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LAS FANTASÍAS PERVERSAS DE LOS NEURÓTICOS:

SÍNTOMA, FANTASÍA Y PULSIÓN 1


Fabián Schejtman

Introducción

En esta oportunidad tenderemos un puente entre la neurosis y la perversión. Quizás


pueda considerarse, en verdad, una especie de zona intermedia o de interfase, entre esos
dos campos. ¿Qué característica tendrá este puente? Podemos anticipar que no podrá dejar
de llevar la marca de Freud. Es que si bien no abordaremos de lleno el tema de la
perversión -sobre todo entendida ésta como estructura subjetiva-, sí nos dedicaremos a
delimitar qué puede calificarse de perverso en el campo mismo de la neurosis. Y eso es
algo que Freud no ha dejado de señalar. En efecto, aunque Freud no abordó a la perversión
como estructura subjetiva -hay que esperar a Lacan para eso- no se privó de plantear en
general a la sexualidad humana como perversa -es decir, dio el paso de poner en cuestión
la existencia de una sexualidad “normal”- y desde temprano en su obra resaltó el carácter
perverso de las fantasías en la neurosis y de las pulsiones que se satisfacen en los síntomas
neuróticos.
Partiremos, entonces, del historial de Dora y nos detendremos especialmente en
“Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” para acercarnos a la cuestión
que nos interesa, en el nivel mismo de la formación del síntoma neurótico, especialmente
en su relación con el campo de la fantasía y la pulsión. Ello, se verá, nos llevará luego
hasta el grafo del deseo lacaniano. Y, por último, volveremos a Dora, pero para
encontrarla, veintidós años después de su análisis con Freud… consultando a otro
psicoanalista.

Del síntoma a la fantasía… perversa

Comenzamos por situar la interpretación freudiana que hace luz sobre la fantasía
que subyace al síntoma de la tos de Dora. Se recordará que cuando Dora, durante las
sesiones, protesta en relación con su padre, acusándolo de entregarla al Sr. K., al mismo
tiempo tose de una manera característica. Entonces, Freud, ni lerdo ni perezoso, plantea
que si ella tose cuando se queja del padre, eso indica que la tos debe tener algún
significado referido a él.
Intercala en el texto, luego, un elemento que dice haber corroborado una y otra vez
en otros casos: “… un síntoma significa la figuración -realización- de una fantasía de
contenido sexual, vale decir, de una situación sexual” (FREUD 1905a, 42).
Aunque, lo matice, señalando que al menos uno de los significados del síntoma
debe corresponder a una fantasía de este tipo, en tanto que los otros sentidos que porta el
síntoma pueden tener otro contenido, importa aquí destacar que la fantasía se liga, en
Freud, de este modo, con el campo del significado, del sentido. Lo que permite anticipar en
algo la noción lacaniana de fantasma que, desde cierta perspectiva, no es otra cosa que un
sentido fijo, un sentido coagulado. Un sentido, en cualquier caso, del que se goza, y a partir
del cual se interpreta y sostiene la realidad.
1
Una primera versión de este trabajo fue publicada en Mazzuca, R. (comp.), Schejtman, F. y Godoy, C.,
Cizalla del cuerpo y del alma. La neurosis de Freud a Lacan, Berggasse 19, Buenos Aires, 2002.
En esa dirección subrayamos el distingo que Freud establece, en su abordaje del
síntoma histérico, entre lo que llama la solicitación somática -“brindada por un proceso
normal o patológico en el interior de un órgano del cuerpo o relativo a ese órgano” (ibíd.,
37)- y el sentido del síntoma. Y, sobre todo, que señale que “el síntoma histérico no trae
consigo este sentido, sino que le es prestado, es soldado con él, por así decir, y en cada
caso puede ser diverso de acuerdo con la naturaleza de los pensamientos sofocados que
pugnan por expresarse” (ibíd., 37).
Así, el sentido del síntoma no se encuentra inicialmente, sólo se agrega en un
segundo tiempo, y lo hace por la vía de una “soldadura” -destacamos el término,
volveremos sobre él- que le otorga al síntoma una intencionalidad, una utilidad, llega a
decir Freud, de la que originariamente carece: “El síntoma es primero, en la vida psíquica,
un huésped mal recibido [...]. Al comienzo no cumple ningún cometido útil dentro de la
economía psíquica, pero muy a menudo lo obtiene secundariamente...” (ibíd., 39).
Sólo secundariamente, en efecto, el síntoma se recubre por el sentido y deviene útil,
alcanza un motivo. Pero estos sentidos del síntoma no son su causa, el motivo del síntoma
no es aquello que lo causa. Los sentidos, los motivos, se agregan ulteriormente y la utilidad
alcanzada queda en la cuenta de lo que Freud llamó ganancia secundaria de la enfermedad.
Con Lacan podríamos agregar: si el sentido del síntoma se distingue de su causa, eso se
sigue del hecho de que el sentido es un efecto en lo imaginario, mientras que la causa del
síntoma es real.
Entonces, si las fantasías que revela la interpretación analítica están del lado del
sentido del síntoma, tales fantasías -como el sentido- se agregan -en un segundo tiempo-
soldándose con algo heterogéneo a ellas: al hueso duro -real, diríamos con Lacan- del
síntoma, designado por Freud, inicialmente en el historial de Dora, solicitación somática.
Más adelante haremos notar que esta solicitación somática está lejos, en el planteo
freudiano, de reducirse sin más a un proceso orgánico, como a veces se la ha considerado.
Retomamos ahora la interpretación freudiana de la tos de Dora. Freud afirma
entonces que no tardó en llegar la oportunidad de atribuir a la tos nerviosa de su paciente
una interpretación referida a una situación sexual fantaseada. Se sabe de qué se trata: el ein
vermögender Mann -un hombre de recursos- que suelta Dora en su asociación libre,
deviene por la interpretación de Freud: ein unvermögender Mann -un hombre sin recursos-
. Esto es, en definitiva, la impotencia del padre.
Y, a partir de allí, la contradicción que Freud destaca en Dora cuando le imputa al
padre una relación con la Sra. K., pero lo supone, al mismo tiempo, impotente.
Contradicción que, por cierto, no afecta en nada la argumentación de Dora, puesto que ella
sabe -y así se lo comunica a Freud- “que hay más de una manera de satisfacción sexual”
(ibíd., 43).
Ello conduce, entonces, a la revelación de la fantasía que se hallaría, según Freud,
expresada en la tos: “Con su tos espasmódica, que, como es común, respondía al estímulo
de un cosquilleo en la garganta, ella se representaba una situación de satisfacción sexual
per os entre las dos personas cuyo vínculo amoroso la ocupaba tan de continuo” (ibíd.).
Revelación que acarrea, al menos por un tiempo, una suerte de levantamiento, de
desaparición del síntoma de la tos.
Ahora bien, ¿cómo no reconocer la participación de los fantasmas del propio Freud
en la lectura que hace de esta fantasía de Dora? Es que no parece habérsele ocurrido otra
cosa más que suponer que el impotente padre de Dora habría resuelto sus “inconvenientes”
ofreciéndose a la fellatio: “No es asombroso, entonces, que nuestra histérica de casi
diecinueve años tuviera conocimiento de esta clase de comercio sexual (la succión del
miembro viril), hubiera desarrollado una fantasía inconsciente de esa índole y la expresara
a través de la sensación de estímulo en la garganta y la tos” (ibíd., 46).
Se recordará, seguramente, la rectificación de Lacan de esta interpretación
freudiana. Aquella que pronuncia en su temprano “Intervención sobre la transferencia”, al
señalar que los hombres “sin recursos” no arreglan las cosas de este modo, sino que “cada
quien sabe que el cunnilinguus es el artificio más comúnmente adoptado por los ‘señores
con fortuna’ a quienes empiezan a abandonarles sus fuerzas...” (LACAN 1951, 210). Es
decir que en esa fantasía, en todo caso, es el padre el que chupa y que con él se identifica
Dora en ese síntoma, lo que podemos sintetizar diciendo que allí donde el padre chupa,
Dora tose.
Por lo demás ésto no se le escapa a un Freud más tardío -el de “Psicología de las
masas y análisis del yo”-, quien hace de la tos de Dora un ejemplo de formación de
síntoma para el segundo tipo de identificación, la identificación regresiva con un rasgo del
objeto amado (cf. FREUD 1921, 100)2: Freud resalta allí la identificación de Dora con el
padre, a nivel del síntoma de la tos.
Pero, fellatio o cunnilinguus, Freud no deja de calificar como perversa a la fantasía
que sostiene la tos de Dora. Y ello es una consecuencia directa del modo en que define a
las perversiones en esa época: conductas desviadas respecto de la supuesta “norma”. En
efecto, en “Tres ensayos de teoría sexual” (cf. FREUD 1905b) -pero no sólo allí-
retomando la perspectiva de la psiquiatría de su época -especialmente los desarrollos de
Krafft-Ebing (cf. KRAFFT-EBING 1886)-, Freud organiza una clasificación de las
perversiones sexuales en dos grupos: las que se desvían por su objeto y las que lo hacen
por su meta... de la supuesta “normalidad” -el coito pene-vagina a lo que se agrega
enseguida según la tradición, especialmente la religiosa, con fines reproductivos-.
Es preciso subrayar que, si destacamos lo supuesto de la “normalidad”, ello ocurre
porque por todos lados Freud deja ver que tal desvío de la norma es absolutamente
universal. Esta es la subversión freudiana: humanos… no hay más que desviados. Y, si
alguien se detiene en ello, hasta el más sutil de los besos supone ya para Freud un orden de
fijación oral que se descarría de la supuesta norma de la que, en esto o en aquello otro,
cada quien se desvía. Así, si uno se toma en serio la perspectiva freudiana, los llamados
“normales” brillan por su ausencia.
Y bien, a partir de este modo de abordar las perversiones y de la clasificación que
del mismo surge, no hay duda de que la fantasía oral de Dora -sea en la primera versión
freudiana, o en su rectificación lacaniana- no puede dejar de considerarse perversa, toda
vez que se trata de una satisfacción sexual desviada de la supuesta “norma”, en este caso,
por su fin o meta sexual.
Volviendo al historial, luego de señalarlo para Dora, Freud desarrolla de un modo
general, en una página y media, la relación entre perversión y neurosis, para concluir con la
famosa frase: “las psiconeurosis son, por así decir, el negativo de las perversiones”. Así
afirma: “Todos los psiconeuróticos son personas con inclinaciones perversas muy
marcadas, pero reprimidas y devenidas inconscientes en el curso del desarrollo. Por eso sus
fantasías inconscientes exhiben idéntico contenido que las acciones que se han
documentado en los perversos...” (FREUD 1905a, 45).
Aquí tenemos entonces una de las claves de lo que estamos examinando, es decir,
el carácter perverso de la fantasía neurótica. Las fantasías inconscientes de los neuróticos,
que se expresan en los síntomas y son reveladas por la interpretación psicoanalítica, no se
distinguen en nada, en cuanto a su contenido, de las llamadas acciones perversas.
Luego Freud continúa: “Las fuerzas impulsoras para la formación de síntomas
histéricos no provienen sólo de la sexualidad normal reprimida, sino también de las
mociones perversas inconscientes” (ibíd., 45-46).

