términos generales
como la globalización.
(Consulta: 3/3/2013). http://percho.blogspot.com/2011/04/la-plusvalia.html

En el presente trabajo se analizará la teoría marxista de la plusvalía, con el objeto


de contribuir a la explicación de las condiciones laborales en el mundo actual. Se parte
de la tesis de que en el período neoliberal, el capitalismo recurre fundamentalmente al
alargamiento de la jornada de trabajo, es decir, al incremento de la plusvalía absoluta,
con el objeto de contrarrestar la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Por
ello, el desarrollo tecnológico sin precedentes que se ha dado en los últimos tiempos
no ha contribuido al mejoramiento de las condiciones laborales y sociales de la mayor
parte de la población, sino que ha ido aparejado de un deterioro, también sin
precedentes, de dichas condiciones. La supe explotación de los trabajadores y su
sometimiento a condiciones de vida y de trabajo equiparables a las de la época de la

1Este análisis está basado fundamentalmente en Carlos Marx, El Capital, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, Cuba, 1980, tomos I y III. La mayor parte de las referencias corresponde a estos dos textos.
revolución industrial, son el resultado del modelo vigente de acumulación, que
beneficia exclusivamente a las empresas multinacionales y al capital financiero, al
servicio de los intereses de los países más poderosos del orbe.

El trabajo consta de tres partes. En la primera, se desarrollan los principales


elementos de la teoría marxista de la plusvalía; en la segunda, se examina la ley de la
tendencia decreciente de la cuota de ganancia, formulada por Marx, y la tercera parte
se centra en el análisis de los principales argumentos teóricos neoliberales y de las
políticas derivadas de dichos argumentos, tendientes a modificar las condiciones
laborales.

1. La teoría marxista de la plusvalía


Para entender el concepto de plusvalía, es necesario partir de un breve análisis de las
condiciones de la producción capitalista y de la teoría del valor.

a. El capitalismo y la teoría del valor


En la visión marxista, las relaciones sociales de producción de una sociedad dada
constituyen la base de su estructura de clases. La propiedad privada de los medios de
producción es entendida como la causa fundamental de desigualdad dentro de la
sociedad capitalista. Por ello, la desigualdad es inherente al capitalismo mismo y la
contradicción entre producción social y apropiación privada es la principal en la
sociedad capitalista. En abierta crítica a la concepción liberal de la sociedad y del
Estado, Marx afirma,

Decir que los intereses del capital y los intereses de los obreros son los mismos
equivale simplemente a decir que el capital y el trabajo asalariado son dos
aspectos de una misma relación. El uno se halla condicionado por el otro, como
el usurero por el derrochador y viceversa (...) Incluso la situación más favorable
para la clase obrera, el incremento más rápido posible del capital, por mucho
que mejore la vida material del obrero, no suprime el antagonismo entre sus
intereses y los intereses del burgués, los intereses del capitalista. Ganancia y
salario seguirán hallándose, exactamente lo mismo que antes, en razón
inversa2.

2 Trabajo asalariado y capital, en C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, Moscú, Editorial Progreso, 1972, p.81-
86.
En el primer tomo de El Capital, Marx aclara que, a diferencia de las sociedades
anteriores, en la producción capitalista, tanto los medios de producción como el
producto son propiedad del burgués y no del productor directo, es decir, del obrero.
Por eso, desde el instante en que entra al taller del capitalista, el valor de uso de su
fuerza de trabajo, y por tanto su uso, o sea, el trabajo, le pertenece a éste. Cuando
compra la fuerza de trabajo, “el capitalista incorpora el trabajo del obrero, como
fermento vivo, a los elementos muertos de creación del producto, propiedad suya
también” (T I, 147). Así, el trabajo resulta ser un proceso entre objetos comprados por
el capitalista, pertenecientes a él. “El capital es trabajo muerto que no sabe
alimentarse, como los vampiros, más que chupando trabajo vivo...” por ello, señala
Marx, “el tiempo durante el cual trabaja el obrero es el tiempo durante el cual el
capitalista consume la fuerza de trabajo que compró. Y el obrero que emplea para sí su
tiempo disponible roba al capitalista” (T.I, 190).

