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La guerra de Hispania entre los años 416 y 418 fue un conflicto bélico que
enfrentó al Imperio romano de Occidente con los vándalos silingos y
los alanos asentados en las provincias hispanas
de Bética, Lusitania y Cartaginense.1 El Imperio no luchó con sus propias
tropas sino que utilizó a los visigodos y a los vándalos asdingos quienes
combatieron en su nombre como foederati.1
Antecedentes
La pérdida de las provincias hispanas
Artículo principal: Invasión del Rin
Reconquista de la Cartaginense
Los alanos habían recibido dos provincias y se estima que estaban divididos
en dos grupos diferentes: el que se asentó en la Cartaginense siguiendo
a Respendial y los que lo hicieron en Lusitania bajo el mando de Ataces.1
Parece ser que la reconquista de la provincia Cartaginense no fue obra de los
visigodos sino de los vándalos asdingos.1 Estos, al mando de su
rey Gunderico, se dirigieron al interior peninsular y consiguieron derrotar a
los alanos de Respendial cuyos supervivientes se pusieron a las órdenes de
su rey y volvieron con ellos a Gallaecia.1
Reconquista de Bética y Lusitania
Los visigodos partieron de Barcino (Barcelona) a mediados del año 416.
Tenían un particular resentimiento contra los vándalos silingos ya que,
durante los años anteriores, estos se habían aprovechado de su escasez de
suministros para venderles el trigo a precios desorbitados.4 Se dirigieron a la
provincia de Bética aunque no se sabe con certeza por qué medio. Se
especula que fue por tierra o bien transportados por mar en barcos de la
armada imperial.5
Una vez en el sur, comenzaron a hostigar a los silingos y Walia consiguió
capturar a su rey Fridibaldo, sin lucha, mediante una estratagema.6 La batalla
entre ambos ejércitos se produjo junto a Calpe occidental (Carteia) donde
los visigodos infringieron una severa derrota a los vándalos que sufrieron una
gran cantidad de bajas.7 Los vencedores pasaron el año 417 expulsando de
la provincia a los invasores que quedaban quienes huyeron hacia el norte con
sus familias para refugiarse dentro del territorio de los asdingos.
El siguiente objetivo fueron los alanos de Ataces. Los visigodos avanzaron
hacia el norte y entraron en su territorio. En el 418 se produjo el choque contra
el ejército alano y su rey murió durante el combate.7 Al igual que habían
hecho el otro grupo de alanos y los silingos, los supervivientes optaron por no
elegir a un nuevo líder y huyeron hacia el territorio asdingo para unirse a
ellos.7
Final de la guerra y consecuencias
Tras la derrota de los alanos, Flavio Constancio ordenó a los visigodos
detener la campaña ese año 418 y dirigirse a la Galia donde se les concedió
un asentamiento en la provincia de Aquitania Segunda y en el valle del
río Garona. La guerra no continuó contra los invasores asentados en
Gallaecia: el Imperio mantuvo el acuerdo de alianza con los asdingos
mientras que los suevos, finalmente, tampoco fueron molestados.1
El Imperio consiguió recuperar las provincias perdidas y restablecer su
administración en ellas. Para el año 420 ya se tiene constancia de la
existencia de un vicario para Hispania llamado Maurocelo.8 Sin embargo, la
paz duraría poco. Los asdingos vieron aumentada considerablemente su
fuerza militar de tal manera que, al siguiente año 419, intentaron expandir su
territorio a costa de los suevos y provocaron una guerra entre ellos. Tras su
fracaso, huyeron hacia el sur, se adueñaron de la Bética y derrotaron a los
romanos en el año 422.
