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Reino suevo

El Reino suevo fue fundado por el pueblo germánico de los suevos en la primera mitad del siglo v en la provincia de la
Gallaecia del Imperio romano de Occidente tras haber penetrado en la península ibérica junto con vándalos y alanos en
el 409. El conocimiento de su historia viene determinado por las fuentes, ya que para los ochenta años transcurridos
entre el 469 y el 550 no disponemos de ellas. En el 585 el reino suevo dejó de existir al ser conquistado por el rey
visigodo Leovigildo y su territorio fue incorporado al reino visigodo de Toledo. En esa fecha el visigodo Braulio de
Zaragoza escribe: En el lejano oeste hay un estado analfabeto donde no se siente nada salvo los vientos de tormenta. La
historia de la Galicia sueva ha estado algo marginada en la cultura de España, pues fue un estudioso alemán quien
escribió el primer informe sobre los suevos de Galicia, como lo admitió el historiador Xoán Bernárdez Vilar.

Asentamiento e integración[editar]

Los suevos se establecieron principalmente en Braga (Bracara Augusta), Oporto (Portus Cale), Lugo (Lucus Augusta) y
Astorga (Asturica Augusta). La ciudad de Braga se convertirá en la capital de su reino. Un grupo que acompañó a los
germanos suevos ocupó la región entre los ríos Cávado y Homem, en la zona conocida como Terras de Bouro (Tierra de
Buri).1 Asimismo, en Galicia existen dos parroquias de nombres suevos, en las comarcas de La Coruña y La Barcala, y
hasta cuatro pequeñas poblaciones más con dicha denominación.

Dado que los suevos casi de inmediato adoptaron el como idioma el latín vulgar local, quedan algunos restos del idioma
germánico hablado anteriormente. Ha habido una cierta influencia sobre la lengua gallega y la lengua portuguesa, como
lawerka (laverca en gallego y en portugués con el significado de alondra).

Primera etapa[editar]
El nacimiento del reino (411-438)[editar]

Según relata Hidacio, dos años después de su entrada en la península ibérica en 409, suevos, vándalos y alanos llegaron
al acuerdo de poner fin al saqueo y al pillaje al que habían sometido hasta entonces a las provincias romanas de Hispania
y se asentaron de forma estable en ellas. Así a los alanos les correspondió la Lusitania y la Cartaginense; a los vándalos
silingos, la Bética; a los vándalos asdingos, el interior de la Gallaecia —región de Lugo y Astorga— y a los suevos la
Gallaecia lindante con el océano. En total sumarían unas 200.000 personas, contando mujeres y niños, frente a unos
cinco millones de hispanorromanos.2

Para intentar recuperar estos territorios el Imperio romano de Occidente firmó un foedus con el rey visigodo Valia,
quien penetró con su ejército en la península ibérica con la autoridad que le había conferido el emperador y en los años
416 y 417 recuperó de manos de alanos y vándalos silingos las provincias más ricas y romanizadas de Hispania: Bética,
Lusitania, Tarraconense y Cartaginense.3
En 419 en la Gallaecia surgió un conflicto entre los suevos y los vándalos asdingos motivado probablemente por la
pobreza de las tierras que les habían correspondido a estos últimos —cuyo número se había incrementado con la
incorporación de grupos dispersos de vándalos silingos y alanos derrotados por los visigodos—. Así los suevos se vieron
cercados en los montes Nerbasios —de localización desconocida— y sólo les salvó de ser completamente aniquilados la
intervención de un ejército imperial al mando del comes Hispaniarum Asterio. Como ha señalado Luis A. Gómez Moreno,
"sin duda el gobierno imperial estaba interesado en impedir una supremacía de la agrupación popular entonces más
poderosa, los asdingos" y "el número mucho menor de los suevos representaba un peligro de momento secundario". Los
vándalos asdingos, con su rey Gunderico al frente, levantaron el asedio y se dirigieron al sur, aunque antes mataron a
cierto número de suevos en Braga —en el 429, tras saquear la Bética, pasaron al norte de África—.4

