Los que tenemos cierta edad conocemos la frase, “la
prueba de amor”. Solía darse en los noviazgos o relaciones amorosas que, después de algún tiempo, el varón le decía a la mujer: Querida, dame la prueba de amor. Se refería, por supuesto, a tener relaciones sexuales. Era una forma de chantaje, porque el verdadero amor lo muestra el hombre al respetar a su novia y no pedirle que haga cosas que van en contra de la voluntad de Dios. Hoy en día, con el progreso de la tecnología, muchos piden otra clase de prueba de amor. Puede ser que se use otra frase, pero es común que un joven le pida a una muchacha que le envíe fotos íntimas o que él se las mande, esperando recibir las suyas a cambio. Parece ser un coqueteo sin consecuencias. A fin de cuentas, ¡nadie se embaraza por una foto! Sin embargo, cuando se acaba la relación, esas fotos privadas fácilmente se publican cuando el amor se convierte en rencor. Seamos sabios, y tengamos cuidado de no caer en esas trampas. Sobre todo, enseñemos a nuestros hijos a no compartir fotos íntimas. Esas pruebas de amor fácilmente se convierten en armas de terror. La verdadera prueba de amor fue dada por Dios. Es la cruz, donde Jesús murió en nuestro lugar. En esa cruz, él tomó en su persona la vergüenza y la culpa de nuestro pecado para cancelarla y reconciliarnos con su Padre. Romanos 5:8 nos dice esto: Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Ser seguidor de Jesús, ser cristiano, significa responder con arrepentimiento y fe a esa muestra de amor. Si eres cristiano, sabes que eres amado por Dios porque Jesús tomó tu lugar en la cruz. Ahora te toca aprender a corresponder a ese amor. El cristiano es una persona amada que aprende a amar. De esto nos habla Jesús en el sermón que les dio a sus seguidores, el Sermón en la Llanura. Leamos sus palabras en Lucas 6:27-36. »Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, 28 bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan. 29 Si alguien te pega en una mejilla, vuélvele también la otra. Si alguien te quita la camisa, no le impidas que se lleve también la capa. 30 Dale a todo el que te pida y, si alguien se lleva lo que es tuyo, no se lo reclames. 31 Traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. 32 »¿Qué mérito tienen ustedes al amar a quienes los aman? Aun los pecadores lo hacen así. 33 ¿Y qué mérito tienen ustedes al hacer bien a quienes les hacen bien? Aun los pecadores actúan así. 34 ¿Y qué mérito tienen ustedes al dar prestado a quienes pueden corresponderles? Aun los pecadores se prestan entre sí, esperando recibir el mismo trato. 35 Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, háganles bien y denles prestado sin esperar nada a cambio. Así tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bondadoso con los ingratos y malvados. 36 Sean compasivos, así como su Padre es compasivo. Jesús nos habla a nosotros, a los que lo escuchamos. Hay muchos que no escuchan a Jesús. No se interesan por seguirlo, ni prestan atención a sus palabras. Dios se encargará de ellos. No nos dejemos llevar por su ejemplo. Más bien, escuchemos las palabras de Jesús, que son verdad y vida. Las instrucciones de Jesús acerca del amor son lo opuesto a lo que es natural para nosotros. Como pecadores, lo natural para nosotros es amar de una manera egoísta. Nos enseña a amar a los que nos pueden corresponder. Nos enseña a amar a quienes nos conviene amar. Jesús nos enseña a amar de una manera diferente. Nos dice que amemos a los que no nos aman, a nuestros enemigos. Nos dice que hagamos el bien a los que nos quieren hacer el mal. Nos dice que bendigamos a los que nos maldicen, y que oremos por los que nos tratan mal. ¿Qué clase de amor es éste? El amor que Jesús nos enseña a tener es un amor práctico. No es un amor de sentimientos. A fin de cuentas, cuando Dios nos mostró su amor, lo hizo con la cruz que es nuestra salvación. No es una emoción de amor, sino una acción de amor. Así también nos llama Dios a amar a nuestros enemigos. Puede ser imposible sentir amor hacia alguien que te odia. El cariño hacia alguien que nos maltrata sería algo muy extraño. Pero podemos actuar con amor hacia los que no nos aman. Podemos ayudar a quien no nos puede corresponder. Podemos actuar con amabilidad a los que no se lo merecen. Dios no nos está llamando a cambiar nuestros sentimientos, sino nuestras acciones. Además de ser práctico, el amor que Jesús nos llama a tener es perdonador. En el verso 29, nos habla de dos situaciones donde podríamos buscar la venganza. La primera