Este gran logro logístico habría sido imposible sin requisar barcos y
probablemente con la colaboración de parte de la población
hispanorromana, que estaba interesada en dejarlos ir cuanto más lejos
mejor. Ya fuera con su apoyo activo o no, como el gobernador de África
Bonifacio estaba enfrentado al gobierno imperial, ese conflicto interno
permitió a los vándalos emigrar con poca oposición. Los vándalos
conquistaron rápidamente los territorios romanos de Marruecos y Argelia, y
gracias a eso pudieron firmar un foedus en que se reconocía a Genserico
como rey aliado y su asentamiento en estas provincias. Con los visigodos
todavía en la Galia y los vándalos en el norte de África, los únicos bárbaros
que quedaban en Hispania eran los suevos, y debido a este vacío de poder
pronto hubo un breve período de apogeo del Reino suevo.
Hispania y el Imperio romano de Occidente en el 430
Después de que los vándalos dejaran Hispania para ir al norte de África, los
suevos quedaron como los únicos bárbaros en la península ibérica, así que
el contexto era perfecto para que los suevos pudieran tener un período de
protagonismo. Mientras tanto, con la salida de los vándalos el Imperio
romano recuperó el control de Hispania Cartaginense, Lusitania y la Bética,
al menos nominalmente. La realidad es que el Imperio tenía cada vez menos
control sobre Hispania, y en su lugar la aristocracia y el clero hispanorromano
gobernaban los territorios hispanos de forma totalmente autónoma.
En la corte de Rávena, el ambicioso Flavio Aecio conspiró contra el
comandante en jefe del ejército romano y mano derecha de Valentiniano III.
Hizo que lo ejecutaran a él y a su familia y durante algún tiempo compitió
contra Bonifacio por la supremacía política. Tienes que comprender que
Aecio se ganó un buen prestigio realizando campañas contra los visigodos,
los borgoñones, los alamanes, y las bagaudas, hasta el punto de que se le
veía como el posible salvador de Roma. Entonces Aecio luchó contra
Bonifacio, al que logró matar, y con la ayuda de los hunos pudo convertirse
en el hombre más influyente del Imperio romano de Occidente, eclipsando a
la aún regente Gala Placidia.
Bien, ahora centrémonos en lo que estaba sucediendo en Hispania. Sobre
los suevos, pues lo cierto es que ignoramos muchas cosas. No sabemos si
en el momento de cruzar los Pirineos en el 409 los suevos eran una
monarquía hereditaria consolidada, o si todavía tenían un sistema electivo
para elegir a su rey guerrero. Otra cuestión es si los suevos tenían un solo rey
o más al principio. Se menciona por ejemplo a Heremigario liderando a los
suevos contra la retaguardia de Genserico mientras los vándalos
abandonaban Hispania, y no sabemos si este era un general que servía al rey
suevo Hermerico, o si era algún jefe independiente.
Tampoco sabemos si se asentaron principalmente en ciudades fortificadas
para más tarde hacer incursiones en el campo, o si muchos de los suevos se
convirtieron en campesinos. Sí que parece claro que los principales
asentamientos suevos eran Braga, Lugo y Astorga. Tenemos fuentes literarias
que dicen que eran los bárbaros que adoptaron más rápidamente un estilo
de vida sedentario, pero eso no explicaría sus continuas incursiones. Puede
que simplemente les ocurriera como a los vascones durante el período
visigodo, es decir, que hicieran incursiones porque no todos los suevos
tenían medios para subsistir, o quizás simplemente querían enriquecerse y
hacerse con botín.
Hermerico y Flavio Aecio
Lo que sí sabemos es que en el 430 los suevos, liderados por el ya viejo rey
Hermerico, asaltaron la región central de Gallaecia, pues aún no había sido
sometida. Sin embargo, Hermerico no logró someter esas ciudades gracias a
sus fortificaciones y, viendo como algunos de los suevos murieron o fueron
capturados, se vio obligado a restablecer la paz. El fracaso de esas
incursiones demuestra que los suevos aún no tenían una base de poder
sólida, ni siquiera en un área relativamente pequeña. El proceso de
asentamiento suevo en la provincia de Gallaecia fue lento y lleno de
contratiempos para ellos, porque gran parte de la población local era reacia
a su presencia.
