Está en la página 1de 9

LA ANTIGÜEDAD TARDÍA

Historia Medieval en la Península- con las primeras invasiones “bárbaras” (409): alanos, vándalos y
suevos.

Por su parte, después de su derrota por los Francos por el control de la Galia, los intereses de los
germanos se centran en Hispania, en donde buscaron refugiarse. Sin embargo, la Península ya
llevaba más de un siglo en contacto con poblaciones germánicas e iraníes.

No hay una fecha precisa sobre el inicio de la Alta Edad Media en la Península, pues ni el siglo y
medio de dominación sueva en el noroeste de la península, o los tres siglos de dominación
visigoda suscitaron algún cambio profundo con el pasado romano (divisiones territoriales,
administración, impuestos, comunicaciones, vida urbana, papel económico de la esclavitud, el
cristianismo).

La crisis del siglo III en la Península había desembocado en una verdadera autarquía en la
Península: las oligarquías locales habían ido ganando en independencia, mientras que el comercio
exterior se redujo, el ejército romano había delegado muchas de sus funciones en la milicia local y
un número cada vez mayor de ciudadanos abandonaron las ciudades y se refugiaron en sus fundi o
tierras o villae, que cada vez más eran trabajadas por campesinos libres y colonos que por
esclavos. La vida cultural hispánica estuvo dominada por autores cristianos).

La paz relativa que parece haber gozado la Península en el siglo IV fue interrumpida por el
levantamiento en Britania de Constantino III, que con implicaciones en Hispania permitió que en
405 suevos y alanos atravesaran los Pirineos e invadieran las regiones septentrionales de Hispania,
poniendo fin a cinco siglos de pertenencia exclusiva al mundo romano.

La invasión de los pueblos “bárbaros” (germánicos como suevos y vándalos; asiáticos como los
alanos), coincidió con una gran epidemia de peste y abrió un periodo de crisis que duró más de un
siglo y medio hasta el dominio visigodo de Hispania.

Hacia 411 los pueblos bárbaros llegaron a un acuerdo entre ellos y delimitaron zonas de influencia
y explotación:

1. Vándalos asdingos y suevos en Galicia


2. Alanos en Lusitana y al oeste de la Cartaginense
3. Vándalos silingos n la Bética
4. Los romanos controlaron la Tarraconense

En el 410 los visigodos saquearon Roma y siguieron su camino hacia el sur de las Galias. En 415, un
nuevo tratado fue establecido entre un general romano (Constancio) y el rey visiodo, Wallia, quien
recibió la misión de combatir a los bárbaros en España. Las campañas inicialmente tuvieron gran
éxito, pero la atribución de Aquitania a los visigodos los apartó de la Península. Nuevos
enfrentamientos y ataques mantuvieron todavía a los pueblos bárbaros. Veinte años después de
haber cruzado os Pirineos, los únicos que aún se mantenían eran los suevos que controlaban el
noroeste de la Península (con excepción de cántabros y vascos), el resto de España pertenecía
nuevamente a la administración romana (Mapa).

El reino de los suevos (411-585)

Entre 30 y 40 mil suevos se establecieron en 411 en Galicia. El apoyo de los romanos a los suevos
frente a los vándalos en 419 y la falta de mención a operaciones de guerra, ha llevado a pensar en
una política conciliadora entre los dos primeros. Cuándo los últimos desaparecieron (429)
reapareció la ambición conquistadora de los suevos (Mérida, Sevilla, y gran parte de las provincias
occidentales e incursiones en la Tarraconense) a pesar de las expediciones romanas.

Teodorico II (453-466) inició una expedición para “bajarle los humos” a los suevos a quienes
venció en Atorga, Braga, Mérida, Galicia y Palencia antes de regresar a Aquitania.

La presencia de los suevos en la provincia de Gallaecia en la primera mitad del siglo V está
caracterizada por la rápida fusión con la población autóctona, con la que se identificó y de la que
tuvo poca resistencia por la falta de urbanización, economía de subsistencia y en vías de
sedentarización. La adhesión al priscilianismo del grupo galaico-suevo pudo desempeñar un papel
de rechazo al antiguo dominio romano y católico.

Tras la derrota del Órbigo y el reconocimiento de los suevos a la autoridad de los suevos en
Toulouse, que simbolizara en 465 la conversión del rey Remismundo al arrianismo, los galaico-
suevos se establecieron en las regiones que les habían sido asignadas.

