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TEOLOGÍA BÁSICA
1. Definición general de teología
La palabra teología está compuesta de dos vocablos griegos: Theos, Dios, y
Logos, conocimiento. Teología es conocimiento de Dios, de Quien provienen y
para Quien son todas las cosas, tal como lo entendemos bien los cristianos.
La manera en que los hombres conciben a la divinidad determina la aparición
de variados sistemas teológicos que obedecen entonces a diferentes y sendos
esfuerzos humanos para acercarse a la realidad de Dios. Precisemos los más
destacados:
1.1. Henoteísmo
Es la creencia en varios dioses coexistentes y en competencia, entre los
cuales sobresale uno a quien los individuos de una comunidad eligen y cu-
yo favor buscan brindándole adoración exclusiva (por eso también algunos
llaman al henoteísmo monolatría) porque se le considera el más fuerte y
digno de todos y el más dispuesto a favorecerlos. Esta concepción de la di-
vinidad es muy característica de pueblos primitivos (tanto de la antigüedad
como de la actualidad) que no han superado aún (muchos de ellos nunca
lograron superarlo) un nivel de desarrollo cultural muy básico y precario,
distante aún de los niveles asociados con las llamadas civilizaciones anti-
guas. Justamente debido a ello, no encontramos aquí sistemas teológi-
cos propiamente dichos, pues no existe en estos pueblos una re-
flexión racional y sistemática alrededor de sus dioses, sino que todas
sus consideraciones de la deidad son de carácter eminentemente
práctico y utilitario.
1.2. Politeismo
Es la creencia en varios dioses debidamente organizados en una estructura
jerárquica con identidades, jurisdicciones, poderes y funciones muy defini-
dos. Si bien aquí también se reconoce a un dios en la cúspide de la estruc-
tura jerárquica, no se le concibe necesariamente en permanente oposición
o competencia con los demás dioses subordinados de modo tal que el indi-
viduo puede buscar alternativamente el favor del dios que más le convenga
en unas circunstancias determinadas, cambiando de lealtades a través de
su vida sin tener que sentirse culpable por ello o asumiendo lealtades sos-
tenidas hacia un dios en particular que pueden diferir sin problema de las
lealtades de otros de sus compatriotas que, no obstante, reconocen tam-
bién la existencia y jurisdicción de todos los demás dioses.
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1
Lamentablemente, la universalidad propia del cristianismo terminó degenerando en antisemitismo,
olvidando así sus innegables y necesarias raíces judías imprescindibles para comprender el surgi-
miento del cristianismo en su contexto religioso y cultural original e incluso llegando a renegar de
ellas en censurable actitud que no toma en cuenta el papel del pueblo judío en el marco del cristia-
nismo, aunque hay que decir que últimamente esta actitud ha declinado bastante y hay un redes-
cubrimiento por parte de los cristianos de sus raíces judías.
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lación (el Corán). La relación entre este monoteísmo y los dos prime-
ros ya mencionados no es, pues, de continuidad, sino de ruptura y
oposición.
Para este monoteísmo Moisés y Jesucristo son únicamente profetas
malinterpretados por sus seguidores, siendo Mahoma el mayor entre
todos los profetas, y el que viene a corregir las malas interpretacio-
nes que se hicieron de lo dicho por sus predecesores, incluyendo a
Abraham, el primero de sus profetas y padre de los pueblos árabes
(a través de sus hijos Ismael y Madián), entre quienes surge origi-
nalmente el islamismo. Es bueno tener esto en cuenta pues el punto
común entre islamismo y judeocristianismo es la creencia en un
solo Dios verdadero (monoteísmo), pero el carácter del Dios ju-
deocristiano revelado en la Biblia y en Jesucristo difiere osten-
siblemente del carácter del Alá musulmán revelado en el Corán,
por lo que decir que el Dios judío o cristiano es el mismo Dios
musulmán es una peligrosa inexactitud si con ello se pretende
señalar algo más que la simple coincidencia monoteísta.
De hecho, los judeocristianos concordamos en nuestra creencia de
que, en el mejor de los casos, los musulmanes han pervertido el
carácter del único Dios vivo y verdadero revelado en la Biblia; y en el
peor de los casos creemos que lo han reemplazado por un plagiario y
pobre sustituto que no difiere en mucho de los ídolos combatidos en
las Escrituras. Valga decir que, partiendo del Corán, ellos nos acu-
sarían de lo mismo por lo cual, aún a riesgo de simplificar en exceso,
las coincidencias entre judeocristianismo e islamismo no deben verse
más allá de la mera concepción monoteísta de Dios.
Una vez identificadas y reseñadas brevemente estas dos ramas del monoteísmo,
vamos a abordar ahora si la que nos interesa y compete en el marco de esta ma-
teria que no es otra que el cristianismo y su correspondiente teología.
1.4. Teología cristiana
La teología cristiana tiene tres ramas principales, a saber:
1.4.1. Católica2
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En realidad, el término “católico” se aplicaba a toda la iglesia desde los primeros siglos del cristia-
nismo, de tal modo que el término ya está incluido en el Credo Apostólico del siglo II, el más anti-
guo de los credos de la iglesia, en la clausula que dice: “Creo… en la santa iglesia católica”, y se
reitera con el mismo significado en el Credo Niceno del siglo IV : Creo… en la iglesia que es una,
santa, católica y apostólica”; pero no tenía en ninguno de los dos el sentido que hoy tiene, sino
que se aplicaba a toda la iglesia en su sentido etimológico, que significa simplemente “uni-
versal”. Durante las controversias alrededor del arrianismo, herejía que negaba la divinidad de
Cristo y, en consecuencia, también la doctrina de la Trinidad; católico llegó a designar a los cris-
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tianos trinitarios, por contraste con los arrianos. Pero lo que definimos aquí como “iglesia
católica” corresponde más a la acepción actual del término que surge de la división de la igle-
sia occidental ocurrida en el siglo XVI entre quienes afirman que el obispo de Roma es la máxima
autoridad de la iglesia en su condición de papa y lo siguen, y quienes critican y no reconocen ni a
la institución papal ni sus pronunciamientos contrarios a la Biblia, como lo hizo la vertiente protes-
tante del cristianismo a partir del siglo XVI con al advenimiento de la Reforma en cabeza de Lutero.
De esto se deduce que los protestantes tenemos una larga historia y un pasado común con los
católico romanos de hoy, pues hasta el año 1517 en que Lutero dio inicio a la Reforma con la pu-
blicación de sus 95 tesis cuestionando y condenando el sistema penitencial de Roma, nuestro pa-
trimonio histórico es el mismo.
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Se habla hoy ya de dos tipos de “catolicismo romano”. El catolicismo ilustrado en el que militan
una minoría de católicos preparados, estudiosos y conocedores de las Escrituras y que, como ta-
les, son críticos de muchas de las creencias y prácticas de sus propios correligionarios, en especial
de quienes forman parte o estimulan las creencias del mayoritario grupo designado como catoli-
cismo popular, ignorante de las Escrituras y dado a todo tipo de prácticas crédulas, supersticiosas
y de doble moral contrarias a la Biblia.
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El sincretismo es una mezcla indiscriminada de creencias de la más diversa y disímil procedencia,
dando como resultado una cuestionable y engañosa “colcha de retazos” en el campo religioso.
Volveremos con este término en la materia Historia del Cristianismo I de segundo semestre y en In-
troducción a la Teología Integral en séptimo semestre, en donde lo examinaremos bajo el nombre
que el pastor Darío Silva-Silva le ha dado a este viejo concepto, designándolo como “mestizaje es-
piritual”.
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La palabra “ortodoxa” hace aquí referencia a la ortodoxia o doctrina correcta o comúnmente acep-
tada en el contexto protestante y no a la ya reseñada Iglesia Ortodoxa Oriental, ambos significados
diferentes pero aceptados para la misma palabra en cualquier diccionario. Por lo tanto, no es lo
mismo hablar de la Iglesia Ortodoxa que hacerlo de la doctrina ortodoxa del Protestantismo (o del
Catolicismo, si se quiere), pues, por decirlo así, tanto la Iglesia Católica como la Protestante y asi-
mismo la Ortodoxa tienen su propia ortodoxia, constituyendo entonces ortodoxias particulares y
propias de cada una de estas tres ramas que difieren entre sí, a pesar de lo cual, como se estable-
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cerá más adelante, las tres comparten lo que se conoce como ortodoxia cristiana a secas (numeral
1.6.), en la cual no se abordan todavía las distinciones que caracterizan a las tres ramas relaciona-
das en este estudio.
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Como se verá con algo más de detalle en el capítulo inicial de la materia de Introducción al Pen-
samiento Cristiano (quinto semestre), la teología puede expresarse de diversas maneras diferen-
tes, pero siempre debe obedecer a un método claramente establecido para que sea inteligible, es-
clarecedora y constructiva, pero sobre todo, fiel a las Sagradas Escrituras. El método sistemático
es tal vez, a nuestro modo de ver, el más adecuado para examinar e interpretar las Sagradas
Escrituras desde el punto de vista de la dogmática. En ejercicio de este método deben identifi-
carse, agruparse y abordarse en un orden lógico todos los temas tratados en las Escrituras y cada
tema debe analizarse procurando hallar todas las concordancias, armonizaciones y contextualiza-
ciones posibles en el marco de la Biblia para llegar a la conclusión correcta. Después de todo, la
misma Biblia da pie y fomenta tácitamente su estudio desde una perspectiva sistemática e integral
al hacer afirmaciones como ésta: “La suma de tus palabras es la verdad” (Sal. 119:160). Y el
apóstol Pablo salvaba así su responsabilidad apostólica magisterial: “porque sin vacilar les he pro-
clamado todo el propósito de Dios” (Hc. 20:27). Es por ello que hemos escogido para nuestro
programa de estudio el enfoque sistemático de la teología, decisión reforzada por el hecho de que
este método es muy afín con el movimiento integral que suscribimos y por la disponibilidad de una
ya prestigiosa y ampliamente reconocida bibliografía teológica de corte sistemático como lo son las
clásicas Teología Sistemática de Charles Hodge, o la Teología Sistemática de Chafer (ambas en
dos volúmenes), o también el enciclopédico volumen de la famosa Teología Sistemática de Berkoff
(entre otras), a las que es obligatorio acudir actualmente en cualquier estudio teológico en contexto
protestante, así no se esté del todo de acuerdo con sus autores en algunos aspectos. Pero lo que
no se puede es ignorar su universalmente reconocido trabajo.
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2. La doctrina de Dios
La auténtica experiencia cristiana de conversión establece ipso facto o de
manera inmediata en el creyente dos presuposiciones básicas firmemente
arraigadas en su corazón que son, por lo tanto, axiomáticas para todo cristia-
no, aún antes de poder o pretender siquiera sustentarlas y defenderlas racio-
nalmente reflexionando sobre ellas desde una perspectiva apologética7. Estas
dos presuposiciones pueden ser formuladas así:
2.1. Dios existe
Así, sin discusión. Por eso, aunque en este punto introductorio de nuestro
estudio teológico la siguiente observación puede parecer una innecesaria
sutileza, lo cierto es que para mayor exactitud semántica y evitar equívocos
al respecto, algunos teólogos prefieren decir simplemente que Dios es
y no que Dios existe8. Por eso, no hay que entender el verbo existir referi-
do a Dios en el mismo sentido en que se usa para las demás criaturas que
poseen existencia. En relación con Dios lo único que se quiere dar, pues, a
entender cuando se dice que Él existe, es que Él es real y nada más y no
que existe con las mismas limitaciones y en el mismo sentido paradójico e
incluso problemático en que sus criaturas existen, con el ser humano a la
cabeza de ellas.
La Biblia en sus diferentes versiones y traducciones al español a través de
los tiempos pareciera tener en cuenta este punto, pues la NVI (y en general
todas las demás versiones y revisiones relativamente recientes), en aras de
ser más comprensible, dice así: “En realidad, sin fe es imposible agradar a
Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él
existe...” (Heb. 11:6 NVI), mientras que la RVR, todavía con muchos ar-
caísmos, lo traduce de este modo: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios;
porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay…”
(Heb. 11:6).
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Ya sea que se considere una rama de la teología o una disciplina independiente y paralela o con-
vergente con ella, la apologética se ocupa de demostrar la credibilidad racional e histórica de
la fe cristiana, pero usualmente esto es algo en que el creyente ya convertido se involucra con
posterioridad y no con anterioridad a su conversión, para así apuntalar y defender racionalmente
las convicciones alcanzadas mediante iluminadora revelación sobrenatural llevada a cabo por el
Espíritu Santo en su interior en el acto de la conversión a Cristo, pudiendo así argumentar con ven-
taja delante de los incrédulos que, al margen de su carácter sobrenaturalmente revelado, sus con-
vicciones cristianas son también y en gran medida racional e históricamente coherentes y susten-
tables.
