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Julio Borromé

Crítica de la Lectura instrumental


Del sentido, la interpretación y el libro en Venezuela
Ministerio del Poder Popular para la Cultura
Centro Nacional del Libro (CENAL)
Campaña Nacional de Promoción de la Lectura

© Instituto Autónomo Centro Nacional del Libro, 2015


Centro Simón Bolívar, Torre Norte, piso 20.
El Silencio, Caracas 1010 - Venezuela.
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Hecho el Depósito de Ley


Depósito legal lfi69920153703991
ISBN 978-980-6470-44-6

Corrección de textos
Lola Lli Albert
Diseño y diagramación
Clementina Cortés
Impreso en Venezuela
Julio Borromé

CRÍTICA DE LA LECTURA INSTRUMENTAL


Del sentido, la interpretación y el libro en Venezuela

CENTRO NACIONAL DEL LIBRO


Al lector

La Editorial El perro y la rana, en 2009, me publicó un libro de


ensayos titulado Escritos desde el monasterio (De libros, lectores
y cultura). No pasó mucho tiempo antes de que el Centro Na-
cional del Libro (CENAL) me otorgara el Premio Nacional del
Libro mención Libro y Lectura por dicha publicación. En ese libro
expreso una interpretación de mi país fundada en la valoración
del carácter liberador de la lectura, la noción del lector, las trans-
formaciones del libro en sus distintos formatos, la crítica literaria
y el contexto de las políticas nacionales centradas en la demo-
cratización del libro y las prácticas lectoras en los espacios de la
intimidad del lector y del ser colectivo.
Es verdad también que, particularmente en el caso de la trans-
formación del libro occidental, describo dicha transformación
concebida dentro de la evolución del papiro al libro electrónico.
Así, interpreto la transformación del libro, el lector y las prácticas
lectoras tal como la velocidad, el movimiento, el ritmo de los ade-
lantos tecnológicos y científicos. Estos cambios han revoluciona-
do los contextos donde se producen las relaciones intersubjetivas,
las prácticas lectoras y debemos comenzar por desembarazarnos
del falso concepto de que el progreso tecnológico y científico es el
medio para la plena realización del ser humano.
He ampliado en este nuevo ensayo: Crítica de la Lectura ins-
trumental. Del sentido, la interpretación y el libro en Venezuela, la
reflexión de los impresos y de las prácticas lectoras que inicié en
aquel primer ensayo, y lo he hecho en el contexto histórico, social,
político y cultural de Venezuela.
Mi lectura en Crítica de la Lectura instrumental. Del sentido, la
interpretación y el libro en Venezuela describe, de un lado, las se-
cretas líneas de una teoría acerca de la filosofía de la lectura. Basta
decir que es un proceso de espera de lo imprevisto: de paciente y

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serena exploración de las imágenes, la participación del lector en
el juego de la urdimbre textual y la imaginación, una lenta eclo-
sión de la sensibilidad y la crítica hasta que el lector interprete un
ejercicio de referencialidad textual y también acerca del estímulo
para leer la realidad y transformar su visión del mundo y de la
vida. Se trata de articular una filosofía de la lectura con arreglo al
espacio vital del lector: la casa y la infancia. Finalmente, el lector,
habitante de la casa real-soñada y lector de símbolos, constituye
un sujeto crítico frente al mundo psíquico, a la realidad y a la for-
ma en que se produce la literatura, el mercado y la distribución de
los libros en un contexto de la banalización y la estupidez genera-
lizada, producto de la moda y la superficialidad de las sociedades
del consumo.
De otro lado, he querido leer a mi país en sus letras fundadoras
y en los autores representativos de la nacionalidad venezolana.
Así cobramos confianza y avanzamos en la medida en que nos
guían los fundamentos independentistas y las letras que cons-
truyeron la noción de Identidad, Soberanía, Educación Popular,
Internacionalismo, Lector Crítico. Ello ha creado un mundo de
ideas y formas escriturarias concebidas para la transformación de
las sociedades, y muchas más expresiones de conciencia o del sen-
timiento catalítico de una conciencia colectiva.
Una lectura vinculada a un discurso de la nacionalidad y de
la crítica radical contra toda forma de colonialismo o de la artifi-
cialidad de los tiempos posmodernos. Se trata de un proyecto de
soberanía intelectual que no ha cesado de interpretar las épocas,
los momentos históricos de la fundación de la Nación y la pro-
ducción simbólica inspirada en la globalización y el mercado de
los bienes culturales.
Finalmente, interpreto tres aspectos del libro, la literatura y la
noción de lo subalterno. El primero de ellos: el libro y su impac-
to en el período histórico del “Descubrimiento” y la “Conquista”,
es una denuncia de los hechos brutales de la colonización y de
la acción del libro instrumento del deseo como formas de sojuz-
gamiento y poder colonizador. La suposición es que la literatura

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antigua y medieval produjo un discurso del encubrimiento de las
realidades recién holladas.
La tendencia a atribuir al libro características conquistadoras
es propia de los períodos de expansión colonial y militar o de los
climas espirituales evangelizadores, en los que la religión se mani-
fiesta contra la alteridad y provoca una reconversión de los prime-
ros habitantes de las tierras conquistadas. Sin embargo, la cultura
oral y la literatura de los pueblos indígenas cifraron, en claves cos-
mogónicas, sus dioses, pájaros, tigres y flores, con lo cual se han
creado literaturas más diversas y ricas en sentido.
No obstante, la premisa es la lectura, la interpretación y la crítica
de los discursos por oscuro que fuese el sentido de ubicación en
un contexto de valoración comparativa de la producción de los
textos fundamentales de la literatura indígena. Para que llegue a ser
expresión auténtica tiene que ser escrita por los propios indígenas.
El segundo aspecto: la literatura del siglo XXI. Algunos críticos
literarios de lecturas canónicas todavía licuescentes en su imagi-
nación desaprueban los nuevos aspectos de la estética de los jó-
venes escritores venezolanos y de escritores que pertenecen a los
consagrados porque se identifican con una nueva estética. Toda
escritura constituye un proceso de afirmación, diálogo, crítica, in-
terpretación de la realidad y continuidad, a menos que sea posible
delinearla de modo interesado y parcial, reconociendo solamente a
los escritores de un sector del país o aquellos escritores que están
escribiendo desde Europa o, en su defecto, aquellos que sí están
en el país pero son reconocidos por una élite de críticos literarios
como escritores de la “resistencia”.
Contemplar la gradual emergencia de la literatura del siglo
XXI, en el bloque de estas tres literaturas que cohabitan en dis-
tintos espacios y tiempos, es fundamental para apropiarse de tres
discursos sobre el país que se corporiza y debe ser el medio de
expresión de una visión de la realidad compleja que configura un
corpus discursivo que exige, a toda costa, una lectura crítica para
organizar y darle estructura al proceso de la literatura venezolana
del siglo XXI.

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El tercer aspecto está dedicado a replantear la lectura histó-
rica y política de las ideas independentistas de Bello, Rodríguez
y Bolívar en el contexto social donde se constituyeron la lucha
de clases y el pensamiento de la subalternidad que hallamos en
nuestros próceres. Pensamos que las ideas y la programática de
nuestros intelectuales del siglo XIX contribuyeron a delinear lí-
neas teóricas sobre asuntos de nuestra contemporaneidad, tanto
en el plano de los conceptos como en el proceso mismo de iden-
tificación de los grupos sociales y sus acciones en el marco de la
liberación colectiva.

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PRIMERA PARTE:
LECTURA, CRÍTICA Y SENTIDO
I. NOTAS PARA UNA FILOSOFÍA DE LA LECTURA

Empezamos estas notas como lectores, representándonos, sin-


tiendo, queriendo en actitud cómplice. Lo que esto quiere decir
lo ponemos en una serie de consideraciones acerca de una notas
para una filosofía de la lectura que se centra en la relación entre
los lectores, la cultura, el libro, la crítica, la lectura y la producción
de sentido. En tanto que relaciones de espacios de entendimien-
to, la eventual mostración de la lectura exige que, tanto el lector
como el libro que lo objetivará sean previamente poseídos de con-
tenido. Porque es el soporte de una mirada fundida en el sentido,
y paralelamente, el texto traspasado por registrado en esa mirada,
precisa de una mirada especular, cómplice, que mira un texto ple-
no de referencialidades.
La anterior consideración también pone en claro que no cabe
concebir prueba alguna sacada del predominio de la instrumenta-
lización de la lectura capaz de cerciorarnos con absoluta seguridad
del dominio de esta. Por el contrario, la lectura es el acto mediante
el cual el lector o los lectores fundan una subjetividad y un espacio
compartido respecto a una alteridad permeada por la escritura. En
esta relación intersubjetiva jamás queda excluida la posibilidad de
diálogo, libertad, entendimiento y comprensión del mundo o de
las diversas historias contadas desde los tiempos inmemoriales
por ser una posibilidad de principio creador de culturas.
Vemos, pues, que el acto de la lectura (vivencia del lector) y
ser con el escritor (experiencia intersubjetiva) en sentido dialó-
gico son formas de enlazarse, formar un todo; una urdimbre tex-
tual donde el lector es partícipe de la producción de sentido, en
el verdadero campo de estas expresiones. Es decir, solo puede lo
que está emparentado por principio creador, lo que tiene –tanto
la relación con las palabras como la escritura– una esencia propia
en el mismo contexto. Ser lector y ser reflexividad intersubjetiva

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quieren decir, sin duda, ambos; lector y alteridad, un determina-
do contenido material, psíquico, cultural y social, pero es evidente
que lo que se llama diálogo en ambos casos solamente se llama así
según la producción de sentido.
Y, ¿qué es el sentido?: la creación recíproca de alteridad y hos-
pitalidad respecto al lector y a la literatura mediados por la comu-
nidad de voces de los escritores. El sentido es una forma de estar
atento, de relacionarse dando a la palabra toda su plenitud de mo-
vimiento. El sentido opera de abstracciones, de componentes lin-
güísticos hacia la producción del pensamiento y la sensibilidad, el
juego y lo paralógico, la autobiografía y la memoria, la crítica y la
subjetividad, lo individual y lo colectivo, la fantasía y la historia.
El sentido puede, sin duda, llevar a cabo una compleja relación
de significados y experiencias en la vivencia del lector en cuanto
reconstrucción de su movimiento, en la constitución de realida-
des y sentires, consecuencia de ese algo distinto: el acto de la lec-
tura. En tanto, este debe ser el campo del espacio del lector y la
actitud crítica con sus diversos correlatos que pueden hacer frente
a todas las dificultades propias de la lectura y, del mismo modo,
ofrecer un singular espacio para la transgresión y la crítica políti-
ca en un momento determinado.
Pronto nos convencemos de que no hay comprensión de la
subjetividad y de la historia de cada lector sin la comprensión de
los contenidos metalingüísticos en que se basan los juicios críticos
acerca de las obras literarias, a saber, los contextos sociales, la pro-
ducción simbólica, los movimientos literarios, las vanguardias, el
libro en su función liberadora y también en su circularidad mer-
cantil, las editoriales y el mercado mundial, los poderes de las ins-
tituciones, la crítica literaria, las academias y las evidencias inte-
lectuales logradas acerca de la construcción social de la realidad.
El lector del siglo XXI no puede prescindir de todo esto. Por
un lado, está condicionado por las posibilidades contenidas en
el sistema de la cultura y sus cambios tecnológicos. Por el otro,
al dibujar y modelar realmente su imaginación está ligado a la
urdimbre textual a través del deseo, mientras que al pensar en esa
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situación poslectura tiene la incomparable libertad de dar formas
a sus pensamientos, de recorrer formas posibles que se modifican
unas en otras sin solución de continuidad; en suma, de engendrar
un acceso a los espacios propios del entender con sus infinitas po-
sibilidades de ser sujeto y testimonio de una cultura determinada.
Así se puede decir realmente, si se piensa en la producción de
sentido de la comunidad lector-texto-escritor-cultura, y decir con
legitimidad –con tal de que se entienda bien el equívoco de adoptar
la instrumentalización del acto de leer– que la lectura constituye el
elemento vital de la construcción de la intimidad, como de toda
relación hospitalaria entre una comunidad de lectores; que la lec-
tura es la fuente de donde saca su sustento el pensamiento y la
vida del ser humano.
Las ideas anteriores nos abren un espacio para la reflexión. La
lectura está ahí como algo que sigue durando, ya anteriormente
vivida por el lector y en que tan solo se han fijado los materiales
simbólicos, imaginarios y culturales de una vivencia que no le
pertenece; sin embargo, el escritor lo incluye en el tejido textual y
el lector posiciona en el diálogo las posibilidades de comunión y
entendimiento que desencadena, una vez puesto a andar el proceso
de la lectura, la producción del sentido bajo la forma de una eró-
tica de los deseos.
El escritor recrea, particulariza y aprehende al lector en el con-
traste de una mirada recíproca. Pero tenemos también la posibili-
dad de llevar a cabo, con respecto a la lectura que se ha convertido
en un momento posterior en objeto, una reflexión sobre una filo-
sofía de la lectura que objetiviza al lector, y así poner en claro, de
una manera relacional, la distinción entre lectura vivida, pero no
mirada por el escritor, y la lectura especular.
Cuando, de esta forma, la lectura es una vivencia del lector que
recubre por entero el deseo y el estar ahí atento al movimiento que
prolonga y remite a las facultades inteligibles y sensibles, tenemos
en el todo una fundamentación designada por su plano especular
como vivencia concreta de producción de sentido. La lectura en
cuanto tal pertenece, como vivencia intersubjetiva, especialmente

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a la comprensión sintiente del tejido textual, pero entra también en
el sentido de valorar concreto, fundando el sentido de una com-
prensión del mundo a través de la imaginación y el pensamiento.
Igualmente, las modificaciones que traen consigo los actos de
hacer con las historias contadas por otros una cuestión de hospi-
talidad y sentimiento, sentir las palabras, recrear un fragmento
leído, un poema, una frase, que entran en juego con la vuelta de la
mirada del lector hacia la consciente reflexión de la lectura. Esta
extensión constante del lector que propicia su participación en
el texto registra una práctica de la lectura en el más amplio re-
gistro de la memoria contenida en la experiencia del lector. Por
otro lado, pertenece la modificación del registro por medio de la
recepción de los materiales heredados a otra serie de modifica-
ciones que operan en la lectura, pues la transformación se refiere
aquí a los procesos psicológicos y sociales predicados de la re-
flexión del contexto histórico y de la propia indagación del lector
hacia sus preferencias y al placer del texto.
Así pues, lo sentido y comprendido por el lector sería el resul-
tado de la relación del momento vivido de la lectura, caracterizada
por la respectiva reflexión especular sobre la comprensión del su-
jeto que lee y pulsa discretamente sus recursos imaginativos y su
capacidad para reconstruir, interrogar, vivenciar todo el material
simbólico recibido y acumulado del proceso deconstructivo es-
critura-lectura. La reflexión sobre la construcción de la subjeti-
vidad, cuyo correlato modifica sustancialmente la forma de ver,
sentir y pensar lo otro como una experiencia propia, desliza entre
los resquicios que dejan la respiración y el silencio del texto, los
sentimientos, igualmente en la reflexión sobre el conjeturar su re-
lación con el espacio, el tiempo y el cuerpo.
Pero esta conciencia especular del lector no es, como de suyo
se comprende, un continuo reproducir vuelto a la imagen del sí
mismo; esto es, una contemplación refleja del texto (como un lec-
tor enamorado de su propio deseo), algo que dura en el tiempo
inmanente de la lectura. Esa actualidad de su posición de sujeto es
subsumida como objetiva en la urdimbre textual, subsumida en la

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representación del mundo expresa en todas las formas posibles de
indagar el sentido. No es el lector un elemento aislado dentro de la
red de significaciones, sino que es la expresión material y concreta
de un deseo adherido a la red polisémica que recorre el campo de
la lectura. Alrededor del deseo giran las vinculaciones conscientes
e inconscientes entre el lector y el escritor sumamente esquivas y
profundas, dichas vinculaciones producen otras formas de cono-
cimiento y develamientos del mundo.
Esta preferencia por la lectura vista a través de la relación entre
el lector, el escritor y la producción de sentido legitima un princi-
pio fundador, y todo principio establece un pensamiento, una filo-
sofía. Este pensamiento o filosofía de la lectura, tan pronto como
ensancha el marco de sus relaciones contextuales, fundamenta una
perspectiva gradual que va haciendo valoraciones, goces estéticos,
transgresiones, ensayos de ideas. De nuevo se produce una multi-
plicidad de profundas conexiones en la forma de las modificacio-
nes del lector y los textos. Nos vemos conducidos, así, a una expre-
sión no convencional de la lectura que opera por un principio del
conocer, el placer estético y el reconocimiento del otro.
En efecto, el acto de leer los textos se vuelve objetivo en ese
señalado sentido de inclusión del lector, bajo la singular toma de
conciencia de su protagonismo dentro de la tupida red de signifi-
caciones. La presencia del lector en la producción de sentido pone
de relieve el modo de darse la lectura, la lucidez, la espontaneidad,
la creación, el cruce simbólico que aparece como expresión con-
creta de los inquietantes mundos sintácticamente maleables por
el escritor.
En particular, es sustancial comprender esta afinidad sensible
y racional entre lector-escritor y las capas polisémicas que requie-
ren justo la hospitalidad y la distancia que hacen evidente una
reconstrucción del sentido, tan pronto como aparecen modalida-
des de reconocimiento con el fin de lograr una expresión lo más
adaptada posible a las nuevas exigencias del pensarse con el otro.
Considerando lo anterior, una filosofía de la lectura, en primer
lugar, reconocería el sentido inmanente del texto. En segundo

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lugar, la relación de las partes con el todo: el texto, el lector, el
escritor, la producción de sentido y la cultura. Esta estructura de
significación complementaria es su fundamento. Su reflexividad y
su parodia. Su borde y su centro. Su transgresión y su mutuo des-
linde de lo real para volverlo inteligible y perspectiva. Pero nada
se opone a que el contenido del texto en su maleabilidad ideo-
gráfica con que está estructurado sea absolutamente funcional. Si
volvemos por el pronto tema de los referentes metalingüísticos, se
plantea además el problema de implicar la lectura ideográfica al
contexto donde se produce la obra literaria y la recepción de dicha
producción simbólica. Es decir, el lector es el protagonista de una
lectura de la realidad, acudiendo a la reflexión, a las ambivalencias
más complejas del presente.
Cabe decir también a este respecto, antes de describir la ter-
cera parte integrante del cuerpo de la filosofía de la lectura, que,
necesariamente, la filosofía de la lectura se vincula a la remoción
de las definiciones y prácticas de la lectura en su mera acepción
instrumental y mercantil. La filosofía de la lectura es conciencia
crítica tan contraria a los hábitos psicologistas y dominantes de
una concepción de la lectura correcta dentro de los paradigmas
del mercadeo y de la producción de lectores como agentes de una
patente comercial. Añádase el equívoco, igualmente engañador,
que hay en la propuesta de una lectura en cuanto se la refiere a
la esfera del libro como objeto estrictamente de consumo de las
grandes cadenas de producción editorial. Necesario es advertir
aquí que en la manera habitual de hablar de lectores y del mercado
de libros se cruzan los programas serializados de la publicidad y
la reproducción de las modas literarias.
Quien está ejercitado en reflexionar sobre la lectura, los lectores
y la cultura (y antes y en general ha aprendido a ver la construc-
ción de la imagen publicitaria de escritores de moda, los sistemas
de reproducción de la lógica del consumo del libro como objeto
comercial y de escasa valía literaria o crítica) verá, sin necesidad
de más, la estructura liberal que promociona el libro y la lectura
bajo la misma estructura económica de la oferta y la demanda.

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Verá, también, lo que hay de la lógica de control en la articulación
esencial de la dinámica de producción y masificación de la para-
literatura, de la exigencia del mercado de los libros de autoayuda.
Esta estructura del consumo del libro como un bien del mer-
cado liberal –y no en la expresión concreta de los derechos cul-
turales de un país soberano– niega el conocimiento y el saber,
potencia la frivolidad y anula la capacidad crítica de los lectores
más jóvenes. Toda reflexión sobre la producción de los libros pue-
de pasar a ser una lectura crítica de todo el proceso de producción
simbólica que parte de un complejo sistema del mercado y pro-
ducción de libros hacia la recepción de los lectores.
Retomemos ahora el tercer elemento constitutivo de la filo-
sofía de la lectura. Dicha filosofía del lector haría una crítica a la
estructura liberal y a los mecanismos de seducción que emergen
del sistema de producción del libro. Se trata ahora, no solo de
fundamentar el campo inmanentista y relacional sino también de
promover todas sus formas críticas posibles. De este modo, la fi-
losofía de la lectura constituye un sistema de relaciones que ocupa
tanto la operación de leer como la crítica hacia las modalidades
de la lectura instrumental y la lógica de producción del libro en
su vertiente liberal y conservadora. La filosofía de la lectura solo
cabe de un modo decisivo y profundo mediante la elaboración
sistemática de su método que interroga por los supuestos conce-
bibles de la lectura instrumental, y por la promoción del mercado
del libro bajo los supuestos de la oferta y la demanda, la moda, la
imagen y la superficialidad.
La tarea de la filosofía de la lectura –en esta, su tercera acep-
ción– es la de indagar sistemáticamente el conjunto de modifica-
ciones de los libros que caen bajo el nombre de consumo masivo
para un público mediático y serializado, en compañía de todas
las modificaciones con que están en relación estructural y que las
suponen. Pero es claro que esta indagación, afirmada en la crítica
de la producción serial de contenidos seudoliterarios, quedaría la
justificación a la certeza de que hay y puede haber, en general, una
filosofía de la lectura que puede moverse libremente dentro de un

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pensamiento que procure dar modos de tomar posición frente a
la lógica liberal de producción de los libros que termina siendo
aplicable a la dominación de la conciencias.
Con toda función crítica hay que tener presente que la filosofía
de la lectura ejerce una implosión semántica y estructural dentro
del complejo sistema de producción de los textos, la producción
de conocimiento y el sistema que hace posible la edición y distri-
bución de los libros. De este modo devela la forma bajo la cual se
legitima una lógica de la lectura determinada por distintos fac-
tores económicos e ideológicos de los consorcios mundiales del
libro, y de las alianzas entre empresas publicitarias, escritores e
industriales cinematográficos. Esta lógica se encarga de producir
una cultura destinada a concentrar sus capitales; de ahí, su afán
por la fabricación de un corpus discursivo valorado como agrada-
ble, ligero y de fácil consumo.
Si así lo hacemos, la filosofía de la lectura abarca como propias
todas las relaciones posibles entre el lector, la subjetividad, la pro-
ducción de sentido, el escritor, el material simbólico y el mundo
de los impresos; esto es, aquellas que tienen sus manifestaciones
en los procesos singulares de apropiación de la cultura a través
de las obras literarias, y de la forma como se producen lectores a
partir de unas premisas pertenecientes a los dominios de la ma-
sificación de los libros y del cine comercial. La lógica liberal de
producción de libros no tiene como objetivo masificar el conoci-
miento, las culturas diversas, el pensamiento crítico, la literatura,
el “vasto espacio de transgresión” (Petit, 2005: 51); su fin consiste
en masificar el deseo siempre postergado del consumo, lo bastante
general como para que se halle realizado en numerosos dominios
del sector publicitario y de un cierto nihilismo comunicacional.
La orientación crítica en que se efectúa el develamiento del sis-
tema libro ha de ser pertinente, porque, al fin y al cabo, hay diver-
sas maneras de consumir los libros propuestas por un sector del
mercado, las editoriales y los consorcios del capital aliados a los
publicistas y a los medios masivos de información: la existencia
de una política editorial que maneja en la dirección de la oferta y

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la demanda, de lectores seducidos por el impacto mediático, y por
tanto, homóloga entre ellas, realiza esta primera consecuencia.
Consumir el libro sobre dicha operación concretada por el éxito
del mercado se define como una no-apropiación del conocimiento
y del capital simbólico de una cultura determinada.
Cabe, pues, buscar, a la inversa, una apropiación del sentido
orientada a la indagación del espacio intersubjetivo de los lectores,
donde cada elemento de su mundo interior y su cultura sugieren
determinadas relaciones, no de sí misma exclusivamente, sino del
conjunto del que forman parte. La filosofía de la lectura marcada
por una crítica a la estructura liberal de producción de libros de
entretenimiento se sitúa en una dirección relacional; entonces, la
dirección inversa debería, en principio, ser también ella misma
crítica del lector.
La función de la filosofía de la lectura y la de los lectores en la
producción de sentido son comparables, con dos reservas: desde
luego, la tarea de los lectores en su propia cultura es efectuada de
manera sobre todo forjada en sus propias indagaciones subjeti-
vas, simultáneamente la reflexión sobre la relación especular que
se establece entre el lector, el escritor y el texto; además, puede
suponerse que los lectores no parten de cero, que disponen ya,
inconscientemente, de ciertos principios organizadores, elemen-
tos lúdicos y dispositivos críticos que los articulan en torno a una
concepción de la vida y participantes de una cultura nacional o,
por lo menos, de una lectura del mundo particularmente relacio-
nal de la comunidad a la cual pertenecen. La filosofía de la lectu-
ra, por el contrario, ha de hacerlo todo explícitamente y dispone
de un criterio, de una hermenéutica específica para su objeto.
Sin embargo, todo lector debería alcanzar en la experiencia de
la lectura su propia filosofía de lector. Su propia estadía. Su lu-
gar y no-lugar. Por distantes y ajenas que parezcan estas nociones
permiten la construcción de paisajes lúdicos que ayudan al ser
humano a soñar y a practicar una predicada heteronomía. Por
ello caminamos por la estructura dialéctica del sentido, la crítica
y la imaginación. No puede haber emancipación del lector sin la

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mediación de una reflexividad necesaria para producirlo y para
verlo en la urdimbre textual, unido al propio contexto de la obra y
a los procedimientos retóricos, sintientes y simbólicos que emplea
el autor para seducirlo, así como tampoco puede haber emancipa-
ción del lector, sin la construcción de un ejercicio crítico frente a
los mecanismos del poder de la cultura dominante.
Lo que he llamado filosofía de la lectura, y que podría llamarse
“crítica de la lectura instrumental”, es un campo de acción que
pone en práctica el ejercicio ético y lúdico del lector expresado
por medio de la apropiación del sentido, el pensamiento, la ima-
ginación y la fantasía, facultades del ser humano que resultan de
las conexiones de ese campo de experiencias que se produce en
una constelación de otras imágenes e historias de los lectores. La
filosofía de la lectura debe referirse más que a sí misma, y esto es
parte de su autorreflexividad y producción de sentido, al hallazgo
de su función metalingüística. Quizás consista en esto su elastici-
dad funcional. Su actividad no es reductible a la mera teoría, de
donde viene y a la que aboca a la semiótica de los textos, dado que
su actividad se mueve para ejercer una praxis cultural y una ética
del lector responsable.
En definitiva, tenemos que masificar los libros y atender los
problemas que genera una política totalitaria del mercado unida a
los factores financieros de la globalización, cada vez más empeña-
da en introducir y legitimar el consumo de los discursos comer-
cializados antes que el saber, el sentir y la libertad de los lectores
ciudadanos de un país.
El acceso al saber, al conocimiento, a las culturas ancestrales, a
las distintas manifestaciones artísticas de un pueblo son los fun-
damentos de la nacionalidad, la identidad y la diversidad cultural.
La edición de libros en condiciones creadoras es la expresión de
una sociedad democrática y pluralista, libre y soberana. Pero en
este asunto de promover el libro hay parte de la legitimidad de un
derecho constituyente y constituido, y también parte de la solu-
ción a la literatura de moda que nos llega en tiempos de impresa
futilidad, y de ese cinismo con el cual la lógica liberal reduce a los

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lectores a simples consumidores de mercancía, pero con un gran
poder de seducción y adormilamiento.
La masificación del libro debe ir acompañada de una filosofía
de la lectura que desmitifique la andadura estructural, falsamente
presentada como una opción independiente de su objeto; es de
hecho esta independencia, cuya eficacia para su objeto de control
(la comunidad de lectores) exige un lector ajeno a sus historias
comunes, a su idiosincrasia, a su lugar de origen, a su subjetivi-
dad y espacios para la imaginación y el placer estético, a su na-
cionalidad. La filosofía de la lectura debe agrupar y articular los
elementos que se interpreten juntos; debe buscar y saber hallar los
elementos sin los cuales la articulación del sistema-libro es im-
posible e incompleta; debe determinar los esquemas abstractos y
concretos a partir de los cuales se hace posible una interpretación;
los lectores, también.

