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Para ALBALADEJO GARCÍA las fuentes de las obligaciones son los hechos
jurídicos que tienen como efecto el nacimiento de éstas. O también se puede definir como
aquellos hechos jurídicos de las que las obligaciones se originan o nacen.
En esencia, la expresión fuente de las obligaciones alude a los hechos, actos o
circunstancias que determinan el nacimiento de una obligación; la fijación de su
contenido y alcance.
Genera dos cuestiones o problemas previos, el primero consiste en fijar o
determinar qué hechos o circunstancias de carácter jurídico son necesario que concurran
para que nazca una obligación; en otros términos, es preciso establecer los hechos o
situaciones a los que el ordenamiento jurídico atribuye la calificación de ser una relación
obligatoria.
La segunda cuestión es subsidiaria de la anterior y consiste en decidir si, una vez
que se han establecido cuáles son las fuentes de las obligaciones, todas las posibles
fuentes creadoras de las obligaciones tienen el mismo valor o si, por el contrario, hay una
especie de jerarquía entre ellas que, determine mayor valor o alcance de alguna de ellas
o la sumisión o dependencia de otras.
El codificador español siguió el modelo de fuentes del Código Civil francés a
través de su recepción en el Código Civil italiano de 1865 de cuyo artículo 1907 es casi
copia literal el artículo 1089 de nuestro Código Civil.
Establece el artículo 1089 que las obligaciones nacen de la ley, de los contratos y
cuasicontratos y de los actos y omisiones o en que intervenga cualquier género de culpa
o negligencia. Este artículo consagra un sistema de pluralidad de fuentes en la línea que
se puede denominar clásica que se inicia con GAYO y que se consagra positivamente en
el Código Civil francés, con un claro predominio de las obligaciones legales sobre las
restantes, cuyo ámbito se perfila con lo que disponen los artículos 1090 a 1093 del Código
Civil.
La primera fuente de las obligaciones es la Ley. Esta prioridad que el legislador
español de finales del siglo XIX atribuye a la ley, supuso, si se tiene en cuenta la fecha
de promulgación del Código Civil, un evidente avance ya que hasta entonces se
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consideraba preferente la voluntad de los particulares. Además de convertirse en fuente
principal, la ley pasa a ser la causa que justifica el nacimiento de una obligación cuando
no puede atribuirse a alguno de las otras fuentes reconocidas. El alcance de la eficacia de
la ley como fuente de las obligaciones viene fijado en el artículo 1090 “las obligaciones
derivadas de la ley no se presumen. Sólo son exigibles las expresamente determinadas en
este Código o en leyes especiales, y se regirán por los preceptos de la ley que las hubiera
establecido; y en la que ésta no hubiera previsto, por las disposiciones del presente
libro”. No cabe “la presunción” de existencia de una obligación legal, es preciso que de
forma expresa la obligación venga impuesta o establecida, de forma indubitada, por una
norma jurídica y, además, no cabe una interpretación extensiva ni analógica; sólo son
obligaciones legales las expresamente establecidas por la ley y se aplican únicamente al
supuesto de hecho que se contempla sin que sus previsiones puedan extenderse a otros
hechos por muy similares que sean. Además, el artículo 1090 proclama el carácter
supletorio de las normas del Código Civil en materia de obligaciones respecto a todo tipo
de obligaciones establecidas por la ley.
Por otra parte, ha suscitado dudas el significado o sentido que debe atribuirse al
término ley en los artículos 1089 y 1090; sin embargo, parece fuera de discusión que la
ley equivale no sólo a la norma jurídica positiva emanada del órgano legislativo, sino a
toda norma jurídica. Por lo tanto, incluye en su significado también las restantes fuentes
del derecho que recoge el artículo 1.1 del Código Civil por lo que tanto la costumbre
como los principios generales del derecho –como el que prohíbe el enriquecimiento
injusto o sin causa- pueden establecer obligaciones legales.