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Esto obedece a la etimología original del verbo existir que ha sido desempolvada y hecha de nue-
vo vigente en la actualidad de la mano de la filosofía existencialista del siglo XX
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Como se verá con más detalle en la materia Historia de la Biblia, el orden y agrupación de los li-
bros del Antiguo Testamento en las Biblias cristianas difiere del orden propio del Tanaj o Biblia jud-
ía que, aunque tiene el mismo contenido del Antiguo Testamento que las Biblias cristianas, lo pre-
senta en un orden más estrictamente cronológico del que se encuentra en nuestras Biblias. Sin ol-
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vidar que hay libros que a pesar de seguir secuencialmente el uno a continuación del otro, dando la
impresión de avanzar en una continuidad cronológica estrictamente lineal, en realidad se superpo-
nen el uno al otro, a la manera en que las narraciones de algunas novelas y producciones cinema-
tográficas avanzan en la trama para luego retroceder y retomarla en un punto previamente recorri-
do y superado para volver a desenvolverse desde allí repitiendo hasta cierto punto la narración ori-
ginal, pero viéndola desde un punto de vista diferente, añadiendo detalles o avanzando en direc-
ciones que no se habían considerado en la línea argumental inicialmente desarrollada (esta prácti-
ca literaria en la narrativa judía suele designarse como “paralelismo”).
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Aunque increencia, descreimiento e incredulidad son términos sinónimos, el uso de estos térmi-
nos parece inclinarse a preferir increencia para señalar la negación de Dios en general; descrei-
miento para la pérdida o negación de la creencia en Dios que alguna vez se tuvo (desde la pers-
pectiva cristiana el descreído vendría a ser un apóstata), mientras que incredulidad se suele utilizar
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más para señalar la negación de Dios tal y como se le concibe en el marco de la religión propia. Es
así como, por ejemplo, desde la perspectiva cristiana un musulmán no sería de ningún modo al-
guien a quien se le pudiera atribuir increencia, pues no niega a Dios, pero sí incredulidad, pues
niega a Dios tal y como éste se ha revelado en Jesucristo (desde su perspectiva, los musulmanes
suelen designar a los incrédulos como infieles). Lo mismo podría decirse de un judío o cualquiera
que profese una creencia religiosa diferente al cristianismo. Todos ellos son técnicamente incrédu-
los desde la perspectiva cristiana, no obstante el hecho de que no nieguen a Dios. Valga decir que
los primeros cristianos fueron considerados ateos por los paganos, porque negaban y combatían a
los dioses de sus mitologías y religiones de misterio.
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En contados casos son el producto consciente de una traumática experiencia dentro de alguna
de las diferentes tradiciones religiosas institucionales u organizadas contra la cual se reacciona
negando al Dios al que esa tradición dice representar.
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Un diccionario común brinda escuetas y puntuales definiciones de secularismo, naturalismo, cien-
tificismo y positivismo, mientras se profundiza un poco más en estos conceptos y tendencias en el
transcurso del programa de estudio en otras materias que abordan estos tópicos de manera más
directa y no de la forma tangencial en que debe hacerse aquí.
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Podría decirse incluso que hay ateos prácticos que, no obstante y de manera sorprendente, pro-
fesan alguna forma de creencia en Dios. Pero esta creencia no tiene consecuencias o implicacio-
nes de ninguna especie en su conducta cotidiana y no los obliga a nada. Este es tal vez el caso del
deísmo, una concepción de la divinidad resurgida y definida formalmente en la Edad Moderna de la
mano del emergente racionalismo y la ideología liberal que lo acompañó. Pero esto es tema de
otras materias que serán abordadas en su momento (Prolegómenos, Teología Contemporánea y
Filosofía de la Religión). Y lamentablemente, también el caso aberrante de cristianos profesantes
(ubicados formal e indistintamente en el marco de las tres vertientes de la cristiandad ya identifica-
das), que le prestan un muy flaco servicio al cristianismo al afirmar de labios la realidad de Dios pe-
ro negarla acto seguido con sus acciones totalmente opuestas a las creencias que profesan.
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Entendiendo aquí por “incredulidad” lo que nosotros hemos preferido llamar “increencia”.
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Uno de los señalamientos más frecuentes en contra de la narración bíblica por parte de los no
cristianos e incluso de los cristianos liberales es que el relato del Génesis no puede justificar el
hecho de que a partir de una pareja humana la tierra se haya poblado de una manera tan rápida.
Los no cristianos piensan encontrar aquí argumentos para descalificar a la Biblia y no creer por
tanto en el cristianismo y los cristianos liberales pretenden resolver el asunto diciendo que los 3
primeros capítulos del Génesis no son historia sino mito (algunos de ellos amplían el alcance de
esta afirmación para incluir los primeros 11 capítulos del Génesis). Pero lo cierto es que no se pue-
de ser concluyente al respecto, pues la ortodoxia cristiana puede sostener la historicidad ge-
neral de los primeros capítulos del Génesis apoyada, entre otros, en el hecho de que las ge-
nealogías bíblicas no son exhaustivas, sino esquemáticas y representativas. Esquemáticas
porque no incluyen todas las líneas de descendencia sino únicamente aquellas que son relevantes
o determinantes en el esquema propuesto por la narración bíblica en cumplimiento de su propósito
revelador y salvador. Representativas porque los nombres incluidos en ellas representan con sufi-
ciencia a todos los que se hayan podido omitir. Y no exhaustivas porque pueden contener lagu-
nas, saltos o intervalos premeditadamente omitidos en las líneas de descendencia registradas, sin
que esto obre en perjuicio de su veracidad, confiabilidad e historicidad. Dando esto por sentado se
puede sostener de manera coherente y como algo apenas natural que el mundo antediluviano se
poblara numerosa y rápidamente, en progresión geométrica, si consideramos que al margen de la
mención de los tres hijos de Adán y Eva cuyos nombres se relacionan en las genealogías bíblicas:
Caín, Abel y Set; también se dice que éstos y aquellos tuvieron además “otros hijos y otras hijas”
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(Gén. 4:17-22; 5:4, 7), hecho que unido a la gran longevidad de los patriarcas antediluvianos (ver
siguiente nota de pie de página), es razón suficiente para explicar el modo en que la tierra se pobló
rápidamente mediante una explosión demográfica producto de una actividad procreadora llevada a
cabo por cada individuo y sus correspondientes descendencias durante cientos de años en unio-
nes en muchos casos poligámicas y endogámicas.
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La gran longevidad de los patriarcas antediluvianos se podría atribuir en algún grado a que los
efectos degenerativos del pecado sobre los genes de las generaciones posteriores a Adán y Eva
fueron más bien lentos y graduales de tal modo que entre más cercana fuera una generación a
Adán y Eva los efectos degenerativos del pecado sobre ella serían comparativamente menores
que en las generaciones posteriores. Pero sobre todo, siguiendo una de las hipótesis mas plausi-
bles planteada y defendida por la controvertida escuela cristiana designada como “creacionismo
científico” fundada por Henry Morris y John Whitcomb debido a las condiciones atmosféricas im-
perantes antes del Diluvio descritas escuetamente en los versículos 5-6 de Génesis 2: “… Dios el
SEÑOR todavía no había hecho llover sobre la faz de la tierra… No obstante, salía de la tierra un
manantial [La Reina Valera dice “un vapor”] que regaba toda la superficie del suelo”; condiciones
que podrían muy bien asimilarse a una especie de subatmósfera similar al rocío de agua pulveriza-
da generado en una gran caída de agua como las cataratas del Iguazú u otras del mismo estilo,
que ocasionaba un “efecto invernadero” que impediría a la radiación solar penetrar directamente en
la tierra, creando unas condiciones ambientales muy favorables a la vida que evitaban el acelerado
deterioro degenerativo de la misma que comenzaría después del Diluvio.
En efecto, la Biblia parece dar cuenta de este cambio al testificar la aparición y permanencia de las
estaciones (Gén. 8:22), ya anunciadas en el relato de la creación (Gén. 1:18). Esto implicaría un
sensible cambio en las condiciones atmosféricas (ya no habría efecto invernadero) que traería co-
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mo resultado un decrecimiento acelerado en las expectativas de vida de los seres humanos poste-
riores al Diluvio, según se ve claramente en la siguiente relación extractada de la línea de descen-
dencia de Sem en orden cronológico: Sem (600 años), Arfaxad (438 años), Péleg (249 años); Se-
rug (230 años); Téraj (200 años), Abraham (175 años), Isaac (180 años), Jacob (147 años), José
(140 años). Para la época de Moisés parece que la expectativa de vida había alcanzado la media
de nuestros días, según se lee en el salmo 90 atribuido a Moisés. “Algunos llegamos hasta los se-
tenta años, quizás alcancemos hasta los ochenta, si las fuerzas nos acompañan” (Sal. 90:10)
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Esto se verá con más detalle en el contenido de la materia Fundamentos de la Fe de segundo
semestre en el marco de la doctrina del pecado original.
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Filón, el filósofo judío de Alejandría fue el primero en sugerir que la cita “hijos de Dios” podía refe-
rirse a humanos, aunque no los asoció con la descendencia de Set. Cirilo de Jerusalén ofreció un
giro novedoso al identificar a los “hijos de Dios” con los descendientes de Enoc.
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La verdad es que Set y su descendencia si fueron un pequeño reducto o remanente de piedad, fe
y devoción al Dios vivo y verdadero, pero su mérito consiste precisamente en que se mantuvo fiel y
siempre tuvo a alguien que nadara en solitario en contra de la corriente de las multitudes impías de
la civilización cainita y no fue nunca pervertido de manera definitiva, pues fue dentro de esta línea
de descendencia donde Dios encontró a personajes tan destacados como Enoc, quien “anduvo
fielmente con Dios… y como anduvo fielmente con Dios, un día desapareció porque Dios se lo
llevó” (Gén. 5:22, 24) y Noé, quien “contaba con el favor del SEÑOR” y “era un hombre justo y hon-
rado entre su gente. Siempre anduvo fielmente con Dios” (Gén. 6:8-9). El antecedente para estas
honrosas excepciones que lavaron en algo el masivamente corrompido honor de la humanidad an-
tediluviana se encuentra en esta afirmación alusiva a Set: “Adán volvió a unirse a su mujer, y ella
tuvo un hijo al que llamó Set… También Set tuvo un hijo, a quien llamó Enós. Desde entonces se
comenzó a invocar el nombre del Señor” (Gén. 4:25-26)
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En realidad, existen más pasajes en el Nuevo Testamento que se podrían esgrimir para reforzar
esta identificación, pero el de Judas siempre ha sido el más contundente, explícito y directo al res-
pecto y basta por ahora para nuestro propósito.
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Sin mencionar aquí la zoofilia, práctica antinatural también condenada en la Biblia.
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Un libro muy respetado de la iglesia primitiva, la llamada Epístola de Bernabé incluida dentro de
un grupo de escritos designados en su conjunto como “Los Padres Apostólicos”, muy apreciados
por los estudiosos de la historia del cristianismo primitivo (se tratará de ellos con más detalle en la
materia de Introducción al Pensamiento Cristiano en quinto semestre de nuestro programa de es-
tudio), considera al libro de Enoc como Escritura sagrada. Tertuliano, uno de los más prominentes
padres de la iglesia primitiva, también se refería al libro de Enoc como Escritura. Y hay otros respe-
tados escritores, teólogos y dirigentes de la antigüedad cristiana que, sin citarlo como Escritura, ci-
tan o aluden episodios o detalles que se conocieron por tradición, de ese libro, de manera similar a
como lo hace Judas en su epístola canónica incluida en nuestras Biblias. La única vertiente cristia-
na histórica que incluyó el libro de Enoc como canónico en su momento fueron los coptos, cristia-
nos de Egipto y de Sudán, quienes además del libro de Enoc incluyeron también dos libros de los
“Padres Apostólicos”: La Epistola de Bernabé y la Epístola de Clemente de Roma.
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3. Existencia de Dios
Tradicionalmente la teología cristiana ha tratado de probar la existencia de Dios
acudiendo a dos clases de argumentos: Argumentos naturales y argumentos
escriturales. Aunque la intención que se persigue es loable, el conferirle a es-
tos argumentos (particularmente a los naturales) la capacidad de probar la
existencia de Dios ha demostrado ser contraproducente. Por eso hoy estos
argumentos, sin haber perdido nunca vigencia, no tienen pretensiones tan am-
biciosas sino que se siguen usando pero con aspiraciones más modestas, pues
la teología natural o filosófica (de donde surgen los argumentos naturales),
también ha aprendido las lecciones que la historia le ha dejado cuando ha tra-
tado de extralimitarse en el alcance de sus conclusiones.
Si bien los argumentos naturales a favor de la existencia de Dios serán aborda-
dos nuevamente de manera crítica y con un poco más de profundidad en las
materias de Introducción al Pensamiento Cristiano y La Religión y la Razón del
programa de estudio de Facter, vale la pena citar aquí al pastor y escritor espa-
ñol Antonio Cruz en cuanto al alcance que estos argumentos tendrían hoy por
hoy en orden a establecer la existencia de Dios: “Lo primero que hay que decir
es que no es posible demostrar la existencia del Creador. Si semejante ta-
rea pudiera realizarse, no habría ateos en el mundo… Demostrar, lo que se dice
demostrar a Dios, de tal manera que todo el mundo quedara perfectamente
convencido, es tarea imposible de realizar, a pesar de los numerosos intentos
históricos. Dicho esto, hay que señalar de inmediato que tampoco es posible
probar la inexistencia del Creador. No se puede demostrar de forma racio-
nalmente (sic) que exista, pero menos todavía que no exista… Otra cosa dife-
rente es la cuestión acerca de si es o no racional creer… La fe no es un
suicidio intelectual… la existencia del Creador puede ser admitida a través
de una confianza basada en la realidad misma”.
