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Presentado Por:
Leidy Johanna Acosta Contreras
Dirigido A:
Diego Fernando Torrado G.
Cúcuta, Colombia
2021
Taller Punto y Coma
Texto N° 1:
Entonces la salió un novio, el hijo del médico Gandea, muchacho guapo, algo perdido. Amoríos,
vehementes, una novela en acción. Según parece, el muchacho quería llevar la novela a su último
capítulo, y ella se defendía, defensa que tiene mucho mérito, porque, repito, y los hechos lo han
demostrado, que se encontraba absolutamente bajo el imperio de la más férvida ilusión amorosa.
Una de las señales que caracterizan el poderío de esta ilusión es el efecto extraordinario,
absolutamente fuera de toda relación con su causa, que produce una palabra o una frase del ser
querido.
Texto N° 2:
Texto N° 3:
Yo iba mirando a los cerrados balcones, saludando con la imaginación a todos aquellos seres
desconocidos que dejaba detrás de mí y que suponía entregados al sueño, o bien pensaba en que
seguirían viviendo allí rutinariamente más o menos años, sin noticia alguna de que yo había
pasado una mañana por delante de sus viviendas, hasta que la muerte los obligase a viajar
también a ellos, de quienes, al cabo de cierto tiempo, tampoco tendrían noticia o memoria los
nuevos habitadores de sus hogares…
Texto N° 4:
Estaban en medio de la campiña. No había por allí olivares, ni huertas, ni árbol que diese
sombra, sino terrenos sin roturar, donde las plantas que más descollaban eran el romero y el
tomillo, entonces en flor y que exhalaban olor muy grato, o bien extensas hojas de cortijo,
sembradas unas, otras en barbecho o en rastrojo. Lo sembrado verdeaba alegremente, porque
aquel año había llovido bien y los trigos estaban crecidos y lozanos. El suelo, formado de suaves
lomas, hacía ondulaciones, y como no había árboles, la vista se dilataba por grande extensión sin
que nada le estorbase. Aquello parecía un desierto. No se descubría casa ni choza, ni rastro de
albergue humano por cuanto abarcaba la vista.
Texto N° 5:
La imitación servil del modelo consagrado, la sujeción al canon oficial, el principio de autoridad
en el arte, la fórmula tradicional, el precepto empírico e inmutable, son trabas tan aborrecibles
para la nueva escuela como lo fueron para las batalladoras huestes del romanticismo; el arte
académico, oficial, erudito y artificioso, que ahoga la personalidad del artista, mata la
inspiración y la originalidad e impide el progreso del gusto, objeto es de sus encarnizados
ataques; pero el principio a nombre del cual se levanta en armas nada tiene de común con el que
alentaba a los románticos.
Texto N° 6:
¿Convenía o no la carretera? Por de pronto era una novedad, y ya tenía ese inconveniente. Manín
de Chinta, además, sentía abandonar la antigua calleja, el camín rial, un camino real que nunca
había llegado a cuarto siquiera; porque, pese a todas las sextaferias que habían abrumado de
trabajo a los de la parroquia, en ochavo se había quedado siempre aquella vía estrecha, ardua,
monte arriba, con abismos por baches, y con peñascos, charcos y pantanos por el medio.
Texto N° 7:
Texto N° 1:
El niño, que detesta la escuela; el joven, que maldice los estudios graves; el Gobierno, que los
proscribe de sus cátedras y hasta los persigue en ocasiones; el profesor, que repite año tras año
la misma cantilena, suspirando con el alumno por la hora dichosa de las vacaciones que ha de
emanciparlos a entrambos, son, después de la atonía del espíritu nacional, el más elocuente
testimonio contra un orden de cosas que sólo por excepción deja de inspirar tedio. Con ser tan
miserables los recursos materiales consagrados a su subsistencia, quizá todavía exceden al
beneficio que produce.
Tengo un sobrino, y vamos adelante, que esto nada tiene de particular. Este tal sobrino es un
mancebo que ha recibido una educación de las más escogidas que en este nuestro siglo se suelen
dar; es decir esto que sabe leer, aunque no en todos los libros, y escribir, si bien no cosas dignas
de ser leídas; contar no es cosa mayor, porque descuida el cuento de sus cuentas en sus
acreedores, que mejor que él se las saben llevar; baila como discípulo de Veluci; canta lo que
basta para hacerse de rogar y no estar nunca en voz; monta a caballo como un centauro, y da
gozo ver con qué soltura y desembarazo atropella por esas calles de Madrid a sus amigos y
conocidos; de ciencias y artes ignora lo suficiente para poder hablar de todo con maestría.
Texto N° 3:
No era un hombre perverso, no era capaz de maldad declarada, ni de bien; era un compuesto
insípido de debilidad y disipación, corrompido más por contacto que por malicia propia; uno de
tantos; un individuo que difícilmente podría diferenciarse de otro de su misma jerarquía, porque
la falta de caracteres, salva notabilísimas excepciones, ha hecho de ciertas clases altas, como de
las bajas, una colectividad que no podrá calificarse bien hasta que los progresos del neologismo
no permitan decir las masas aristocráticas.
Texto N° 4:
El rico tenía más pellas que un cebón, por lo que la gente del barrio le llamaba D. Juan Botija:
hablaba recio, como la campana gorda [14]de la iglesia; pisaba fuerte, como el que pisa en lo
suyo; rara vez se descubría, y, sin embargo, todos los sombreros se inclinaban a su paso; fumaba
puros, y vivía en una casa propia, con cancela y fuente en el patio.
Extraído de “Cuentos para niños”, de Luis Coloma. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Texto N° 5:
Si, confiando en la superioridad de su genio, no supo unir la adulación a las dotes de su talento;
si, mirando desdeñosamente los intereses materiales, no acertó a mendigar un favor del
poderoso; favor menguado, que, apartándole de sus nobles ocupaciones, le convierte en
lisonjeador de oficio o en mecánico oficinista, todo su saber, por grande que sea, bastara tal vez a
conquistarle un lugar distinguido en las crónicas literarias; acaso la posterioridad encomiará su
genio, acaso levantará estatuas a su memoria; pero en tanto su vida se consumirá angustiosa en
medio de triste privaciones; y aquel hondo despecho que produce en el alma un desdén injusto,
abreviará sus días, y muy luego le conducirá al ignorado sepulcro, que en vano buscarán sus
futuros admiradores.
Extraído de “Cuentos del hogar”, de Teodoro Baró. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.