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La teoría de la complejidad plasmada en el principio de incertidumbre de Heisenberg y

como reminiscencias en el psicoanálisis.

Ernesto Soriano

El objetivo que se plantea en este trabajo es establecer e incluso ilustrar el nivel de conexión
y, si es que se puede, hablar de una interdisciplinariedad a nivel dialéctico fractal compleja (Peñuela
Velásquez, 2005) entre el Principio de Incertidumbre promulgado por Werner Heisenberg en 1925 y
1927 bajo el amparo teórico de la entonces incipiente mecánica cuántica y el fantasma que se asoma
en él, de la teoría de la complejidad de la que da cuenta Edgar Morín (2017), y a su vez, de sus
interconexiones (reminiscencias) que de ello encontramos en los conceptos metapsicológicos que
plantea el psicoanálisis.

Aún y cuando parecieran disímbolos en un primer momento los contenidos gnoseológicos que
se pretenden unir con esta propuesta, lo cierto es que hallamos un anclaje común -a título de piedra
angular- que es la “incertidumbre”; esa de la que habla Edgar Morín (2004) cuando afirma que “…hay
un principio de incertidumbre en el examen de cada instancia constitutiva del conocimiento”, lo cual
rompe con lo que hasta antes de los albores del siglo XX se había dicho en torno a la física, a la
psicología, a la epistemología…en sí…en cuanto al modo del ver el Mundo. Se trata pues de una
weltanschauung 1 que -en concepto de quien aquí escribe- une a la perfección el principio de
incertidumbre de Heisenberg con la teoría de la complejidad, y el psicoanálisis. Es precisamente el
desarrollo de la “piedra angular” en mención, la que puede solucionar el nivel de interacción que
sugiero, para unir de una manera “redonda” la base teórica de sendas nociones. Sin el componente
de “incertidumbre” serían triunfantes todas aquellas amenazas de destrucción con respecto a esta
interdisciplinariedad propuesta y -en todo caso- tendrían razón, pues es el rompimiento con la física
clásica mediante la incertidumbre de la mecánica cuántica lo que cambia la geografía de “los dados
de Dios” a que se refiere el profesor Einstein.

Para llegar a dicha finalidad, sin duda es necesario plantear la toralidad del postulado de
Heisenberg (1925,1927) como punto de partida y al mismo tiempo columna vertebral que hilvane la
complejidad y el psicoanálisis; habida cuenta que no podríamos invertir la fórmula del algoritmo,

1
https://www.gestiopolis.com/cosmovision-y-explicacion-del-termino-weltanschauung/

1
porque es precisamente la emergencia de Heisenberg la que reconfigura el modo de apreciar el
Mundo, primero desde la mecánica cuántica como embajadora de lo que se estimaban las ciencias
duras y exactas, para después permear la epistemología de horizontes disciplinares de mayor corte
humanista, esto es, ciencias del espíritu (Dilthey, 1949).

La contradicción de términos es aparente bajo paradigmas que no pertenecen a la ciencia de


la complejidad, o dicho de otro modo, que se refieran a concepciones tradicionales de la ciencia en
donde hay una linealidad estricta y un principio clásico de legislar, como si todo fuera susceptible de
estandarizarse y gobernarse con base en el conocimiento situado en modelos, que al jactarse de ser
lógicos no siempre están investidos de verdad.

Así entonces, tenemos que Werner Heisenberg formuló en 1925 un artículo llamado Über die
quantentheoretische Umdeutung kinematischer und mechanischer Beziehungen” (Sobre una
reinterpretación teórica cuántica de las relaciones cinemáticas y mecánicas) mismo que se recibió el
29 de julio de ese mismo año en la redacción de la revista Zeitschrift für Physik; documento que por
primera ocasión se refiere a la Mecánica Cuántica, basada en el cálculo matricial. En este valioso
documento, esencialmente Heisenberg (1925) establece que “..no es posible por medio de cantidades
observables asignar al electrón un punto en el espacio en función del tiempo” (p. 3), a diferencia de
la física clásica que establecía lo contrario.