⁓21⁓
II. LA CASA Y LA INFANCIA: LECTURAS DE LOS
SENTIMIENTOS

No sé si los espacios para la lectura puedan definirse, sobre todo a


los que piden más que un poco de espacio para vivir, sin hallar por
todos los medios la infancia recobrada. Creo y profeso que son in-
definibles y que se manifiestan en el momento de encontrarnos,
cuando las cosas que nos son más entrañables, que más nos con-
movieron y atormentaron nuestra infancia, que más pertenecen a
nuestra vida, se nos muestran en su verdad más humana.
Creo que el lector está destinado a alimentarse sustancialmen-
te tanto de la memoria como de las primeras impresiones de la
casa; y la casa es un terruño y una patria como cantara el poeta
Federico Hölderlin1. La noción de lectura y lector ya se conciben
como una historia de la casa; una historia de la infancia y de la
memoria. La casa está entre la fundación y el exilio, la hospitali-
dad y el viaje, y la lectura, también. Estas metáforas ciertamente
se han vuelto la materia viviente del lector, aún cuando su testi-
monio autobiográfico, sin perder nada de su rica concreción de
época y de lugar, tiende a hacerse consciente en las ideas que indi-
can cierta construcción de su subjetividad y cierta contemplación
de sus sentimientos en una etapa posterior. Y no hay sentido de
pertenencia para mover las primeras lecturas, más singular, que
la casa.

El recuerdo de la infancia distante, buscando la comprensión de mi


acto de leer, el mundo particular en que me veía […] Me veo así en la
casa sencilla en que nací, en Recife, rodeada de árboles […] La vieja

1
Poemas. Córdoba, Argentina: Ediciones Assandri, 1955. El lector encontrará el
motivo de la casa-patria en los poemas: “El terruño”, “Retorno al país. A los míos”.

⁓22⁓
casa, sus cuartos, su pasillo, su sótano, su terraza, el patio amplio en
que se encontraba, todo eso fue mi primer mundo (Freire, 1982: 74).

La lectura conduce hacia la casa, y lo esencial está en asistir a


sus voces más ocultas. Esas voces son la materia audible del lector,
la representación de sus primeros vínculos con el mundo. La me-
moria sigue extendiéndose en la casa y cada vez abarca más: las
historias de familias recordadas a fuerzas heterónomas. El goce
que da la casa, el contento que procura, es siempre de una calidad
eminentemente genealógica; es del mismo origen que el alto y, en
el fondo, sereno deleite que la memoria regala al lector mientras
ordena y forma la enredada vastedad de los sentimientos hasta
hacerlos diáfanos y comprensibles.
La casa no es, por lo tanto, un mero componente empírico de
la experiencia del lector, sino que pertenece al imaginario y al
deseo de fundar el espacio de reconocimiento de la experiencia
humana, y también una estética, de modo que tiene la dirección
hacia la contemplación. Y esta se caracteriza por recurrir al mo-
vimiento y a las relaciones lúdicas entre el lector y la producción
de sentido. La casa es necesidad geográfica de todo gran soñador,
y la casa del lector es la impresión contenida de un mundo prima-
rio, de sus experiencias del sentimiento, del sueño y la sexualidad.
Por lo demás, bajo todas esas impresiones, es sin duda necesario
que se puedan encontrar las construcciones de espacios reales o
imaginarias del lector.
Es posible que en un principio la casa fuese lugar de encuentro
y diálogo, de amor y recogimiento, de trabajo y sueño, de sabo-
res y música donde la vida transcurre al mismo tiempo nativa y
extranjera. Después de todo, el lector de libros es un lector de la
casa; anticipa el tono al cual habría intentado conformar su voz al
traducir su reconocimiento y el de sus familiares, los vivos y los
muertos. La casa produce el acento y hasta el desplegamiento de
las imágenes, los olores, los sueños, las ruinas, los recuerdos, las
fantasías, los abismos, en la formación de períodos vivenciales del
lector. Este amplio movimiento simbólico propio de la casa, nos

⁓23⁓
hace meditar sobre la invención y el espacio de reconocimiento
del lector.
La casa tendría su justificación más profunda, como espacio
formador, si el lector pone en contacto imágenes lejanas que tien-
den a parecer fragmentos de vida, cultura y mitos. Se trata de ha-
cer materia de reconocimiento la experiencia del lector: ¿no será
porque la casa es un país que ha tenido tanta memoria, y él nació
más lejos y puede tener nostalgias metafísicas? ¿No será porque la
casa es el mundo o un río, y él un viajero que interroga el sentido
de la vida? ¿No será porque la casa es un reservorio de afectos
compartidos y discordias, y él un aprendiz cada vez más y más
remoto de las palabras y del silencio?
Digamos que la casa es el espacio de los sentimientos, de la
confesión, del amor, de la ternura y de los conflictos. En los cuar-
tos, las cocinas, los patios, las escaleras, el mueble, el jardín, el
lector entrevé lo que ella es por los latidos de su memoria. Y esta
memoria está unida a la lectura, al valor que tiene la fuerza singu-
lar de quien lee para transfigurar la realidad, es decir para actuar
sobre ella, para recrear un campo de imágenes originarias que sir-
ven para enriquecer la vida.
Es así como se transmuta el lector si pensamos en la casa, en la
intensidad de significado que yace en su secreto más conmovedor.
Pues no es solamente la casa el espacio formativo para el lector,
sino la comprensión de sí mismo para recubrirse con un fin ini-
ciático o para seguir siendo el más clarividente de los que horadan
su propio destino. Este lector ha llegado a indagar las ilusiones,
los terrores, la castración, la angustia y la nostalgia de su ser. Y
la casa es el reino donde el lector empieza con tanta imprecisión
como para que pueda ser evocado; con cada lectura perdida, con
cada poema leído como una señal que se quiebra, con cada libro
amontonado, con cada historia de su biblioteca, con cada página
devuelta imagen concomitante e inconciliable.
La casa funda la imaginación del lector; se vuelve, literalmente,
motivo de autobiografía, sueño y reflexividad. Podríamos aclarar
a quien no haya visto esta imagen fundadora del ser humano y de
⁓24⁓
su conciencia singular y colectiva, a quien no la haya hecho suya,
que la casa quiere significar con ella el asombro por la persistencia
del lejano pasado infantil. Y a partir de la infancia, se unifica, se
aclara, es vivida la memoria del lector, tendida entre las imáge-
nes sin edad, con sentimientos. “La casa natal nos interesa desde
la más remota infancia porque lleva en ella el testimonio de una
protección más lejana” (Bachelard, 2006: 120).
La casa conduce siempre a la infancia del lector y supone que
la lectura no vive en un mundo separado. No vive solo de sí mis-
ma. Ciertamente, transfigura más que figura; pero entre la figura
y su transfiguración hay un secreto vínculo. El lector recrea su
infancia en la medida en que el escritor transmite sus palabras y
lo transporta a todos los puntos de un viaje ideado para él. La casa
echa raíces en el lector y por esa razón es la extensión de su mira-
da; de una mirada tan vivaz como íntima. De allí la paradoja. Ese
interés por una imagen de la quietud y el reposo que se insinúa
dentro del lector en pleno amparo, y la orfandad de quien lee y se
aleja de la casa movido por las palabras.
En el centro de la casa, el lector trabaja: talla un trozo de sí mis-
mo; trata de obtener una intensa visión interior y un concepto de
la dignidad humana, tales caracteres quedan impresos en el acto
de leer que brota al calor de su voluntad. En el centro de la casa,
el lector viaja hacia adentro y moldea su imaginación, como su
palabra, al servicio de su autobiografía. Y aquí entra y se impone,
naturalmente, una cuestión: la de la lectura y la de la vida del lec-
tor. La reminiscencia propicia el tiempo vivido.
Llegar a ser el que se es, el conócete a ti mismo socrático –reto-
mado por Michel Foucault en las nociones epimeleia heautou (la
inquietud de sí mismo) y heautou epimelesthai2 (preocuparse por

2
A lo largo de las lecciones dictadas en los Cursos del Collège de France en
1982, Michel Foucault utiliza dichas nociones en sus semejanzas y diferencias
teóricas. La hermenéutica del sujeto. Madrid: Akal Ediciones, 2005. Otra de
las reflexiones de Foucault sobre el cuidado de sí la encontramos en Tecnolo-
gías del yo y otros textos afines. Barcelona: Paidós/I.C.E-U.A.B, 1990.

⁓25⁓
sí mismo)– es la noción de un resultado final indicado por esta
forma de interrogarse el lector. Mas dentro de esa relación, la lec-
tura pudiera ser destino, y en esa experiencia única e irrepetible
que él mismo nos cuenta de cómo recoge para leerlos los papeles
de su infancia que halla en los libros, debemos ver solamente una
prueba del destino del ser humano.
Ligada a la lectura de libros como iniciación del lector está la
idea de una casa universal e inmutable. Ella representa el arqueti-
po que debe guardar su sentido eterno. Pero la casa muda de con-
sistencia y permanece virtual hasta que una mirada la actualiza. Y
aun puede decirse que el lector actualiza y construye su casa y su
infancia con fragmentos de esas casas que habitan en los relatos,
novelas y poemas, y se hace de un espacio a medida que la inti-
midad aumenta y transfigura su tiempo. Es una casa que sucede
mientras el lector teje y desteje el sentido; y esa mirada es la suma
de aquella imagen arquetípica y de la virtualidad que retorna viaje
y camino hacia lo poético.
La casa es el espacio originario del lector. Su espacio sagrado y
profano, social y cultural. Como él, se transforma con el tiempo,
y sin duda la lectura ha debido completar esa relacional ficcional
y vivencial. Ser y virtualidad están pareados. La imagen de la casa
solo podemos entreverla por la razón de que el lector mira la in-
fancia desde las casas que ha construido a lo largo de su vida, y
en cierto modo, establece una compleja relación de sentido, para
hacer de su lectura una narración sobre la que pudiese de inme-
diato releer el mundo. La casa es obra de la imaginación y del es-
píritu gregario del ser humano. Fijar lo fugitivo, unir lo disperso:
casa-raíz. Y simultáneamente remover lo fijo, dispersar lo unido:
casa-viento. He aquí el sentido simbólico que los lectores forman
en torno a la casa como espacio para la lectura. Sin la casa, la in-
fancia es nada. Y sin la infancia no hay memoria; y la memoria es
narración, tiempo recordado y tiempo vivido.
Estimamos que la casa y sus diferentes formas de vivenciarla
constituyen una forma particularmente vital del modo lúdico y
simbólico del lector. La casa es un espacio concreto y simbólico.

⁓26⁓
La casa es, ya de por sí, convivencia; la experiencia que de ella al-
canza el lector es también convivencial, y esto hace que su propio
contenido incluya a los demás. Es, incluso, sin duda, un espacio
interior y un paisaje, un árbol y una raíz, una cultura y una socie-
dad; tal vez la metáfora arquetipo de todas las demás.
En cuanto hayamos reconocido que la casa, la vida del lector,
el vínculo secreto corresponde a experiencias compartidas de lo
más evocativo y de lo más cargado de sentido, se entenderá que
la casa tenga una imagen material habitualmente transfigurada.
El lector recobra su infancia cuando retorna a los lugares secretos
de la casa: la cocina, los juegos, los antiguos cimientos del budare,
la arepa y las palabras. De este modo, algo recordado viene a re-
matar las imágenes del movimiento de la memoria. Y a través de
lo que revive el lector en su imaginación, que lo llena de sentido,
se evoca todo un mundo de encantamiento. Su infancia vive allí y
le da un sentimiento de asilo, resguardo, decoro, de “soledad tan
concurrida”, como escribiera el poeta Mario Benedetti.
El lector –cuando lee y entiende con los sentimientos y la ra-
zón– es más viejo, más sabio, y algo más niño en esa casa que viaja
por el mundo.

⁓27⁓
III. HACIA UNA CRÍTICA SOCIOLÓGICA DEL
LIBRO EN TIEMPOS POSMODERNOS

Haciendo un esfuerzo por enlazar diálogos transdiciplinarios con


trazos teóricos en torno a los cuales han venido organizándose la
interpretación del mundo de los libros y la lectura, la recepción de
los contenidos y los formatos, se advierte una dirección bien de-
terminada de escritores que han abordado estas interrogantes con
suficiente lucidez, imaginación y crítica. Mencionemos algunos
autores: Roger Chartier, Michèle Petit, Umberto Eco, Sven Bir-
kerts, Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes, William Ospina, Robert
Darnton, Geoffrey Nunberg y Alberto Manguel. Así las cosas, me
dedicaré a explorar desde un punto de vista de la crítica socioló-
gica, la vertiente posmoderna de la cultura con el propósito de
llegar a esclarecer el panorama cultural de los libros y su impacto
en el lector y en la sociedad.
Nada prohíbe hablar de la muerte del libro tradicional y de su
resurrección en un mundo posmoderno. Nada prohíbe hablar del
fin de los grandes relatos (Lyotard, 1997). Nada prohíbe hablar de
la muerte del lector (Barthes, 1976; 1978) y de la muerte del autor
(Wittgenstein, 2007).
¿Pero por qué deberíamos hacerlo? ¿Es acaso nuevo el anuncio
del fin de todas las culturas y sus bienes simbólicos? ¿Acaso el
libro impreso no se fortalece en la medida en que la producción
de tecnologías digitales determina las pautas de consumo y circu-
lación de contenidos? ¿No es también ideológica la interpretación
que determina la muerte de la cultura impresa, ya que trabaja con
las palabras, está ligada a la índole de esta, y aquello que produce
es un objeto, el libro y su producción de sentido? ¿No es común
hablar simplemente de cambio del soporte textual, ya que el libro
tradicional es un objeto que ha perdido su valor simbólico, mági-
co, sagrado, y su transición hacia nuevos formatos proviene de los

⁓28⁓
cambios tecnológicos, del mercado cibernáutico, de la masifica-
ción de la información en las sociedades?
Estas interrogantes caben dentro de la crítica al discurso pos-
moderno3. El mismo no se presenta ni como finito, ni como infi-
nito, sino sencillamente como indefinido, nihilista, insustancial,
pastiche, mezcla de los discursos populares y de la alta cultura. Los
fundamentos de la filosofía occidental y de las ciencias, el huma-
nismo, la racionalidad instrumental, la verdad, Dios, las culturas
dominantes y dominadas quedan reducidos a meras reproduccio-
nes de imágenes y tribus desacralizadas que conviven elevadas y
transportadas a los placeres de la superficialidad, la erosión y el
consumo masivo de mercancías. En consecuencia, una crítica a
los fundamentos occidentales y al humanismo debería, ante todo,
impugnar la legitimidad de una estructura del conocimiento, su
producción teórica, material y discursiva. Por más que pudieran
oponérsele no pocos reparos –y nosotros mismos opondríamos
reservas en lo que a su discursividad, propuesta estética y política
en lo que ella atañe– nadie podrá negarle a los posmodernos esa
forma de escepticismo y relatividad cultural sobre una realidad
percibida y removida desde sus fundamentos.
Y, ¿qué podría significar su juicio histórico, sino que decons-
truye –sin transformar, he ahí una de las críticas que pudiéramos
endilgarle a lo posmoderno– todo fundamento y sentido, toda
política y cultura, que eso desconcierta a la sociedad, que basta
con banalizar el humanismo y los conocimientos almacenados en
el lenguaje, sacar la suma y atenerse al nihilismo?
El discurso posmoderno abdica del pasado, de la memoria; no
hay historia, no hay héroes. O la idea de una supresión del dis-
curso histórico tiene exactamente menos consistencia como la de

3
No vamos a discurrir en este ensayo sobre las propuestas literarias y
filosóficas (Vanguardias, Nietzsche y Vattimo, entre otros) que pudieran
ser críticas y perspectivas dentro de las corrientes del pensamiento
posmoderno. Vamos, sí, a problematizar la noción de lo posmoderno en su
vertiente de proyecto liberal relacionada con el mundo del libro y la cultura.

⁓29⁓
un sujeto. Por esto motivo celebra el individualismo, lo efímero,
la ilusión, lo visual, el diseño gráfico y la publicidad. La propuesta
estética del discurso posmoderno viene a ser esa cosa fugaz de
que nos habla la producción serializada de mercancías para una
sociedad que salta de su espacio íntimo a la finalidad del espacio
comercial, de la finalidad de una lógica de la ilusión a la repro-
ducción del deseo de compra cuando ya el objeto adquirido no
satisface el deseo en el fabuloso mundo de la oferta y la demanda.
Todo se anima en torno a la sociedad y revive dentro de los nue-
vos decorados del presente. Un viaje a los templos del consumo
calma el vacío de la insatisfacción. La constitución programática
establece el predominio del espacio sobre el tiempo y el nuevo
modo de producción de mercancías pertenece a una clase domi-
nante. Por ello, la creación de las grandes superficies, los centros
comerciales, la arquitectura y la idea del desorden no representan
más que una combinación de colores, sonidos, mercancías, movi-
mientos o, si algo representan esos espacios, traducen una veloci-
dad que salta por los bordes y las ranuras de los decorados.
En esos Lugares-No lugares (Augé, 1995; 1996) donde los obje-
tos mercancías –libros y demás objetos serializados, línea blanca,
ropas, alfombras, muebles, computadoras– implican tanto utilidad
como fuerza de trabajo generadora de plusvalía ideológica, la clase
dominante fabrica hombres para el consumo dentro de las regu-
laciones del mercado liberal. Este mercado de interconexiones
globales disocia las economías regionales y vulgariza las culturas.
Para el discurso posmoderno, lo que importa es el vacío de senti-
do, la banalización del mal y el todo es posible (Arendt, 1974; 1995;
2008). E importan, sobre todo, en un mundo que ha perdido su
fundamento filosófico, teológico y científico. Los libros expresión
de la identidad cultural de los pueblos, las culturas ancestrales,
las manifestaciones artísticas, los manuscritos, las bibliotecas y las
obras de arte son convertidos en producción del mercado capita-
lista. En la comercialización de dichas expresiones artísticas ra-
dica la vulgarización y así se anula su capacidad de trasmisión,
simbología y comunión, pues los tiempos posmodernos compo-

⁓30⁓
nen el circuito Mercancía-Dinero-Mercancía (Marx, 1979) y trans-
forman en espectáculo visual y de consumo el material simbólico
de las diversas culturas del mundo.
A esto se debe precisamente la imposición de un modo de
producción capitalista y la reproducción totalitaria del proyecto
político, estético y cultural de una hegemonía al servicio de los
capitales financieros.
En este contexto radica el verdadero significado de la anun-
ciada muerte del libro o la transición progresiva hacia formatos
digitales. El objetivo de los sepultureros del libro tradicional –im-
preso en papel, extensión de la mano y de la imaginación– puede
caracterizarse como la predilección específica del desplazamiento
del lector y del texto, si bien esa caracterización solo mienta un
lado del proceso. El otro lado, sin el cual el hacer del libro impre-
so, un manojo de hojas plegadas en orden y sentido bajo la auto-
ridad de un autor, permanecería incomprensible, señala lo que
ha de confeccionarse y el material (soporte) que se debe elaborar.
Si los sepultureros del libro impreso han de signar el plan (pro-
yecto del fin del libro tradicional) hay que pensar que lo planeado,
cuya materia se extrae de un nexo cultural, tiene que retornar a ese
nexo. Dicha cultura abarca la producción de objetos serializados
y de altas rotativas del consumo donde hay que ubicar el sector
libro. Aunque la pregunta por la desaparición de libro impreso re-
sulta ociosa, la descripción del proceso de su añorada muerte y, en
definitiva, de su desplazamiento a nuevos soportes virtuales, debe
volver comprensible la pregunta y mucho más la descripción como
evidencias para una crítica de las prácticas lectoras, así como de la
cultura, la economía, la moda, la publicidad y la producción de los
textos electrónicos bajo el campo de la ideología liberal.
La siguiente comprobación posmoderna (y se podrían citar
muchas) expresa acabadamente la actitud fundamental de la desapa-
rición del libro impreso: la tarea de los nuevos formatos de libros
digitales consiste en demostrar un cambio de percepción de los
textos y de la apropiación del sentido en un mundo protoelectró-
nico. Y, a continuación, los formatos y los dispositivos digitales

⁓31⁓
del libro merecen el nombre de fábula interactiva, pues resuelven
las siguiente cuestiones: elucidación de la posibilidad de una in-
formación objetivamente instantánea, de una información que,
en cuanto conocimiento, es impersonal, derivada de múltiples
fuentes en su mayoría anónimas, y que, por otra parte, atañe a
un estado de conexión universal, un estado en sí dependiente del
poder mediático.
Debemos a los pronósticos Marshall McLuhan la era de la co-
nexión global que introducirá un orden discursivo nuevo, descrito
en su relación con los textos electrónicos, sus implicaciones en la
cultura y la literatura. Así, el mundo constituido
por la membrana cósmica con que la dilatación eléctrica de nuestros
sentidos ha envuelto de pronto nuestro planeta. […] El mundo se
ha convertido en un ordenador, un cerebro electrónico, exactamente
como en un relato de ciencia-ficción para niños. Y a medida que
nuestros sentidos han salido de nosotros, el GRAN HERMANO ha
entrado en nuestro interior (McLuhan, 1969: 55).
Pero a partir del mero delineamiento de las reflexiones de
McLuhan, tal como lo emprende este pensador, se hacen visibles
los cambios de apropiación de los textos por vías esencialmente
configuradas en horizontes telemáticos. Por eso es posible que el
estrato de información descubierto proporcione la legitimación,
no solamente de los procesos de adecuación a las nuevas formas
de leer dentro del actual desarrollo de las sociedades, la cultura
y la informática, de las formas actuales de la convivencia social y
de la configuración en el arte y la literatura, sino también de toda
posible acción del acto de leer, sin especificación temporal y con-
dicionada por una sobreexcitación multimedia. Con McLuhan
pensamos en un lector androide. Un lector enchufado a cables,
chips y accesorios mecánicos. Un lector dirigido por las computa-
doras, tal como lo describe Joseph Weizenbaum (1975: 450-470).
Por eso es lícito suponer que el “Gran Hermano” cumpla las
mismas vigilancias también en la formación psíquica del lector en
el desplazamiento del lenguaje, las literaturas de fácil consumo, de

⁓32⁓
las formaciones sociomorales y promueva la despersonalización, la
alienación, la mecanización, la instrumentalización, el enmascara-
miento de la realidad y el control del ser humano. Las novelas 1984
de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley, Fahrenheit
451 de Ray Bradbury, el estudio El Panóptico de Bentham, el film
Tiempos Modernos de Charles Chaplin e internet, expresión global
del poder tecnocrático y financiero, son las expresiones evolutivas
y metafóricas de la cultura tipográfica y electrónica de McLuhan.
No resulta por tanto tan considerable como se supone la dis-
tancia que media entre el uso múltiple de los ordenadores, como
el de McLuhan, y las más paródicas especulaciones de los mencio-
nados escritores. En este caso, la única diferencia que advierto en-
tre la funcionalidad digital y la escritura impresa en papel consiste
en que la primera, promueve la ubicuidad de los lectores en los
intersticios invisibles con otros estados de información multime-
dia entre los distintos planos de la lectura, y así indefinidamente,
de suerte que los lectores, estrechados en un intervalo que se va
ampliando cada vez, van acercándose a un laberinto cibernético,
a una apropiación fragmentaria de los contenidos informativos a
través de la pantalla y de los múltiples usos de los programas, al
paso que la escritura impresa en papel, haciendo del lector el lu-
gar del sentido, se halla en presencia de un espacio intersubjetivo,
íntimo y común al que no hay razón ninguna para fijarlo en los
infinitos descentramientos de los ordenadores; más bien el lector,
libro en mano, focaliza el texto, interpreta, reescribe a su modo el
texto original y produce diferentes sentidos.
En el sistema de información dirigida a los millones de usua-
rios (lectores), ninguna experiencia está concluida: la realidad ex-
perimentada lo es de modo virtual. La lectura en la pantalla digital
es absolutamente objeto de simulación en el desplazamiento del
lector hacia su propia reducción interactiva. Por más que el lector
de multimedia, CD ROM, bibliotecas virtuales, libros digitales,
fragmentos de textos, sinopsis, fotografías, collage, manipule los
íconos que sirven para acompañar el infinito mundo de los orde-
nadores, los dosifique, abra y cierre ventanas, pegue y corte textos

⁓33⁓
de otros textos, los combine juntos de mil modos; en fin, por más
que ejecute con ellos las más refinadas operaciones de programas
electrónicos, no alcanzará jamás nada que se parezca al placer de
la lectura de un libro impreso en papel. Sin embargo, decir lo an-
terior oculta una distinción muy importante, esto es, el distingo
entre una generalización cibernáutica que se basa en la explosión
de los medios digitales y en los resultados de las transformaciones
del texto electrónico que justifican el carácter del acceso aleatorio
de la lectura, que no es el caso de la lectura en el libro impreso.
En este contexto posmoderno, en apariencia democrático e
innovador, se esconde una cultura empalmada por materiales
procedentes de la ilusión mercantilista o del interés faccioso del
liberalismo. En el área liberal del mercado, el lector, el libro y la
cultura son datos del sistema observable de los ordenadores y de
internet, códigos, barras simétricas, signos de una gran colección
de piezas engranadas a un sistema global dirigido por tecnócra-
tas, políticos, medios de comunicación social, psicólogos, publi-
cistas, corporaciones y banqueros. Y toda la masificación de los
contenidos escritos y visuales se entiende como un signo de so-
juzgar al lector, y a lo que se diría desde una promoción del libro
y los textos marcada por el espectáculo, la distracción y la moda.
Estar a la moda del libro digital es estar frente a la pantalla co-
nectado a millones de cables y tomados al natural bajo la ilusión
óptica de estar bien informados; y no se trata del futuro, el futuro
como se recordará es en el campo de la ficción, frente a los tiempos
de la incertidumbre (presente) propio de los cambios culturales.
En este nivel de eficacia y rentabilidad entrarían el libro posmo-
derno, los promotores de ventas en red, la imaginación depreda-
dora, la hipersaturación informativa, el trabajo ideológico que
especifica la producción de libros de autoayuda, la promoción de
los espacios lectores vinculados a las grandes superficies y centros
comerciales. Todo esto es razonable en una fábula comercial que
produce libros, y sobre todo, libros entendidos como finalidad de
un velocísimo proceso de mercadeo en el cual se borran también
las identidades de los ciudadanos.

