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Capítulo

El carácter de un siervo
¿Cómo podemos definir el carácter de un siervo útil, bueno y fiel? En cierta ocasión, el Señor Jesús
enseñó:

“Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que
debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17:10).

El siervo es considerado inútil aunque haya hecho aquello que le fue ordenado; en cambio el siervo útil
es aquel que además de hacer lo que le fue confiado, se aplica con dedicación y amor, de forma que
coloca todas sus fuerzas y su vida al servicio del Señor.
En la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30), el Señor Jesús consideró buenos y útiles a los dos
primeros siervos, que habían salido inmediatamente a negociar lo que les había sido dado y, algún tiempo
después, prestaron cuentas, diciendo:

“Se acercó el que había recibido cinco talentos y trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí
tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos” (Mateo 25:20).

Debido a ese comportamiento, fueron elogiados por el Señor y considerados siervos buenos y fieles.
Debemos entender que un siervo bueno es aquel que manifiesta un carácter idéntico al del Señor.
Muchas veces, el siervo manifiesta fidelidad en su vida y piensa que eso es suficiente. Hay veces que su
fidelidad es tan marcada y tan fuerte, que él llega a pensar que los deslices de su conducta son
justificados. Muchos han usado erróneamente la interpretación de la palabra de Santiago, cuando dice:
“Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad y alguno lo hace volver, sepa
que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma y cubrirá multitud
de pecados”(Santiago 5:19-20).
Esa multitud de pecados son del pecador que se convierte, y no de aquél que lo convirtió. Si fuese lo
contrario, no habría justificación por la fe y sí por obras de salvar a otros.
Vea lo que el Señor enseña:

“No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en
los cielos. Muchos me dirán aquél día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y
en tu nombre hicimos muchos milagros? Entonces les declararé: Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!”(Mateo
7:21-23).

Y vea también si no es ése el tipo de siervo fiel. Él había profetizado, expulsado demonios y hecho milagros. Pero el Señor les
dice: “Apartaos de mí, porque nunca os conocí”.

Resumiendo, no es suficiente ser fiel, también es preciso tener el carácter de Cristo.

“La humildad no es apenas la mayor virtud apreciada en el ser humano, sino es, sobre todo, la base de la vida eterna.”
Capítulo 3

La humildad
Cuando el Señor Jesús quiso formar su carácter en sus discípulos, subió al monte y comenzó a enseñar,
diciendo:

“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3).

La humildad no es solamente la mayor virtud apreciada en el ser humano, es mucho más que eso, es la
base de la vida eterna. Es justamente eso lo que el Señor Jesús enseña aquí. Y no solamente enseñó, como
también vivió durante toda su vida terrenal. El apóstol Pablo lleno del Espíritu Santo dice:

“Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la
forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2:6-8).

En otras palabras: el Señor Jesús, aún teniendo la misma naturaleza del Dios-Padre, no pensó en sacar
ventaja. Muy por el contrario, Él se vació de sí mismo y asumió la condición de verdadero siervo a fin de
revelar a su Padre para el mundo. Entre las muchas pruebas de eso, nosotros tenemos:

1) Su bautismo en las aguas por Juan el Bautista. Es decir: el hijo de Dios, Rey de los Reyes y Señor
de los Señores fue bautizado por un hombre del desierto.

Para tener una idea mejor de cuánto esto muestra la humildad de Jesús, basta analizar el caso de la
reina de Inglaterra, por ejemplo, que se bautizó en la Iglesia Universal de Rocinha, y por un pastor
desconocido hasta de su región. ¿Cuántas son las personas convencidas de estar convertidas que, presas
en su orgullo personal, timidez o vergüenza reconocen que necesitan sepultar su carne a través del
bautismo en las aguas, y no lo hacen por temor a las críticas de otros hermanos?

2) Cuando el Señor Jesús se inclinó para lavar los pies de los discípulos. El no solamente los lavó,
¡sino que también los enjugó!

El salmista, exaltando al Señor Dios dice:

“¿Quién como el Señor, nuestro Dios, que se sienta en las alturas, que se humilla a mirar en el cielo y en tierra?” (Salmo
113:5-6).

Al mismo tiempo en que él presenta la grandeza de Dios, muestra también su lado humilde, pues “se
inclina para ver lo que pasa en los cielos y en la tierra”. Eso demuestra que la humildad es una virtud que
tiene origen en el propio Dios.
Ahora podemos entender mejor por qué los humildes de espíritu heredarán el reino de los cielos. Es
que ellos nacen de la fuente de humildad y vivirán allá por toda la eternidad. ¡Pues de allá es que viene su
subsistencia espiritual!