2
Cf. también nuestro trabajo “Identificación de la epidemia”, en este mismo volumen.
En esta frase puede notarse ya un pequeño desplazamiento, que no conviene
soslayar: ¿se distinguen estas “mociones perversas inconscientes” de las fantasías
neuróticas, también ellas perversas e inconscientes, a las que nos venimos refiriendo? En
otros textos ello puede precisarse mejor: Freud llega a dar cuenta de las “pulsiones
perversas” que se satisfacen en los síntomas neuróticos. Así lo hace, por ejemplo, en sus
“Tres ensayos de teoría sexual” y en otros lugares en los que se refiere al carácter perverso
de la pulsión sexual como tal. Y bien, seguramente no se superponen el carácter perverso
de las fantasías, con el de las mociones inconscientes o el de la pulsión misma.
Volveremos más adelante sobre esta cuestión.

De la masturbación al síntoma

Si nos atenemos, por ahora, exclusivamente al carácter perverso de las fantasías


neuróticas, podrán encontrarse algunos desarrollos cruciales sobre el tema en “Las
fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”. La fantasía inconsciente se localiza
allí claramente sosteniendo y expresándose en los síntomas neuróticos. De modo tal que la
dirección de un tratamiento psicoanalítico, expresamente planteada en este texto por Freud,
llevaría de los síntomas neuróticos hacia las fantasías de las cuales proceden. Por otra
parte, también allí termina haciendo referencia al carácter perverso de estas fantasías en la
neurosis y, en particular, en la histeria: “La técnica psicoanalítica permite, primero, colegir
desde los síntomas estas fantasías inconscientes y, luego, hacer que devengan concientes al
enfermo. Y por este camino se ha descubierto que el contenido de las fantasías
inconscientes de los histéricos se corresponde en todos sus puntos con las situaciones de
satisfacción que los perversos llevan a cabo con conciencia” (FREUD 1908, 143).
Podemos abordar ahora el modo en que Freud propone en este texto el mecanismo
de la formación del síntoma neurótico o sus condiciones de formación, para situar, de un
modo más preciso, su relación con la fantasía perversa. Se parte allí de la masturbación en
la infancia, indicando que ella “se componía en esa época de dos fragmentos: la
convocación de la fantasía y la operación de autosatisfacción en la cima de ella” (ibíd.,
142). Y se subraya que tal composición es resultado de una… “soldadura”: “Como es
sabido, esta composición consiste en una soldadura” (ibíd.). Por supuesto, se trata del
mismo término utilizado en el historial de Dora para referirse a la relación de la
solicitación somática con el sentido de los síntomas histéricos: es algo enteramente
análogo.
En relación con la masturbación Freud afirma: “Originariamente la acción era una
empresa autoerótica pura, destinada a ganar placer de un determinado lugar del cuerpo,
que llamamos erógeno” (ibíd., 142-143). Se plantea, entonces, un primer tiempo en el que
localizamos una empresa autoerótica pura, una pura autosatisfacción, aún sin referencia a
la fantasía. Si el autoerotismo supone para Freud la satisfacción anárquica de las pulsiones
parciales, esta fase inicial respondería a la necesidad lógica de suponer un tiempo en que la
satisfacción pulsional se hallaría “aún” desprovista de cualquier marco fantasmático.
De esta manera, se deja claro que sólo en un segundo tiempo lógico esta pura
autosatisfacción se suelda con la fantasía, del mismo modo que Freud había señalado -en el
historial de Dora- que únicamente en un segundo tiempo el sentido se suelda o se agrega al
síntoma: “Más tarde esa acción se fusionó con una representación-deseo tomada del
círculo del amor de objeto y sirvió para realizar de una manera parcial la situación en que
aquella fantasía culminaba...” (ibíd., 143).
La satisfacción anárquica de las pulsiones parciales -la “empresa autoerótica pura”-
se liga, o se suelda -se fusiona, indica ahora Freud-, con el campo de las representaciones -
el de la fantasía-. Y esa “representación-deseo” es tomada del círculo del amor de objeto,
que no designa otra cosa que aquello que, más adelante en la obra freudiana, será el
complejo de Edipo. Lo que nos permite aproximarnos al lazo estrecho -que por ahora no
examinaremos- que anuda estas dos cuestiones: la fantasía y el complejo de Edipo.
Que Freud se refiera a una soldadura -aquí, pero también en el historial de Dora-
debe indicarnos acabadamente que se trata, en esa operación, del intento de fusionar
elementos que son heterogéneos. En efecto, si lo planteamos en términos de goce -como la
hace Lacan- debemos decir que no es lo mismo el goce situado en el nivel de la
satisfacción anárquica de las pulsiones parciales, que aquel que resulta del marco que
provee la fantasía. Una cosa es la satisfacción pulsional, autoerótica, y otra la satisfacción
propia de la fantasía. Y es importante esta distinción porque podremos corroborar,
enseguida, que el síntoma neurótico va a heredar ambas satisfacciones: la que proviene del
autoerotismo y aquella de la fantasía.
De cualquier modo, hasta aquí tenemos indicados dos tiempos: 1. el de la empresa
autoerótica pura. 2. el de la soldadura con la fantasía. ¿Cómo continúa para Freud el
camino que conducirá a la formación del síntoma neurótico? Viene luego el abandono, la
renuncia a esta clase de satisfacción masturbatoria y fantaseada. Y con esta renuncia, la
fantasía misma de conciente que era, deviene inconsciente: se reprime. Por fin, “si no se
introduce otra modalidad de la satisfacción sexual, si la persona permanece en la
abstinencia y no consigue sublimar su libido [...], está dada la condición para que la
fantasía inconsciente se refresque, prolifere y se abra paso como síntoma patológico...”
