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LA LEY COMO FUENTE DE


OBLIGACIONES

1.- La ley como fuente general; 2.- La ley como fuente


autónoma. 3.- Ejemplos de obligaciones derivadas
directamente de la ley.

1.- La primera cuestión que se suscita al tratar el


tema de la ley como fuente de las obligaciones es la
de considerar si se trata de una fuente general,
como afirman algunos autores, o si debemos
considerarla como una fuente autónoma, diferente
de aquellas que se han venido estudiando hasta
ahora.

Es verdad que, de alguna manera, todas las demás


fuentes de las obligaciones hasta ahora estudiadas
tienen como sustrato básico su reconocimiento por el
legislador. De no darse éste, no existirían como
tales, sin embargo de que la mayoría de ellas
encuentra una justificación aún más remota en los
principios generales del Derecho y aún en el derecho
natural. Ya vimos como éste implica el
reconocimiento de la necesidad de la criatura
humana de apoyarse en sus congéneres, necesidad
ésta que se encuentra a la base del negocio jurídico
que nos permite contar con los demás y que ellos
cuenten con nosotros para la satisfacción de las
recíprocas necesidades. De igual manera,
2

podríamos afirmar que es propio igualmente de la


naturaleza humana aceptar que quien cause un
daño a otro debe repararlo, por un principio
elemental de equidad. Por idéntico camino, con
apoyo en el mismo principio de equidad, podemos
llegar a reconocer que quien se haya enriquecido a
consta de otro, sin que exista una causa justificativa
de dicho enriquecimiento, debe compensarlo. Sin
embargo de todo lo anterior, cada una de las fuentes
de las obligaciones que hemos venido estudiando
encuentra su reconocimiento en la ley misma, que
desarrolla los principios tutelares del orden jurídico
para darles concreción y reconocimiento.

Por esta razón no han faltado tratadistas que afirman


que la única fuente de las obligaciones es la ley, en
tanto de ella derivan todas las demás, sea de una
manera directa, sea en forma indirecta. Esta
afirmación, sin dejar de ser cierta, olvida que la
mayoría de las fuentes son heterónomas, esto es, si
bien encuentran un reconocimiento en la tarea del
legislador (o en otras fuentes del Derecho distintas
de la ley, como puede ser la costumbre), que viene a
ser la fuente remota de ellas, de otra parte
solamente dan lugar al nacimiento de obligaciones
en tanto se produzcan las declaraciones de voluntad
o los actos humanos que permiten aplicar la ley
respectiva, con lo cual estas conductas vienen a ser
su fuente próxima. Así, solamente en tanto en
cuanto alguien voluntariamente se obligue, podemos
decir que nace un vínculo jurídico que, de otra
3

manera, jamás habría existido. Igualmente, si no se


incurre en el acto ilícito, no nace la obligación de
reparar, así ésta se encuentre prevista de una
manera general en la legislación, pero siempre
sometida a que la conducta humana dé lugar a su
aplicación. La ley nos sienta únicamente el marco
general dentro del cual operan la mayoría de las
fuentes de las obligaciones.

Nos referimos en el párrafo anterior a la “mayoría de


las fuentes de las obligaciones”, porque de todas
maneras la ley misma, de una manera directa y sin
necesidad de la mediación de conductas humanas,
da lugar al nacimiento de ciertas obligaciones, como
poco más adelante se verá.

MARCEL PLANIOL y GEORGES RIPERT1, al


efectuar una crítica de la disposición del Código Civil
francés que enumera las fuentes de las obligaciones,
consideran que realmente sólo existen dos: el
contrato y la ley, reuniendo bajo esta última las
figuras clásicas de los cuasi contratos, que ellos no
consideran como tales, el “hecho” (sic) ilícito y
aquellas otras que provienen directamente de la ley
misma. Por este camino rechazan la existencia como
fuente de las obligaciones a las declaraciones
unilaterales de voluntad, en lo cual coinciden con
otros tratadistas como RAYMUNDO M. SALVAT2.