En todo caso, son obligaciones ex lege (legales) las que nacen al darse el supuesto
de hecho previsto por la norma. Es el caso de las obligaciones que nacen de las relaciones
familiares, como la de alimentos entre parientes.
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principio de autonomía de la voluntad que recoge el artículo 1255 del Código Civil y por
ello crean obligaciones, dentro de los límites de las leyes, de la moral y del orden público.
Límites que, cada vez son mayores en la medida en que el auge de modalidades de
contratación en masa o por adhesión, imponen obligaciones a una de las partes de la
relación de manera que, su libertad de decisión queda reducida a aceptar o rechazar el
contrato.
Los contratantes regulan sus relaciones contractuales; una ley particular entre
ellos. O lo que es lo mismo es que tiene la misma fuerza que una ley dictada por la
voluntad general para todos. Se inspira en la idea de la obligatoriedad de lo pactado –
pacta sunt servanda-. Si bien, este axioma clásico resulta atenuado por motivos de
equidad y la necesidad de mantener un equilibrio entre las prestaciones. Lo que permite
que, en algunos supuestos el contrato sea modificado a instancia de uno de los
contratantes (cláusula rebus sic stantibus).
Ahora bien, el contrato es la fuente principal de las obligaciones derivadas de la
voluntad personal, más también hay que incluir en esta categoría las nacidas de negocios
jurídicos mortis causa, como las impuestas en testamento a los herederos.
La tercera fuente de las obligaciones que enumera el artículo 1089 son los
cuasicontratos. El Código Civil se ocupa de ellos en el Título XVI Libro IV bajo el
epígrafe “De las obligaciones que contraen sin convenio” (artículos 1887 a 1901) a los
que definen de forma clara el artículo 1887 del Código Civil: como los hechos lícitos y
puramente voluntarios, de los que resulta obligado su autor para con un tercero y a veces
una obligación recíproca entre los interesados. A continuación de esta deficiente
definición, regula dos únicos supuestos: la gestión de negocios ajenos sin mandato y el
cobro de lo indebido. En estos casos, no hay contrato porque no hay acuerdo de
voluntades, pero sí hay actuación voluntaria que genera obligaciones.
La última de las fuentes a la que se refiere el artículo 1089 son los actos y
omisiones ilícitos o en que intervengan cualquier género de culpa o negligencia. Los
que el Código Civil llama actos y omisiones ilícitos no son otra cosa que las obligaciones,
que Gayo consideraba derivadas “del delito” o del “cuasidelito”. Las acciones y
omisiones ilícitos pueden ser de dos tipos: ilícito civil o ilícito penal según la naturaleza
de la norma jurídica que resulta vulnerada con la conducta humana. Las acciones y
omisiones que determinan conductas que están sancionadas por el Código Penal, dispone
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el artículo 1092 que se regirán por las disposiciones de aquel Código, es decir, por las
reglas recogidas en los artículos 109 a 122 del Código Penal. En tales preceptos se regulan
la responsabilidad civil en que incurre por la comisión de un delito o falta, que comprende
la restitución, la reparación del daño y la indemnización de perjuicios materiales y
morales (artículo 110 del Código Penal). No obstante, la reforma del Código Penal por la
Ley Orgánica 1/2015, de 30 de marzo ha suprimido las faltas reguladas en el libro III del
Código Penal; de forma que, un gran número de asuntos de menor gravedad sólo
originarán ahora responsabilidad civil “pura” o, en su caso, administrativa, no sanción
penal.
Cuando se trata de un acto ilícito civil el artículo 1093 establece que “las
obligaciones que se deriven de actos u omisiones en que intervenga culpa o negligencia
no penadas por la ley, quedarán sometidas a las disposiciones del capítulo II del título
XVI”. Esto es se regirá por las disposiciones contenidas en los artículos 1902 y siguientes
del Código Civil, donde se desarrolla la doctrina de la culpa aquiliana o responsabilidad
extracontractual.