⁓34⁓
No se trata, pues, de cambios en el formato o de la transición de
los textos impresos en papel al ordenador, aún cuando son conse-
cuencia de los adelantos tecnológicos y económicos mercantiles.
No se trata de la opresión de la tecnología cuando sabemos que
un libro impreso en papel procede de un complejo sistema tecno-
lógico. Pero mucho nos engañaríamos si pretendiéramos que la
vía liberal-posmoderna conduce a la propagación de más lectores
críticos y despiertos, y a una deliberada promoción del libro en su
aspecto simbólico creador de experiencias lúdicas, estéticas, hu-
manas y convivenciales. Nada de eso, el libro en tiempos posmo-
dernos desemboca directamente en la lógica del liberalismo cultu-
ral y político, en el escamoteo bajo las máscaras de lo ideológico.
De allí nuestra insistencia en proponer una filosofía de la lectura
como el fundamento ético de los lectores, quienes en actitud críti-
ca entiendan el proceso cuyo objetivo principal es la rentabilidad
del capital y la simulación de masificar el “conocimiento”.
El lector que proponemos, sin caer en estereotipos o tipos de
lectores, capta la reflexión de sí mismo en la urdimbre textual de
la cual forma parte, y acompaña ese proceso de emancipación
oponiéndose al libro consumo de los tiempos posmodernos. El
lector crítico, de la lectura instrumental, funda la casa por me-
diación de la memoria y mediante la identificación comunicativa
trasmitida por la experiencia de la oralidad y de los sentimien-
tos. En este sentido, la casa es el lugar de una visión liberada de
los centros comerciales y de las grandes superficies que son los
espacios para el lector consumista expandido por los medios de
comunicación de masas de la era digital. Por consiguiente, el libro
en tiempos posmodernos también es siempre tanto seducción de
consumo como disimulo del placer experimentado ante toda per-
dida de la realidad. Es la cultura de la celebración del vacío, de la
fragmentación y del espectáculo.
Resulta por eso simplemente lógico que, para la propuesta li-
beral del consumo de libros de moda, reintegrar la cultura en los
templos del consumo digital, de los centros comerciales y las gran-
des superficies determine el paso de la sociedad lectora del libro

⁓35⁓
impreso en papel a un estado nuevo en el que los consumidores
(lectores) que se extraen conciernen al goce de las funciones de
la multimedia, pantallas digitales de gran formato donde la ima-
gen es el centro de atención de mayor explosividad visual. Pero ha
podido conducir también a darle a los ordenadores una función
estética cuyo valor exploratorio desmitifica el empleo del lenguaje
y la literatura.
El lenguaje de esa literatura producto de campañas publicita-
rias a favor de los libros de autoayuda banaliza y explota en nom-
bre de lo ligero y de la moda. Los libros de autoayuda recurren
a fórmulas, citas, parábolas; en consecuencia, la masificación de
contenidos literarios cuyos motivos sanadores son de por sí sínte-
sis de recetarios y mitos paganos de mala escritura son las priori-
dades de aquellos lectores y del mercado. El uso de este lenguaje
ha llegado a los cómics, a los programas infantiles y juveniles y,
a la vez, el lenguaje de dicha programación es un instrumento de
segregación cuando encierra sus propios intereses y agresividad
hacia el otro.
No solo cambian los formatos del libro impreso en papel y
la recepción del lector frente a la pantalla de un ordenador, sino
el lenguaje pierde su función comunicativa, su sentido, su consen-
so abierto (Jauss, 2002). La literatura producida en los tiempos
posmodernos recicla, banaliza, populariza los mitos antiguos, los
motivos góticos, los libros esotéricos. Dicha literatura desustan-
cializa y propone una cierta despersonalización colectiva, emplea
un lenguaje de baja calidad ficcional y celebra el mundo de las
sectas donde los lectores están determinados a convivir bajo có-
digos y claves condicionados por la publicidad que antecede el
espectáculo de toda esa ficción mediática y comercial.
Al hablar de los libros en tiempos posmodernos estamos tra-
tando de precisar no un problema moral o una caracterización
de los lectores; el lector está en el derecho de elegir sus lecturas
preferidas, tanto en el formato impreso en papel como en el for-
mato electrónico, sino de comprender el modo de producción de
libros para el consumo masivo en razón del modo como proceden

⁓36⁓
la industria liberal de los impresos y el cine hollywoodense. Y es
que, como ya vimos, el imperativo de los industriales del libro
hoy día consiste en crear una generación de lectores nihilistas, en
el sentido de entender el nihilismo como la negación de las tradi-
ciones y las culturas originarias que también son expresiones de la
historia, la literatura oral y de un imaginario colectivo.
Estamos hablando de los lectores, el libro y del lenguaje, de la
cultura y del mercado. No hay que tener reservas a la hora de ha-
blar sobre estos temas y llegar a algo distinto de mayor capacidad
crítica que advierte la totalidad del problema. Si queremos cam-
biar nuestros espacios de encuentro para producir experiencias
de lecturas colectivas, para modificar las miradas sobre nosotros
mismos, debemos generar una ética de la acción lectora y una
resistencia frente a los lenguajes, culturas y símbolos que entran a
través de las pantallas de los ordenadores, internet, la multimedia,
la televisión, los libros, las cableras. Porque la cultura no solo se
limita a la producción de libros sino que toda “cultura es un texto”
(Lotman, 1999). No podemos obviar esta realidad partiendo sola-
mente de un problema de voluntad política, de la masificación de
libros y de buena literatura. La masificación de los libros y la pro-
moción de la lectura es un asunto de derechos culturales que “son
también rasgos distintivos de la nacionalidad” (Pereira, 2012).
No basta acceder al libro y a la lectura, hay que fundamentar los
derechos culturales en los soportes teóricos y críticos para adqui-
rir una nueva perspectiva de relaciones entre el lector, la cultura
y el mundo. El lector debe ser un testimonio de resistencia frente
a la lógica liberal y de lo que yace en el fondo de esa produc-
ción de seudocultura, en la medida de su consumo inmediato,
y debe hacerlo legitimando la voluntad de pensarse al margen del
velado misterio de la seducción y del consumo, porque a más de
un lector le ha pasado que llega al libro enchufado del contagio
publicitario, por la forzada intimidad de escritores comercializa-
dos, de una identificación política con el escritor. Y no solo es el
libro quien llega a manos del lector, sino una estructura colonial de
dominación y, con ella, una estructura cultural que forma parte

⁓37⁓
de una política globalizada que garantiza la homogeneidad de las
culturas y niega la diversidad cultural de los pueblos.
Pero hay que dar una respuesta creadora en la forma e inten-
sidad de la llamada hacia el lector y sus espacios de convivencia.
Y muchas veces, el tema del libro y la lectura implica la compren-
sión de factores sociales porque el lector es un ciudadano y la lec-
tura es una práctica cultural inscrita en una sociedad. Aquí está
el problema: crear una política del libro apoyada en una política
del texto pensada en una filosofía de la lectura que genere lectores
críticos frente al dominio de la colonización cibernáutica que es,
también, dominación de un pensamiento unipolar.
El libro posmoderno se inscribe dentro de esta lógica de con-
trol del pensamiento y en sus variantes digitales: saltos de pági-
nas infinitas que juegan en patios cibernáuticos/atajos interiores;
laberintos y puertas; búsquedas con el archiconocido carrito de
compras/escaleras domésticas para ascender y descender lo sufi-
ciente como para romper la sensación de aislamiento; paradojas
de una huida hacia dentro, porque no hay desplazamientos reales.
Y la huida desde esa reserva hacia un más allá que la primera hui-
da legitima como existente, como posibilidad real, como un viaje,
como una conexión posmoderna. Esta fuga interdigital requiere
del lector enchufado a los ordenadores y a un discurso inmaterial
producto de las leyes de la informática y de las agresivas campa-
ñas de publicidad y mercadeo.
Pensamos que sí hay un desplazamiento de los formatos tecno-
lógicos, como no advertirlo, para la lectura de libros y contenidos
informativos que circulan a velocidades infinitesimales a través de
la red. Y también el lector es desplazado en esa relación especular
que puede ocultarse y al tiempo que simularse y ser simulado por
la política de la red. Hay una intercomunicación infinita en los sus-
tratos de esa comunión universal que libera energía electrónica.
Si damos por sentado que el mundo y los adelantos tecnoló-
gicos son imparables y las ideologías retornan por los senderos
del neototalitarismo estético, debemos tener una responsabilidad
ante este mundo que se destruye. Y la lectura es un acto de resis-
⁓38⁓
tencia frente al poder hegemónico de la clase dominante, y un
acto de legitimar un derecho ciudadano frente a la fabricación de
una neutralidad cultural posmoderna que no es tal. Dicha neu-
tralidad juega a los templos del consumo, al nomadismo de los
consumidores haciéndoles espacio dentro de un orden arquitec-
tónico constructivo y funcional.
Hay una intencionalidad económica, ideológica y política en
eso de editar millones de libros para el consumo de nuestras ju-
ventudes. Hay un motivo expreso en domesticar a los lectores para
que el mercado pueda responder por ellos. Hay una economía del
mercado del libro porque lo que está en juego es nada menos que
el poder de las grandes cadenas de producción de libros, aliadas a
las agencias informativas, a la publicidad, al poder político y cul-
tural que siempre está subordinado al poder económico. Y bajo
esta forma de promover impresos circula, y es preciso decirlo, una
estética al servicio del consumo y la banalidad.
Por ello, hay que desmantelar la estructura de la lógica de pro-
ducción del liberalismo cultural que es, en esencia, la estética del
totalitarismo que restringe la condición humana y sus símbolos,
al destruir la tradición y sistematizar en nuevas formas de cir-
culación las culturas diversas. El imperativo crítico consiste en
hacer transparente, en desvelar el fundamento estético, la lectura
instrumental, problematizando la lectura y al lector en el contexto
cultural donde se produce la práctica lectora.
Esto podría resolverse si se repara en que tanto la lógica como
la producción de libros en la tendencia liberal están en relación
con lo que puede ser una política de la seducción, máscara ideoló-
gica de un sistema de valores nucleados por el mercado y, por tan-
to, la creación de espacios privados que se hacen públicos, porque
lo que importa es poder seducir todo aquello que puede hacerse
y que efectivamente se hace con el mercado: producir hombres
para el consumo masivo, que es el único lenguaje que preocupa a
la política liberal.
A esta manera de promover los libros y los lectores para el con-
sumo de literatura chatarra y otras ideologías que sirven como

⁓39⁓
plataformas transculturizantes, nosotros tendríamos que propo-
ner una transformación radical de cómo leemos esos libros im-
presos en papel y en el formato digital que desbordan las librerías
y las pantallas de los ordenadores. No basta el lector hedonista y
exhibicionista de centros comerciales, ni tampoco el lector aca-
démico encerrado en sus lecturas especializadas para legitimar
un lector ciudadano. El nuevo lector republicano es memoria y
resistencia cultural frente a la alegoría discursiva liberal; formaría
esa voz colectiva de creación común que un lector emancipador
promete.
También tendríamos que radicalizar la práctica social de un
lector de la casa-terruño-nacionalidad, habitante del reino de la
imaginación y las culturas. Fundar la casa como el espacio de re-
conocimiento del lector promovería la propia identidad del ciu-
dadano ante el caos del mundo posmoderno, ante un coyuntural
controlador informático y de los espacios creados para el consu-
mo. Con esto no estamos condicionando nuestra propuesta críti-
ca, digamos que la casa y la lectura describen una trayectoria vital,
hospitalaria y creadora frente al placer efímero de una no-coe-
xistencia, de la lejanía, del extrañamiento de un mundo digital y
consumista en los templos de la superficialidad.
Y cómo leer significa conciencia crítica, distancia del texto,
salir de la red de palabras gastadas y de dudosa verosimilitud. Y
cómo leer aquellos textos significa posicionarse de una singulari-
dad y hospitalidad del lector. No otra cosa podría ser la filosofía
de la lectura, práctica del lector que proponemos, plantear la to-
talidad teórica-práctica del mundo del libro si bien su quehacer
específico se dedique a esclarecer los fundamentos políticos del
conocimiento y el lenguaje que conservan una relación discursiva
con la totalidad.

⁓40⁓
Colofón
La filosofía de la lectura –como un medio y no un fin– produce
un lector crítico que distancia esos productos a consumir (libros
de autoayuda, literatura de moda y libros narcóticos del alma). El
lector de esta filosofía funda una crítica a esos impresos de altas
rotativas que tienen la utilidad de manipular, peculiar cruzada del
mercado, a los lectores. Esta sensación de progresiva vertiginosi-
dad en la marcha de nuestro tiempo se encuentra más acentuada
al extenderse el intercambio global, a la par que ella intensificaba
la mano invisible del mercado.
Deshacer, explotar, diseminar son las maneras en que pode-
mos leer un texto; no pecamos de estructuralistas, pero se puede
leer un texto y saber por cuáles caminos textuales se va, que son
los diversos caminos que llevan a una justificación de un modo
de acercarse al texto desde la instrumentalización del lenguaje.
Se va hacia la comprensión del texto, hacia el placer y hacia la
polisemia, en tanto que el movimiento de un lector se legitima
haciéndose reconocer como lector-activo en un lugar de resisten-
cia y acción.
De allí la necesidad, en primer lugar, de que el lector funde un
espacio para la reflexión y la crítica de los mecanismos de la lectu-
ra instrumental en la modalidad de una filosofía de la lectura. En
síntesis, la funcionalidad de dicha práctica radica en tres aspectos
que anteriormente describimos: a) La práctica lectora en el sen-
tido inmanentista del texto con todo lo que implica la participa-
ción del lector en la construcción de otros textos; b) La simbiótica
entre el texto, el lector, la cultura y la producción de sentido en la
conformación de una cultura identitaria, y finalmente, c) La crí-
tica política al sistema liberal de producción de libros que es una
crítica al modo de producción capitalista de discursos.
En segundo lugar, promover espacios alternativos que sirvie-
ran de estímulo creador. En principio, la casa es el lugar donde el
lector tiene las primeras experiencias de la infancia y de reconoci-
miento de una cultura. Y la casa podría ser un espacio alternativo

⁓41⁓
para legitimar el acto de lectura como un derecho a la vida y a la
búsqueda de las raíces más profundas del ser humano.
Y en tercer lugar, intentamos problematizar la masificación del
libro y de la recepción lectora en tiempos posmodernos donde
el libro digital además de modificar las formas de apropiación
de los textos, subyace en su estructura de ampliación de canales
normativos y reguladores, el campo de una estructura financiera
que diluye sus contornos mediáticos para emprender una colo-
nización a través de la producción de información electrónica y
de una rentabilidad que circula a razón del intercambio, la razón
instrumental y la ideología.

⁓42⁓
SEGUNDA PARTE:
VENEZUELA EN SUS LETRAS FUNDADORAS
I. LA OTRA HISTORIA DE LA DESCRIPCIÓN
EXACTA DE LA PROVINCIA DE VENEZUELA
NARRADA POR JOSEPH LUIS DE CISNEROS

La tentativa de comentar el libro de Joseph Luis de Cisneros: Des-


cripción exacta de La Provincia de Venezuela (1764) con la manera
de representar una panorámica sobre la Provincia de Venezuela es
tan antigua como la historia misma de la nacionalidad, indepen-
dientemente del tiempo y el modo en que se fijen los orígenes de
la historia de Venezuela a través de sus impresos.
Ya los cronistas, la visión histórica y fabulosa de América des-
de los tiempos tenebrosos de la Conquista y Colonización tras-
mitieron oralmente y por escrito, informaciones sobre la vida del
“Nuevo Mundo” (y sobre todo de las fundaciones de las ciudades
y villas de los pueblos americanos), en la medida en que podían
ser de interés mercantil y colonial. Pero no solo ni en primer lugar
a través del “Nuevo Mundo” y de las fundaciones de las principa-
les ciudades se descubrieron que el pensamiento, la literatura, la
crónica y el discurso histórico, sino que se articulan y desarrollan
en el modo de la construcción de un referente otro, mediante es-
tructuras jurídicas, sociales, políticas, literarias, económicas, divi-
nas, militares metropolitanas. Este proceso implica en cada caso,
por deseo de colonizar, sea la continuación sea la reproducción
del imaginario europeo proyectado hacia tierras americanas.
La Conquista, por ejemplo, no puede entenderse, sino como
proyección histórica en el modo de la transmisión de formas sim-
bólicas y fabulosas de la Edad Media y los contenidos belicista del
pueblo español interiorizados como ideales heroicos a propósito
de su larga lucha contra los moros durante ocho siglos. Precisa-
mente sobre la base de esta transmisión conquistadora de la his-
toria de España puede surgir también la contradicción discursiva
respecto de las formas y contenidos convencionales que responden

⁓45⁓
al interés de narrar o describir el propio marco de referenciali-
dades posibles con el fin de orientar una lectura con un carácter
ideologizado, como lo muestra el caso de Joseph Luis de Cisneros.
La lectura del libro de De Cisneros, en primer lugar la biblio-
gráfica, se interpretó entre los venezolanos como el momento más
auspicioso y canónico de la historia de los impresos en Venezuela,
sea cual fuere el concepto que de esta se dé en su especificidad
textual. La lectura se fue constituyendo a partir de la investigación
del maestro Pedro Grases, quien escribe el estudio preliminar del
libro de De Cisneros en la edición de la Biblioteca de la Academia
Nacional de la Historia (1981), quizás el único trabajo documen-
tado y célebre con sentido heurístico-sistemático del impreso.
Ese fue y sigue siendo el trabajo de mayor profundidad en la
búsqueda de las fuentes históricas del libro, las diversas compara-
ciones con otros impresos y las fechas de publicación de los mis-
mos, lugares de edición, la síntesis del contenido orientada a una
cierta vindicación de la personalidad y el carácter de un hombre,
De Cisneros, que confiere a su descripción el tono de “un hombre
de aldea” que cuenta sus impresiones sobre el comercio, así mis-
mo, el diálogo con historiadores alrededor de su fundación como
libro que iniciara algunas rasgos de la nacionalidad venezolana,
según Pedro Grases. Además sus implicaciones políticas y econó-
micas, y finalmente, el misterio a la hora de descifrar las claves del
lector a quien está dedicado el libro.
Los editores del libro (la Biblioteca de la Academia Nacional de
la Historia) están interesados en enaltecer del libro de Joseph Luis
de Cisneros, la visión fundadora, conquistadora, idílica y román-
tica, a través de pequeños fragmentos extraídos del libro, a modo
de exaltación de las descripciones y anécdotas destacadas por De
Cisneros. Estos textos que están ubicados en la parte posterior
de algunas hojas contentivas en su parte frontal de grabados de
mapas, bestiarios, escrituras, paisajes, gráficas de medición, cro-
quis de ciudades e iglesias, ilustraciones que fueron tomadas de
archivos coloniales venezolanos, sirven para ilustrar una lectura
de acuerdo a los propósitos generales de la obra: vindicar la abun-

⁓46⁓
dancia de frutos y tierras fértiles con miras a establecer una rela-
ción mercantil de los haberes y rubros e informar al destinatario
del libro, su majestad, el rey.
Esto quizás responda a la lógica discursiva del autor (el viajero
Joseph Luis de Cisneros) y el primer lector (el rey), porque en
la obra más adelante hace un llamado al lector en general, en el
hecho de comunicar un registro del paisaje, las tierras, los ani-
males y los frutos con miras a establecer una versión mercantil
de Venezuela y de la fundación de las primeras ciudades y villas
conquistadas por los europeos.
Joseph Luis de Cisneros a pesar de las “ingenuas” descripcio-
nes del paisaje, como expresa Pedro Grases, reproduce el discurso
de la dominación y del desprecio hacia los habitantes originarios
de Venezuela y las clases pobres. Su discurso promueve una cierta
inferioridad de los pueblos indígenas y de los trabajadores que
vemos a lo largo de la obra, que obliga a aceptar la condición de
“pueblos salidos de la infancia”, en tanto la civilización (el progre-
so y el trabajo) está del lado de los europeos y (la ignorancia y el
desgano) está del lado de los bárbaros que son los americanos.
También en esa característica es representativo de su época:
aquellas expresiones xenofrénicas cargadas de la propia experien-
cia del mal, en la imagen exótica que el cristianismo tenía de los
pueblos indígenas, según la cual, todo hombre debe ser civilizado
a través de la lengua, el evangelio y la cruz, entre un principio
original fundado en Dios. Pensamos que Joseph Luis de Cisne-
ros no escapa a esta lógica de la dominación: “la abundancia de
frutos ofrece el mayor adelantamiento de sus Moradores; pero la
impericia de ellos les tiene en un profundo letargo, sin echar de sí
la flojedad, y civilizarse con los Europeos para asegurar su Comer-
cio…”4 (p. 65).
Este testimonio escrito no es inofensivo sino que pretende jus-
tificar una mirada de la dominación de Europa hacia América o

4
Las cursivas son mías.

⁓47⁓
hacerla verdad histórica. Desde la discusión de Ginés de Sepúlve-
da y Bartolomé de las Casas hasta la categoría histórica de “encu-
brimiento” propuesta por Enrique Dussel (2007), la producción
de la textualidad sobre América ha venido filtrando una interpre-
tación de la realidad americana con los presupuestos del imagina-
rio, discursivos y de representación del mundo y la vida europeos
que, sin duda, constituyen la formación de los procesos históricos
de los pueblos americanos pero también, y ahí lo sustancial, reú-
ne en torno suyo un discurso que describe y relaciona la realidad
con el fin de dar cuenta de la superioridad de una cultura que por
reconocerse civilizada mediante el uso de la razón y la religión,
sojuzga todo lo que no se le parece; por tanto, debe encubrir para
que lo otro se convierta en lo mismo. Pensamos que el fragmento
anteriormente referido de Joseph Luis de Cisneros saca esa con-
clusión categórica de la subordinación de los bárbaros a la razón
de la modernidad.
En el texto de De Cisneros, los indios son los bárbaros opues-
tos a los Indios Gentiles, instruidos y colonizados por los misio-
neros y los frailes que han aprendido oficios para el trabajo en la
producción de víveres. Evidentemente, debido al modo de utilizar
los religiosos a los indios en las faenas cotidianas, podría consi-
derarse esta fuente de empleo una variante de la esclavitud, como
expresión evidente de la explotación de la mano de obra del in-
dígena en las minas y las tierras. Pero el desdén es aún mayor en
el siguiente testimonio que observa al indio en el estado “natural
y salvaje”, en igualdad de condiciones con el ganado. Joseph Luis
de Cisneros se divierte “en gran manera al ver las Poblaciones de
los Indios [que son muchas] sus labores, y Ganados por aquellas
dilatadas tierras [en la ciudad de Trujillo].” (p. 173).
Sin duda, el autor de Descripción exacta de La Provincia de Ve-
nezuela expresa aquí una visión muy particular del “buen salvaje”,
indio o campesino que trabaja para producir víveres que serán
almacenados en las factorías de la Compañía Guipuzcoana.
Con esa vuelta hacia la exclusión del otro, como se realiza pre-
cisamente en la domesticación del indígena a través de la con-

⁓48⁓
fiscación de sus bienes materiales y espirituales, comienza una
racionalización de las otras formas que De Cisneros no entiende,
porque su descripción y relación de la fundación de las ciudades
de Venezuela privilegiaron el comercio, el intercambio de provin-
cia a provincia mediadas por la intervención extranjera. De Cis-
neros ha encontrado en la Ciudad de la Nueva Segovia de Barqui-
simeto “Pueblos copiosos de indios Gayanes, de natural altivez, y
cada día se experimenta de ellos diferentes insultos, idolatrías, y
malas costumbres” (p. 157). “[Las] situaciones de los Pueblos de
los Indios de todos aquellos llanos, así de las Naciones Bárbaras,
Tumuzos, y Motilones, que habitan en las serranías de Fernambu-
co, y otras de la Cordillera” (p. 183).
El modo en que De Cisneros relaciona los hechos de los indí-
genas bajo los presupuestos de la razón moderna-colonizadora
discrimina la cultura y la propia autodeterminación de los pue-
blos indígenas. El bárbaro es irracional y la razón por su parte, si
se entiende de manera correcta, enseña las buenas costumbres, el
orden y la disciplina. Y si esto faltase, la razón misma procede de
Dios, de los misioneros, de los reyes y de los conquistadores.
Esta razón moderna de De Cisneros se extiende hacia la pro-
vincia de Santa Marta y la de Cartagena, al río la Magdalena. En
estas tierras, valles y ríos el hombre de fe católica, ligado al comer-
cio y a establecer para su merced, el rey, una relación mercantil de
las provincias y villas por él vistas, adquiere una exigencia mucho
mayor que demuestra la tenacidad de sus verdaderas intenciones:
Dios por su infinita Misericordia, quiera alentar el espíritu de las
Gentes, para que adelantándole las Poblaciones, que al presente le
faltan haciendas en las márgenes del Rio Orinoco, continuándole su
navegación, le facilite por aquella parte del Comercio, a mayor honra,
y gloria de Dios, el establecimiento de la Fe Católica, entre aquellas
Bárbaras Naciones, extensión de la Monarquía de nuestro Católico
Rey, y [el] bien de sus vasallos.5 (p. 184).