Ello sólo era el hilo conductor de lo que más adelante revolucionaría a la física, en el sentido
de que matemáticamente las frecuencias, energías y movimientos cuánticos del electrón sólo podían
tener una solución “perfecta” o enteramente calculable en “los casos más simples”, pero que en
sistemas más complejos como sucede con el átomo de hidrogeno, los movimientos de los electrones
son periódicos y aperiódicos y que “…en términos de Mecánica cuántica, generalmente no se puede
llevar a cabo una separación en “movimientos periódicos y aperiódicos” (p. 8) y “…que una pequeña
perturbación de un problema mecánico da lugar a términos adicionales en la energía o en las
frecuencias que corresponden a las expresiones encontradas por Kramers y Born Ů en contraste con
las que proporcionaría la teoría clásica”. (p.9).

En pocas palabras, se dijo que el electrón (sinónimo de rotador) que rodea al núcleo del
átomo, guarda una distancia media que es variable y que la física clásica sólo medía con
aproximaciones matemáticas llamadas “medio entero” pero que los saltos cuánticos del electrón eran
indeterminados (representado por el número cuántico m) lo cual nos empieza a ilustrar acerca del
desplazamiento que hace Edgar Morín, en su epistemología de la complejidad, del princpio de
“legislar” como sinónimo de ciencia.

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Dos años más tarde, el propio Heisenberg (1927) publicó en el Instituto de Física Teórica de la
Universidad de Copenhage un artículo complementario que lleva por título “Sobre el contenido físico
de la cinemática y la mecánica cuánticas” de cuyo contenido se desprende una comprensión más
detallada del comportamiento azaroso del átomo en su interior, particularmente por cuanto hace al
electrón. Sin embargo, plantea dentro de esa acción de ”Tychê” (Nava Contreras, 2021) a la
interacción como un factor que incide en los movimiento cuánticos al interior del átomo y nos dice al
efecto: “Para seguir el comportamiento cuántico de un objeto, se debe conocer la masa del objeto y
las interacciones con cualquier campo u objeto.” (p. 3) y no sólo eso, sino que hace alusión a lo que
Morín (2004), muchos años más tarde, llamó “elementaridad” y sus limites como necesarios en la
teoría de la complejidad en estrecha relación con su crítica al absolutismo de la “disyunción entre el
objeto y el medio” que forma parte del pensamiento simplificante, al momento de que nos dice
Heisenberg: “Acerca de la forma esencial (Gestalt) de un objeto, cualquier otra suposición es
innecesaria; la manera más útil de emplear la palabra “Gestalt” es para designar la totalidad de dichas
interacciones” (p. 3)

En este sentido, el propio Morín (2004) se confiesa vinculado con esta parte concreta de la
mecánica cuántica al formular en su teoría de la complejidad, una “…invitación al pensamiento
rotativo, de la parte al todo y del todo a la parte. Ya la reintroducción del observador en la observación
había sido efectuada en la micro-física (Bohr, Heisenberg) y la teoría de la información (Brillouin)” (p.
11).

En este segundo trabajo, el principio de incertidumbre del físico alemán queda al descubierto
cuando explica que la posición de un electrón (dada su tíquica movilidad) podría ser viable en un
primer momento mediante su iluminación observada al microscopio de rayos gamma, pero que ello
queda limitado a la incidencia de un problema llamado “efecto Compton” basicamente definido en sus
propias palabras así:

…un cuanto de luz choca contra un electrón, es refejado o dispersado por él, y luego
es desviado por la lente del microscopio para producir el efecto fotoeléctrico. En el
instante en que la posición es conocida, en ese mismo instante, cuando el cuanto de
luz es dispersado por el electrón, el momentum del electrón cambia de forma
discontinua (p. 3)

Esta transcripción, se considera por el suscrito como algo determinante para vincular la teoría
de la complejidad, y, en sí, la comprensión de la realidad, particularmenrte con la apuesta del tiempo

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sincrónico (Morín 2004) en sustitución del tradicional tiempo lineal, dado que esa comprensión
identitaria sujeto-objeto, en realidad se traduce como una aspiración de perfección que no existe,
dado que la comprensión de la realidad (sea en términos de la física cuántica, de la filosofía o de la
epistemología) se adquiere por mediación simbólica, de lo cual dan cuenta los románticos alemanes,
los estructuralistas, y particulamente Guillermo Federico Hegel (1807), y que (más adelante)
heredaría el psicoanálisis de Freud, a través de la terapia que se plantea en “el acto analítico”, la
transferencia y la contra transferencia. Incluso, en ese ejercicio interdisciplinar que propone la
multicitada teoría de la complejidad, el “efecto Compton” definido líneas atrás, se nos presenta como
base teórica (entre otras) de la noción astronómica de que los brillos de las estrellas en el cielo, en
realidad, son ecos de lo que alguna vez fueron, dado que es la luz reflejada del sol que viaja hacia
nosotros a través de distancias casi infinitas y que al ser captadas por nuestros sistemas cognitivos,
es muy probable que esas estrellas”reflejdas” ya hayan “muerto”, es decir, desaparecido en el devenir
del proceso de creación del cosmos mediante singularidades de hoyos de energía (cuya linealidad del
tiempo, valga la coincidencia, desaparece).