Y es aquí donde los llamados “argumentos naturales” a favor de la existencia de
Dios tienen todo su valor, añadiríamos nosotros. No como una prueba conclu-
yente para que el increyente, incrédulo o ateo llegue por fuerza a creer; sino
como un refuerzo eminentemente racional para la persona que ya ha creí-
do, de modo que pueda defender su creencia ante el ateo con coherencia
racional y con la ventaja de la evidencia de su parte. Dicho esto, veamos
ahora si de manera sucinta (porque de estos temas se ha escrito muchísimo),
cuales son los argumentos naturales que históricamente se han esgrimido a fa-
vor de la existencia de Dios.
3.1. Argumentos naturales
3.1.1. Argumento cosmológico
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Es de esta pregunta fundamental de la que proceden las demás preguntas clásicas que la filosof-
ía ha intentado resolver a través de la historia sin acudir a la revelación y que la teología cristiana
ha respondido puntualmente desde la revelación bíblica: ¿Quienes somos? (la pregunta ontológi-
ca); ¿De dónde venimos? (la pregunta cosmológica); ¿Para dónde vamos? (la pregunta teleológi-
ca); ¿Qué debemos hacer? (la pregunta ética) y ¿Qué nos cabe esperar? (la pregunta escatológi-
ca).
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Cosmogonía: Concepción sobre el origen del mundo (Diccionario Larousse Ilustrado)
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Dados los puntos de contacto entre la doctrina cristiana y la filosofía platónica, desde los tiempos
del gran Agustín de Hipona hasta las postrimerías de la Edad Media (en donde encontramos a An-
selmo), la teología cristiana utilizó al platonismo como marco filosófico oficial. Pero a partir de la
escolástica y a través de Tomás de Aquino y el llamado “tomismo” el aristotelismo hizo irrupción
en la teología dando lugar a nuevas formas de expresión teológica. Sea como fuere y dado que es-
tos temas son materia de otras clases, lo único que es necesario señalar aquí es que para Platón
y el platonismo las ideas tenían prioridad sobre los objetos concretos. Dicho de otro modo,
las ideas eran lo verdaderamente real. Los objetos concretos eran tan sólo las “sombras”
que las ideas proyectaban ante los sentidos del hombre y eran por tanto menos reales que
las ideas innatas que se hallaban en la mente humana y que había que descubrir mediante
reflexión filosófica, sin necesidad de experimentación. Por el contrario, para Aristóteles, el
más importante discípulo de Platón, la realidad era la que podía percibirse por medio de los
sentidos, siendo las ideas simples abstracciones racionales de lo que el ser humano conoc-
ía primero mediante su experiencia sensorial.
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ser perfectísimo que lo creó todo por amor, ¿puede ser cabal-
mente desmentida por alguien?... A Dios se le acepta sin prue-
bas, solamente a través de la fe y la experiencia personal, pero
las múltiples evidencias indirectas que nos proporciona este
mundo contribuyen cada vez en mayor medida a fortalecer dicha
fe… [pero] No es por medio de demostraciones racionales como
se llega a la divinidad, sino mediante un proceso interior de ex-
periencia personal. La fe es la experiencia de lo que no se ve,
una forma de conocimiento personal a través de la cual, y bajo
la influencia de la gracia, el ser humano se abre a la revelación
de Dios en Jesucristo… a él [Dios] no puede arribarse en el bu-
que de la reflexión racional, sino en el de la experiencia de fe.
Por lo tanto, los argumentos de la razón solo pueden funcionar
en el seno de dicha experiencia”.
3.2. Argumentos escriturales
Se conocen con este nombre los argumentos extraídos de la Biblia,
acerca de la cual hay que decir que en ella no se somete a discusión de
ningún tipo la existencia de Dios sino que se afirma sin ambages y sin lugar
a equívocos. Los argumentos escriturales tienen, pues, que ver más con
revelarnos los atributos y el carácter de Dios que con establecer su
existencia, la cual se da por sentada como un hecho axiomático claramen-
te establecido y evidente para la humanidad. Comenzando entonces por los
atributos divinos que la teología cristiana ha extraído tradicionalmente de la
revelación bíblica, hay que distinguir dos clases o categorías: Atributos
absolutos (también llamados incomunicables) y atributos relativos
(también llamados comunicables).
3.2.1. Atributos absolutos
Algunos estudiosos prefieren designarlos como incomunicables. Al
margen de ello, éstos son los que proceden de tal modo de la natu-
raleza divina que Dios los posee, por tanto, de manera exclusiva y
absoluta; es decir sin comunicarlos o compartirlos con sus cria-
turas. Los teólogos sostienen que la exclusividad divina en relación
con estos atributos es una necesidad lógica, puesto que el hecho de
que alguna criatura del universo, o más exactamente, el ser huma-
no, pudiera ostentar alguno o algunos de estos atributos significaría
que podría igualarse o competir con Dios, pues llegaría a ser algo así
como un “segundo Dios” exactamente igual a Dios y en obvia y ne-
cesaria competencia honorífica y jurisdiccional con Él, algo a todas
luces absurdo, ilógico y racionalmente insostenible, dadas las conno-
44
29
De nuevo aquí las nomenclaturas de Paul Tillich para referirse a Dios muestran su utilidad.
Además de “el Ser en sí”, él identificaba a Dios como: “El fundamento del ser”, “la profundidad del
ser”, “el abismo del ser”, designaciones ontológicas que, con todo y ser muy impersonales, tienen
de cualquier modo apoyo en la Biblia, como se verá cuando nos ocupemos de los nombres bíblicos
para Dios.
La presencia sustentadora de Dios en su creación, la misma por la cual todo lo creado se en-
30
cuentra en Él, sería lo que se designa como inmanencia, mientras que a la acción sustentadora y
benigna de Dios a favor de su creación se le llama más bien providencia. Si bien ambas se dan
juntas de tal modo que no pueden separarse, la providencia es un concepto más propio del carác-
ter personal de Dios, por cuanto ésta no tiene que ver directamente con sus atributos, sino con su
47
voluntad. Es decir que la inmanencia es algo inherente a su ser, mientras que la providencia es al-
go inherente a su voluntad.
48
31
La santidad como atributo divino es tal vez la expresión bíblica más clara de la trascendencia de
Dios, pero por ser un atributo relativo o comunicable debemos esperar el tratamiento de estos atri-
butos para considerar de manera somera la relación entra la santidad y la trascendencia.
50
33
En cuanto a su esencia es comúnmente aceptado en teología que ésta si no puede cambiar de
ningún modo en el sentido de estar literal y lógicamente imposibilitada para ello, pues si cambiara
la esencia o la naturaleza divina Dios dejaría de ser Dios, pues desde el punto de vista de la
semántica la esencia o la naturaleza es lo que define a algo o a alguien como lo que es o como
quien es como tal, de modo que si la esencia de algo o alguien cambiara, ese algo o ese alguien
dejarían en el acto de ser lo que son.
53
34
Impasibilidad: Que no se altera o muestra emoción o turbación.
35
El significado del verbo compadecer no es más que padecer con, es decir ser solidarios con otros
en el sufrimiento, compartiendo voluntariamente este sufrimiento con ellos.
54
36
Siempre que se habla de amor en este sentido se está evocando el amor ágape altruista, desinte-
resado, sacrificado y de carácter volitivo (1 Cor. 13), y no el amor eros, que si bien puede ser tam-
60
bién sacrificado, está movido muy frecuentemente por intereses egoístas y depende más del sen-
timiento que de la voluntad. El amor eros sin la guía del amor ágape se convierte con frecuencia en
un amor patológicamente pasional, mientras que con la guía del amor ágape puede llegar a ser un
amor sanamente apasionado. Debe ser así pues el amor ágape es el amor que abarca, contiene y
perfecciona todas las demás clases de amor, incluyendo al amor eros. Esto se ampliará con más
detalle en la materia Hogar Cristiano
61
38
Es decir, relativo a cualquier persona o cosa de este mundo.
39
En el campo de la teología evangélica actual el teólogo R.C. Sproul se ha ocupado del tema de la
santidad de Dios de una manera muy asequible y amena al común de los lectores, sean estos le-
gos o no en el asunto. Su libro La Santidad de Dios también está llamado a convertirse en un clási-
co sobre el tema y la serie de conferencias en video basadas en esta obra son un complemento
magistral para el libro dadas las indiscutibles dotes de Sproul, no sólo como teólogo, sino ta mbién
como comunicador.
40
Rudolf Otto es conocido por abordar el tema de la santidad de Dios desde una perspectiva feno-
menológica y no teológica en su obra clásica, de obligada lectura para intentar comprender el con-
cepto de santidad, bajo el título de Lo Santo. Lo racional e irracional en la idea de Dios. De hecho
la santidad es un tema recurrente y casi obsesivo en el campo de la fenomenología de la religión,
como tendrá oportunidad de verse de manera más bien panorámica en la ya mencionada materia
de El Fenómeno Religioso contemplada en el programa de estudio. Y la obra de Otto ha sido des-
de su publicación referente obligado para todos los fenomenólogos de la religión y ha sido incluso
una cantera para proveer de terminología a las ciencias de la religión, particularmente a la fenome-
nología, que echa mano de algunas expresiones puntuales utilizadas por Otto y las define para
hacer de ellas expresiones técnicas en el campo de la fenomenología de la religión.
70
41
Aproximadamente 2.310 veces de las 2.570 ocasiones en que se utiliza el término “elohim” en el
Antiguo Testamento éste se refiere a Dios, es decir, la abrumadora mayoría de las veces.
42
La Biblia de Jerusalén lo traduce igual que la Nueva Versión Internacional, pero en el comentario
a este versículo dice: “El autor piensa en los seres misteriosos que forman la corte de Yahveh… los
«ángeles» del griego y de la Vulgata…”. La Nueva Versión Internacional es más escueta en su
comentario de pie de página, pero sigue la misma línea de la Biblia de Jerusalén, indicando una
traducción alterna así: “Los ángeles o los seres celestiales”.
43
Recordar lo ya establecido en el sentido de que la expresión “hijos de Dios” en el Antiguo Testa-
mento está reservada a los ángeles, y no a los creyentes de manera individual, como en el Nuevo
Testamento.
44
De hecho, en éste y otros pasajes similares en donde se utiliza “elohim” (ver también Éxo. 21:6;
22:8) la Biblia de Jerusalén prefiere traducir “ante Dios” y no “ante los jueces”, y aún la Nueva Ver-
sión Internacional, que en los tres casos prefiere “ante los jueces” señala sin embargo en el pie de
página de los tres pasajes que una traducción alterna sería “ante Dios”. Lo mismo sucede en 1
Samuel 2:25, en donde la Biblia de Jerusalén y la Nueva Versión Internacional traducen “Dios”,
donde la Reina Valera Revisada prefiere traducir “jueces”. En el caso del salmo 58:1 la Nueva Ver-
75
propiamente a divinidad, sino a autoridad delegada por Dios que debe ejer-
cerse de manera responsable.
Eso explica también algunas porciones de los salmos en las cuales Dios se
dirige con amonestaciones mordaces a los líderes que no han utilizado bien
la autoridad divina delegada inherente a sus cargos: “Dios preside el conse-
jo celestial; entre los dioses dicta sentencia: «¿Hasta cuándo defenderán
la injusticia y favorecerán a los impíos? Defiendan la causa del huérfano y
del desvalido; al pobre y al oprimido háganles justicia. Salven al menestero-
so y al necesitado; líbrenlos de la mano de los impíos. »Ellos no saben na-
da, no entienden nada. Deambulan en la oscuridad; se estremecen todos
los cimientos de la tierra. »Yo les he dicho: "Ustedes son dioses; todos us-
tedes son hijos del Altísimo." Pero morirán como cualquier mortal; caerán
como cualquier otro gobernante.» Levántate, oh Dios, y juzga a la tierra,
pues tuyas son todas las naciones.” (Sal. 82:1-8)45.
En lo atinente a los jueces, líderes o gobernantes humanos, estos deben,
por tanto, tener siempre presente la seriedad de su responsabilidad al juz-
gar y gobernar, pues en Israel el presentarse ante los legítimos jueces en
funciones era presentarse ante Dios (Dt. 19:17), y también recordar que en
último término “… a un alto oficial lo vigila otro más alto, y por encima de
ellos hay otros altos oficiales” (Ecl. 5:8), en la cúspide de los cuales está
Dios o “Elohim” ante quien deben comparecer todos los demás “elohim”,
sean éstos ángeles o seres humanos, de tal modo que toda autoridad o po-
der relativo que los “elohim” posean, lo tienen por delegación expresa de
“Elohim”, tal y como el Señor Jesucristo se lo recordó al gobernador Poncio
Pilato en su momento, cuando éste alardeó del poder que tenía sobre Él:
sión Internacional coloca “gobernantes” donde la Biblia de Jerusalén prefiere “dioses” y en el salmo
138:1 tanto la Nueva Versión Internacional como la Reina Valera Revisada optan por “dioses” en
contraste con la Biblia de Jerusalén que se inclina por “ángeles”. Pero esta ambigüedad en la tra-
ducción de “elohim” está restringida a estos pocos pasajes. En el resto de ocasiones en que se uti-
liza en el Antiguo Testamento, el contexto es lo suficientemente claro para que el sentido y la tra-
ducción de la palabra sea unánime entre las diferentes versiones y traducciones de la Biblia.