“Cuántas son las personas convencidas de estar convertidas que, presas en su orgullo personal, timidez o vergüenza,
reconocen que necesitan sepultar su carne a través del bautismo en las aguas, y no lo hacen por temor a las críticas de otros
hermanos.”
Capítulo 4

El mayor y el mejor siervo


El Señor Jesús dijo a sus discípulos:

“El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo” (Mateo 23:11).

“Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser
el primero entre vosotros será vuestro siervo, como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su
vida en rescate por todos” (Mateo 20:26-28).

En esas sencillas palabras el Señor dice todo lo que es un siervo. Siervo es aquel que sirve. Y cuanto
más sirve, mayor y mejor siervo será. Pues todo lo que él hace es ofrenda para su Señor. Ese es el objetivo
principal del siervo, ¡entendiéndose que su servicio en sí, es una ofrenda!

“Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).

Cualquier cosa que el siervo hace, por más insignificante que sea, debe ser para la gloria de Dios. ¡Eso
es una ofrenda! Por lo tanto, todo el trabajo que el siervo ejecuta tiene como finalidad glorificar a su
Señor. Y no importa si el trabajo que él hace es en la iglesia o fuera de ella. Cualquiera que sea el trabajo
del siervo de Dios y para quien quiera que él lo ejecuta, tendrá que ser siempre como si fuese para el
Señor, ¡en ofrenda para Dios! Por eso, el Espíritu Santo, a través de Pablo dice:

“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23).
Si esas palabras fueran practicadas por todos los siervos, entonces tendríamos una Iglesia fuerte,
invencible, firme delante de toda persecución. Pues la Iglesia del Señor Jesús es compuesta
exclusivamente de siervos del Siervo Mayor.
Éste es el espíritu que tiene que haber en nuestro medio, cueste lo que cueste, y aquellos que no
estuviesen encuadrados en ese espíritu, es mejor que salgan, para no contaminar a los demás.
El placer del siervo es servir cada vez más y mejor. No con intereses oscuros y excusas, sino
simplemente porque tiene el mismo Espíritu de Aquel que le sirvió primero. El Señor Jesús “...no vino
para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos” (Mateo 20:28).
Lo que los siervos deben entender es que, para poder servir, el Señor Jesús los sirvió primero. Primero
el Señor Jesús se vacío de sí mismo, asumió la condición de siervo y sirvió a todos los que sufrían, y ahora
espera ser servido por ellos.
Capítulo 4

El mayor y el mejor siervo


El Señor Jesús dijo a sus discípulos:

“El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo” (Mateo 23:11).

“Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser
el primero entre vosotros será vuestro siervo, como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su
vida en rescate por todos” (Mateo 20:26-28).

En esas sencillas palabras el Señor dice todo lo que es un siervo. Siervo es aquel que sirve. Y cuanto
más sirve, mayor y mejor siervo será. Pues todo lo que él hace es ofrenda para su Señor. Ese es el objetivo
principal del siervo, ¡entendiéndose que su servicio en sí, es una ofrenda!

“Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).

Cualquier cosa que el siervo hace, por más insignificante que sea, debe ser para la gloria de Dios. ¡Eso
es una ofrenda! Por lo tanto, todo el trabajo que el siervo ejecuta tiene como finalidad glorificar a su
Señor. Y no importa si el trabajo que él hace es en la iglesia o fuera de ella. Cualquiera que sea el trabajo
del siervo de Dios y para quien quiera que él lo ejecuta, tendrá que ser siempre como si fuese para el
Señor, ¡en ofrenda para Dios! Por eso, el Espíritu Santo, a través de Pablo dice:

“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23).
Si esas palabras fueran practicadas por todos los siervos, entonces tendríamos una Iglesia fuerte,
invencible, firme delante de toda persecución. Pues la Iglesia del Señor Jesús es compuesta
exclusivamente de siervos del Siervo Mayor.
Éste es el espíritu que tiene que haber en nuestro medio, cueste lo que cueste, y aquellos que no
estuviesen encuadrados en ese espíritu, es mejor que salgan, para no contaminar a los demás.
El placer del siervo es servir cada vez más y mejor. No con intereses oscuros y excusas, sino
simplemente porque tiene el mismo Espíritu de Aquel que le sirvió primero. El Señor Jesús “...no vino
para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos” (Mateo 20:28).
Lo que los siervos deben entender es que, para poder servir, el Señor Jesús los sirvió primero. Primero
el Señor Jesús se vacío de sí mismo, asumió la condición de siervo y sirvió a todos los que sufrían, y ahora
espera ser servido por ellos.
Capítulo 4

El mayor y el mejor siervo


El Señor Jesús dijo a sus discípulos:

“El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo” (Mateo 23:11).

“Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser
el primero entre vosotros será vuestro siervo, como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su
vida en rescate por todos” (Mateo 20:26-28).

En esas sencillas palabras el Señor dice todo lo que es un siervo. Siervo es aquel que sirve. Y cuanto
más sirve, mayor y mejor siervo será. Pues todo lo que él hace es ofrenda para su Señor. Ese es el objetivo
principal del siervo, ¡entendiéndose que su servicio en sí, es una ofrenda!

“Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).

Cualquier cosa que el siervo hace, por más insignificante que sea, debe ser para la gloria de Dios. ¡Eso
es una ofrenda! Por lo tanto, todo el trabajo que el siervo ejecuta tiene como finalidad glorificar a su
Señor. Y no importa si el trabajo que él hace es en la iglesia o fuera de ella. Cualquiera que sea el trabajo
del siervo de Dios y para quien quiera que él lo ejecuta, tendrá que ser siempre como si fuese para el
Señor, ¡en ofrenda para Dios! Por eso, el Espíritu Santo, a través de Pablo dice:

“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23).
Si esas palabras fueran practicadas por todos los siervos, entonces tendríamos una Iglesia fuerte,
invencible, firme delante de toda persecución. Pues la Iglesia del Señor Jesús es compuesta
exclusivamente de siervos del Siervo Mayor.
Éste es el espíritu que tiene que haber en nuestro medio, cueste lo que cueste, y aquellos que no
estuviesen encuadrados en ese espíritu, es mejor que salgan, para no contaminar a los demás.
El placer del siervo es servir cada vez más y mejor. No con intereses oscuros y excusas, sino
simplemente porque tiene el mismo Espíritu de Aquel que le sirvió primero. El Señor Jesús “...no vino
para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos” (Mateo 20:28).
Lo que los siervos deben entender es que, para poder servir, el Señor Jesús los sirvió primero. Primero
el Señor Jesús se vacío de sí mismo, asumió la condición de siervo y sirvió a todos los que sufrían, y ahora
espera ser servido por ellos.
Capítulo 4

El mayor y el mejor siervo


El Señor Jesús dijo a sus discípulos:

“El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo” (Mateo 23:11).

“Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser
el primero entre vosotros será vuestro siervo, como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su
vida en rescate por todos” (Mateo 20:26-28).

En esas sencillas palabras el Señor dice todo lo que es un siervo. Siervo es aquel que sirve. Y cuanto
más sirve, mayor y mejor siervo será. Pues todo lo que él hace es ofrenda para su Señor. Ese es el objetivo
principal del siervo, ¡entendiéndose que su servicio en sí, es una ofrenda!

“Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).

Cualquier cosa que el siervo hace, por más insignificante que sea, debe ser para la gloria de Dios. ¡Eso
es una ofrenda! Por lo tanto, todo el trabajo que el siervo ejecuta tiene como finalidad glorificar a su
Señor. Y no importa si el trabajo que él hace es en la iglesia o fuera de ella. Cualquiera que sea el trabajo
del siervo de Dios y para quien quiera que él lo ejecuta, tendrá que ser siempre como si fuese para el
Señor, ¡en ofrenda para Dios! Por eso, el Espíritu Santo, a través de Pablo dice:

“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23).
Si esas palabras fueran practicadas por todos los siervos, entonces tendríamos una Iglesia fuerte,
invencible, firme delante de toda persecución. Pues la Iglesia del Señor Jesús es compuesta
exclusivamente de siervos del Siervo Mayor.
Éste es el espíritu que tiene que haber en nuestro medio, cueste lo que cueste, y aquellos que no
estuviesen encuadrados en ese espíritu, es mejor que salgan, para no contaminar a los demás.
El placer del siervo es servir cada vez más y mejor. No con intereses oscuros y excusas, sino
simplemente porque tiene el mismo Espíritu de Aquel que le sirvió primero. El Señor Jesús “...no vino
para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos” (Mateo 20:28).
Lo que los siervos deben entender es que, para poder servir, el Señor Jesús los sirvió primero. Primero
el Señor Jesús se vacío de sí mismo, asumió la condición de siervo y sirvió a todos los que sufrían, y ahora
espera ser servido por ellos.
Capítulo 8

