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Historia de la Filosofía 2º de Bachillerato

LA FILOSOFÍA DE DESCARTES

1.1. La duda metódica y sus características

El punto de partida de la filosofía de Descartes (1596-1650) es su propia situación autobiográfica,


personal, de desorientación vital. Tras haber estudiado, durante sus años de juventud, toda la filosofía
de su época y del pasado, Descartes cae en la cuenta de que los filósofos anteriores no le proporcionan
ningún criterio seguro para distinguir lo verdadero de lo falso, y que poco le sirven esos filósofos para
orientarse en la vida y saber qué rumbo tomar. ¿Cuál de todas las filosofías anteriores es la verdadera?

Esta sensación de desorientación e incertidumbre está en parte provocada por la desconfianza


que la filosofía medieval suscitaba en los pensadores modernos. La filosofía escolástica de finales de la
Edad Media fue una filosofía bastante teórica, compleja y oscura, en la que abundaban las disputas
estériles entre escuelas de pensamiento (franciscanos, dominicos, etc.). En estas disputas solían tratarse
temas teológicos y poco conectados con los problemas de la vida mundana, y resultaba difícil saber
quién tenía razón. Además, los métodos de investigación que empleaban los medievales no eran
métodos claros, ordenados y ajustados a las capacidades de conocimiento humanas.

Frente a ello, Descartes reacciona proponiéndose la misión de encontrar un nuevo primer


principio (o arjé) para la filosofía y el conjunto del saber, una especie de “gran verdad” que sea
absolutamente sólida e incuestionable, y que, por tanto, nos aleje del error y nos dé seguridad en la
vida. A diferencia de lo que sucede con los demás conocimientos filosóficos descubiertos por los
pensadores anteriores, ese primer principio que busca Descartes ha de ser una verdad muy sólida y
firme, una verdad sobre la que no puede haber la más mínima sospecha de duda o falsedad. Ese primer
principio o “verdad más verdadera” será la base sobre la que después Descartes construirá todo un
nuevo sistema filosófico seguro y fiable.

Pero, ¿cómo es posible encontrar dicho primer principio? ¿Cómo podríamos llegar a conocerlo? La
respuesta es…: A TRAVÉS DE LA DUDA METÓDICA. Se trata de un método o procedimiento ordenado en el cual
se van a someter a duda todos los principios y conocimientos de la filosofía y del saber, de forma que
aquellos que se nos presenten como dudables serán considerados como provisionalmente falsos e irán
quedando así descartados, hasta que finalmente encontremos un principio del que no podamos dudar
en absoluto: éste será el principio verdadero que buscamos. La duda metódica es una especie de casting
de conocimientos filosóficos: se van descartando los conocimientos dudables, nos vamos quedando con
conocimientos más fiables, y el más sólido e indudable de ellos será el nuevo primer principio de la
filosofía.

La duda metódica de Descartes es una duda hiperbólica, porque en ella se produce una cierta
exageración de las cosas. Esta exageración consiste en considerar como falso, todo aquello sobre lo que
podemos tener la más mínima sospecha o duda. En realidad, no es lo mismo lo dudoso, que lo falso, por
eso es una exageración o simplificación considerar lo dudoso como falso.

Ahora bien, conviene distinguir claramente entre la duda metódica de Descartes y la tradicional
duda escéptica. Esta segunda es propia de los filósofos escépticos, quienes por diversas razones –como
el desacuerdo entre los diversos puntos de vista, o la limitación de las capacidades de conocimiento
humanas– declaran que no podemos conocer la verdad y que, por tanto, todo es dudoso. La duda
metódica cartesiana es completamente diferente, ya que tiene como objetivo hacernos salir de la duda,
esto es, encontrar la verdad. Descartes duda para descartar lo dudoso y encontrar más fácilmente la
verdad. Descartes confía en que la verdad existe realmente y se puede alcanzar mediante la razón
humana. Los escépticos, en cambio, dudan de todo para sacar la conclusión de que todo es dudoso y/o
falso. No creen que la verdad pueda alcanzarse.

La duda cartesiana es, además, provisional, no definitiva, porque sólo se aplica durante una fase
del pensamiento de Descartes, al principio. Es también, preliminar, o sea, sirve de fase previa para
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alcanzar el conocimiento verdadero. Aparentemente, la duda destruye, liquida conocimientos filosóficos


dudosos, pero en realidad se trata de una limpieza y purificación del pensamiento para construir unas
ideas filosóficas mejor y más sólidamente. Finalmente, la duda metódica de Descartes es universal, ya
que se aplica al conjunto de todos los conocimientos que posee el ser humano: todo se somete a duda.

