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Una sola verdad, que debe ser entendible siempre. Necesidad de reforma.

Como creyentes, tenemos la certeza de que el futuro está en manos de Dios. Desde el punto
de vista humano surge de muchas decisiones que libres e impredecibles. Cada
generación responde a sus retos con las herramientas que tiene a la mano. Por ello no
solo cambian las condiciones de vida, sino también las mentalidades y las actitudes,
en ocasiones con rapidez, en otras con mayor lentitud.
Y la historia no queda exenta de esta historia de cambios de mentalidades y actitudes hacia
algunos temas, por los que en más de una ocasión se ha pedido perdón ya. No
podemos entender de otro modo la conquista civil pero también religiosa de otros
tiempos, o la actitud frente a la esclavitud de la Iglesia por mucho tiempo, la dureza
en algunos casos de moral, que aún hoy en día, aún puede perdurar. Pero siempre han
existido y siguen existiendo hombres que ayudan y fomentan la reforma en la Iglesia.
No podemos dejar de mencionar las grandes reformas que han existido en la Iglesia, por
mencionar algunas, la Reforma Gregoriana, la Contrareforma (que siendo críticos
llegó tarde y fue parcial), más recientemente el Vaticano II; y personas que han
contribuido a ella, San Patricio, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, incluso
podemos mencionar al Papa Francisco en la actualidad.
La reforma siempre será necesaria, más aún para la Iglesia de hoy y del mañana, pues será
externamente más pobre, con menos poder político. Será una Iglesia en permanente
situación de diáspora, será más pequeña en número, dentro de un mundo pluralista.
El siglo XX para muchos era visto como el siglo de la Iglesia, pero parece que no,
pues han existido grandes derrumbamientos y rupturas, pero ha llegado un sinfín de
movimientos de renovación litúrgica, bíblica, patrística y pastoral, es decir de
importantes y prometedores comienzos. Este proceso de renovación ha iniciado ya y
sigue su marcha aún en nuestros días.
La necesidad de reforma es connatural a la Iglesia, en medio de su dialogo con el mundo
debe mantener fresco y vivo el tesoro que llevamos en vasijas de barro (2 Cr 4, 7). El
Concilio Vaticano vino a prometernos una primavera eclesial, y aunque aún no llega
en su gran esplendor, podemos pregustar los aires nuevos que han entrado, pero los
ricos tesoros e impulsos del Concilio aún no están ni cerca de ser agotados.37 Por ello
es bueno releerlos y descubrir los grandes aportes que aún hoy puede seguir
haciéndonos.
Esta Iglesia, que muchas tormentas ha soportado ya en su caminar, muchas veces ha
escuchado sonar campanas fúnebres, porque se le ha dado por muerta, pero siempre
ha vuelto a renovarse y a mostrar una vida y energía nuevas. Confiando en que saldrá
vida del árbol que se da por muerto (Cf. Is 11, 1)38, sabemos que la Iglesia siempre
sabrá seguirse reformando, y se dejará guiar por el Espíritu Santo en las aguas
turbulentas de nuestro tiempo.
Pulido Pulido Luis Francisco

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