situación es cuando alguien nos ofende. El golpe en la mejilla que Jesús describe es una ofensa, no una agresión violenta. Estos versículos no nos dicen que tenemos que someternos a la violencia. Por ejemplo, una mujer que sufre el abuso de su esposo debe buscar una salida y no simplemente someterse. Pero cuando alguien nos ofende, debemos aprender a ver más allá de la agresión y responder con amabilidad. Igualmente, en lugar de reaccionar con violencia a la pérdida de algún bien material, debemos aprender a mirar más allá y ver la necesidad de la persona. Hace algunos meses, me despertó muy de madrugada un sonido inusual. Cuando me levanté para ver lo que sucedía, dos sujetos se estaban robando el catalizador de la camioneta de la iglesia. Toqué la ventana, y se fueron. En el momento, sentí mucho coraje. ¿Cómo se atrevían a meterse a mi propiedad y llevarse lo que no era suyo? Seguramente eran unos drogadictos. Sin embargo, con la reflexión, me di cuenta de que esos sujetos también llevan la imagen de Dios. Y aunque protegeré mis bienes lo más posible, no puedo tener más amor por mis posesiones que por una persona que Cristo murió por salvar. Jesús nos enseña a dejar la venganza y escoger el amor. El amor que Jesús nos llama a mostrar también es generoso. Por supuesto, el verso 30 es una expresión muy general. Debemos ser sabios en la manera de ayudar a los demás. Habrá momentos cuando le decimos que no a alguien que nos pide ayuda. El apóstol Pablo escribió que, si alguien no quiere trabajar, que no coma. Lo que Jesús corrige aquí es la actitud agarrada que dice, Yo sólo doy a los que me pueden dar algo a cambio. Cuando dice, Dale a todo el que te pida, nos llama a ser generosos con toda clase de personas – no sólo los que nos pueden corresponder. Nos llama a dar sin esperar nada a cambio. Hay una regla sencilla que lo resume todo. Si queremos saber cómo actuar en cualquier situación, simplemente pongámonos en el lugar de la otra persona. Si estuviera en su situación, ¿qué me gustaría que me hicieran a mí? ¿Cómo me gustaría que me trataran? Esta es la regla de oro. Esa clase de amor no es fácil de mostrar. En realidad, podríamos decir que es sobrenatural. Va mucho más allá de lo que es normal para el ser humano. Precisamente por eso, Jesús también nos muestra la motivación para amar. Nos dice que, si somos sus seguidores, tenemos que ir más allá de lo común y corriente para mostrar al mundo su amor sobrenatural. Si hacemos el bien a nuestros amigos, ¿qué hay de especial en eso? ¡Todo el mundo lo hace! Los corruptos y los criminales saben ser generosos con sus familiares, amigos y secuaces. Si damos sólo cuando pensamos recibir algo a cambio, de ninguna manera rebasamos el nivel de amor que muestra el mundo. En ese caso, mejor ni nos llamemos seguidores de Jesús. En cambio, si somos hijos de Dios, si somos seguidores de Jesús, ¡mostrémoslo! Demostramos que somos hijos de nuestro Padre celestial cuando lo imitamos a él. Dios manda su lluvia sobre todos, tanto justos como injustos. Él hace salir el sol sobre buenos y malos. Un día, por supuesto, habrá un juicio; pero Dios no deja de mostrar su bondad, aun a los que están destinados para el castigo. Si somos sus hijos, tenemos que ser como él. Tenemos que rebasar la justicia del mundo. Dios nos ha mostrado el verdadero amor. Si lo hemos llegado a conocer de verdad por la fe en Jesús, aprendamos a ser como él. El resumen de todo es esta frase: Sean compasivos, así como su Padre es compasivo. A veces somos como los niños que se quejan con sus padres de alguna limitación que les ponen: Todos mis amigos lo hacen. ¿Por qué no puedo hacerlo yo? La respuesta clásica, por supuesto, es ésta: Si todos tus amigos se tiraran de un puente, ¿harías lo mismo? Luego, los padres suelen decir: Tú eres mi hijo, y no debes traer vergüenza a la familia. Si somos hijos de Dios, ¿seguiremos el mal ejemplo de los que no pertenecen a su familia? ¿Nos dejaremos llevar por las malas influencias? ¿Traeremos vergüenza a la familia de Cristo? Si queremos dar una buena representación al mundo, tenemos que aprender a amar como Dios nos ha amado a nosotros. Hay una gran promesa cuando lo hacemos. Así tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo. Dios nos ha dado la prueba más grande del amor en la cruz. Ahora nos toca darle la prueba de nuestro amor aprendiendo a amar a todos, hasta a los más difíciles de amar. Así mostramos que somos sus hijos. Así damos un testimonio que el mundo no puede negar del amor de nuestro Padre.