1
Traité Pratique de Droit Civil Francais, Tomo VI, Premiére partie, Librairie Générale de Droit et
Jurisprudence, Paris 1930, pág. 14 y ss.
2
Tratado de Derecho Civil Argentino, Segunda Edición, Fuentes de las Obligaciones, Tomo I, Tipográfica
Editora Argentina, Buenos Aires 1950, Págs. 1 y ss.
4

Para esta última afirmación sostienen que nadie


puede obligarse consigo mismo y que toda
obligación contraída en favor de alguien más
solamente existe en la medida en que ese otro la
acepte, momento en cual se da propiamente el
contrato y no una obligación unilateral previamente
inexistente.

Este raciocinio desconoce que en las declaraciones


unilaterales de voluntad, como ocurre en el caso de
la oferta o propuesta3, ya existe un obligado, de
manera tal que si dicha declaración es recogida por
su destinatario, va a tener plenos efectos jurídicos,
sin que el primitivamente comprometido haya debido
renovar su compromiso, porque éste ya existía.
Cosa diferente es que el vínculo jurídico contraído
por quien se obliga unilateralmente no tenga efecto
sino en la medida en que sea recogido por el
respectivo destinatario, permaneciendo en el
entretanto en una situación de latencia. De alguna
manera se equiparan estas situaciones a los
compromisos sujetos a condición suspensiva, que no
se hacen efectivos si la condición no se cumple. De
ahí la razón por la cual las declaraciones unilaterales
de voluntad, de la misma manera que las
obligaciones condicionales en general, deben estar
sujetas a plazo o a condición y esta última debe
darse dentro de los términos legalmente
establecidos, para evitar que el obligado
unilateralmente permanezca indefinidamente en
3
Art. 846 C. de Co.
5

dicha situación. Si el vencimiento del término o el


acaecimiento de la condición lo liberan, es porque sí
estaba previamente obligado.

Por la razón expresada disentimos de la afirmación


relativa a que las declaraciones unilaterales o
unipersonales de voluntad no pueden generar
obligaciones. Una cosa es la existencia de dichas
obligaciones y otra bien distinta su exigibilidad. Esta
última resulta del hecho de que el negocio jurídico
unilateral, que compromete a quien lo emite, sea
recogido por su destinatario, de manera tal que
exista, como es lo propio de toda obligación, un
deudor y un acreedor. Antes de la aceptación (en el
caso de la oferta); del uso de la opción o del pacto
de preferencia, tenemos un vínculo en espera de
que se concrete el acreedor respectivo.

Respecto de figuras como los denominados por


nuestro ordenamiento civil como cuasi contratos,
estamos ciertamente de acuerdo en el rechazo de
esta afirmación, porque no es posible aceptar como
tales a instituciones jurídicas en las cuales al menos
una de las partes no se ha vinculado expresando su
voluntad de comprometerse. Sin embargo, al
agrupar estas figuras bajo el manto amplio del
enriquecimiento sin causa, derivamos de esta
circunstancia la obligación de compensar al
patrimonio de la parte que se haya empobrecido, sin
que dicho deterioro de su situación tenga una razón
jurídica aceptable. Con todo, no puede negarse que
6

la mencionada figura proviene, no sólo de la ley de


una manera indirecta, sino directamente de unas
conductas que se enmarcan dentro de lo legalmente
previsto, sin las cuales no podríamos aplicar dicha
institución ni sus consecuencias.

Igual afirmación debemos sostener respecto del


deber de reparar que deriva del denominado acto
ilícito. Si no opera la conducta causante del daño o
al menos aquella que de alguna manera se
aprovecha de él, no podemos afirmar que la
obligación de reparar, ciertamente derivada de la ley,
puede existir. La ley solamente contempla de una
manera general dicha obligación, que se convierte
en aplicable a un caso concreto cuando se dan las
condiciones previstas en dicha ley y en las doctrinas
que la han venido desarrollando, para ampliar su
aplicación y para proteger a las víctimas del daño.
FERNANDO HIESTROSA4 afirma en nota a píe de
página lo siguiente: “Si cupiera un símil biológico,
podría decirse que se sabe que en todos los casos
la ley es la “madre”, pero que acá se pregunta por el
“padre”, el hecho jurídico provisto de determinados
caracteres y de una nomenclatura”.

