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Psiquiatría-Debate-Psicoanálisis
Comenzó con Freud: cuando se planteó la cuestión de aplicar el psicoanálisis a lo que constituía el
objeto de la psiquiatría: LA LOCURA. Lo que estaba en juego era demostrar la fuerza y coherencia de la nueva
teoría. Freud aboga por la potencia de la doctrina psicoanalítica pero también por la impotencia de la
terapéutica analítica en materia de psicosis.
= debate Lacan- Psiquiatras. “Sobre la causalidad psíquica” texto 1946 en el que discute el órgano-
dinamismo de Henry Ey. Trataba de considerar la locura no como un simple déficit de los aparatos del cuerpo,
sino como un fenómeno del sujeto.
Freud abogaba por el psicoanálisis y Lacan lo hizo por “los derechos de los sujetos”. Se trata de dar
derecho a su presencia en este campo.
En la actualidad ni la Psiquiatría ni el psicoanálisis son ya lo que eran entonces:
La definición social del psicoanálisis fue diluyéndose a causa de su extensión, pero ahora dispone de
inmensos recursos doctrinarios que se sedimentaron en la enseñanza de Lacan.
La psiquiatría: es palpable que el avance de los nuevos conocimientos biológicos le hizo dar un salto.
Los medicamentos funcionan, al menos en parte, como nuevos instrumentos de discriminación. El
saldo de esta ganancia no obstante es una pérdida la cual se observa a nivel del enfoque propiamente
clínico de los fenómenos.
Esta evolución muestra que, con el avance de la ciencia, es la forclusión del sujeto la que gana. La forclusión
adopta una forma muy precisa en este terreno: consiste en reducir la enfermedad mental a una enfermedad
del organismo.
No se trata de objetar a la ciencia sino de ajustar nuestros métodos a nuestro objeto. El debate se centra en
demostrar la presencia del sujeto en los hechos de la psicosis. Considerando esto abordaremos la manía.
Evocarla como pecado mortal implica recordar que no se encuentra fuera del campo de la ética. No se insiste
lo suficiente en que así la entiende Freud toda vez que vincula la manía con la problemática de la prohibición.
En 1924 cree legítimo reconocer la causa de la represión en las instancias ideales del sujeto, precisamente en
el ideal del yo. Así puede completar su antigua construcción, la cual opera con dos términos:
Lo reprimido: implica una exigencia de satisfacción rechazada per siempre insistente;
El ideal del yo: es la instancia que juzga y que rehúsa.
La tesis es simple: las formaciones del inconsciente son forzamiento de una censura en ejercicio, mientras que
la manía la pone (a la censura) fuera de juego, quedando sus exigencias momentáneamente suprimidas.
Este esquema permite comprender la desinhibición del maníaco, que es apenas una transgresión, pues esta
supone la subsistencia de lo prohibido. La satisfacción pulsional no implica en sí misma el afecto del triunfo.
Freud recurre a una explicación económica (=chiste): el júbilo maníaco sería el efecto de la cesación del gasto
psíquico que la represión exigía, convirtiéndose la energía liberada en afecto.
1914: Freud no podía decir sobre qué cosa ha triunfado el sujeto maniaco;
1924: Freud completa su explicación, reconociendo en el ideal del yo, ligado para él a la figura del
padre, aquello sobre lo que el sujeto de la manía habría vencido.
MANÍA Tesis freudiana culmina en fracaso.
No sincroniza con su más allá del principio del placer.
El esquema del conflicto es el mismo que interviene en el malestar en la cultura pero se
desconocería hasta qué punto la pulsión de muerte y la naturaleza del superyó complejizan este esquema;
sería olvidar que el superyó no es tanto un principio de limitación como un principio de exceso, al servicio de
la exigencia del goce.
Freud no alcanza a integrar estas últimas elaboraciones en la comprensión de la manía.
El yo y el ello reactualiza su interpretación de la melancolía en función de sus nuevas
concepciones sobre el superyó, pero la manía queda al margen.
Freud no llego a decir que la manía es el Eros en acción, pero en cualquier caso no logró- con
su idea de la manía como fiesta- dar cuenta del riesgo mortal a ella enlazado.
La posición de Freud parece haber dejado huellas en muchos autores; a decir verdad, después de él, muchos
dejaron escapar la justa distinción que impondría la incidencia de la forclusión. Estos autores apuntan a captar
un más acá de la castración, pero no consiguen marcar verdaderamente la frontera de la psicosis. La
descripción ofrecida por Henry Ey cae bajo el mismo reproche. Ey evoca “Ser maníaco es jugar y gozar”. La
formula es bella, pero el maníaco no es un jugador ni un gozador.
