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La fascinante historia de las palabras –924–

CANTIMPLORA
Iniciemos en las montañas del Piamonte italiano, muy cerca de la frontera con
Francia, en el pueblo de Carmagnole (se pronuncia: Carmañole). Los
campesinos de aquella región usaban en los días de fiesta una chaqueta especial
y típica. Con el tiempo, los soldados franceses la copiaron y, particularmente
durante la Primera República Francesa (1792-1804), la convirtieron en
uniforme distintivo al que iban unidos algunos equipos como las armas y el
recipiente del agua. Aunque era el vestido el que se llamaba ‘carmagnol’, la
palabra fue tomada en algunas zonas de España como el nombre del
contenedor del agua, y de ahí nos llegó la palabra ‘caramañola’, sinónimo de
cantimplora.
El nombre de la cantimplora, ese recipiente metálico y personal para llevar el
agua, tiene también un origen muy simpático. Procede del catalán y simboliza
el ruido del agua que chorrea, es decir: ‘canta i plora’ (canta y llora). De ahí
heredamos en el siglo XVI la palabra cantimplora.
Hablando de la represión de la huelga bananera, así describe García Márquez a
los soldados: “Todos eran idénticos, hijos de la misma madre, y todos
soportaban con igual estolidez el peso de los morrales y las cantimploras, y la
vergüenza de los fusiles con las bayonetas caladas, y el incordio de la obediencia
ciega y el sentido del honor.” (Cien años de soledad, XV).

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