Por su parte, FRANCESCO CARNELUTTI5 sostiene


que “la economía del Derecho gira entre dos
extremos: la hipótesis fáctica y sus consecuencias.
Conviene recordar que por hipótesis fáctica se debe
entender la reunión de los factores necesarios para
4
Op. Cit., No. II, Vol. 1., pág. 68, Nota 102.
5
“Teoria Generale del Diritto”, No. 100, págs. 229 y ss., Edizioni Scientifiche Italiane, Camerino 1998.
7

producir un resultado o efecto” (traducción nuestra).


El resultado o el efecto no se da si algo no encaja en
la descripción hipotética que hace la ley. Sin
embargo, debemos agregar que igual afirmación
puede hacerse respecto de otras fuentes del
Derecho, porque la ley no es la única que regula
conductas. Sólo que generalmente reunimos bajo la
palabra ley el entendimiento que tenemos de las
demás fuentes del Derecho.

No obstante las anteriores precisiones y


transcripciones, debemos aceptar, como lo hace la
mayoría de los autores, que una cosa son las
obligaciones derivadas directamente de la ley y otra
aquellas que provienen de fuente distinta, si bien
dicha fuente esté igualmente contemplada en la ley.
En el primer caso tenemos a la ley como fuente
directa y en el segundo como origen indirecto del
respectivo vínculo jurídico.

Esta distinción no es aceptada en la obra de


HINESTROSA6, quien se pregunta: “”Y qué hacer
con los restantes fenómenos que no encuentran
acomodo en las anteriores fuentes?” (Viene el autor
de ocuparse de las distintas fuentes de las
obligaciones como las hemos venido tratando). Poco
más adelante afirma: “Pero el caso es que la ley no
da para tanto. Sabido es que las relaciones jurídicas
surgen porque la ley las patrocina, pero
necesariamente por conducto de los hechos y a
6
Op. Cit., No. II, Volumen I, pág. 68.
8

través de ellos. La ley es una previsión genérica, un


juicio hipotético, que actúa únicamente en presencia
de realidades. Sólo los hechos tienen fuerza
suficiente para mover el mudamiento legal”.

Esta misma posición es sostenida por EMILIO


BETTI7, quien sostiene: “(…) “la ley no da nunca por
sí sola nacimiento a nuevas relaciones jurídicas, si
no se presentan ciertos hechos contemplados por
ella: no podemos aceptar que el hecho se
transforme en derecho, sino que una situación
jurídica prevista se convierte, con la presencia de un
cierto hecho, en una consecuencia jurídica nueva”
(traducción nuestra). Es lo mismo que habíamos ya
estudiado en la obra de NATALINO IRTI8, quien se
pronuncia así: “1. La norma (podríamos corregir
hablando de la fuente del Derecho, que no es lo
mismo que la fuente de las obligaciones que
estamos estudiando) valora el hecho (o la acción, o
la situación) a la que se ligan determinados efectos.
El hecho previsto en hipótesis es objeto de la
valoración normativa, la misma que “”se concreta en
ciertos efectos jurídicos””. 2. La norma opera como
criterio o canon de valoración, por el cual específicos
actos o comportamientos asumen relevancia
jurídica”.

2.- Cuando nos referimos a la ley como fuente


autónoma de las obligaciones, distinta de las
7
Op. Cit., pág. 11.
8
Op. Cit., pág. 43.
9

anteriormente estudiadas, partimos de la base de


que es necesario reconocer vínculos obligacionales
derivados directamente de las disposiciones mismas
del legislador, sin que en su existencia haya
intervenido, al menos no de una manera directa, la
conducta humana. Esta última, con todo, tiene
alguna participación, en tanto el sujeto obligado se
colocó en las condiciones legalmente previstas para
el nacimiento de la obligación, así evidentemente su
voluntad no haya sido propiamente la de vincularse,
ni tampoco la de asumir un comportamiento indebido
que lo lleve a la necesidad de reparar.