La expansión bajo Requila y Requiario (438-456)[editar]


Tras el abandono de Hispania por los vándalos, los suevos intentaron extender su influencia fuera de la Gallaecia, sobre
las otras provincias de Hispania, más ricas y urbanas. Sin embargo sus acciones se limitaron al saqueo y al pillaje y no
lograron consolidar el dominio de ningún territorio fuera de la Gallaecia, e incluso dentro de ella muchas zonas
escapaban a su control que se circunscribía a la mitad suroccidental de la provincia. Esto era debido fundamentalmente
a su escaso número en relación con la población total. Se estima que los suevos no sobrepasarían las veinticinco mil
personas, mientras que la población galaica hispanorromana rondaría las setecientas mil almas. "Para estos años Hidacio
nos señala minuciosamente las continuas escaramuzas entre los suevos y la población provincial, en una relación
interminable de saqueos y acuerdos de paz que se rompían con facilidad". El propio obispo Hidacio negoció en 433 con
el rey suevo Hermerico un acuerdo para alcanzar la paz, pero ésta no se lograría plenamente hasta cinco años después
con el acuerdo suscrito por el rey con la aristocracia galaica.5

Con el rey Requila el reino suevo alcanzó su mayor expansión. En 438 encabezó una campaña contra la Bética donde
derrotó a orillas del río Genil a un ejército organizado por la aristocracia local y comandado por un tal Andevoto. En los
dos años siguientes ocupó Emerita Augusta (Mérida), capital de la Lusitania, y Mértola (Myrtilis) y en el 441 logró entrar
en Sevilla, la capital de la Bética. "Esta última conquista debió permitirle extender su influencia incluso por la
Cartaginense. En esos momentos, principios de la década de los cuarenta, tan solo la Tarraconense se mantenía bajo el
estrecho control imperial, muy posiblemente con la ayuda de tropas de foederati visigodos".6

En el 446 un ejército de «federados» visigodos al mando de un magister utriusque militae llamado Vito fue derrotado
por los suevos cuando intentaba recuperar la Bética para el Imperio. Dos años después moría Requila al que le sucedió
su hijo Requiario. Este intentó en primer lugar fortalecer el reino suevo para lo que intentó un acercamiento al reino
visigodo de Tolosa de Teodorico I casándose con una princesa visigoda. A su vuelta de la corte visigoda apoyó una nueva
revuelta bagauda que había estallado en la Tarraconense, sumándose al saqueo y al pillaje. La revuelta bagauda fue
finalmente reprimida por el un ejército visigodo al mando de Federico, hermano del rey Teodorico II. En cuanto a los
suevos firmaron en 453 un acuerdo con un representante del Imperio, el comes Hispaniarum Mansueto, para poner fin a
sus incursiones en la Tarraconense.7

La supremacía visigoda (456-469)[editar]

En 456, tras la muerte del emperador Valentiniano III y el acceso al trono imperial del galorromano Avito, el rey visigodo
Teodorico II inició una gran campaña militar para extender el reino visigodo de Tolosa hacia Hispania lo que llevaría a
enfrentarse al creciente poder del reino suevo. Por su parte Rechiario había reiniciado los saqueos por la Cartaginense y
la Tarraconense dando por roto el pacto de 453 a causa de la muerte del emperador, y haciendo caso omiso de las
protestas presentadas por sendas embajadas de Avito y de Teodorico II. Así el 6 de octubre de 456 tuvo lugar una gran
batalla a orillas del río Órbigo entre el ejército visigodo comandado por el propio Teodorico II, detentando la autoridad
que le había conferido el emperador, y el ejército suevo. El resultado de la batalla del río Órbigo fue una gran derrota
para los suevos que vieron como a continuación su capital Braga era ocupada por los visigodos y su rey Rechiario era
apresado y ejecutado en Oporto. En su lugar Teodorico II nombró un gobernador de nombre Agiulfo y a continuación se
dirigió a Mérida, donde conoció la muerte del emperador Avito. Teodorico II volvió precipitadamente a la Galia, pero
dejó un ejército en Hispania que se apoderó y saqueó diversas localidades de la Meseta superior como Astorga, Palencia
y el castrum de Coyanza (Valencia de Don Juan).8