Finalmente, el procedimiento de la duda metódica ilustra muy bien la manera metódica,


sistemática y ordenada (paso a paso) de investigar que es característica de la nueva filosofía moderna.

1.2. Fases de la duda metódica

A continuación, explicamos las tres fases en las que se divide la duda metódica:

1.2.1. ¿Podemos dudar del conocimiento que obtenemos a través de los sentidos? Descartes, al igual
que los demás filósofos racionalistas1, desconfía de la validez de la información que obtenemos a través
de los 5 sentidos (vista, oído, olfato, gusto y tacto). Existen numerosos casos y ejemplos que nos
muestran cuán dudables y contradictorios son los conocimientos sensibles. ( Así, por ejemplo, la vista nos
muestra que los objetos rectos y alargados que sumergimos en un vaso de agua se transforman en objetos
partidos; o también, que las vías del tren se van acercando progresivamente, aunque si seguimos avanzando
comprobamos que mantienen la misma distancia.) Por tanto, la información que nos ofrecen los sentidos es,
en ocasiones, información engañosa. Es decir, nos muestran “apariencias” que no coinciden con la
realidad. Si, de un mismo objeto, los sentidos te ofrecen informaciones contradictorias (que es recto y
también que está partido), datos que no casan, entonces no nos podemos fiar de ellos.

Pues bien, dado que la duda metódica es hiperbólica, Descartes razonará del siguiente modo:
puesto que tenemos algunas razones para dudar de la información que obtenemos a través de los
sentidos, vamos a “forzar un poco las cosas”, y vamos a considerar que TODO lo que conocemos por
medio de los sentidos es falso (al menos, provisionalmente). Consecuencia: el conocimiento sensible (a
pesar de que muchos lo consideran lo más fiable y verdadero) queda descartado y no es ese principio
indubitable o gran verdad que la nueva filosofía está buscando.

Al término de esta fase 1, el resultado es que no podemos estar seguros de que las características
de los objetos sean tal y como se nos muestran ante los sentidos. Siguiendo el ejemplo del bolígrafo, no
podemos estar seguros de si el bolígrafo es recto o partido . Ahora bien, aunque no conozcamos con certeza
cuáles son las características de las cosas, las cosas siguen existiendo. Es decir, que aun no sabiendo
cómo son realmente y qué características tienen, las cosas u objetos siguen existiendo ahí, en tanto que
cosas. Al menos de momento…

1.2.2. …Porque, ¿podemos dudar de la existencia de las cosas, es decir, de la existencia del mundo físico
e incluso de la existencia de nuestro propio cuerpo? Aparentemente, estamos seguros de que lo que nos
rodea existe y es real. Que estamos leyendo este texto, que nos encontramos en una determinada
habitación, que fuera hay árboles, mar y montañas…, todo este conocimiento se nos presenta tan
habitualmente que apenas nos cabe duda de ello. Sin embargo, Descartes encuentra una razón de peso
para hacernos dudar de ello, una razón muy sencilla: bien pudiera ser que ahora mismo estuviésemos
dormidos y que el mundo que nos rodea no fuera más que un sueño. Ante esta idea podemos objetar
que estamos seguros de que no estamos durmiendo y que estamos realmente despiertos. Pero para
ello, tendríamos que justificar por qué eso es así y dar razones que demuestren que realmente estamos
despiertos, cosa que resulta bastante difícil.

No es suficiente argumentar que cuando soñamos, las vivencias son menos intensas, puesto que a
veces lo son tanto o más que en la vigilia ( “vigilia” significa “el estar despierto”). Tampoco podríamos
justificar la diferencia entre sueño y vigilia diciendo que los sueños son absurdos, puesto que no siempre

1
Los filósofos racionalistas afirman, al igual que Platón (y a diferencia de Aristóteles) que sólo a través de la razón,
cuando la usamos bien, conocemos la verdad. Los sentidos no son fiables, pues nos engañan muy a menudo. Las
ilusiones ópticas son un ejemplo de ello.
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lo son. Además, en algunos sueños tenemos conciencia de que lo que soñamos es la auténtica realidad,
lo cual muestra aún más si cabe lo difícil que es probar que lo que estamos sintiendo ahora no sea un
sueño. Por tanto, ¿cómo puedes demostrar que lo que estás sintiendo ahora no es un sueño? Según
Descartes, eso no se puede demostrar.