Mediante el proceso de la producción, el capitalista persigue dos objetivos: el


primero, producir un valor de uso que tenga un valor de cambio, lo que significa
producir una mercancía. En segundo lugar, señala textualmente Marx, “producir una
mercancía cuyo valor cubra y rebase la suma de valores de las mercancías invertidas
en su producción, es decir, de los medios de producción y de la fuerza de trabajo. No
le basta con producir un valor de uso, sino necesita un valor mayor” (T I, 148). Si el
obrero requiriera de todo su tiempo para producir los medios de vida que son
necesarios para su sostenimiento, no le quedaría ningún tiempo libre para trabajar
gratuitamente al servicio de otro, sin lo cual no habría plusvalía ni existirían los
capitalistas.

En la sección tercera del primer tomo de El Capital, Marx recoge el concepto de


la teoría del valor planteado por primera vez por los economistas clásicos y señala que
el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo materializado en su
valor de uso, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Para
medirlo, se parte de las condiciones normales, es decir, las condiciones sociales medias
de producción. Por ello, el valor de una mercancía no es el resultado de la acción del
mercado, con su ley de la oferta y la demanda, sino del proceso productivo, que se
genera dentro de unas relaciones sociales de producción específicas.
Pero el factor decisivo es el valor de uso específico de esta mercancía, que le
permite ser fuente de valor, y de más valor que el que ella misma tiene, apunta Marx,
diferenciando su teoría de la de sus antecesores. “El poseedor del dinero paga el valor
de un día de fuerza de trabajo: le pertenece, por tanto, el uso de esta fuerza de
trabajo durante un día, el trabajo de una jornada” (T.I, 155):

La fuerza de trabajo es en nuestra actual sociedad capitalista una mercancía;


una mercancía como otra cualquiera, y sin embargo, muy peculiar. Esta
mercancía tiene, en efecto, la especial virtud de ser una fuerza creadora de
valor, una fuente de valor y, si se la sabe emplear, de mayor valor que el que
en sí misma posee3.

Este mayor valor que adquiere una mercancía en el proceso de producción


capitalista es lo que constituye la plusvalía. En términos más precisos, es el tiempo de
trabajo excedente del obrero (surplus labour) después de producir el valor de su fuerza
de trabajo. En palabras de Marx, es la materialización del tiempo de trabajo excedente,
o el trabajo excedente materializado. La cuota de plusvalía es, por tanto, la expresión
exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital o del obrero por
el capitalista (T I, 175-176).

En cuanto al proceso de acumulación de capital, Marx señala que el burgués,


que produce la plusvalía, es decir, que extrae directamente de los obreros trabajo no
retribuido, materializado en mercancías, es el primero que se apropia de dicho
excedente, pero no es, ni mucho menos, el único ni el último propietario de la
plusvalía. Una vez producida, tiene que compartirla con otros capitalistas que
desempeñan diversas funciones en el proceso productivo de la sociedad. Así, la
plusvalía se divide en varias partes, correspondientes a diversas formas, tales como la
ganancia, el interés, el beneficio comercial, la renta del suelo, etc. (T.I, 510).

b. La jornada de trabajo
La suma del trabajo necesario y del trabajo excedente o, en otros términos, del
período de tiempo en el cual el obrero repone el valor de su fuerza de trabajo y de
aquel en el cual produce la plusvalía, constituye la magnitud absoluta de su tiempo de
trabajo, o sea la jornada de trabajo, que es una cantidad variable (T.I, 187-188).