En el 457 Agiulfo, el gobernador nombrado por Teodorico II, se rebeló contra éste pero fue derrotado y muerto. En este
contexto se produjo un rebrote de la resistencia sueva formándose varios grupos cuyos líderes se enfrentaron entre sí
por la jefatura del antiguo reino: primero, Maldras y Framtán, y luego Requimundo y Frumario —Requimundo, cuya
base de dominio se situaba en la zona occidental de la Gallaecia, defendía una política de amistad con el poder visigodo
y con el Imperio, mientras que Frumario, cuyos apoyos se encontraban en la Gallaecia meridional e interior, era
contrario a cualquier acuerdo—. Teodorico II reaccionó enviando a la Gallaecia un ejército mandado por un comes
visigodo, Sunierico, y el magister militum del nuevo emperador Mayoriano, Nepociano, que atacó Lugo, y se apoderó en
el 460 de Santarem en la Lusitania. Cuatro años después moría Frumario por lo que el reino suevo quedó bajo la
autoridad de un único rex, Requimundo, que fue reconocido por el rey visigodo. A partir de entonces Teodorico II
mantuvo una especie de supremacía sobre el nuevo reino suevo unificado cuya consecuencia principal fue la conversión
del rey Rechimundo al cristianismo arriano y la de otros muchos suevos.9

Requimundo intentó acabar con la tutela visigoda y para ello inició un acercamiento con la aristocracia galaica y del
norte de Lusitania, que dio como resultado la entrada pacífica del rey suevo en Lisboa en 468, plaza que le fue entregada
por la nobleza de la ciudad dirigida por un tal Lusidio, y ello a pesar de que en la primavera de ese mismo año los suevos
habían saqueado Conimbriga. Hidacio recoge este cambio de actitud de la antigua aristocracia senatorial romana
respecto de los suevos —debida a la eficacia cada vez menor del poder imperial para defender sus intereses—, pero
desgraciadamente su Chronica se interrumpe en el año 469 y no volveremos a tener noticias del reino de los suevos
hasta la segunda mitad del siglo siguiente.10

Período oscuro (469-550)[editar]

Entre 469 y 550 hay una laguna histórica debido a la ausencia de fuentes. Sólo conocemos el nombre del rey
Teodemundo. Así pues sobre este periodo sólo caben las hipótesis. La más extendida entre los historiadores es que
durante estos ochenta años, de los que carecemos de noticias, el reino suevo se consolidó en el noroeste de la península
como entidad independiente y en su seno se produjo la paulatina integración de la población germánica con la
galaicorromana. Esto último estaría corroborado por el único documento anterior al 550 que nos ha llegado sobre el
reino suevo. Se trata de una carta enviada por el papa Vigilio al metropolitano de Braga, Profuturo, en el 538, en la que
se observa la plena libertad de la que gozaba la Iglesia católica que era la de los galaicorromanos en un reino
confesionalmente arriano: "su jerarquía episcopal puede comunicar libremente con el exterior, edificar iglesias, tratar de
parar la conversión al arrianismo de antiguos católicos, así como hacer proselitismo de su credo", afirma Luis A. Gómez
Moreno. Este mismo historiador señala que la "integración entre ambos sectores dirigentes del país (suevos y
aristocracia galaicorromana) pudo desarrollarse, a lo que parece, en un clima esencial de paz exterior. El aislamiento
geográfico de las tierras centrales del reino suevo, y su relativa pobreza, constituían ya una inmejorable base de
sustentación para dicha paz exterior, que ahora, además, se veía favorecida —desde finales del siglo V— por la creciente
debilidad de su gran rival en la Península: el reino visigodo".11