La dependencia del siervo


¿Cuáles son las posesiones del siervo? ¡Ninguna! Él no posee mujer, hijos, casa, ni siquiera su propia
vida le pertenece. ¡Su único bien es su Señor! Todo lo que tiene pertenece al Señor, y éste se lo presta por
algún tiempo. Ser siervo no es sólo servir, sino sobre todo, pertenecer a alguien. El concepto más
profundo de siervo es que él no se pertenece, ni mucho menos lo que tiene.
Su familia, su vida y todo lo demás son de propiedad exclusiva del Señor a quien pertenece y sirve. Si
acaso el siervo se sintiera dueño de algo, entonces él dejaría de ser siervo para ser señor. Porque el siervo
no tiene derecho a nada. ¡El Señor sí! Todo es propiedad exclusiva de Él. Ésa es la principal idea del
cristianismo. Pues todo lo que está en nuestras manos, ha sido un préstamo de nuestro Señor. Cuando
morimos, todo queda aquí. Entonces nuestra vida se une al Señor a quien pertenecemos. Todo siervo de
Dios es un dependiente de Él por toda la eternidad.
Aquellos que han luchado por una posición social o bienes patrimoniales, están totalmente fuera del
Espíritu del Señor Jesús. Los intensos conflictos de las personas por el poder, por la posesión de algún
bien o comodidad, demuestran que no están encuadradas como siervos. Tal vez les falte conciencia de
esto, o tal vez, lo más probable, es que ellas nunca nacieron del Espíritu. Pues quien tiene el Espíritu del
Señor Jesús, automáticamente recibe la conciencia de siervo.
La verdad es que ser siervo del Señor Jesús es un privilegio de pocos. Y esa servidumbre es sólo aquí
mientras vivimos en este “vaso de barro”. Pues cuando nuestro Señor se manifieste en gloria, también
nos manifestaremos a través de Él. ¡Aleluya! Además, es preferible ser siervo en el reino de Dios, que ser
“señor” en el reino del diablo.
Recordemos lo que el Señor Jesús dijo sobre el trabajo de la posesión de la vida eterna:

“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna, la cual os dará el Hijo del
hombre; porque a este señaló Dios, el Padre” (Juan 6:27).
En otras palabras, trabajad por la posesión de la vida eterna.

“La verdad es que ser siervo del Señor Jesús es un privilegio de pocos. Y esa servidumbre es sólo aquí mientras vivimos en este
“vaso de barro”. Pues cuando nuestro Señor se manifieste en gloria también nos manifestaremos a través de Él. ¡Aleluya!”

“Es necesario tener mucho cuidado con el corazón, pues el espíritu de orgullo se aloja en él. El orgullo sólo se apodera del
corazón, cuando no está el espíritu de humildad.”
Capítulo 8

La dependencia del siervo


¿Cuáles son las posesiones del siervo? ¡Ninguna! Él no posee mujer, hijos, casa, ni siquiera su propia
vida le pertenece. ¡Su único bien es su Señor! Todo lo que tiene pertenece al Señor, y éste se lo presta por
algún tiempo. Ser siervo no es sólo servir, sino sobre todo, pertenecer a alguien. El concepto más
profundo de siervo es que él no se pertenece, ni mucho menos lo que tiene.
Su familia, su vida y todo lo demás son de propiedad exclusiva del Señor a quien pertenece y sirve. Si
acaso el siervo se sintiera dueño de algo, entonces él dejaría de ser siervo para ser señor. Porque el siervo
no tiene derecho a nada. ¡El Señor sí! Todo es propiedad exclusiva de Él. Ésa es la principal idea del
cristianismo. Pues todo lo que está en nuestras manos, ha sido un préstamo de nuestro Señor. Cuando
morimos, todo queda aquí. Entonces nuestra vida se une al Señor a quien pertenecemos. Todo siervo de
Dios es un dependiente de Él por toda la eternidad.
Aquellos que han luchado por una posición social o bienes patrimoniales, están totalmente fuera del
Espíritu del Señor Jesús. Los intensos conflictos de las personas por el poder, por la posesión de algún
bien o comodidad, demuestran que no están encuadradas como siervos. Tal vez les falte conciencia de
esto, o tal vez, lo más probable, es que ellas nunca nacieron del Espíritu. Pues quien tiene el Espíritu del
Señor Jesús, automáticamente recibe la conciencia de siervo.
La verdad es que ser siervo del Señor Jesús es un privilegio de pocos. Y esa servidumbre es sólo aquí
mientras vivimos en este “vaso de barro”. Pues cuando nuestro Señor se manifieste en gloria, también
nos manifestaremos a través de Él. ¡Aleluya! Además, es preferible ser siervo en el reino de Dios, que ser
“señor” en el reino del diablo.
Recordemos lo que el Señor Jesús dijo sobre el trabajo de la posesión de la vida eterna:

“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna, la cual os dará el Hijo del
hombre; porque a este señaló Dios, el Padre” (Juan 6:27).
En otras palabras, trabajad por la posesión de la vida eterna.