En relación con la enumeración de fuentes del artículo 1089 se plantea la duda de
si se trata de una relación de fuentes taxativo o cerrada, en el sentido que las obligaciones
sólo derivan de algunas de esas fuentes o si, por el contrario, se trata de un sistema abierto
de fuentes en el que, además de las allí mencionadas, son posibles otras. La interpretación
literal del artículo 1089 y de los siguientes que lo desarrollan, llevan a la conclusión que
para el legislador sólo son fuente de las obligaciones las que en aquél se enumeran, es
decir, las obligaciones nacen o de relaciones contractuales –del contrato- o de hechos o
circunstancias distintas del contrato en los cuales se incluyen tanto las obligaciones
nacidas de la le como las que surgen de hechos delictivos civiles o penales o de
cuasicontratos. Sin embargo, la realidad social nos lleva necesariamente a una
interpretación extensiva que desemboca en la posibilidad de admitir otras fuentes de las
obligaciones diversas de las enumeradas cuando la conciencia social las haya establecido
o reconocido como vinculantes, así ocurre, por ejemplo, como la voluntad unilateral.
No obstante, la enumeración de fuentes de las obligaciones del artículo 1089 del
Código Civil ha sido objeto de críticas en la doctrina:
En primer lugar, se ha sostenido que en realidad sólo hay dos fuentes: la ley y los
contratos, sobre la base que sí los cuasicontratos, las faltas y delitos y los actos u
omisiones culposas o negligentes generan obligaciones, es porque la ley así lo establece.
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Frente a esta postura se ha mantenido que la autonomía privada no sólo crea
obligaciones a través del contrato, sino también mediante otros negocios, como el
testamento y, qué si nacen obligaciones de los contratos, es porque la ley así lo determina.
En última instancia, cabe afirmar que la ley, de una parte, reconoce que la voluntad de los
particulares genera obligaciones, tanto típicas como atípicas (artículo 1255 del Código
Civil); y de otra, impone otras fuentes con carácter exclusivamente típico (artículo 1090
del Código Civil).
En segundo lugar, se ha puesto de manifiesto que existen fuentes de obligaciones
no mencionadas en el artículo 1089. Ya se ha hecho mención del testamento, al que cabe
añadir la voluntad unilateral, la responsabilidad objetiva –causación de daños sin culpa ni
negligencia-, el enriquecimiento injusto y los actos administrativos y judiciales. Tanto el
testamento como las promesas unilaterales vendrían a ser manifestaciones de la voluntad
como fuentes de las obligaciones, serían hechos previstos por la ley para el nacimiento de
obligaciones.
En tercer lugar, señala que la categoría de los cuasicontratos es heterogénea y sólo
justificada por razones históricas.
En función de estas y otras críticas formuladas respecto del elenco de fuentes del
artículo 1089 del Código Civil, la mejor doctrina prefiere hablar de dos grupos de fuentes.
De un lado, la autonomía privada, en la que había que incluir el contrato, la declaración
unilateral de voluntad, los cuasicontratos, los actos jurídicos mortis causa; de otra, la
constitución heterónoma de obligaciones a través de la ley, los actos administrativos y
judiciales.