Así entonces, y sin ahondar más en las profundidades y laberintos de la física cuántica ni en
los apasionantes postulados de Heisenberg, podemos asumir con suficiencia teórica que este
ganador del premio Nobel abrió una disrupción con la física clásica (magistralmente representada por
el profesor Albert Einstein) y más que eso, con una visión del mundo con pretenciones
exageradamente lineales y cuasi perfectas. Es aquí en donde se produce el fenómeno del paradigma
que recoge el pensamiento científico como analogía del rompimiento epistemológico.

Partiendo de la base de que el componente más pequeño de la realidad existente o al menos


así comprendida a inicios del siglo XX como lo es el átomo, se comporta (en su interior) de una forma
tíquica, azarosa y de difícil comprensión, entonces toda la realidad (al menos material) estaría
afectada por esa incertidumbre que da cuenta del mundo crepuscular en que vivimos (como lo define
críptica y poéticamente Walt Whitman). El punto clave, es que la incertidumbre se presenta en un
primer momento al tenor del positivismo puro, pero termina extendiendo sus dominios en lo
fenomenológico, en específico, cuando volteamos la mirada en esa interacción sujeto objeto, que
define al primero y transforma al segundo. Interacción que se plantea -incluso- desde la mecánica
cuántica misma (como ya vimos) hasta Lev Vygotsky al tratar de explicar el desarrollo emocional y
competencial de las personas, y ni que decir del proceso de sujetación que plantea Nestor Braunstein
(1990), todos ellos inmiscuidos en sus planteamientos con la otredad, sea física, cuántica o simbólica.

Así, desde una base de la física que revolucionó al mundo, observamos una intersección que
se escapa a la casualidad y que adopta la teoría de la complejidad para observar los fenomenos

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epistemológicos y los procesos que de ahí derivan, de un modo similiar a como implica conocer el
funcionamiento de un átomo. Obligándonos a entender que la interdiscipinariedad y la
transdisciplinaridad se presentan como necesarias y componente “normal” para entender y explicar la
realidad de un modo holístico, pero esencialmente satisfactorio a la sed innata del ser humano por
acceder a la verdad. Aquí es precisamente la fuente de ese núcleo definitorio del ser humano que
transita del conocer a la verdad; aspecto que, dicho sea de paso, encuentra coincidencia con el acto
analítico del psiconálisis que a diferencia de las psicoterapias, no se conforma con conocer, sino que
aspira a la verdad…cuál verdad? la del analizante, porque el conocer, queda para el paciente de la
medicina y de las terapias congnitivo conductuales.

Es en este cruce de caminos, curiosamente también a inicios del siglo XX, es donde aparecen
los conceptos metapsicológicos creados por el psicoanálisis y con los que a su vez se sostiene,
conteniendo la huella de todo lo que que hasta este punto hemos destejido y (por qué no decirlo)
resuelto.

Esta creación de Sigmund Freud comulga con el el princpio de incertidumbre y la teoría de la


complejidad, con base en muchas nociones que van más allá de la psicología, como son la terapia
misma, enmarcada por el acto analítico, en el que el analizante es el que habla y al que se le
identifica en otras terapias como el paciente, que en realidad es el ser que detenta la verdad y que se
manifiesta mediante la expresión oral como vehículo de la libre asociación y expresión del
“semblante” lacaniano (1953), en un intento por aproximarse a aquello que se quiere decir, mediante
una semiologia que estructura y condiciona su existencia a través de un lenguaje constituido por
signos saussureanos que no son suyos (del analizante) sino del otro y del Otro (Nombre del Padre
por ejemplo). Es ese entorno que no le es propio, el que define la “ubicación” del sujeto a manera de
parangón con la historia que nos contó Heisenberg del átomo, pero que a diferencia de la psicología,
el psicoanálisis plantea la busqueda de la verdad y no del saber. Por eso la verdad está en quien
habla acostado en un divan y no en el psicólogo que en las psicoterapias ostenta el saber para
“acomodar” al paciente al estus quo y ubicarlo en una realidad que no es la de él, a un modo de la
física clásica en donde todo el cálculo es redondo y perfecto, y, si se puede decir, con final feliz.
Cuando en el psicoanálisis no hay final feliz en función del Otro o del otro, sino en función del
analizante que al término de la terapia arriba a la anagnórisis y reconoce la verdad, no la de sus
padres ni la de su sociedad sino la de él. Por eso aquí también se rompe el principio de legislar de la
ciencia clásica y que descarta Edgar Morín, en donde falsamente se asume que hay un “estándar”
para curar de las emociones a las personas, acorde a una comparación con la otredad que dicta la
reglas de la dicotomía salud-enfermedad. Así, la verdad es el fin del psicoanálisis y que así como el
princpio de incertidumbre de Heisenberg da cuenta de un aparato psíquico tan dinámico e

