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Poemas para no perder la esperanza I

Misión País Colombia


8 de mayo de 2020

Wislawa Szymborska
(Polonia, 1923-2012)

Sonrisas

E l mundo confía más en lo que ve que en lo que escucha.


Los hombres de Estado tienen que sonreír.
Su sonrisa indica que mantienen el ánimo de lucha.
Aunque es difícil el juego, los intereses opuestos,
inseguro el resultado, siempre nos mueve a seguir
una sonrisa cordial sobre unos dientes bien puestos.

Con amabilidad deben mostrar la frente,


en el parlamento, al llegar de visita.
Parecer alegres, moverse ágilmente.
Éste saluda a aquél, aquél al otro felicita.
Muy necesario es un rostro sonriente,
para los objetivos, para reunir mucha gente.
La ortodoncia en diplomacia
es garantía de eficacia.
Bienintencionados colmillos, conciliadores incisivos
no pueden fallar en momentos decisivos.
Aún no es tanta en estos tiempos la certeza
como para que los rostros muestren su natural tristeza.
Una humanidad de hermanos, según los soñadores,
transformará la tierra en un mundo de sonrisas.
Lo dudo. Imaginemos mejor que esos señores
no tienen que sonreír en vano.
Sólo de vez en cuando: en primavera, en verano,
sin contracciones nerviosas, sin prirsas.
Es triste por naturaleza el ser humano.
A uno así espero y me alegro de antemano.
Un gato en un piso vacío

M orir, eso no se le hace a un gato.


Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio.
Quizá todo esto

Q uizá todo esto


está sucediendo en un laboratorio.
Bajo una lámpara de día
y miles de millones de lámparas de noche.
Quizá somos una generación piloto.
Vertidos de un recipiente a otro,
agitados en matraces,
observados por algo más que un ojo,
cada uno por separado
cogidos al final con pinzas de uno en uno.
O quizá de otro modo:
ninguna intervención.
Los cambios se producen solos
según lo establecido.
La aguja del gráfico dibuja lentamente
los zigzags previstos.
Quizá hasta ahora nada tenemos de curioso.
Los monitores de control están pocas veces conectados.
Sólo si hay una guerra, y más bien de las grandes,
algunos vuelos sobre el terrón de la Tierra,
o visibles migraciones del punto A al B.
O quizás al revés:
sólo les gustan las secuencias.
He aquí a una niña en una gran pantalla
mientras se cose un botón de la manga.
Los sensores silban,
el personal acude.
¡Qué ser es ése
con su pequeño corazón latiendo dentro!
¡Qué graciosa seriedad
al enhebrar la aguja!
Alguien grita exaltado:
¡Avisen al Jefe
que venga y lo vea él mismo!
Elizabeth Bishop
(Estados Unidos, 1911-1979)

Un arte

E l arte de perder se domina fácilmente;


tantas cosas parecen decididas a extraviarse
que su pérdida no es ningún desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la angustia
de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano.
El arte de perder se domina fácilmente.
Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido:
lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar.
Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.
Perdí el reloj de mi madre. Y mira, se me fue
la última o la penúltima de mis tres casas amadas.
El arte de perder se domina fácilmente.
Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aún más:
algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.
Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto
que amo) no habré mentido. Es indudable
que el arte de perder se domina fácilmente,
así parezca (¡escríbelo!) un desastre.
José Emilio Pacheco
(México, 1939-2014)

Mar eterno

D igamos que no tiene comienzo el mar


Empieza donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes.
Tarde o temprano
I
No tenemos raíces en la tierra.
No estaremos en ella para siempre:
sólo un instante breve.

También se quiebra el jade


y rompe el oro
y hasta el plumaje de quetzal se desgarra.

No tendremos la vida para siempre:


sólo un instante breve.

II
En el libro del mundo Dios escribe
con flores a los hombres
y con cantos
les da luz y tinieblas.

Después los va borrando:


guerreros, príncipes,
con tinta negra los revierte a la sombra

No somos reyes:
somos figuras en un libro de estampas.

III
Dios no fincó su hogar en parte alguna.
Solo, en el fondo de su cielo hueco,
está Dios inventando la palabra.
¿Alguien lo vio en la tierra?

Aquí se hastía,
no es amigo de nadie.

Todos llegamos al lugar del misterio.

IV
De cuatro en cuatro nos iremos muriendo
aquí sobre la tierra.

Somos como pinturas que se borran,


flores secas, plumajes apagados.

Ahora entiendo este misterio, este enigma:


el poder y la gloria no son nada:
con el jade y el oro bajaremos
al lugar de los muertos.

De lo que ven mis ojos desde el trono


no quedará ni el polvo en esta tierra.
Charles Simic
(Serbia, 1938)

Sobre mí mismo

S oy el rey sin corona de los insomnes

que aún lucha contra sus fantasmas con una espada.


Un estudiante de techos y puertas cerradas
que apuesta a que dos y dos no siempre son cuatro.

Una vieja alma que feliz toca el acordeón


en el turno del cementerio en la morgue.
Una mosca que escapa de la cabeza de un loco
y descansa en la pared junto a su cabeza.

Descendiente de curas de aldea y herreros:


un reticente ayudante de dos
ilusionistas famosos e invisibles,
uno llamado Dios, el otro Demonio, asumiendo, por supuesto,
que yo sea la persona que me digo ser.
El diccionario

T al vez haya alguna palabra por ahí

que describa el mundo tal y como es esta mañana,


una palabra para cómo la luz temprana
se deleita en apartar la oscuridad
de los escaparates y los portales.

Y otra palabra para el modo en que se detiene


sobre un par de gafas de alambre
que alguien perdió en la acera
la noche pasada, tambaleándose a ciegas
hablando consigo mismo o rompiendo a cantar.
Antonio Cisneros
(Perú, 1942-2012)

Cuatro boleros maroqueros


1
Con las últimas lluvias te largaste
y entonces yo creí
que para la casa más aburrida del suburbio
no habrían primaveras
ni otoños ni inviernos ni veranos
Pero no
Las estaciones se cumplieron
como estaban previstas en cualquier almanaque
Y la dueña de la casa y el cartero
no me volvieron a preguntar
por ti.

2
Para olvidarme de ti y no mirarte
miro el viaje de las moscas por el aire
Gran Estilo
Gran Velocidad
Gran Altura.

3
Para olvidarte me agarro al primer tren y salgo al campo
Imposible
Y es que tu ausencia
tiene algo de Flora de Fauna de Pic Nic.

4
No me aumentaron el sueldo por tu ausencia
sin embargo
el frasco de Nescafé me dura el doble
el triple las hojas de afeitar.
Rafel Cadenas
(Venezuela, 1930)
Derrota
Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una
solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo
que creí que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas mucho más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más
burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud.
Es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras
cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido
encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la brisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya
sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme,
barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación, mi extravío una frescura
nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los
otros y de mí hasta el día del juicio final.

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