Como consecuencia, siendo honestos debemos afirmar todo lo que existe, todo el mundo
material, incluido nuestro propio cuerpo es dudable, incierto, y susceptible de ser considerado como
provisionalmente falso…, debido a que todo eso podría ser un simple sueño. Llegados a este punto, la
pregunta que se nos plantea es: ¿Qué nos queda por someter a duda?

1.2.3. Y la respuesta es: los conocimientos y afirmaciones abstractos, inmateriales: las ideas lógicas,
filosóficas y matemáticas (es decir, las ideas platónicas), pues tales conocimientos son independientes de
la existencia del mundo material y de la información que recibimos por los sentidos. La afirmación 2+2=4
es verdadera independientemente de que exista mundo material alguno, ya que en ella se habla de
conceptos o seres abstractos, formales, inmateriales, cuyo conocimiento se obtiene a través de la razón
o inteligencia y no, propiamente, a través de los sentidos.

Los conocimientos de la matemática son conocimientos absolutamente ciertos, sobre ellos no


cabe duda alguna. Que 2+2 es 4, es una verdad tan sólida y evidente que resulta difícil pensar en motivo
alguno que nos pueda hacer dudar de ello. No obstante, Descartes, llevando hasta el extremo su
desconfianza y su duda hiperbólica, nos plantea una hipótesis que, aunque nos parezca rebuscada, es no
obstante posible. Descartes sugiere que podría suceder que el ser humano hubiese sido creado por un
dios malo o genio maligno que se burla de nosotros constantemente y hace que pensemos y sintamos
que estamos ciertos y seguros de algo, cuando en realidad no es así. De este modo, cuando hacemos
matemáticas y obtenemos afirmaciones que nos parecen ciertas (2+2=4), sucede que nuestra mente ha
sido creada para engañarse. Tales afirmaciones nos parecen muy verdaderas, pero en realidad son
falsas.

1.2.4. Conclusión de la duda metódica:

Con esta hipótesis un tanto descabellada Descartes termina el procedimiento de la duda metódica. La
sensación es de desasosiego, pues hemos dudado de todos los tipos de conocimientos, y no parece que
hayamos encontrado ningún conocimiento que no sea dudable.

Sin embargo, esto no es del todo cierto. El resultado es, efectivamente, que dudamos de todo, que
no podemos tener certeza sobre ningún contenido de nuestro pensamiento, ni siquiera sobre las
matemáticas. Pero eso mismo, pone de manifiesto que hemos encontrado algo de lo que no cabe dudar:
de nuestra propia duda, de nuestra propia actividad de pensamiento. Dudamos de la existencia del
mundo o de que 2+2 sea 4, pero mientras ello sucede no dudamos de que dudamos, o sea, de que
estamos pensando. Y mientras pensamos, podemos estar seguros de que existimos. De aquí nace, pues,
la célebre sentencia cartesiana: “pienso, luego existo”, que constituye el primer principio que
buscábamos. Lo explicamos más en detalle en el siguiente apartado temático.

2. El primer principio de la filosofía: «COGITO ERGO SUM» «Pienso, luego existo»

Este principio representa el hecho de que nuestro propio pensamiento, la actividad de nuestra mente
pensante y sentiente es lo más cierto e indubitable. La mente humana, tu mente, es el arjé. Pensemos lo
que pensemos, sea ello verdadero o falso, lo cierto es que es indudable que pensamos y, por tanto, que
somos. No es posible encontrar un motivo que pueda hacernos dudar de ello.

Este primer principio significa que no nada hay más cierto que la propia existencia de nuestra
mente individual. Al afirmar el principio “pienso, luego existo” estamos afirmando dos cosas 1) que

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existe algo, una sustancia2: yo. Y también 2) en qué consiste mi ser, cuál es mi esencia: el pensar ideas.
Este primer principio equivale a decir: 1) yo existo, y 2) yo consisto en pensar, en mi propia actividad
mental de pensamiento.