Conversión al catalicismo del rey Teodomiro (572) y la presencia al lado del rey de un monje
oriental, se ha interpretado como reconciliación con los bizantinos frente al poder de los visigodos.
El sucesor del rey, Miro, emprendió una expedición militar en el norte de la Península en 573. A
pesar de la derrota ante el rey de los visigodos, Leovigildo, con quien su sucesor Eborico llegará a
un acuerdo de paz. La sublevación de Andeca fue el pretexto de leovigindo para atacar y acabar
con el siglo y medio de dominación sueva en la península.

Los “bárbaros” del interior: vascones, cántabros, bagaudas

Si se entiende por “bárbaros” a las poblaciones no romanizadas ni cristianizadas, estos existían


plenamente en las regiones montañosas del norte de la Península. La penetración en Hispania de
los germanos y los alanos a principios del siglo V culminó un largo periodo de crisis económica y
social.

Bagaudas: poblaciones rurales empobrecidas, esclavos sin trabajo o fugitivos, colonos explotados
o arruinados por el fisco, miembros de comunidades indígenas no aculturadas por los romanos.
Habían constituido en las Galias y más aún en Armórica un verdadero ejército que les aseguró una
gran independencia. Efectuaron varias incursiones a la provincia Tarraconense. Federico, hermano
del rey visigodo Teodorico II logró aniquilarlos en 454.

Vascones y cántabros: se sabe poco. Organizados en clanes y tribus, escaparon a la romanización.


El norte de la Península se caracterizaba por una economía rural muy primitiva que mejoraba el
bandidaje. Conservaron su independencia en el siglo V a pesar de incursiones suevas. Campañas
de Leovigildo contra los vascos y sus amenazas fuera de sus territorios, campañas militares para
rechazar sus ataques y expansión todavía a principios del siglo VII, ni siquiera cesó con la invasión
musulmana a quienes se les planteó el mismo problema como a los cristianos de la reconquista. En
cambio, los cántabros parecen haberse incorporado progresivamente en la sociedad hispano-
visigoda.

La implantación de los visigodos

La instalación de los visigodos en la Península se hizo en tres etapas:

1. El reino de Toulouse (418-507)


2. Los primeros reyes visigodos (548-569)
3. El protectorado de los ostrogodos (507-548)

La concesión de tierras en Aquitania y el nuevo acuerdo con Roma, alejó a los visigodos de la
Península, aunque en nombre de los romanos tuvieron un papel de control de los bárbaros,
contribuyendo a la aniquilación de vándalos silingos y alanos y a la represión de los bagaudas.
Aunque las expediciones conjuntas de romanos y visigodos no estuvieron exentas de conflictos y
radicalidades entre generales.

El reino de Teodorico II (453-463) coincidió con el rápido desmoronamiento del poder de Roma y
el principio de la penetración sistemática de los visigodos en la Península.
569-711: LA ESPAÑA VISIGÓTICA

La aristocracia visigoda, que había arraigado en la Península e iniciado un proceso de fusión con las
oligarquías hispanorromnas eligió en Mérida a uno de los suyos: Agila. Atanagildo, que se sublevó,
emprendió una política centralizadora y escogió Toledo como capital del reino. Liuva, elección que
molestó a toledanos unidos alrededor de la viuda de Atanagildo. Se logra un acuerdo y finalmente
el hermano de aquel, Leovigildo es reconocido.

Con la llegada de Leovigildo l trono toledano finalizaba el largo periodo de instalación de los
visigodos en la Península:

1. Bien establecidos mediante una ocupación progresiva de las zonas de poder dejadas
vacantes por los romanos y espacios poco poblados
2. La colaboración con los católicos
3. El mantenimiento de la infraestructura romana y de la administración antigua

Así dominarían en lo sucesivo y durante siglo y medio los visigodos la Península.

La unidad territorial

Leovigildo (569-586): primer rey provisto de un “programa” político, emprendió la unificación


territorial y religiosa de la Península, una política seguida por su hijo Recaredo. Parece haber sido
el primer rey visigodo que adoptó: corona, cetro y trono.

- Campañas militares en el sur (Rebelión en Sevilla)


- Campañas militares en el norte contra vascones y cántabros
- Campañas militares contra los suevos

Sin embargo, la unificación del reino no podía estar completa sin unidad religiosa. La política
anticatólica de Leovigildo aumentó el arrianismo en la corte y en las ciudades y destruyó el
equilibrio anterior, al favorecer a un grupo a expensas de otro.

La conversión al catolicismo del rey Recaredo en 587, seguida por la de los godos, puso fin al
intento de unificación arriana. A partir de entonces gobernantes y gobernados participaban de la
misma fe, aunque no dejó de haber algunas rebeliones.