4
Las cursivas son mías.

⁓49⁓
Este posicionamiento del tema del establecimiento de la Fe
católica y de la civilización de los “bárbaros” era característico de
los conquistadores. Por supuesto proveniente de Cristóbal Colón
y su proyecto de reconquistar una nueva Jerusalén para los Reyes
Católicos. El genovés llevaba un diario en el que apuntaba muchas
curiosidades, en parte en la lengua europea trasunto del imagi-
nario medieval y de la lectura de los libros de caballería, obser-
vaciones fantásticas sobre la realidad americana, el reconocer al
indígena como un “buen salvaje” atraído por una inocencia reco-
brada del paraíso cristiano, el mundo de las amazonas, el oro y la
plata. A pesar de las diferencias de sentidos y figuraciones sobre lo
narrado tanto en los viajes de Colón como en el libro de De Cis-
neros, el rasgo principal del carácter evangelizador y el proyecto
de conquista de la naturaleza en beneficio de la metrópoli está
presente en ambos.
Quizá sea incluso necesario que quienes buscan, a través de la
descripción de Joseph Luis de Cisneros, la Venezuela de las fun-
daciones de las primeras ciudades pierdan de vista el suelo bajo
sus ojos. Y esto porque el modo en que describe el autor la Pro-
vincia de Venezuela lleva al lector de estos tiempos a hacer algu-
nos señalamientos respecto a ese informe muy vivaz, narrado por
un sujeto que observa y participa de lo narrado, es decir, un sujeto
que forma parte del tejido narrativo y dirige una intencionalidad
narrativa –la de su tiempo– como también deja la posibilidad de
ser el testimonio de un documento fundamental para imaginar
una Venezuela precapitalista que ya establecía relaciones entre la
monarquía, sus mismos empresarios aliados a una naciente oli-
garquía criolla, como también la participación de los holandeses,
portugueses, canarios, ingleses; y la presencia de los contraban-
distas y filibusteros.
¿Qué buscaba Joseph Luis de Cisneros con las descripciones
de las provincias de Venezuela, en contacto con los hombres, los
paisajes y la naturaleza productiva de las tierras venezolanas? No
pensamos, como el maestro Pedro Grases, que la intención de De

⁓50⁓
Cisneros al describir su lectura de Venezuela fuera exclusivamente
la relación de las cosas vistas y vividas orientadas a informar a su
majestad el rey sobre las provincias fundadas por los europeos
conquistadores. De ello se desprende que De Cisneros, que nos
parece tan conservador de la tradición discursiva de ver lo otro
como inferior y falto de civilización cuando lo observamos retros-
pectivamente, era considerado por Pedro Grases y los historia-
dores interesados más en las menudencias bibliográficas que en
los significados del discurso de De Cisneros, como un innovador
audaz y con…“propósitos patrióticos” (Grases, 1981: 51).
El texto de De Cisneros permite que las tendencias básicas de
la historiografía, o sea, la lectura monodiscursiva de la fundación
de las Provincias de Venezuela y del nacimiento de lo “moderno”
consecuencia del progreso en manos de la Compañía Guipuzcoana,
de los aliados isleños-canarios y las familias de la burguesía prin-
cipalmente caraqueñas, tuviera una lectura inamovible fundada
en el carácter de verdad histórica, inspirada en la única forma de
comprender los textos desde la base de una visión directa, y que da
a esta interpretación por registrada. Y se trata más bien de la asi-
milación pensada de la consolidación de una verdad que se logra
mediante el poder de quienes escriben la historia. Y Joseph Luis
de Cisneros escribió-describió-relacionó la historia de la Provincia
de Venezuela para el poder en función de intereses mercantiles,
también para denunciar a favor de la metrópoli y la Compañía
Guipuzcoana el levantamiento popular de Juan Francisco de León.
Es muy interesante el siguiente testimonio de De Cisneros, el
cual describe el momento histórico de la Ciudad del Tocuyo don-
de Juan Francisco de León se levantó junto al pueblo contra las
injusticias de la Compañía Guipuzcoana, pensamos también que
deja claro la adhesión o simpatías del propio De Cisneros frente al
acontecimiento: “Sus Capitulares [es decir los señores que llevan
las cuentas y el orden la ciudad, el poder de los que tienen], viven
muy unidos, y en la sublevación, que ocasionó Juan Francisco de
León se declararon [esos mismos señores] contrarios a sus ideas.”
(p. 159).

⁓51⁓
La descripción correcta debía conducir a la conducta correcta.
La descripción del viaje de De Cisneros a la Venezuela de las Pro-
vincias relaciona la especificidad mercantil de cada provincia des-
de la más inmediata cotidianidad hasta la más idílica descripción
de los paisajes, la flora y la fauna. Parece que a De Cisneros le in-
teresaba producir un documento lo más exacto posible de la reali-
dad y de las pretensiones ciertas de informar al rey, a la monarquía,
al poder metropolitano y a sus vasallos americanos, la abundancia
de tierras fértiles llenas de ganado, mulas, caballos, tortugas, peces,
pelícanos, iguanas, babas, lapas, osos frontinos, dantas, chigüires,
báquiros, zamuros, codornices, paraulatas, gallos, mapurites, pe-
rros de agua, perezas, mulas, zancudos, jejenes, guacamayas, pa-
vos, uquiras, zorros, rabipelados, monos marimondas, morroco-
yes, armadillos, gallinas de monte, palomas, codornices, turpiales,
caimanes, conejos, lechones; tabaco, añil, cacao, azúcar, cazabe,
yuca, trigo, harina, sal, quesos, algodón, onoto, minas de oro y de
metales, árboles, plantas medicinales; ríos, sabanas, valles, puer-
tos, fábricas, textiles.
Este inventario es un simple dato o registro que sin la media-
ción de la intencionalidad comunicativa de De Cisneros no pue-
de crear de por sí el interés en su carácter proyectivo. Si De Cis-
neros realizó dicho inventario después de emprender un viaje a
las tierras por él recorridas en previsión de las buenas cosechas,
abundancias, riquezas vegetales y animales en todas las provin-
cias de Venezuela, si De Cisneros inventarió las costumbres de los
animales, las plantas y los árboles como un observador atento al
movimiento de los ciclos y del temperamento de la fauna y flora,
si De Cisneros describió a los pueblos indígenas atribuyéndoles
características irracionales que desde Hegel vienen reproducien-
do la lógica del racismo y la exclusión, si De Cisneros llegó a con-
siderar a las familias pudientes y a los isleños-canarios como los
únicos emprendedores de la actividad comercial en las provincias
cuyo interés determinó “el progreso” de Venezuela, Joseph Luis
De Cisneros, finalmente, a causa de su experiencia de viajero llegó
a relacionar la mirada idílica y la visión mercantil sobre su país, la

⁓52⁓
verdad histórica y el testimonio de las primeras incorporaciones
de empresas europeas en tierras venezolanas, así como también,
la discriminación de los pueblos indígenas y la vindicación de los
isleños-canarios, las gentes de alcurnia de las provincias y los em-
presarios de la Compañía Guipuzcoana.
Dice De Cisneros que las familias ilustres de Caracas conoci-
das en Europa
mantienen su Comercio, con la Real Compañía Guipuzcoana, que
recoge la mayor parte de sus Frutos en cambio de sus Ropas, y Víve-
res, que conduce de los Reinos de España: también tiene Comercio,
con el Nuevo Reino de México, cargando mucho Cacao, que sacan
del Puerto de la Guaira para el de la Vera-Cruz (p. 121).
Este es el comercio legal a través del cual se ha fortalecido el
intercambio comercial de una pequeña población y por supuesto
ha aumentado la explotación de la tierra y de los indios.
Por otro lado, el comercio ilegal a través de los bucaneros y
piratas suele traer escaramuzas bélicas y desventajas económicas
para las arcas de la Compañía Guipuzcoana. En los puertos de la
Ciudad de Santiago de León de Caracas, Capital de la Provincia
de Venezuela “también suelen arribar con algún motivo [comer-
cial y de competencia mercantil] diversas Embarcaciones, que ex-
traen en el precioso fruto del Cacao, como principal objeto de sus
arribos, y son bastantes perjudiciales”. Estos arribos perturban el
natural desarrollo de las actividades económicas para el equilibrio
y la expansión de la economía de la metrópoli que cuenta con la
Compañía y de sus factorías que funcionan como centros de al-
macenamiento y distribución y que están instaladas en casi todas
las provincias de Venezuela.
En la Descripción…, De Cisneros se pone de manifiesto a través
de la narración, a saber, la relación del sujeto que narra con los fe-
nómenos observados en la medida en que fue el mismo De Cisne-
ros el testimonio de su narración. Su viaje fue un viaje geográfico
pero sobre todo fue un viaje de una capacidad de concentración

⁓53⁓
para lo comercial, porque era una época de expansión de los es-
tados europeos y de la colonialidad fundada en la dominación, y
donde se estableció lo que Enrique Dussel (2007) denomina “épo-
ca originaria del capital” en una primera fase de la modernidad.
Joseph Luis de Cisneros recorrió la Provincia de Venezuela en
toda su amplitud, de norte a sur y de sur a norte, su misión reque-
ría de un testimonio con voz y letra propia que pudiera describir,
relacionar y actuar en las circunstancias que la misma realidad
impusiera. Unas veces De Cisneros fue vendedor de sombreros,
navegante en tres ocasiones del río Orinoco, comensal de carne
de baba. De Cisneros estuvo en las tierras, los ríos, los mares y
los puertos de Venezuela atento a la producción de rubros y a los
mercados de las provincias abiertos a lo históricamente mercantil.
Finalmente, el viaje de De Cisneros a las provincias y villas fue
la legitimación de una realidad pensada en proyectos de defores-
tación y construcción de futuras empresas para emprender un
proceso de desarrollo sin importar la destrucción de la vida de
las comunidades indígenas, de los bosques y sus ecosistemas. El
“Caobo, Cedro, Pardillos, Robles, Amarillos, Beras, y todo género
de madera, de allí para el Torno, como para construir Embarca-
ciones, en cualquier parte hay con abundancia, y facilidad”, y el
funcionamiento de la apertura de mercados, entre los que pro-
veían los capitales y la Compañía extranjera, entre aquellas gentes
de alcurnia aliados al poder con la suficiente capacidad para crear
redes mercantiles de gran factura administrativa y comercial en
las cuales las factorías ejercían una cierta regulación política de
almacenamiento y distribución de los rubros.

⁓54⁓
II. SIMÓN RODRÍGUEZ Y LA CONSTRUCCIÓN DEL
LECTOR REPUBLICANO

Simón Rodríguez (1769-1854) fue un venezolano de pensamien-


to revolucionario, y esto es lo verdaderamente excepcional de su
vida y obra, cuando manifiesta la unidad de su pensamiento dis-
cursivo-poético y su alucinante biografía. La vida y la obra de este
insigne caraqueño son pensadas históricamente desde los márge-
nes y el cinetismo escriturario, desde la estética y la subalternidad,
desde la insurgencia y la liberación a través de las ideas, la ética y
la acción.
Pero fue Simón Rodríguez, el maestro del Libertador, quien
expresó con mayor amplitud y riqueza no solo las implicaciones
de una revolución escrituraria al remover la página convencional
y canónica del discurso escrito tradicional, sino la fundamenta-
ción de una filosofía política. Su obra no fue superada por nin-
guno de sus contemporáneos y aun pensadores posteriores que,
como los escritores de su tiempo, no comprendieron su potente
filosofía americana.
El pensamiento no puede agotarse en un saber por el saber mis-
mo, sobre el pretexto de teorías abstractas sobre la realidad y los
fenómenos políticos y sociales, sino del pensamiento ante todo de
principio demostrativo, que hace conocer las cosas por sus causas
y principios de entendimiento. En este sentido, el pensamiento de
Simón Rodríguez descubre en las causas sociales y en los principios
de los regímenes políticos (la monarquía y la república) las causas
de esa abstención obligada de las grandes mayorías sin arraigar en
convicciones de educación para la consagración del bien común.
Con Simón Rodríguez se plantea una nueva cuestión, que es la
relación entre la escritura, el lector, la ética y la producción de un
pensamiento americano que impugna, por un lado, la lógica de la

⁓55⁓
modernidad europea y por otra, los intentos de los libertadores en
organizar las naciones americanas sin que las mismas no hallan
gozado de experiencia republicana, como lo expresa Simón
Bolívar. Modernidad que legitima unas formas de representación
con pretensiones universalistas, como ha sido promovida por
historiadores colonizados a partir de las Lecciones sobre filosofía
de la historia universal (1837) de Hegel, donde América, África y
Asia carecen de historicidad y están destinadas a permanecer en
la inmadurez y al oscurantismo.
Frente a la concepción europea que tiene su fundamento en
las tesis racistas y excluyentes hegelianas, Simón Rodríguez pien-
sa –desde los bordes y márgenes políticos y desde las distancias
semióticas– unas ideas originales y auténticas, en tanto no repro-
ducen los discursos metropolitanos, sino constituyen un proyecto
de liberación individual y colectiva a través de la Educación Popu-
lar. Su pensamiento es programático, social, económico y político,
cuyo fundamento radica en una ética de la acción permanente y
en la participación de los ciudadanos en la construcción de los
saberes colectivos con el fin de establecer una armonía social que
procede de las ideas y del pensamiento.
En el caso de la crítica robinsoniana a las modalidades del co-
nocer europeo, ejercidas mediante el poder político y la lengua, la
interpretación de quien fuera amigo y maestro de Bolívar está en
la producción de un pensamiento de una originalísima expresivi-
dad, tanto en la estructura como en sus contenidos. En efecto, una
de las funciones críticas del pensamiento de Rodríguez consiste
en remover los cimientos de la textualidad propiamente signifi-
cante, y los significados inmanentes a este discurso que legitiman
una cosmovisión identificada con un sistema de representaciones
discursivas e ideológicas fundadas en la lengua al servicio del im-
perio, como lo expresara Nebrija (1441-1522).
El pensamiento en Simón Rodríguez es creación escrituraria
destinada a formar a un nuevo lector. Un lector que se mantiene
urdido a una novedosa estructura significante que es pensamien-
to. Rodríguez organiza sus ideas en una estructura que rompe la

⁓56⁓
canónica organización gramatical europea, y al hacerlo, subvierte
el orden discursivo y lo que este lleva enmascarado en sus formas
ideológicas. Aquí hay ya una primera operación de remoción de la
escritura como se había adoptado en la tradición europea. Y nada
más original y estético de un pensamiento innovador que produ-
cir una forma de organización discursiva distribuyendo corchetes,
mayúsculas, puntos, comas, espacios y formas discontinuas, llaves,
punteados, símbolos matemáticos, la combinación de letras con
paréntesis y mayúsculas, en la totalidad de la expresión misma.
Es como si Simón Rodríguez pintara sus ideas en estas formas
gráficas que son las expresiones cinéticas de un discurso orga-
nizado por el pensamiento. Aquí vemos las ideas y la escritura,
que nacen juntas de un único proceso creador. Como la norma
canonizada del discurro gramatical europeo ya no es, desde lue-
go, el punto de vista en que el lector rodrigueano se vincula a esta
escritura potente, sino algo promovido por el texto, atendiendo a
su subjetividad, la comunicación con el nuevo lector se convierte,
además, en la evidencia de la materialidad textual, de la recepción
de las ideas, por eso será menester luego que Rodríguez en tanto
autor integre esta subjetividad y asegure la incorporación del lec-
tor al tejido de los significados.
Esta vinculación permite que se hable con sentido de razón,
entendimiento y sentimiento. En una subjetividad sin referencia
a la realidad del texto, no se podría decir que hubiera una produc-
ción de ideas que unifica el sentido del autor y el lector. El texto
rodrigueano en sí mismo es la creación misma del pensamiento y
de las ideas pintadas. Estas provocan una cierta organización ma-
terial de los significantes, por tanto, un nuevo lector será el intér-
prete de esa materialidad textual y de una nueva forma de lectura.
Por otra parte, los elementos desestabilizadores del discurso
subversivo de Simón Rodríguez, aquel inventario de ideas alrede-
dor de la creación de una materialidad textual partidaria de una or-
ganización plural y cinética de los significantes, tiene la función de
plantear de un modo novedoso una propensión a entender y sentir
las palabras como una teoría de la razón y de los sentimientos.

⁓57⁓
Simón Rodríguez logra con arreglo a su manera de organizar
su discurso, una expresión estética que determina las aprecia-
ciones subjetivas del lector con respecto a lo visto y oído, a esa
dimensión material de las palabras en que las relaciones interde-
pendientes entre las mismas forman un modo de sentir y decir
que constituyen un “giro descolonizador” a propósito de la lógica
racional y lineal del discurso tradicional europeo.
La propuesta escrituraria de Simón Rodríguez trata de deses-
tabilizar desde adentro, se opone a la norma, a esa escritura abu-
rrida que ya está agotada de significar y que gira sobre su propia
retórica sin encontrar fecundidad para nombrar las nuevas rea-
lidades. La escritura de Rodríguez desde adentro produce otras
formas de ver, sentir y leer la textualidad del mundo. Su escritura
expresa el pensamiento, la voluntad de vivir y sentir las palabras
sin el orden jerárquico determinado por la gramática tradicional.
El gran protagonista de este pensamiento que se escribe y que de-
nuncia la esterilidad del discurso lineal y de la manera como se
llegaba a ordenar la lectura de los textos, es el lector americano,
para él está destinada la invención del lenguaje fundado en la re-
ciprocidad, la ética, la acción y la responsabilidad colectiva.
La escritura de Simón Rodríguez exige una segunda operación,
cosa que no se puede hacer separando esa primera remoción de la
estructura significante de la lengua, remoción que borra y desdi-
buja el centro significante de la norma gramatical tradicional y la
forma en que se lee, sino en la apropiación de los significados que
precisamente la nueva organización textual rodrigueana expresa.
Las palabras en Simón Rodríguez significan porque relacionan su
propia funcionalidad, su sentido a través de los nuevos canales de
significación, pero centra la materia de reflexión, forma y fin de la
misma en la invención, disposición de las palabras y en la relación
con el lector.
Estos nuevos canales de significación expresan un nuevo dis-
curso propicio a la producción de un texto abierto, un texto tea-
tral en tanto su expresividad dialógica, un texto paradójico que
hace del humor y la ironía una fórmula de insurgencia frente al

⁓58⁓
poder, un texto en movimiento que se organiza entre el hablar y
la necesidad de decir bien, es decir, un acto de voluntad de la in-
teligencia, los sentimientos y una estética instalada en el plano de
las funciones propias del lenguaje y en la forma como se organiza
el material textual.
La forma y el contenido son las expresiones de una unidad in-
disoluble. Simón Rodríguez dice lo que se piensa de acuerdo a las
nuevas realidades de los americanos, y lo dicho ofrece la novedad
de un estilo particular que expresa la imagen, los conceptos, las
categorías que hacen del goce nominal la expresión del pensa-
miento. Un pensamiento que pinta las palabras para un lector que
será el cofundador de un espacio textual para la reflexión sobre
el mismo proceso escritural que lo incluye en la urdimbre sig-
nificante, y la toma de conciencia frente a un nuevo proceso de
comunicación y entendimiento.
La escritura sabemos que fue fundamental en Simón Rodrí-
guez. Su pretensión –bajo el dictado del pensamiento– no fue
otra cosa que la de suscitar en el lector un mundo de imágenes,
vale decir, de palabras, que necesitan de una nueva significación
para existir en el nuevo ordenamiento de la practica lectora en su
sentido de practica social. Se trata de impugnar la estructura, la
norma, la apariencia del discurso gramatical tradicional. En ese
mismo proceso simultáneamente opera una lectura que va a ha-
cer surgir más allá de lo explícito, las ideas necesarias para una
comprensión de la realidad americana desde su propia referencia-
lidad escrituraria que pide al lector su complicidad.
La lectura de este ordenamiento arquitectónico del texto es ya
un acto subversivo que se alza como un nuevo paradigma anti-
gramatical, pues discurrir sobre una textura diferente afirma un
espacio para la creación no solo desde el punto de vista del autor
y el lector, sino de las formas en que se ha organizado el pensa-
miento y el acto de leer consistirá en dar sentido a los conceptos.
No es extraño que esta forma del decir pintando las palabras
en pensamiento de Simón Rodríguez, considerada como una de
las aportaciones más revolucionarias a la teoría gramatical de la

⁓59⁓
época, fundamentase, también con el proyecto de educación po-
pular, una transformación general de las condiciones de vida de
los americanos. Simón Rodríguez parte de una nueva textualidad,
de un nuevo lenguaje ordenado a propósito de un pensamien-
to que impugna el discurso emanado de Europa. Pero es en esta
distinción entre la gramática y la antigramática donde Rodríguez
ofrece una posición fundamental para entender el ámbito teórico
en el que surge un pensamiento americano con Sociedades ame-
ricanas (1842).
Para él, la materia de la escritura es pensamiento y los proble-
mas de las naciones americanas deben pensarse desde las propias
referencialidades de nuestra historia, sin copias ni imitaciones
de los modelos europeos. Pues Rodríguez inventa lo que nadie
imaginó y los europeos pretenden colonizar a través de lo que
pudiéramos llamar un modelo del traslado, es decir, un paradigma
hecho para legitimar el poder de la metrópoli con respecto a las
naciones americanas.
Al identificar la imitación con el paradigma de la Ilustración,
Rodríguez expresa que “todo nos viene embarcado” desde Europa:
la lengua, las costumbres, los usos, la historia; en fin, un mun-
do distante y ajeno a nuestras representaciones. Este paradigma
cuenta el proceso de construcción de nuestra identidad política
y cultural. Por un lado, la autoría de la dependencia es aún ma-
yor cuando los americanos no distinguen la realidad de la copia
servil, y por otro lado, la improvisación de nuestros políticos que
pierde tras ser enunciada como proyecto político heredado de las
ideas de la Ilustración.
Para superar esta situación de dependencia y de falta de expe-
riencia política de los americanos, Simón Rodríguez nos dice que
pensemos por cuenta propia, que definamos la orientación polí-
ticosocial y tendremos un proyecto educativo popular que tenga
de utilidad, lo de estético de la reflexión sobre los asuntos que in-
teresan al colectivo. Como pensar esos asuntos significa también
colegir de lo propio la toma de conciencia ante la necesidad de
romper con todo lo dado y tenido como verdad absoluta.

⁓60⁓
no nos alucinemos:
sin Educación Popular, no habrá verdadera Sociedad.

Es menester que los Gobiernos renuncien el proyecto de


Dominación
y • las Naciones • el • de
Preponderancia.

[…]

Sometamos el proyecto a la Crítica —

el Siglo tiene su enfermedad; pero también tiene su Genio: hay


fuerzas en el Sujeto, y éstas consisten en sus LUCES.

[…]

La suerte futura de las Naciones, no está confiada al modo de pen-


sar de UN HOMBRE NI DE MUCHOS, sino al de LOS MAS. El
Interés Social es un compuesto de muchos intereses.

[…]

La mayor fatalidad del hombre, en el Estado Social es no tener,


con sus semejantes, un común sentir de lo que conviene a todos.
La EDUCACIÓN SOCIAL remediaría este mal; pero nos enten-
demos poco sobre el sentido de la palabra, y se oponen al estable-
cimiento de la Educación dificultades que un poco de reflexión
harían desaparecer.

⁓61⁓
[…]

El modo de pensar se forma


del modo de SENTIR
el de sentir del de PERCIBIR
y el de percibir, de las Impresiones que hacen las co-
sas, modificadas por las
Ideas que nos dan de
ellas los que NOS ENSE-
ÑAN.6

Los planteamientos filosóficos, educativos y políticos de estos


textos son de una originalidad sin precedentes. El pensamiento
de Simón Rodríguez afirma así negando. Su decir relativo ayuda
a pensar, a dudar, a crear un punto de vista que observa la len-
gua desde adentro, y desmantelar lo que ella signifique para así
establecer una remozada modalidad del escribir(se) y pensar(se)
con el otro. De aquí que pudiera pensarse en una cierta alteridad
cultural. Con esta escritura-pensamiento, Simón Rodríguez em-
prende una conversión semiótica lejos de la esfera metropolitana
que, de ser tan manida su fórmula retórica en el uso de la lengua
ha caído en inutilidad para nombrar las nuevas realidades que
necesariamente deben responder a otros criterios de sentido.
Simón Rodríguez confiere al sentido de la escritura la conse-
cuencia antigramatical de su forma de expresar sus ideas, cómo
procede el pensamiento para organizar lo pensado, en qué se dis-
tingue el instrumental canónico de la escritura reflexiva que escri-
be en su materialidad el ejercicio del pensar. La invención de este
discurso establece nuevas diferencias de grado entre el acto de la

6
Simón Rodríguez. Sociedades Americanas. Caracas: Biblioteca Ayacucho,
1990, pp. 79, 98, 105, 108.

⁓62⁓
escritura y el acto de leer, entre el acto del decir y el leer, entre el
aprender y el participar de las ideas que él pinta a modo de pensa-
mientos, entre la manera en que se organiza el todo con sus partes
y las partes con la totalidad de lo dicho.
Pienso que Rodríguez clarifica enormemente el lugar de la
escritura-pensamiento en la época histórica que corresponde
asumir a los americanos, independientemente de su plasmación
en proyectos políticos y de las incertidumbres del mismo pro-
ceso posindependentista. Y ese lugar reflexivo lo propone para
los americanos cuando el camino ya transitado de las ideas de la
Ilustración es parte formativa de nuestra constitución histórica, al
precisar que corresponde la superación de las actuales condicio-
nes históricas y realizar la tarea de poner en marcha el proyecto
de Educación Popular y Social, y no la copia servil de los modelos
educativos de la Europa Vieja.
Los planteamientos de Simón Rodríguez son, en efecto muy
variados, pero todos coinciden en hacer de la escritura una forma
de comunicar pensamientos y sentimientos en una forma inte-
ligible. Podemos pensar que la escritura en Simón Rodríguez es
un nuevo razonamiento sobre el sentido de las palabras. Dichas
palabras están impresas en la mente y en las relaciones de senti-
do que suceden en el ejercicio del pensar(se), sujeto de acción y
sujeto de una ética de la hospitalidad. Para que este pensamiento
pudiera significar, fijar su sentido, Rodríguez tuvo que inventar
una modalidad tipográfica nueva para poder expresar sus ideas y
sentimientos.
Esta modalidad incorpora marcas dialectales, señales fugaces,
movimientos, giros idiomáticos, es decir, incorpora el lenguaje
creador de una textualidad de nuevos barruntos epistémicos. El
proceso creador de sentido es igual para el autor que para el lector;
es un punto de vista especular donde cada uno lleva los argumentos
a su terreno. El uno, Simón Rodríguez, propone un Proyecto de
Educación Popular y Social que garantice la soberanía del saber,
como construcción social; el otro, los lectores, leer-haciendo del

⁓63⁓
acto de la lectura un ejercicio del pensar(se) con los otros. Es el
lenguaje el que expresa esa relación inteligible y afectiva, en la que
el lector lidia con una textualidad que lo libera y lo hace testigo de
su poder de emancipación individual y colectiva.