A decir verdad, solo se puede afirmar, de momento, que yo existo como una mente que piensa,
¡pero nada más! La certeza de mi existir se está vinculada solamente con mi mente pensante y las
funciones del pensamiento: el dudar, el entender, el afirmar, el negar, el querer, el no querer, el
imaginar, el sentir, etc. Pero todavía no tenemos razones suficientes para afirmar que yo exista como
cuerpo, pues la existencia de los cuerpos ha sido puesta en duda en el punto 2 de la duda metódica.
Además, con respecto al contenido de mi pensamiento, por ejemplo, esta mesa que en la que estoy
pensando ahora, tampoco es segura y cierta su existencia extramental, fuera de la mente, sino sólo el
mero hecho de que la pienso en mi mente. Estamos seguros de que nuestra mente piensa y existe, pero
no de que el contenido de nuestros pensamientos coincida con la realidad exterior a la mente . La
proposición “pienso, luego existo” (cogito ergo sum) significa que “yo soy un ser que piensa”, o sea: que
“yo soy mi mente, mi pensamiento”, ¡y sólo eso! Nada más.
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Llegados a este punto, Descartes ya posee el principio o “gran verdad” que buscaba, un principio
máximamente cierto y absolutamente indubitable. Sin embargo, el precio a pagar por haber conseguido
esa primera verdad de su filosofía es bastante alto, ya que ha sido preciso dudar de casi todo, y se ha
dejado en duda, entre paréntesis, el conjunto de los demás conocimientos humanos. En adelante, toca
afrontar, “la difícil tarea de reconstrucción”, en la que Descartes intentará devolvernos la seguridad de
algunos de esos conocimientos que han sido puestos en duda y han quedado en suspenso.

Esta tarea tendrá como misión fundamental devolvernos la certeza en los conocimientos de los
puntos 2 y 3 de la duda metódica: la existencia del mundo y de nuestro propio cuerpo (y, por
consiguiente, la correspondencia entre nuestras ideas de la mente y los objetos del mundo); y la validez
de las matemáticas y las ideas. Es decir, apoyándose en el primer principio “pienso, luego existo”,
Descartes tratará de probar que las matemáticas son una ciencia verdadera y que el mundo físico existe.
Ahora, en lugar de buscar motivos para dudar de estos conocimientos, de lo que se tratará es de buscar
motivos para demostrar que son verdaderos.

Pero antes de acometer esta tarea de apuntalar la verdad, Descartes se detiene a contestar una
pregunta muy importante: ¿qué es la verdad? ¿cómo podemos definir qué es la verdad?

3. El criterio de verdad: evidencia: claridad y distinción

La proposición “pienso, luego existo” proporciona a Descartes un elemento muy importante para toda
su posterior filosofía: un criterio o definición de verdad. El criterio de verdad es el conjunto de requisitos
que debe cumplir cualquier conocimiento (una idea o una afirmación) para poder ser considerado como
verdadero. El criterio de verdad o definición de verdad es la respuesta a la pregunta: ¿qué es lo que
hace que una afirmación sea verdadera? ¿En qué consiste la verdad de algo?

Descartes toma como modelo el principio “pienso, luego existo” y se hace esa misma pregunta. La
respuesta que obtiene es que el principio es verdadero porque es evidente, o sea, que su verdad
consiste en su evidencia. “Evidente” significa algo no muy distinto de lo que nosotros comúnmente
entendemos por “evidente”. “Que algo es evidente”, quiere decir que su verdad se impone con fuerza,
que no encuentras motivos para dudar de ello. Descartes precisa aún más este concepto de evidencia e
indica que se compone de dos propiedades o requisitos: claridad y distinción.

La claridad es la presencia manifiesta y diáfana de una idea en la mente que la piensa. La claridad
es “la transparencia” con que vemos que algo es como es. La distinción consiste en la separación y
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Sustancia: aquello que no necesita de ninguna otra cosa para existir. Especie de base o sustento en la cual tienen
lugar las propiedades y cualidades de las cosas. La sustancia de Descartes es asimilable a la ousía o esencia de la que
hablaba Aristóteles, siendo esas propiedades y cualidades los rasgos accidentales o secundarios de la ousía.
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delimitación de dicha idea con respecto a otras ideas. Si pensamos que 2+2=4, vemos claramente que es
así y que no puede ser de otro modo, es decir, este conocimiento es por completo transparente y
diáfano para la mente cuando la mente piensa en ello. Por otro lado, el juicio 2+2=4 expresa eso (que 2
y 2 son 4) y sólo eso, sin que esta afirmación contenga nada más; no está mezclado con el concepto de
siete, ni con la mesa que tengo delante, ni con el color rojo, o sea, es un conocimiento distinto,
claramente delimitado.

