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TEMA
1
2 CONTEXTO DEL SIGLO I
La actividad de Pablo se desarrolló en un entorno geográfico, histórico y
cultural muy concreto. Para comprender mejor sus escritos es necesario,
por tanto, estudiar también dicho contexto, marcado por las tres culturas
que, en el siglo I, confluyeron en la persona del Apóstol: la judía, la hele-
nística y la romana.

SUMARIO

1. TRES CULTURAS • a) Diáspora y religión judías • b) Cultura, religión y filoso-


fía en la época helenística • c) Paz, comunicaciones y derecho en el Imperio roma-
no 2. CONTEXTO LITERARIO • a) Literatura judía y literatura cristiana • b) Géne-
ro epistolar y retórica
22 1. Tres culturas

Suele decirse que Pablo es un hombre de tres culturas: la judía, la helenística y


la romana. El Apóstol tuvo influencias de estos tres ámbitos.

1.1. El ambiente judío

• La diáspora. Especialmente desde la época del destierro (siglo VI a.C.),


el pueblo hebreo sufrió una serie de avatares que ocasionaron una gran
dispersión (diáspora) de sus miembros.
– En el siglo I había judíos por todo el Imperio romano; en algunos casos
eran despreciados e incluso no tolerados, y en otros admirados. De
entre estos últimos surgían los «temerosos de Dios» o «prosélitos»: pa-
ganos que se asociaban a la sinagoga y compartían la fe en el Dios de
Israel.
– Los judíos que ya nacieron y crecieron lejos de su ambiente natural,
integraron modos de pensar de los lugares en los que estaban, adqui-
riendo así en no pocos casos una mentalidad más abierta y enriquecida,
sin renunciar por ello a su propia fe y cultura. Pablo mismo nació y se
crio en la diáspora, y de la diáspora eran también los judíos a los que
predicó en ciudades como Atenas, Corinto, Éfeso o Roma. En las gran-
des ciudades portuarias del Imperio había judíos, y allí se dedicaban
activamente al comercio.
– En Alejandría, por ejemplo, se produjo una profunda fusión entre cul-
tura helénica y mentalidad judía. Fruto de ello fue la traducción de las
escrituras sagradas hebreas al griego («la Septuaginta» o «los Setenta»,
abreviadamente LXX), cuyo texto será el de uso común para los prime-
ros cristianos.
• Grupos religiosos. El judaísmo del siglo I es una realidad compleja. Te-
nemos constancia de que había diversos grupos, entre los que destacaban
los fariseos y los saduceos. De ellos nos hablan los evangelios y también
autores de la misma época, como es el caso del judío Flavio Josefo.
– Los fariseos adquieren gran relevancia en la época macabea, en el si-
glo II a.C. Este grupo hace una interpretación estricta de la ley de Moi-
sés, pero acepta también la tradición oral, transmitida y enriquecida
por los sabios o rabinos. Muchos entre ellos eran rabinos o maestros
de Escritura. Pablo dice ser fariseo y, como demuestra en sus escritos, 23
posee un profundo conocimiento de la Escritura y de los métodos de
exégesis rabínicos.
– Al grupo de los saduceos pertenecían los representantes de las familias
sacerdotales. Estos rechazaban la inmortalidad del alma y la resurrec-
ción final (cfr. Mt 22,23-32) y la existencia de los ángeles (cfr. Hch 23,8).
Por otro lado, se atenían a una interpretación literal de la Ley, recha-
zando las tradiciones orales. Los saduceos aceptaban exteriormente la
dominación romana, pero procuraban mantener la independencia del
pueblo judío y la vigencia de sus propias instituciones.
– Los esenios, grupo parcialmente afín a las posturas de los fariseos, se
constituían en comunidades –la de Qumrán es quizá la más conocida–,
llevaban una intensa vida ascética y de estudio, y su mentalidad era
apocalíptica y escatológica.
– Los zelotes era un grupo que se oponía a la dominación romana.