45
En el Nuevo Testamento el Señor Jesucristo cita este pasaje dirigiéndose a los líderes religiosos
del pueblo que se oponían a Él, para confundirlos al señalarles su inconsecuencia, pues estaban
dispuestos a aceptar la designación de “elohim” para ellos mismos tal como ésta aparece en el
hebreo del Antiguo Testamento atribuida a los líderes mortales del pueblo, pero le negaban a Cris-
to, verdadero Dios, la misma atribución, escandalizándose y acusándolo de blasfemia cuando daba
a entender que Él era el Hijo de Dios: “No te apedreamos por ninguna de ellas sino por blasfemia;
porque tú, siendo hombre, te haces pasar por Dios.
¿Y acaso respondió Jesús no está escrito en su ley: "Yo he dicho que ustedes son dio-
ses" ? Si Dios llamó "dioses" a aquellos para quienes vino la palabra (y la Escritura no puede ser
quebrantada), ¿por qué acusan de blasfemia a quien el Padre apartó para sí y envió al mundo?
¿Tan sólo porque dijo: "Yo soy el Hijo de Dios" ? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean.
Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a mis obras, para que sepan y entiendan que el
Padre está en mí, y que yo estoy en el Padre” (Jn. 10:33-38).
76
mente “Él es”. Esto se deduce como consecuencia lógica de la forma ver-
bal de la primera persona que aparece en Éxodo 3:14: “vehyeh”, “Yo soy”.
Si Dios dice de sí mismo “Yo soy”, el pueblo dice de Dios “Él es”. La forma
verbal detrás de esta traducción es un imperfecto del tema verbal conocido
en la gramática hebrea como “qal” (la forma simple del verbo hebreo). Su
pronunciación parece ser la de “yahvé” o “yavé”. Así lo comprueban al-
gunos textos griegos de la época patrística.
Este nombre dejó de pronunciarse desde la época del Antiguo Testamento,
concretamente, durante el exilio. Cuando se tradujo la Biblia hebrea o
Antiguo Testamento al griego, los traductores usaron en forma sis-
temática la palabra “Kyrios” (“Señor”) en lugar de YHVH. Así se respetó
la tradición y la práctica impuesta por los judíos de evitar pronunciar
el nombre sacrosanto de Dios. En las sinagogas, donde el texto hebreo
siguió en uso, cada vez que aparecía en la lectura la palabra YHVH el lector
automáticamente pronunciaba la palabra hebrea “Adonay” (“Señor”). Los
autores del Nuevo Testamento usaron la palabra “Kyrios” para repre-
sentar YHVH. De manera que en las citas que tenemos del Antiguo Tes-
tamento en el Nuevo Testamento, se utiliza la palabra “Kyrios” (Señor)
en lugar de YHVH.
Muchos siglos después, ya en plena era cristiana, los eruditos judíos, cono-
cidos como masoretas, inventaron una puntuación vocálica y la unieron al
texto consonantal sin violentar su integridad. Eso se hizo para evitar la
pérdida de la pronunciación correcta y del sentido o significado correcto de
las palabras hebreas. Así, cada palabra hebrea de lo que hoy se conoce
como “texto masorético”, tiene el texto consonantal acompañado de su res-
pectiva puntuación vocálica. Sin embargo, eso no sucedió con el nombre
de Dios, YHVH. Los masoretas no colocaron las vocales correspondien-
tes, sino que acompañaron el texto consonantal YHVH con los puntos
vocálicos de “Adonay” (Señor). La intención era comunicarle al lector
que aunque estuvieran presentes las consonantes del nombre sacro-
santo de Dios, éste no debía pronunciarse, sino que en su lugar se
pronunciaría el equivalente hebreo de “Señor”, es decir, “Adonay”. Es-
ta práctica que también se sigue en algunas otras palabras del texto bíblico,
se conoce con la expresión “qereb” y “qetib” (“así se lee” y “así se escribe”).
A principios del siglo XII d. C., surgió el anhelo de proveer a la cristiandad
de nuevas traducciones bíblicas hechas directamente de los idiomas origi-
nales y no del latín de la Vulgata, traducción hecha por S. Jerónimo en el
siglo IV d. C. Y así fue como se inició la escritura y lectura del la pala-
bra “Jehová”. Esta palabra es una forma híbrida, está formada por las
79
46
Es decir, como alguien que no desciende de Abraham y no pertenece, por lo tanto, al pueblo es-
cogido por Dios en el Antiguo Testamento: los hebreos, israelitas o judíos. Valga decir que el sa-
cerdocio de Melquisedec tipifica el futuro sacerdocio perfecto, incluyente y universal de Cristo que
trasciende el estrecho ámbito de la nación hebrea con su posterior establecimiento del imperfecto,
excluyente y restringido sacerdocio aarónico, inferior desde todo punto de vista al sacerdocio de
Cristo, tal como se nos revela con suficiencia en el salmo 110 y en la epístola de los Hebreos en el
Nuevo Testamento. Por eso no es descabellado pensar que el enigmático Melquisedec, más que
tipificar meramente el futuro sacerdocio perfecto de Cristo, pueda ser incluso una prefiguración o
aparición previa del Cristo preexistente antes de encarnarse como hombre en el vientre de la vi r-
gen María.
81
4.4. Adonai
Hemos visto que en la Nueva Versión Internacional, siempre que aparece el
nombre hebreo de Dios conocido como “tetragrámaton” no se traduce sino
que se sustituye por el término castellano “SEÑOR”47, razón por la cual en
esta traducción de la Biblia al español el nombre hebreo Adonai, cuya
traducción literal al español sí es “Señor”, da la impresión de aparecer
muy temprano en el relato bíblico, cuando lo cierto es que en el hebreo éste
nombre no aparece hasta Génesis 15:2 “Dijo Abram: «Mi Señor [Adonai]
Yahveh, ¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos…?” (BJ).
Por lo tanto, sólo es a partir de este momento que comienza a atribuirse es-
te nombre a Dios y no antes. En relación con “Adonai” hay que decir tam-
bién que, de manera similar a “elohim”, este nombre se aplica en el Anti-
guo Testamento tanto a la deidad (la gran mayoría de las veces) como
al ser humano (muy ocasionalmente). Por eso, en las traducciones al
español este nombre se escribe con mayúscula si se aplica a Dios, pa-
ra distinguirlo de sus aplicaciones al ser humano, en cuyo caso más
que “señor” (con minúscula), significa “amo” (Gén. 24:9-10, 11), o
“esposo” (Gén. 18:12).
Este nombre tiene también sus propias dificultades derivadas del hecho de
que en hebreo existe otro nombre que significa “señor” pero que parece re-
servarse a los ídolos de las naciones paganas que rodeaban a Israel. Este
nombre es “Baal”, que no se traduce sino que únicamente se translitera al
español. Parece ser que debido a que en principio tanto “Adonai” como
“Baal” significaban lo mismo, los judíos llegaron a atribuir ambos nombres
de manera indistinta a Dios generando confusión en el culto debido a Él,
abriendo la puerta para que, inadvertidamente, se terminará incorporando a
los baales paganos en la adoración exclusiva debida al Adonai verdadero.
Esto es lo que reflejan pasajes bíblicos en los que Dios amonesta al pueblo
en estos términos: “¿Hasta cuándo seguirán dándole valor de profecía a las
mentiras y delirios de su mente? Con los sueños que se cuentan unos a
otros pretenden hacer que mi pueblo se olvide de mi nombre, como
sus antepasados se olvidaron de mi nombre por el de Baal” (Jer. 23:26-
27), así como la afirmación de Dios a través del profeta Oseas en el sentido
47
Sin embargo, es necesario decir que la Nueva Versión Internacional establece con claridad que
cuando aparece “SEÑOR” en letras versales se le está indicando con ello al lector que allí no ha
habido en realidad traducción sino sustitución del nombre hebreo YHWH, mientras que cuando
aparece el nombre “Señor” en letra normal (Isa. 6:1), se indica que allí si se está traduciendo de
manera literal al español el nombre hebreo ADONAI. El mejor y más gráfico ejemplo de ambos
usos se encuentra en el salmo 110 en donde leemos en el primer versículo lo siguiente: “Así dijo el
SEÑOR [YHWH] a mi Señor [Adonai]...” (Sal. 110:1)
82
que: “»En aquel día afirma el SEÑOR, ya no me llamarás: ‘mi señor’ [baal],
sino que me dirás: ‘esposo mío’. Te quitaré de tus labios el nombre de tus
falsos dioses [baales], y nunca más volverás a invocarlos” (Ose. 2:16-17).
Así se expresa al respecto D. F. Payne, experto en estudios semíticos:
“Yahvéh era ‘amo’ y ‘esposo’ para Israel, y por lo tanto lo llamaban ‘Baal’,
con toda inocencia; pero naturalmente esta práctica condujo a una confu-
sión del culto a Yahvéh con los rituales para los baales, y llegó el momento
en que se hizo necesario designar a Dios con algún título diferente…”. De
cualquier modo, en el desarrollo de la revelación a lo largo del Antiguo Tes-
tamento queda claro que “baal” está reservado a los “señores” o dio-
ses paganos de los pueblos idólatras que rodeaban a Israel, mientras
que “Adonai” está reservado al único Señor verdadero.
Ahora bien, ¿en qué aspecto del carácter de Dios y de la relación del cre-
yente con Él recae el peso del nombre Adonai? La respuesta es: en el de-
recho de Dios a exigir obediencia y el deber del creyente de brindársela.
Dios es el Señor por excelencia y por tanto debe ser obedecido de
manera absoluta. El uso cortés y habitual del término “señor” o “señora” en
el español (y en otros idiomas también), para dirigirse a una gran variedad
de personas en el marco de los convencionalismos sociales que apelan a la
urbanidad y las buenas maneras, nos ha hecho perder de vista esta obvia y
primaria connotación del término que era muy clara en la antigüedad.
Pero esta connotación aún se conserva de manera más bien excepcional
en algunos contextos hispano parlantes, por medio de la aún vigente exi-
gencia que los padres hacen a sus hijos de dirigirse a ellos como “señor” o
“señora” cuando responden a sus llamados o requerimientos, o también
cuando asienten a sus instrucciones (“Si señor”, “si señora”), en señal de
que les deben obediencia a sus padres. Por eso es que el Señor Jesucristo
subraya el evidente contrasentido de llamarlo “Señor” (del griego Kyrios o
Kúrios, equivalente del hebreo Adonai), sin brindarle al mismo tiempo la de-
bida obediencia: “»¿Por qué me llaman ustedes "Señor, Señor" , y no hacen
lo que les digo?” (Lc. 6:46), pronunciándose de manera sentenciosa y con-
cluyente al respecto con estas palabras: “»No todo el que me dice: "Señor,
Señor", entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad
de mi Padre que está en el cielo [es decir, el que obedece]” (Mt. 7:21).
Para no dejar lugar a dudas sobre el carácter definitivo o final del señorío de
Dios sobre sus criaturas, en el Apocalipsis se identifica a Cristo como: “REY
DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apo. 19:16), puntualizando mejor lo ya di-
cho por el apóstol Pablo: “… Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el
nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús…
83
4.6. El Olam
“Abraham plantó un tamarisco en Berseba, y en ese lugar invocó el nombre
del SEÑOR, el Dios eterno” (Gén. 21:33). Traducido comúnmente como
“El Eterno”, este nombre propio de Dios evoca de inmediato el atributo di-
vino de la eternidad, a semejanza de lo sucedido con “El Shadai” (El Todo-
poderoso o Todosuficiente), que evocaba el atributo de la omnipotencia. Por
lo tanto, todo lo dicho en relación con el atributo divino de la eternidad se
aplica a Dios cuando se le llama “El Olam”.
Lo único que habría que añadir al respecto como dato relacionado es que
en algunas comunidades dentro del judaísmo, cada vez que leen el Antiguo
Testamento en el hebreo original y se encuentran con el tetragrámaton
YHWH, que para ellos es el Nombre Inefable (es decir, innombrable o im-
pronunciable), no siempre lo sustituyen en la lectura por el acostumbrado
Adonai (El Señor), sino también por el hebreo “HaShem” (El Nombre) o por
“El Eterno”.
4.7. Los nombres compuestos
En las Escrituras a veces se da una combinación de los anteriores nombres
de Dios, una de las cuales es muy común: YHWH Elohim (“Dios el SEÑOR”
en la Nueva Versión Internacional)48. Pero, por su profundidad de contenido
práctico para el creyente, son los nombres añadidos al Tetragramatón In-
efable los que vamos a enumerar y describir brevemente enseguida.
4.7.1. YHWH-Jireh
“Abraham alzó la vista y, en un matorral, vio un carnero enredado por
los cuernos. Fue entonces, tomó el carnero y lo ofreció como holo-
causto, en lugar de su hijo. A ese sitio Abraham le puso por nombre:
«El SEÑOR provee.» Por eso hasta el día de hoy se dice: «En un
monte provee el SEÑOR.»” (Gén. 22:13-14). Teniendo en cuenta que,
según la revelación que Dios hace de sí mismo a Moisés posterior-
mente, el significado de YHWH es “Yo soy”; lo que este nombre
compuesto indica al creyente que entra en diálogo con Dios es:
“Yo soy tu proveedor”.