(ibíd., 143).
Entonces salteando algunos pasos y sintetizando tenemos lo que sigue:

1. 2. 3. 4.
empresa soldadura renuncia a la formación
autoerótica con la masturbación, del síntoma
pura fantasía represión de patológico
la fantasía

De esta manera está claro para Freud que el síntoma neurótico viene al lugar de la
masturbación abandonada y que tendrá por base -esto es lo que conviene destacar- la
soldadura del goce pulsional con la fantasía que hemos calificado de perversa.

Chupetea-Dora

Intentemos aplicar ahora esta lectura de “Las fantasías histéricas y su relación con
la bisexualidad” al caso Dora y, entonces, retornemos al historial.
Por el momento hemos abordado la fantasía que subyace al síntoma de la tos:
aquella que -siguiendo a Dora- daría cuenta de la relación de su padre con la señora K; la
que Freud califica como una fantasía de fellatio, y que Lacan, como hemos visto, corrige.
Pero, la fantasía, según lo que hemos subrayado en “Las fantasías histéricas y su relación
con la bisexualidad”, se monta sobre una satisfacción autoerótica, se suelda con un goce
pulsional, originariamente autónomo respecto de aquella. La pregunta que sigue, entonces,
apunta ahora a lo que ocuparía ese lugar para Dora: ¿qué se ubica para ella como goce
pulsional, satisfacción autoerótica que -secundariamente- se va a enmarcar, incluso a
domesticar, por la escena fantasmática?
Y bien, no nos es difícil responder tal pregunta, porque Freud explícitamente indica
que para Dora “un hecho notable proporcionaba en ella la precondición somática para la
creación autónoma de una fantasía, que coincide con el obrar de los perversos. Recordaba
muy bien que en su infancia había sido una ‘chupeteadora’” (FREUD 1905a, 46).
Se entiende, la fantasía oral de Dora, por la cual ella da cuenta de la relación entre
su padre y la Sra. K, estaría montada, según Freud, sobre esta “precondición somática”, la
autosatisfacción por el chupeteo: la “chupetea-Dora”.
Precisemos. Por un lado, esta autosatisfacción por el chupeteo es claramente
distinguida por Freud de lo que antes hemos situado como “solicitación somática”. Es,
propiamente, su condición y en ello tal solicitación desborda ya -como lo anticipábamos-
el registro de lo biológico: “La intensa activación de esta zona erógena a temprana edad [se
refiere a la zona erógena de los labios y a la autosatisfacción por el chupeteo] es, por tanto,
la condición para la posterior solicitación somática” (ibíd., 47).
Así, la solicitación somática se produciría en Dora, tal como la sitúa Freud, a nivel
de ese cosquilleo en la garganta que soporta la tos, pero estaría determinada, condicionada,
por la intensa activación de la zona erógena a temprana edad: la autosatisfacción por el
chupeteo, como una empresa puramente autoerótica. Y esta autosatisfacción por el
chupeteo, del lado de la chupetea-Dora, no es todavía, entonces, el tiempo en que la
pulsión es enmarcada por alguna fantasía. Estamos situando con Freud, para Dora, un
orden de autosatisfacción, que corresponde al puro goce de la pulsión oral, en un tiempo
inicial que, como tal, es lógicamente anterior a la soldadura con el campo de la fantasía.
Digamos entonces que incluso aquella escena temprana con el hermano -que Lacan
destaca en “Intervención sobre la transferencia” (cf. LACAN 1951, 210)- en la que Dora
“estaba sentada en el suelo, en un rincón chupándose el pulgar de la mano izquierda,
mientras con la derecha daba tironcitos al lóbulo de la oreja de su hermano, que estaba ahí
quieto, sentado” (FREUD 1905a, 46), tal escena entonces, es ya una elaboración psíquica,
un marco -fantasmático- para la pulsión oral, para la autosatisfacción por el chupeteo.
Y como escena que es, no podría sino tener esa función. No se trata en ella, de este
modo, de la pulsión oral a secas, sino que esta escena con el hermano ya es un fantasma
que enmarca la pulsión. No es la “pura empresa autoerótica” sino que en ella ya
encontramos el goce pasando por el campo del Otro, relación con el Otro. Lo que queda
suficientemente indicado por ese enganche con ese otro, que no es otro que su hermano,
del que Dora se sujeta por la oreja y con el que, según Lacan (cf. LACAN 1951, 210)-, se
identifica.
Cuando retomemos, más adelante, el caso de Dora veintidós años después de su
análisis con Freud, en su encuentro con otro psicoanalista, quizás podamos explicar, ya no
solamente por qué Dora se chupa el pulgar -dando de ese modo satisfacción, en esta
escena, a la pulsión oral- sino, además, por qué está colgada de la oreja de su hermano, y
qué pulsión es la que allí está concernida.
Lacan, en “Intervención sobre la transferencia”, aborda esta escena temprana con
su hermano como “la matriz imaginaria en la que han venido a vaciarse todas las
situaciones que Dora ha desarrollado en su vida; verdadera ilustración de la teoría, todavía
por nacer en Freud, de los automatismos de repetición” (ibíd.).
Es decir que este es el clisé -podemos usar aquí esta referencia freudiana que se
encuentra en “Sobre la dinámica de la transferencia” (cf. FREUD 1912, 97)- o siguiendo a
Lacan, la “matriz imaginaria” -que es como él entiende al fantasma en esta época- que se
repite, que está en juego, y que organiza todas las relaciones de Dora con sus objetos de
amor y ¿por qué no? de odio. De modo que esta matriz se encontraría también sosteniendo
aquella fantasía que subyace al síntoma de la tos, esa escena fantaseada que daría cuenta de
lo que harían su padre y la Sra. K.
Así, si retomamos lo central del cuadro que planteamos en nuestra lectura de “Las
fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” -lo presentamos ahora reducido a los
tres tiempos fundamentales- y lo aplicamos al caso de Dora, tendríamos:

1. 2. 3.
empresa soldadura con formación
autoerótica la fantasía del síntoma
pura patológico

autosatisfacción escena con el la tos


por el chupeteo: hermano, y también
chupetea-Dora escena del padre
pulsión oral con la Sra. K.

Sintetizando, ubicamos la autosatisfacción por el chupeteo -es decir, Dora en tanto


que chupetea-Dora- del lado de la empresa autoerótica pura, como puro goce de la pulsión
oral. En un segundo tiempo lógico, ese goce pulsional se deja atrapar, se enmarca y se
modera en la escena fantaseada: lo que se halla tanto en el nivel de aquella matriz
temprana, la escena con el hermano, como en la fantasía oral que da cuenta para Dora de la
relación de su padre con la Sra. K. Y, por fin, en la tos como síntoma, confluyen las
satisfacciones provenientes de ambas vertientes: se sueldan.
Pero es preciso subrayar que si los elementos de tales dos vertientes son
heterogéneos -como lo hemos señalado-, la soldadura no logra cancelar tal heterogeneidad.
No puede sostenerse entonces que el goce autoerótico se elimina en términos absolutos
cuando la pulsión se enmarca en el fantasma: se deja “domesticar” por el fantasma... no
todo.
Así, hay lo que del goce pulsional se enmarca en el fantasma -que ya hemos
calificado con Freud de perverso-, y de ese modo se modera incluyéndose en el campo del
principio del placer. Lo que revela que el fantasma no tendría en último término otra
función que esa: transformar ese goce pulsional en uno limitado, ajustado a ese principio.
El que entrega el fantasma es goce dormitivo, moderado. Pero se trata de hacer notar que,
en el nivel mismo del síntoma del neurótico, existe un núcleo duro, resto de goce
autoerótico, heterogéneo respecto de aquel en que la neurosis se adormece, diferente del
goce fantasmático, uno que empuja más allá del principio del placer.
De esta manera, cabe sostener que el síntoma neurótico hereda las satisfacciones
heterogéneas provenientes de estas dos vertientes. Que confluyen en él -y por tanto,
también en la tos de Dora- la pura satisfacción pulsional y aquella que encuentra su marco
en el fantasma.

El grafo: compromiso del fantasma y la pulsión en el síntoma

Lo que hemos desarrollado hasta aquí puede escribirse con la ayuda del grafo del
deseo (cf. LACAN 1960), e incluso situar allí la posición del síntoma de Dora, su tos.
En primer lugar, el grafo localiza de modo muy preciso la manera por la cual el
fantasma “interfiere” -así lo propone Lacan ya en “La dirección de la cura y los principios
de su poder” (cf. LACAN 1958, 618)- en la formación del síntoma neurótico. Es lo que se
encuentra en el vector que va de $◊a -escritura lacaniana del fantasma- a s(A) -significado
del Otro-, lugar donde se localiza el síntoma. Lo resaltamos a continuación con una flecha
de trazo grueso:

escena con el hermano


escena del padre con la Sra. K.

síntoma: tos

En ese vector se sitúa así, muy claramente, la relación que Freud propone entre el
síntoma y la fantasía en “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”: la
fantasía sosteniendo y expresándose en los síntomas. Y podemos, entonces, escribir en el
nivel del síntoma -s(A)- a la tos de Dora, y en el del fantasma -$◊a- tanto a la escena con el
hermano, como a la situación fantaseada entre el padre y la Sra. K.
Por otro parte, en otro lugar3 hemos acentuado que el fantasma es ya una respuesta
anticipada para la pregunta que podría formularse acabadamente si el neurótico la
desplegara... ¿hasta alcanzar qué?: S(A), lo que se lee, significante de la falta del Otro.
Lugar donde podemos escribir, freudianamente, al trauma. Pero, siempre y cuando lo
despojemos del lastre de considerarlo un hecho efectivamente acontecido4. Lo traumático
es el sin-sentido del deseo del Otro y el fantasma, entonces, ya es una respuesta -de
sentido, lo hemos hecho notar-, aunque de él, el neurótico, por lo general nada sepa puesto
que sólo lo encuentra velado entre sus síntomas.
Ahora bien, ubicando la interferencia del fantasma en el síntoma neurótico -por
ejemplo, la tos de Dora en tanto que soportada por aquellas dos escenas: la fantasía referida
al encuentro del padre con la Sra. K, pero también aquella imagen temprana con el
hermano- todavía estamos en el nivel del sentido del síntoma. Es decir, señalaríamos sólo
aquello que el síntoma recibe del fantasma.

