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El costo de seguir a Jesús

3 ENERO, 2019 | RODRIGO GÓMEZ

Cuando escuchamos la palabra “discipulado”, normalmente


pensamos en un creyente que comparte las enseñanzas
básicas del evangelio con un recién convertido o bien, con
un “simpatizante” de la Palabra para que decida seguir a
Jesús.

El costo del discipulado de Dietrich Bonhoeffer no se trata


de eso. Más bien, Bonhoeffer nos habla del llamado del
mismo Dios a sus discípulos a través de Jesús.

En este recurso vemos las letras y el espíritu de un hombre


que realmente entendía el precio de tomar su cruz todos los
días, al punto de aceptar su propia muerte antes de cumplir
siquiera 40 años. Bonhoeffer fue capturado por los nazis
unos días antes de casarse, y perdió no solo su libertad, sino
su vida. Cada página de este libro está impregnada de un
compromiso genuino con el alto costo de la gracia.

Estas son cinco cosas que aprendí leyendo El costo del


discipulado:

1. La evidencia de la conversión es
que cuando Cristo llama, el discípulo
sigue.
“La causa detrás de seguir a Jesús de forma inmediata en
respuesta al llamado es Jesucristo mismo. No hay necesidad
de alguna preliminar y no hay ninguna otra consecuencia,
sino obediencia al llamado. Jesús convoca hombres para
seguirlo, no como un maestro o como un modelo de buena
vida, sino como el Cristo, el Hijo de Dios” (p. 62).
Es cierto que todos tenemos una historia previa al llamado de
Dios, y seguramente eso incluye malos hábitos y pecados
profundos. Sin embargo, Jesús es tan glorioso que, cuando le
escuchamos decir “sígueme”, nada nos detiene.

2. La gracia no es un pase libre para


pecar… a menos que sea gracia
barata.
“Si la gracia es la respuesta de Dios, el don de la vida
cristiana, entonces, no podemos ni por un momento, quedar
eximidos de seguir a Cristo. Pero si la gracia es solo un
dato en mi vida cristiana, significa que me dispongo a vivir
en el mundo con todos mis pecados justificados de
antemano. Puedo ir y pecar tanto como quiero y descansar
en esta gracia que me perdona, porque después de todo, el
mundo es justificado por gracia” (p. 52).
Bonhoeffer presenta una diferencia esencial entre la gracia
barata y la gracia sublime (la gracia de alto costo). La
primera simplemente asegura que por sí misma perdona
todo, aún sin nuestro compromiso; es una mera aceptación
intelectual, una declaración sin fundamento. Pero la gracia
verdadera implica que estaremos dispuestos a vivir una vida
sujeta a la absoluta obediencia a Cristo porque entendemos
que es costosa: le costó a Dios la vida de su Hijo.

3. En el llamado de Jesús, la fe y las


obras son inseparables.
“El llamado de gracia de Jesús ahora se transforma en una
estricta orden: ¡Haz esto! ¡Entrega aquello! ¡Abandona el
barco y ven a mí! Cuando un hombre dice que no puede
obedecer el llamado de Jesús porque cree o porque no cree,
Jesús dice: Primero obedece, realiza la obra externa,
renuncia a ligaduras, entrega los obstáculos que te separan
de la voluntad de Dios. No digas que no tienes fe. No la
tendrás en tanto persistas en desobediencia y te niegues a
dar el primer paso. Así tampoco debe decir que tiene fe y,
por lo tanto, no hay necesidad de tener que dar el primer
paso” (p. 73).
Los cristianos luchan con el tema de la fe y las obras desde
el primer siglo. Si el llamado a seguir a Cristo es genuino,
una persona estará dispuesta por fe a obedecer, es decir, a
hacer las cosas que Dios exige… será un movimiento que
proviene de su nueva naturaleza.

Si esto es así, no existirá vicio, mentira, deseo, o sueño que


no pueda ser puesto por debajo del llamado de Jesús, como
Dios encarnado, como el Hijo de Dios.

4. Perdonar al prójimo es inevitable


para los discípulos.
“La carga de mi hermano de la cual debo llevar no
solamente es la parte exterior que le ha tocado, sus
características y dones naturales, sino en forma bastante
literal su pecado. Y la única manera de llevar ese pecado es
perdonándolo en el poder de la cruz de Cristo de la que
ahora participo. El perdón es el sufrimiento, como el de
Cristo, que es deber del cristiano llevar” (p. 100).
Perdonar es una de las cosas más difíciles para las personas,
incluso si son cristianas. Tendemos a pensar que Jesús se
encargará de perdonarlos y que bastará con expresar perdón,
pero no recuperar la relación.

Perdonar cuesta, cuesta mucho. Pero, ¿esperamos abrazar el


regalo de la gracia, sin sufrir el costo? El costo del
discipulado va mucho más allá de decir “no guardo rencor”.

5. El llamado al discipulado es
urgente.
Presentar a Cristo en toda su deidad como el mediador entre
Dios y los hombres, como Salvador, Sustituto, Rey supremo,
y Juez justo, es algo natural para quien ha decidido seguirlo.

Puede tomarnos un tiempo, como a Pedro, pero si hemos


confesado “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”,
entonces no tenemos otra alternativa más que proclamar su
obra. Y debemos hacerlo ahora.

“Nada podría ser más despiadado que hacer pensar a los


hombres que existe mucho tiempo para enderezar sus
caminos. Decirles a los hombres que la causa es urgente y
que el Reino de Dios está a la mano, es el acto más
caritativo y misericordioso que podemos realizar, las más
gozosas nuevas que podemos dar” (p. 238).
Te invito a meditar en el llamado de Jesús, que es el mismo
que hace más de dos mil años: “Sígueme”. ¿Qué le
responderás? ¿Entenderás y asumirás el gran costo de tomar
tu cruz y obedecerle?

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