En relación con Abraham en el episodio culminante de su fe cuando,
en obediencia a Dios, estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac,
48
En Génesis 15:2 se da la combinación YHWH Adonai, cuya traducción en la Nueva Versión In-
ternacional es “… SEÑOR y Dios…”, en donde YHWH se sustituye como siempre por “SEÑOR”,
mientras que Adonai se traduce como “Dios” y no como “Señor”, como debería ser, pues de lo con-
trario hubiera dado lugar en el español a la expresión: “… SEÑOR (YHWH) y Señor (Adonai)…”
que, por redundante, sonaría mal en el castellano. Pero la Reina Valera si traduce aquí “Señor Je-
hová” y la Biblia de Jerusalén “Mi Señor, Yahveh…”
85
narlo como “la paz con Dios”, mientras que cuando dijo “mi paz les
doy”, estaría indicando otra faceta de la paz divina que podríamos
llamar “la paz de Dios”. A la primera de ellas, es decir a la paz con
Dios, hace referencia el apóstol Pablo al declarar: “En consecuencia,
ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con
Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1).
Y a la segunda también hace alusión el apóstol de este modo: “Y la
paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus cora-
zones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4:7). Ambos aspec-
tos del shalom o la paz divina confluyen, entonces, en nosotros los
creyentes para traer paz y orden a nuestros conflictos internos que
son los que, tarde o temprano, dan lugar a los conflictos con los de-
más: “¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes?
¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes
mismos?” (St. 4:1), justificando el hecho de que en la descripción que
Pablo hace del fruto del Espíritu Santo en el creyente, la paz sea un
aspecto puntual del mismo: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor,
alegría, paz…” (Gál. 5:22). A la luz de todo esto, puede entenderse
bien por que Dios puede presentarse ante el creyente para decirle
“Yo soy tu paz”.
4.7.5. YHWH-Raah
“El SEÑOR es mi pastor, nada me falta” (Sal. 23:1). Este nombre
compuesto de Dios hace referencia fundamental al cuidado de Dios
sobre los suyos. Una vez más diríamos que, en su forma más perso-
nalizada y literal, este nombre significa exactamente: Yo soy tu pas-
tor. La figura del pastor era muy conocida en una comunidad agríco-
la como la del pueblo de Israel, siendo la función primordial de este
oficio el cuidado de las ovejas del rebaño.
Pero como lo señala bien la Biblia Nueva Versión Internacional en su
glosario: “Además de su sentido primario, en la literatura bíblica este
término destaca la relación simbólica entre Dios y su pueblo (Sal.
23), entre el rey y sus súbditos (Sal. 78:70-72), entre los líderes ecle-
siales y la comunidad creyente (Heb. 13:7), y entre Jesús y la iglesia
(Jn. 10:1-16)”. El último de los sentidos relacionados aquí es el que
se impone y califica a los tres anteriores. Es decir que es Cristo
quien provee el modelo más elevado y perfecto del pastorado.
Ahora bien, Él mismo estableció en la iglesia otros pastores legítimos
aparte de sí mismo: “Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin
89
49
Otras versiones, como la Biblia de Jerusalén y la Reina Valera Revisada, coinciden al traducir
aquí de este modo: “Yahveh, justicia nuestra” (BJ) y “Jehová, justicia nuestra” (RVR)
90
5. La Santísima Trinidad
La doctrina de la Trinidad es una de las doctrinas más fundamentales para
definir la ortodoxia o doctrina correcta de una iglesia cristiana. En la mate-
ria Historia del Cristianismo I, de segundo semestre, se verá como éste fue tal
vez el tema doctrinal más distintivo y debatido en el cristianismo primitivo, una
vez surgieron las primeras herejías que dieron lugar a su vez a las discusiones
teológicas que llevaron a los padres o primeros apologistas y teólogos cristianos
de renombre a definir y formular metódica, sistemática y oficialmente el dogma
cristiano esencial, plasmado de manera sintética en los ya aludidos tres Credos
de la Iglesia Primitiva, sobresaliendo entre todos los temas abordados en ellos
la doctrina de la Trinidad y la doctrina de Cristo, ambas, por supuesto,
íntimamente relacionadas e interdependientes.
Ahora bien, existen, de entrada, dos circunstancias formales que obran en
perjuicio del correcto entendimiento de la doctrina de la Trinidad y de don-
de se surten de munición los detractores de esta doctrina para tratar de impug-
narla
5.1. Irracionalidad e incoherencia lógica
Para muchos la doctrina de la Trinidad es irracional, o dicho de manera más
exacta: ilógica o incoherente y hace ininteligible a Dios, tal como éste se re-
vela en la Biblia y en Jesucristo. El judaísmo y el islamismo, con su mono-
teísmo rígido y supuestamente más puro, son una de las fuentes de estos
ataques, aunque las actitudes cerradamente racionalistas también han con-
tribuido a lo largo y ancho de la historia a tratar de desvirtuar la doctrina de
la Trinidad en este aspecto particular.
Es así como los ataques combinados contra la doctrina de la Trinidad
procedentes de estos diferentes frentes convergen al afirmar que no
puede sostenerse la doctrina de la Trinidad de una manera racional o
lógica sin caer en triteísmo o creencia en tres dioses diferentes co-
existentes, lo cual descalificaría al cristianismo para ubicarse dentro
del monoteísmo y lo trasladaría al campo del politeísmo pagano.
Pero la iglesia ha respondido, como lo dice el Dr. Ropero: “sin complejos ni
disculpas”, que quienes niegan las distinciones personales entre Pa-
dre, Hijo y Espíritu Santo en el seno del único Dios verdadero son los
que incurren en herejías llamadas de muchas maneras a lo largo de la
historia (sabelianismo, monarquianismo, modalismo, “patripasionis-
mo”, arrianismo, adopcionismo, socinianismo, pneumatomaquianismo
y, últimamente, unitarismo). Herejías que no hacen justicia al auténtico y
92
51
De mentalidad y cultura romana o latina expresada, justamente, en idioma latín
52
De mentalidad y cultura griega expresada en idioma griego
95
53
Valga decir que el primero en utilizar un nombre para el concepto evocado hoy con la palabra
“Trinidad” fue el obispo Teófilo de Antioquia quien en su obra apologética conocida como “Los Tres
libros a Autólico” utiliza la palabra griega Trias (que se traduciría en algo así como “Triada“) para
referirse a Dios. Pero por ser ésta una palabra de origen griego que al traducirse no es muy clara,
puesto que las “triadas” de divinidades también se encuentran en muchas religiones paganas y la
doctrina cristiana de la Trinidad es tan singular que tiene poco o nada en común con las triadas de
las mitologías antiguas; la tradición occidental latina considera más bien a Tertuliano de Cartago
como el primero en emplear y acuñar en el idioma latín la palabra “Trinidad” en su obra apologética
“Contra Práxeas”, palabra que desde entonces es aceptada como expresión técnica y definitiva en
el campo de la teología cristiana para referirse a esta doctrina fundamental.
96
Sin embargo hay que tener en cuenta que, por sí solo, el “plural deli-
berativo” no puede esgrimirse como argumento a favor de una plura-
lidad constituida exactamente por tres subsistencias diferentes, pero
sí puede esgrimirse a favor de una pluralidad, independiente del
número que ésta asuma. El profesor A. B. Davidson lo expresa así:
“Si Dios, que es quien habla en estas páginas, usa la primera perso-
na del plural al referirse a sí mismo, esta es una afirmación clara de
que la deidad es una pluralidad, sea dualidad, Trinidad o cualquier
otro número. Cuando el portavoz divino usa la primera persona del
plural para referirse a sí mismo, incluye el concilio celestial”.
5.3.3. El “Shema” judío
En la apertura de estas conferencias ya hemos identificado y ubicado
en Deuteronomio 6:4 el texto central de la fe judía monoteísta en el
Antiguo Testamento, el cual recibe el nombre de Shema en razón de
que esta palabra hebrea es la que da inicio a este versículo: “»Escu-
cha, Israel: El SEÑOR nuestro Dios es el único SEÑOR”, pasaje que
transliterado del hebreo se escribiría así: “Shema Israel YHWH Elo-
henú YHWH ejad”.
Pero aún en el pasaje monoteísta por excelencia del Antiguo Testa-
mento hay una alusión a la pluralidad divina que no se puede pasar
por alto54. A esto se refiere Gino Iafrancesco Villegas de este modo:
“Existen en el hebreo dos palabras diferentes que significan ‘uno’:
Una es Yahad y la otra es Ejad. Yahad úsase en el sentido de unidad
simple y absoluta; por ejemplo; es diferente un individuo a un equipo;
diferente una unidad a una docena. La palabra Yahad es una uni-
dad simple, en cambio Ejad significa unidad compuesta o colec-
tiva. La palabra Yahad nunca se utiliza en el hebreo para desig-
nar a Dios, sino que se utiliza la palabra Ejad… Siempre al refe-
rirse a que Dios es “Uno” se usa el término “ejad”… “uno” en
sentido que admite pluralidad; y no se usa el término “Yahad”…
que implica unidad absoluta”.
Así, pues, aún el Shema judío, fundamento indiscutible de la fe mo-
noteísta, brinda apoyo a la doctrina de la Trinidad al sugerir que la
unidad divina es una unidad que admite o incluso requiere la plurali-
dad o colectividad en su seno. Ya volveremos sobre el Shema un po-
co más adelante.
54
Citar el Shema judío para sustentar la doctrina de la Trinidad no deja de ser algo tan audaz como
lo sería que en un juicio el abogado defensor apele al principal testigo del fiscal o del abogado de
la contraparte para ganar el caso.
100
55
A partir de este momento Jacob comenzó a llamarse Israel que significa nada más y nada menos
que “él lucha con Dios” (Gén. 32:28), dando así a entender que el oponente de Jacob era, en rea-
lidad, Dios mismo.
105
56
La palabra “ángel”, del hebreo mal’ach y el griego angelos, significa de manera primaria y llana
“mensajero”.
106
57
Hay incluso versiones como la Biblia en Lenguaje Actual y la paráfrasis “La Biblia al Día” que se
toman la libertad de traducir el saludo de Abraham en plural: “Señores” para hacer corresponder el
saludo con la pluralidad de visitantes que el texto identifica en número de tres. Libertad que, en es-
tricto rigor, no deja de ser cuestionable si se trata de salvaguardar la fidelidad e integridad del texto
bíblico al traducirlo a otros idiomas.
58
Término técnico que en teología se utiliza para referirse a una manifestación visible y corpórea de
Dios antes de la encarnación de Cristo.
59
Reciben el nombre de “mesiánicos” los pasajes del Antiguo Testamento que se refieren proféti-
camente a Cristo, anunciando de manera anticipada algún aspecto de su persona u obra que tuvo
cumplimiento literal durante su paso histórico por este mundo, rango de tiempo comprendido entre
su encarnación y ascensión.
107
60
Y no meramente sicológico, como sucede en algunas patologías del ser humano tales como el
llamado “Desorden de múltiple personalidad”. Estas distinciones en el seno de la divinidad también
se aprecian en otros pasajes como Isaías 48:16 en donde, si bien es Dios quien viene hablando
(así lo establece el versículo 12), dice Él sin embargo: “… Y ahora el SEÑOR omnipotente me ha
enviado con su Espíritu”, dando a entender que el Dios que habla, ha sido a su vez enviado por
Dios, junto con el Espíritu de Dios, en evocaciones que apuntan ya de cierto modo a la doctrina de
la Trinidad.
108
Hemos visto a través de los nombres plurales de Dios, del “plural de-
liberativo” como forma de expresión utilizada por Dios, del Shema
judío y de la figura del “ángel del SEÑOR”, que el Antiguo Testamento
sugiere con fuerza la presencia de una pluralidad diferenciada de tipo
personal en el seno del uno y único Dios. Pero hasta ahora no hemos
visto que esta pluralidad se especifique, concrete o delimite en el
número tres evocado por la doctrina de la Trinidad.
Pero aún en esta dirección el Antiguo Testamento provee de indicios
que, si bien no son explícitos, no pueden de todos modos pasarse
por alto. Nos referimos a los pasajes bíblicos convertidos con el
tiempo en fórmulas litúrgicas en que se hace referencia a Dios
acudiendo a un paralelismo reiterativo por el cual se le mencio-
na en tres oportunidades, una inmediatamente después de la
otra en el mismo pasaje, anticipando las doxologías61 del Nuevo
Testamento y de la iglesia primitiva. Curiosamente, son justo tres los
que sobresalen por encima de los demás. Veámoslos, entonces, con
algo de detenimiento:
5.3.5.1. El Shema judío. “Escucha, Israel: El SEÑOR nuestro Dios es
el único SEÑOR” (Dt. 6:4). En este pasaje ya varias veces
comentado en estas conferencias y repetido sin fin en las
oraciones y liturgias judías, se menciona a Dios tres veces.