Frente a las tesis restrictivas que limita las posibles fuentes de las obligaciones a
los negocios jurídicos bilaterales o más exactamente al contrato, se ha ido consolidando
sin grandes esfuerzos, la posibilidad de crear obligaciones que tienen su origen o causa
en la voluntad de una sola persona que manifiesta su intención de quedar obligado por su
propia y exclusiva voluntad. En la configuración tradicional de la obligación surgida del
contrato que para que exista una obligación es preciso que concurran, al menos, dos
voluntades: la del deudor de quedar obligado y la del acreedor de adquirir el derecho a
exigir la prestación. Se considera que una obligación en la que sólo se expresa la voluntad
del deudor de querer quedar obligado carece de sentido, porque supondría que, se debe
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algo sin saber frente a quien debe realizarse la prestación. Además, se trataría de una
obligación cuya existencia dependería exclusivamente de la voluntad del deudor que en
cualquier momento podría revocar su voluntad. Ahora bien, siendo indiscutibles estas
afirmaciones, no es menos cierto que, la relación obligatoria no tiene por que implicar
una concurrencia instantánea de los sujetos acreedor y deudor, de modo que nada impide,
qué existiendo un deudor inicialmente determinado, el sujeto acreedor esté
transitoriamente indeterminado o desconocido, pero llegara a concretarse posteriormente;
este es el presupuesto de las obligaciones nacidas de la voluntad unilateral del deudor. En
ellas el acreedor está inicialmente desconocido o indeterminado, por lo tanto, hasta que
no se determine, la obligación que el deudor ha asumido cumplir no será exigible; una
vez que, alguien acepte la oferta de obligación que el deudor realiza, la obligación se
perfecciona y habrá ya un acreedor que podrá exigirla.
El Código Civil no contiene referencia alguna a la voluntad unilateral como fuente
de las obligaciones, por lo que la doctrina sigue cuestionando su admisión; en el derecho
civil foral o especial la admite en la Ley 521 del Fuero Nuevo de Navarra.
La ausencia de una norma similar en el derecho civil común que reconozca la
eficacia de la voluntad unilateral como fuente de las obligaciones, ha llevado a un sector
importante de la doctrina española a negar la eficacia obligatoria de la voluntad unilateral,
a la que equipara con una simple oferta del contrato, sin eficacia obligatoria. Sin embargo,
no existen razones concluyentes que impidan considerar como fuente de las obligaciones
ciertos actos o declaraciones unilaterales de voluntad realizados con intención de quedar
obligado su autor. Así sucede con la promesa pública de recompensa o en los contratos
con premio. En los dos supuestos hay un elemento común: la libre voluntad de una
persona de quedar obligada frente a un potencial acreedor sin que nadie le haya impuesto
esa conducta. Los presupuestos de cada una de estas modalidades son distintos por lo que
realizaremos su examen por separado.
Los supuestos de promesa pública de recompensa tienen cada día más frecuencia
y surgen tanto en la esfera privada –es un particular quien se obliga a entregar la
recompensa-, como en la pública –es un estado o un determinado organismo público
quien asume su entrega-, e, incluso, transcienden los límites nacionales de un determinado
país. La finalidad perseguida con la promesa es normalmente obtener un resultado que
puede tener un objeto concreto, por ejemplo, recuperar una joya, dinero o un animal que
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se ha extraviado; u obtener noticias de paradero de una persona o de un delincuente que,
faciliten obtener un posterior resultado como puede ser su detención.
El elemento determinante de la eficacia de la promesa es su publicidad o
divulgación; en otras palabras, que se manifiesten al exterior la voluntad del obligado de
forma que su intención de querer obligarse puede ser conocida por los potenciales
interesados. Sin divulgación no hay promesa y se considera que la hay cuando el futuro
obligado utiliza el medio idóneo –prensa, radio, televisión- para que su intención o
voluntad llegue al conocimiento de los posibles destinatarios, siendo indiferente que esté
dirigida a una clase determinada de personas o a una colectividad indeterminada. El
contenido de la promesa, lo que se obliga a dar o entregar el que la hace, es normalmente
una prestación de suma o cantidad de dinero, pero nada impide que, pueda consistir en
una obligación de distinta naturaleza; lo que es esencial o relevante es que la prestación,
la obligación, asumida esté claramente determinada desde el momento de realizarse la
promesa unilateral.