4.1. Demostración de la existencia de Dios

La tarea de reconstrucción de los conocimientos que habían quedado en suspenso durante la duda
metódica supone un verdadero quebradero de cabeza para Descartes. El objetivo es recuperar lo
perdido en los puntos 2 y 3 de la duda metódica, o sea: volver a confiar en que existe el mundo físico, y
probar que cuando hacemos matemáticas y creemos estar en lo cierto, realmente lo estemos.

Pues bien, la dificultad de esta tarea es tal que a Descartes no le queda más remedio que recurrir
a Dios. Su “solución” consiste en afirmar que ( ATENCIÓN: spoiler): puesto que Dios es un ser bondadoso, y
puesto que Dios nos ha creado, no puede desear que me engañe cuando hago una operación
matemática que percibo como correcta y verdadera, ni tampoco cuando me inclino a pensar que existe
el mundo y mi propio cuerpo, y que hay una similitud o parecido entre mis pensamientos y las cosas
externas.

Al recurrir a Dios, Descartes “incumple en cierto modo” el proyecto de la filosofía moderna, ya


que no llega a satisfacer plenamente las aspiraciones de autonomía de la filosofía con respecto a la
religión. Esta incapacidad para cumplir con las expectativas de la Modernidad, no es exclusiva de
Descartes, sino que la encontramos en casi todos los pensadores modernos, que tienden emplear el
concepto de Dios para resolver sus dificultades filosóficas.

Para introducir a Dios en su teoría filosófica, previamente es necesario demostrar su existencia.


Pero, ¿cómo podemos demostrar su existencia si nuestro punto de partida es el principio “pienso, luego
existo”, es decir, si lo único que podemos afirmar con seguridad es la existencia de nuestra mente?
Descartes sale de esta dificultad proponiendo una demostración de la existencia de Dios que parte de la
idea de Dios que tenemos en nuestra mente o entendimiento.

La argumentación para demostrar la existencia de Dios es la siguiente:

1) El primer paso consiste en mostrar que la mente humana conoce la idea de Dios, la idea de
un ser máximamente perfecto. Lo explicamos: Pensando sobre cómo nosotros mismos
(nuestra mente), reparamos fácilmente en que no somos seres enteramente perfectos, puesto

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que nuestro pensamiento está invadido por la duda 3: hay muchas cosas de que no sabemos si
son verdaderas o falsas, buenas o malas… Si nos damos cuenta de que no somos perfectos,
ello se debe a que en nuestra mente tenemos la idea de seres más perfectos que no tengan
dudas y que saben la verdad. Podemos representarnos mentalmente o imaginar la idea un ser
que no duda, que es máximamente perfecto 4, o sea la idea de Dios. En resumen: hasta aquí
hemos demostrado que en nuestra mente o entendimiento está la idea de Dios.

2) Pero, ¿cuál es la causa de esta idea? ¿Cómo ha llegado a mi mente? Hay dos opciones:

A) que mi propia mente haya causado esa idea, es decir, que nuestra mente haya
construido o inventado esa idea,

B) o que esa idea haya sido puesta en mi mente por otro ser.

La opción A queda descartada, es decir, mi mente no puede haber creado o inventado la


idea que tengo de Dios, ¿por qué? Pues, porque la mente sólo puede producir o imaginar
ideas menos perfectas que la idea de nosotros mismos, que la idea de nuestra propia
mente. Son ideas menos perfectas que la idea de yo, todas las ideas de las matemáticas, las
ideas filosóficas, así como las ideas de los seres del mundo físico: la idea de mesa, de
montaña, de cielo, etc. En resumen: dado que es imposible que algo perfecto provenga de
algo menos perfecto, la idea de Dios no ha sido inventada o causada por mi propia mente.
Al quedar descartada la opción A, la opción B ha de ser la verdadera. En resumen: queda
demostrado, pues, que la causa de la idea de dios que hay en mi mente ha de ser otro ser.

3) Conclusión: La idea de Dios solamente puede haber sido puesta en mi mente por un ser
perfecto, el cual ha de contener todas las perfecciones de la idea de Dios, o sea, solamente
puede haber sido puesta en mi mente por Dios. Por lo tanto, queda demostrado que dios
existe.

4.2. Demostración de que Dios ha creado al ser humano

Habiendo probado que Dios existe, surge la pregunta: ¿cuál es la relación entre Dios y yo? Descartes
responde aportando la tradicional idea cristiana de la creación: yo he sido creado por Dios, de quien,
por tanto, dependo.