A este respecto la tradición judáica de la Cábala62 hace la si-
guiente observación que no deja de ser sorprendente en un
documento de la tradición judía, reacia a ultranza a la doctri-
na de la Trinidad: “¿Por qué hay necesidad de mencionar el
nombre de Dios por tres veces en este versículo? La primera
vez, YHWH, porque es el Padre de los cielos; la segunda
vez, Dios, porque es un título del Mesías, la vara del tronco
de Isaí que ha de venir por David, de la familia de Isaí; y la
tercera vez, YHWH, porque es el que nos enseña a caminar
aquí en la tierra y estos tres son uno”.
Esta observación no requiere comentarios adicionales para el
propósito que perseguimos aquí, pues basta para dejar esta-
blecido que, al margen de que suscribamos o no la interpre-
tación que se le está dando aquí, para los judíos no pasaba
61
Fórmulas de alabanza a Dios que sugieren o expresan aspectos de la Trinidad y que se fueron
incorporando formalmente en las liturgias oficiales de la iglesia cristiana.
62
Una de las principales corrientes del esoterismo judío constituida por una tradición oral que pre-
tende explicar y fijar el sentido de la Sagrada Escritura
109
63
Voluminosa colección oficial de las tradiciones y comentarios rabínicos a la Ley y, en general, a
los escritos del Antiguo Testamento.
64
Valga decir que el ángel Gabriel (Lc. 1:35) y aún los demonios reconocían a Cristo como: “el San-
to de Dios” (Mr. 1:24, Lc. 4:34 Ver también Hechos 3:14).
110
65
Recordamos aquí, de nuevo, esta fórmula: “Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas diferen-
tes, un solo Dios verdadero”. La única declaración en este sentido en el Nuevo Testamento es el
versículo conocido como “la coma juanina” que reza así: “Tres son los que dan testimonio en el cie-
lo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno…” (1 Jn. 5:7), pero ya está estableci-
do y es cada vez más comúnmente aceptado que este versículo no formaba parte de los origina-
les, sino que fue una piadosa pero no muy afortunada interpolación añadida por cristianos de pos-
teriores generaciones que creyeron, de este modo, estarle prestando un buen servicio al cristia-
nismo, al dejar establecida sin lugar a discusión la doctrina de la Trinidad en el Nuevo Testamento,
pasando por alto la solemne advertencia consignada por el mismo apóstol Juan en el libro del Apo-
calipsis: “A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto: Si
alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro” (Apo. 22:18). Sea co-
mo fuere, este versículo ajeno a los originales no es necesario para dejar establecida firmemente la
doctrina de la Trinidad en el Nuevo Testamento, como esperamos demostrarlo a continuación.
111
5.4.1.3. “¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los
demonios lo creen, y tiemblan” (St. 2:19)
5.4.2. La distinción y divinidad de las tres personas de la Trinidad
Con todo, las distinciones entre las tres personas de la Trinidad tam-
bién aparecen página tras página en el Nuevo Testamento y la con-
dición divina de cada una de ellas se afirma de manera explícita más
de una vez.
5.4.2.1. El Padre. Sería muy dispendioso y extenso relacionar todos
los pasajes (son muchos) en que el Nuevo Testamento iden-
tifica al Padre de manera individual, aún restringiendo la lista
únicamente a aquellos pasajes en los que se le contrasta y
distingue de manera expresa del Hijo (Jesucristo) y/o del
Espíritu Santo. Así mismo, la divinidad del Padre es la más
documentada de las tres y no está de ningún modo en discu-
sión, toda vez que en muchos pasajes (como por ejemplo los
citados y transcritos arriba de 1 Cor. 8:4-6 y Efe. 4:3-6), se
sobrentiende que Dios y el Padre son términos idénticos.
Pero si esto no fuera suficiente, basta con citar algunos de
los versículos en que se utiliza la clarísima e indiscutible ex-
presión: “Dios el Padre” (Jn. 6:27; 2 Tes. 1:2; 1 Tim. 1:2; 2
Tim. 1:2; Tit. 1:4; 1 P. 1:2; 2 P. 1:17; 2 Jn. 1:3; Judas 1:1).
5.4.2.2. El Hijo. Jesucristo es identificado en el Nuevo Testamento
en multitud de pasajes de los evangelios como el Hijo de
Dios (Mt. 16:16; Mr. 3:11; 5:7; Lc. 1:32, 35; 4:41; Jn. 1:34, 49;
6:69; 11:27; 20:31). Si bien en el Nuevo Testamento no exis-
te, a diferencia de la expresión “Dios el Padre”, una expre-
sión como “Dios el Hijo”, que dejaría establecida de manera
inmediata la divinidad del Hijo sin requerir nada más, hay
otras líneas argumentales que, por simple lógica, conducen
de sobra a la misma conclusión.
Por ejemplo, la sola atribución de este título a alguien pa-
rece que ya implicaba en sí misma la divinidad, pues de-
bido a ello los dirigentes judíos acusaron a Jesucristo de
blasfemia, por igualarse con Dios al aceptar el título de Hijo
de Dios para sí mismo, y puesto que ellos se negaban a
aceptar este hecho, consideraban entonces que esto les
brindaba razones de sobra para darle muerte según la ley
(Jn. 5:18; 19:7).
113
les han embotado los oídos, y se les han cerrado los ojos. De
lo contrario, verían con los ojos, oirían con los oídos, enten-
derían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría” (Hc.
28:25-27).
Veamos este otro pasaje muy conocido del profeta Jeremías:
“»Vienen días afirma el SEÑOR en que haré un nuevo pac-
to con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. No será un
pacto como el que hice con sus antepasados el día en que
los tomé de la mano y los saqué de Egipto, ya que ellos lo
quebrantaron a pesar de que yo era su esposo afirma el
SEÑOR. »Éste es el pacto que después de aquel tiempo
haré con el pueblo de Israel afirma el SEÑOR: Pondré mi
ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su
Dios, y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrá nadie que ense-
ñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano: "¡Conoce al SE-
ÑOR!", porque todos, desde el más pequeño hasta el más
grande, me conocerán afirma el SEÑOR. Yo les perdonaré
su iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados»”
(Jer. 31:31-34)
Al citarlo, el inspirado autor de la epístola a los Hebreos dice:
“También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Prime-
ro dice: «Éste es el pacto que haré con ellos después de
aquel tiempo dice el Señor: Pondré mis leyes en su co-
razón, y las escribiré en su mente.» Después añade: «Y nun-
ca más me acordaré de sus pecados y maldades.»” (Heb.
10:15-17).
De hecho, la Biblia declara ser la Palabra de Dios, es decir
de autoría divina, proveniente de Dios o pronunciada direc-
tamente por Él: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y
útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir
en la justicia” (2 Tim. 3:16). Pero al mismo tiempo que
afirma ser producto de la inspiración o del impulso del
Espíritu Santo actuando en los seres humanos encargados
de plasmarla por escrito: “Porque la profecía no ha tenido su
origen en la voluntad humana, sino que los profetas habla-
ron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo” (2
P. 1:21).
En los dos pasajes anteriores salta a la vista la identifica-
ción del Espíritu Santo con Dios que explicaría de paso la
116
está en mí? Las palabras que yo les comunico, no las hablo como
cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, él que realiza sus
obras” (Jn. 14:8-10). La idea que domina de forma abrumadora en
estos pasajes es, indiscutiblemente, la de una unidad íntima e indiso-
luble entre el Padre y el Hijo.
5.4.4. Versículos que asocian a las tres personas de la Trinidad
Adicionalmente, es obligado hacer una selección de aquellos pasajes
clásicos del Nuevo Testamento en que se manifiestan o mencionan
las tres personas de la Trinidad de manera simultánea y en plano de
igualdad, sobresaliendo entre ellos los siguientes:
5.4.4.1. “Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En
ese momento se abrió el cielo, y él vio al Espíritu de Dios
bajar como una paloma y posarse sobre él. Y una voz del
cielo [la del Padre] decía: «Éste es mi Hijo amado; estoy
muy complacido con él.»” (Mt. 3:16-17).
Este episodio es crucial para refutar la herejía modalista que
afirma que Padre, Hijo y Espíritu Santo son únicamente mo-
dos alternos en los que Dios se manifiesta, a la manera de
un actor que desempeña alternativamente tres papeles dife-
rentes en una misma obra, pues aquí están actuando las
tres personas de la Trinidad de manera simultánea.
5.4.4.2. “Por tanto, vayan y hagan discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre [singular] del Padre, y del Hijo
y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19). En realidad, este versículo
no es únicamente un caso en el cual se mencionan a las tres
personas de la Trinidad en el mismo contexto y en plano de
igualdad, sino un versículo muy fuerte a favor de la uni-
dad entre ellas, pues gramaticalmente hablando la construc-
ción correcta de la frase que correspondería naturalmente a
una pluralidad de personas sería “en los nombres” (plural) y
no “en el nombre” (singular), como de manera consciente e
intencional nos instruye el Señor a hacerlo cada vez que se
lleve a cabo el bautismo en agua.
De hecho fue de esta muy temprana fórmula bautismal de la
que surgió gradualmente la liturgia bautismal de la iglesia
primitiva que dio lugar a su vez al llamado “símbolo de los
apóstoles”, mejor conocido como el “Credo Apostólico”, tal
119
68
Aunque hay que decir que, a pesar del silencio bíblico al respecto, la teología no ha dejado nunca
de especular sobre el particular.
122
69
Afirmar la prioridad jerárquica del Padre sobre el Hijo es incurrir en “subordinacionismo”, enten-
dimiento erróneo de las relaciones trinitarias al que no escaparon algunos de los campeones en la
defensa de la doctrina de la Trinidad, como el mismo Tertuliano de Cartago.
70
Las diferentes versiones varían en la traducción al español de Mateo 1:20 y algunas, como la Re-
ina Valera Revisada y la Biblia de Jerusalén, utilizan aquí el participio del verbo engendrar para re-
ferirse a la concepción virginal de Cristo, desconociendo a la tradición teológica plasmada en los
124
simo te cubrirá con su sombra. Así que al santo niño que va a nacer
lo llamaran Hijo de Dios” (Lc. 1:35).
Y ya que nos hemos referido al Espíritu Santo, la tercera persona de
la Trinidad71, la teología también ha reservado un verbo para referir-
se a Él con exclusividad. Este verbo es “proceder”. El Espíritu Santo
es, pues, el procedente o el que procede. En consecuencia, Él no
es ni el engendrado ni el que engendra, sino el procedente. Toda
la tradición cristiana está de acuerdo en la doctrina de “la procesión
del Espíritu Santo”, a secas. Pero hay diferencias entre la teología
católica y protestante de occidente y la teología ortodoxa oriental en
cuanto a identificar de quién procede el Espíritu Santo.
La tradición occidental afirma que: “procede del Padre y del Hijo”. La
tradición oriental dice que únicamente: “procede del Padre”. Por tan-
to, el Credo Niceno varía en este ítem en Oriente y en Occidente y,
como se verá en la materia de Historia del Cristianismo, este añadido
al Credo, llamado técnicamente “el filioque”, por parte de la Iglesia
Occidental, fue el que hizo las veces de pretexto o “Florero de Lloren-
te”72 para la ruptura definitiva entre la Iglesia de Occidente y la Iglesia
de Oriente en el año 1054 d.C.
Ahora bien, bíblicamente la procedencia del Espíritu Santo está fun-
damentada en Juan 15:26: “»Cuando venga el Consolador, que yo
les enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede
del Padre, él testificará acerca de mí” (Jn. 15:26). Sin embargo es
aquí donde vemos también que la procedencia puede ser comparti-
da, puesto que no sólo procede del Padre, sino que Cristo, el Hijo,
dice que él también participa en ello al enviarlo.
Llama la atención que mientras aquí se afirma que es Cristo quien lo
envía de parte del Padre, en Juan 14:26 se dice que es el Padre
quien lo envía en el nombre de Cristo. La iniciativa de ambos, Padre
e Hijo, en el envío del Espíritu Santo parece evidente. Cristo es quien
pide al Padre que lo envíe (Jn. 14:16), al tiempo que afirma ser quien
lo envía (Jn. 16:7). Así, pues, aunque en estricto rigor, la procedencia
se afirma del Espíritu Santo únicamente respecto del Padre en las
Escrituras, no es, pues, del todo infundado atribuirla al Hijo también,
como se hace en Occidente.
Sin embargo, no es conveniente detenerse en esta discusión algo bi-
zantina y perder de vista que toda la cristiandad está de cualquier
modo de acuerdo en afirmar la procedencia del Espíritu Santo, inde-
pendiente si se la refiere al Padre únicamente o al Padre y al Hijo de
una manera compartida en la unidad que ambos ostentan. En sínte-
sis, en lo que tiene que ver con la Trinidad ontológica, debemos
suscribir lo dicho en el Credo Atanasiano: “El Padre, por nadie
fue hecho ni creado ni engendrado. El Hijo fue por solo el Padre,
no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Pa-
dre y del Hijo, no fue hecho ni creado, sino que procede”.
O como lo expresa con algo más de detalle el teólogo Charles Ryrie:
“(1) El Padre engendra al Hijo y Él es de quien el Espíritu Santo pro-
cede, aunque el Padre ni es engendrado ni tampoco procede de na-
die. (2) El Hijo es engendrado y Él es de quien el Espíritu Santo pro-
cede, pero él ni engendra ni procede. (3) El Espíritu Santo procede
de ambos, del Padre y del Hijo, pero Él ni engendra ni de Él procede
alguno.”