3 Introducción de Friedrich Engels a C. Marx, Trabajo asalariado y capital, op.cit. p.67.


En el proceso de producción capitalista, señala Marx, el límite mínimo de la
jornada de trabajo es la parte del día que el obrero tiene forzosamente que trabajar
para obtener su salario. Pero por supuesto que su límite jamás puede reducirse a ese
mínimo. El límite máximo está determinado por dos factores: el primero, la limitación
física de la fuerza de trabajo, y el segundo, lo que él denomina “ciertas fronteras de
carácter moral”: el obrero necesita una parte del tiempo para satisfacer necesidades
espirituales y sociales. Se trata, entonces, de límites físicos y sociales, que dentro del
capitalismo “tienen un carácter muy elástico y dejan el más amplio margen” (T I, 189).

Cuando alarga la jornada laboral, el capitalista está reafirmando el derecho que


tiene como comprador de la fuerza de trabajo. “Matarse trabajando es algo que está
a la orden del día, no sólo en los talleres de modistas, sino en mil lugares, en todos
los sitios en que florece la industria”, señala el Doctor Richardson, citado por Marx,
a propósito de las condiciones laborales en la industria fabril4.

El desarrollo de la moderna industria trae entonces, como consecuencia, un


alargamiento de la jornada laboral. En efecto, mientras las máquinas permanezcan
inactivas, el capitalista está perdiendo, por cuanto durante ese tiempo éstas no
representan más que un desembolso ocioso de ese capital. Sin embargo, “prolongando
la jornada de trabajo por encima de los límites del día natural, hasta invadir la noche,
no se consigue más que un paliativo, sólo se logra apagar un poco la sed vampiresa de
sangre de trabajo vivo que siente el capital”, destaca Marx (T.I, 213).

Entonces, para vencer el obstáculo físico que representan los límites naturales
de la fuerza de trabajo, al capitalista no le queda otra salida que relevar las fuerzas de
trabajo recurriendo a diferentes métodos, como por ejemplo, estableciendo un régimen
de turnos, de día y de noche, para lograr que los procesos de producción sean de 24
horas diarias. Marx nos deja ver que el propietario de la fábrica no se pregunta por el
límite de vida de la fuerza de trabajo, por cuanto lo único que a él le interesa es
movilizar y activar el máximo de fuerza de trabajo durante una jornada. Y para

4Dr. Richardson, “Work and Overwork”, en Social Science Review, 18 de julio de 1863 (citado por Marx en El
Capital, Tomo I, p.212).
conseguir este rendimiento, “no tiene inconveniente en abreviar la vida de la fuerza de
trabajo”, agrega (T I, 222).

Pero al alargar la jornada de trabajo, el capitalista no sólo empobrece la fuerza


humana de trabajo, despojada de sus condiciones normales de desarrollo, sino que
“produce, además, la extenuación y la muerte prematuras de la misma fuerza de
trabajo. Alarga el tiempo de producción del obrero durante cierto plazo, a costa de
acortar la duración de la vida” (íbid). También en su obra Salario, precio y ganancia
Marx se refiere a la degradación a la que la explotación capitalista lleva a los obreros:

El hombre que no dispone de ningún tiempo libre, cuya vida, prescindiendo de


las interrupciones puramente físicas del sueño, las comidas, etc., está toda ella
absorbida por su trabajo para el capitalista, es menos todavía que una bestia de
carga. Físicamente destrozado y espiritualmente embrutecido, es una simple
máquina para producir riqueza ajena5.

La obtención de plusvalía es, entonces, el objeto de la explotación capitalista. Marx


señala que en las industrias en las que surgió el moderno régimen de producción, en
las fábricas de hilados y tejidos de algodón, lana, lino y seda, es donde primero “se
sacia el hambre del capital con la prolongación desenfrenada y despiadada de la
jornada de trabajo” (T.I, 254).

Pero el progreso de la gran industria permite además emplear obreros sin fuerza
muscular o sin un desarrollo físico completo, que posean, en cambio, una gran
flexibilidad de movimiento. Recordemos que el trabajo incorpora a mujeres y a niños
de ambos sexos. Tal como lo expresa gráficamente Marx,

Los trabajos forzados al servicio del capitalista vinieron a invadir y a usurpar, no


sólo el lugar reservado a los juegos infantiles, sino también el puesto del
trabajo libre dentro de la esfera doméstica y, a romper con las barreras
morales, invadiendo la órbita reservada incluso al mismo hogar (T.I, 347).