La obligatoriedad de la promesa se mantiene en el tiempo, mientras que el
promitente lo desee ya sea porque en el momento de hacer la promesa ha fijado el tiempo
de su duración o porque se ha logrado el fin perseguido, por ejemplo, ha recuperado el
objeto perdido o se ha detenido el delincuente o por el transcurso de un plazo razonable
desde la promesa sin obtener el resultado esperado. También puede el promitente revocar
su promesa, pero su eficacia está subordinada a qué a la revocación se le dé la misma
publicidad que a la creación. La retirada injustificada será ineficaz, por ejemplo, cuando
se realiza después de conocer que alguna persona realizó la actividad sobre la que opera
la promesa; en este supuesto, la persona que la realizó, podrá exigir del promitente deudor
la recompense o la indemnización de daños y perjuicios que acredite haya sufrido.
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La forma de determinación del acreedor, que es el ganador del premio, tiene que
estar predeterminada en las bases del concurso y normalmente, es consecuencia de la
elección realizada por un tercero o un jurado, teóricamente independientes de quien ofrece
el premio, pero también puede determinarse el ganador del premio de forma aleatoria, por
el azar, o la suerte como resultado de un previo sorteo. La decisión que acuerda otorga el
premio a una determinada persona, en principio, no puede impugnarse por el resto de los
concursantes no premiados, salvo que exista una actuación fraudulenta.
Además de las fuentes de las obligaciones que enumera el artículo 1089 del
Código Civil, el ordenamiento jurídico hace nacer obligaciones de determinadas
conductas que –sin suponer la realización de una conducta ilícita o contraria al derecho
por parte de su autor- originan un incremento de su patrimonio no justificado y que
alcanza a costa del correspondiente empobrecimiento, también injustificado, que sufre
otra persona. Nace así la obligación o deber, para quien se enriquece, de devolver o
reintegrar aquello en lo que se ha enriquecido. Este principio significa que toda atribución
patrimonial que una persona experimenta en su patrimonio tiene que tener una causa que
lo justifique; de modo que, si el aumento patrimonial carece de explicación o justificación,
nace la obligación de devolverlo a aquella persona cuyo patrimonio ha disminuido o
reducido en la misma proporción en que el otro se ha enriquecido.
El Código Civil no regula de forma expresa la prohibición del enriquecimiento
injusto o sin causa, lo menciona en el artículo 10.9 al regular la ley aplicable a esa
situación en las relaciones internacionales; pero una manifestación de esa prohibición está
en la esencia del cuasicontrato denominado: cobro de lo indebido. Por eso el artículo 1895
dispone que “cuando se recibe alguna cosa que no había derecho a cobrar y que por
error ha sido indebidamente entregada, surge la obligación de restituirla”. La
prohibición de enriquecimiento sin causa o injusto se traduce en la concesión de una
acción a favor de quien se ha empobrecido para obtener la devolución de lo injustamente
recibido por quien se enriquece.
La configuración del enriquecimiento sin causa como una de las fuentes de las
obligaciones es obra de la jurisprudencia del Tribunal Supremo y de la doctrina que,
admiten la aplicación de aquel principio general del derecho a todo supuesto de hecho no
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regulado de forma expresa siempre que se acrediten los siguientes presupuestos o
requisitos:
a) Existencia de un enriquecimiento patrimonial: lo que equivale a acreditar que
una persona tiene una mejora patrimonial en relación con un momento anterior. Esta
mejora o incremento patrimonial puede producirse de forma positiva o activa, se tienen
más bienes que antes, o de modo negativo, se evita disminuir el patrimonio cuando
realmente debería haberse reducido. En otros términos, me enriquezco tanto si mi
patrimonio se incrementa cuando si no se reduce o disminuye cuando procedía que así
fuese.
b) Un correlativo empobrecimiento por parte de quien ejercita la acción. Como se
trata de la situación contraria del que se enriquece, el empobrecimiento o disminución
patrimonial de una persona se corresponde con el enriquecimiento; de modo que, una
persona puede ver disminuido su patrimonio porque de él salen bienes que no deberían
haber salido o porque deja de recibir aquello que tenía derecho a ingresar.
c) Inexistencia de causa que justifique el enriquecimiento o la disminución
patrimonial. Toda atribución patrimonial tiene que tener una razón que la explique o
justifique por qué un bien sale de un patrimonio, que se reduce o disminuye, y pasa a otro
de persona distinta que se incrementa. Si ese movimiento patrimonial no está justificado
tanto la atribución patrimonial recibida por una persona como la correlativa disminución
que otra persona padece en su patrimonio, serán injustificadas por lo que el perjudicado
podrá solicitar el reintegro de la pérdida patrimonial sufrida.