De este modo, la manía, al menos en su aspecto negativo, va a ser captada como una anomalía, como un
defecto a nivel de la supuesta estructura trascendental de la constitución del tiempo y del alter ego. El humor
maníaco es pintado como una efervescencia que ha perdido, a la vez que la dirección que orienta, el control
que atempera.
Volviendo a Lacan, éste reduce toda esta profusión a una palabra: excitación. No dice “la manía” sino “la
excitación maníaca” de la psicosis: se apunta a un tipo de fenómenos. Permite dar cuenta del conjunto de los
fenómenos de la manía mejor que cuanto pudo hacerlo Freud, mejor también que la psiquiatría y esto sin
excluir la implicación del sujeto.
Lacan nos invita a “reconsiderar el afecto” a partir de sus decires, y al hilo de una redefinición de la tristeza.
Dice: “se califica a la tristeza de depresión, dándole el alma por soporte (…), pero no se trata de un estado del
alma, simplemente de una culpa moral, un pecado, lo que quiere decir una cobardía moral (…). Y lo que de
esto resulta es que esa cobardía, por ser rechazo del inconsciente, llegue a la psicosis, es el retorno en lo real
de lo que es rechazado, del lenguaje (incc·); es la excitación maníaca por la cual este retorno se hace mortal.”
Tal es el hilo secreto que enlaza las contrastadas manifestaciones de exaltación maníaca con lo que llamamos
depresión. De la una a la otra, el mismo pecado.
Psicopatología-Colette Soler 2014
En la manía, la huella de la pregunta misma, está casi siempre ausente. Del sujeto maníaco no se puede decir,
como del alucinado, que el nombre de su ser de goce le vuelve en lo real de la injuria escuchada, ni tampoco
que está disperso en lo infinito de su delirio. Más bien está disperso en lo infinito del lenguaje que lo atraviesa,
en el automaton de los signos de los que él es marioneta, pues, al no estar localizado ahí, no puede ni parar, ni
tampoco reconocerse. Para eso no solo le falta el significante amo (significante del nombre del padre),
localizador, sino así mismo la metonimia como lugar de la deriva del plus de goce.
Refiriéndose a la manía, Lacan, habla de no función de “objeto a”. Debemos advertir que este está implicado
en la constitución de todo mensaje. El es lo real que juega en la gramática, hasta el punto de que podemos
decir que si la lengua es la “condición del sentido”, el objeto es su causa. Esto es lo que explica la eficacia de la
asociación libre, diferente de la fuga de ideas: todo su artificio descansa sobre el hecho de que “decir
cualquier cosa” es, precisamente, imposible. Imposible, salvo para el maníaco.
Distinción
Metonimia del goce
=
Deriva maníaca
Un daño a nivel del discurso es siempre un daño a nivel de la regulación del goce. La excitación maníaca no es
solo desenfreno de la palabra y desorden de la historicidad; es sobre todo esa conmoción de la homeostasis
del viviente que reduce las necesidades vitales del cuerpo, lo hace infatigable, insomne, animado por una vida
paradójica que marcha hacia la muerte con la misma firmeza que el suicidio melancólico.
El lenguaje trastorna sin duda el cuerpo vivo. Afecta su goce, negativizándolo, pero el discurso también lo
regula, y especialmente cuando el Nombre-del-Padre está en su lugar. En esta regulación sobre un fondo de
desregulación del ser hablante, el sujeto es “función de la castración”, con la consecuencia de que el goce es
extraído del cuerpo, externalizado en objetos fuera del cuerpo que compensan, con un plus de goce, el menos
de la castración. Desde ese momento, el “sujeto es feliz”. Lo que significa que (el sujeto) no puede no estar
liberado a la repetición del encuentro que le hace recuperar, siempre, el objeto de su fantasma. Pero, esto no
lo garantiza contra el humor sombrío, este humor es el cuerpo afectado “por no hallar alojamiento a su
gusto”. A menos que sea pecado o grano de locura, este mal humor será “toque de lo real”, traducción del
hecho de que el goce que se acomoda con el dos del encuentro deja al margen el del uno del cuerpo; efecto
de la imposibilidad, con sus dos goces de no formar sino uno, y manifestación de que el primero permanece
como sobrante. Esto se llama excepción maniaca. El sujeto maníaco no es feliz: no se repite en el encuentro
con “a”, no conoce el dos. Pero por eso, tampoco está taciturno, y no podría sufrir de que uno y “a”… formen
dos. Tampoco sueña que le uno y el Otro formen Uno, enteramente apresado como él está en el uno: los unos
del lenguaje y el uno del cuerpo; narcisismo. La excitación maníaca es ese goce que la función fálica no regula
y en el cual el uno del cuerpo es asediado por los unos múltiples del lenguaje en lo real, hasta que sobrevenga
la muerte para el ser viviente.
(“a”: objeto perdido- Dos: goce del encuentro con el objeto “a”- Uno: Goce del cuerpo)