Ahora bien, Descartes trata de justificar esta idea religiosa de que Dios crea al ser humano
mediante una argumentación filosófica que explicamos a continuación de forma resumida:

1) El ser humano tiene ciertas perfecciones, aunque no tantas perfecciones como tiene Dios, es
decir, el ser humano tiene, digamos, “algo de perfección”.5

2) ¿Cuál es la causa de esas perfecciones que tenemos? Es decir; ¿de dónde proceden? ¿quién
las ha creado? Hay dos opciones: A) que la causa de esas perfecciones sea yo mismo y que yo
las haya creado, y B) que la causa de esas perfecciones sea otro ser que las ha puesto en mí.

La opción A) no es posible, es decir, no puede ser que la limitada perfección que poseemos
haya sido creada por nosotros mismos. El motivo es que si fuésemos capaces de producir

3
No sólo somos imperfectos por dudar, sino también por ser seres inconstantes, por no conseguir todo lo que
queremos, porque a veces estamos tristes, etc.
4
Los atributos divinos que muestran su perfección son: omnisciencia, omnipotencia, bondad, inmutabilidad,
eternidad, etc. Dios lo sabe todo, consigue todo lo que desea, etc.
5
El entendimiento o mente humana posee una cierta perfección que, evidentemente, no es tan plena o completa
como la de Dios. Un ejemplo de perfección humana podría ser nuestra capacidad para conocer la verdad, aunque no
la conozcamos con facilidad, ni de forma completa. Otra perfección es nuestra capacidad para tomar nuestras propias
decisiones. Estas perfecciones no las poseen los animales.
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nosotros mismos esa parte de perfección que tenemos, también lo seríamos de producir el
resto de perfecciones que nos faltan. Pero la verdad es que los humanos no podemos
darnos las perfecciones que nos faltan.

3) Por tanto, la parte de perfección que hay en nosotros sólo puede proceder de Dios, un ser
con todas las perfecciones. Así queda demostrado que Dios es el creador de nuestro ser.

5. Dios es la garantía de la verdad en el conocimiento abstracto y en el conocimiento de lo físico

Pues bien, una vez que hemos demostrado la existencia de Dios y también la relación de dependencia
que nuestro ser mantiene con él, Descartes, apoyándose en Dios, procede al trabajo de reconstrucción
de los conocimientos de los que había dudado anteriormente.

El primer paso es el criterio o definición de verdad, que termina de afianzarse con la garantía que
ofrece Dios6. Citando el texto de Descartes, este criterio: «recibe su certeza sólo de que Dios existe, y de
que es un ser perfecto, y de que todo lo que está en nosotros proviene de Él». Es decir, que el criterio
de verdad emana, en el fondo, de Dios; es Él quien nos ha creado y quien lo ha puesto en nuestra
mente, y puesto que Dios es perfecto, bueno y no se equivoca jamás, el criterio es absolutamente
fiable. Por tanto, cuando tenemos en la mente un conocimiento que cumple con el criterio de verdad (o
sea, cuando ese conocimiento es evidente: claro y distinto) no es que nos parezca que ese conocimiento
es verdadero, sino que lo es realmente. Dios lo garantiza.

Con este refuerzo divino del criterio de verdad, Descartes tiene al alcance de la mano la forma de
garantizar la seguridad y certeza de los conocimientos abstractos o formales: las matemáticas. El
argumento del que se sirve es el siguiente: 1) Puesto que las afirmaciones de la matemática que están
bien construidas son evidentes, es decir, claras y distintas. 2) Y puesto que percibir algo clara y
distintamente es una garantía de que es verdadero, porque Dios, como dijimos en el párrafo anterior, es
quien nos ha aportado ese criterio, y Dios es bueno y no puede desear que nos confundamos. 3)
Entonces (conclusión): podemos estar cien por cien seguros de que lo que conocemos clara y
distintamente en las matemáticas y en las ciencias abstractas es plenamente verdadero. Habiendo
Descartes demostrado que Dios existe y que hemos sido creados por Él, la hipótesis del genio maligno
ya no puede aducirse, queda descartada.

Nos queda aun recuperar el punto 2 de la duda metódica, o sea, justificar la existencia del mundo,
de nuestro propio cuerpo y de la semejanza entre nuestras ideas mentales y las cosas extramentales. El
argumento es parecido en su estructura al del párrafo anterior: 1) Si Dios ha puesto en nuestra mente
ideas como las de mesa, árbol, montaña, mi propio cuerpo…; 2) y puesto que Dios es perfecto y bueno,
y por tanto algo creado por él no puede dar a error, a engaños o a equivocaciones constantes; 3)
entonces, podemos concluir que esas ideas deben tener un fundamento en el mundo material y, por
tanto, nuestras ideas mentales de cómo son los objetos son similares a cómo son realmente esos
objetos del mundo exterior.