A lo largo del siglo VII, la política de unificación territorial de Leovigildo y Recaredo fue continuada.
Los bizantinos ya solo ocupaban la franja costera sureste de la Península.
Una monarquía teocrática (los obispos gobiernan con el príncipe, cuyo poder legitiman y los
mantiene en sus funciones) Nota: antecedente de lo que será más adelante la monarquía
católica

Recaredo cimentó las bases de una alianza entre el poder regio y el eclesiástico que continuó con
Constantino y Teodosio: una teocracia.

A lo largo de los 110 años que duró el reinado de los visigodos en España, 16 reyes ejercieron el
poder: algunos rápidamente destronados y otros sucedieron a sus padres sin oposición; algunos
llegaron al poder por elección; y otros a raíz de un golpe de mano. El poder lo otorgaba la Iglesia
mediante la unción: el poder legitimador. La política seguida por los obispos parece haberse
caracterizado por una gran docilidad y apoyo incondicional al soberano en turno.

La instauración de un régimen teocrático en la España visigoda fue progresiva y si bien se debe en


gran parte a las élites eclesiásticas, el concepto de monarquía no era desconocido para los
visigodos.

Persecuciones judías. La política antijudía que caracteriza a los reyes visigodos de España se
inscribe, pues, dentro de la lógica de su papel como príncipes católicos y se apoya en
antecedentes de la legislación imperial. A políticas parecidas se vieron sometidos los conversos.

La alianza entre monarquía e Iglesia confirmó paralelamente a ésta el papel que había
progresivamente asumido sustituyendo progresivamente a los administradores civiles romanos.
Los obispos conservaron funciones administrativas y judiciales.

El papel del saber

La cultura en la España visigoda fue una de las últimas manifestaciones de la cultura antigua: latín
como lengua escrita, letra minúscula visigótica, manuales para clérigos; escuelas parroquiales y
episcopales, bibliotecas, autores cristianos.

El palatium toledano: ofrecía a los hijos de la aristocracia, de ambos sexos, una educación amplia:
conocimientos de medicina, derecho, filosofía, de poemas históricos, la caza y actividades
deportivas.

La historia, ya sea a través de las crónicas, de biografías de hombres ilustres, o de relatos, ocupó
un lugar preponderante, que no excluía ni el derecho ni la retórica.

La preocupación didáctica, patente en la elaboración de colecciones o compilaciones (jurídicas,


enciclopédicas, jurídicas, literarias) caracterizó una literatura que se concebía como arma al
servicio de un poder teocrático.
Fuera de las ciudades y de los círculos de poder, en las zonas rurales del oeste y nordeste, se
desarrolló otro tipo de cultura alrededor de los monasterios, cuya espiritualidad estaba
fuertemente dominada por el ascetismo. Monasterios, peregrinaciones.

Literatura monástica: cartas, tratados, opúsculos, autobiográficos, el relato de visiones del más allá
y poesía.

El arte fue también uno de los instrumentos de propaganda y una de las manifestaciones de la
realeza visigoda en el conjunto del territorio.

Si bien, la sencillez caracterizó a la escultura y la cerámica de la época visigoda, ésta destacó por su
orfebrería y utilizó sistemáticamente el arco de herradura, que retomaron y difundieron después
los artistas musulmanes.
LA SUPERVIVENCIA DEL MUNDO ROMANO

La ausencia de ruptura entre la España visigoda y el mundo antiguo, así como el arraigo de la
Península dentro de unas estructuras mediterráneas tradicionales constituyen las principales
características de los siglos VI y VII hispánicos.

El proceso de fusión entre los miembros de la élite hispanoromana y la nobleza visigoda se había
consumado antes de que Leovigildo aboliera la ley que prohibía matrimonios mixtos; y si bien la
élite dirigente del siglo VII siempre cuidó de definirse como “gótica”, el término no aludía a una
diferenciación racial sino a una reivindicación “nacional” frente a los herederos de Roma, los
bizantinos.

La Península Ibérica conoció una evolución social y económica que, si bien se inscribe en un
proceso de autonomía y autarquía que ya caracterizaba al imperio romano, presenta cierto
número de particularidades: en el campo social: gran propiedad latifundista y lazos jurídicos de
dependencia-protección (clientela); en lo económico: la debilidad de las técnicas agrícolas se
juntó con varias catástrofes naturales para empobrecer a la población.

Las exigencias del poder central en materia militar y la presión fiscal que se acentuó durante la
segunda mitad del siglo VII contribuyeron al clima de crisis que caracterizó las últimas décadas de
la monarquía visigótica.