Y eso no es raro, ya que los suevos pasaron sus primeros años causando todo
tipo de problemas a los locales, como robar o tomar rehenes. Este fue un
período muy inestable para Gallaecia, porque con el vacío de poder dejado
por los romanos y la llegada de los suevos había mucha intranquilidad y
desorden. Los suevos de vez en cuando llegaban a acuerdos de paz con las
élites locales, pero esos acuerdos eran constantemente rotos y
reestablecidos.
Lo que hay que destacar aquí es que las negociaciones fueron
exclusivamente locales y solía ser mediante la mediación de la Iglesia, no hay
una sola mención de acuerdos con las autoridades imperiales. Esto no
debería sorprender a nadie, ya que el Imperio había abandonado las
provincias pobres y periféricas para concentrar sus escasos recursos en las
provincias más importantes, pero este abandono de la provincia de Gallaecia
ejemplifica el gradual proceso de desintegración del Imperio romano de
Occidente. Para denunciar esas incursiones y deshacerse de los suevos, el
obispo Hidacio encabezó una delegación en el 430 para reunirse con Flavio
Aecio en la Galia y pedir ayuda militar.
Hidacio regresó a Gallaecia no con un ejército, sino con un representante de
Aecio llamado Censorio para negociar la paz con los suevos, y en este viaje
hay un detalle que me parece muy curioso. El obispo encontró un visigodo
que iba a Hispania con «motivos ocultos», y aquí entramos en el terreno de la
especulación. Este visigodo podría haber sido un renegado cualquiera que
tenía sus propios objetivos, pero también podría haber sido un explorador al
servicio del rey visigodo Teodorico I para obtener información sobre Hispania,
para saber más sobre una posible área de expansión futura.
En cualquier caso, volviendo a las negociaciones de paz con los suevos, la
unión de intereses locales y representantes imperiales probablemente
asustó un poco al rey Hermerico, por lo que liberó a los cautivos y ambas
partes llegaron a un acuerdo de paz. Los suevos querían el reconocimiento
legal de su estatus de federados en Gallaecia, pero como no lo consiguieron
estaban cantado que la paz no iba a durar. Entre tanto, en la década de los
años 30 del siglo V, Flavio Aecio se centró en luchar contra varios grupos,
comenzando por las bagaudas que se estaban volviendo cada vez más
problemáticas en la Galia.
El general Aecio también luchó contra los borgoñones y los visigodos, ya que
estos bárbaros federados estaban conquistando territorios romanos para
quedárselos. El Imperio ignoró por completo Hispania porque tenía regiones
más importantes de las que preocuparse, y Aecio solo pudo mandar algunas
tropas auxiliares de la parte oriental del Imperio hacia África. Como tantas
provincias del Imperio o estaban devastadas o estaban bajo control bárbaro
o de romanos autónomos, cada vez era más y más difícil reclutar soldados
del Imperio, y esto obligaba a Aecio a depender más y más de bárbaros
mercenarios. Y como no había suficientes efectivos para defender la plaza,
los vándalos conquistaron Cartago en el 439 y desde allí conquistaron con su
poderosa armada las islas de Baleares, Cerdeña y Córcega.
Ante tal reverso, Aecio se vio obligado a firmar un foedus con los visigodos en
el que se les reconocía como pueblo soberano o semisoberano gobernados
por un rey, aunque de poco sirvió la paz con los visigodos para combatir en
otros frentes. De hecho, algunos consideran que la toma vándala de Cartago
supuso la puñalada mortal del Imperio romano de Occidente, porque sin el
grano y los impuestos africanos era imposible mantener la administración y
el ejército como hasta ahora. De hecho, los terratenientes africanos se
arruinaron porque los vándalos confiscaron sus tierras y bienes y el
emperador romano perdió muchas de sus explotaciones personales.