3
Cf. nuestro trabajo “Histeria y Otro goce”, en este mismo volumen.
4
Lo que Freud entrevé desde temprano: cf. la “Carta 69” a Fliess, del 21 de septiembre de 1897: FREUD
1892-99, 301-302.
Pero es necesario destacar, por otra parte, como venimos señalando, que sobre el
síntoma se ejerce también una interferencia que le llega de un poco más lejos -al menos si
la situamos sobre el grafo- y que no es otra que la incidencia misma de lo pulsional. Lo que
podemos escribir en el grafo destacando con trazo grueso todo el recorrido que va desde
$◊D -matema lacaniano de la pulsión- hasta s(A) -localización del síntoma, como ya
indicamos-:

pulsión oral

escena con el hermano


escena del padre con la Sra. K.

síntoma: tos

Aquí ya podemos situar ahora la prevalencia de la pulsión oral en Dora, su


incidencia en la formación de síntoma, en la tos, localizándola sobre el grafo en $◊D.
De este modo, agregando a la interferencia fantasmática sobre el síntoma, la
incidencia de la pulsión como tal, hacemos notar que estos dos goces heterogéneos, el
pulsional y el fantasmático, quedan comprometidos -utilizo aquí un término que podrá
reconocerse como freudiano- en el síntoma neurótico. El síntoma neurótico se aviene a ser
abordado como una formación de compromiso pero, ahora, en este preciso sentido.

Lo perverso en la fantasía y en la pulsión

Retomamos ahora el problema freudiano que dejamos planteado más arriba, con el
único fin -puesto que, como anticipamos, no lo resolveremos aquí- de situarlo en relación
con el punto al que acabamos de arribar. Nos preguntábamos a qué correspondía
calificar de perverso en la neurosis, si a la fantasía o a la pulsión misma. Planteándolo en
los términos de recién: si en el síntoma neurótico están comprometidas las satisfacciones
provenientes de la pulsión y del fantasma, ¿a cuál de ellas consideraremos perversa? Es
decir, en relación con estas dos herencias que recibe el síntoma, ¿de qué lado nos queda la
perversión?
Ya señalamos que Freud considera perverso tanto a la fantasía como a la pulsión.
Es cierto que hasta ahora hemos destacado más el carácter perverso de la fantasía -porque
esto es lo que parece estar acentuado por Freud en el historial de Dora y en “Fantasías
histéricas y su relación con la bisexualidad”- pero, en verdad, sobran los textos en los que
se reconoce el carácter perverso propio de la pulsión. Entre ellos mencionamos los “Tres
ensayos de teoría sexual”, pero hay otros.
Y bien, aquí indicaremos únicamente que si la pulsión y la fantasía, ambas, son
calificadas por Freud como perversas, conviene subrayar que los son, pero no en el mismo
sentido.
La perversión propia de las fantasías, Freud lo destaca, se sitúa en relación con el
contenido de las mismas: las fantasías inconscientes de los neuróticos, no se distinguen en
nada, por sus contenidos, de los actos que llevan a cabo los perversos con conciencia. Esto
ya lo hemos señalado, aunque no estaría de más aclarar que ello en modo alguno impide
encontrar en las neurosis mismas, acciones perversas. La fantasía perversa del neurótico en
muchas ocasiones no es expresada solamente por sus síntomas, sino -estas son palabras de
Freud en “Fantasías histéricas...”- por “realizaciones concientes”.
Pero nos interesa aquí diferenciar la perversión que Freud sitúa, entonces, en el
nivel de las fantasías neuróticas -en el punto en que sus contenidos son idénticos a los de
los actos perversos-, de aquella que adscribe a la pulsión. Y bien, cuando Freud se refiere a
la perversión propia de la pulsión, o mejor todavía -en plural- de las pulsiones, lo
acentuado es, justamente, el carácter parcial de las mismas. Lo perverso, en este nivel,
entonces, no estaría referido a tal práctica o a tal contenido -como en el caso de la fantasía-
sino más bien, a la relación de la pulsión con su objeto que, necesariamente, no puede ser
nunca el adecuado puesto que, justamente, el objeto adecuado es el que falta. El carácter
parcial de la pulsión y aquel perfectamente contingente de su objeto, es lo que Freud
acentúa cuando se refiere a la perversión propia de la pulsión5.

Dora con Félix Deutsch

Comentaremos ahora -lo habíamos anticipado- las dos entrevistas que mantuvo
Dora con el psicoanalista que la atendió veintidós años después de su análisis con Freud:
Félix Deutsch.
La referencia aquí es su artículo -el de Deutsch- titulado: “Una ‘nota al pie de
página’ al trabajo de Freud ‘Análisis fragmentario de una histeria’”, de 1957. Comienza
así: “En el otoño de 1922 fui consultado por un otorrinolaringólogo acerca de una paciente
de él, una mujer casada, de 42 años de edad, que desde hacía un tiempo debía guardar
cama debido a acentuados síntomas del Síndrome de Menière...” (DEUTSCH 1957, 596).
Este síndrome supone un conjunto de síntomas -con causa orgánica o sin ella- del
que se destacan los vértigos, mareos, vómitos, zumbidos en los oídos, pérdida de
equilibrio, etc. Específicamente en el caso de Dora -puesto que efectivamente de ella se
trata- los síntomas que manifestaba entonces eran los siguientes: tinitus -esto es, zumbidos
ligeros y permanentes en los oídos-, disminución de la audición en el oído derecho,
mareos, e insomnio debido a continuos ruidos en aquel oído.