⁓64⁓
III. ANDRÉS BELLO:
EL LIBRO Y LA NACIONALIDAD VENEZOLANA

Andrés Bello fue uno de los pensadores fundamentales del siglo


XIX conforme a una tradición ya bien arraigada. Bello perteneció a
un grupo selecto de intelectuales que además estableció median-
te su escritura la estructura de la “ciudad letrada”, según Ángel
Rama (1985). Los intelectuales del siglo XIX representan para los
pueblos americanos, por un lado, la evidencia de una tradición
europea que construye las bases del sistema cultural de las reali-
dades americanas; por el otro, la compleja relación de las clases
letradas y las clases que forman parte de los márgenes y las peri-
ferias. Estas últimas fueron denominadas por esos mismos inte-
lectuales culturas “bárbaras”. Es decir, la alteridad negada y encu-
bierta, la alteridad nunca reconocida e iletrada. Y con la alteridad
negada, encubierta y no reconocida e iletrada, los intelectuales
legitimaron una lógica de la exclusión y del menosprecio por las
manifestaciones culturales que no habían sido producto de la mo-
dernidad europea.
Esta misma división legitimó un dominio de esas clases inte-
lectuales y una exclusión de las otras comunidades. En tanto la
construcción de los imaginarios y de las culturas fue determinado
por la hegemonía de los letrados, aun cuando las culturas orales
resistieron y continuaron la creación de sus estéticas y visiones del
mundo. Sin embargo, se establecieron diálogos y nuevas formas
de representación hacia la edificación de una literatura plural que
permitió a las culturas indígenas y a los escritores de origen indí-
gena recuperar la tradición e incorporarla a los nuevos contextos
y al creciente número de lectores.
Pero además de la continuidad de la Ilustración, cada asimi-
lación de las teorías modernas prolonga otras representaciones,
suscitándose unas a otras. Se ha llegado al Barroco por esta vía de

⁓65⁓
la mixtura de los imaginarios. Se ha llegado a una noción de la
periodización de la literatura latinoamericana y a otros problemas
teóricos tomando distancia crítica de lo que “nos viene empaque-
tado”, como expresa Simón Rodríguez, y de la propia especificidad
de lo americano.
La continuidad que cada diálogo intercultural establece provo-
ca una prefiguración de nuevas tendencias y corrientes discursivas.
También la continuidad está hecha de sinuosidades y de cortes
abruptos, de rupturas y nuevos acercamientos a las realidades del
mundo y a la materialidad textual que lo delata en su diversa ma-
nera de expresar la identidad de los imaginarios culturales.
Si, según los más arraigados principios de comprensión de la
historia, hay que partir siempre del pasado (ya un tiempo clausu-
rado) hacia el presente (ya como tiempo pasado), parece evidente
que la constitución de América, y en el caso de la construcción
de la venezolanidad a partir del El Calendario manual y Guía
Universal de forasteros en Venezuela para el año 1810 y dentro de
este texto, en estricto, el Resumen de la Historia de Venezuela re-
dactado por Andrés Bello, que el conocimiento acerca de la his-
toria puede servirnos de acceso al conocimiento del futuro y de
las configuraciones discursivas y del pensamiento que pese a la
distancia sirve de vínculo material y espiritual para comprender
más a fondo la historia de un país y sus culturas.
El diálogo entre América y Europa que atravesó el siglo XIX,
junto al interés por descubrir y analizar el pasado, se ha dado tam-
bién una cierta inquietud por encontrar en él sentido y orientacio-
nes para desentrañar lo que somos y seremos. “la historia se hace,
indudablemente, con los documentos…”, nos dice, H.I. Marrou.
Así pues, la construcción de la identidad de una nación tropieza
con dificultades para adecuarse al contexto identitario y al entra-
mado simbólico que la constituye como una expresión diversa.
Es evidente, con ello, que en este nivel de maleabilidad y com-
prensión por lo que somos y seremos, los documentos presentan
el más complejo sistema de interpretación de la realidad; claro
está, es solo una interpretación parcial, relativa, y en la mayoría
⁓66⁓
de los casos estos documentos son escritos desde la visión de los
vencedores y del poder de las clases que detentan el poder de las
instituciones y el estado.
Aunque esta orientación de la historia tiene un carácter escri-
turario y eurocéntrico, que deja al margen las culturales orales y
otras formas de hacer la historia desde otras referencialidades, no
deja de ser interesante para nuestros propósitos, porque estamos
ante un texto escrito: El Calendario manual y Guía Universal de
forasteros en Venezuela. Un documento que recoge la historia de
Venezuela, su organización jurídica, política, económica y social.
Sus usos y costumbres, su vida cotidiana, sus paisajes y sus ríos;
en fin, sus culturas.
En este contexto se produjo una asimilación y una reacción por
el rigor descriptivo de las teorías históricas y literarias europeas.
Recordemos que la literatura latinoamericana y el discurso críti-
co e histórico-literario se elaboraron simultáneamente en el siglo
XIX, siglo donde Andrés Bello produjo la vastedad de su literatu-
ra y las concepciones de la historia que fundaron un paradigma
propiamente crítico con respecto a los modelos idealistas de los
historiadores europeos y americanos. Este fue un proceso funcio-
nalmente articulado a su evolución social y cultural que fundó
un espesor cultural que proporcionó inestimables paradigmas al
establecer un contacto que ha sabido moverse entre el orden y el
desborde de los imaginarios.
Andrés Bello forma parte de los fundadores de la nacionalidad
venezolana. Por donde se busque los rasgos de la venezolanidad,
el pensamiento de Andrés Bello es una referencia ineludible para
comprender la complejidad del siglo XIX y los vasos comunican-
tes con el siglo XX. Su capacidad imaginativa y metodológica com-
prende la lírica, el derecho, la geografía, la filosofía, las leyes, la ora-
toria, la retórica, la historia, la gramática, la filología, las lenguas y
la traducción de textos antiguos, sobre todo del griego y del latín.
La vastedad de conocimiento que asimiló de sus lecturas y re-
flexiones sobre los más diversos pensadores europeos y america-
nos, y de las no menos importantes discusiones sobre los temas

⁓67⁓
candentes de su época histórica, produjo un pensamiento acorde
a su siglo, y en nuestros tiempos su sobria personalidad y carácter
cobra un ejemplo de un hombre de la Ilustración. Mencionemos
un par de ejemplos de los saberes ejercidos por Andrés Bello.
Algunas de sus teorías lingüísticas son antecedentes de las teo-
rías de la lingüística moderna. Podemos situar las teorías bellistas
dentro del preestructuralismo y el funcionalismo, ora en la gra-
mática generativa y transformacional, así como en la gramática
textual. Cabe aquí mencionar, en segundo lugar, el “giro descolo-
nizador”, para emplear una categoría de estos tiempos semióticos,
que dio Bello a los estudios históricos.
El método de investigación de la historia empleado por Be-
llo fue fundamental para comprender las realidades americanas
desde la comprobación y los hechos, y no desde el idealismo y
la metafísica. Como bien lo expresa Beatriz González Stephan
(2001: 153): “Bello, a diferencia de otros historiadores hispanoa-
mericanos de la época, rechazó enérgicamente las ‘especulaciones
metafísicas’ y lo que se dio en llamar “la historia filosófica. (…) en
cierto modo el venezolano continúo los presupuestos de la filoso-
fía de la Ilustración en un nivel históricamente nuevo”.
Nuestro interés no es desarrollar aquí la validez de las vertien-
tes de la lingüística funcionalista de Bello ni hacer un balance de
sus criterios contradictorios en su evolución como intelectual de
fuentes europeas ni diferenciar sus tesis históricas con las de otros
historiadores provenientes de ese complejo informativo análogo
a las corrientes de sus tiempos, puesto que nuestro propósito es
otro. Sirvan estos ejemplos para ubicar el pensamiento de Bello en
el marco de una afirmación de lo venezolano y americano, con-
figurado en los procedimientos teóricos de la Ilustración, y por
supuesto, rescatar su sentido de reconducir creadoramente esos
procedimientos a nuestros contextos y realidades.
Concentremos nuestra atención en los libros como expresio-
nes culturales incorporadas al patrimonio común de un pueblo. Y
ciertamente, la tradición de los impresos en el continente america-
no está estrechamente unida a la fundación de las naciones y a las
⁓68⁓
marcas de identidad. Esto significa que los libros son la expresión
de un tiempo histórico que se define en la trasmisión de los sa-
beres y de los hechos históricos. Será un saber sobre los aconteci-
mientos reasumido en la palabra, un análisis del acontecimiento
histórico promovido a su vez al rango de literatura y crítica.
La relación que se establece entre la historia y la fundación de
la nacionalidad venezolana hay que buscarla en la coexistencia
y sucesión de los impresos. Los libros fundan naciones y las na-
ciones tienen un destino, y los hombres que escriben la historia
tienen una misión personal: narrar los hechos, contar lo que ha
sido, a diferencia de la poesía que cuenta lo que vendrá, como
aconseja Aristóteles. La historia de Venezuela hay que buscarla en
las guerras y en los libros, en los decretos y en las hojas sueltas, en
las imprentas, en las bibliotecas y en los discursos. Definitivamen-
te hay que buscarla en los libros fundadores.
El Calendario manual y Guía Universal de forasteros en Vene-
zuela para el año 1810 fue el primer libro impreso en Venezuela.
Los aspectos contenidos, descritos y desarrollados en el impreso
son los siguientes: El Almanaque de los doce meses del año, El
Gobierno de la Metrópoli y el Consejo y Tribunal Supremo de
España e Indias y la División Civil. Pero en el impreso además de
estos contenidos principia un escrito, Resumen de la Historia de
Venezuela, redactado por el joven Andrés Bello cuando contaba
solo con veintisiete años de edad. Este impreso es, en general, una
forma de trasmitir una ordenación discursiva que configura ciertos
acontecimientos prospectando una lectura del país coextensiva al
movimiento de la información que requerían los lectores.
Este fue el primer intento de fijar en los anales una concepción
de la historia, por tanto, de nuestra nacionalidad. Es verdad que
en algunos pasajes del Resumen…, todavía poco desarrollados
porque el autor describe su propia interpretación de los hechos,
resaltan unos hechos más que otros, no son siempre del todo aje-
nos a la historia colonial de Venezuela, en el sentido de explicar la
historia a partir de las fundaciones de las ciudades de la nación,
y de una cierta obligatoriedad de Andrés Bello de rendir cuentas

⁓69⁓
hacia la ideología metropolitana, recordemos que el autor de las
“Silvas”, ejerció un cargo administrativo dependiente de la mo-
narquía española.
Esto quizás explica la construcción de un discurso que vindica
la historia de Venezuela como expresión de una historia todavía
en relación con España y a las gestas de los conquistadores. Nos
falta agregar que, con este procedimiento del hecho histórico na-
rrado por Bello, se privilegiará la historia más propia e influyente
en el desarrollo de un país que organiza su incipiente economía
con las fuerzas de la mano de obra de los isleños-canarios, del ca-
pital extranjero y la entrada de la Compañía Guipuzcoana. Todo
ello contado desde la llegada de Cristóbal Colón a territorio vene-
zolano hasta la fundación de las ciudades siglo XVI y XVII.
Andrés Bello en el Resumen de la historia de Venezuela narra
la construcción de una Venezuela que hace largo tiempo busca el
orden en sus procesos económicos, sociales y políticos. Porque si
es verdad que Venezuela comienza su proceso de regeneración ci-
vil, según Andrés Bello, al consolidarse las ciudades fundadas por
los conquistadores bajo el doble aspecto del temperamento y del
carácter; si es verdad que el despegue económico, como la incor-
poración de capitales extranjeros y la instalación de la Compañía
Guipuzcoana, produce cambios sustanciales en la vida colectiva
de la nación; si pasando de una economía regional –porque se
establecen intercambios comerciales con naciones vecinas– a una
economía de sólido estamento nacional, observamos hasta qué
punto son estas alianzas de mercados internacionales persisten-
tes del nuevo comienzo de la era capitalista; si recordamos que la
economía nacional se deriva de una de un tronco diversificado,
proviniendo de los distintos rubros que han producido los extran-
jeros y la mano de obra esclava acumulada de siglos pretéritos; si
las diferencias llegan a ser orgánicas por tal manera, que el cacao
y el ganado, el añil y el algodón serán productos que forman una
totalidad de relaciones para satisfacer la demanda del mercado
nacional e internacional; en fin, si el hecho general de la economía
venezolana, del que esta constituye un poder central que emana

⁓70⁓
de la metrópoli, se extiende a los campos fértiles del país, resulta
que desde el momento en que ha existido un orden determinado
para la adquisición por el país de los diferentes modos de produc-
ción tecnológica, existe en la economía venezolana desde estos
tiempos fundacionales una dependencia en aquel mismo orden y
estructura colonial.
Pero convertir los valles venezolanos y los campos fértiles en el
medio de facilitar los procesos de acumulación de capitales tiene
todavía otra ventaja mayor para la metrópoli y sus aliados nacio-
nales que consiste en la formación de una economía fortalecida en
medio de la disgregación de comunidades y de sus imaginarios.
El Resumen…, de Andrés Bello está fundamentado en la cons-
trucción de un país con arreglo al esclarecimiento conquistado
y desarrollado por su propia constitución histórica respecto a la
monarquía.
Es precisamente la historia colonial presentada a modo de una
regeneración material y espiritual sobre la esencia del hombre
americano que ha de configurar su historia ciertamente al punto
de partida, pero también que dicha configuración no ha de ser
desarrollada de manera aislada, sino en íntima referencia con la
conexión total de la metrópoli y sus imaginarios culturales como
generadores del presente.
No es que la obra toda de Andrés Bello renunciara a lo ame-
ricano a favor de una vindicación de lo europeo, en las primeras
páginas de este ensayo describimos el carácter descolonizador de
su discurso histórico. El Bello del Resumen…, es un joven escritor
de una inteligencia genuina, pero sus intereses están marcados
por una corriente política metropolitana y por una estética que
bebe de las fuentes de la literatura grecolatina. Por lo tanto, gran
parte del material narrado por Bello en esta obra está organizado
en función de presentar una mirada americana desde los condi-
cionamientos históricos y poéticos ajenos a la realidad americana:
la regeneración civil de Venezuela para determinar en qué medida
coadyuvaron en ello estímulos procedentes de la modernidad
europea, y la traslación fiel de la poesía bucólica de Virgilio.

⁓71⁓
Este enfoque historiográfico de Andrés Bello tiene sus consecuen-
cias para la comprensión de lo nacional. De todo ello se sigue que
el planteo del problema del Resumen… como el primer testimo-
nio escrito de la historia de Venezuela puede formularse así: ¿De
qué modo intervienen factores no autóctonos en la redacción del
Resumen…?
En efecto, lo nacional está mediado por una lectura determi-
nada sobre los acontecimientos que suscitaron el orden de las
ciudades luego de la “reducción” de los pueblos indígenas. Vene-
zuela para Andrés Bello es la naturaleza, valles, ríos, mares, sin
referencia al ser humano concreto. Entonces su comprensión de lo
nacional da lugar a la idea de la naturaleza como fuente de explo-
tación y riqueza para quienes vendrían a establecer sus factorías y
la conexión histórica e irreversible con el poder económico metro-
politano.
En el Resumen…, la naturaleza hace las veces de una gran ex-
tensión de tierras cultivables, de bosques ancestrales pensados
para la construcción de las embarcaciones con el fin de trasladar
los productos en el mercado interno, satisfacer las demandas de
una economía en expansión, y dentro de los planes de comercia-
lización, la construcción de las importantes carpinterías navales y
las armas de fuego, de ríos y mares desde donde extraer las rique-
zas minerales y alimenticias, sin importar la degradación de los
ecosistemas.
La mirada de Bello es la mirada de quien se asombra ante la
grandeza de la naturaleza, de este asombro retrata en hermosos
versos nuestros valles, ríos y pájaros. Pero también su deslum-
bramiento encubre la verdadera esencia de lo natural porque leyó
nuestra historia verde (ecológica) con los ojos vueltos a la poesía
virgiliana. No son nuestros frutos ni nuestros árboles ni los ríos
de los Valles de Aragua ni las sabanas del Llano adentro los nom-
brados por vez primera, sino la reproducción impresionista de
los cuadros bucólicos de la poesía de Virgilio que encubren los
paisajes venezolanos.

⁓72⁓
La Venezuela del paisaje y los colores alegres, la Venezuela de
las siembras y el festejo era, a los ojos de Bello, una reproducción
o copia de los paisajes romanos. El poeta supo robarle al historia-
dor las imágenes y las bellas descripciones que proyectaban un
pasado, una voz, un lugar donde la luz y la sombra proyectaban
un paisaje sobrecogedor, pero el historiador que habita en Bello
convino una historia parcial y desgajada de la contextura total que
le presta sentido. Narró con maestría sin precedentes un capítulo
de la historia de Venezuela, quizás, el fundamento de cómo se
construyó la idea de lo nacional, y lo hizo desde presupuestos es-
téticos europeos y alentando una visión de la historia que vindica
el monumento a los conquistadores, a la beneficencia de la corona
y a las primeras empresas capitalistas, que en el renovador plan-
teamiento de la modernidad, permitieron la injerencia al territo-
rio de fuerzas económicas y políticas que fueron utilizadas para
ordenar y superar la crisis posindependentista, pero también para
imponer una lógica del dominio, el control y la exclusión de las
grandes mayorías.
Esos “espacios verdes” venezolanos, como ahora son denomi-
nados los paisajes por los ecólogos, en la poesía de Bello son la
hechura de lo propio y lo ajeno, de lo americano y lo europeo.
Ahí se mezcla el río “de negra corriente” virgiliano y nuestro Ori-
noco, hay un retorno al origen, un regreso a la naturaleza donde
el hombre es uno con todo lo animado e inanimado. Bello canta
una vuelta al paraíso prometido de la cristiandad pero con letra
de americano, inspira su poesía el desborde la naturaleza y de la
diversidad biológica. El debate aquí no es discutir la importancia
de la naturaleza en la poesía de Bello sino su interpretación más
allá de su lirismo bucólico.
Si pensamos que el Resumen de la historia de Venezuela significa
el primer intento de consolidar lo nacional, la identidad histórica
de un pueblo, debería llamarnos la atención la construcción de los
elementos ideológicos que constituyen el discurso historiográfico
de Bello. Equivale a reconocer que todos los pueblos, en determi-
nado estado de desarrollo, reconocen las ventajas de los poderes

⁓73⁓
económicos globales y se deciden a fundar ciudades, las que son
cada vez mayores. Sin embargo, nada es obvio. Los procesos de
fundación de ciudades han sido a costa de la conquista, la guerra
y la destrucción de la vida humana y de los ecosistemas. Lo mis-
mo ocurre con las economías y los imaginarios.
Tenemos que destacar en el Resumen de la historia de Venezuela
la descripción de un período fundado por los viajeros, conquista-
dores, trabajadores de la Compañía Guipuzcoana que apoyados
por el poder metropolitano incrementaron la producción de una
economía globalizada para el comercio internacional, economía
que necesitaba la expansión de los mercados y, por ende, la con-
solidación del capitalismo como una forma de control y dominio
tecnológico, militar y político.
Esta política de dominio universal se consolidó en lo regional
creando extensiones administrativas (colonias) que sirvieron de
apoyo a la centralización del poder. Por tanto, se estableció una
relación directa entre los poderes locales y los poderes extranjeros
para determinar el control de los mares, el mercado y la produc-
ción de una economía con base a la explotación de los recursos
naturales, a favor de una nueva etapa de la modernidad, para la
construcción de las burguesías nacionales y en la que cabrían los
beneficios para los trabajadores de la Compañía Guipuzcoana.
En contextos diferentes, las tierras venezolanas, los bosques,
los ríos y los campos fértiles cantados por Bello pueden servir
para establecer una relación armónica entre las comunidades y el
uso racional de la tierra en condiciones de una economía para sa-
tisfacer las demandas necesarias y emprender una producción y
distribución en el marco de la sabidurías ancestrales, pero en la
narración de Andrés Bello, la naturaleza y el uso de la tierra es
mercancía, mercancía destinada a los valores de cambio y al usu-
fructo de los bienes terrenales manejados a través del poder de la
monarquía y de su aparato tecnológico y jurídico.
Este uso de la naturaleza cosificada tuvo como orientación prin-
cipal la organización mundial del Sistema-Mundo a través de la
confiscación de las tierras mediante las conquistas, la palabra y la
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colonización. Por ello, la naturaleza ya transformada en ganancias,
dineros, intercambios, bienes de consumo, factorías, viajes tran-
soceánicos, satisface las necesidades del creciente mercado europeo
y lo más significativo, el imperio necesita de colonias para poder
afianzar su hegemonía contra futuras potencias emergentes.
A manera de colofón podemos decir que Andrés Bello narró
y describió en el Resumen de la historia de Venezuela, texto que
inaugura en cierto sentido la unidad histórica nacional y la fun-
dación de la nacionalidad venezolana, una época determinada
fundamentalmente por la Regeneración Civil de Venezuela en los
siglos XVI y XVII, y la dolorosa construcción de lo nacional a cos-
ta del genocidio de las comunidades indígenas, de sus culturas y
de sus cosmogonías.
Andrés Bello matizó su relato con hermosas descripciones de
nuestros valles y paisajes, ríos, árboles y frutos, y los describió
con un lenguaje clásico, casto y puro, en el cual el sentido estético
brilla en todo su esplendor y belleza. Por otro lado, su documen-
to registró un momento crucial para nuestro sentido histórico, y
mostró que su perspectiva histórica enalteciera la heroicidad de
los conquistadores y la fundación de las ciudades y villas como
ejemplo de la tenacidad, el trabajo de los canarios y de las dádivas
del poder monárquico para con las gentes de pueblos aún en la
infancia de la historia, según las excluyentes tesis hegelianas, y
que el mismo Bello legitima en su discurso.
Pero, además, la historia del Resumen de la historia de Vene-
zuela de Bello determina la visión colonizada de las siguientes
generaciones de historiadores que siguen reproduciendo inter-
pretaciones de la historia eurocéntrica, como enfoque y método
historiográfico con validez universal, sin percatarse de la con-
fluencia de otras historias y de otros discursos que también cuen-
tan otra historia.
El Resumen de la historia de Venezuela es un documento que
necesita ser revalorizado desde otras perspectivas, más críticas y
más ajustadas a una vigorosa reinterpretación que ubique el tex-
to de Andrés Bello en su contexto, pero que pueda servirse de él

⁓75⁓
mismo para entregar a los lectores de este siglo XXI, una lectura
que desoculte lo encubierto, y ponga sobre los debates actuales,
algunos descuidos más por derechos de compromiso ideológico
con el poder, que por accidentes de interpretación. Se trata de na-
rrar y descubrir lo propio frente a lo otro, se trata de incluir para
diferenciar, se trata de reconocer para hacer de la historia una
totalidad permeada por diversas totalidades hacia dentro de los
imaginarios culturales, y no la presencia absoluta de un discurso
histórico excluyente de pretendida universalidad.