“La verdad es que ser siervo del Señor Jesús es un privilegio de pocos. Y esa servidumbre es sólo aquí mientras vivimos en este
“vaso de barro”. Pues cuando nuestro Señor se manifieste en gloria también nos manifestaremos a través de Él. ¡Aleluya!”

“Es necesario tener mucho cuidado con el corazón, pues el espíritu de orgullo se aloja en él. El orgullo sólo se apodera del
corazón, cuando no está el espíritu de humildad.”
Capítulo 10

Las tribulaciones del siervo


Cuando el Señor Jesús estaba por concretar su más importante misión, esto es, ser separado del
Padre, para asumir la culpa de los pecados de toda la humanidad, Él dijo para los que fueron a prenderlo:

“... pero esta es vuestra hora y la potestad de las tinieblas” (Lucas 22:53).

Y de allí, él extendió sus manos y se dejó prender. Vemos en este pasaje dos hechos extremadamente
importantes para los siervos buenos y fieles.

Primero
La iniciativa del diablo. Si el diablo no hubiese usado a sus hijos para prender y crucificar a Jesús,
entonces la humanidad no podría ser salva. Imagine por ejemplo, que el diablo no tocase nunca al Señor
Jesús. El Señor hubiera muerto de vejez o cosa parecida, y quedaríamos sin salvación. Pero el diablo
terminó por colaborar con el plan de Dios haciendo su parte y, sin querer, ayudándolo. Y ése es el punto
central de la tribulación de Cristo.

“Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito
son llamados”(Romanos 8:28).
El diablo impuso al Señor Jesús un sufrimiento limitado, o sea, apenas por algunas horas. Pero en
compensación, aquellas horas de tribulación produjeron un resultado maravilloso para toda la eternidad y
es lo mismo que debe suceder con los siervos buenos y fieles.

Segundo
La concreción de la voluntad de Dios. Mediante la acción del diablo, vino la reacción de parte de Dios.
El Señor Jesús, como siervo, no reaccionó ante la injusticia, por el contrario, se dejó prender y crucificar,
porque Él estaba convencido de que estaba actuando de acuerdo con la voluntad de su Padre.
Él esperaba aquel momento y por eso dijo que no lo habían prendido antes porque aún no tenían la
autorización del Padre, afirmando que aquella era la hora en que, finalmente, tenían permiso para
concluir con sus planes.
A partir de allí es que los siervos de Dios deben entender las razones de las tribulaciones. Toda
tribulación que los siervos pasen y deban pasar es para su propio beneficio. La acción de la tribulación de
los siervos de Dios viene de parte del diablo, pero los beneficios que produce son de parte del Señor.
El Espíritu Santo, orientando sobre la tribulación, a través de Pedro dijo:

“Por lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas
pruebas, para que, sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro (el cual, aunque perecedero, se prueba con fuego),
sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. Vosotros, que lo amáis sin haberlo visto, creyendo en él
aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso, obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras
almas” (1 Pedro 1:6-9).

Por breve tiempo nos entristecerá pasar por tormentos, pero nuestra fe, una vez aprobada, nos hará
conquistar la salvación, y finalmente, el Señor Jesús será exaltado en nosotros.
A través de Pablo, el Espíritu Santo enseña:

“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la
paciencia, prueba; y la prueba, esperanza...” (Romanos 5:3-4).
A ningún siervo le gusta pasar por tribulaciones, por mayor beneficio que ésta traiga. Mientras tanto,
como ya vimos, el siervo fiel no tiene razones ni derechos de gustarle o no, pues la única preocupación
que debe tener es agradar a su Señor, y si para eso tiene que pasar por las tribulaciones, ¡entonces que
vengan!