El desarrollo de la maquinaria produjo la degeneración física de los niños y los


jóvenes, así como una enorme mortalidad de niños obreros en edad temprana. En su

5 K. Marx, Salario, precio y ganancia, en K. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, p. 225.
obra La situación de la clase obrera en Inglaterra, Engels documenta ampliamente esta
situación. Refiriéndose a un informe de una comisión fabril de una ciudad de
Inglaterra, presentado en 1833, señala lo siguiente:

El informe de la comisión central relata que los fabricantes comenzaban a


ocupar niños rara vez a los cinco años, a menudo a los seis, con suma
frecuencia a los siete, y mayormente a los ocho o nueve años, que el tiempo de
labor ascendía a menudo de 14 a 16 horas diarias (sin contar las horas libres
para las comidas), que los fabricantes permitían que los capataces golpeasen y
maltratasen a los niños y a menudo hasta ellos mismos se ocupaban de
castigarlos (...) Pero ni siquiera este tiempo de trabajo tan prolongado satisfacía
la codicia de los capitalistas. Se trataba de volver rentable por todos los medios
posibles el capital invertido en edificios y máquinas, de hacerlo trabajar con la
mayor intensidad posible6.

En las condiciones de miseria impuestas por el nuevo régimen de producción, el


trabajo de las madres fuera de casa produjo el consiguiente abandono y descuido de
los niños, su alimentación inadecuada e incluso una elevada mortandad de niños
pequeños por esta situación:

A menudo las mujeres retornan a la fábrica apenas tres o cuatro días después
del alumbramiento y, como es natural, dejan en sus casas a su lactante; en sus
horas libres deben correr de prisa a sus hogares para amamantar al niño y de
paso comer algo ellas mismas7.

Engels se refiere también a la depauperación moral y a la degeneración intelectual de


los niños, convertidos en simples instrumentos para la fabricación de plusvalía. Entre
otros muchos abusos, se cometía el de expedir certificados escolares a niños a los que
no se les suministraba ninguna enseñanza, infringiéndose así la ley fabril. Más aún, en
los inicios de la producción industrial, los capitalistas se robaban los niños en los asilos
y orfelinatos para ponerlos a trabajar.

6 Friedrich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, Grupo Editorial Grijalbo, Barcelona, Buenos
Aries, México DF, 1978, p 404-405.
7 Ibid., p.197.
En lo que respecta a las condiciones laborales de los niños, en el primero tomo
de El Capital Marx también hace un extenso recuento de diversos autores de la época
que documentan a fondo el problema. Pero no se queda sólo con narraciones de
segunda mano, sino que introduce directamente en su relato a los diversos actores del
proceso productivo en la moderna industria fabril: burgueses, inspectores, médicos y,
por supuesto, obreros. Como lo señala el marxista norteamericano contemporáneo
Marshall Berman, en un reciente trabajo denominado “La gente en El Capital”,

Muchas (de las voces de El Capital) pertenecen a trabajadores industriales y


agrícolas, algunos de apenas diez años de edad, que se atreven a pararse ante
las Comisiones de la Fábrica, frecuentemente asumiendo un alto riesgo
personal, para hacer relatos sobre su trabajo y sus vidas. La mayor parte de
estos obreros no se expresan en el lenguaje de la militancia o siquiera de la
indignación moral; su postura general parece ser la de una resistencia estoica.
No corresponden a la fórmula del Manifiesto Comunista, pero Marx los escucha
con atención y deja que nos hablen extensamente. Sus voces nos recuerdan las
fortalezas humanas: su rechazo al engaño y la intimidación, su determinación
de mirar las cosas de frente y de decir la verdad. Nos impresiona también su
inteligencia austera, la forma como instintivamente captan las tecnologías
complejas, los procesos industriales, la división del trabajo y las organizaciones
en las cuales se mueven y viven8.

