Se cuenta la historia de un niño que hizo un barco de
juguete. Con mucho cuidado cortó los pedazos de madera y los unió, selló el barquito para que no se llenara de agua y lo pintó de un color alegre. Finalmente, el barco estaba listo para que jugara con él. Lo llevó a una lagunita cerca de su casa y lo lanzó al agua. ¡Estaba muy contento de poder jugar con su barquito! Sin embargo, de repente una ráfaga de viento se llevó su juguete. El niño trató de alcanzarlo, pero no pudo. Observó impotente mientras el barco se alejaba más y más, hasta que ya no lo pudo ver. Se fue triste a su casa. Había perdido el barquito que tanto trabajo le costó fabricar. Algunos días después, vio en la ventana de una tienda de segunda algo que le llamó la atención. Era un barco muy parecido al suyo. Cuando se acercó más, se dio cuenta de que era su barco. ¡Estaba a la venta en la tienda de segunda! Entró a la tienda y la dijo al dueño que el barco que estaba en la ventana era suyo. El dueño lo miró con empatía. Lo siento, hijo, le contestó. Alguien me lo vendió a mí. Dijo que lo había encontrado. No te lo puedo regalar, porque me quedaría corto de dinero. Pero sí te lo puedo vender al precio que me costó. El niño se fue cabizbajo. No tenía el dinero para pagarlo. Llegando a casa, sin embargo, se puso a buscar trabajitos. Le cortó el pasto al vecino para ganar algo de dinero. Ayudó a su madre con algunas tareas en la casa. Después de varios días, había reunido el dinero que le pedía el dueño de la tienda. Emocionado, fue a rescatar el barco que había perdido. Cuando llegó a la tienda, el vendedor le sonrió y sacó el barco de la ventana para dárselo. Saliendo de la tienda, el niño miró al barquito y dijo: Ahora eres doblemente mío. Yo te hice, y yo te compré. Escúchame. Tú y yo somos como ese barquito. Fuimos creados por Dios. Sin embargo, nos extraviamos. Nos perdimos. En lugar de abandonarnos, él pagó un gran precio para rescatarnos. Si has aceptado a Cristo como tu Señor y Salvador, eres doblemente de Dios. Te creó y te redimió. ¿Qué significa esto para tu vida? ¿Cuánto vale tu vida? ¿Cómo la debes llevar? Vamos a buscar la respuesta en 1 Pedro 1:17-21. Ya que invocan como Padre al que juzga con imparcialidad las obras de cada uno, vivan con temor reverente mientras sean peregrinos en este mundo. 18 Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, 19 sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto. 20 Cristo, a quien Dios escogió antes de la creación del mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes. 21 Por medio de él ustedes creen en Dios, que lo resucitó y glorificó, de modo que su fe y su esperanza están puestas en Dios. Quiero que veas lo que Dios ha hecho por ti. En primer lugar, él hizo un plan para salvarte. El verso 20 nos dice esto: Cristo, a quien Dios escogió antes de la creación del mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes. Otra traducción dice que Cristo fue destinado desde antes de la fundación del mundo. Antes de crear el mundo, en la eternidad pasada, Dios ya sabía lo que iba a suceder. Una de las cualidades de Dios es que él lo sabe todo. Los teólogos lo llaman su omnisciencia. Tú y yo ignoramos muchas cosas. Ni siquiera sabemos lo que pasará mañana. A veces decimos, Voy a hacer esto, a ver qué pasa. Pero con Dios, nunca es así. Él lo sabe todo. Cuando él creó el mundo y nos dio la libertad de escoger entre el bien y el mal, Dios ya sabía que escogeríamos mal. Ya sabía que pecaríamos. En su gran amor, sin embargo, él decidió también que nos ofrecería la salvación. Antes de crear el mundo, el Padre y el Hijo ya se habían puesto de acuerdo en que el Hijo se haría hombre y vendría a salvarnos. Cuando nada más existía, Dios ya había hecho un plan para salvarte. En la realización de ese plan, Dios pagó un enorme precio para rescatarte. Esta es la segunda cosa que quiero que veas. Los versos 18 y 19 dicen esto: Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto. Antes de que Cristo viniera, estábamos atrapados en una vida sin sentido. Nuestra vida no nos llevaba a nada más que a la destrucción. Esa vida, dice Pedro, la heredamos de nuestros antepasados. Si nos remontamos hasta los orígenes de nuestra raza, encontramos a Adán y Eva. Ellos nos heredaron la costumbre de pecar. De nuestros antepasados más recientes hemos recibido tradiciones que terminan alejándonos de Dios. Quizás hayamos recibido alguna religión que nos enseñó cosas buenas, pero también nos inculcó costumbres que van en contra de la Palabra de Dios. Aparte de Cristo, las mejores tradiciones nos dejan lejos de Dios. Pero Jesús pagó un precio