5
Conviene dejar al menos indicado -porque que no disponemos de espacio aquí para desarrollarlo- que el
abordaje de este problema, ya en la perspectiva de Lacan, nos conduciría al examen detenido de algunas
clases del Seminario 11 (cf. LACAN 1964, especialmente, XIV), en las que se propone, precisamente la
separación de la pulsión respecto de la perversión.
El otorrinolaringólogo ya le había hecho los exámenes ordinarios del oído interno,
del sistema nervioso y del sistema vascular, y no había encontrado nada, es decir, no se
localizó ninguna causa orgánica. Así pues, Dora termina consultando una vez más a un
psicoanalista -en este caso a Félix Deutsch- para intentar hallar una explicación y una cura
para su dolencia.
Sabemos, además, que Deutsch no dejó de poner al tanto a Freud de sus dos
entrevistas con Dora. Nos lo cuenta el mismo Deutsch en el escrito que estamos
comentando, pero también Freud en una nota a pie de página agregada al historial de Dora
en 1923, es decir, al año siguiente de que Dora hiciese la consulta. Allí Freud señala:
“En el caso de Dora, el secreto de la identidad se guardó a hasta este año [1923].
Durante largo tiempo no tuve noticias de ella, pero recientemente me enteré de que,
enferma por otras razones...” (FREUD 1905a, 13).
Quizás pueda ponerse en duda la afirmación freudiana que indica que, al consultar
a Félix Deutsch, Dora estaba “enferma por otras razones”. Luego de recorrer el texto de
este último tal vez pueda considerarse como excesivamente optimista este comentario de
Freud. Entre otras cosas, destacaremos -porque será imposible de soslayar- hasta qué punto
la histeria de Dora permanece perfectamente intacta a lo largo de los años.
Freud continúa su nota de esta manera: “Durante largo tiempo no tuve noticias de
ella, pero recientemente me enteré de que, enferma por otras razones, confió a su médico
que de muchacha había sido analizada por mí; entonces mi colega, un hombre bien
informado, la reconoció como la Dora de 1899” (ibíd., 13).
Ese “mi colega, un hombre bien informado” es, por cierto, Félix Deutsch. Aunque,
es preciso asegurar que no era necesario ser muy avispado para reconocer a Dora. Parece
que sólo se necesitaba haber leído alguna vez el historial freudiano y escuchar por unos
minutos a esta mujer, para concluir que se estaba frente a ella: tan poco había cambiado.
Las entrevistas se desarrollaron en el domicilio de Dora y no por nada: ella estaba
postrada, no podía levantarse de su cama. La primera, al menos en su comienzo, contó con
la presencia del marido de Dora y del otorrinolaringólogo, además por supuesto, de la de
Dora y Félix Deutsch. Pero… “su esposo dejó el cuarto poco después de haber escuchado
sus quejas y no volvió” (DEUTSCH 1957, 597). En fin, parece que esa era la conducta
habitual del esposo frente a la posición quejosa de Dora. Es el primero que deja el cuarto,
el otorrino lo seguirá pronto.
Deutsch continúa: “La paciente comenzó con una detallada descripción de los
inaguantables ruidos que sentía en su oído derecho y los mareos que tenía cuando movía la
cabeza. Dijo haber sufrido desde siempre ataques periódicos de jaqueca en el lado derecho
de su cabeza...” (ibíd.).
Se recordará, seguramente, la neuralgia facial -también del lado derecho- a la que
alude Freud en el epílogo del historial -explicada como un autocastigo, un arrepentimiento
por su bofetada al Sr. K en el lago-. Como se comienza a ver, varios elementos parecen
seguir en el mismo lugar.
El relato sigue así: “La paciente comenzó entonces un largo discurso acerca de la
indiferencia de su marido respecto a sus sufrimientos, y de lo infortunada que había sido su
vida marital...” (ibíd.).
Es decir, la posición quejosa de Dora tampoco ha variado, es casi la misma que
tenía cuando llegó a verlo a Freud. Así como en aquel momento se quejaba de su padre,
ahora se queja de su marido, y no sólo de él: “… también su único hijo ha comenzado a
descuidarla” (ibíd.).
Pero ¿qué quiere decir que el hijo la descuida? Este punto es crucial: “Había
terminado recientemente el Colegio [el hijo] y tenía que decidir si quería continuar con sus
estudios. A pesar de eso, a menudo volvía muy tarde a casa por las noches y ella [Dora]
sospechaba que él estaba interesado en mujeres...” (ibíd.).
En fin, si se ha leído a Lacan se sabe, en efecto, quién es la que está interesada
en mujeres: ella misma. Y, efectivamente, “ella lo esperaba escuchando hasta que él
volvía a la casa” (ibíd.).
Se le podría haber preguntado en ese punto -y en relación con sus síntomas- con
qué oído lo esperaba escuchando. Como se verá, la intervención de Deutsch apuntará en
esa dirección. En cualquier caso, subrayamos que ella esperaba al hijo escuchando,
“espiando con las orejas”, como hacía de niña.
El relato de Deutsch continúa así: “Esto la llevó a hablar de su propia vida amorosa
frustrada y de su frigidez [...] Expresó resentida su convicción de que el marido le había
sido infiel, que había pensado en divorciarse, pero que no podía decidirse. Llorosamente
denunció a los hombres en general por egoístas, pedigüeños y tacaños. Esto la llevó a su
pasado. Recordó con gran sentimiento qué cerca había estado siempre de su hermano...”
(ibíd.).
¡Sin duda había estado cerca de ese hermano!... Tan cerca, ¡que no podía soltarse
de su oreja! Se ve bien que de él no se queja tanto: “... qué cerca había estado siempre de
su hermano, que ahora era líder de un partido político y que todavía la visitaba siempre que
ella lo necesitaba, en contraste con el padre que había sido infiel aún a la propia madre”
(ibíd.).
Casi puede adivinarse como continúa: “Reprochó a su padre por haber tenido una
vez un asunto con una mujer joven casada, con quien ella, la paciente, había trabado
amistad y a cuyos hijos había cuidado durante un tiempo cuando era joven... El marido de
la mujer le había hecho entonces proposiciones sexuales que ella había rechazado...” (ibíd.,
597-598).
Por supuesto, es el asunto del padre de Dora con la Sra. K, y luego, la referencia a
la famosa escena del lago, en la que el Sr. K. se le declara a la muchacha.
A Deutsch no podía ya no sonarle conocido: “Esta historia -señala- me resultaba
familiar. Mi sospecha de la identidad de la paciente fue pronto confirmada. En el
entretiempo el otólogo había dejado el cuarto” (DEUTSCH 1957, 598).
A partir de allí, en efecto, Félix Deutsch y Dora quedan solos, y en la entrevista se
produce un viraje, un vuelco: “La paciente comenzó entonces a charlar de un modo
insinuante, preguntando si yo era analista y si conocía al profesor Freud. Le pregunté a mi
vez si ella lo conocía y si él la había tratado alguna vez. Como si hubiera esperado esta
pregunta, rápidamente respondió que ella era el caso ‘Dora’, agregando que no había visto
ningún psiquiatra desde su tratamiento con Freud. Mi familiaridad con los escritos de
Freud -prosigue Deutsch- evidentemente creó una muy favorable situación transferencial.
La paciente olvidó hablar acerca de su enfermedad y desplegó gran orgullo porque habían
escrito de ella como un caso famoso en la literatura psiquiátrica” (ibíd.).
Parece casi ser una marca en los pacientes de Freud: terminan nombrándose ellos
mismos con el nombre que Freud les ha puesto. El hombre de los lobos lo hace en un
escrito: se declara “el hombre de los lobos”. Y, aquí también, en estas entrevistas con
Deutsch, lo hace Dora. Es impactante: “respondió que ella era el caso ‘Dora’”.
Así continúa el relato: “También la paciente expresó su preocupación por sus
ocasionales resfríos y dificultades respiratorias, así como por sus ataques matutinos de tos
que atribuía a su excesivo fumar durante los últimos años” (ibíd.).
No deja de sorprender. Una mujer analizada por Freud, que supuestamente ha
tenido contacto con las determinaciones inconscientes de su tos -las hemos abordado antes-
, veintidós años después dice que, si tose, ¡es porque fuma mucho! Impresiona. Está
exactamente en la misma posición quejosa en la que estaba veintipico de años atrás. Parece
no haber habido allí modificación alguna. Es como si el psicoanálisis le hubiera pasado por
encima sin dejar marca -salvo su “yo soy el caso ‘Dora’”-: “Cuando le solicité que bajara
de la cama -prosigue Deutsch- y caminara por la habitación, lo hizo con una ligera
renguera en la pierna derecha. Preguntada acerca de ello, no pudo dar ninguna explicación.
La tenía desde la infancia, pero no siempre se notaba” (ibíd.).
Se recordará la interpretación freudiana sobre esta cuestión: ella habría dado “el
mal paso”. Pero ¿qué queda de esto? Ni vestigios. Las interpretaciones freudianas parecen
haberse hecho humo. Ni el “mal paso”, ni los “nueve meses”, ni la apendicitis como
fantasía de parto, nada. No podemos menos que preguntarnos ¿por qué agujero de sus
bolsillos, o quizás de su carterita bivalva, se fueron perdiendo las interpretaciones de
Freud? Pero nótese, sin embargo, que “ella es el caso Dora”.