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impredecible como cada sujeto, en donde no hay una cura “estandarizada” (como la trayectoria
predecible del electrón en la física clásica) y es que, se vale decirlo, no hay cura como la que
proclama la psicología clásica sino estructuras gnoseológicas capaces (conforme a su dinamismo) de
codificar diferente la realidad (que se reconoce como simbólica y mediada), en un afán de que el
analizante se asuma en la precariedad de un ser inacabado y dividido desde que salió expulsado del
cuerpo de su madre y lo inundó la sensación de incompletitud. De este modo, analizar al analizante
no responde a la ciencia clásica sino a la incertidumbre del ser precario, único, dividido y sujeto al
lenguaje del Otro/otro… es un electrón del que no puede decirse que guarda una posición fija y muy
precisa con respecto al núcleo, que en este caso es la otredad. Así, el psicoanálisis ofrece estudiar el
aparato psíquico planteado por Freud (1992) en su segunda tópica como una trinidad del Yo, el Ello y
el Super Yo con un inconsciente que se presenta en cada partitura y que en él reside precisamente su
incertidumbre como si se tratara del “efecto Compton”, en donde lo que ve el analizante y el analista
(ambos en un inicio y a veces para siempre) son reflejos del inconsciente a similitud del fenómeno
fotoeléctrico que se produce al iluminar un electrón con un cuanto de luz, para ubicarlo bajo la mirada
del microscopio de rayos gamma; y sin embargo, eso que “vemos” es un destello falso o no tan
exacto de ese inconsciente que entonces abona a la verdad que subyace al principio de
incertidumbre y que por tanto, incluso la anagnórisis (si es que llega) es un “medio entero” (cálculo
mediado) de la posición del sujeto frente a su deseo en la estructura insconsciente; pero sólo es eso,
una aproximación del cuanto que se refleja en el electrón, mientras que la vía regia de acceso al
inconsciente, que Freud llamó así a los sueños, no viene a ser otra cosa que ese destello fugaz del
fenómeno fotoeléctrico para poder “ubicar” al electrón cuando es iluminado y visto por microscopio de
rayos gamma. Los brincos cuánticos y azarosos (posiblemente influenciados por las interacciones del
átomo) se representan en lo dinámico del aparato psíquico (teorías psicodinámicas derivadas del
psicoanálisis) del que se desprende que así como el electrón, el inconsciente humano es un pez
sacado del agua que se escapa de nuestras manos para volver al río.

Punto de intersección entre estas tres teorías de las que nos venimos ocupando vienen a ser
las cuatro causas del comportamiento que nos expone Peter R. Killeen (1989) y cuyo fundamento
encontramos en la explicación aristótelica de los fenómenos, a partir de las causas eficientes, las
causas formales, las causas materiales y las causas finales.

En este punto, bien vale la pena decir que la mecánica cuántica nace a luz de explicaciones
que atendieron a las causas eficientes (factores desencadenantes) pero esencialmente atendiendo a
las causas formales, de tal suerte que se trata de un modelo axiomático, lo cual hereda (y conecta)
con el psicoanálisis (y sus conceptos metapsicológicos), por lo que no es sino hasta los
planteamientos de la teoría de la complejidad y la ciencia que de ahí deriva, cuando se tiene especial

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cuidado de generar conocimiento mediante la comprensión de esas cuatro causas, donde es igual de
importante generar un modelo, como observar y verificar las causas eficientes o desencadenantes de
un fenómeno (como es el entorno cuántico o de otredad, para los temas que nos ocupan) así como
las explicaciones que descansan en las causas materiales, que implican mecanismos del fenómeno
como lo fueron los adelantos científicos que surgieron después de 1925 y 1927, que permitieron
explicar procedimentalmente el princio de incertidumbre así como más adelante a Freud vino Lacan
para explicar con sus tres registros atados en el nudo borromeo, el funcionamiento triado del aparato
psíquico vinculado con la sustancialidad de la segunda tópca freudiana.