1.2. El ambiente helenista

• El periodo helenístico es la etapa histórica de la Antigüedad cuyos lími-


tes son la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.) y el suicidio de Marco
Antonio (30 a.C.). El helenismo es la herencia de la cultura helénica de la
Grecia clásica, que se difunde durante esos siglos por todos los territorios
de habla griega o dominados por los sucesores de Alejandro Magno. Esta
influencia afectaba fundamentalmente a la gente culta y de la aristocracia.
El griego común o koiné se convirtió en uno de sus preciosos canales de
difusión. Esta corriente cultural también afectó a Palestina, ya desde el
siglo IV, aunque en general el pueblo judío consiguió mantener su iden-
tidad propia, incluso durante el conflictivo contexto de la rebelión de los
macabeos contra Antíoco IV. Es precisamente en torno a estos aconteci-
mientos cuando se perfilan los rasgos de los grupos religiosos judíos que
hay en la época de Pablo.
• Durante el periodo helenista tuvo lugar una auténtica revolución religiosa
que, lógicamente, formaba parte del humus de los pueblos a los que Pablo
estuvo predicando.
– Por un lado, aún en el siglo I había cierta pervivencia, al menos a nivel
popular, de la religión tradicional de los dioses olímpicos: véase el
motín de Éfeso en honor de Artemisa, descrito en Hch 19,24-29, o la
24 reacción de los habitantes de Listra, que tomaron a Bernabé por Zeus y
a Pablo por Hermes (Hch 14,11-13). Sin embargo, esta religión se encon-
traba en decadencia, habiendo dejado paso en parte a la superstición y
a la magia.
– Por otro lado, se estaba dando en la cuenca del mediterráneo una difu-
sión creciente de las religiones mistéricas. Hasta el siglo I, algunas de
ellas, como la de los misterios de Eléusis, se habían practicado en varios
lugares, pero nunca habían salido de restringidos círculos de iniciados.
Otras, como las de los misterios órficos (esta, asociada al culto de Dioni-
sio) o los misterios de Isis, estaban más difundidas. En los ritos de estas
religiones, mezcla de corrientes occidentales y orientales, se llevaban a
cabo ceremonias de purificación, a fin de asegurar felicidad e inmortali-
dad, u orgiásticas, con las que conseguir una especie de éxtasis. El con-
texto de fondo de las cartas a los Colosenses y a los Efesios parece hacer
referencia a este tipo de religiones. El Apóstol, en todo caso, recurrió a
un lenguaje en parte común con estos fenómenos, pero con una discon-
tinuidad de sentido patente.
• También es importante resaltar el fenómeno de la filosofía popular, domi-
nado por tres corrientes de pensamiento: el platonismo medio, el cinismo
y el estoicismo.
– El platonismo medio floreció sobre todo en Alejandría, y tuvo como
destacados representantes a Filón y Plutarco.
– El cinismo predicaba el desprendimiento de los bienes materiales y la
exaltación de la libertad individual. Sus postulados, sin embargo, no es-
tán en el origen de la predicación paulina sobre la libertad (cfr. Ga 5,1),
la exaltación de la pobreza (cfr. 2Co 12,14-15), o las protestas contra las
injusticias de los poderosos (cfr. 1Co 2,8), doctrinas estas cuyo origen es
la predicación de Cristo.
– El estoicismo, corriente más difundida y popular, tuvo como repre-
sentante destacado, en la época de Pablo, a Séneca. Es probable que
esta corriente sí influyera en la forma de presentar el Apóstol algunos
temas, por ejemplo el monoteísmo hebraico del discurso del Areópago
(Hch 17,24-31) o de su «paralelo» en Rm 1,18-20. La insistencia de esta
corriente en el desprendimiento material y en la virtud es otro tema
frecuentemente abordado por Pablo, pero se trata de una semejanza
general de temas y terminología; la forma cristiana de concebir el fondo
de estas cuestiones es diferente.
1.3. El ambiente romano 25
• El factor político más importante de la época del Nuevo Testamento es la
amplitud y el poder del Imperio romano. En torno al año 275 a.C., Roma
ya había extendido su poder a casi toda la península itálica. Tras las gue-
rras púnicas con Cartago (264-146 a.C.), su poder se desplegó por el Medi-
terráneo occidental y, a lo largo de los siglos III-II a.C., como consecuencia
de las guerras con los macedonios y los seléucidas, también por el Medite-
rráneo oriental. Después de la muerte de Julio César (44 a.C.), sin embargo,
a partir del 29 a.C. comenzó, con César Augusto (Octaviano), una era de
paz en las regiones interiores del Imperio, que se prolongó hasta casi fina-
les del siglo II d.C. Solo la provincia de Judea turbó esa paz.
• La unificación conseguida por el Imperio, y la prolongada época de paz,
favorecieron la intensificación de las comunicaciones –se construyó una
magnífica red de calzadas– y del comercio –se combatió la piratería– (des-
taca, en todo caso, la pobreza de la Palestina del siglo I), además de la
unidad cultural, a la que ya contribuía el griego koiné –en el Oriente– y el
latín –en el Occidente–. El griego poco a poco se extendió a las clases cul-
tivadas de todo el Imperio, convirtiéndose en lengua franca. Esta situación
también contribuyó al cosmopolitismo religioso y filosófico.
• Con César Augusto, las provincias romanas pasaron a ser de dos gru-
pos: senatoriales e imperiales; para las primeras, el Senado nombraba go-
bernadores (procónsules), los cuales eran supervisados por procuradores
que nombraba el mismo emperador; las segundas eran administradas por
gobernadores llamados propraetores, designados por el emperador. Estas
provincias estaban en las fronteras del Imperio (Siria, Cilicia y Galacia, por
ejemplo), y tenían tropas estacionadas permanentemente. Judea (la parte
central de Palestina) –en manos de los romanos desde la muerte de Hero-
des el Grande, el año 4 a.C.– fue provincia imperial de tipo procuratorial
(su gobernador era un procurador o comandante). Esta provincia estaba
rodeada de reinos que gozaban de una aparente independencia, pero que
en realidad eran vasallos de Roma: Galilea, Iturea, Traconítide, Abilene,
los nabateos.
• El Imperio contaba, además, con un magnífico sistema jurídico, que, aun-
que respetuoso con las costumbres locales y nacionales, siempre estaba dis-
puesto –en la teoría– a establecer una justicia igual para todos los pueblos.
En el contexto del respeto por las costumbres de cada pueblo, cada ciudad
mantenía, según su condición, su propia magistratura: en Éfeso, la asam-
26 blea general y la gerousia; en Judea y Jerusalén, el Sanedrín; en Atenas, el
areópago o tribunal supremo; etc. En muchas ciudades de reciente funda-
ción (coloniae) las magistraturas eran de tipo romano. Estas colonias tenían
su origen, en general, en asentamientos de antiguos legionarios; tal era el
caso de Filipos o de la Corinto reconstruida. Característicos de este sistema
jurídico eran los privilegios de los que gozaban los ciudadanos romanos.
Estos fueron ampliándose poco a poco, hasta su abolición a principios del
siglo III d.C.