Fue a partir de la toma de Cartago que el emperador Valentiniano III tuvo que
eliminar muchos privilegios fiscales, incluyendo los de la Iglesia, y recortar el
número de soldados en 18.000 soldados de infantería y 10.000 de caballería
según las estimaciones. Como se redujo la capacidad del Imperio romano de
recuperar sus antiguas posesiones y de defender su integridad territorial,
cada vez más las élites provinciales optaron por colaborar con los reyes
bárbaros para garantizar su seguridad y el orden. Además, el Mediterráneo
dejó de ser el Mare Nostrum y pasó a ser un mar inseguro plagado de piratas,
y así el comercio marítimo y las comunicaciones entre las provincias
romanas quedaron muy tocadas.
La situación era tan grave que en el 442 Valentiniano III se vio obligado a
firmar un tratado de paz con Genserico que reconocía la independencia del
Reino vándalo. El Imperio recibió de vuelta la Mauritania Tingitana, aunque
en realidad ya no tenían control sobre las costas de Marruecos y los líderes
bereberes también aprovecharon la situación para ampliar sus dominios. Así
que la década de los años 30 del siglo V fueron más importantes de lo que
suele parecer porque el Imperio romano reconoció por primera vez a los
bárbaros como iguales y reconoció la pérdida de muchos territorios.
Requila, el rey suevo conquistador
De vuelta a los suevos, Hermerico, que estaba ya enfermo y anciano, abdicó
en el año 438 a favor de su hijo Requila. Aparentemente, los suevos no tenían
una monarquía electiva sino una hereditaria, o al menos en ese momento el
poder de la dinastía gobernante se consolidó lo suficiente como para saltarse
cualquier elección. Mientras que Hermerico era una especie de rey prudente
y diplomático, su hijo Requila era mucho más beligerante y ambicioso.
Mapa del Reino suevo, con sus fronteras más estables hasta la conquista visigoda
del 585
En su primer año de reinado Requila rompió la paz con los romanos y
comenzó una ambiciosa campaña para saquear y conquistar las provincias
de Lusitania y Bética. El movimiento era audaz, pero Lusitania estaba
abandonada por el gobierno imperial y la Bética era famosa por su riqueza,
así que si Requila lograba conquistar esas provincias los suevos estarían en
una posición mucho más fuerte. Era el momento perfecto, ya que los
vándalos habían dejado la península ibérica y el gobierno imperial luchaba
en otros frentes.
Antes de comenzar sus campañas, Requila aseguró la retaguardia haciendo
las paces con los pueblos del norte de Galicia. Después de eso marchó hacia
el sur y en la Bética Requila derrotó a un ejército liderado por un hombre
llamado Andevoto. No está claro si Andevoto dirigía un ejército privado
contratado por la aristocracia local o si dirigía una expedición imperial de
Valentiniano III. En cualquier caso, este ejército servía a los intereses
hispanorromanos, pero fracasó y los suevos capturaron un gran tesoro de oro
y plata. No conocemos muchos detalles de esta campaña, pero en el 440 los
suevos conquistaron la capital de la diócesis de las Hispanias y de Lusitania,
Mérida, y luego en el 441 Sevilla, la ciudad más importante de la Bética.
Sin embargo, estas campañas y todo el mapa de supuestas conquistas
suevas son engañosas, porque las “conquistas” no se consiguieron por la
fuerza o por asedios sino por medio de diplomacia, traiciones y el apoyo de
facciones dirigentes de las ciudades. Esto también hacía que la autoridad
sueva sobre éstos fuera muy débil y que pudiera derrumbarse en cualquier
momento, como de hecho ocurrió pasando. El Imperio estaba impotente en
esta situación con tantos frentes abiertos, y los romanos primero intentaron
una solución diplomática enviando al embajador Censorio de nuevo a
Hispania. Sin embargo, Requila fue muy agresivo con los romanos y tomó al
diplomático como rehén durante muchos años.
