Está en la página 1de 6

¡Detengan la alerta anti-fascista!

Los resultados de Vox parecieron un éxito en Andalucía, pero un fracaso en el resto de España. ¿Fue
acertado tanto alarmismo? ¿Quiénes son realmente sus dos millones de votantes, y qué significan sus 24
escaños?

Foto: Andrea Comas

PRIMERA ALERTA: VOX ENTRE EL SILENCIO Y EL RUIDO

Tras los resultados de Vox en las elecciones andaluzas de diciembre 2018, Adelante Andalucía y Unidos
Podemos (UP) proclamaron una 'alerta antifascista' contra los 12 escaños verdes. Desde entonces hasta las
elecciones generales, las aproximaciones a Vox han oscilado entre el acallamiento y la difamación; e ntre el
silencio y el ruido. Son exactamente los dos ingredientes que han llevado al populismo de derecha a
grandes éxitos mundiales. Los 395.978 andaluces fueron una rebelión contra el silencio, y los 2.677.173 de
españoles son una rebelión contra el desprecio. No son tantos, pero si se insiste en estas dos líneas que los
han traído aquí, acabarán por ser más.

Es fácil que mucha gente haya sentido en el ninguneo a Vox un ninguneo al electorado. Pero incluso la
exclusión de debates era preferible a los diversos insultos: del secretario de comunicación del PSOE Luis
Arroyo -"cuatro machotes metidos en una caverna"-, de Julio Llamazares en El País -correlacionando el voto
a Vox con la falta de librerías-, del cómico Buenafuente -"se ha pedido el voto a los cerdos"-, de la cómica
Elisa Beni -"es normal que tiren piedras a Vox"-... Incluso Errejón, al que se le presupone vacunado contra
este error, calificó a los asistentes al Vistalegre de Vox como 'gente que va en Mercedes a misa'. Son ecos
del desprecio al pueblo ejercido por Hilary Clinton al llamar 'deplorables' a los votantes de Trump. Desde el
caso estadounidense al brasileño, los intentos de minimizar al populismo de derechas ignorándolo o acabar
maximizándolo al demonizarlo, son estrategias claramente contraproducentes. Y cuando ambas irrealidades
se combinan, el poder que se les concede crece exponencialmente: les estaríamos declarando inatacabes y
además invencibles. Tratarlos de bárbaros, fascistas, plaga bíblica o terremoto -se ha visto en prensa- les
concede: inevitabilidad, poder destructivo y percepción de victoria a medio plazo. Los saca tanto del reino
terrenal como del mundo de las ideas, en el que es posible -incluso fácil- vencerles. El caso paradigmático
ha sido Colau: primero intenta censurarlos cerrando el acceso a un acto en Barcelona y negándose a
mencionarlos por nombre, para posteriormente calificar a todos los asistentes como 'rancios de extrema
derecha'. Quien escoja callar, debería callarse del todo.

Hasta las elecciones generales, el silencio ha sido la estrategia más propia de la derecha hegemónica
-recordamos a Casado y Rivera negándose a calificar a Vox de 'ultraderecha' con vistas a pactar con ellos-, y
el insulto ha sido la estrategia útil a la izquierda hegemónica. Tras las elecciones generales, ya se están
intercambiando las tácticas (Casado comienza a atacar a Vox, Sánchez busca anular su presencia). Quien no
se encuentre encasillado en estas dos etiquetas, debe buscar un acercamiento distinto a la cuestión, que
seguramente pase por profundizar en cultura democrática, y concebir una idea nacional capaz de acomodar
también a esos millones de votantes de Vox -aunque suene intolerable a los más fervientes 'antifascistas'-;
recordemos a Pasolini: "También es fascista considerar a un fascista como alguien irremediablemente
fascista". Por lo demás, es muy posible que el alarmismo ante el mal absoluto de Vox haya servido de
cobertura para un mal relativo que trataremos enseguida: la confluencia del 'Vox naranja' con el PSOE.

SEGUNDA ALERTA: Cs y PSOE ENTRE LA COBARDÍA Y LA TEMERIDAD


Tras las elecciones generales, la alerta antifascista contra Vox dejó paso a una auto-fel(icit)ación por 'haber
frenado la radicalización y el mensaje de odio'. Esto lo celebró un UP sorpassado por Ciudadanos (Cs) y
triplicado por el PSOE. Si ya parece equivocado valorar elecciones escandalizándose -entonces- por éxitos
ajenos o congratulándose -ahora- por fracasos de los demás -distracciones para no abordar las limitaciones
propias-, el mayor error democrático es declarar cualquier 'alarma' en base a un resultado electoral
legítimo, y posteriormente considerar irrelevante una irrupción de 24 escaños. No se puede pretender que
veintitantos congresistas sean poco, ni cuando el adversario los alcanza desde cero, ni -sobre todo- cuando
los propios pierden ese preciso número de escaños desde 2016.