2. Contexto literario
2.1. Literatura judía y literatura cristiana

Los escritos paulinos se sitúan en un riquísimo contexto literario:


• Por un lado, nos encontramos con la literatura judía, sea bíblica «ca-
nónica» sea intertestamentaria. A esta última pertenece la literatura de
Qumrán, la apócrifa y la rabínica, que a menudo consiste en comentarios
de o en torno a los escritos bíblicos, y de los que se extrae alguna ense-
ñanza de tipo moral-espiritual (haggadah) o legislativo (halakhah): escritos
apócrifos, midrashim, targumim, pesharim, etc.
• Por otro, la literatura cristiana. Aunque seguramente desde muy pronto
existieron colecciones de dichos y hechos de Jesús, todo parece indicar que
los escritos paulinos más antiguos constituyen la primera literatura cris-
tiana, anterior a los mismos evangelios. Estos escritos fueron motivados
–como se ve por su contenido– por la necesidad de resolver problemas
concretos, rellenar lagunas de la predicación, dar noticias y, en fin, hacer
presente la figura autoritativa y el desvelo paterno del Apóstol en las co-
munidades cristianas nacientes.

2.2. El género epistolar

• El género epistolar ya era conocido en la Antigüedad tanto en ámbito gre-


corromano como en el mundo bíblico (cfr. 1R 21,8-10; 2R 19,9-14; 2M 1,1-9;
2M 1,10-2,18). Cicerón (106-43 a.C.) destaca tanto por la teorización sobre
el género como por su actividad epistolar. La teoría epistolar, por ejemplo,
habla de cartas públicas o privadas, y luego establece diversos subgéneros.
• El Nuevo Testamento consta de 27 libros; 21 de ellos son cartas, al menos
desde el punto de vista formal. De estos 21 escritos, 14 son paulinos.
• ¿Qué es una carta? La carta es una forma escrita de comunicación que 27
permite salvar la distancia que separa a remitente y destinatario, y que se
presenta como una sustitución de la comunicación oral; por tanto, una de
sus características es la espontaneidad. Aunque no siempre sea así, nor-
malmente la carta implica cierto diálogo entre emisor y destinatario, en el
que hay referencias externas a las últimas cartas escritas, etc. Por tanto, la
carta suple la presencia del dialogante, y minimiza tanto el tiempo como
el espacio que separa a ambos.
• En la carta podemos hablar de enunciado (lo que se quiere comunicar) y
enunciación (las imágenes creadas tanto del autor como del receptor).
• Los escritos paulinos recurren formalmente al género epistolar, aunque de
una forma muy personal. Mientras que las epístolas clásicas suelen regirse
por modelos rígidos y se revelan a menudo como formas de autopresen-
tarse o autojustificarse, como medio de difusión de escritos doctrinales, o
como ejercicios literarios ficticios y con fines fundamentalmente retóricos,
los escritos paulinos destacan por su cercanía y espontaneidad.
• En las cartas paulinas hay una mezcla del lenguaje o modo oral con el es-
crito. En todo caso, en las más tardías hay un desplazamiento del primero
al segundo.
• Podríamos definir los escritos paulinos como cartas privadas sui generis.
Estos documentos conservan el tono de lo familiar y privado, pero al mis-
mo tiempo su autor se sabe, como apóstol, representante de la cristiandad
primitiva, y escribe pensando también en la utilidad de otros lectores di-
versos a los destinatarios inmediatos.
• En el caso de san Pablo, el emisario o portador de la carta tiene también
una gran importancia, ya que recibe cierta autoridad por parte del apóstol,
no solo para llevarla, sino para convertirse en un continuador de su trabajo
apostólico.
• La pseudoepigrafía. Una práctica corriente ya en la época paulina era la
de firmar un escrito con el nombre de una persona de reconocida autori-
dad. Con el caso de los apóstoles o de los discípulos más destacados, esto
fue frecuente en los primeros siglos de la Iglesia (véanse los escritos apó-
crifos).
• Al igual que las epístolas de la Antigüedad, los escritos paulinos suelen
constar de encabezado, cuerpo y despedida, si bien el Apóstol normal-
mente incluye tras el encabezado una acción de gracias en clave cristiana,
28 que es como una presentación de los temas que va a abordar en el cuerpo
o parte central de la carta.