Por otro lado, a finales del siglo V y principios del VI, contingentes de población celta procedentes de Gran Bretaña y
huyendo de las invasiones anglosajonas se instalan en la costa lucense, aproximadamente entre el río Eo y la ría de
Ferrol. Esta población se organizó en torno a una diócesis propia con sede en Britonia (lugar que los expertos identifican
habitualmente con la actual parroquia de Santa María de Bretoña, ubicada en el municipio lucense de Pastoriza). Su
relación con los asuntos del reino queda atestiguada por la participación de su obispo Mailoc en el Primer concilio de
Braga de 561 y en el Segundo concilio de Braga de 572

Etapa final (550-585)[editar]

A partir del año 550 el reino suevo "reaparece" en las fuentes, concretamente en las crónicas del franco Gregorio de
Tours y del visigodo católico Juan de Biclara —de los que posteriormente tomará sus datos Isidoro de Sevilla—, pero la
información que aportan sólo se refiere a los acontecimientos del reino que afecten a la Galia merovingia y al reino
visigodo. Una información más amplia, aunque restringida al campo eclesiástico, nos la proporcionan las actas del
Primer concilio de Braga de 561 y del Segundo concilio de Braga de 572 y los escritos de Martín Dumiense.12

La conversión al catolicismo

El paso definitivo para la integración entre los suevos y la aristocracia galaicorromana, lo que suponía además la plena
consolidación de la monarquía sueva, fue la conversión al catolicismo del rey y su corte. El problema es que las fuentes
discrepan sobre cuándo se produjo el hecho. Según Gregorio de Tours la conversión fue obra del rey Chariarico y tuvo
lugar alrededor del año 550, pero según Isidoro de Sevilla fue el rey Teodomiro y la data en 570. Sin embargo, ambas
versiones coinciden en lo fundamental: en el protagonismo que tuvo en este hecho Martín de Braga, un eclesiástico de
la Panonia que fue abad de Dumio y obispo de Braga13

La historiografía actual se inclina a favor de la versión de Gregorio de Tours, situando la llegada de Martín de Braga a la
Gallaecia en el reinado de Chariarico (550-558/559) y relacionando su conversión al catolicismo con la creciente
influencia en el reino suevo de los francos merovingios y de los bizantinos, enemigos de los visigodos. Por ello destacan
que Martín de Braga antes de ir a Galicia había estado en el Oriente bizantino y que su llegada al reino suevo coincide
con el desembarco de los bizantinos en el sur de la península, donde fundarán la provincia de Spania, y, por otro lado, la
influencia merovingia —que habría llegado a la Gallaecia por la vía comercial marítima que unía la zona de Burdeos con
las costas del noroeste de la península— se manifestaría en la muy extendida veneración que existía entre los católicos
galaicorromanos por San Martín de Tours, quien según Gregorio de Tours tuvo un papel destacado en la conversión
sueva al catolicismo.14

La actividad de Martín de Braga, apoyada por el rey, se centró en la cristianización de los sectores rurales muy influidos
por las creencias paganas y por la herejía priscilianista —como se deduce de su tratado pastoral De correctione
rusticorum— y en la reorganización de la Iglesia del reino para convertirla en una auténtica Iglesia "nacional". Así bajo la
supervisión de Martín, que ya ocupaba la sede metropolitana de Braga, fue transformada la organización eclesiástica
tradicional heredada del Bajo Imperio romano con la división del reino en 13 diócesis —algunas de ellas nuevas—, a su
vez agrupadas en dos grandes distritos o "provincias eclesiásticas": una meridional, cuya sede metropolitana sería Braga,
y otra septentrional, con Lugo como nueva sede metropolitana. Esta división, según Luis A. García Moreno, se adaptaba
a "la realidad territorial y política del reino suevo de entonces. En efecto, en dicho reino las zonas septentrionales —
correspondientes en líneas generales al antiguo conventus Lucensis— presentaban con relación a las meridionales un
evidente acaísmo en sus estructuras socioeconómicas: práctica inexistencia de núcleos urbanos de importancia, con la
excepción de Lugo; existencia de distritos con restos de estructuras de tipo tribal y cuya organización eclesiástica se
estructuraba en torno a monasterios episcopales de tradición céltica, etcétera".15 Los trece obispados de la
reorganizada Iglesia católica sueva fueron los siguientes: Britonia; Lucus Augusti; Laniobrense; Iria Flavia; Tudae;
Auriensis; Asturica Augusta; Dumiun; Portucale; Lamecum; Viseum; Conimbriga; Egitania.