La pulsión invocante

Lo que sigue es crucial a los fines de nuestro trabajo: “Después discutió la


interpretación de Freud de sus dos sueños y me pidió una opinión acerca de ella. Cuando
me aventuré a conectar su síndrome de Menière con su relación con su hijo y con su
continuo escuchar para oír cuando él volvía de sus excursiones nocturnas, pareció aceptar
mi interpretación y solicitó otra consulta conmigo” (ibíd., 598-599).
Aquí aparece la intervención clave de Félix Deutsch en la primera entrevista. ¿Qué
es lo que hace? Relaciona el síndrome de Menière, los síntomas auditivos de Dora, con su
continuo escuchar el retorno de su hijo de sus salidas nocturnas. ¿Qué es lo que obtiene?
Uno, que Dora le demande una segunda entrevista, lo que no es poco. Y dos, más
fuertemente, que para la segunda entrevista no quede rastro alguno de los síntomas del
síndrome de Menière. Así lo presenta: “La próxima vez que la vi -esto es ya la segunda
entrevista- ya no estaba más en cama y manifestó que sus ‘ataques’ habían terminado. Los
síntomas del síndrome de Menière habían desaparecido” (ibíd., 599).
Y bien, ¿cómo explicamos la eficacia de esta interpretación?, puesto que ello no
deja demasiado lugar a la discusión. Parece que la interpretación ha dado en el blanco, al
menos si uno toma en cuenta sus efectos.
Nos parece que hay aquí una eficacia análoga o similar a la que se pone en juego en
aquella intervención de Freud que revela la fantasía sobre la que se asentaba el síntoma de
la tos de Dora. En ambos casos, es notorio, el síntoma responde a la interpretación,
desapareciendo. En los dos casos el levantamiento -al menos temporal- del síntoma es el
efecto más patente de la intervención del analista. Recuérdese que, en efecto, esto es lo que
ocurre con la tos luego de que Freud le comunica a Dora su6 fantasía oral: la tos
desaparece. Aquí ocurre lo mismo. Los síntomas del síndrome de Menière, nos anuncia
Deutsch, han desaparecido.
¿Cómo explicamos, entonces, la eficacia de la interpretación? Podemos conjeturar
que en este caso -pero también en aquel-, la intervención del analista apunta al goce
fantasmático que sostiene al síntoma. Y lo hace, sobre todo, “tocando” el punto de
identificación del sujeto en ese fantasma, lo que no es menos importante.
Porque debe subrayarse que no es el conocimiento intelectual del contenido de sus
fantasías lo que permite que en Dora se levanten los síntomas. Sino que la intervención del
analista, la de Freud, pero también la de Deutsch, concierne a la posición misma de Dora
en tanto que en esas fantasías ella tiene un lugar, un lugar otorgado por una identificación.

6
Podemos mantener aquí la ambigüedad de este “su”: ya hemos indicado la participación de la
subjetividad de Freud en el asunto.
Y, además, porque eso no es todo, a través del fantasma, y en los dos casos, la posición
misma del sujeto en relación con la pulsión que se satisface en los síntomas, es alcanzada.
En cuanto a la tos de Dora, Freud revela, por su intervención, el fantasma que
sostiene a ese síntoma. Se trata de la fantasía que da cuenta de la relación del padre con la
señora K. Y a partir allí se suceden las elaboraciones en torno de la pulsión oral y la
posición de la chupetea-Dora. En relación con los síntomas auditivos del síndrome de
Menière, queda claro que éstos sólo desaparecen a partir del contacto que Félix Deutsch
establece entre los mismos y la “escucha nocturna” de Dora en relación con su hijo.
De este modo, Deutsch “toca” el goce fantasmático que está en juego a nivel de los
síntomas auditivos. Pero es obvio que es otra la pulsión que está allí concernida. No se
trata ya de la pulsión oral, sino de aquella que está ligada con ese otro objeto lacaniano que
es la voz: la pulsión invocante.
Ahora bien, en modo alguno está ausente del historial freudiano la vía por la cual
los síntomas de Dora son relacionados, ya no con la pulsión oral, sino con la pulsión
invocante. Es necesario leer bien a Freud; en general, como lo afirma Lacan, no se le
escapan demasiadas cosas. Félix Deutsch mismo, cuando intenta señalar la importancia
“del aparato auditivo” (cf. DEUTSCH 1957, 600) en el complejo sintomático de Dora, nos
recuerda que Freud se había referido ya a la disnea infantil de Dora, en tanto que
condicionada, aparentemente, por su escuchar cuando niña los ruidos del dormitorio de sus
padres, adjunto al suyo.
Volvamos una vez más entonces, al texto freudiano, al historial de Dora. Hay allí
una primera mención de la disnea cuando hace la lista de los síntomas de Dora:
“Nuestra paciente, a quien en lo sucesivo daré el nombre de Dora7, presentaba ya a
la edad de 8 años, síntomas neuróticos. En esa época contrajo una disnea permanente, en la
forma de ataques muy agudos, que le apareció por primera vez tras una excursión por las
montañas y fue atribuida por ello a un surmenage. Ese estado cedió poco a poco...”
(FREUD 1905a, 20).
Más adelante en el texto, Freud retoma el tema de la disnea y lo relaciona con una
escena especial: “... la niña, cuyo dormitorio se encontraba contiguo al de sus padres, espió
con las orejas {belauschen} una visita nocturna del padre a su mujer...” (ibíd., 70).
En fin, el padre de Dora no queda nunca muy bien parado en el historial. Pero
quizás esa modalidad de “visitas” era parte de las costumbres de la época. Freud continúa:
“... la niña [...], espió con las orejas {belauschen} una visita nocturna del padre a su mujer
y lo oyó jadear en el coito (de por sí respiraba habitualmente con dificultad)” (ibíd.).
Entonces está claro, para Freud, que la disnea se liga a este “espiar con las orejas”
que, por otra parte, es ciertamente distinto a espiar con los ojos. Lo que nos llevaría a un
contrapunto interesante con el hombre de los lobos. En efecto, para este último, según
Freud, se trató de algo un poco distinto: habría abierto los ojos en el momento justo… justo
para pescar a los padres en la famosa escena primaria, el coito a tergo, y todo lo que sigue
en ese historial (cf. FREUD 1918). Y bien, en Dora es otra cosa la que está en juego. Ella
acerca sus orejas a la habitación de los padres. Y Freud reconduce así el síntoma de la
disnea, del asma nerviosa, a este ocasionamiento: espiar con las orejas el comercio sexual
de los progenitores.