Aparte de tan negativos efectos físicos y morales en los niños, convertidos por
fuerza en obreros, la gran industria trajo el abaratamiento de la fuerza laboral del
individuo. Ahora su valor no se determina ya por el tiempo de trabajo necesario para el
sustento del obrero adulto, sino por el tiempo de trabajo necesario para el
sostenimiento de la familia obrera, distribuyendo entre todos sus miembros el valor de
la fuerza de trabajo de su jefe y, por tanto, depreciando el valor de la fuerza de
trabajo. Así, “la maquinaria amplía, desde el primer momento, no sólo el material
humano de explotación, la verdadera cantera del capital, sino también su grado de
explotación (T.I, 347).

Por ello, señala Marx, la introducción de la maquinaria trae en sí una paradoja. Es,
sin duda, el instrumento más formidable que existe para intensificar la productividad

8 Marshall Berman, “The People in Capital”, en Adventures in Marxism, Verso, Londres-Nueva York, 1999, p.83.
del trabajo y para acortar la jornada laboral, pero se convierte también en el medio
más útil para prolongar esta jornada, haciéndola rebasar todos los límites naturales,
y para convertir la vida del obrero y de su familia en tiempo de trabajo disponible
para la explotación del capital (T.I, 355). Dentro del sistema capitalista, todos los
métodos encaminados a incrementar la productividad se realizan a expensas del
obrero y todos los medios que apunten al desarrollo de la producción se convierten
en medios para esclavizar al que produce:

mutilan al obrero convirtiéndolo en un hombre fragmentario, lo rebajan a la


categoría de apéndice de la máquina, destruyen con la tortura de su trabajo el
contenido de éste, le enajenan las potencias espirituales del proceso del trabajo
en la medida en que a éste se incorpora la ciencia como potencia
independiente; corrompen las condiciones bajo las cuales trabaja; le someten,
durante la ejecución de su trabajo, al despotismo más odioso y más mezquino;
convierten todas las horas de su vida en horas de trabajo; lanzan a sus mujeres
y a sus hijos bajo la rueda trituradora del capital (T.I, 589).

El alargamiento de la jornada de trabajo responde a la necesidad de


contrarrestar el desgaste de la máquina, el cual tiene una doble causa: su uso y su
inacción. Pero además del desgaste material, toda máquina está sujeta al llamado
desgaste moral. Las máquinas pierden en valor de cambio en la medida en que
aparecen otras máquinas que tienen un precio más bajo o que se construyen otras
mejores (T I, 356). Lo cierto es que, entre más larga sea la jornada de trabajo, más
corto será el período durante el cual la máquina reproduzca su valor total, y por lo
tanto, menor será su riesgo de desgaste moral. En el tercer tomo de El Capital, se
afirma que la prolongación de la jornada de trabajo aumenta la ganancia, aunque el
tiempo extra de trabajo se retribuya e, incluso aunque se retribuya a un costo más alto
que las horas normales de trabajo. De ahí que, como señala Marx, la necesidad
creciente de aumentar el capital fijo sea en la industria moderna el principal incentivo
que mueva a los capitalistas ambiciosos a prolongar la jornada de trabajo (T.III, 101).

c. Relación entre plusvalía absoluta y plusvalía relativa


¿Cómo hace el capitalista para incrementar la producción de plusvalía sin extender la
jornada de trabajo? Mediante la reducción del tiempo de trabajo necesario para
producir el salario. Esto quiere decir que una parte del tiempo que el obrero venía
empleando para sí mismo se convierte en tiempo de trabajo invertido para el
capitalista. Así, “lo que varía no es la longitud de la jornada de trabajo, sino su división
en trabajo necesario y trabajo excedente” (T.I, 269). Esto corresponde a la plusvalía
relativa, que Marx diferencia de la plusvalía absoluta de la siguiente manera:

La plusvalía producida mediante la prolongación de la jornada de trabajo es la


que yo llamo plusvalía absoluta; por el contrario, a la que se logra reduciendo el
tiempo de trabajo necesario, con el consiguiente cambio en cuanto a la
proporción de magnitudes entre ambas partes de la jornada de trabajo, la
designo con el nombre de plusvalía relativa (T.I, 271).