El Código Civil dedica el Capítulo III del Título I del Libro IV a la regulación “De
las diversas especies de las obligaciones” sin que se especifiquen los criterios tomados en
cuenta para su ordenación, ni realice una ordenación. La clasificación es obra de la
doctrina.
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Las obligaciones civiles se pueden clasificar:
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En las obligaciones positivas de hacer: la prestación que asume realiza el deudor
puede consistir o en una mera actividad o en una actividad que produzca un determinado
resultado. En el primer supuesto, el deudor cumple con la realización de esa actividad y
en el segundo, es preciso que se alcance el efecto o resultado que se convino con el
acreedor. Desde otro punto de vista, el hacer que asume el deudor puede calificarse o
como fungible, cuando lo que no hace el deudor puede ser hecho por otra persona y a su
costa, consiguiendo la satisfacción del acreedor, o como personalísimos (o infungibles)
que tiene lugar cuando la actividad que se desea tiene que ser realizada única y
exclusivamente por el deudor porque han sido sus cualidades personales las que justifican
la existencia de la obligación, por lo que el interés del acreedor no queda cumplido o
satisfecho si la actividad que asumió realizar el deudor es realizada por otra persona.
En las obligaciones de hacer fungibles, en caso de incumplimiento del deudor,
cabe el cumplimiento específico porque otra persona hará lo que aquel no hizo; por
ejemplo, contrato con un pintor que pinte mi casa, si no lo hace en el tiempo pactado, otro
podrá hacerlo en su lugar y a cargo del que ha incumplido; por el contrario, en las
obligaciones de hacer personalísimas, como son las concretas y específicas cualidades
personales del deudor las que justifican la obligación. Por ejemplo, encargo al pintor
retratista X que me haga un retrato, no lo hace, el incumplimiento no puede ser subsanado
por otro pintor, porque fue aquel el que yo quise que me pintase. Por ello, la obligación
si se incumple convierte en indemnización de daños y perjuicios que, la conducta del
deudor me haya causado.
En las obligaciones negativas, el deudor asume realizar una prestación que
consiste en una omisión, en abstenerse de realizar algo; en rigor, las obligaciones
negativas consisten siempre en no hacer algo, porque no dar es igual a no hacer. La
conducta de abstenerse de hacer algo puede consistir en un mero no hacer, estar pasivo,
por ejemplo, asumo frente a mi vecino no levantar en mi finca una valla o muro que le
impida las luces o vistas, o además de no hacer nada, pueden consistir en que el deudor
permite al acreedor hacer algo, por ejemplo, dejarle pasar por su finca.
En las obligaciones negativas hay incumplimiento por parte del deudor cuando
hacer algo en contra de lo pactado, en el ejemplo anterior, levantar un muro que impide
a la otra parte ver o tener luces; y nace para el acreedor, conforme al artículo 1099, el
derecho a pedir que se deshaga lo hecho.
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d) Por las particularidades del objeto de la prestación: se trata de una variedad de
la clasificación anterior que atiende especialmente al contenido de la prestación, sus
variedades principales son: la obligación genérica, en ella la prestación que asume
realizar el deudor está identificada de modo general por referencia a un género de cosas.