De esta forma, ya tenemos una garantía de la correspondencia entre nuestras ideas de la mente y
los objetos del mundo material a que se refieren esas ideas, y también una garantía de la existencia de
nuestro propio cuerpo, ya que a la idea que tenemos de él ha de corresponderle su existencia material.
El paso que acabamos de dar es muy importante, pues a partir de ahora podemos estar seguros de que
muchas de nuestras ideas, no tienen solo una existencia meramente mental, sino que son un fiel reflejo
del mundo material exterior a la mente y, por tanto, ellas se parecen o son similares a los objetos
concretos.

6
Este criterio necesita de la garantía de Dios, porque al criterio de verdad también se le puede aplicar la hipótesis del
genio maligno: puede que habiendo sido creados por un genio maligno, cada vez que concebimos algo como evidente,
claro y distinto, y creamos estar en lo cierto, en realidad no sea así.
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Finalmente, Descartes termina de afianzar la existencia del mundo material aportando un


argumento que nos permite distinguir el sueño de la vigilia (el estar despiertos), aunque sólo lo aplica a
los razonamientos. Podemos estar bastante seguros –aunque no plenamente– de que cuando
razonamos estamos despiertos, porque los razonamientos que tienen lugar cuando estamos despiertos
son más evidentes y completos que los que realizamos cuando estamos soñando.

*6. El Racionalismo

*7. Mathesis universalis: los fundamentos filosóficos de la ciencia moderna

*8. El método

*9. El ser humano: ser compuesto de pensamiento y extensión

10. Biografía de Descartes:

La vida de este pensador francés (1596-1650) no tiene desperdicio. Con diez añitos lo enviaron a
estudiar a uno de los mejores centros educativos de Europa. Desde pequeñín se rodeó de los mejores
libros y profesores. El chaval era listo y aprendía rápido; estudiar no le suponía ningún esfuerzo, aunque
la educación física ya era otra cosa: lo de hacer ejercicio, doblar el lomo y sudar, como que no. El joven
Descartes no gozaba de muy buena salud y, por eso, el director le permitía quedarse en la cama hasta
tarde mientras los pringados de sus compañeros tenían que estar en clase, pasando frío y aguantando
las chapas de los profesores.

El hábito de quedarse en la cama hasta las once de la mañana, remoloneando y leyendo tranquilamente,
lo conservó durante toda la vida (imagino que debe ser algo a lo que no es difícil acostumbrarse).
Estudió Derecho por «recomendación» familiar, pero reconoció que no había aprendido nada de
interés. En su libro más famoso, “El discurso del método”, confiesa que lleva estudiando desde
pequeñito y que, aunque se le da muy bien, cuanto más sabe, más dudas tiene y más errores descubre.
A pesar de haber asistido en una de las escuelas más famosas de Europa, rodeado de los hombres más
sabios; de haber leído y estudiado todos los libros de ciencia que había en la época, lo único que sacó de
provecho fue descubrir que no sabía na de na y que podía dudar de que todo lo aprendido fuese
realmente cierto. Sobre esta misma sensación escribió años después Bertrand Russell lo siguiente: «El
problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de
dudas».

Descartes, entonces, tomó una decisión: abandonó los estudios. Dejó de leer los libros de la biblioteca y
abrió «el libro del mundo». Se matriculó en la «universidad de la vida». Quería viajar, conocer nuevos
países y aprender todo lo que pudiesen enseñarle. Como por entonces no existía Interraíl, la única
manera de conocer Europa era enrolándose en el ejército: trabajó como ingeniero militar a las órdenes
del príncipe de Orange. Por aquel entonces tenía lugar la larga Guerra de los Treinta Años (1618-1648),
que se desarrolló en diversos escenarios. Y cada vez que se producía un acontecimiento político
importante, Descartes casualmente estaba en esa ciudad. Esto ha llevado a algunos biógrafos a
sospechar que el filósofo realmente no trabajaba sólo como ingeniero, sino que compartía oficio con
James Bond. Parece ser que el joven Descartes tenía otras dos aficiones en común con el famoso espía
del MI6: el juego y las mujeres. Una vez estuvo hospedado en el palacio de un aristócrata y, según
cuentan, complació a la señora de la casa, pero no precisamente con su gran mente de filósofo, sino con
otros atributos que también poseía. Cuando el anfitrión se enteró de las «clases particulares» que el
filósofo le estaba dando a su señora parece ser que se enfadó un poco y lo echó a patadas de su casa.