enorme para rescatarnos de esa vida de vanidad. En casos de secuestro, se han pagado millones de dólares en rescate por el secuestrado. Jesús pagó algo que vale mucho más que cualquier fortuna en el mundo. Ni siquiera Carlos Slim o Bill Gates podría pagar ese rescate. Él pagó con su propia sangre el precio preciso de nuestra liberación. La Biblia dice que la paga del pecado es la muerte. Nosotros mismos nos entregamos al pecado, y debíamos morir. Pero Jesús entregó su vida a la muerte y derramó su sangre para que nosotros pudiéramos vivir y no morir. En la cruz de Jesús, Dios pagó un enorme precio para rescatarte. La tercera cosa que vemos de Dios en este pasaje es que él juzgará a todos sin favoritismo. En las cortes de este mundo, las amistades y la influencia tuercen la justicia. El rico logra comprar la justicia, mientras que al pobre se niega. Aunque no siempre sea el caso, hay demasiada injusticia en los salones de justicia. Pero un día habrá una corte muy distinta. Ese día, Dios será el Juez. Todos tendremos que comparecer ante él. Tendremos que responder por lo que hemos hecho en la tierra. Para la persona que no se ha entregado a Cristo para recibir la salvación, ese juicio determinará su destino eterno. Todos tendrán la oportunidad de defenderse, pero nadie será justificado por lo que haya hecho. Sólo habrá una manera de quedar a salvo ese día. Apocalipsis 20:15 lo dice: Aquel cuyo nombre no estaba escrito en el libro de la vida era arrojado al lago de fuego. Si nos hemos arrepentido de corazón y nos hemos entregado a Jesucristo, nuestro nombre está escrito en el libro de la vida. Para nosotros, ese juicio no determinará la salvación. Jesús nos la compró en la cruz. Más bien, determinará las recompensas que recibiremos. Algunos habrán seguido a Cristo sin aprovechar las oportunidades que tuvieron para servirle. Sus recompensas serán pocas. Otros tendrán grandes recompensas y gozo en el cielo. En ese juicio, no habrá favoritismos. Todo será completamente lícito. Dios no tiene favoritismos, y él juzgará con perfecta equidad. El Padre que nosotros tenemos gracias a la fe en Jesucristo es el Juez de todo el mundo, el Juez más perfecto e íntegro que existe. ¿Cómo, entonces, debemos portarnos? El verso 17 nos da la respuesta: Ya que invocan como Padre al que juzga con imparcialidad las obras de cada uno, vivan con temor reverente mientras sean peregrinos en este mundo. Si Dios hizo un plan para salvarte desde antes de crear el mundo, si él pagó un precio enorme para rescatarte y si él juzgará a todos sin favoritismo, vive la vida ahora con temor reverente. Tu vida vale tanto que Dios pagó un precio enorme en la cruz. No la derroches en cosas sin sentido. No la pierdas en vicios y en pecado. No la entregues a cambio de las cosas insignificantes de este mundo. Más bien, invierte tu vida en lo que realmente importa. Vive con temor reverente. Si Dios nos llama a vivir con temor reverente, ¿significa eso que debemos vivir aterrados todo el tiempo? La persona que no tiene a Cristo debe vivir aterrada, porque caerá bajo la ira de Dios. Su pecado no tiene remedio más que en Cristo. Si no quiere aceptar a Cristo, no tendrá otra salida. Pero si hemos aceptado a Cristo como Señor y Salvador, vivir en temor reverente no significa vivir aterrados. Más bien, se parece a la actitud de un buen conductor. Un buen conductor no maneja aterrado de lo que le podría suceder. Sin embargo, tiene un temor sano a los accidentes. En lugar de aventarse al tráfico, espera el momento prudente. En lugar de pasarse la luz en rojo, espera a que se ponga en verde. Su sano temor a los accidentes lo lleva a manejar de una manera que los evita. Del mismo modo, nuestro sano temor a Dios nos llevará a vivir evitando las cosas que no le agradan a él y haciendo las cosas que sí le agradan. Si tienes este temor sano que nace del valor que Dios le da a tu vida, evitarás la mentira, el chisme, la fornicación, la venganza, el robo y todo lo que le desagrada. En cambio, vivirás en amor, en paz, buscando ayudar a tus hermanos y compartir el evangelio con quienes no lo conocen. Perdonarás, en lugar de guardar rencor. Servirás en lugar de buscar que te sirvan. Todo esto refleja el valor que Dios le da a tu vida. ¿Cuánto vale tu vida? Vale mucho, porque Dios hizo un plan para salvarte y pagó un gran precio para liberarte. ¿Cómo llevarás esa vida delante de tu Padre, que es el Juez de toda la tierra? Invierte tu vida en cosas que valgan la pena. Pon a Dios en primer lugar en tu vida. Dale lo mejor de tu tiempo, de tus bienes y de tus talentos. Así le darás a tu vida su verdadero valor.