El autor LUIS DÍEZ-PICAZO9, recientemente


fallecido, a vuelta de estudiar las tesis dualistas
(negocio jurídico y ley como fuentes de las
obligaciones), sostiene que “Queda en pie la
objeción básica, pues continúan situándose la
voluntad y la ley en un mismo plano, cuando su
función en orden al nacimiento de las obligaciones
parece claramente diversa”.

Por la razón anterior, como lo hace nuestro Código


Civil en su art. 1494, débenos reconocer a la ley
misma como una fuente independiente de
obligaciones, distinta del negocio jurídico, del hecho
ilícito y del enriquecimiento sin causa.

Este reconocimiento ha venido imponiéndose en la


doctrina y en la jurisprudencia, así como en el
9
“FUNDAMENTOS DEL Derecho Civil Patrimonial”, Vol. II, “Las relaciones Obligatorias”, pág. 163, Sexta
Edición, Thomson-Civitas, Editorial Aranzandi, Pamplona 2008.
10

derecho comparado, de manera tal que hoy en día


empieza a tener visos de una aceptación pacífica.

Sin embargo, la obra de VALENCIA ZEA, varias


veces citada10, rechaza esta consideración de que la
ley pueda ser fuente inmediata de obligaciones,
afirmando que en tal caso se trataría de una ley
personal, individualizada, contraria por lo tanto a ese
carácter de generalidad y de abstracción que
siempre se le ha reconocido. Evidentemente, cuando
se afirma que la ley puede ser fuente inmediata,
como se verá en los ejemplos que se citarán a
continuación, no se está pretendiendo que lo sea de
una obligación concreta, específica, sino de unos
supuestos generales, en los que quien se encuentre
dentro de ellos queda vinculado al cumplimento de
una obligación.

En este sentido, siendo algunas obligaciones civiles


derivadas directamente de la ley, podemos sostener
que con ellas se aplica igualmente el texto del art.
666 C.C., según el cual los derechos personales o
créditos surgen de un hecho del obligado o de “la
sola disposición de la ley” (se subraya y se
destaca).

No es lo mismo que una conducta humana, como


ocurre con el negocio jurídico, con el acto ilícito, con
el abuso del derecho, con el enriquecimiento sin
causa, entronque dentro de una previsión legal, que
10
Op. Cit., pág. 56.
11

aquello que ocurre con ciertos supuestos o


situaciones contemplados en las fuentes del
Derecho, que generan directamente efectos, sin que
la conducta humana haya actuado con el propósito
de dar lugar a tales efectos. A diferencia de le
negocio jurídico en que la voluntad del sujeto busca
unas consecuencias queridas por él; a diferencia
igualmente de acto ilícito en que la misma voluntad
se inclina a causar o a permitir el daño, que puede
llevarlo a la necesidad de reparar; a diferencia
también del abuso del derecho, en el cual el agente
evade los fines reconocidos a la facultad que
extralimita, y a diferencia del enriquecimiento sin
causa, en donde el sujeto busca deliberadamente
una determinada finalidad, en las obligaciones que
consideramos como originadas en la ley nos
hallamos frente a una situación que lleva aparejada
unas consecuencias legales, no propiamente frente
a una conducta humana. La situación que produce
efectos en el campo de las obligaciones, si bien en
algunos casos ha sido querida por el sujeto de los
derechos o de las obligaciones, no por ello buscaba
dichas consecuencias. Así, quien contrae
matrimonio, no lo hace pretendiendo cargar con los
deberes que el estado de casado le comporta; o
quien engendra un hijo no lo hace para someterse al
deber alimentario.