Por género se entiende aquí un conjunto de cosas semejantes entre sí que presentan rasgos
comunes entre ellas, aunque no todas ellas tienen la misma calidad o condiciones. Por
ejemplo, el deudor se obliga a entregar al acreedor 100 Kg de naranjas. Como dentro del
género de frutas que conocemos con el nombre de naranjas, hay un gran número de
variedades, se hace necesario que antes del vencimiento de la obligación se concrete o
elija el tipo de naranjas que debe entregar el deudor para cumplir la obligación. En
realidad, en las obligaciones genéricas hay una indeterminación inicial o falta de
individualización del objeto de la obligación, que debe determinarse mediante un acto
posterior pero anterior al vencimiento.
Por el contrario, en las obligaciones específicas la prestación que el deudor asume,
está perfectamente individualizada desde el momento mismo de su constitución, tanto el
acreedor como el deudo conocen el contenido de la obligación, no hay dudas sobre ella y
no se confunde con ninguna otra. Por ejemplo, el deudor se obliga a entregar al acreedor
100 botellas de vino de una determinada bodega y de determinada cosecha y calidad.
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De las obligaciones múltiples en las que se establecen varios objetos a cargo del deudor,
que pueden, a su vez, operar de diversa manera, dando lugar a: obligaciones conjuntivas,
en las que hay varios objetos que forman parte de la prestación y todos ellos deben ser
entregados por el deudor para quedar liberado; en otros términos, el acreedor tiene
derecho a exigir todos los objetos que integran la prestación. En las obligaciones
alternativas, el objeto inicial de la obligación se compone de dos o más prestaciones
distintas a cargo del deudor, pero éste solo necesita, para liberarse, realizar una de ellas.
La elección de la prestación que se va a realizar puede corresponder o al propio deudor o
al acreedor según se haya convenido en el momento de su constitución. Por último, las
obligaciones facultativas: son obligaciones en las que inicialmente se ha determinado el
objeto concreto de la prestación que, el deudor asume realizar, pero llegado el momento
del vencimiento el acreedor le permite quedar liberado entregando un objeto distinto del
pactado.
g) Por la eficacia de la obligación: hay obligaciones principales y obligaciones
accesorias. Se califica como principal la obligación en la que la prestación que asume
realizar el deudor existe y se justifica por sí sola en virtud del acuerdo de voluntades que
la ha creado. Por el contrario, en las obligaciones accesorias la prestación que asume el
deudor es complemento de otra principal a la que aquella perfecciona o mejora. Por ello,
la obligación accesoria tiene una existencia supeditada a la de la obligación principal,
cuando ésta se extingue, aquella carece de justificación. El ejemplo más sencillo y
evidente es la obligación del fiador que responde del cumplimiento de la deuda para el
supuesto que no cumpla el deudor principal; si cumple, la obligación accesoria del fiador
desaparece.
La obligación accesoria puede corresponder al mismo deudor principal que
asume, además de la prestación principal otras accesorias. Sin embargo, lo más frecuente
es que la obligación accesoria la haya asumido un deudor distinto. En este supuesto, el
deudor accesorio es un deudor secundario y a veces, subsidiario del deudor principal,
responde para el caso que el deudor principal no cumpla.
La obligación accesoria se caracteriza porque dado su dependencia de la deuda
principal siguen la suerte de ésta. Si la obligación principal es nula, también lo será la
accesoria; sin embargo, opera la regla contraria, de modo que la nulidad de la obligación
accesoria no repercute en la obligación principal. Como regla general, la transmisión de
la obligación principal supone la transmisión de la obligación accesoria sin necesidad de
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indicarlo, pero este principio no opera, por ejemplo, en la fianza cuando el acreedor
amplía el plazo de cumplimiento de la deuda principal sin el consentimiento del fiador.
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mediante la prueba, y una vez formado juicio sobre el supuesto de hecho que se somete a
su decisión, el Tribunal aplica la norma procedente. La forma de llevar al conocimiento
del órgano jurisdiccional los hechos que han de constituir la premisa con base a la cual
ha de dictar sentencia, es lo que se denomina la teoría de la prueba, la cual plantea tres
cuestiones: qué ha de ser objeto de la prueba, quién ha de probar y cómo ha de probarse.