• Un análisis detallado del contenido del cuerpo de los escritos paulinos pone
de relieve que, con frecuencia, diversas partes tienen una función muy con-
creta según el contexto en el que aparecen: esto es, para entender bien las
diversas afirmaciones, es necesario comprender bien de qué está hablando
el Apóstol y a dónde quiere llegar. Esas afirmaciones no tienen a menudo
un sentido «absoluto», sino en función de una argumentación general que
está desarrollando. Esto nos introduce en el mundo de la retórica.

2.3. La retórica clásica y la retórica semítica

• La retórica es la disciplina que estudia las técnicas de utilización del len-


guaje con una finalidad persuasiva. Ahora bien, para entender bien la re-
tórica específicamente paulina es necesario recurrir a la categoría de «len-
guaje religioso» en el que se encuadran sus escritos. Desde este punto de
vista, hay que tener en cuenta que el lenguaje sagrado busca la «comuni-
cación»; el mensaje se impone por sí mismo. Y en esto se diferencia de la
retórica clásica. Es más, cabe señalar que la retórica en la Biblia no deja por
ello de apelar a la racionalidad humana.

• Pablo, en los pasajes de tipo discursivo, en los que quiere exponer un tema
y llegar a unas conclusiones, sigue un esquema parecido: establece una
proposición o tesis y aporta unas pruebas que la sustentan, basadas ya en
la experiencia, ya en las Escrituras –en este ámbito adquiere gran relevan-
cia el recurso que el Apóstol hace al Antiguo Testamento; hablaremos de
ello en el último tema–, ya en argumentos de razón (cfr. Ga 3-4; Rm 9-11;
Flm 1-25). La forma de organizarlo todo recibe el nombre de dispositio.

• Siempre de un modo personal, en las argumentaciones paulinas podemos


descubrir algunos de los rasgos de los tres géneros oratorios de la retórica
clásica griega:
– el judicial: se desarrolla ante un juez; de lo que se trata es de acusar o defender;
versa sobre un asunto del pasado; se desarrolla en términos de justicia frente
a injusticia;

– el deliberativo o forense: se desarrolla ante una asamblea; de lo que se trata es


de aconsejar o disuadir; versa sobre un hecho futuro; se desarrolla en términos
de utilidad o perjuicio;
– el demostrativo o epidíctico: se desarrolla ante un público (que no puede influir 29
sobre los hechos) que debe asentir o disentir; de lo que se trata es de alabar o
denostar a individuos particulares (encomio o vituperio); versa sobre hechos
pasados, se centra en lo bello y lo feo.

• No sería justo analizar los textos paulinos para encontrar en ellos –forzan-
do los textos– modelos retóricos clásicos. Si consideramos que la retórica
lo que hace es explicitar y teorizar diversos mecanismos de la psicología
y del lenguaje humanos que intervienen en la comunicación –en los que
se incluyen argumentos de razón, y argumentos basados en el ethos o en
el pathos–, cualquiera de nosotros «recurre» a la retórica continuamente
«sin darse cuenta». Por ello, lo justo es pensar que Pablo tendría algún co-
nocimiento de la retórica clásica –los cuales se obtenían en una enseñanza
superior que, previsiblemente, no recibió el Apóstol–, pero que su recurso
a él era muy libre.
• Existe también una retórica específicamente semítica, de la que encontra-
mos innumerables huellas en el Antiguo Testamento, y a la que cierta-
mente recurre Pablo. Esta retórica bíblica semítica tiene dos característi-
cas esenciales: la «binaridad» (paralelismos simples, quiasmos, etc.) y la
«parataxis» (coordinación) (cfr. Roland Meynet, Trattato di retorica biblica,
Bologna: EDB, 2008).

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