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de Tenerife, un sector de UR consideró a su grupo infrarrepresentado, rompió la

disciplina y se presentó en la candidatura «republicana tinerfeña», al margen de las


izquierdas. Por último, en Valladolid, los socialistas también lograron variar los
planes de la Comisión y arrebatar un puesto a IR. Hubo presión de última hora por
parte socialista en Albacete, La Coruña, Melilla, Sevilla, Toledo, Valencia y
Zaragoza, aunque en estos casos la oposición de Azaña y Martínez Barrio, que
bordeó incluso la ruptura, bloqueó cualquier cambio. Caso aparte fue el de Lugo,
donde no hubo finalmente candidatura de izquierdas. La debilidad allí de
republicanos y socialistas era tan patente que, el 10 de febrero, IR y UR se adhirieron
a la candidatura de centristas y agrarios conservadores auspiciada por Portela. Esta
decisión partió en dos al socialismo lucense. Si un sector aceptó el acoplamiento y
propugnó la retirada de sus candidatos, dos días más tarde otro lo impugnó,
anunciando que votaría a sus propias candidaturas[165].
Los cambios de última hora beneficiaron al PCE. Estos habían anunciado su
rechazo a la distribución final de la comisión, y su Comité Central proclamó más
candidatos, 25, de los que tenía atribuidos. Finalmente, aunque no pudieronincluir a
sus aspirantes en Almería y Cáceres, consiguieron pasar de 14 a 21 puestos. Además
del de Barcelona, ganaron otros seis por Cádiz, Ciudad Real, Jaén, Las Palmas,
Orense y Valencia, provincias donde apenas tenían arraigo. Supieron sacar ventaja de
las disputas dentro del PSOE entre caballeristas y prietistas: en algunas
circunscripciones, los primeros llegaron a ceder parte de sus puestos al PCE a fin de
excluir a sus rivales centristas y reformistas de las candidaturas, en su lucha por el
control de la futura minoría parlamentaria. Ya era sintomático que el 28 de enero,
solo tres días después de que se hiciera público el reparto provisional y que Manuel
Cordero anunciara que los candidatos comunistas no sobrepasarían la decena, Mundo
Obrero diera por seguro que tendría, como mínimo, 20 candidatos. Una semana
después, el periódico destacaba cómo eran las mismas organizaciones socialistas las
que pedían la inclusión de comunistas en las candidaturas. El 3 de febrero, cuando se
filtró el aumento de los candidatos del PCE y la disposición del PSOE a cederle más,
varios directivos provinciales de IR y UR protestaron ante la comisión arbitral. Estas
disputas se las explicaba Ossorio y Gallardo que, en un artículo, culpaba al sistema
electoral vigente de forzar alianzas antinaturales: «¿Pueden ser una sola cosa el
comunista y el liberal burgués? Claro es que no. Y porque ellos mismos lo
comprenden así, rabian de verse juntos». Pero las protestas no tendrían efecto[166].
El contrapunto al PCE lo representaron el POUM y el Partido Sindicalista,
formaciones a las que las organizaciones provinciales de los restantes partidos no les
respetaron los puestos otorgados por la comisión. Al POUM, después de ser
rechazado en Badajoz, Valencia y Castellón, se le concedieron tres candidatos —
Barcelona, Cádiz y Teruel—, pero solo se le mantuvo el barcelonés, donde los
seguidores de Maurín tenían alguna fuerza. En Cádiz y Teruel, los candidatos
designados, Julián Gorkin y Andrés Nin, se encontraron, una vez llegaron a sus