⁓76⁓
IV. MARIO BRICEÑO IRAGORRY: CRÍTICA DE LA
CULTURA, CRÍTICA DEL CONSUMO DEL LIBRO

El pensamiento de Mario Briceño Iragorry (1897-1958) viene a


ser la conciencia crítica del siglo XX venezolano. No puede menos
de tomar partido, de descubrir, más allá de los hechos, las contra-
dicciones que encierran. Estas mismas contradicciones le revelan
la crisis de pueblo de la sociedad venezolana. Conviene, sin em-
bargo, situar la obra de Mario Briceño Iragorry en su contexto y
abierta resueltamente a interpretar la totalidad de los problemas
internos que afectaron las estructuras económicas, sociales, polí-
ticas, culturales, educativas de un país que se presentaba a todas
luces en quiebra moral.
Mario Briceño Iragorry en sus primeras obras está fascinado
por el enigma metafísico, por la filosofía de la historia, por sus
lecturas nietzscheanas y por cierto romanticismo que sobrecoge
gran parte de su obra inicial. Al contrario de muchos de sus con-
temporáneos, Briceño Iragorry no reniega de las influencias de
los escritores europeos en esa primera época de estéticas idea-
listas y románticas, tampoco reniega del pasado colonial de la
sociedad venezolana como si fuera una acusación, una amenaza
permanente de castigo histórico.
Briceño Iragorry parece decirnos que no se puede llegar a una
interpretación adecuada de las condiciones del presente sin re-
ferirnos al pasado como esa sustancia ya acaecida; solamente el
conocimiento sobre esa materia promete una reelaboración del
conjunto de los fenómenos históricos sin perder de vista la conti-
nuidad del proceso mismo. De allí que, para Mario Briceño Irago-
rry, la historia es creación. Este concepto encierra una visión pro-
funda porque integra el pasado, el presente y el futuro dentro de
una continuidad histórica, como un todo construido por etapas.
Esta sucesión temporal encuentra, en el pensamiento de Briceño

⁓77⁓
Iragorry, la mirada subterránea de quien mira las relaciones, las
causas y las contradicciones de una totalidad que obliga a pensar
en función de una operación dialéctica en busca de encontrar la
síntesis histórica, y con ella, alcanzar el andar desafiante del pen-
samiento creador.
Es, pues, necesario revisar la historia y mantenerse a distancia
para comprender el proceso de la formación de la nacionalidad
venezolana. La visión de la historia en Mario Briceño Iragorry es
la forma más sustancial de generar un discurso crítico del presente
y de todos sus conflictos. Su apreciación sobre el pasado colonial
le sirve para ensamblar una historia total y criticar las formas limi-
tadas de los enfoques historiográficos que niegan ese pasado como
expresión continua de un presente al que le pesan las máculas y
los fantasmas de esa historia que se transforma en el proceso de
interpretación. El pasado colonial le permite a Iragorry valorar un
proceso histórico en toda su amplitud, y no fragmentos de histo-
rias o períodos históricos del que se nutre solo una corriente del
pensamiento.
Solo así, la reflexión sobre la historia de Venezuela alcanza una
concepción incluyente, crítica y generosa, que obliga a interpre-
tar su destino desde los orígenes, aún a través de sus conflictos
sociales, de las sangrientas divisiones, del despotismo ilustrado.
En esta perspectiva, la memoria histórica es de una singular im-
portancia porque forma un elemento central dentro de la estruc-
tura del pensamiento de Mario Briceño Iragorry. Dicha memoria
funciona en la media en que reconduce el sustrato simbólico y
cultural del pasado hacia una interpretación que se abre al pre-
sente desde su propio interior. Briceño Iragorry salva del olvido
aquellos acontecimientos de la construcción de la nacionalidad
venezolana con tanta fuerza que por eso se esfuerza tan ferviente-
mente por ponerlo a salvo en la historia. Así, la historia es siempre
contemporánea sin perder su vinculación con el pasado que la
constituye, la forma, la interroga desde su perplejidad y esperanza.
La memoria histórica, la identidad y la conciencia crítica, los
intereses nacionales, la historia patria y la historia matria, la his-

⁓78⁓
toria regional y el terruño, la tierra y el trabajo, la imaginación y la
fantasía, el nacionalismo y el antiimperialismo, son algunas cate-
gorías de un pensamiento que fue evolucionando y construyendo
una personalidad robusta y sensible. En esta construcción de la
subjetividad de Briceño Iragorry, sus marcadas influencias euro-
peas entrevistas desde las primeras obras cuya inspiración estuvo
determinada por las lecturas nietzscheanas, la filosofía de la his-
toria, el romanticismo y la suma del idealismo hacia los territorios
más contestatarios y la crítica al imperialismo, se transformaron
a favor de una comprensión de su contexto histórico de acuerdo
al sentido de lo venezolano, la identidad y la revaloración de los
supuestos más profundos de los pueblos arraigados en la cultura.
En este sentido, la obra de Mario Briceño Iragorry estaba com-
prometida con los intereses nacionales, a la permanente revisión
de su historia para fundar un pensamiento que rescatara lo pe-
queño, las historias de vida, el terruño. A la moral claudicante de
los partidos tradicionales y de una generación que naufraga en
su propia incapacidad de producir fines dialécticos y estabilidad
política, opone una moral de combate, relativa, la moral de las
decisiones en tiempos del desorden, la falta de ideas y de claridad
política; opone una cultura de la mesura que se vuelve virtud con-
tra la peligrosa exaltación del individualismo y de los simulacros
de la cultura de masas donde todo nos viene del imperio.
De todas las obras de Mario Briceño Iragorry, Mensaje sin des-
tino (Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo), publicada en 1951, es
quizá la que cuyo valor, buena voluntad y reflexividad no pueden
ponerse en duda. La tarea que se ha propuesto Briceño Iragorry en
este libro es la de demoler las creencias y las costumbres, y obligar
a la gente a enfrentarse con el absurdo de seguir apostando a las
ilusiones de una cultura de una terminología oficial que habla
de honor y trabajo en un tiempo de deshonra, de corrupción, de
desorden económico en una sociedad escindida.
Se trata nada menos, como se ve, de una reflexión que se con-
vierte en una crítica eficaz, es decir, utilizable. Sitúa su programá-
tica en un contexto interior vinculado a las experiencias políticas

⁓79⁓
mundiales: en la era de la transculturización de la que la sociedad
venezolana es una expresión paródica y artificial. Y sobre todo, el
reflejo de las representaciones de esa sociedad globalizada en la
dinámica social de los ciudadanos. Se copia lo que se imita sin im-
portar el proceso de homogeneización que en resumidas cuentas
aliena toda cultura.
De esta alienación, producto de la explosión del petróleo, nace
la contradicción de las clases sociales en Venezuela; y de los pro-
blemas del desempleo, el abandono del campo, la disgregación de
las culturas campesinas y la violencia hacia las culturas indígenas,
comienza un proceso de atraso y miseria que alcanza el extremo
de tensión y de incertidumbre. Lo que pudo generar –el petróleo–
una riqueza que produjera bienestar material para la sociedad ve-
nezolana, ora políticas sociales para generar felicidad y sentido de
identidad, trajo más necesidad, amargura y violencia en los secto-
res empobrecidos, y mayor riqueza y privilegios para la oligarquía
criolla que dependía directamente de las negociaciones entre el
gobierno y las trasnacionales.
Entra así en esa corriente de la impostura que no ha cesado,
desde las consecuencias que trajo la política injerencista de los
EE. UU. del petróleo a la imitación de la vida norteamericana, pa-
sando por la producción simbólica del artificio capitalista de pre-
servar la aventura de la moderno, a través de las manifestaciones
de una cultura que coloca lo propio bajo la dependencia absoluta
de sus economías, sus obras, sus técnicas, sus valores, sus órdenes
políticos. Dicha cultura tiene como consecuencia el escepticismo
y la resignación, el desencadenamiento de nuevas estructuras de
seducción y poder, de suerte que este proceso de esclavización
del hombre respecto de las ataduras mediáticas ha mantenido una
cultura de la superficialidad y de la imitación.
La jungla de la producción de discursos y de las medidas eco-
nómicas y financieras de esa política que se pretende mundial en-
mascara las realidades objetivas e históricas del pueblo venezolano,
latinoamericano y caribeño. De aquí, para Mario Briceño Iragorry,
la necesidad de enseñar al hombre de la calle los mecanismos

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que rigen esa vida artificial, de los valores que rigen sus destinos
sociales, que originan una veces pasividad, otras la asimilación de
unos conceptos de la vida ajenos a las propias especificidades del
lugar de origen o del suelo nutricio de los ciudadanos venezolanos,
y en ocasiones un bienestar ilusorios. Mecanismos tan perversos
que nuestra sociedad se ve tentada a vivenciarlos como destino in-
evitable sobre el que no puede ejercer menor influencia para trans-
formar las condiciones sociales y políticas.
Aquella necesidad pedagógica expresa en Mario Briceño Ira-
gorry adquiere un sentido colectivo en la medida en que aparece
como el motor de liberación y superación de los problemas es-
tructurales de una Venezuela traicionada y que, para su desgracia,
bebe e invita a beber a una oligarquía aliada a los intereses del
capitalismo extranjero. Mensaje sin destino trasciende su inten-
ción primaria que radica en la oposición a la dictadura de Pérez
Jiménez y denuncia el estado de quiebra moral y espiritual de una
época histórica que tiene sus orígenes en todo el proceso histórico
venezolano.
El pensamiento expuesto en este libro traduce un signo posi-
tivo, a saber: no solo la interrogación del momento histórico y de
la especificidad cultural puesta en cuestión, sino al mismo tiempo
como liberación favorable a la construcción de la identidad nacio-
nal de poder darse, sobre la base de la comprensión, la racionali-
dad y la creación colectiva.
Mario Briceño Iragorry ve cómo se vuelve contra el país esa ley
del más fuerte que con tanta saña había proclamado una estruc-
tura de poder dirigida por factores criollos e imperialistas. En la
reflexión de Briceño Iragorry hay una intención política cuyo valor
consiste en recobrar un valor más humano de la propia experiencia
de los venezolanos con lo propio, en la medida en que la conciencia
histórica no es un negocio agotado en la repetitiva ofrenda a la ban-
dera ni a la heroicidad de pasillo y salón que adorna las plazas en
cada aniversario, sino un destino nacional. La conciencia del desti-
no de nuestras repúblicas en lo que concierne a la emancipación y
autodeterminación de los pueblos, a la cultura diversa y creadora.

⁓81⁓
Es la conciencia de tener un pasado y entrever las posibilida-
des de perspectiva si penetramos en ese conglomerado de sucesos
que se vuelven fin de un concepto de nación. La tarea de Mario
Briceño Iragorry –lejos de limitarse a la verdad de esos aconte-
cimientos– consistió en integrar el pasado al presente como un
producto en transformación para que el proceso total de la histo-
ria tenga un gran sentido del porvenir. Desde esta perspectiva, la
filosofía, la historia y la sociología de su época deben ser entendi-
das como su crisis y su cambio de rumbo, se presentan determi-
nadas por el pensamiento creador de Mario Briceño Iragorry. A
través de su pensamiento histórico, entendido como filosofía en
el sentido de camino y orientación de una programática para la
transformación de la realidad, se le traza la pregunta por el ser del
venezolano como fundamento indudable de todo conocimiento,
de toda filosofía, de todo método.
El elemento fundamental de Mensaje sin destino y de la obra
política, literaria y moral de Mario Briceño Iragorry, sin obviar la
especificidad de su discurso y el contexto donde las obras se pro-
dujeron, es una profunda crítica a la cultura, al ser cultural. Toda
su interpretación está fundada precisamente sobre esta cuestión
de la cultura, los medios de expresión y comunicación. Va, pues,
a emprender la desmitificación radical de la cultura nacional vi-
vida como una experiencia superficial, dependiente de la cultura
imperialista y de los modos en que se producen, se distribuyen y
se permean los bienes culturales y los discursos.
Esta necesidad de ir hacia los pliegues de la cultura, por deter-
minista que parezca, tiene un significado moral y revolucionario.
De su puesta en práctica depende la reflexión sobre la crisis de
pueblo, y su alcance sobrepasa el dominio limitado de lo formal
y lo enunciativo. La reflexión sobre la cultura y sus modos de re-
producir antivalores a través de la industria cultural de masas: el
cine, la radio, los libros, la publicidad, los periódicos, las revistas,
plantea un problema nacional pero lo más sustancial, un proble-
ma de civilización.

⁓82⁓
Mario Briceño Iragorry da un viraje en el modo de abordar esta
producción de imaginarios ya se conciban como literatura de en-
tretenimiento, ya como valores de una cultura que seduce mientras
amplía la posibilidad de configurar un medio de acción, el cual se
ve remitido a reproducir unos dispositivos de seducción. A este vi-
raje nosotros lo denominamos cambio de paradigma. Un cambio
en el modo de vernos y relacionarnos con aquellas producciones
simbólicas que nos vienen de afuera, determinadas por el hecho de
la explosión de los intercambios comerciales y del conocimiento.
Mario Briceño Iragorry, aunque no lo proponga explícitamen-
te, reclama un cambio de paradigma, y este cambio de paradigma
limita considerablemente los ensayos de renovación de la socie-
dad venezolana. Un paradigma que valore la noción de lo históri-
co dentro de un proceso de resemantización de las categorías que
permiten interpretar los fenómenos desde la crítica, la interdis-
ciplinariedad y que pueda alcanzar una etapa superior que sería
transdisciplinaria.
Briceño Iragorry no solo cuestiona la forma en que se ha lle-
gado a la crisis de pueblo, sino el contenido mismo de la crisis,
que es una crisis en toda la estructura de la sociedad. Es la crisis
de los conceptos y de su representación. Es el agotamiento de un
modelo que no alcanza a interpretar su momento histórico, y si no
interpreta no hay transformación. En la visión de Briceño Iragorry
encontramos que la reflexión no significa nivel de reconocimiento,
que la esencia de los problemas solo puede ser accesible en la revi-
sión de la historia como proceso en todas sus etapas de consolida-
ción de la venezolanidad, y no como cortes abruptos, con lo cual
ya queda denunciada como insuficiente para la captación de un
nuevo paradigma que hallamos en el pensamiento de este autor.
Y la sociedad venezolana, como hemos advertido, va de la clari-
dad del petróleo hacia la noche del despilfarro y la dependencia, va
de la alegoría del petróleo hacia las ganancias de las trasnacionales,
va del campo y los campesinos hacia la miseria y al desempleo,
va del petróleo hacia la producción de una cultura rentística en

⁓83⁓
la cual se sitúa una tensión dramática por el destino del país, su
progreso, su atraso, su corrupción.
Y con el petróleo llega al país el encadenamiento irracional de
las culturas extranjeras, las imágenes del mundo “moderno”, las
invenciones, la moda, la música, la prefiguración de las culturas
digitales, el engranaje de la violencia y la fatalidad del poder que
se trasmite, como una epidemia psíquica, a través de la televi-
sión y los medios impresos. Mario Briceño Iragorry se esfuerza
en demostrar que esta producción discursiva instala en la socie-
dad venezolana una superposición estructural y psicológica de
un proceso que concentra una cultura deformante cuyo carácter
demasiado contagioso y mecánico no excluye, por otra parte, una
dominación y dependencia a mayor escala. Nos dice Mario Briceño
Iragorry (2007: 69):
Lo que nos da en oro el petróleo, (estiércol del Diablo, según el fu-
nesto augurio de los guaiqueríes), lo devolvemos en seguida, para
pagar los artículos que importamos a fin de balanzar nuestra defi-
ciente producción agrícola, y para abonar el precio de todo lo que
traemos en orden a complacer nuestra disparatada manía de lo su-
perfluo. (Para comprar, por ejemplo, costosos caballos de carrera y
las fruslerías que reclama una vida alegre y presuntuosa).
En este sentido, la cultura es un sistema de signos en relación
con las necesidades cambiantes de producción. La industria cul-
tural de masas tiende, en esa circularidad de sus funciones co-
municativas que le es inmanente, a crear objetos y discursos en la
medida que crea también su desfuncionalidad. Es la expresión de
la cultura superficial y del vacío, del engaño y de la sumisión, del
acuerdo ilusorio que los gobiernos proponen porque las oligar-
quías concuerdan con ellos, afirmando su poder mercantil y olvi-
dando los conflictos de clase. Esta cultura globalizada exige para
su funcionamiento un alto consumo de sus productos y objetos,
quedando de manifiesto el carácter mercantil que se explica a sí
mismo en su horizonte liberal.

⁓84⁓
Mario Briceño Iragorry estuvo atento a la penetración de los
bienes culturales producidos en ese proceso de construcción de las
discursividades que marcaron una lectura del mundo y de la vida
de los pueblos. Los libros y las revistas fueron quizás de los objetos
que más llamaron la atención de Briceño Iragorry por el impacto
que producen en el lector. Dicha cultura, permaneciendo fiel a sus
objetivos de control, deformación cultural y psicológica, requiere
ampliar sus dominios económicos, políticos, educativos, con el fin
de reproducir unos valores, unas conductas, unos discursos, unas
voces que en nada emergieran de la propia reflexividad de los suje-
tos que hacen del pensamiento y la acción sus destinos.
De allí el interés de Mario Briceño Iragorry en las lecturas for-
mativas. De este interés nace un hermoso libro: Lecturas venezola-
nas (1926). En este libro el autor compendia la historia de nuestros
héroes, los paisajes y los ríos, los símbolos y los escritores vene-
zolanos que cuentan, narran, poetizan la vida, la historia y sus
amores. Es un libro para leer y sentir la patria, y está dedicado a
los niños y jóvenes de Venezuela.
De allí su interés por subrayar a lo largo de sus obras literarias,
ensayística y narrativa, muy a pesar de sus críticos, la influencia
de las tradiciones indígenas en la cultura trujillana, como bien lo
describe en Mi infancia y mi pueblo (1951). De allí su pasión por
la venezolanidad y los lugares de orígenes. De su alegría por la
tierra y la valoración del trabajo como concreta realización de una
colectividad que se siembra a sí misma, pues el trabajo no es la
explotación del hombre por el hombre, sino la colaboración con la
naturaleza. Queda, por lo tanto, una veta ecológica por desarrollar
en la manera como Briceño Iragorry entiende y siente la relación
del hombre con su entorno.
Mario Briceño Iragorry reflexionó sobre el tema de la publica-
ción de libros y revistas pensados para los países latinoamerica-
nos. Libros comercializados para el consumo masivo de las jóve-
nes generaciones de América Latina y el Caribe. Y se interrogaba
acerca de los contenidos y de la poca o nula calidad literaria de

⁓85⁓
las publicaciones en castellano que llegaban de Europa y de los
EE. UU. Estas publicaciones o colecciones de revistas en serie, pa-
raliteratura, llenaban nuestras librerías como productos de última
moda sobre los cuales se había fundado una tradición lectora.
Entendiendo que estas publicaciones, para Briceño Iragorry,
deformaban las mentes de los jóvenes y de los lectores en general,
porque más allá de la especificidad literaria de los libros y de las
revistas de época, más allá de los temas tratados por los escritores
y articulistas, pensamos que el autor de Mi infancia y mi pueblo,
veía la gran circulación de antivalores del sistema capitalista. Y
que estos valores circularan de la manera más campante, era signo
de una crisis de identidad producto de la cultura globalizada que
imponía sus reglas, sus mundos, sus hábitos, sus cultos, a los pue-
blos latinoamericanos.
La producción de discursos y los contenidos de los libros son
considerados, en la reflexión de Briceño Iragorry, instrumentos
para colonizar y favorecer, sobre la base de las modas literarias, a
la industria cultural que cuenta con sus propios mecanismos de se-
ducción que alcanzan todos los demás campos de la cultura. Mario
Briceño Iragorry problematiza así la cultura del libro comercial y
su recepción, la voracidad de las editoriales que establecen las pau-
tas de distribución y comercialización de los impresos. De esta ma-
nera le es posible fundar una crítica a la ideología y a la hegemonía
del capitalismo y a sus modos de producir discursos e imaginarios.
Finalmente, Mario Briceño Iragorry planteó a la sociedad de
su tiempo y a las futuras generaciones, el problema de la cultura
como el centro de sus debates. No puede haber verdadera identi-
dad nacional sin la transformación de las estructuras y de la polí-
tica pensada desde las minorías aliadas a los poderes extranjeros.
Pero, precisamente, a través de los mecanismos de la propia cultura
y de sus instrumentos de seducción, los peligros de una coloni-
zación mayor amenazan en convertirse en un bien común y en la
plena aceptación de ese fatal destino.

⁓86⁓
Para enfrentar la crisis de pueblo, Mario Briceño Iragorry fundó
una crítica a la cultura capitalista y a sus dispositivos de control. La
crítica hay que ejercerla desde la noción de identidad nacional, y
para ejercer dicha noción hay que producir un pensamiento his-
tórico que vincule su método dialectico a la expresión concreta de
la historia de Venezuela y del análisis social para hacerle frente a
la dependencia extranjera, lo cual da cuenta de una síntesis inter-
pretativa que aparece con toda nitidez cuando la lucidez de la con-
ciencia histórica desentraña los pliegues del pasado y su sentido.

⁓87⁓
TERCERA PARTE:
EL LIBRO EN VENEZUELA
I. EL LIBRO Y LAS CULTURAS ORIGINARIAS

Cuando se pregunta por el libro y las culturas originarias latinoa-


mericanas, cuando se problematiza lo que posibilita la forma de
comprensión de sus culturas, aquello por lo que se pregunta se
encuentra, en cuanto cosa preguntada, abierto al hecho histórico,
al hecho de las culturas orales y las cultura escritas, a saber: si el
libro y las culturas originarias son en verdad la expresión de las
tradiciones ancestrales o la imposición de la lengua, el imaginario
y los símbolos de la cultura impresa; vale decir, si se puede obte-
ner justo a partir del libro y las culturas originarias, una diversi-
dad cultural que exprese las cosmogonías o la cultura letrada de
los europeos.
No es extraño, pues, que diferenciemos las culturas orales y
la correspondiente cultura escrita porque tal diferenciación se da
de hecho. La cultura oral tiene su fundamento en el habla y la
memoria, en las formas rituales en las cuales la comunidad inte-
gra y expresa su visión del mundo y de la vida. La oralidad es la
palabra sagrada que une a la comunidad con sus dioses, mitos y
sus arquetipos.
Sin semejante forma de comunión no tendríamos punto de
apoyo para las cosmogonías y los registros de una cultura que no
entendía su realidad inmediata sin la mediación de la palabra, de
esa palabra que habla en la danza, en la poesía, en el canto, en el
rito, en la preservación de la naturaleza. Es decir, la palabra oral
está unida al cosmos y a la tierra, porque el acto designativo es-
coge la unidad de todo entre la multiplicidad de las diversas cosas
que rodean al hombre y su propia vida.
Sin embargo, a este fenómeno de la diferenciación ocurre que
la cultura letrada, los textos escritos, la literatura, las crónicas, las
cartas de relación y la ficción desbordaron los planos de la realidad
americana, y en una operación de traslación de su imaginario y

⁓91⁓
de sus representaciones calcaron lo ya conocido sobre un paisa-
je humano y geográfico enteramente otro. Esto quiere decir que
no hubo un “descubrimiento” sino un “encubrimiento” como lo
expresa el filósofo Enrique Dussel (2007). Un encubrimiento cul-
tural y discursivo que prescinde de toda alusión a la realidad, a la
alteridad.
Cuando así hablamos, en historia, indicamos con ello que el
libro no es una cuestión aislada del fenómeno del descubrimiento
y la colonización, con una textura inocente o si se quiere parecida
por analogía a los demás objetos de representación material del
mundo europeo; sino que anunciamos algo que se encuentra en
un lugar que no tiene nada que ver con formas benéficas o de una
mutua comprensión de la alteridad, que sirve a la interpretación
como punto de partida para un diálogo que posibilite evidenciar
la importancia que tuvo el libro y las traducciones de los antiguos
códices a la letra castellana.
Importancia en el sentido en que el libro se vive como un objeto
aliado al conquistador, aun cuando sea en el modo ideológico y se
comprende por su referencia al modo como impulsó las gestas
heroicos de los pizarros, los cortés, y de los muchos aventureros y
soldados que leían los libros de caballería mientras descansaban
bajo el rumor de los bosques.
Si nos preguntamos nuevamente: ¿por qué hemos de incluir el
problema del libro en el contexto del “descubrimiento” y la “con-
quista” de América? podremos afirmar que a lo que se apunta, a
lo que se tiende, es a la importancia que tuvo el libro en los hechos
de la conquista y en la construcción de la historia y de la imagi-
nación en las literaturas latinoamericanas. Por ello, Agustín Mar-
tínez afirma, que
los diversos sub-sistemas que, en términos generales, pueden ser
agrupados, apenas con fines de clasificación, en dos categorías fun-
damentales: uno, culto y erudito, dominante, representado en este
caso por las formas de producción literarias transplantadas a Amé-
rica a partir del Descubrimiento y la Colonia, y otro (u otros) subor-

⁓92⁓
dinado e, incluso, marginado, dotado de formas expresivas propias y
de considerable autonomía relativa. (Martínez, 1991: 65).
Este hecho se funda en el carácter peculiar de la Conquista y la
Colonia. El mismo puede dar razón del libro y su impronta dentro
del espíritu guerrero de una cultura forjada bajo los ideales de las
cruzadas y de la guerra contra los moros que duró ocho siglos.
Naturalmente, a los excesos de una cultura para la guerra respon-
den los excesos de la Conquista, la cual no puede prescindir de
sus mecanismos de sojuzgamiento: las armas, la religión, la cruz,
la lengua, la escritura, los caballos y el libro.
Uno de los mayores acontecimientos de la Conquista en el
campo cultural consistió en introducir su ideología y sus imagi-
narios a través de los libros. El rasgo más sorprendente y paradóji-
co de esta empresa de conquista a través de los textos escritos es el
formidable contraste entre lo que prometen y de lo que realmente
ofrecen. Las gestas conquistadoras de la Antigüedad y la literatu-
ra medieval con todo su bestiario cristianizado establecieron un
puente indestructible entre ese pasado absoluto de referencias eu-
ropeas y las realidades americanas.
En primer lugar, los libros leídos por los conquistadores y los
soldados europeos sirvieron para alentar en ellos sus deseos por el
oro y la plata. En segundo lugar, la carga heroica de sus antepasa-
dos determinó el espíritu aventurero más allá de las Columnas de
Hércules, en las imaginadas islas de Cipango, las Indias, es decir,
los confines del mundo. Los libros prometían tierras donde los
árboles reflejaban el oro de sus ramas y de sus troncos de plata.
Los libros prometían mujeres guerreras (Amazonas), y tam-
bién prometían los hombres con barbas de plata que llenaban la
imaginación de estos hombres de mentalidad fabulosa. En este
sentido, el libro fue un instrumento de sugestión que ofrecía a los
europeos proyectar sus imaginarios cargados de la fantasía anti-
gua, medieval y cristiana, y proyectarlos hacia las tierras donde
hallaban lo propio. Pero había que demostrar la existencia de esas
tierras y de los mitos de las Amazonas para poder expandir las