7
El nombre verdadero de Dora es Ida Bauer. Puede consultarse la “Psicopatología de la vida cotidiana”
para encontrar las causas que movieron a Freud a llamar a Ida Bauer, su paciente, Dora. ¡No debe
pensarse que Freud le puso ese nombre por azar! Y no es que haya habido una razón deliberada. Quien
anotició al mundo que un humano no puede soltarse de la boca siquiera una cifra por azar, no podía
menos que analizar las causas de su ocurrencia. El resultado se lee en el capítulo XII de aquel texto (cf.
FREUD 1901, 234-236).
Pero lo que es preciso destacar es que esa dificultad respiratoria no nos muestra,
nuevamente, sino la identificación de Dora con el padre. Tanto en la tos, como en los
síntomas del síndrome de Menière, como en la disnea, el fantasma le reserva a Dora una
identificación viril, la que le permite a ella sostener su relación con la otra mujer y,
entonces, su pregunta histérica8.
A nivel de la tos -según la rectificación lacaniana- encontramos a Dora identificada
con el padre impotente que chupa. Y así ella, desde esa posición, puede preguntarse por la
femineidad en su relación con la señora K…. pero tosiendo. Con los síntomas auditivos
del síndrome de Menière, y su continuo escuchar para oír el regreso de su hijo, la hallamos
identificada con éste, para tomar su lugar en sus excursiones nocturnas con mujeres.
Finalmente, en relación con la disnea y el espiar con las orejas, la otra -que no es otra que
la madre de Dora- parece ser más bien silenciosa. Mientras que el que hace ruido y jadea
es el padre. Luego ella, identificada con él, también lo hace: dificultades respiratorias.
Subrayamos de este modo, a nivel de la disnea y en los síntomas auditivos del
síndrome de Menière, la misma estructura que en el fantasma que sostiene la tos. La
identificación con el personaje masculino y el abordaje, desde allí, de la otra mujer, lo que
se trasluce en definitiva en el síntoma. En todos los casos el fantasma perverso le
proporciona a la histérica -en este caso a Dora- un lugar de identificación. Identificación
que le permite una respuesta a la pregunta por la mujer. La respuesta anticipada del
fantasma, la respuesta perversa del fantasma en la neurosis.
Retomemos ahora el modo en que habíamos esquematizado la formación del
síntoma de la tos de Dora, a partir de nuestra lectura de “Las fantasías histéricas y su
relación con la bisexualidad”, para agregar en este momento lo que cosechamos a partir de
las entrevistas de Dora con Félix Deutsch.
Recuérdese que habíamos situado al síntoma de la tos de Dora heredando el goce
pulsional, del lado de la pulsión oral -en la autosatisfacción por el chupeteo- y, luego, su
domesticación en la escena fantasmática. Anotamos ahora la más temprana, esto es, la
escena con el hermano.

autosatisfacción escena con el la tos


por el chupeteo, hermano
chupetea-Dora
pulsión oral

Habría que incluir, en este momento, la vertiente ligada con la pulsión invocante
que, por lo demás, se domestica o se tramita también en relación con aquella escena
temprana.
Plantear las cosas de este modo tiene la ventaja adicional de permitirnos, por otra
parte, explicar qué es lo que hace Dora así sujeta de la oreja de su hermano. No sólo es la
zona oral, entonces, la que está comprometida en esta escena. En ella, de una mano a la
otra de Dora, se asocian los labios y la oreja, lo oral y lo invocante. Y por esa vía, ya lo
señalamos, ella se engancha con el campo del Otro.
Agregamos ahora, entonces, en nuestro esquema, lo referido a la pulsión invocante,
en relación con los síntomas auditivos del síndrome de Menière:

8
Cf. nuestro trabajo “Histeria y Otro goce”, en este mismo volumen.
pulsión oral síntoma de la tos

escena con
el hermano

pulsión invocante síntomas auditivos


(síndrome de Menière)

Tomamos como eje la escena más central -Dora chupándose el pulgar de la mano
izquierda y dando tironcitos al lóbulo de la oreja de su hermano, con la derecha-. Se trata
de un clisé, o una matriz, como proponía Lacan, que se repite siempre igual y que hace de
marco para la convivencia, podríamos decir, de pulsiones heteróclitas -oral e invocante-,
que se satisfacen allí, y que conducen a la formación de síntomas, también ellos, diferentes
-la tos, los síntomas del síndrome de Menière, la disnea-.
La estructura del fantasma es entonces la misma, y es la misma en tanto que le
reserva a Dora un lugar de identificación viril para su abordaje de la otra mujer. Pero según
el síntoma que enfoquemos, será una u otra la pulsión allí comprometida9.
Concluimos ahora agregando sobre el grafo de Lacan, y para Dora, lo concerniente
a la pulsión invocante y a los síntomas auditivos del síndrome de Menière:

pulsión oral
pulsión invocante

escena con el hermano


escena del padre con la Sra. K.

síntoma de la tos
síntomas auditivos (s. de Menière)

9
La distinción, que estamos estableciendo entre el clisé fantasmático que se repite y la pulsión que en él
se satisface, es destacada de una forma muy interesante por Freud justamente en el texto en el que se
refiere al famoso clisé que se repite: cf. el inicio de “Sobre la dinámica de la transferencia” (FREUD
1912, 97).
La evidente prevalencia de estas dos pulsiones -oral e invocante- en el caso de
Dora, no implica, por lo demás, que no existan las otras. Pero es interesante destacar como
esta preponderancia es perfectamente compatible con el modo en que Lacan aborda en su
Seminario 10 -“La angustia”-, a la histeria. Allí presenta a la histeria, justamente en
oposición con la neurosis obsesiva, del lado de la prevalencia de la pulsión oral y de la
pulsión invocante. En la neurosis obsesiva, por su parte, subraya la preponderancia de las
pulsiones anal y escópica (cf. LACAN 1962-63, XXII y XXIII).
Ahora bien, ¿no se abordaría mejor el síntoma de la afonía de Dora si lo ligamos
con la prevalencia de la pulsión invocante y no, o al menos no solamente, -como lo hace el
temprano Lacan de “Intervención sobre la transferencia” (cf. LACAN 1951, 210)- con la
pulsión oral? Si se relee el historial freudiano con esta clave, es decir, con la referencia a la
pulsión invocante, se verá que no son pocas las cuestiones que se iluminan de un modo
novedoso.

Bibliografía

DEUTSCH, F. (1957): “Una ‘nota al pie de página’ al trabajo de Freud ‘Análisis


fragmentario de una histeria’”, en Revista de Psicoanálisis, APA, 27, nº 3, 1970. Versión
original en inglés: “A footnote to Freud’s ‘Fragment of an Analysis of a Case of
Hysteria’”, Psychoanal. Quar., 26.
FREUD, S. (1892-99): “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”, en Obras
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FREUD, S. (1901): “Psicopatología de la vida cotidiana”, en Obras Completas, op. cit., t.
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KRAFFT-EBING, R. (1886): Psicopatía sexual, Buenos Aires, El Ateneo, 1955.
LACAN, J. (1951): “Intervención sobre la transferencia”. En Escritos 1, Siglo
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LACAN, J. (1960): “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente
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LACAN, J. (1962-63): El seminario, libro 10: La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006.
LACAN, J. (1964): El seminario, libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1986.

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