Respecto a lo que ha de ser objeto de prueba por los interesados, ya hemos dicho
que son los hechos. Pero, excepcionalmente, hay hecho que no necesitan ser probados.
Asó ocurre en primer lugar con aquellos hechos que hayan sido reconocidos por la parte
a quien perjudiquen. Así, por ejemplo, si demando a otro para que sea condenado a
pagarme la cantidad que me debe, y éste reconoce que tal deuda es cierta, no tendrá
necesidad de probarlo. Ni han de ser tampoco por lo general objeto de prueba los que se
llaman hechos notorios (artículo 281 de la LEC), aquellos hechos que tienen tal
publicidad que son por todos conocidos y, por consiguiente, han de presumirse también
que el juzgador los conoce sin necesidad de que se le prueben, por ejemplo, fechas fijadas
por la historia, acontecimientos nacionales, datos geográficos, etc.
También se estima generalmente que aunque solo los hechos han de ser objeto de
prueba y que el conocimiento del Derecho, de las normas aplicables, compete a los
Tribunales sin necesidad de prueba; no obstante lo cual, cuando se invocan y se pretende
la aplicación de normas de Derecho consuetudinario y normas de Derecho extranjero –
que a veces ha de aplicar los tribunales nacionales- la existencia de tales normas y su
vigencia han de ser probadas por la parte que pretende su aplicación (artículo 281.2 de la
LEC).
El más importante problema que plantea toda esta materia es el de la carga de la
prueba, esto es, determinar quién está en cada caso obligado a probar los hechos en que
se basan las pretensiones de las partes. A este respecto conviene destacar el contenido del
artículo 271.2 de la LEC según el cual “corresponde al actor y al demandado
reconviniente la carga de probar la certeza de los hechos de los que ordinariamente se
desprenda, según las normas jurídicas a ellos aplicables, el efecto jurídico
correspondiente a las pretensiones de la demanda y de la reconvención”. Esto, en
relación con la prueba de las obligaciones, significa que el acreedor tiene que probar que
la obligación cuyo cumplimiento reclama existe, que tal obligación se constituyó
válidamente, o sea, los hechos constitutivos de su derecho de crédito; y por su parte, el
deudor tendrá que probar que la obligación que el acreedor ha demostrado que se
constituyó quedó ya extinguida, por ejemplo, por haberla pagado ya.
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En cuanto a los medios de prueba -cómo ha de probarse- de lo que podría servirse
las partes para probar ante el juzgado los hechos que le interesen, ha de estarse
fundamentalmente al contenido de los artículos 299 y siguientes de la LEC que, es la sede
natural en la que tales medios de prueba se regulan y sistematizan –prueba documental,
testifical, interrogatorio de partes-.
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Además, atiende a la evolución de la materia en los ordenamientos europeos,
especialmente, las reformas recientes llevadas a cabo en Alemania, Francia y Bélgica- de
esta forma, esta nueva propuesta permitirá conseguir un Código Civil semejante a los
textos legislativos de países de nuestro entorno.
La futura tramitación y aprobación de este texto situaría así a nuestro país entre
los más avanzados en regulación de obligaciones y contratos.
Los redactores de la proposición han actualizado el lenguaje utilizado por el
Código Civil procurando que la nueva redacción conserva los principios de claridad y
fácil comprensión de los que ya disponía el texto originario. Se ha dejado al margen el
tratamiento de los contratos los consumidores, materia más sujeta a modificaciones.
La CGC es un órgano colegiado de asesoramiento encargado de la preparación de
textos prelegislativos de carácter reglamentario y cuantas otras tareas le sean
encomendadas para la mejor orientación y preservación y tutela del ordenamiento
jurídico. El traslado de la propuesta llega en un momento de incertidumbre sobre el futuro
ejecutivo del país, por lo que parece dudoso que el Gobierno en funciones adopte ahora
ninguna decisión relevante en este sentido.
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