Conquistas suevas de Requila por Hispania. Muchas veces, más que conquistas,
eran ocupaciones y saqueos temporales, por eso mapas como este son engañosos
Por alguna razón los suevos no participaron en la coalición, quizás porque los
suevos tenían su base de poder en Hispania y no en la Galia, pero en
cualquier caso eso supuso el fin de la breve alianza visigoda y sueva. Los
romanos, visigodos, borgoñones, sajones y muchos otros lucharon juntos
contra los hunos y sus vasallos en la decisiva batalla de los Campos
Cataláunicos. La coalición romana logró la victoria, aunque el bando
vencedor tuvo importantes bajas como el rey de los visigodos Teodorico I. Le
sucedió su hijo Turismundo, reconocido por Aecio como amigo de Roma, y la
dinastía baltinga y los godos en general vieron como aumentaba su prestigio
y cohesión interna y el aprecio de la población romana. Sin embargo,
Turismundo no duró mucho tiempo al trono, ya que su hermano Teodorico II
le tenía envidia y decidió conspirar para asesinarle.
Con la retirada de los hunos de la Galia el Imperio romano de Occidente pudo
respirar un poquito de nuevo, así que Valentiniano III centró de nuevo su
atención en Hispania. El emperador romano envió una delegación, no
sabemos si diplomática o también militar, para negociar la paz con los
suevos. Sabemos que los suevos devolvieron a los romanos la Hispania
Cartaginense y la Bética hasta el estrecho de Gibraltar, mientras que
Requiario todavía mantenía bajo su control las importantes ciudades de
Mérida y Sevilla. Más importante aún, Valentiniano reconoció la
independencia del Reino suevo con su control sobre Gallaecia, Lusitania y
Bética Occidental. Eso fue motivo de celebración y el rey Requiario emitió sus
propias monedas de plata con su nombre escrito, un hecho muy notable,
porque hasta ese momento ningún otro rey bárbaro había hecho eso para
gritar a los cuatro vientos que su reino era independiente del Imperio romano.
Por otra parte, los hunos intentaron entonces atacar Italia, pero después de
sufrir de una epidemia y hambruna se vieron obligados a retirarse de allí
también. Atila murió en el 453 y la confederación de los hunos se desintegró,
y por ello el emperador Valentiniano III se sintió lo suficientemente confiado
como para asesinar al general que lo había hecho su títere durante dos
décadas, Flavio Aecio. Pero el karma le devolvió el golpe a Valentiniano y fue
asesinado por los seguidores de Aecio al año siguiente. Su muerte y la de
Aecio fueron el final de una era, porque a partir de entonces, una serie de
breves reinados sucedieron a la casa de Teodosio, y sólo en raras ocasiones
las autoridades imperiales trataron de restaurar el viejo orden fuera de Italia.
La batalla de Órbigo, el fin de la hegemonía sueva
Petronio Máximo, sucesor de Valentiniano III, no tuvo mucho tiempo para
liarla, pero era tan incompetente que lo logró. Canceló el matrimonio entre
una hija de Valentiniano y un hijo de Genserico, y eso lógicamente enfureció
a los vándalos, que usaron todo su poder naval para atacar y saquear la Roma
en el 455, de una forma más brutal que la de Alarico en el 410. Entonces el
galo-romano Avito tomó el poder con el apoyo de los visigodos, y Requiario
se aprovechó de la debilidad del Imperio para romper los acuerdos que había
hecho con Valentiniano III.
Mapa de Hispania, años 430-455, incluyendo el área de influencia sueva
Mapa del mundo post-Romano tras la caída del Imperio romano de Occidente, año
476.