5.5.2. Trinidad económica o administrativa
Este aspecto de la Trinidad tiene que ver con la manera en que Dios
opera hacia fuera de sí mismo (ad extra), es decir, la manera en que
se relaciona con sus criaturas y su creación en general. En otras pa-
labras, tiene que ver con su plan de acción y las variadas asig-
naciones de los diferentes aspectos de ese plan a una o a otra
persona de la Trinidad indistintamente.
Por ejemplo, en 2 Corintios 13:14 leíamos lo siguiente: “Que la gra-
cia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu
Santo sea con todos ustedes”. Aquí se da a entender que la gracia
126
es algo que Dios administra básicamente por medio del Hijo, el Señor
Jesucristo; que el amor es una administración divina más propia del
Padre; y que la comunión con Dios es algo que concierne al Espíritu
Santo.
Sin embargo, aunque la Biblia asigne funciones diferenciadas a
cada una de las tres personas de la Trinidad debemos recordar
que, en la medida en que los tres son Dios, un Dios único, uno
e indivisible, dondequiera que uno de los tres esté actuando en
primera línea de visibilidad, los otros dos también lo hacen, aun-
que con un más bajo perfil o de manera más anónima e impercepti-
ble.
Recordemos lo ya dicho en la nota de pie de página No. 67 en cuan-
to al bajo perfil que el Espíritu Santo asume en ocasiones, dada la
mayor concreción que el Padre y el Hijo tienen para el creyente. Por
lo tanto, la asignación de funciones en la Trinidad no debe verse
como una consecuencia necesaria de la Trinidad ontológica o,
dicho de modo más claro, como un producto necesario de la
identidad de cada una de las personas que trazaría límites in-
herentes e infranqueables en el accionar de cada una de ellas,
sino como un acuerdo concertado en el seno de la divinidad tri-
na.
Es así como, si el Padre es quien crea, el Hijo el que redime y el
Espíritu Santo quien santifica, no significa que ni el Hijo ni el Espíritu
Santo puedan, o incluso deban, participar en el acto de creación,
como de hecho lo hacen, según lo señalan con claridad varios pasa-
jes bíblicos que, no obstante, son mucho menos numerosos compa-
rativamente hablando que los múltiples pasajes en que se asocia el
acto de crear con Dios Padre.
Lo mismo podríamos decir del acto de redimir y del acto de santificar,
en el cual participan también los tres, aunque la prioridad en este
campo la tienen el Hijo y el Espíritu Santo respectivamente. Ya ve-
remos con más detalle las funciones asignadas en las Escrituras a
cada una de las tres personas de la Trinidad un poco más adelante
cuando nos ocupemos una a una de ellas, dedicándoles a cada una
un capítulo aparte tan pronto hayamos concluido el relativo a la Trini-
dad.
5.6. Analogías de la Trinidad
127
73
Durante la escolástica medieval cobró gran importancia la llamada “analogía entis” (analogía del
ser) para tratar de explicar los temas trascendentales de la fe, relegando en buena medida a la
“analogía fidei” (analogía de la fe) en la interpretación y comprensión de los temas revelados en las
Escrituras. La “analogía entis” le da demasiada importancia a la razón, buscando correspondencias
para los temas escriturales en el lenguaje y el mundo natural, en vez de en la Biblia misma. El cato-
licismo le ha dado mayor relevancia a la “analogía entis” que el protestantismo, que sin desecharla
necesariamente, suele mirarla con sospecha en el mejor de los casos, privilegiando entonces a la
“analogía fidei” que afirma que para comprender los temas bíblicos no hay que salir de la Biblia
misma, pues ella es su propio intérprete.
128
Cuestionario de repaso
1. ¿Cuáles son y en qué consisten las dos circunstancias formales que obran en
perjuicio del correcto entendimiento de la doctrina de la Trinidad’
2. ¿Cuál es la argumentación de la iglesia para responder a lo anterior y dejar sin
efecto las acusaciones producto de la primera estas circunstancias?
3. ¿Qué se requiere para no dar pie a la ambigüedad y confusión de términos en
el tratamiento de la doctrina de la Trinidad?
4. ¿Cómo responde la teología a quienes niegan la Trinidad debido a que la pala-
bra no se encuentra en la Biblia?
134
6. El Espíritu Santo
De la Trinidad pasamos a la consideración del Espíritu Santo, obviando aquí el
tratamiento de la persona del Padre y del Hijo. La razón para ello es que la doc-
trina del Padre es muy evidente y no se discute, pues cualquier tratamiento de
la doctrina de Dios, como el que hemos llevado a cabo aquí, se aplica al
Padre, a no ser que lo que se esté afirmando se atribuya específicamente
a alguna otra de las restantes dos personas de la Trinidad divina. En otras
palabras, lo que se dice de Dios a secas y de manera indiferenciada, se di-
ce del Padre, como ya lo dejamos establecido en el capítulo anterior. De ahí
que la doctrina de Dios es en gran medida y de manera simultánea, doctri-
na del Padre.
A su vez, en vista de la centralidad que la persona de Cristo ocupa en la fe
de quienes somos justamente llamados “cristianos”, la doctrina del Hijo
amerita una dedicación exclusiva y más amplia como la que se emprenderá
en dos materias del programa de estudio de Facter en el curso de Teología del
135
74
Valga decir que en su libro El Fruto Eterno (Vida, Miami, 2003, p. 172), el pastor Darío Silva-Silva
se refiere a la censurable fragmentación y división práctica a la que muchos cristianos someten a la
Trinidad divina y los peligros que ello conlleva así: “si un cristiano se especializa en el Padre, se
vuelve místico contemplativo; si se especializa en el Hijo se vuelve humanista; y, si se especializa
en el Espíritu Santo, se vuelve ocultista. La Trinidad no se puede dividir, pues Dios es uno”.
75
No por nada, cuando el Señor Jesucristo habló del Espíritu Santo o el Consolador que enviaría a
su iglesia después de su resurrección y ascensión a la diestra del Padre, describió así lo que el
Espíritu Santo haría: “Pero el Consolador, el Espíritu Santo… les hará recordar todo lo que les he
dicho… testificará acerca de mí… no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que oiga…
tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes“ (Jn. 14:26; 15:26; 16:13-14)
136
entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de
su Espíritu, que vive en ustedes”.
Por eso el papel del Espíritu Santo es también fundamental, aunque Él no
necesite estar en la primera línea cuando el Padre y el Hijo también lo
están, sino que puede desempeñar sus divinas funciones permaneciendo tras
bambalinas, permitiendo e incluso fomentando que el crédito mayor sea para el
Padre y el Hijo siempre que así sea conveniente o necesario. No podemos,
pues, menospreciar la presencia y la obra del Espíritu Santo en la expe-
riencia de la iglesia, sino más bien prestar atención a la indicación paulina pa-
ra que los creyentes: “No apaguen el Espíritu” (1 Tes. 5:19).
El panorama teológico que tendía a marginar al Espíritu Santo cambió
drásticamente en los albores del siglo XX cuando surge dentro de la igle-
sia evangélica norteamericana el movimiento pentecostal, cuya caracterís-
tica más distintiva fue el hablar en lenguas como resultado, presuntamen-
te, de haber recibido lo que los pentecostales llaman desde entonces de
manera algo equivoca el “bautismo en el Espíritu Santo”, como habría su-
cedido con la iglesia primitiva según se narra en el capítulo 2 del libro de
Hechos de los Apóstoles. Esta experiencia ha sido referida a dos relativamente
recientes episodios emblemáticos de características muy similares, pero de
cualquier modo distintos entre sí.
En primer lugar, lo sucedido en 1901 en una escuela bíblica de Topeca, Kan-
sas, bajo la dirección del reverendo Charles Fox Parham. Y en segundo lugar el
llamado “Avivamiento de la calle Azusa” iniciado en 1906 en una reunión similar
ocurrida en la calle Azusa de Los Ángeles, California, bajo la dirección de un
predicador de color discípulo de Pardham, de nombre William Seymour, en
donde también los asistentes hablaron en lenguas como había sucedido ante-
riormente en Kansas. Este es el origen de lo que se conoce como el pente-
costalismo clásico, que puso de nuevo al Espíritu Santo en el centro de
las reflexiones teológicas.
Al respecto John MacArthur afirma: “algunos evangélicos de las denominacio-
nes principales son culpables de descuidar al Espíritu Santo por completo… por
otro lado los movimientos pentecostales y carismáticos modernos han empuja-
do el péndulo hacia el extremo opuesto…”. Así, pues, en este nuevo interés
práctico y teológico en el Espíritu Santo los extremos enfrentados del es-
pectro están marcados, por un lado, por los llamados “cesacionistas” que
son los cristianos que, a semejanza de MacArthur, critican al pentecostalismo
moderno afirmando que es un movimiento engañoso con el argumento de que,
según la Biblia, los dones del Espíritu Santo tales como el don de lenguas
el más representativo y promocionado de todos por los pentecostales clási-
137
cos cesaron por completo en el primer siglo de la iglesia, pues estaban li-
mitados a la iglesia apostólica y concluyeron con ella. En el otro extremo se
encontrarían por igual pentecostales, carismáticos y la llamada “tercera
ola”, movimientos con orígenes diferentes a lo largo del siglo XX pero que, a
pesar de sus sutiles diferencias teológicas, tienen en común su énfasis en la
vigencia de las lenguas y, en general, los dones milagrosos del Espíritu
Santo, por lo que para nuestros propósitos podemos considerarlos como un so-
lo grupo.
Entre estos dos extremos nos ubicamos nosotros haciendo así honor a
nuestra visión integral que, en palabras del pastor Darío Silva-Silva, se ubica en
el centro, equidistante de posiciones extremas. La postura integral es
comúnmente llamada “continuacionista”, por contraste con los cesacio-
nistas, pues afirmamos la continuidad de la vigencia de los dones del
Espíritu Santo, más allá de la era apostólica hasta nuestros días. Pero lo
hacemos con reservas, en vista de que tenemos que reconocer con los cesa-
cionistas que los movimientos pentecostales y carismáticos que dominan
numéricamente de lejos el panorama protestante evangélico de la actualidad
han cometido muchos excesos en nombre del ejercicio de los dones del Espí-
ritu Santo que han desprestigiado a la iglesia a los ojos del mundo 76.
Por lo anterior, nuestra postura de centro puede ser mejor definida como
“abierta, pero cautelosa”. Abierta a la vigencia y al ejercicio actual de los
dones del Espíritu Santo en la iglesia, pero cautelosa debido a que no to-
do lo que se quiere atribuir a la acción del Espíritu Santo en la iglesia pro-
cede realmente de Él. Lo cual no significa cerrarse de lleno al ejercicio de los
dones, sino vigilar de manera bíblicamente documentada sus presuntas mani-
festaciones sobrenaturales cuando se dan, antes de aceptarlas y atribuirlas a
Dios a ojo cerrado y no hacer, de cualquier modo, de este tipo de acciones par-
ticulares del Espíritu Santo el centro de la actividad de la iglesia y de la vida
cristiana, como suelen hacerlo con frecuencia muchas iglesias pentecostales y
carismáticas.
76
Entre los cuales sobresale el cuestionable carácter moral de muchos de sus fundadores y más
representativos exponentes actuales que han sido protagonistas de sonados escándalos relacio-
nados con inmoralidad sexual y malos manejos del dinero, siendo el ámbito pentecostal al caldo de
cultivo más propicio para la infiltración en la iglesia de la llamada “teología de la prosperidad” en-
globada dentro del “movimiento de fe” denunciados antes de MacArthur así haya sido tangencial-
mente por autores cristianos como Dave Hunt y T. A. MacMahon con sus libros “La seducción de
la cristiandad” y “Más allá de la seducción” y Hank Hanegraaff con sus libros “Cristianismo en cri-
sis” y “Cristianismo en crisis siglo 21”, sin mencionar a autores latinoamericanos como el brasileño
Caio Fabio que con su libro “La crisis de ser y del tener” ya nos advertía hace más de 20 años so-
bre estas tendencias y peligros.
138
77
Bíblicamente hablando, la argumentación más sólida por parte de los cesacionistas es la que tie-
ne que ver con la no vigencia actual de los ministerios apostólico y profético, a los que asocian casi
de manera exclusiva con el ejercicio de los dones milagrosos del Espíritu Santo, por lo que al de-
mostrar la no vigencia de los primeros piensan dejar sin ninguna base a los últimos, lo cual no deja
de ser discutible. Así que, a este respecto tenemos que estar de acuerdo con ellos en que hoy por
hoy no pueden existir ni apóstoles ni profetas (por lo menos, no en el sentido estricto en que los
doce, Pablo o Bernabé lo fueron, o los profetas del Antiguo Testamento, ambos grupos deposita-
rios de la revelación de Dios en un sentido en que nadie más aparte de ellos puede reclamar para
sí). Pero la conclusión de que esto demuestra también la no vigencia posterior o actual de los do-
nes del Espíritu Santo es su argumentación bíblica más débil y, por lo mismo, más cuestionable y
de ningún modo concluyente.