Si no acéptanos a la ley como fuente autónoma de


obligaciones, nos veríamos obligados, en todo caso,
a elaborar una categoría independiente para agrupar
12

a estas obligaciones cuyos ejemplos se estudian en


el aparte inmediatamente siguiente, en tanto éstos
no caben en las demás fuentes por referirse a
supuestos distintos. Más que consecuencias de la
conducta humana, como ocurre con las demás
fuentes de las obligaciones, nos enfrentamos a
situaciones en que el sujeto del Derecho se ha
colocado, cuyas consecuencias no son precisamente
buscadas por él, sino que están legalmente previstas
para ellas.

3.- El ejemplo más citado de esta clase de


obligaciones es aquel de las de carácter alimentario,
a las cuales se refieren los arts. 411 y siguientes del
C.C. Quienes se encuentren en los grados de
parentesco mencionados por el primero de dichos
artículos y, además, se hallen en estado de
necesidad, tienen el derecho, derivado directamente
de la ley, de exigir la satisfacción en el suministro de
alimentos a los parientes que tengan posibilidad de
hacerlo por su situación económica. Demostrado,
por lo tanto, el parentesco en los grados legalmente
establecidos, junto con la necesidad en el
alimentario y la capacidad en el alimentante, surge
por el simple ministerio de la ley la obligación
respectiva.

Otro ejemplo lo encontramos en el art. 679 ibídem,


según el cual “Nadie podrá construir, sino por
permiso especial de autoridad competente, obra
13

alguna sobre calles, plazas puentes, playas,


terrenos fiscales, y demás lugares de propiedad de
la Unión”. De la norma transcrita surge directamente
una clara obligación de no hacer.

Poco más adelante el art. 694 establece


primeramente la necesidad de otra abstención y
luego una obligación de dar, cuando dispone: “”No
es lícito a un cazador o pescador perseguir al animal
bravío, que ya es perseguido por otro cazador o
pescador; si lo hiciere sin su consentimiento y se
apoderare del animal, podrá el otro reclamarlo como
suyo”. Es verdad, no podemos negarlo, que este
ejemplo podríamos igualmente enmarcarlo dentro de
la figura del acto ilícito, en cuanto tiende a reparar al
que ha sufrido un daño (el cazador o pescador a
quien privan injustamente de su presa, sobre la cual
tenía un derecho de primogenitura).

En materia de accesión los arts. 727 y 728 C.C.


reglamentan la llamada “adjunción”, fenómeno por el
cual dos cosas muebles pertenecientes a diferentes
dueños se juntan una a otra, como cuando un
diamante se engasta en un anillo de oro. En este
caso, habiendo buena fe, el dominio de lo accesorio
o de menor valor accederá al dominio de lo principal
o de mayor valor, dándose por ministerio de la ley
lugar a la obligación de pagar al dueño de la parte
accesoria el valor de lo perdido por él, lo cual en
últimas es una hipótesis legal de enriquecimiento sin
causa. Lo mismo sucede, según el art. 739, cuando
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el dueño de un terreno en el cual se ha sembrado,


plantado o construido por un tercero con su
consentimiento, caso en el cual por el modo de la
accesión el dueño del terreno se hace dueño de lo
sembrado, plantado o construido, pero queda con la
obligación legal de reconocer el valor de lo
sembrado, plantado o construido para poder
recuperar la posesión del terreno.

Según los arts. 904 y 909 C.C., el propietario de un


predio puede exigir de los dueños de los inmuebles
colindantes que concurran al cerramiento y fijación
de linderos, en razón de lo legalmente establecido.

Entendemos que los ejemplos anteriores son


suficientes para ilustrar la cuestión que se estudia, si
bien podríamos alargarnos en la enumeración
respectiva.

Al igual que lo hace el Código colombiano, el francés


admite igualmente en su art. 1370 la existencia de
obligaciones derivadas directamente de la ley
misma, citando a título de ejemplo, no sin admitir la
existencia de otras hipótesis, los casos de
propietarios vecinos y los de tutores y
administradores que no pueden rehusar las tareas
que se les confían.

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