La única mejora de ánimo comprensible entre elecciones andaluzas y generales debiera producirse en las
filas del PSOE, que fue descabalgado del gobierno andaluz por acción de Vox, y ahora es encaramado al
gobierno español por temor a Vox. Y algo semejante ocurre con el ánimo en Cs -que ha pasado de ser un
centrismo cuestionado en Andalucía a ser una derecha pujante en toda España-. Pero, si en UP estuviesen
comprometidos únicamente con los valores demócratas, ¿tendrían realmente algo de lo que alegrarse?,
¿acaso los votos a Vox de unos miles de andaluces eran demasiados, pero los de millones de españoles son
pocos? Se trata en ambos casos de un porcentaje casi idéntico -más del 10% del electorado- y, si bien Vox
queda aún lejos de los partidos reaccionarios del resto de Europa, ya tiene un resultado inicial mejor del
que muchos de aquellos tuvieron (AfD, FPÖ...). ¿Ha sido aquella alerta, entonces, contraria al fascismo, o
más bien funcional al socio-liberalismo?

El 'alarmismo antifascista' de UP ha beneficiado al PSOE -visto como la opción más grande, institucional y
experimentada contra la extrema derecha-, y aquel rechazo al radicalismo ha sido positivo incluso para Cs
entre la derecha, pues -al contrario que el PP- ha sabido enmascarar con 'neoliberalismo progresista' -Nancy
Fraser dixit- y feminismos liberales su seguidismo a Vox, reteniendo cierta percepción de moderación. En
2018, la estrategia del 'miedo paranoico a Vox' no le funcionó a Susana Díaz para revalidar gobierno, quizás
precisamente porque tenía como escudero a Cs: faltándoles la credibilidad izquierdista de Adelante
Andalucía, el 'cordón sanitario' antiVox de aquellos dos apestaba a 'cinturón de seguridad' para no
abandonar el poder. Pedro Sánchez, sin embargo, sí ha contado con el respaldo cercano de UP para generar
una histeria en todo el espectro antifascista. Y si aquella postura de UP ha contribuido finalmente a un
gobierno de PSOE con Cs, estaríamos ante una 'victoria antifascista' comparable a la de cambiar Lepen por
Macron en Francia: una semejante cantidad de patriotería, pero con mayor cantidad de neoliberalismo.
Por añadidura, el miedo a Vox también ha reforzado a los partidos independentistas -que a su vez, ayudaron
inicialmente a movilizar a Vox-, con un largo historial de servir de muleta a PP y PSOE, y no tanto de apoyar
a UP. No hay nada en todas las citadas consecuencias de la 'alerta antifascista' que interese
estratégicamente al espacio del cambio. No debería ser una buena noticia que el miedo a la xenofobia de
Vox aúpe al PSOE de los CIES, al Cs de los inmigrantes sin tarjeta sanitaria, o a la xenofobia velada del
independentismo; ni que el miedo al neo-aznarismo de Vox aúpe al neo-aznarismo de Cs, el neo-
zapaterismo del PSOE o el neo-pujolismo independentista.

¡Qué cómodo resulta para el PSOE poner a Vox en un extremo y situarle a UP en el extremo contrario, para
quedarse con la centralidad, y aprovecharse del temor a unos y los logros de otros! La mayor sensibilidad
sociológica y simbólica que se le presupone a UP sobre el PSOE, ha servido a modo de trampa -de la
diversidad-: en vez de parecer superior al PSOE en la defensa de los trabajadores; UP se diferencia en agitar
más banderas arcoiris frente a Vox; un papel de comparsa colorida análogo en la izquierda al de Cs en la
derecha. Es intolerable que, entre todos, hayamos situado por delante de la pobreza o la desigualdad
económica (ambas en aumento) ciertos conflictos identitarios, y UP no debería contribuir a ello bajo presión
de una 'amenaza fantasma'. Sabiendo -como ahora sabemos- que Vox es el último partido estatal en el
Congreso, haberlo presentado como enemigo máximo resulta autolesivo -igual que presentar al PSOE como
aliado máximo-.

Parece que Pablo Iglesias quiso rectificar esto cuando, en los debates electorales -sin una mención siquiera
a la extrema derecha-, lanzó un aviso sobre el futurible pacto PSOE-Cs. Quizás fue demasiado tarde para
esta 'segunda alerta'. Quizás la alerta de meses atrás ya había calado entre la población. Ahora, la realidad
es que ni se ha impedido la entrada institucional de la 'extrema derecha', ni se ha descartado el posible
gobierno del 'extremo centro' -un centro constituido en torno a banca y mercados, con el extremismo
austericida de la deudocracia, claves de cualquier posible alianza entre Cs y PSOE-. Aunque tal gobierno
'extremo-centrista' se evitase, sería necesario lanzar una última alerta, de la que hablaremos a
continuación, capaz de señalar la cercanía de ambos extremos.