“Es muy importante que el siervo tenga conciencia de que no tiene nada y que todo le fue prestado por Dios por algún tiempo.”
Capítulo 10

Las tribulaciones del siervo


Cuando el Señor Jesús estaba por concretar su más importante misión, esto es, ser separado del
Padre, para asumir la culpa de los pecados de toda la humanidad, Él dijo para los que fueron a prenderlo:

“... pero esta es vuestra hora y la potestad de las tinieblas” (Lucas 22:53).

Y de allí, él extendió sus manos y se dejó prender. Vemos en este pasaje dos hechos extremadamente
importantes para los siervos buenos y fieles.

Primero
La iniciativa del diablo. Si el diablo no hubiese usado a sus hijos para prender y crucificar a Jesús,
entonces la humanidad no podría ser salva. Imagine por ejemplo, que el diablo no tocase nunca al Señor
Jesús. El Señor hubiera muerto de vejez o cosa parecida, y quedaríamos sin salvación. Pero el diablo
terminó por colaborar con el plan de Dios haciendo su parte y, sin querer, ayudándolo. Y ése es el punto
central de la tribulación de Cristo.

“Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito
son llamados”(Romanos 8:28).
El diablo impuso al Señor Jesús un sufrimiento limitado, o sea, apenas por algunas horas. Pero en
compensación, aquellas horas de tribulación produjeron un resultado maravilloso para toda la eternidad y
es lo mismo que debe suceder con los siervos buenos y fieles.

Segundo
La concreción de la voluntad de Dios. Mediante la acción del diablo, vino la reacción de parte de Dios.
El Señor Jesús, como siervo, no reaccionó ante la injusticia, por el contrario, se dejó prender y crucificar,
porque Él estaba convencido de que estaba actuando de acuerdo con la voluntad de su Padre.
Él esperaba aquel momento y por eso dijo que no lo habían prendido antes porque aún no tenían la
autorización del Padre, afirmando que aquella era la hora en que, finalmente, tenían permiso para
concluir con sus planes.
A partir de allí es que los siervos de Dios deben entender las razones de las tribulaciones. Toda
tribulación que los siervos pasen y deban pasar es para su propio beneficio. La acción de la tribulación de
los siervos de Dios viene de parte del diablo, pero los beneficios que produce son de parte del Señor.
El Espíritu Santo, orientando sobre la tribulación, a través de Pedro dijo:

“Por lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas
pruebas, para que, sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro (el cual, aunque perecedero, se prueba con fuego),
sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. Vosotros, que lo amáis sin haberlo visto, creyendo en él
aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso, obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras
almas” (1 Pedro 1:6-9).

Por breve tiempo nos entristecerá pasar por tormentos, pero nuestra fe, una vez aprobada, nos hará
conquistar la salvación, y finalmente, el Señor Jesús será exaltado en nosotros.
A través de Pablo, el Espíritu Santo enseña:

“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la
paciencia, prueba; y la prueba, esperanza...” (Romanos 5:3-4).
A ningún siervo le gusta pasar por tribulaciones, por mayor beneficio que ésta traiga. Mientras tanto,
como ya vimos, el siervo fiel no tiene razones ni derechos de gustarle o no, pues la única preocupación
que debe tener es agradar a su Señor, y si para eso tiene que pasar por las tribulaciones, ¡entonces que
vengan!

“Es muy importante que el siervo tenga conciencia de que no tiene nada y que todo le fue prestado por Dios por algún tiempo.”
Capítulo 12

La voluntad del siervo


No hay nada que distancie más al siervo del Señor que su maldita carne; cuando el siervo quiere hacer
prevalecer su voluntad, entonces la voluntad del Señor queda de lado, pues ningún siervo puede hacer
simultáneamente su propia voluntad y la de su Señor. Fue eso lo que el Señor Jesús enseñó a sus siervos,
cuando dijo:

“Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No
podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).

Esto es simple y profundo al mismo tiempo: el siervo hace la voluntad de su Señor o su propia
voluntad; y si opta por la voluntad de su Señor, estará imposibilitado de hacer la suya propia; si hiciere su
voluntad, entonces no tendrá condiciones de hacer la voluntad de su Señor.
El lenguaje bíblico llama a la voluntad propia del siervo la “carne”; y el Espíritu del Siervo Mayor, a
través del Apóstol Pablo enseña:

“Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. El ocuparse
de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz, por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios,
porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros
no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de él” (Romanos 8:5-9).