Esa es la fecha convencional del fin del Imperio romano de Occidente, lo que
para algunos es el inicio de la Edad Media, pero para la mayoría de los
académicos seguimos estando en la Antigüedad tardía. Desde ese momento
hasta hoy Europa, Oriente Próximo y el norte de África permanecieron
divididos en múltiples estados. Como bien señala el historiador Guy Halsall,
lo más irónico de la caída del Imperio romano de Occidente es que muchos
de los hechos decisivos en la caída del Imperio fueron llevados a cabo por
gente que quería mejorar su posición dentro de las estructuras del Imperio
romano.
Este hecho lo lleva a afirmar que el Imperio romano no murió asesinado ni de
muerte natural, sino que más bien el Imperio romano cometió un suicidio
involuntario. Eso sí, hay que aclarar algunas cosillas. El Imperio romano
seguía existiendo porque nunca hubo dos estados separados entre Oriente y
Occidente, sino que era un estado gobernado por dos augustos. A partir del
476, el Imperio romano solo tenía un emperador en Oriente y los reyes
germánicos se presentaban como federados que gobernaban en su nombre
hasta bien entrado el siglo VI.
Este era un relato de ficción porque a todas luces ya no existía el Imperio
romano en Occidente, pero es importante destacar esta idea porque Roma
seguía siendo fuente de legitimidad para gobernar, al igual que pasó siglos
después cuando los condados catalanes eran de facto independientes, pero
técnicamente seguían siendo vasallos de los carolingios. De hecho, como la
idea de Roma seguía viva, Justiniano inició un ambicioso programa de
reconquista y restauración imperial en la primera mitad del siglo VI. Es a partir
de su muerte cuando podemos hablar más propiamente de Imperio bizantino
porque abandonaron el latín como lengua administrativa y abandonaron la
aspiración de restaurar el Imperio romano en Occidente.
El reinado de Eurico
Con la caída del Imperio romano aclarada, quiero destacar que Hispania para
Eurico era un área reservada para la futura expansión visigoda, pero el núcleo
del reino estaba todavía en la mitad sur de la Galia. Sin embargo, la
desintegración del poder romano y la presión de los francos en el norte
fomentaron el asentamiento de los visigodos en Hispania. Los visigodos
alcanzaron entonces su máxima expansión, con sus fronteras naturales en
los ríos Loira y Ródano, y el Reino visigodo de Tolosa se convirtió en el estado
más poderoso de Occidente.
Aun así, como con el Reino de los suevos de Requila y Requiario hay que
recordar que los mapas son engañosos y que había grandes extensiones de
Hispania que eran a efectos prácticos independientes y controladas por
poderes locales. Lo último que quería hablar del reinado de Eurico es su
política administrativa y religiosa. Su trabajo administrativo más importante
fue el Código de Eurico, la primera colección escrita de leyes germánicas, ya
que los germanos siempre se habían regido por leyes no escritas. Cabe
destacar que el Código de Eurico sólo se aplicó a los visigodos, no a la
población galorromana o hispanorromana.
Los godos y los súbditos romanos estaban claramente divididos por la ley,
me refiero entre otras cosas a que a los godos tenían prohibido casarse y
tener hijos con la población local. Esa división con el tiempo desapareció,
pero eso ocurrió un siglo después. Por otro lado, Eurico ha sido visto a veces
como un anticatólico, pero eso no sería justo, porque no quería conflictos
religiosos. Lo que Eurico quería es que el poderoso clero católico de la Galia
e Hispania se sometiera a los visigodos, pero algunos se oponían a ellos, y
fueron purgados por razones políticas, no religiosas.
El poder de la Iglesia en el siglo V
Y es que la institución más beneficiada del derrumbamiento del estado
romano fue sin duda la Iglesia católica. Desde el siglo IV ya se estaba
observando cómo el poder de la Iglesia iba aumentando e incluso
sustituyendo a los poderes civiles, por eso observamos como en algunas
ciudades donde antes había un consejo municipal de senadores ahora había
un obispo gobernando. El clero católico asumió competencias de la
administración romana y se presentó como continuadora de la romanidad, y
gracias a eso ejerció un enorme poder sobre la sociedad. Los bárbaros eran
conscientes del poder político y económico de la Iglesia y por eso intentaron
conseguir su apoyo para gobernar las provincias conquistadas, en el caso de
los visigodos y suevos sobre los hispanorromanos y galorromanos.