Otra vez Descartes pilló una gripe cuando estaba viajando por Alemania y se quedó a sudarla en una
posada. Se encerró en una pequeña habitación caldeada por una estufa. Entre la fiebre, el calorcito de
la estufa y la falta de ventilación comenzó a delirar y a soñar con un fantasma, una escuela, una sandía,
un diccionario, un libro de poemas latinos y las palabras «sí» y «no». Descartes interpretó que Dios se
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estaba comunicando a través de estos sueños para revelarle cuál debía de ser su misión a partir de
entonces: la filosofía. Emprendió la tarea de construir, por primera vez en la historia, una ciencia segura
en la que fuese imposible cometer errores. Abandonó el ejército y se dedicó casi en exclusiva a la
filosofía, porque nunca llegó a renunciar del todo al juego y las mujeres. Descartes estaba de acuerdo
con Aristóteles en que, de todas las vidas, la del filósofo es la mejor, pero eso no implica que no se
pudiera alternar ésta con los placeres más refinados; como estos refinamientos sólo se encontraban por
aquel entonces en las cortes, Descartes visitó prácticamente todos los palacios de Europa en calidad de
gran «filósofo» (o quizás en calidad de espía). Fue un viajero empedernido, cambió de domicilio casi
treinta veces, y la única condición que ponía era estar cerca de una universidad y de una iglesia.

Como era de esperar, Descartes terminó perdiendo la cabeza por una mujer, pero esta vez literalmente.
La joven reina Cristina de Suecia tenía una personalidad arrolladora, era extremadamente culta, hablaba
ocho idiomas, dominaba las matemáticas, la astronomía, la geografía, la historia y la filosofía, y además
era muy guapa. Cristina convirtió la corte de Estocolmo en el centro intelectual y científico de Europa y,
cuando invitó a Descartes a que le diese clases, éste no se lo pensó dos veces. La reina puso el horario
de sus lecciones a primera hora de la mañana. Cristina no sólo era muy madrugadora, sino además poco
sensible al frío, y mandaba que las habitaciones en las que ella estaba tuviesen las ventanas abiertas. El
filósofo, que no había madrugado en su vida, cogió una neumonía y estiró la pata con cincuenta y cuatro
años. Ésta es la versión oficial, porque una de las oficiosas cuenta que fue envenenado con arsénico y
que no acudió a Estocolmo en calidad de filósofo, sino de agente doble.

Sea como fuere, lo cierto es que la increíble historia de Descartes no acaba aquí. Parece ser que, en el
traslado del cuerpo a París, alguien se quedó con el cráneo del filósofo y mandó el resto del cuerpo para
Francia. La cabeza de Descartes se vendió en el mercado negro y fue pasando de mano en mano hasta
que se la ofrecieron al naturalista Georges Cuvier (1769-1832). Éste la devolvió al Estado francés, que
decidió seguir manteniendo separada la cabeza de su cuerpo. Si quieres ver el cráneo deberás ir al
Museo del Hombre de París, y si lo que deseas es presentar tus respetos al cuerpo decapitado del
filósofo, tendrás que cruzar el Sena y acercarte a la iglesia de Saint-Germain-des-Prés.

Descartes vivió en una época en la que te levantabas cada día descubriendo que loque se había tenido
por verdadero durante siglos era un error como la copa de un pino. Los grandes sabios se habían
equivocado y los libros de ciencia estaban llenos de errores. No había manera de saber qué verdades
eran ciertas y cuáles no. ¿Te imaginas estar corrigiendo todos los días tus libros de texto porque se
descubren nuevos errores? ¿Qué harías si tu nuevo profesor de física te explicase el funcionamiento del
Universo de una manera diferente, e incluso opuesta, a como te lo enseñaron el curso pasado? ¿A quién
seguirías? ¿De quién te fiarías? Descartes decidió pasar de todo y no aceptar más autoridad que la de su
propia razón. Le daba igual que algo estuviese escrito en un libro famoso o que lo hubiese dicho alguien
importante que todo el mundo respetaba. A Descartes, que algo estuviese escrito en la Wikipedia se la
repampinflaba. Si su razón no veía con total claridad que eso era cierto, no lo aceptaba como
verdadero, así de simple.

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