Y la relación entre una y otra forma de plusvalía la expresa en estos términos:

La producción de plusvalía absoluta es la base general sobre la cual


descansa el sistema capitalista y el punto de arranque para la producción de
plusvalía relativa. En ésta, la jornada de trabajo aparece desdoblada de
antemano en dos segmentos: trabajo necesario y trabajo excedente. Para
prolongar el segundo se acorta el primero mediante una serie de métodos, con
ayuda de los cuales se consigue producir en menos tiempo el equivalente del
salario. La producción de plusvalía absoluta gira toda ella en torno a la duración
de la jornada de trabajo: la producción de plusvalía relativa revoluciona desde
los cimientos hasta el remate los procesos técnicos del trabajo y las
agrupaciones sociales (T. I, 457).

En desarrollo de su enfoque dialéctico, Marx señala que la plusvalía relativa es


absoluta en cuanto condiciona la prolongación absoluta de la jornada de trabajo,
después de cubrir el tiempo de trabajo necesario para el salario del obrero. Y la
plusvalía absoluta es relativa en cuanto se traduce en un desarrollo de la productividad
del trabajo, que permite limitar el tiempo de trabajo necesario a una parte de la
jornada (T.I, 458).

Sin embargo, agrega, esta identidad desaparece cuando se trata de reforzar,


por todos los medios posibles, la cuota de plusvalía, que sólo se podrá aumentar
prolongando de un modo absoluto la jornada de trabajo. La plusvalía relativa guarda
entonces relación directa con la fuerza productiva del trabajo; se incrementa cuando
ésta aumenta y disminuye cuando ella se reduce. Ello explica el afán y la tendencia
constantes del capitalista a reforzar la productividad del trabajo, para de ese modo
abaratar las mercancías y por consiguiente, el costo de la mano de obra.

Así, aunque la plusvalía relativa aumenta en razón directa al desarrollo de la


fuerza productiva del trabajo, el valor de las mercancías disminuye en razón inversa a
ese desarrollo (T. I, 275). Pero ello no quiere decir que al incrementar la productividad
del trabajo se busque reducir la extensión de la jornada laboral. De acuerdo con Marx,
en la producción capitalista, la economía del trabajo mediante el desarrollo de su
fuerza productiva no persigue como finalidad acortar la jornada de trabajo. Se trata
simplemente de reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de una
determinada cantidad de mercancías (T.I, 276). Por ello, en el capitalismo, los inventos
mecánicos no son más que un medio para incrementar la plusvalía.

La plusvalía sólo surge de la fuerza laboral, pero la masa de plusvalía está


determinada por dos factores: la cuota de plusvalía y el número de obreros
simultáneamente empleados. En ese sentido, explica Marx, la aplicación de maquinaria
para la producción de plusvalía adolece de una contradicción inmanente, puesto que
de los dos factores de la plusvalía que supone un capital de magnitud dada, uno de
ellos, la cuota de plusvalía, sólo aumenta en la medida en que se disminuya el otro, el
número de obreros. Esta contradicción se manifiesta cuando, al generalizarse el
empleo de la maquinaria en una rama industrial, el valor de las mercancías producidas
mecánicamente se convierte en valor social que regula todas las mercancías del mismo
género; y tal contradicción es la que lleva a su vez al capitalista a prolongar
violentamente la jornada de trabajo, para compensar la disminución del número
proporcional de obreros explotados con el aumento, no sólo del trabajo excedente
relativo, sino también del trabajo excedente absoluto (T.I, 359).

Marx señala que tan pronto como el movimiento creciente de rebeldía de la clase
obrera obligó al Estado a acortar la fuerza la jornada de trabajo, los capitalistas se
dedicaron con todo ímpetu a producir plusvalía relativa, acelerando los progresos de la
máquina.

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