También se puede decir que en parte los bárbaros fueron claves para que la
Iglesia fortaleciera aún más su posición. De manera más o menos
consciente, los bárbaros querían sustituir a los funcionarios romanos y
establecer sus propios reinos, así que qué mejor que apoyarse en un poder
como el eclesiástico para mutuamente repartirse lo que quedaba de la
administración romana. Entre tanto, la sociedad hispanorromana se estaba
cristianizando cada vez más durante el siglo V, y por eso las viejas élites
seculares codiciaron los mejores cargos y en algunas ocasiones facciones
del clero buscaron el apoyo de los bárbaros para imponer su dominio sobre
una ciudad o provincia.
El reinado de Alarico II antes del desastre
En el 484 el rey Eurico murió y fue sucedido por su hijo Alarico II. Alarico II ha
sido tratado injustamente hasta hace poco, debido a la desastrosa batalla de
Vouillé en el 507 de la que hablaré más tarde. Sin embargo, su política fue
similar a la de su padre, y a veces incluso mejor. Alarico trabajó para
consolidar el poder visigodo en Hispania, ya que realmente el control
visigodo sobre Hispania era muy débil. Además, Alarico II centró sus
esfuerzos en el fortalecimiento de la autoridad real y en la integración de la
aristocracia y el clero galo e hispanorromano en el estado visigodo. Con estos
objetivos en mente, podemos entender la promulgación del Breviario de
Alarico y su relajada política hacia el clero católico.
Comencemos con el Breviario de Alarico, que era una colección muy
completa de leyes romanas compiladas y aprobadas en el 506 con la
colaboración del clero y la aristocracia. Las leyes del Breviario de Alarico eran
las que se aplicaban a la población no visigoda, y es notable cómo los
visigodos continuaron la tradición romana y trataron de presentarse como
continuadores de la romanidad. Con el Breviario de Alarico, el Reino visigodo
reconoció que las leyes romanas eran fundamentales para la constitución
del reino, mientras que al mismo tiempo la promulgación de leyes
representaba la plena soberanía de los visigodos.
Igualmente, importante era la política religiosa de Alarico II hacia la jerarquía
católica, ya que el clero era aún más poderoso que la aristocracia en muchas
regiones. Alarico II utilizó la vieja táctica del palo y la zanahoria, para
recompensar a los leales al Reino visigodo y exiliar a los que conspiraban con
los francos o los borgoñones. Entre otras cosas, Alarico eliminó la
subordinación de las iglesias galas e hispanas ante Roma, algo que el
influyente obispo Cesáreo de Arlés deseaba. Más importante aún, Alarico II
convocó a los obispos de su reino en la ciudad gala de Agda para celebrar un
concilio en el 506 presidido por Cesáreo de Arlés. Esto es indicativo de lo
fundamental que era el apoyo de la Iglesia para sostener el poder de la
monarquía visigoda. Los obispos hispanos no asistieron al concilio, pero se
planeó uno nuevo en Tolosa al año siguiente. Pero como pronto verás, ese
concilio no pudo celebrarse debido a un trágico evento político y militar.
El auge de los francos
Desde la muerte del rey Eurico, los francos emergieron como un poderoso
reino bárbaro que se expandió desde la contemporánea Bélgica hasta el
norte de Francia. Clodoveo I logró unir a los cacicazgos francos y conquistó
el Reino de Soissons, el enclave galorromano fundado por Egidio después del
asesinato de Mayoriano. La amenaza de los francos se hizo más y más clara,
y en los años 80 y 90 del siglo V, visigodos y francos se encontraron en batalla
en múltiples ocasiones, sin que los visigodos pudieran frenar el progresivo
avance franco.