Estructuras jurídicas y administrativas

La primera misión del rey era el bienestar espiritual y material del pueblo, objeto también de las
leyes de las que el soberano era la fuente y el guardián.

El ejercicio de la justicia, el mantenimiento de la paz y la recaudación de impuestos formaban


parte de las obligaciones del rey, como la promulgación de las leyes y la defensa de la fe. El rey,
sin embargo, no gobernaba solo sino con los obispos.

La administración territorial visigoda fue calcada sobre la que existía desde el siglo IV; tanto el
poder civil como el eclesiástico conservaron la división en seis provincias con sus capitales,
conjuntamente gobernadas por un rector provincial y un obispo metropolitano:

- La Bética: con Sevilla y Córdoba


- La Cartaginense: con la autoridad de Toledo
- La Lusitania: con Mérida
- La Galicia: con Braga
- La Tarraconense: administrada desde Tarragona y la Septimania desde Narbona

En las zonas rurales, los documentos muestran la existencia de jueces locales como de asambleas
de campesinos libres. Además de la justicia los oficiales de la corona tenían a su cargo la
recaudación de impuestos. Los visigodos conservaron también el derecho de aduanas sobre las
mercancías extranjeras y el tributo sobre las fortunas de comerciantes; la función militar era uno
de los atributos primordiales para los reyes visigodos.

Cada una de las provincias del reino contaba con un “ejército provincial”.

Duques y condes de las ciudades. La subordinación del poder civil a la autoridad militar en el seno
de circunscripciones más adaptadas a la realidad de España de la segunda mitad del siglo VII
muestra un paralelismo sorprendente con el imperio bizantino.

Un mundo mediterráneo

La sociedad hispanoromana de los siglos V y VI estaba dividida en tres categorías jurídicas: libres,
libertos, esclavos. La Iglesia mantuvo esta división (salvo la sustitución de administradores seglares
por eclesiásticos) como los visigodos, que solo conocían desde su origen la división entre libres y
esclavos (cuya situación era más cercana a la de los colonos romanos que servi.

Los servi fueron muy numerosos en la España visigoda: esclavos nacidos esclavos, pero con un
origen muy heterogéneo: esclavos rústicos, podían tener tierra o peculio, y escapar al control de
sus dueños; los esclavos domésticos; esclavos del fisco, que cumplieron funciones de muy alto
rango en la administración del fisco con grandes privilegios (hasta poseer esclavos, testar, etc.). La
Iglesia fue uno de los grandes propietarios de esclavos.

Los liberti, o libertos, no disfrutaban del conjunto de derechos de los hombres libres.
Generalmente la carta de liberación no dotaba de libertad plena sino de una dependencia.

El hombre libre o ingenuus, según el derecho, era aquel que gozaba de la libertad personal, cuya
vida era estimada en el más alto precio y estaba dotado con toda la capacidad jurídica: cualquiera
que fuesen sus cualidades o rango o riquezas se consideraban iguales, y el único privilegio del cual
disponían los nobles se refería a la tortura.

Pero si bien las categorías jurídicas y las leyes se mantenían, la evolución social de los siglos III y IV,
llevó a una división de dos categorías basadas en la riqueza y el poder.

Surgimiento de aristocracias locales dotadas de autonomía creciente frente a la debilidad del


poder imperial.

La nobleza hizo y deshizo reyes. Formación de clanes por el poder. En las provincias, grandes
familias de condes, duques, que había adquirido rentas más extensas y podían contar con un
ejército privado monopolizaron el poder.

El final de la España Visigótica

Sociedad dividida entre privilegiados y no privilegiados.


La caída del poder visigodo en 711 frente a los musulmanes fue tan rápida que ha dado lugar a
múltiples tentativas de interpretación. Desde la época medieval, la explicación oficial fue una crisis
moral y en 711 llegó a ser una fecha tan emblemática, la del “castigo” de un reino caudado por los
“pecados” de sus gobernantes. La lucha por el por el poder entre los diversos clanes nobiliarios

La crisis económica, agrava nada por catástrofes naturales que empezó en 694 y l independencia
creciente entre los nobles de las provincias a menudo presentada como una de las causas de la
caída de la monarquía visigótica, se insertan dentro de la caída del poder central. L excesiva
centralización pudo ser la causa.

Política de eliminaciones de las causas rivales.

Divisiones internas dentro del reino visigodo.

Los musulmanes entraron en la península merced a las luchas por el poder entre facciones
nobiliarias visigodas.

En cuatro años el antiguo reno hispano-visigodo había dejado de existir.

También podría gustarte