⁓93⁓
fuerzas conquistadoras y colonizar las tierras más allá del Atlánti-
co. Atravesar el Atlántico significó el inicio de la modernidad, tal
como lo expresa Enrique Dussel (2007).
En efecto, la variedad y diversidad de lo americano fue abo-
cado a una función mitificadora de lo otro como lo mismo. No
hubo reconocimiento de la alteridad sino ocultamiento, pues la
imposición de los imaginarios europeos, es decir, la identidad de
su cultura, prevaleció por autodefinirse frente a lo otro, superior.
Estamos en presencia de la legitimación de una visión eurocéntri-
ca de la historia que se fue construyendo en la medida en que la
conquista y la colonización impusieron ordenar el mundo a partir
de lenguas, categorías, discursos y teorías con un alto componen-
te de exclusión y racismo.
El libro fue el objeto y el símbolo de una poderosa cultura de
la imaginación. El libro fue la escritura del poder que trazó la ruta
imaginaria entre Europa y América, y fue una ruta de reconoci-
miento porque los europeos hallaron lo que deseaban encontrar.
Resulta, pues, que las fantasías extravagantes, los mitos medie-
vales, las sirenas, los hombres con un solo ojo, y todos los ritos o
credos mitológicos de Europa los proyectó el conquistador cons-
tantemente frustrado por el curso real de los acontecimientos.
En este sentido, es evidente que el libro vincula emocional y
psíquicamente al conquistador, y esta vinculación se halla en po-
sesión de la memoria histórica y fabulosa que precede su volun-
tad y sus actos; mucho más importante, la función simbólica de
la lectura en referentes diversos a los propios hace hablar a esos
materiales que están dormidos en la psiquis colectiva de esa con-
tingente abrasador de conquistadores y soldados lectores, sirvién-
dose entonces de un amplio registro que ciega y llega a ser incom-
parablemente más rico, en tanto la capacidad de sugestión es tan
intensa que cualquier signo, señal, misterio está relacionado con
sus imaginarios a los que se refiere de un modo único y concreto.
Sin duda que los libros traen la promesa de hallar de nuevo el
paraíso, las riquezas, los bosques, la fuente de la eterna juventud,
los gigantes, las sirenas, los cíclopes, los perros alados y los hom-
⁓94⁓
bres con cara de perro. Estas promesas leídas en los libros que
viajaban en barcos para América son los principios articuladores
de la fantasía del hombre europeo, y estos principios referenciales
se encuentran en la base de su actividad simbólica. Cierto que en
los libros está fundado el orden de una lectura “a priori” de las
realidades americanas, pues lo conocido es ya parte de la cultura
imaginaria de los europeos.
Estos fueron algunos libros que entraron a tierras americanas
y que determinaron en gran medida, la Conquista, la Coloniza-
ción, y por supuesto, fundaron –desde la mirada eurocéntrica y
la americana producto de la urdimbre de materiales simbólicos
e históricos– la historia, la crónica, la literatura de América. El
Amadís de Gaula, Tirant lo Blanch, Las Sergas de Esplandián, Don
Cristalián de España, entre otros. Muchos de estos libros para
el año 1851, de los barcos que salían de España sin registros de
aduanas “transportaban a menudo libros en barricas de vino y en
toneles de fruta seca.” (Leonard, 1979: 173).
Pero este hecho depende de un acontecimiento también fun-
damental, se trata de lo que Todorov (2003) llama la expansión de
la cristiandad y de una cruzada por recobrar Jerusalén. No se pue-
de entender la importancia del libro solamente como instrumen-
to de sugestión y poder sino como reflejo del proceso religioso
universal. Esto requiere de una prueba, y los libros dan la prueba
fehaciente de una lectura dirigida hacia el futuro desde una com-
posición escrituraria que lo interpreta desde ningún lugar porque
lo descubierto no existe, si la alteridad es negada en el a priori del
pensamiento medieval.
Los conquistadores (Cristóbal Colón), apoyado en la autoridad
de escritores antiguos como es el caso de Plinio, Platón y Marco
Polo, presentan al rey su proyecto político y económico con el fin
de ampliar los dominios de su majestad, y así, expandir el cristia-
nismo y recuperar Jerusalén. Cristóbal Colón lee el mundo con los
ojos vueltos a una época de imágenes, grabados, mapas, presagios
y superstición. El genovés lee al mundo desde esa cultura arrai-
gada profundamente a esquemas de pensamiento evidentemente

⁓95⁓
fabulosos en los cuales el mito y la realidad guardan estrechas
correspondencias.
Para Colón se hace cada vez más imperativo leer las realidades
americanas para creer que lo visto es parte de su memoria y de sus
lecturas evidentemente verosímiles y atractivas para un lector co-
mún; pero, para Colón, son lecturas que evidencian que lo que allí
se cuenta, lo que ahí se dice, forma parte extensiva de una cultura,
del poder monárquico y de las representaciones mentales de un
pueblo identificado con el imaginario y el pensamiento medieval.
El Almirante da lectura al mundo convencido de la autoridad
de los libros. Esta recepción de los textos está implícita en los re-
latos que ofrecen un carácter altamente optimista que involucran
una explicación satisfactoria para sus propósitos comunicaciona-
les. Recordemos que Colón describe la realidad americana con un
lenguaje poético apuntando todo lo relacionado con la sobreabun-
dancia de bosques, oro y plata. Esto se observa al leer las Cartas de
relación, o mejor dicho, estos informes comerciales que tienen el
propósito de inventariar lo que pudiera ser de interés mercantil.
En cierto sentido, la verdad de Colón pasa por una lectura de los
textos que legitima e interpreta la realidad americana de acuerdo
a sus referentes imaginarios y, lo más importante, a sus intereses
mercantiles, segregadores, racistas, evangelizadores, de la propie-
dad de las tierras y de todo lo que en ellas se encuentra, incluyen-
do los indígenas. Al respecto, dice Irving A. Leonard (1979): “la
conquista del Nuevo Mundo fue hasta cierto punto una empresa
privada de carácter capitalista” (p. 51).
Leemos en la primera Carta:
Yten, que cerca del oro que se oviere de traer de las Yslas para Cas-
tilla, que todo lo que se oviere de cargar, así lo que fuere de vuestras
alteças, […] y sy otro oro alguno se hallare fuera de la dicha arca en
cualquier manera, poco o mucho, sea perdido, a fin que se haga fiel-
mente y sea para vuestras alteças (Colón, 1956: 10).

⁓96⁓
Leemos en la Segunda Carta:
Otra isla me aseguran mayor que la Española, en que las personas
non tienen ningún cabello. En esta hay oro sin cuento, y destas y de
otras traigo conmigo indios para testimonio.
En conclusión, a fablar desto solamente que se ha fecho, este viage,
que fue así de corrida, pueden ver sus Altezas que yo les daré oro
cuanto hubieren menester con muy poquita ayuda que sus Altezas
me darán: agora especería y algodón cuanto sus Altezas mandaren, y
almásiga cuanto mandaren cargar… (Colón, 1956: 20).

Leemos en la Tercera Carta:


Asimismo compraban como idiotas, por algodón y oro, trozos o
fragmentos de arcos, de vasijas, de botellas y de tinajas: lo que prohibí
por ser injusto y les dí muchos utensilios bellos y preciosos que había
llevado conmigo, sin exigir recompensa para atraérmelos con más
facilidad, para que reciban la fe de Jesucristo, y para que estén más
dispuestos e inclinados al amor y obediencia al Rey, a la Reina, a
nuestros Príncipes y a todos los españoles, y para que cuiden buscar,
reunir y entregarnos lo que abunda entre ellos y nosotros necesita-
mos absolutamente. (Colón, 1956: 27).

En este sentido histórico, la modernidad comienza, según En-


rique Dussel (2007), “cuando Europa deja atrás el Mediterráneo
renacentista y se ‘abre’ al Atlántico; entra al ‘ancho mundo’ que
supera el enclaustramiento latino-germánico al que le había so-
metido el mundo islámico-otomano en la llamada ‘Edad Media
(desde el siglo XII)” (p. 196).
Como hemos visto, la Conquista y la Colonización formarían
el inicio de la era Moderna y esta modernidad viene empujan-
do sus formas de ejercer el poder y su economía, sus imaginarios
y sus contradicciones, y simultáneamente, viene empujando la
construcción de una discursividad como fuente de derecho para
toda afirmación superior frente a lo otro.

⁓97⁓
Por ello, la lectura de los libros de caballería –la literatura–
como expresión de una visión del mundo de los europeos durante
la gesta conquistadora funda una noción de lo histórico y de la
ficción con base en las formas de leer el mundo a través de las
acciones de los héroes, formas escriturarias en las cuales se orga-
nizó, posteriormente, la constitución cultural de América Latina.
En efecto, son tres los momentos de una construcción simultánea
de referentes obra de la imposición, de las síntesis que las formas
discursivas establecen con la realidad americana. El discurso de
la Conquista, el discurso de la Colonia y los discursos de la Inde-
pendencia.
Es, pues, la primacía de lo discursivo sobre la naturaleza lo que
enriquece el discurso de la Colonia con la existencia de una ciu-
dad letrada y una ciudad escrituraria. Es la primacía del poder y la
estructura jurídica y legal sobre lo otro (lo bárbaro, lo indígena, lo
marginal, lo periférico, lo natural, la lengua indígena y la lengua
popular).
Es la primacía de un discurso normativo que regula a la socie-
dad mediante la estructura de la lengua establecida en las Gramá-
ticas, Códigos, Leyes. Es la primacía de una minoría que interpreta
y rige el funcionamiento político y social de la sociedad. En fin, es
la racionalidad escrituraria que responde a los intereses metropo-
litanos y a las clase favorecidas por las empresas conquistadoras.
Hay, en esto, una continuidad de factores políticos que fecunda la
simiente en la temática de las letras como expresiones del poder y
el control de lo diverso. Así lo expresa Ángel Rama (1985):
fue la conciencia que tuvo la ciudad letrada de que se definía a sí
misma por el manejo de esa lengua minoritaria (a veces, casi secreta)
y que defenderla y acrisolarla era su misión primera, único recurso
para mantener abierto el canal que la religaba a la metrópoli que
respaldaba su poder. Pues los letrados, aunque formaron una clase
codiciosa, fueron la clase más leal, cumpliendo un servicio más de-
voto a la Corona que el de las órdenes religiosas y aun que el de la
Iglesia (p. 7).

⁓98⁓
Sobre la base de esta construcción moderna que se hace pre-
sente en todas las instancias de la sociedad se legitimó un discurso
formal, normativo y eurocéntrico. Es la idea de formar una discur-
sividad homogénea que no se puede identificar con la alteridad,
esa alteridad negada desde los tiempos de la conquista europea.
El paradigma eurocéntrico de la racionalidad también tuvo su im-
pacto en el discurso de la Independencia. Ángel Rama afirma que
hubo una continuidad discursiva que parte de la Colonia y termina
en la Independencia.
El discurso de la modernidad opera en todos los órdenes de
la sociedad. En lugar de una dirección plural de las manifesta-
ciones culturales y lingüísticas, este discurso forma un esquema
unificado de la historia y esquemas ideológicos presentes en los
discursos educativos, políticos, sociales, lingüísticos y culturales
de nuestro tiempo.
En las escuelas, en los liceos, en las universidades todavía existe
una contradicción teórica frente al hecho histórico de la Conquista
y de sus discursos eurocéntricos, ahora expuestos en su vertiente
neocolonial. Pues, aún, el discurso de la cultura libresca de la Con-
quista pasa por ser la única fuente verdadera de nuestras historias.
Se trata de una línea de continuidad progresiva que atraviesa el
inicio de la época Moderna, el año 1492, la Colonia y la República.
El libro en su progresiva evolución (papiro, rollo, manuscrito,
papel) como expresión de dominación imperial supeditó la cultu-
ra occidental desde las traducciones homéricas copiadas por los
maestros alejandrinos. Fue ampliada solo cuando los filósofos de
la Edad Media produjeron una serie de traducciones de Aristóte-
les y posteriormente, el libro desafío, combatió e integró la sabi-
duría tradicional en el Renacimiento, como en otras áreas de la
vida y la cultura con la llegada de la imprenta.
El problema del libro producto de la modernidad se ha im-
puesto, o sea, ha legitimado su fundamento histórico, simbólico,
literario y filosófico. En vez de un libro con un principio racional
que fundamente una visión del mundo que por razones colonia-
listas ha impuesto sus referentes históricos a las otras culturas,

⁓99⁓
el historiador del libro de nuestros tiempos indígenas piensa el
libro con una pluralidad de historias coherentes, que unifiquen
las historias regionales, donde se descubren una gran variedad de
formas históricas y esquemas culturales diferentes.
En lugar de una dirección lineal única (escrituraria de la domi-
nación), descubre múltiples direcciones en historia oral (la alte-
ridad). Las historias orales se destacan como su rasgo más carac-
terístico; pero ellas son solo parte de un todo más abarcador. De
hecho, una completa afirmación de una cultura en el sentido de
una identidad de vigor creativo.
Se trata de incorporar las dos visiones del libro en una pro-
puesta que las complemente y resignifique dialógicamente sus
referentes históricos y simbólicos. Asimismo valore en su justa
dimensión crítica la alteración de las culturas orales bajo los pre-
supuestos racionales, religiosos y lógicos del alfabeto latino.
Es lo que el maestro Adrián Inés Chávez ha hecho con la re-
escritura del Pop Wuj desde las versiones que sufriera el manus-
crito original a manos del padre fray Francisco Jiménez en 1703.
El así llamado Popol Vuh, ahora en la reconducción lingüística
empleada por el maestro Chávez, denominado Pop Wuj, es un
libro ordenado en cuatro columnas. En la primera columna, está
contenida la transcripción lineal del texto ki-ché; en la segunda,
está presente el trabajo de traducción del nuevo alfabeto quiché
empleado por el maestro Chávez, es un trabajo de correcciones y
de interpretación de la escritura del alfabeto latino para dar cuen-
ta del sentido originario del manuscrito originario; en la tercera
columna, se expresa la traducción literal al castellano del trabajo
del maestro Chávez, y la cuarta, finalmente la construcción en
base a la certidumbre material de ordenar el texto en castellano.
(Recinos, 1992: 445).
Finalmente, nuestro tiempo ha sido testigo de la conciencia de
los movimientos indígenas, del reconocimiento de sus lenguas y
de las culturas diversas que albergan mitos y cosmogonías ances-
trales, nuestro tiempo ha sido testigo de la expresión plural de las
manifestaciones culturales y del respeto a sus formas de ver, sentir
⁓100⁓
y conocer el mundo. No hay que olvidar, por otra parte, que esta
emancipación de los pueblos indígenas constituye la larga em-
presa por regenerar los tejidos afectivos, culturales, lingüísticos,
sociales y políticos de la población latinoamericana y caribeña.
Los nuevos liderazgos indígenas, como es el caso del presidente
Evo Morales y la incorporación de las lenguas indígenas a los pro-
gramas educativos van en la dirección apuntada por el maestro
Chávez. Las remozadas políticas de visibilización, reconocimien-
to constitucional y respeto por las comunidades de los indígenas,
como lo enseñó al mundo el comandante Hugo Chávez, convocan
a nuestros pueblos a repensar nuestra historia, y nuestra historia
se aprende de las experiencias de la historia y de la construcción
de esa historia a partir de los textos impresos (libros), aunque esto
no es un determinismo, pues la historia para los pueblos indígenas
se aprende en la comunidad, en el habla, en el cuento, en el mito,
en la palabra oral.
El mérito más radical de este posicionamiento indígena en
Latinoamérica y el Caribe consiste en haber planteado una serie
de cuestiones fundamentales que, de una u otra forma, han sido
el tradicional debate de las culturas orales y las culturas escritas,
entre la copia y la invención de lo americano, entre la moderni-
dad y las periferias, entre el poder de las minorías y el poder de
las mayorías. Y este mérito se ha proyectado hasta nuestros días
con un coraje y una resistencia incomparables. La historia así lo
demuestra, a través de las acciones concretas en materia política,
económica, social, educativa y cultural. Es esta, tal vez, la herencia
más sustancial que se desprende de nuestro acervo diverso, y nada
más edificante, que pensemos una nueva manera de ver y sentir el
libro en función del momento histórico de las comunidades y de
los movimientos indígenas.

⁓101⁓
II. EL LIBRO Y LA LITERATURA VENEZOLANA
DEL SIGLO XXI

Dos aspectos de la relación del libro y la literatura venezolana del


siglo XXI han venido reclamándome especial interés al pensar sus
relaciones con el contexto social donde están inscritos, como si
los dos exigieran un diálogo hace mucho tiempo diferido. Por una
parte, me llamaba el desinterés de las reacciones académicas de
la literatura ante, según sus criterios, la falta de perspectiva his-
tórica de la literatura venezolana en los años seguidos al triunfo
de la revolución bolivariana, es decir, desde 1998 al 2014, bajo el
precepto con que una literatura debe esperar un estado ulterior
de consolidación. Pero, por otra parte, ¿cómo dejar de abordar la
literatura venezolana al patético porqué con que los historiadores,
críticos y teóricos tratan de investigar las razones de una literatura
inconclusa?
En la necesidad ineludible de elegir, me he decidido por estas
dos cuestiones. Me ha parecido directamente centrada en torno al
tema del libro y la literatura venezolana del siglo XXI. Hemos deci-
dido volver los ojos a este fenómeno cultural. Y vamos a fijarlo en
una lectura que vendría a ser como la toma de conciencia reflexiva
de tal modo que, para aproximarnos plenamente a la literatura ve-
nezolana del siglo XXI, es necesario conocer tanto la producción
de los libros en el marco de una política de Estado como de una li-
teratura producto de unas condiciones históricas específicas. Pero,
¿cuáles son las razones que tienen los teóricos y críticos literarios
para afirmar que no hay propiamente una literatura venezolana
escrita en el período revolucionario de 1998-2014?
Esperemos dar cuenta de estas interrogantes en lo que a con-
tinuación expondremos: notas que no pretenden ser absolutas,
resolutivas ni originales, sino una lectura de un tema que en la
actualidad es debatido en los departamentos de literatura de las

⁓102⁓
universidades del país, en los congresos y seminarios especializados.
Seguro estoy que también en la correspondencia que algunos crí-
ticos sostienen con sus colegas dentro del mismo recinto univer-
sitario. Esto último de las correspondencias no es ficción y mucho
menos ironía, es la purita verdad.
Ahora bien, ¿por qué los escritores de este país no toman la
iniciativa y convocan a debatir abiertamente este tema? y ¿por qué
los escritores no plantean estos temas y otros de interés literario y
cultural a los sectores mayoritarios del país?
No estoy diciendo que los escritores encarnan seres alados,
intelectualmente elegidos por una divinidad para llevar las luces
a las mayorías. No estoy legitimando una figura que se torna im-
prescindible dentro de la sociedad, lo que estoy intentando mos-
trar es que también los escritores tienen una responsabilidad ante
este mundo que se destruye.
Es hora de retomar aquellos problemas planteados por gene-
raciones de escritores en Latinoamérica y el Caribe pues son los
mismos problemas que nos angustian en este momento: la guerra,
la violencia, el hambre, el cambio climático, etc. En una expresión,
los problemas que dan cuenta de la construcción de un mundo
más justo y en equilibrio ecológico y lo cual permite la plena rea-
lización del ser humano, en lo individual y en lo colectivo.
Estos problemas y debates formaron parte de las discusiones
que tuvieron intelectuales de la estatura de Julio Cortázar, Gabriel
García Márquez, Roque Dalton, Roberto Fernández Retamar, Ma-
rio Vargas Llosa –el de las ideas revolucionarias de aquella época–,
entre otros escritores de una calidad humana extraordinaria. Y
decir también que estos debates se realizaron a partir del impacto
de la Revolución Cubana en Latinoamérica y el Caribe, y por su-
puesto, de toda la explosión cultural, política, económica, social,
generacional y espiritual de la década de los años 60.
La primera respuesta histórica al problema de la existencia o
no de la literatura venezolana del siglo XXI, pero inicial, nos se-
ñalaría la explosión social de El Caracazo, como fatal desenlace,

⁓103⁓
consecuencia de las políticas de exclusión del gobierno de Carlos
Andrés Pérez. Razón histórica, decíamos, pero inicial. Histórica,
porque es cierto que la irrupción cívico-militar liderada por el
Comandante Chávez fue víctima del odio de sus enemigos y de
acciones brutales cuando lo que estaba decidido en ese momento
era la soberanía en todos los órdenes de la vida nacional o la de-
pendencia bajo las leyes del mercado neoliberal.
Es ahora que comprendemos el tremendo alcance político de
la rebelión popular en esos momentos iniciales de conciencia
frente a la crisis de pueblo de la nación venezolana, y que deter-
minaron la llegada al gobierno del presidente Hugo Chávez. Y po-
demos señalar que también es histórica porque son los momentos
de crisis de pueblo los que empujan a los pueblos a buscar mejores
condiciones de vida.
Por esto, si queremos dar el primer paso firme en la búsqueda
de un corpus de la literatura venezolana del siglo XXI que dé cuen-
ta de su momento histórico, tenemos que empezar afirmando la
importancia del cambio de paradigma en la política venezolana
desde la llegada del presidente Chávez, y establecer los marcos his-
tóricos a partir de 1998 al 2014 como los referentes concretos de
la producción de los discursos sobre una base de experiencias que
se corresponden estrechamente con la realidad nacional.
Por supuesto que toda obra inscrita en el contexto histórico que
la delata aparecerá, por un lado, como un todo independiente,
gobernada por su propia circularidad lingüística, y por el otro,
las circunstancias históricas y culturales la afirman como un ele-
mento constitutivo. La obra literaria es así definida por su propia
inmanencia textual y redefinida desde el exterior por el todo que
la contiene y la crea desde los espacios de la intersubjetividad.
Es interesante observar cuánto empeño puso el gobierno en
que esa libertad estaba en la cultura. Y la literatura y el libro son
bienes culturales con rango de poder constituyente. Primero, la
Unesco, en 2005, declaró a Venezuela “territorio libre de analfa-
betismo”; luego, la creación de las Misiones Educativas, posterior-
mente una política descomunal de producción de libros, acom-
⁓104⁓
pañada de Planes de Lectura, Ferias del Libro, Bienales literarias,
Foros itinerantes, Congresos, Encuentros, Talleres de Formación.
Es decir, una Política de Estado en materia de Educación y Cultura.
Así las cosas, podemos ir centrando nuestro problema. Porque
toda literatura supone una cultura, los signos de esa cultura defi-
nen el cambio de percepción y reobra simplificando, que es otra
de las tendencias a que conduciría la orientación discursiva de la
literatura venezolana del siglo XXI, aun cuando esta vez con una
acción de reconocimiento, la de la creación continua. En efecto,
no hay literatura donde no hay una razón que explique la elección
de una mirada sobre el reconocimiento, pues este devela la iden-
tidad de un pueblo y expresa sus manifestaciones artísticas, sus
mitologías, sus arquetipos y su fuerza telúrica.
Preguntarnos, pues, por el porqué de la literatura venezola-
na del siglo XXI, será tanto como preguntarnos por las razones
que motivaron el proceso político generado a partir del año 1998,
donde el nuevo paradigma de lo político irrumpe y transforma
una realidad que, al ser transformada, construye con los nuevos
elementos sociales y subjetivos una literatura que seguramente se
vinculará con las precedentes solo para afirmarse en una nueva
representación de la realidad.
No obstante, hay que plantear el asunto de la orientación de
la literatura venezolana, sea hasta cierto punto exacta para refe-
rirse a la huidiza imagen del escritor romántico tanto como para
el modo de manifestar los procesos de ficcionalización dentro de
las estructuras lingüísticas de la obra, sin ninguna referencia al
contexto social, aunque esto es imposible o, finalmente, el nivel de
fundación de la nacionalidad venezolana a través del discurso na-
rrativo. Estas tres orientaciones, sin duda arbitrarias, generarían
algunas preguntas:
¿Los escritores venezolanos están haciendo literatura respecto
al momento histórico que abarca el año 1998 al 2014? ¿Podemos
hablar de una literatura revolucionaria? ¿Existe una periodifica-
ción de la literatura venezolana que exige a los historiadores y
críticos literarios incorporar nuevos conceptos y categorías para

⁓105⁓
expresar que se trata de nuevas estéticas, como en su momento
se registró en los anales de nuestra historia literaria, la estética
de la generación del 28, la del 36, la del 45, la del 58? ¿Podemos
medir el impacto social y cultural de la producción de libros que
constituye la columna vertebral del pensamiento, la identidad y
la literatura del país? ¿Cuáles son los temas que abordan los es-
critores del siglo XX, y cuáles son los motivos literarios que las
jóvenes generaciones pertenecientes a estos tiempos de graduales
transformaciones describen en sus estéticas?
Todavía más: ¿por qué hay críticos literarios, académicos e his-
toriadores de la literatura que no reconocen una literatura del siglo
XXI o no la estudian como un corpus discursivo creador o genera-
cional? ¿Qué será lo que encuentran en esta literatura que no satis-
face sus exigencias intelectuales? ¿Acaso los escritores de esta gene-
ración no saben contar, no saben hacer poemas, no saben ensayar?
¿En virtud de qué razones acreditan un tratamiento prospectivo
a la literatura venezolana del siglo XXI, como si dicha literatura
no arraiga en la realidad? ¿Habrá que pensar que son las razones
políticas e ideológicas las que no permiten interpretar la literatura
venezolana de este tiempo de acuerdo a su propia dinámica?
Se comprenderá, por un lado, que estas interrogantes superan
las expectativas de esas notas, pensadas a modo de planteamiento
de un problema, de una modesta tentativa de dar cuenta de la
construcción de la literatura venezolana en el proceso revolucio-
nario que históricamente fechamos el año 1998-2014, y por otro,
estas y otras interrogantes –que seguramente ya se han planteado
en congresos y seminarios– han surgido para invitar a los críticos
literarios, académicos, historiadores, y todo aquel interesado en
estos temas a pensar, debatir y escribir sobre dichas estéticas y
bienes culturales a campo abierto, es decir, que el debate abarque
los distintos sectores sociales y culturales del país en un gran de-
bate nacional.
Sin embargo, el camino de la literatura venezolana del siglo XXI
ya está en marcha y no será la misma que la literatura de los si-
glos XIX y XX. A la primera le interesa, por un lado, el carácter

⁓106⁓
de la afirmación de su tiempo histórico, la producción de nuevas
estéticas y formas de ver el mundo de acuerdo a los cambios de
las realidades. Ese carácter afirmativo jugará un rol decisivo en
la construcción de nuevos referentes del pensamiento y de los
discursos; y, por otro, la literatura del siglo XXI se servirá de las
literaturas de las pasadas centurias para resituar su lugar, al vol-
verse críticamente hacia ellas y aprehenderlas como algo que está
inmediatamente comprendido.
La fundación de una literatura inscrita en el período históri-
co que estamos describiendo (1998-2014) solo es posible a partir
de la conciencia de esa distancia especular con respecto a las li-
teraturas precedentes, es la distancia llamada a incorporar –no
del todo conscientemente, los estilos, los ensayos, las estructuras,
los lenguajes– una suerte de crisol simbólico entre los tiempos
de producción de los discursos. Esta modificación afecta tanto a
ambas literaturas como a su relación.
Como hemos visto, no podemos aislar los supuestos culturales
y materiales de una primera fundación de la literatura venezolana
que fue el corpus de nuestra identidad y prosigue en la correla-
ción que permite entender el largo proceso de una literatura que
se constituye en sí misma y se funda en el ser colectivo. Ahora
bien, el paso más grande que tiene que dar nuestra literatura del
siglo XXI es reconocer su función crítica dentro de los procesos
de transformación del mundo. En este sentido, se abre un campo
infinito de propuestas estéticas y de expresiones lingüísticas pro-
picio para una valoración distinta de la realidad. Así, se presenta
una literatura con todos los andamiajes precedentes de simboli-
zación y de referencialidades, dichos andamiajes representan una
cantidad de conocimientos perfectamente imperativos para toda
la literatura ulterior.
La literatura del siglo XXI aún sin estar del todo fundada, no
por ello podemos validar según los críticos su ahistoricismo, sino
que dicha literatura está en el devenir y este sucede en la historia
y con los referentes simbólicos que la constituyen y la delatan.
Quién puede negarle a la literatura del proceso revolucionario su

⁓107⁓
carácter histórico, su vigor creador y la exigencia de fundar una
concepción de lo nacional urdida con las tendencias escriturarias
del continente y del mundo.
En todo esto obra un prejuicio en reconocer exclusivamente
como válido el canon de la literatura venezolana tradicional que
tiene muchos comienzos y perfiles de acuerdo a la percepción del
investigador y a sus criterios teóricos y porque no, a sus simpatías
ideológicas. No vamos a enumerar, describir y analizar autores,
épocas, generaciones, corrientes y tendencias literarias.
Algunos escritores venezolanos, entre ellos, Mariano Picón Sa-
las, José Ramón Medina, Orlando Araujo, Domingo Miliani, Al-
berto Rodríguez Carucci, Juan Liscano, Pedro Díaz Seijas, Beatriz
González Stephan, Gustavo Luis Carrera, han propuesto una orga-
nización de la producción histórica y ficcional de la literatura ve-
nezolana y algunos de ellos ha conseguido establecer nexos con las
literaturas latinoamericanas.
Por cierto, los críticos literarios de este siglo XXI, aupados desde
cierta escritura mediática, han establecido otras lecturas del canon,
y han derivado de él una serie de pequeños cánones, más elitescos
y particulares. Sus escogencias no han sido la labor del investigador
o del académico que sopesa con “objetividad” su materia de estu-
dio, sino que quien determina la inclinación de sus tentativas crí-
ticas es el sesgo político, su constructo ideológico, su corazoncito.
Una investigación parcial de los procesos literarios o una mera
descripción de los gustos y simpatías (con ser aproximativa, útil y
necesaria) no nos entrega una literatura con sentido histórico. No
nos dice qué es la literatura venezolana. No podemos identificar el
concepto de literatura venezolana del siglo XXI con el parecer de
algo que establece fundamento con esquemas parciales. Porque de
alguna manera sabemos que es la literatura y su tiempo histórico
decimos que ella nos es constituyente por ese sistema simbólico de
representación.
Podemos decir que hablamos de intencionalidad histórica en
aquellas obras literarias en que la “historicidad” es siéndola de

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otro algo, y ese otro algo es la ficción. No toda obra literaria es calco
de la realidad o copia fiel de lo que acontece. No se trata de que el
escritor como intención y deseo de comunicar su mundo sea algo
acabado en sí mismo, y que luego establezca alguna relación con
algo que está afuera, que está allende sus límites.
Hablamos de una relación que quedaría expresada por la re-
ciprocidad de esa conciencia de su lenguaje frente al mundo. Esa
relación que se hace recíproca en y desde el lenguaje es una suerte
de conectividad entre la realidad subjetivada en el acto de la escri-
tura, por un lado, y la realidad transformada y de esa estructura
dinámica que la compone, por otro.
Es la estructura misma del acto de escritura que representa y
alcanza niveles de comprensión del hecho estético a través de un
lenguaje entregado a describir pero también al placer, a la ética, a
la responsabilidad y al goce estético. No solo es el contexto social
y la historia quienes determinan la creación de la obra literaria y
su trascendencia en la compleja red de significación, sino la revo-
lución de los recursos formales de la narrativa, de la invención del
significante como ya lo había propuesto Simón Rodríguez. Pero
es Julio Cortázar (1969) quien nos dice desde el siglo XX:
La revolución es también, en el plano histórico, una especie de apues-
ta a lo imposible, como lo demostraron de sobra los guerrilleros de
la Sierra maestra; la novela revolucionaria no es solamente la que
tiene un ‘contenido’ revolucionario sino la que procura revolucionar
la novela misma, la forma novela, y para ello utiliza todas las armas
de la hipótesis de trabajo, la conjetura, la trama pluridimensional, la
fractura del lenguaje.
Más adelante agrega que:
un novelista es un intelectual creador, es decir un hombre cuya obra
es el fruto de una larga, obstinada confrontación con el lenguaje que
es su realidad profunda, la realidad verbal que su don narrador uti-
lizará para aprehender la realidad total en todos sus múltiples ‘con-
textos’.