Para contrarrestar la pujanza franca, Alarico II confió en la diplomacia. Con
la ayuda de los visigodos, los ostrogodos liderados por el rey Teodorico el
Grande conquistaron Italia, y esta alianza natural entre godos se selló con un
matrimonio. Antes de seguir hablando de los francos, quiero centrar la
atención en lo que estaba pasando en suelo hispano. Nuestra única fuente
de información es la Crónica de Zaragoza, que nos informa que hubo dos
revueltas infructuosas contra los visigodos en la Tarraconense entre el 496 y
506.
Estas revueltas sucedieron en parte por el aumento de la migración y el
asentamiento de los visigodos en Hispania. Aquí hay dos líneas de
interpretación distintas, la primera la defienden historiadores como Javier
Arce y nos dicen que antes del 507 los visigodos solo tenían guarniciones
militares y poco más, es decir, que los asentamientos godos eran de
clientelas militares. La otra interpretación sería la de historiadores como José
Soto Chica, que defienden que hubo un influjo de refugiados importante a
partir de la última década del siglo V a causa de las conquistas francas en el
norte de la Galia.
Los visigodos se asentaron sobre todo en la Meseta norte, alrededor de ríos y
caminos importantes para controlar más fácilmente el resto de la península
ibérica y para evitar poner más presión demográfica en la Hispania Bética y
la Tarraconense. Sobre cómo se distribuyeron esas tierras entre los
visigodos, es probable que los visigodos ocuparan fincas hispanorromanas e
imperiales abandonadas en vez de arrebatar propiedades labradas, y que
simplemente explotaran las villas romanas cobrándose una buena parte de
sus frutos.
La batalla de Vouillé y sus consecuencias
Clodoveo I, el rey de los francos, reinició las hostilidades contra los visigodos
en el 507 gracias a la instigación de los romanos de Oriente, que le habían
prometido nombrarlo patricio de las Galias si enfrentaba a los visigodos
mientras ellos enfrentaban a los ostrogodos. Clodoveo aprovechó que los
visigodos eran arrianos y que él había convertido a los francos al catolicismo
para presentar su guerra como una guerra de liberación de los
galorromanos. Para probar que era una guerra de liberación, Clodoveo
prohibió a sus tropas hacer razias y saqueos.
El factor religioso fue exageradamente enfatizado por el clero galo y franco
como una variable que contribuyó a la victoria de los francos, pero sin duda
les ayudó a ganarse simpatías. Los borgoñones se unieron a los francos,
mientras que el suegro de Alarico II, Teodorico el Grande, se ocupaba de un
ataque de los romanos de Oriente. Sabiendo que al menos por un tiempo no
recibiría ninguna ayuda y que la propaganda de los francos podía provocar la
pérdida de apoyos, Alarico II decidió reunirse con los francos en la batalla de
Vouillé. Esto lo hizo a la desesperada sabiendo que su prestigio y
supervivencia dependía de derrotarlos rápidamente, pero cometió el error de
no concentrar todas sus fuerzas y tener algunas aún en Hispania y otras
dirigiéndose contra los borgoñones.
La batalla de Vouillé ocurrió cerca de Poitiers y allí los francos derrotaron
decisivamente a los visigodos y galorromanos que los apoyaban. Los
visigodos resistieron bastante bien y mantuvieron un buen rato la pelea
reñida, el problema es que el terreno no les permitió explotar la ventaja que
tenía su caballería. El momento crucial ocurrió cuando Clodoveo
presumiblemente mató a Alarico, porque eso provocó la masacre de muchos
visigodos en el caos de la estampida. Los visigodos sin líder no supieron
cómo reaccionar, y aprovechando la confusión de la situación, Clodoveo
marchó hacia el sur conquistando Burdeos y la capital del reino, Tolosa, con
parte del tesoro real visigodo incluido.