En la consecución de los objetivos de Martín de Braga fueron fundamentales el Primer concilio de Braga y el Segundo
concilio de Braga celebrados en mayo de 561 y en junio de 572, respectivamente. En el primero —convocado bajo los
auspicios del rey Ariamiro (558/559-561), sucesor de Chariarico— se trataron la cuestión priscilianista y los problemas
internos de la Iglesia. En el segundo —convocado durante el reinado del rey Miro (570-583), hijo de Tedomiro (561-570),
sucesor a su vez de Ariamiro— se completó la creación de la Iglesia "nacional" sueva al dotarla de su propio derecho
canónico, tomado de los principales concilios de la Iglesia griega.16

La conquista visigoda[editar]
El rey visigodo Leovigildo desarrolló una ambiciosa política de restauración de la autoridad de la monarquía visigoda
sobre Hispania. Entre el 573 y el 576 se ocupó del noroeste del reino, fronterizo con el reino de los suevos. Así en 573
sometió la Sabaria, un territorio del que se desconoce su localización exacta, y al año siguiente tomó la ciudad de
Amaya, y con ella toda la provincia de Cantabria quedó sometida. En 575 se apoderó de la región de Orense haciendo
prisionero a Aspidius, señor local (loci senior) de aquel territorio. De esta forma recuperó la enorme franja de terreno de
la parte visigoda de la frontera con el reino suevo, formada por Orense, Asturias y Cantabria, y que en la práctica eran
independientes. En 576 penetró en el reino suevo, pero llegó a firmar la paz con el rey Miro.17

En el 580 se inició en el reino visigodo la rebelión de Hermenegildo, hijo primogénito de Leovigildo que se había
convertido al catolicismo. Dos años después Leovigildo inició la ofensiva para recuperar la Lusitania y la Bética que
estaban en poder de los sublevados. En seguida tomó Mérida, la capital de la Lusitania, y en el 583 sitió Sevilla, la capital
de la Bética donde vivían Hermenegildo y su esposa franca. En ayuda de éstos acudió un ejército suevo al mando del rey
Miro, pero Leovigildo lo cercó y le obligó a jurarle fidelidad, permitiéndole retirarse a Galicia, donde murió poco
después, según el cronista franco Gregorio de Tours, aunque el cronista godo Juan de Biclaro sitúa su muerte en
Sevilla.18

Tras la muerte del rey Miro en 583, le sucedió su hijo Eborico. Pero la derrota ante los visigodos, que quebrantó la
fortaleza militar del reino suevo, y el malestar creado entre la aristocracia del reino por la renovación por el nuevo rey
de la fidelidad a Leovigildo jurada por su padre, pudieron ser las causas de que al año siguiente Eborico fuera destronado
por su cuñado Andeca y relegado a un convento. Andeca para fortalecer su posición se casó de inmediato en segundas
nupcias con la viuda del rey Miro, Siseguntia. Leovigildo no intervino en seguida porque todavía estaba intentando
acabar con la rebelión de Hermenegildo, pero en cuanto consiguió ponerle fin, encabezó un ejército en 585 que penetró
en el reino suevo y se apoderó de él. El rey Audeca fue recluido en un monasterio y Leovigildo se hizo con el tesoro real.
Así dejó de existir el reino suevo que quedó convertido en una provincia del reino visigodo de Toledo. Tras la marcha de
Leovigildo, hubo un intento de restauración del reino por parte de un tal Malarico pero fue derrotado por los ejércitos
visigodos. Como consecuencia de la conquista, fueron establecidos obispos arrianos en Viseu, Lugo, Tuy y Oporto,
aunque "no parece que Leovigildo llevase a cabo ninguna acción violenta contra la Iglesia católica del antiguo reino
suevo: los obispos católicos continuaron en sus sedes, incluso allí donde se establecieron arrianos".19}

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