Estos versos muestran el gran contraste entre el siervo carnal y el espiritual. Aquél es dominado por la
voluntad propia, por la concupiscencia de sus ojos, en fin, inclinado a satisfacerse a sí mismo por encima
de todo; en cuanto éste que es dirigido por el Espíritu Santo, vive deseoso por agradar a su Señor.
Hay siervos que procuran satisfacer la voluntad de Dios cuando ella está de acuerdo con la suya.
Esa inclinación del siervo es enemistad contra el Señor, pues aquellos que no controlan ese ímpetu
jamás se podrán sujetar a la voluntad de Dios y, siendo así, ciertamente irán a la muerte eterna.
El siervo fiel conoce la voluntad de su Señor, sabe qué hacer y dónde ir para agradarle, pues el
Espíritu del Señor está en él para orientarlo, pero aquel que no se somete al Señor no sabe dónde va a
llegar, ya que su propio espíritu no conoce el futuro. Queda desorientado y sin visión y eso es lo que
acostumbramos a llamar “perder la unción”. Ésa es la cosa más cruel y dolorosa que puede ocurrirle a un
siervo, perder la comunión con su Señor, tornándose insípido, como dice el Señor Jesús:

“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser
echada fuera y pisoteada por los hombres” (Mateo 5:13).
Lo que ocurre es que el individuo nace para servir a Dios, pero con el tiempo cree que tiene el derecho
de servirse y, como es imposible servir a Dios y a sí mismo simultáneamente, pierde la condición de
siervo. A partir de ahí, pasa a ser señor de sí mismo, quedando fuera de la presencia de Dios por causa de
su voluntad. Sin unción, sin visión e insípido, no sirve ni para el antiguo Señor, ni para el mundo,
tornándose como una nave sin rumbo y sin dirección, llevada por los vientos del mundo.
Nada contraría más al Señor que la rebelión de su siervo, y nada aparta más al siervo del Señor que su
¡maldita propia voluntad!
Cuando el Señor Jesús enseñó a sus siervos a orar, dijo:

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).

Al respecto de la vida eterna dijo:

“No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en
los cielos” (Mateo 7:21).

Para glorificar al Padre, a través de su tribulación, Jesús oró.

“... Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Para dar ejemplo a sus siervos, dijo:

“Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra” (Juan 4:34).

Finalmente, el apóstol Pablo nos instruyó:

“Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de
vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2).
“Cuando el siervo quiere hacer prevalecer su voluntad, entonces la voluntad del Señor queda de
lado, pues ningún siervo puede hacer simultáneamente su propia voluntad y la de su Señor.”
Capítulo 12

La voluntad del siervo


No hay nada que distancie más al siervo del Señor que su maldita carne; cuando el siervo quiere hacer
prevalecer su voluntad, entonces la voluntad del Señor queda de lado, pues ningún siervo puede hacer
simultáneamente su propia voluntad y la de su Señor. Fue eso lo que el Señor Jesús enseñó a sus siervos,
cuando dijo:

“Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No
podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).

Esto es simple y profundo al mismo tiempo: el siervo hace la voluntad de su Señor o su propia
voluntad; y si opta por la voluntad de su Señor, estará imposibilitado de hacer la suya propia; si hiciere su
voluntad, entonces no tendrá condiciones de hacer la voluntad de su Señor.
El lenguaje bíblico llama a la voluntad propia del siervo la “carne”; y el Espíritu del Siervo Mayor, a
través del Apóstol Pablo enseña:

“Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. El ocuparse
de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz, por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios,
porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros
no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de él” (Romanos 8:5-9).

Estos versos muestran el gran contraste entre el siervo carnal y el espiritual. Aquél es dominado por la
voluntad propia, por la concupiscencia de sus ojos, en fin, inclinado a satisfacerse a sí mismo por encima
de todo; en cuanto éste que es dirigido por el Espíritu Santo, vive deseoso por agradar a su Señor.
Hay siervos que procuran satisfacer la voluntad de Dios cuando ella está de acuerdo con la suya.
Esa inclinación del siervo es enemistad contra el Señor, pues aquellos que no controlan ese ímpetu
jamás se podrán sujetar a la voluntad de Dios y, siendo así, ciertamente irán a la muerte eterna.
El siervo fiel conoce la voluntad de su Señor, sabe qué hacer y dónde ir para agradarle, pues el
Espíritu del Señor está en él para orientarlo, pero aquel que no se somete al Señor no sabe dónde va a
llegar, ya que su propio espíritu no conoce el futuro. Queda desorientado y sin visión y eso es lo que
acostumbramos a llamar “perder la unción”. Ésa es la cosa más cruel y dolorosa que puede ocurrirle a un
siervo, perder la comunión con su Señor, tornándose insípido, como dice el Señor Jesús:

“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser
echada fuera y pisoteada por los hombres” (Mateo 5:13).
Lo que ocurre es que el individuo nace para servir a Dios, pero con el tiempo cree que tiene el derecho
de servirse y, como es imposible servir a Dios y a sí mismo simultáneamente, pierde la condición de
siervo. A partir de ahí, pasa a ser señor de sí mismo, quedando fuera de la presencia de Dios por causa de
su voluntad. Sin unción, sin visión e insípido, no sirve ni para el antiguo Señor, ni para el mundo,
tornándose como una nave sin rumbo y sin dirección, llevada por los vientos del mundo.
Nada contraría más al Señor que la rebelión de su siervo, y nada aparta más al siervo del Señor que su
¡maldita propia voluntad!
Cuando el Señor Jesús enseñó a sus siervos a orar, dijo:

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).

Al respecto de la vida eterna dijo:

“No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en
los cielos” (Mateo 7:21).

Para glorificar al Padre, a través de su tribulación, Jesús oró.

“... Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Para dar ejemplo a sus siervos, dijo:

“Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra” (Juan 4:34).

Finalmente, el apóstol Pablo nos instruyó:

“Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de
vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2).
“Cuando el siervo quiere hacer prevalecer su voluntad, entonces la voluntad del Señor queda de
lado, pues ningún siervo puede hacer simultáneamente su propia voluntad y la de su Señor.”
Capítulo 14

El siervo vencedor
¿Cómo se puede medir la victoria de un siervo? Ser un siervo vencedor en el Reino de Dios significa
ser un siervo perdedor en el reino del diablo. El apóstol Pablo, dijo:

“Hasta el día de hoy padecemos hambre tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados y no tenemos lugar fijo donde
vivir. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la
soportamos. Nos difaman, y respondemos con bondad; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de
todos” (1 Corintios 4:11-13).

Cuando un siervo busca ventajas personales es porque está altamente comprometido con el mundo. La
verdad, si sirve bien al Señor, no precisa preocuparse o ponerse ansioso por conseguir el bienestar
material, pues el propio Señor le satisfará todos los deseos de su corazón. El Señor Jesús prometió esto
cuando dijo:

“Si alguno me sirve, sígame; y donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará” (Juan
12:26).

Hemos creído y enseñado esto confiando en la promesa:

“Deléitate asimismo en el Señor y él te concederá las peticiones de tu corazón” (Salmos 37:4).


La iglesia de Esmirna es caracterizada en el Apocalipsis por la tribulación, por la pobreza, el
sufrimiento y por las pruebas que algunos miembros pasaron al ser lanzados en la prisión durante diez
días. Con excepción de la iglesia de Filadelfia, todas las demás tenían buenas obras, perseverancia,
soportando pruebas por causa del nombre del Señor Jesús; tenían amor, fe, servicios, eran ricas, en fin,
aparentemente estaban bien, sin embargo, fueron censuradas y corrían riesgo de ser derrotadas y de
perder la vida eterna.
Ahora, ¿qué es lo más importante para el siervo? ¿Su posición de liderazgo, su mejor condición de
vida, la autoridad concedida por el Señor o su condición económica? Lo más importante para el siervo no
es nada de eso, sino mantener la comunión íntima con el Señor, pues en Él está su riqueza y gloria y,
sobre todo, su victoria. El siervo que está distante del Señor no puede conocer su voluntad. Esmirna era
pobre y atribulada, pero por cuanto era rica de la presencia de Dios y mantenía vivo su primer amor,
exactamente por eso, pasaba por tanto sufrimiento.
Cuando estamos próximos a la cruz, somos afligidos, y cuanto más cerca de ella, más persecuciones,
injusticias y pruebas. Ése era el secreto de Esmirna, y su corazón estaba continuamente humillado a los
pies del Señor a causa de las tribulaciones.
Esmira es como María, que eligió la buena parte. El siervo vencedor es aquel que soporta todo y
guarda su fe viva hasta el encuentro final con el Señor Jesucristo, cuando correrá para el abrazo eterno
en el encuentro con el Novio, en la Gran Fiesta, en las Bodas del Cordero de Dios. ¡Amén y Aleluya!

“No temas lo que has a padecer. El diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel para que
seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. ¡Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la
corona de la vida! El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El vencedor no
sufrirá daño de la segunda muerte” (Apocalipsis 2:10-11).

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