TERCERA ALERTA: VOX Y PP-SOE-Cs ENTRE LA RECONQUISTA Y LA RESTAURACIÓN

Si el miedo a la 'reconquista' iniciada por Vox puede facilitar una 'restauración' de las élites felipistas y
aznaristas -PSOE y Cs-, las declaraciones de Ortega Smith en la noche electoral definiendo a sus diputados
como 'la resistencia' apuntan a un papel legitimador -por oposición- de todo el régimen del 78. La fortaleza
de Vox está en hacer ver que existe en diversos temas (feminismo, inmigración, memoria histórica...) un
'consenso caduco' entre PP, PSOE, Cs y -también- UP: una 'casta' frente a la que Vox buscaría diferenciarse
ideológicamente, sin necesidad de ofrecer políticas realmente distintas. Si bien es cierto que el triple bloque
PPSOECs lanzó varios 'pactos de Estado' sobre algunas de estas cuestiones, hay que recordar que UP se
mantuvo al margen de muchos de ellos -por considerarlos ineficaces, oportunistas o con buenas intenciones
pero faltos de recursos económicos-.

Si UP muerde cualquiera de esos anzuelos identitarios -como en ocasiones hace- e insiste acríticamente en
mostrarse ahora ante Vox como el mayor valedor de partidos autonómicos, inmigración o leyes de género
-estrategia ya usada por PPSOECs en diferentes grados-, estará adoptando una perdedora postura defensiva,
presentándose solamente como escudero del statu quo y barniz morado del aparato, absorbiendo todos los
golpes del descontento ciudadano sin haber disfrutado ninguna de las ventajas del poder político. El interés
de UP está, por el contrario, en señalar a Vox como la verdadera continuidad con PPSOECs, y a sí mismos
como una opción transformadora. Rebatir a Vox debe usarse para rebatir también los defectos principales y
efectos secundarios de los consensos de PPSOECs. Y para ello no basta disputarse el foralismo con el PP, la
alianza de civilizaciones con el PSOE o el feminismo con Cs, sino disputarle a Vox la indignación nacional, la
defensa progresista de la Hispanidad, la visión social del patriotismo y la lucha abierta por las familias. Sin
alarmismo, exponer con calma que en Vox no hay rupturistas sino continuistas, y no aparecer ante ellos
como mera retaguardia del sistema, sino por delante de ellos como la vanguardia del cambio.

Además de consecuencia cultural del PPSOECs, Vox es también una secuela material de sus políticas de
recortes, amnistías para ricos y regalos a bancos. En Vox hay menos neo-fascismo que neo-liberalismo,
menos ultra-derechistas que ultra-capitalistas. Si un partido tan neoliberal como el resto asusta tanto a UP
solo porque agite un poco más la rojigualda, quizás su verdadero miedo sea la bandera. No debería ser tan
preocupante que en sus listas lleven a toreros y militares como que lleven -tras la crisis democrática- a un
aristócrata (Espinosa de los Monteros) y -tras la crisis financiera- a un banquero (Rubén Manso). Y, en esto
último, ni siquiera se diferenciarían de los partidos que presentan candidatos del más rancio abolengo
(Cayetana Álvarez de Toledo en el PP) y candidatos que también provienen de la banca (Pedro Sánchez en el
PSOE, Albert Rivera en Cs), por lo que UP debería lanzar más bien unas colectivas alertas anti-oligárquica y
anti-bancaria contra PPSOECs y Vox. Si Vox tiene también el mismo programa económico que Aznar dictó a
Casado en el PP y a Garicano en Cs, que UP lance una 'alerta anti-aznarista' contra PPSOECs y Vox. Si Vox
tiene la misma idolatría americana por la economía de Trump que tuvo el PP con Bush o el PSOE con
Obama, que UP lance por la soberanía europea una 'alerta anti-yanqui' contra PPSOECs y Vox. Si Vox tiene
las mismas ganas de desmantelar el bienestar que tuvieron Zapatero y Rajoy, que UP lance por el estado
social una 'alerta anti-austeridad' contra PPSOECs y Vox. Si Vox tiene la misma idea sobre el mercadeo
mediático que Villarejo con el PP y Fuentes Gago aún con el PSOE, que UP lance una 'alerta anti-cloacas'
contra PPSOECs y Vox. Y, sobre todo, si Vox tiene la misma construcción nacional reactiva que el clasismo de
la derecha o el izquierdismo progre del PSOE, que UP lance para el país una 'alerta anti-divisionista' contra
PPSOECs y Vox. Efectivamente, la verdadera forma de detener el 'fascismo' -nacionalismo que se hace
mediante exclusión-, será un patriotismo construido desde la inclusión.

También podría gustarte