Y desde luego no dejar ver que las causas finales dieron giro de utilidad al principio de
incertidumbre y a la mecánica cuántica de la cual forma parte, para sustentar la invención y uso (entre
otros) de la bomba atómica; y en el caso del psicoanális, de una nueva forma de intervención
procedimental que se traduce en una “cura” distinta a la que ofrece la psicología tradicional pero que,
escapando del postulado de la salud mental emparentado con la medicina y/o la fisiología, ofrece una
oportunidad de salud producto de un modelo inicialmente axiomático y hoy día instrumental, utilitario
y tangible a la luz de la necesidad del neurótico, el perverso o el psicótico, como pertenecientes a las
tres estructuras que propone el psicoanálisis.

Conforme a lo asentado, sin duda existe una sincronicidad entre el princpio de incertidumbre,
la epistemología de la complejidad y el psicoanálisis, que efectivamente descansa en lo azarosa que
es la composición de la materia en su más mínima expresión y como consecuencia, en sus más
complejas manifestaciones, incluso que llega -esa Tychê- a la parte del alma, de las emociones, del
inconsciente, lo que por fuerza conduce al acceso y generación de conocimiento en un nivel de mayor
profundidad y exahustividad como el que propone esa epistemología de la complejidad y el concepto
aristótelico de las cuatro causas de los fenómenos. Estas afirmaciones precisamente están sujetas a
la “piedra angular” de la incertidumbre, de tal modo que como científicos y epistemólogos estamos
comprometidos a una busqueda constante, dinámica y siempre abierta a esa indeterminación de
encontrar acceso a la verdad en cualquier resquicio de la existencia, sin que por ello eximamos el
compromiso del rigor que nos enseña el pensamiento crítico.

Ciudad de México, Septiembre, 2023

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Braunstein, Néstor A. (1990) El goce: un concepto lacaniano. Siglo XXI Editores, México (2009)

Freud, S. (1992). Obras Comnpletas. Sigmund Freud. Volumen 19 (1923-1925) El y el ello y otras
obras. Amorrortu editores, Buenos Aires.

Killeen, PR (1989). El comportamiento como trayectoria a través de un campo de atractores. En JR


Brink y CR Haden (Eds.), La computadora y el cerebro: perspectivas sobre la inbteligencia humana y
artificial (pp. 53 a 82). Ámsterdam: Elsevier

Lacan, J. (1953) Lo simbólico, lo imaginario y lo real. En: De los nombres del padre. Ed. Paidós.
Buenos Aires, 2007.

Nava Contreras, M. (2021, enero). Tychê, la diiosa de la incertidumbre. Prodavinci, p.1


https://prodavinci.com/tyche-la-diosa-de-la-incertidumbre/

Heisenberg, W. (1925) Sobre una reinterpretación teórico cuántica de las relaciones Cinemáticas y
Mecánicas. Gotinga. Instituto de Física Teórica. pp. 1, 6, 8
https://www.academia.edu/69703745/Heisenberg_1925_Sobre_una_Reinterpretación_Teórico_Cuánti
ca_de_las_Relaciones_Cinemáticas_y_Mecánicas

Heisenberg W. (1927). Sobre el contenido físico de la cinemática y la mecánica cuánticas.


Copenhage, Instituto de Física Teórica de la Universidad. pp. 3
http://iftucr.org/IFT/Heisenberg_files/Heisenberg_español.pdf

Hegel, F. (1807). Fenomenología del espíritu. Fondo de Cultura Económica. México, (1971)

Morin. E. (2004, mayo). La epistemología de la complejidad. Gazeta de Antropología. p. 33 (traducción


de L'intelligence de la complexité, editado por L'Harmattan, París, 1999. P. 77).
https://www.ugr.es/~pwlac/G20_02Edgar_Morin.html

Peñuela Velásquez, L. Alejandro. (2005) La transdisciplinariedad: Más allá de los conceptos, la


dialéctica. Andamios [online]. vol. 1, n.2, p. 53

Dilthey, W. (1949). Introducción a las ciencias del espíritu. México. Fondo de cultura económica.

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