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Y finalmente expresa:
pongo el acento en la responsabilidad, en la moral del escritor lati-
noamericano; si somos responsables de lo que hacemos, no pode-
mos declinar la misión de combatir para que nuestros pueblos sal-
gan por fin del subdesarrollo que los frustra y los envilece en todos
los terrenos […] es que estamos necesitando más que nunca los Che
Guevara del lenguaje, los revolucionarios de la literatura más que los
literatos de la revolución (pp. 431-432)
Estas reflexiones de Julio Cortázar nos obligan a ver con más
detalle el sentido de ese estado de aporía o suspensión de la exis-
tencia de la literatura venezolana del siglo XXI, que ha venido a
centrar el debate de los críticos e intelectuales de la literatura. Di-
cha crítica se ha esmerado en aclararnos que no existe una litera-
tura revolucionaria, es decir, que no existe un corpus todavía iden-
titario de lo que es la literatura venezolana. Con el mismo esmero,
los críticos literarios e investigadores han eludido siempre el dar
cuenta de pensar la literatura de este siglo como constitutiva de la
Venezuela inscrita en un proceso de mucho mayor alcance conti-
nental y mundial.
La pregunta por el cómo de algo (la literatura colonial-republi-
cana-moderna, expresión de la evolución de la literatura venezola-
na) que define las apreciaciones críticas solo puede desenvolverse
y llenarse de sentido en tanto ha respondido a su tiempo histórico.
Lo mismo sirve para la literatura del siglo XXI, que antes de la pre-
gunta por el qué de ese algo, se ha respondido desde el cómo llega
a ser desde su tiempo histórico, 1998. Sin esta apreciación no sería-
mos capaces de encontrar una relación entre ese cómo y aquello de
que se trata, y, por otro lado, se escoge ese cómo para proporcionar
esa presencia fenoménica en la medida que esa literatura canóni-
ca sea adecuada a esa idea previa, que de alguna manera queda
revertida de nuevos lenguajes y visiones del mundo en esta otra
literatura convertida en su alteridad.
La literatura venezolana del siglo XXI tiene un fondo histórico,
fuente de toda significación o poder constituyente. En este sentido,

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se puede hablar de una literatura en construcción, en movimien-
to, en diversos actos intencionales productos de la imaginación de
un escritor, de las representaciones, de la experiencia del otro, de
las intuiciones sensibles, y estos actos tienen sentido en los actos
de receptividad del lector, los cuales incorporan un diálogo que
contiene, en suma, todo el deseo de una estadía en la palabra.
Por cierto, sobre qué temática y diálogos escriturales avanza
nuestra literatura del siglo XXI. Es innecesario, para nuestro pro-
pósito, dar una lista de un nuevo canon de la literatura, una lista
con los motivos literarios y sus múltiples lenguajes. No es porque
no exista tal generación de escritores, sino porque esa tarea sobre-
pasa estas breves notas. Para salir al paso en esta cuestión, diga-
mos que son los temas de la literatura venezolana, no privativos
solo de nuestra literatura, los que son reinventados con los nuevos
lenguajes de los escritores del siglo XXI.
Por ejemplo, el campesino de Ramón Palomares no es el mis-
mo campesino del novelista Daniel Alberto Linares; la ciudad que
encontramos en el poeta Armando Rojas Guardia no es la misma
ciudad descrita por la joven narradora Annel del Mar Guiza; las
crónicas de Enrique Bernardo Núñez no son las mismas que las
del ensayista Diego Ajmad; el deseo y el erotismo de María Calca-
ño no se percibe igual a la poesía de Karelín Buenaño. Quién duda
de la capacidad de invención de estos escritores que pertenecen a
la literatura que actualmente se escribe en el país. Ya en las obras
de estos escritores hay un tiempo, una representación, un imagi-
nario, unos sentimientos, unos mitos, unas angustias, unas metá-
foras, un país.
No se trata de la erudición o de la búsqueda sistemática de los
muchos libros publicados y de sus respectivos autores. Nosotros
hemos puesto el acento sobre el problema de la existencia o no de
la literatura escrita desde el año 1998, y de su consolidación, en el
sentido en que constituye por sí misma una respuesta a la pregun-
ta: ¿existe una literatura del período revolucionario?

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Nosotros pensamos que sí existe. Y es lo que hemos intentado
asomar en estas notas, más bien esquemáticas y marginales. Esto
es posible solo si el tiempo de la obra tiene ese carácter subjetivo
en el proceso del creador, e intencional en el modo de desvelar
una realidad que precede todo constructo lingüístico y cultural.
Nuestros escritores no están haciendo una literatura de la meta-
física o de la evasión, ejemplos hay muchos en nuestro literatura
desde los tiempos de Manuel Díaz Rodríguez.
Los escritores de este siglo XXI –libres de creencias y prejui-
cios esteticistas bajo el examen del interrogante por el sentido de
sus escrituras– han abordado con pasión creadora una literatura
que responde a su contexto y a los problemas actuales del mundo,
sin alejarse por supuesto, de un lenguaje bien construido y de sus
contextos.
Por consiguiente, debemos preguntar en primer lugar si la lite-
ratura venezolana de estos catorce años del proceso revoluciona-
rio oculta un significado tras de su configuración o son creaciones
que no se agotan en su sola presencia de significado. Esto es lo
que está en el fondo de las discusiones de los críticos literarios,
si es cierto que hay un regreso al “realismo socialista”, a “la poe-
sía comprometida”, a “los escritores al servicio de la revolución”,
a “una historia heroica”, a “una política totalitaria de la cultura”.
Yo pienso que con estas expresiones hay mucho de verse en la
otra orilla. Es decir, los críticos usurpan el lugar de los escritores
de ficción e inventan un lugar imaginario desde donde fabricar
sus obsesiones. Ese ejercicio de plantear si existe una “literatura
del chavismo”, termina convirtiéndose en un signo oculto de sus
verdaderas intenciones: negar las producciones de las literaturas
registradas en la descomunal edición de libros durante catorce
años de continuada producción editorial.
En mi opinión (yo también tengo mi corazoncito) los críticos
que así piensan sobre nuestra literatura están en su pleno derecho
de exponer sus argumentos sin necesidad de ser silenciados o no
publicadas, son impresiones críticas –ahora sí estamos en un país

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verdaderamente democrático e incluyente– si no escondieran en
el trance estético, en las preguntas ontológicas y en la nostalgia
por lo perdido, sus verdaderas intenciones: desconocer la litera-
tura escrita desde aquellos trágicos años de El Caracazo, el 27 de
febrero de 1992, porque con ello están desconociendo al socialis-
mo del siglo XXI.

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III. EL LIBRO Y LAS HISTORIAS DE LOS
SUBALTERNOS

Desde una perspectiva más amplia, algunas de las forma básicas


de acción colectiva popular se deberían considerar como usos
estratégicos de los subalternos. De los que mueven las historias
desde abajo con la evidencia de las propias vivencias que como
libertad y voluntad puede realizar el destino.
La contestación al problema de los subalternos ha consistido
por lo general en admitir que se trata de resistencia frente a la
hegemonía del poder. Es esa variedad de posibles reacciones ante
las mismas incitaciones de los que pretenden imponer sus políti-
cas, lo que autoriza a creer con verdad que los subalternos son la
expresión de una conciencia emancipadora y liberadora.
Esta lúcida conciencia tiene que ver con un ejercicio crítico
de la escritura de la historia y el poder de representación de los
intereses neocoloniales. La historia de Latinoamérica y el Caribe
ha sido la historia de un destino soberano e independiente. Simón
Bolívar, Simón Rodríguez, Andrés Bello, entre otros, trazaron las
líneas fundadoras de nuestro destino histórico.
Cada una de sus perspectivas con que se va tejiendo la trama de
las vidas de nuestras sociedades sería unitaria y creadora, con sen-
tido en el fondo histórico que implica reconocerse en una historia
común. La escritura de la historia obra en función de lo que otros
hombres, nuestros libertadores y nuestros antepasados, hicieron.
Aquí, una vez más, nuestros precursores de las letras, la polí-
tica y la filosofía se nos muestran como genuinos pensadores que
abordaron dentro de los marcos de sus respectivas visiones de la
historia, el problema de la liberación y la dominación, la copia y
la invención, la literatura y la ficción, la historia de las mayorías y la
historia escrita por las élites.

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En las obras de estos venezolanos está perfilada la realización o
ejecución plenamente de la conciencia americana y de su digni-
dad frente a los criterios eurocéntricos, aunque Bolívar y Bello,
cada uno respondió ideológicamente, el caso del autor de Carta
de Jamaica (1815) a los ideales de la Ilustración, y el autor de las
“Silvas”, al empirismo inglés. Solo Simón Rodríguez pensó los
asuntos latinoamericanos desde un pensamiento genuinamente
americano.
Así lo expresa Andrés Bello:
¿Por cuál de los dos métodos deberá principiarse para escribir nues-
tra historia? ¿Por el que suministra los antecedentes o por el que
deduce las consecuencias? ¿Por el que aclara los hechos, o por el que
comenta y resume? […] La cuestión es puramente de orden, de con-
veniencia relativa […] pero cuando la historia de un país no existe,
sino en documentos incompletos, esparcidos, en tradiciones vagas,
que es preciso compulsar y juzgar, el método narrativo es obligado
(1981: 246).
Así, Simón Rodríguez:
—¿Estamos tratando de quemar las que tenemos? —¿y nos vienen
a ofrecer otras?—¿creyendo que porque están adobadas a la moda,
no las hemos de reconocer? —¿Estamos tratando de sosegarnos, para
entendernos en nuestros negocios domésticos?—¿y vienen a propo-
nernos cargamentos de rubios… en lugar de los de negros que nos
traían antes? — ¿para alborotarnos la conciencia, y hacernos pelear
por dimes y diretes, sacados de la Biblia?… (1990: 90).
Pero el reconocimiento de estas distinciones implica el recono-
cimiento de que hay históricamente muchas y diferentes formas y
funciones de concebir la historia desde un discurso anticolonial.
Los factores reales de estas perspectivas historiográficas son aque-
llos que, en la sociedad respectiva, se dirigen a la afirmación de un
pensamiento independiente.
Este pensamiento también confronta desde su poder subalter-
no –en el entendido que todo acto de impugnación ideológica y

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de la teoría del conocimiento suspende los controles y la ley y el
orden normales que la hegemonía eurocéntrica pretende impo-
ner globalmente– una historia como proyecto emancipador de un
continente que plantea la cuestión de si el contexto histórico en el
cual se discute cierta teoría sobre los métodos y una teoría de la
historia, no desarrolla su propia independencia de pensamiento.
En este sentido, la comprensión de la función histórica desde el
estudio y la escritura de Simón Bolívar, Bello y Rodríguez puede
ser un arma teórica y práctica indispensable para combatir, en es-
tos tiempos posmodernos y globalizados hegemónicamente bajo
los presupuestos de una escritura de la historia desde la visión de
los vencedores, el discurso historiográfico de los centros de poder.
Las implicaciones políticas de esta visión subalterna de la histo-
ria se centran en la noción de la afirmación de lo americano. Y lo
americano es más que el reconocimiento de nuestra historia y es
también más que la suma de los ideales de la Ilustración. Es un
constructo epistémico tanto como una propuesta filosófica y polí-
tica de transformación no solo de las estructuras de conocimiento,
por el hecho de su propia adecuación al dinamismo de las repre-
sentaciones, sino en tanto un cambio de paradigma en el plano
político lo mismo que en el dominio moral.
Se dan, pues, todas las condiciones requeridas para que se tra-
be entre estas dos formas complementarias, una programática
dialéctica que resulte válida. Comprendemos que el pensamiento
subalterno de nuestros precursores, con un dejo de mayor apertu-
ra teórica y adaptado a nuestros tiempos, se tome en el sentido de
organizar los principios del método de que se sirve. El método de
lo subalterno nos viene, por tanto, de una concepción crítica y de
conciencia histórica, que renuncia a consagrarse exclusivamente
a una filosofía o a una corriente política determinada, las cuales
lo alejan de la plaza pública, de los espacios comunitarios, de la
ciudad, de las nuevas formas de organización.
Si se tiene en cuenta la circunstancia histórica en la que el pensa-
miento americano ejerció su misión histórica al independizarse de
la monarquía española, uno se explica, al menos, el choque mortal

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con el poder por parte de un pensamiento de la subalternidad que
afirma su americanidad con la multiformidad y diversidad de sus
voces, como si dejáramos su propio ángulo de resonancia. Y aquí
es fundamental pensar en los escritos fundacionales de Bolívar,
quien supo recoger los problemas de las grandes mayorías (in-
dios, zambos, pardos, mestizos, criollos) su pobreza, su condición
de clase explotada.
Estas energías subalternas activas en el medio donde se desa-
rrollaron las estructuras sociales para fundar un país sufrieron
los espantos de la esclavitud, la servidumbre, la segregación y la
muerte. Y este pueblo, ni europeo ni americano, se movió en la
historia en la misma dirección orientada por el pensamiento del
Libertador. La visibilización de los olvidados de la tierra, la incor-
poración a la ciudadanía, a los proyectos políticos para un nuevo
conocimiento de la realidad y para una dirección enteramente
nueva de la vida cultural, fue posible gracias a la visión incluyente
de Bolívar que superó su misma condición de criollo, con el fin
de concebir sin forma mucho más clara y adecuada el verdadero
carácter del pensamiento social.
Esta es la historia escrita desde un paradigma que preparó la vía
para un nuevo sistema político, porque no bastaron las ideas de la
Ilustración para formar una república sin experiencia democrática
alguna. Sin embargo, Bolívar vio claro que todo nuestro conoci-
miento de la política y de las leyes que podían establecer la paz y la
convivencia pacífica entre los ciudadanos, iba dirigido a organizar
con los nuevos sujetos políticos una forma de gobierno crítica de
sus presupuestos políticos.
Se podría decir que nuestros pensadores de la Independencia
son el testimonio de un pensamiento de la subalternidad. Sin pe-
car aquí de anacronismo, recordemos que lo subalterno es una
categoría de interpretación histórica que podemos rastrear en
su forma más creadora y lúcida en el historiador hindú, Ranahit
Guha (2002). Dejemos hablar al mismo Guha, su pensamiento
trasunta las ideas de Bolívar, Bello y Rodríguez:

⁓117⁓
La movilización en el ámbito de la política de la élite se alcanzaba
verticalmente, mientras que la de los subalternos se conseguía hori-
zontalmente. La fundamentación de la primera se caracterizaba por
una mayor dependencia de las adaptaciones coloniales de las insti-
tuciones parlamentarias británicas y de los restos de las instituciones
políticas semifeudales del período pre-colonial; la de los segundos se
basaba más en la organización tradicional de parentesco y territoria-
lidad o en las asociaciones de clase, según fuese el nivel de concien-
cia de la gente implicada. La movilización de la élite tendía a ser más
legalista y constitucionalista en su orientación, la de los subalternos
era relativamente más violenta. La primera era, por lo general más
cauta y controlada, la segunda, más espontánea. La movilización po-
pular durante el período colonial se llevó a cabo sobre todo en los
levantamientos campesinos. (p. 37).
Este texto de Ranahit Guha está al mismo nivel de conciencia
crítica que los textos de Bolívar, Bello y Rodríguez. En la propuesta
de Guha encontramos la misma estructura jerárquica, los mismos
actores sociales, los mismos reclamos de quienes a lo largo de la
historia han sido explotados y ensombrecidos por las leyes crea-
das por las burguesías, y también están expresos los motivos por
los cuales los campesinos [los indios, los pardos, los criollos, los
zambos], en un momento determinado de sus existencias, toman
la decisión de levantarse contra los opresores históricos.
En la vida política del siglo XIX, la idea de emancipación de las
clases oprimidas se ha convertido en un instrumento para propó-
sitos definidos, concretos, prácticos; constituía el arma poderosa
en las grandes luchas políticas. Nadie podía esperar desempeñar
un papel capital sin poseer este instrumento de visibilización de
los sectores menos favorecidos por los terratenientes, la Iglesia y
los factores de poder.
Revestía una importancia vital emplearlo de manera adecuada y
aguzarlo. A este fin los pensadores independentistas crearon una
nueva manera de juntar alrededor de los subalternos una identidad
de clase –si pudiéramos emplear esta frase– del reconocimiento

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a las necesidades reales destinadas a llevar ideas y proyectos con-
cretos a ciertas acciones.
Los subalternos tuvieron en el pensamiento emancipador una
línea directa que conduce hacia la liberación colectiva. Pero esto
es una petición de principios, no una solución a la problemática
de encarar una república sin experiencia democrática, porque lo
que había que hacer no era el mero hecho de una identificación de
intereses de clase, sino la construcción de una estructura de po-
der mediada por una estructura de Estado. Me parece que ningún
poder metropolitano logró cancelar jamás la frontera que separa
el pensamiento emancipador de los libertadores y el posiciona-
miento de los subalternos en la nueva configuración social.
Por otra parte, los subalternos son la expresión de una prueba
histórica de que los movimientos sociales, ni en las etapas de con-
formación cultural, estuvieron reducidos a una inactividad mera-
mente emotiva o a una expresión de miseria de sus necesidades
económicas. Si pretendemos seguir un método estrictamente po-
lítico, en el pensamiento de nuestros intelectuales del siglo XIX,
habremos de proponer un pensamiento de la descolonización re-
cogido en los proyectos de la fundación de la venezolanidad. Para
que estos proyectos políticos, culturales, sociales, económicos tu-
vieran legitimidad era necesario recurrir a un nuevo sujeto social
que se halla explicado históricamente por él y está presupuesto
por su teoría de emancipación.
Según esta teoría de la emancipación, la transformación de las
estructuras coloniales tuvo lugar cuando el descontento, que al
principio no fue más que gritos emotivos o acaso movilizaciones
desordenadas, se empleó como una necesidad dialéctica de la his-
toria. Se comenzó a escribir la historia, no de los bolívar, los bellos
y los rodríguez, sino la historia de los olvidados, de los hombres
que sufrieron por más de dos siglos los atropellos de la monarquía
y de la oligarquía criolla. Se escribía la historia de los subalternos.
Yo pienso que el pensamiento de la subalternidad está contenido
en las experiencias políticos-discursivas de nuestros fundadores.

⁓119⁓
Un análisis de los documentos y de las formas con que se estable-
cen las coordenadas teóricas propone una tarea diferente y con-
duce a resultados distintos que el análisis meramente de época
que se nos ofrece. Hay que buscar la posibilidad de ver en el pen-
samiento de Bolívar, Bello y Rodríguez lo que es de utilidad, pues,
tendría que ser considerado como un componente necesario de
la constitución de los conceptos y del pensamiento del siglo XX
y XXI.
La idea de lo subalterno no ha sido, como vemos, invalidada
por preferir situarla en el contexto del pensamiento emancipador
latinoamericano cuando es una invención europea, pero es que lo
europeo tiene la utilidad si viene del mismo tronco común de la
inconformidad y la rebeldía, si bien ya no podemos esperar trazar
semejante gramática de lo político con los medios simples que
fueron utilizados en intentos anteriores.
De este modo, lo que estaba destinado a asegurar la emancipa-
ción americana se convierte en la fuente de una gran antinomia,
la dialéctica de la historia. Y la historia que narra la vida de los
subalternos es historia crítica, historia que recoge el signo de la
alteridad negada por Europa. Lo subalterno es un propósito del
hacer y de la conciencia, el poder creador de las mayorías que no
guardan el silencio y la sumisión como posibilidades de vida, sino
que han sido despertadas de su somnolencia a la luz clara e intensa
de la conciencia libertaria. Si aceptamos esta idea podremos com-
prender mejor un problema con que tropezamos en la teoría y en
el empleo de las categorías. No es necesario petrificar los concep-
tos sino abrir el diálogo y buscar los vasos comunicantes con las
grandes ideas más allá de las fronteras del sentido.
En resumen, la historia no puede ser fundida en un sistema de
autoridad; ni son sus métodos totalmente legítimos desde el punto
de vista de los vencidos. Esta visión hegemónica es una falsa guía
de los estudios históricos que pretende imponer su criterio, el cual
niega y oculta las más ricas manifestaciones de la vida humana.
Así la historiografía, desde sus comienzos, hizo una fuerte defensa

⁓120⁓
de la autonomía de sus métodos interpretativos como absolutos.
Tal vez la historia era simplemente una narración de lo convenien-
temente válido desde el punto de vista de mantener el poder con
el fin de representar sus propios hechos.
Con Bolívar, Bello y Rodríguez, la historia expresa las propie-
dades comunes de las cosas y la gente, sus diferencias específicas.
Su manera de ser en el colectivo, el reconocimiento a un pensa-
miento americano. Esta historia es pensada desde lo más profun-
do del género humano y los sucesos en los cuales se expresan la
vida de los pueblos aparecen invariablemente en un contexto de
interpretación. Esto lo entendieron nuestros fundadores al mirar
la historia como una red de interpretación y teoría, como alter-
nativa para hacer visible el destino de los pueblos y la proyección
cultural y simbólica de sus manifestaciones.
Es ciertamente verdad que frecuentemente se ha usado una
historia para justificar la liquidación del pueblo, su ocultamiento
tras una escritura del poder. Pero como lo han demostrado Bo-
lívar, Bello y Rodríguez en sus obras históricas y filosóficas, las
acciones de los pueblos son las que trascienden los destinos indi-
viduales. Y finalmente, la escritura de esta historia recoge la voz
de los parias, los indígenas, los esclavos, y son ellos mismos los
que han impulsado a las grandes individualidades a construir un
proyecto de liberación colectiva.

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⁓125⁓
ÍNDICE

AL LECTOR / 5

PRIMERA PARTE: Lectura, crítica y sentido


I. Notas para una filosofía de la lectura / 11
II. La casa y la infancia: lecturas de los sentimientos / 22
III. Hacia una crítica sociológica del libro en tiempos posmodernos / 28

SEGUNDA PARTE: Venezuela en sus letras fundadoras


I. La otra historia de la Descripción exacta de la Provincia de Venezuela
narrada por Joseph Luis de Cisneros / 47
II. Simón Rodríguez: y la construcción del lector republicano / 55
III. Andrés Bello: el libro y la nacionalidad venezolana / 65
IV. Mario Briceño Iragorry: crítica de la cultura, crítica del consumo
del libro / 77

TERCERA PARTE: El libro en Venezuela


I. El libro y las culturas originarias / 91
II. El libro y la literatura venezolana del siglo XXI / 102
III. El libro y las historias de los subalternos / 114

BIBLIOGRAFÍA / 123
PROYECTO GANADOR DEL CONCURSO
BECAS DE ESTÍMULO A LA CREACIÓN LITERARIA 2014
INVESTIGACIÓN EN PROMOCIÓN DEL LIBRO Y LA LECTURA

COLOFON

128 páginas = 8 PLIEGOS exactos

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