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Seminario Conciliar de Bogotá

Concilio Vaticano II
Tema: Diario de lectura: Humanae Salutis
Presentado por:Tomás Pérez Monroy

Cristo, el salvador y redentor de toda la humanidad, no solo les ha dado a sus discípulos la
responsabilidad de anunciar el evangelio, sino también les ha hecho la esperanzadora promesa
de que iba a estar con ellos hasta el fin de los tiempos.

La promesa de Cristo se ha mantenido a lo largo de los años, especialmente en aquellos


momentos difíciles por los que ha atravesado la humanidad. En tales épocas, la Iglesia, esposa
fiel de Cristo, se ha mostrado como una luz, haciendo ver a todos el poder extraordinario de la
caridad, de la oración, del sacrificio y del dolor soportado por la gracia de Dios; todas estas
armas usadas por el mismo Salvador, quien en la hora solemne de su vida declaró: “Confiad,
yo he vencido el mundo”.

Actualmente (es decir, en la fecha de escritura de la Humanae Salutis) la Iglesia atiende a


una grave crisis de la humanidad, que trae consigo grandes mutaciones. Un orden nuevo se
está gestando, un orden temporal que busca organizar todo prescindiendo de Dios. DE aquí
surge la indiferencia por los bienes inmortales y el afán por los placeres mortales. Así, la
Iglesia tienes misiones inmensas, principalmente dar al mundo la virtud perenne, vital y divina
del Evangelio.

La vista amplia de todos estos problemas turba a las almas que andan en tinieblas,
haciéndoles ver que todo el mundo se encuentra sumido en la oscuridad. Sin embargo, la
Iglesia se acoge y pone toda su confianza en el divino Salvador de la humanidad, quien no
abandona los redimidos por él. Mas aún, siguiendo las enseñanzas de Jesús, quien nos ha
invitado a distinguir los signos de los tiempos, se nos hace visible, en medio de tantas
tinieblas, tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad. Porque las sangrientas guerras sin
cesar, las ruinas espirituales causadas por las múltiples ideologías y las amargas
experiencias que viven los hombres sirven de advertencia. La creaciones de instrumentos
para la destrucción propia han llevado al hombre a preguntarse cuando llegará la paz, los
afana por encontrar el espíritu nuevamente y a llegar a una unidad.

En lo que a la iglesia concierne, está no se ha quedado como una espectadora vacía, sino
que ha seguido de cerca todos los cambios de la humanidad y cambiando junto a ella,
oponiéndose a todas las ideologías materialistas o que niegan la fe católica, sufriendo
grandes persecuciones pero dando también un gran ejemplo para la fortaleza de los
creyentes. Por eso, mientras el mundo se muestra cambiantes, la iglesia se muestra
transformada y perfeccionada a nuestros ojos.

Por todo esto, viendo que ya los tiempos son maduros y que es necesitado por la
humanidad, que hoy camina en una indigencia de espíritu, iluminados por el Santo Espíritu,
se quiere ofrecer al mundo un nuevo Concilio ecuménico que siga la linea de los veinte
grandes sínodos que han ayudado a la iglesia a lo largo de los siglos.
Así, pues, el Concilio se reúne en un momento en que la iglesia anhela fortalecer su fe y su
unidad, la santificación de todos sus miembros, así como busca aumentar la difusión de su la
verdad revelada y la consolidación de sus instituciones. Será esta una demostración de la
Iglesia siempre viva y siempre joven, que cambia con el tiempo, que en cada siglo se adorna
con un nuevo esplendor. Se reúne en un tiempo, además, generoso y creciente de esfuerzos en
hacer visible nuevamente esa unidad de los cristianos que responda a los deseos del Divino
Redentor, buscando también la reintegración de todos los que hoy se han alejado.

El próximo concilio está llamado también a ofrecer al mundo extraviado, confuso y


angustiado, la posibilidad para todos los hombres de buena voluntad de fomentar
pensamiento y propósitos de paz.

Este concilio no se basa únicamente en la realidad celestial, sino también en la realidad


temporal, porque la iglesia, aunque no es terrena, no puede desinteresarse de estos problemas
que se generan el el mundo en el tiempo presente. La Iglesia entiende el apoyo que es para
los que buscan hacer más humana la vida humana. Sabe que debe iluminar a los hombres
bajo la luz de Cristo para que lleguen a su conocimiento propio. Con esto se espera que no se
ilumine únicamente lo profundo de las almas, sino también el conjunto de las actividades
humanas.

Con el presente concilio se invita a la Iglesia entera, tanto al clero y al laicado, como a los
fieles que conforman el cuerpo de la Iglesia, pidiendo sus opiniones sobre que puntos
deberían ser tocados en el concilio, pero más especialmente, pidiendo oración de estos
mismos para que todo lo planeado y lo que se quiere realizar se pueda hacer bajo la gracia
del Espíritu (sí fue realizado). De igual manera, se ha invitado a los cristianos de las iglesias
separadas de Roma, a fin de que el concilio también sea provechoso para ellos, buscando
siempre la unidad en Cristo, que es una de las principales misiones de la iglesia.

Finalmente, el Concilio Vaticano II propone cuestiones doctrinales y cuestiones practicas,


y se proponen para que la enseñanza y los preceptos cristianos se apliquen perfectamente en
la vida diaria y sirvan para la edificación del Cuerpo de Cristo. Todo esto se refiere a la
Sagrada Escritura, los sacramentos, la tradición y la oración de la Iglesia, la disciplina de
las costumbres y la misión misionera.

“Así, pues, confiando en la ayuda del Redentor divino, principio y fin de todas las cosas;
de su augusta Madre, la Santísima Virgen María, y de San José, a quien desde el comienzo
confiamos tan gran acontecimiento, nos parece llegado el momento de convocar el Concilio
ecuménico Vaticano II.” (santo Juan XXIII, 25 de diciembre de 1961).

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