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temprana mención (Gén. 1:2), pasando, entre otros, por el agua con-
vertida en sangre en el marco de las plagas egipcias; el agua que
brota milagrosamente de la peña durante el éxodo hebreo por el de-
sierto; los ritos de purificación judíos y el bautismo cristiano, que re-
curren ambos a ella; el primer milagro público del Señor al convertir
el agua en vino en las bodas de Caná; y aún el agua mezclada con
sangre que brota de la herida en el alanceado costado del Señor Je-
sucristo.
En todo esto se pueden ya vislumbrar las múltiples y análogas pro-
piedades espirituales que la Biblia nos revela acerca del agua, aso-
ciada a Cristo y, en particular, al Espíritu Santo, como se nos in-
forma en Juan 7:37-39, justificando el referirse a ella como “agua vi-
va”, “agua de vida” o “agua de la vida” (Apo. 21:6). Es así como Dios
constituye la fuente por excelencia del agua espiritual que procede a
dispensarnos gratuitamente, en clara alusión a su gracia inmerecida
(Apo. 22:17); calmando en la Biblia, su Palabra escrita; y en Cristo,
su Palabra hecha hombre, la sed espiritual fundamental del género
humano (Amos 8:11); limpiando, previo el arrepentimiento y la con-
fesión, nuestras conciencias de la contaminación cotidiana del pe-
cado (Sal. 51:2, 7; Jn. 13:3-10, 1 P. 3:20-21); e incluso trayéndonos
por su intermedio sanidad física (2 R. 5:14, Jn. 5:2-3, 7; Apo. 22:1-2),
y recurriendo a ella para evocar la salvación que sólo Él puede otor-
garnos (Isa. 12:3).
El río de la visión de Ezequiel en el capítulo 47 de su libro reúne
en sí de forma muy vívida y colorida gran parte del simbolismo
bíblico del agua alrededor del Espíritu Santo, pues brota del um-
bral del templo y a su paso la vida se despliega abundante y pletóri-
camente en toda su variedad y con todas sus múltiples propiedades y
utilidades, lo cual ha conducido a muchos estudiosos a ver en este
río en el que el profeta debe ir gradualmente sumergiéndose, una fi-
gura simbólica del Espíritu Santo.
Asimismo, el agua hace referencia a la renovación de las fuerzas que
Dios opera en el creyente (Sal. 110:7; Isa. 40:28-31; 41:10); y a la
inagotabilidad de su provisión para el que acude humildemente a
Cristo para surtirse de ella (Jn. 4:13-14). En síntesis, el agua es
símbolo de las muy variadas y numerosas formas en que Dios
quiere bendecir nuestra vida (Dt. 28:12; Eze. 34:26; Hc. 14:15-17;
Heb. 6:7).
iv. Aceite
142
78
No olvidemos que la palabra hebrea “Mesías” y la griega “Cristo” se traducen ambas al español
como “Ungido”.
143
Más allá de las características del animal como tal, entre las que se
destaca el hecho de ser un ave monógama y fiel a su pareja durante
toda su vida, la paloma es un símbolo muy útil desde el punto de
vista gráfico para ilustrar y reunir en una sola imagen simétrica
y de fácil recordación diversos aspectos puntuales de la acción
del Espíritu Santo en la Iglesia.
Las dos alas, por ejemplo, nos permiten evocar el balance que en
la iglesia debe existir entre el fruto y los dones del Espíritu San-
to, pues ambos son enumerados exhaustivamente en el Nuevo Tes-
tamento, siendo nueve (9) los elementos que constituyen cada uno
de ellos según lo leemos en 1 Corintios 12:7-10 en lo concerniente a
los dones: “A cada uno se le da una manifestación especial del Espí-
ritu para el bien de los demás. A unos Dios les da por el Espíritu pa-
labra de sabiduría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de cono-
cimiento; a otros, fe por medio del mismo Espíritu; a otros, y por ese
mismo Espíritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes mi-
lagrosos; a otros, profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros,
el hablar en diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas”.
Del mismo modo, en Gálatas 5:22-23 encontramos lo relativo al fruto:
“En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia,
amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No
hay ley que condene estas cosas”. Así, pues, la paloma con sus
dos alas simboliza el equilibrio que en la iglesia debe existir en-
tre fruto (carácter) y dones (poder) del Espíritu Santo, como si se
tratará de una paloma con nueve plumas en cada una de sus alas 79,
las cuales simbolizarían entonces el fruto y los dones del Espíritu
Santo, respectivamente.
Pero las palomas, como todas las aves, tienen una cola que les sirve
de timón y contrapeso al volar. Así, pues, para seguir con el simbo-
lismo de la paloma alusiva al Espíritu Santo, la iglesia como cuerpo
también recibe la dirección del Espíritu Santo simbolizado en la
paloma, por medio de una cola con cinco plumas80 que repre-
79
En realidad, las palomas tienen mucho más que nueve plumas en sus alas. Tienen, de hecho,
además de las plumas coberteras no relacionadas directamente con el vuelo; tres grupos principa-
les de plumas relacionadas directamente en mayor o menor grado con el vuelo que son: las reme-
ras primarias, las secundarias y las terciarias. Y las primarias, que son las más importantes para el
vuelo, son diez en las palomas.
80
Aunque aquí, de nuevo, debemos aclarar que, en realidad, las plumas timoneras de la cola de la
paloma no son cinco sino doce, lo cual no resta utilidad a la ilustración como imagen de fácil recor-
dación.
144
81
Aunque en Cristo no es claro si estos episodios son producto de un don sobrenatural con el que
el Espíritu Santo lo dotó en vista de su condición humana que le imponía limitaciones al ejercicio
de sus atributos divinos (por ejemplo, Cristo al encarnarse renunció el ejercicio pleno de su omni-
presencia, pues como hombre no podía estar en más de un lugar a la vez); o son un simple ejerci-
cio de la omniciencia que le corresponde en su irrenunciable condición divina.
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Beneficio, al remover los obstáculos muchas veces gratuitos e injustificados que la racionalidad
humana, apegada a lo que se puede percibir por medio de los sentidos, levanta a la fe. Y peligros,
porque la razón y la conciencia humanas son de cualquier modo un filtro para detener y desechar
influencias espirituales de origen incierto, engañosas y perniciosas.
150
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Como cuando en un acto de compraventa la entrega de las arras por parte del comprador es un
acto de confianza entre las partes que las compromete mutuamente a llevar a cabo la negociación
hasta su perfeccionamiento final.
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En la iglesia apostólica era necesario este intervalo entre regeneración y bautismo del Espíritu
Santo para que Dios pudiera mostrar con claridad, mediante un acto sobrenatural objetivo, visible,
audible e inobjetable que fuera más allá del carácter subjetivo menos evidente de la regeneración;
que no solamente los creyentes judíos que constituían la totalidad de la iglesia de 120 personas
reunida en el aposento alto en Pentecostés contaban con su aprobación y eran depositarios privi-
legiados de su Espíritu, sino también los samaritanos (Hc. 8:14-17), los temerosos de Dios (Hc.
10:1-2, 23-24, 44-48) y los gentiles (Hc. 19:1-6), que eran los tres diferentes grupos humanos cuyo
estatus estuvo en discusión en la iglesia por parte de los creyentes judíos, como se deja ver en el
pasaje central del libro de los Hechos en el capítulo 1, versículo 8: “Pero cuando venga el Espíritu
Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Ju-
dea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”
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85
Secuencia en la que primero tenía lugar la regeneración y conversión de la persona y sólo des-
pués, pasado un periodo indefinido de tiempo, tenía lugar el bautismo del Espíritu Santo.
155
Seguimos, pues, a Sproul cuando dice: “En ningún lugar enseña la Escri-
tura explícitamente que el hablar en lenguas sea una señal necesaria
del bautismo del Espíritu Santo o que debe haber un intervalo de tiem-
po entre la conversión y el bautismo del Espíritu. Estas ideas son infe-
rencias [no válidas] extraídas de la narración”. Así, pues, como quiera
que se entienda la doctrina del bautismo del Espíritu Santo y su presunta
relación de causa con las lenguas y demás dones del Espíritu Santo, lo úni-
co cierto es que estos últimos no conceden por sí mismos a quienes
hablan en lenguas o los ejercen una condición espiritual superior en
ningún sentido a la de quienes no lo hacen, como si los primeros hubieran
sido beneficiarios del bautismo del Espíritu Santo y los segundos no. Entre
otras cosas porque no podemos olvidar que en relación con los dones
del Espíritu Santo la Biblia dice que Él “… reparte a cada uno según él
lo determina” (1 Cor. 12:11, 29-30) y no según los méritos o el nivel de
espiritualidad ostentado por quien recibe el don que, como lo demuestra
la historia reciente del movimiento pentecostal, en un significativo número
de casos deja mucho que desear.
Por último, hacer de la conversión y el bautismo en el Espíritu Santo expe-
riencias separadas en el tiempo es borrar las diferencias en la acción del
Espíritu Santo que se dan entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Tampo-
co nos detendremos aquí en precisiones minuciosas sobre estas diferen-
cias. Nos basta señalar que en el Antiguo Testamento la acción del
Espíritu Santo sobre los miembros de la nación judía era de carácter
restringido y temporal, es decir que venía sobre personas seleccionadas
para cumplir algún propósito particular en los planes de Dios y se retiraba
una vez cumplido este propósito, mientras que en el Nuevo Testamento
es de carácter absolutamente incluyente y permanente, es decir que,
como lo anuncia el Señor Jesucristo al compararlas entre sí, en la dispen-
sación del Antiguo Testamento que concluye con Cristo, el Espíritu Santo
“… vive con ustedes…”, mientras que en la dispensación del Nuevo Testa-
mento que inicia Cristo “estará en ustedes…” (Jn. 14:17), sin discriminar a
ningún creyente.
Es por eso que Sproul dice: “Mi queja contra la teología neopentecostal es
que tiende a tener una opinión demasiada baja de Pentecostés. Parece que
la teología neopentecostal no logra hacerle justicia al significado histórico
del libro de Hechos y nos deja con una idea de la obra de distribución
de los dones carismáticos efectuada por el Espíritu más similar al An-
tiguo Testamento que al Nuevo”, añadiendo luego: “A la luz del principio
de la distribución limitada del Espíritu Santo que hallamos en el Antiguo
Testamento, el día de Pentecostés señala hacia el derramamiento del
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Espíritu Santo no sobre parte del pueblo de Dios, sino sobre todo el
pueblo de Dios… este es un aspecto clave que la teología neopente-
costal oscurece… admite que la distribución del Espíritu Santo está a dis-
posición de todo el pueblo de Dios, pero que no todo el pueblo de Dios la
obtiene necesariamente”.
De su calificado y autoritativo análisis Sproul concluye: “El peso de la inter-
pretación del significado de Pentecostés milita en contra de la comprensión
neopentecostal del bautismo del Espíritu Santo. A todos los que el Espíri-
tu Santo regenera, también los bautiza, los llena y los dota con poder
para el ministerio… No hay testimonio alguno en Hechos de que algún
creyente… no lograra recibir (o recibiera parcialmente) el Espíritu San-
to prometido cuando este descendió… Lo normativo acerca de Pente-
costés es que el Espíritu bautiza a todo el pueblo de Dios. El hecho de que
hubiera un retraso en Hechos entre la conversión y el bautismo no es-
tablece este aspecto como norma”. Y ni siquiera se establece el don de
lenguas como señal exclusiva de que se ha recibido este bautismo, pues:
“queda claro que, en el tiempo en que se escribió 1 Corintios, el hablar
en lenguas no se consideraba como un signo indispensable de haber
recibido los dones carismáticos”.
Cuestionario de repaso
1. ¿Cuáles son los nombres de las diferentes posturas que cubren todo el espec-
tro teológico actual acerca de la doctrina del Espíritu Santo y cuál es la asumi-
da en Casa Sobre la Roca? Defínalas brevemente
2. Menciones tres razones bíblicas que revelan al Espíritu Santo como una per-
sona en propiedad
3. ¿Cuáles son los símbolos bíblicos para referirse al Espíritu Santo?
4. ¿Por qué la paloma es un símbolo muy útil para ilustrar y reunir en una sola
imagen simétrica y de fácil recordación diversos aspectos puntuales de la ac-
ción del Espíritu Santo?
5. ¿Cómo se pueden clasificar los dones del Espíritu Santo para su mejor defini-
ción, estudio y recordación?
6. Identifique cuatro actividades importantes que el Espíritu Santo lleva a cabo en
el creyente más allá del estrecho ámbito pentecostal del ejercicio de los dones
del Espíritu Santo
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7. Explique por qué no se puede concebir como una norma que la conversión y
nuevo nacimiento del creyente esté separada en el tiempo por un lapso indefi-
nido del bautismo del Espíritu Santo
8. Relacione y explique las razones por las cuales quienes hablan en lenguas o
ejercen los dones del Espíritu Santo no ostentan por ello de manera necesaria
ninguna superioridad ni moral ni espiritual sobre los demás creyentes
9. En relación con el don de lenguas, explique las razones por las cuales, si bien
su presencia es señal incontrovertible de que se ha recibido el bautismo del
Espíritu Santo, su ausencia no implica de ningún modo el no haberlo recibido