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provincias, con que republicanos y socialistas habían cerrado la candidatura sin
contar con ellos. El Partido Sindicalista, que no funcionó como reclamo para sacar de
la abstención al anarcosindicalismo, quedó relegado a un puesto por Cádiz y otro por
Zaragoza. Influyó, desde luego, que la CNT anunciara no sentirse representada por
los sindicalistas y que, incluso, una parte de sus militantes invitara a quemar las
papeletas donde apareciese Ángel Pestaña o de alguno de los suyos. Las gestiones del
dirigente sindicalista para que se revisara la atribución de puestos fueron
infructuosas. Incluso, perdió el de Zaragoza cuando el 31 de enero las organizaciones
locales del PSOE e IR promovieron la candidatura de un independiente, el abogado
sindicalista Benito Pabón, que contaba con las simpatías de buena parte de la CNT de
la capital por haber defendido a muchos de sus militantes tras acciones huelguísticas
o insurreccionales. Pestaña solo pudo salvar, in extremis, su puesto por Cádiz y
porque, a cuatro días de las votaciones, acudió a esa provincia portando una carta de
Azaña donde se pedía su inclusión en la candidatura[167].
Las fuerzas republicanas menores salieron también malparadas. La Izquierda
Federal solo mantuvo el puesto de Las Palmas, donde su fuerza no se podía ignorar si
se pretendía la unidad efectiva de las izquierdas. Peor suerte corrió la Izquierda
Radical-Socialista de Botella Asensi, que quedó excluida. Azaña contó a su cuñado
que había sido él quien había procurado «barrer», «con miras de higiene política», a
los federales y a Botella. Dada la poca consistencia de estas fuerzas, sus protestas no
tuvieron otra significación que la de una tormenta en un vaso de agua. Ortega y
Barriobero retiraron su candidatura por Asturias tres días antes de las elecciones, y
Botella también confirmó la víspera su apoyo al Frente Popular[168].
Todas estas disputas tuvieron una importancia menor, puesto que la coalición de
izquierdas logró su propósito de presentar candidaturas cohesionadas en casi todas las
circunscripciones. Fueron problemas en buena medida derivados de la dificultad de
conciliar los intereses de todos los integrantes de la coalición. A esto cabría añadir las
dificultades suscitadas por la querella interna de los socialistas o por las resistencias a
otorgar puestos a formaciones aún no probadas electoralmente, como UR. Esta hubo
de superar un veto inicial de los socialistas en varias provincias, sobre todo hacia los
candidatos de procedencia lerrouxista. Del veto no se libró tampoco algún candidato
de IR. La presencia de Augusto Barcia en Almería fue impugnada por la dirección
provincial del PSOE hasta la última semana de las elecciones. En otros casos, los
vetados fueron candidatos de la extrema izquierda, especialmente del PCE. En
Sevilla, UR presionó hasta tres días antes de las elecciones, sin éxito, para expulsar al
aspirante comunista de la candidatura, cuya presencia había suscitado una fuerte
controversia dentro del partido de Martínez Barrio. Lo mismo ocurrió en Guipúzcoa y
Vizcaya, donde en este caso se opuso IR. De hecho, sus dos candidatos guipuzcoanos
renunciaron para no tener que concurrir con los comunistas, y la dirección nacional
hubo de suplirlos con cuneros. Mejor suerte tuvo Gordón Ordás en su feudo leonés,
que logró sortear la presencia del PCE. En Oviedo, las discusiones se centraron en

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torno a la proclamación como candidatos de encarcelados por su implicación en
«Octubre». De hecho, otros dos aspirantes de IR se retiraron para no concurrir con
ellos[169].
El número final de puestos revela que el centro-izquierda salió ganando, pero por
poco. Si incluimos las circunscripciones catalanas, de las 347 candidaturas que
presentó el Frente Popular, 192 fueron para las diferentes formaciones republicanas y
155 para las obreras. El porcentaje final fue de un 55,3% frente a un 44,7%. Pero si se
restringe el recuento estrictamente a las circunscripciones donde decidió la comisión
arbitral, el cupo republicano se redujo a 161 puestos —el 52,6%— por 145 de la
representación obrera.

Tabla II

Distribución definitiva de candidaturas en la coalición de izquierdas[170]

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