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(1) CONTEXTO SOCIO-HISTÓRICO DEL SIGLO XIII. ESCOLÁSTICA
1.1 Breve marco histórico
La expansión de los primeros siglos de la Baja Edad Media tuvo su motor en el
progreso habido en la agricultura, fuente básica de la economía medieval. El arado de
ruedas, el molino hidráulico y la rotación en los cultivos, entre otros factores,
permitieron incrementar el rendimiento de los campos. Como consecuencia mejoró el
régimen alimenticio y aumentó la población. La crisis surgió, sin embargo, en las
últimas décadas del siglo XIII, cuando fueron apareciendo las tres grandes calamidades
de aquel tiempo: el hambre, la peste y la guerra.
En la época de expansión, a cuyo final asistió santo Tomás, comenzaron a
fraguarse los estados modernos europeos. La unión que el cristianismo había logrado
entre los pueblos en épocas anteriores comenzó a resquebrajarse pese a los intentos del
Papado de erigirse en un poder aglutinador. Francia era, en tales momentos, el principal
país europeo.
En el campo político, la cristiandad contemplaba dos grandes poderes, el del
Emperador y el del Papa, cuyos ámbitos de actuación no estaban claramente
delimitados. El conflicto estalló entre Enrique IV, emperador de Alemania, y el Papa
Gregorio VII, con el deseo de ambos de que se reconociera su supremacía dentro de la
cristiandad. El concordato de Worms, de 1122, zanjó momentáneamente el problema,
pero resurgió en seguida, quedando en el siglo XIII ambos poderes muy debilitados. En
este período Federico I Barbarroja defendió que el Imperio derivaba directamente de
Dios. Federico II, por su enfrentamiento con los Papas, recibió la denominación de
encarnación del Anticristo. En el siglo XIII, el Papa Inociencio III mantuvo la teocracia,
según la cual el poder religioso se consideraba superior al político.
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las artes liberales contenidas en el Trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el Quatrivium
(aritmética, geometría, astronomía y música).
En sentido estricto, la filosofía escolástica es aquella que se elabora dentro del
horizonte del dogma católico, pero sin que este dogma determine unívocamente toda su
reflexión; los filósofos escolásticos, pues, se mantienen en todo momento fieles a los
contenidos dogmáticos de la Iglesia.
El momento culminante de la Escolástica se produce en el siglo XIII, y Tomás
de Aquino (1224-1274) es, sin duda, el máximo exponente de este esplendor. Las
razones de este apogeo son diversas, a continuación señalamos algunas de las más
importantes:
- Las ciudades, que son un marco más propicio que el campo para la producción
científica e intelectual, alcanzan una mayor influencia en el conjunto de la vida social, al
ser cada vez más numerosas e importante su potencial económico.
- También en este siglo se crean las universidades (Bolonia, París, Oxford,
Salamanca). Su origen se encuentra en las antiguas escuelas monacales y palatinas.
Como en algunas ciudades coexistían escuelas distintas, incluso con doctrinas contrarias,
pronto se produjeron enfrentamientos entre los estudiantes de unas y otras e incluso
entre los estudiantes y las autoridades de la ciudad. Se requería, pues, una unión entre
estudiantes y profesores y una reglamentación que estableciera los derechos y los
deberes de todos; esta unión entre maestros y discípulos recibió el nombre de
“universidad”. Destacan en este siglo XIII las universidades de Bolonia (Derecho),
Palermo (Medicina), Oxford y París (Teología). La más importante será la de París,
cuyos estatutos se aprueban en el año 1215 y a la que favorecen tanto los reyes, que
buscan en su esplendor un motivo de prestigio político, como la Iglesia, que ven en ella
un medio poderos para extender la verdad religiosa por el mundo.
- La aparición de las órdenes mendicantes: dominicos (1209) y franciscanos
(1216). Estas órdenes suponen una crítica de lo establecido en el campo eclesiástico,
rechazando, por ejemplo, el lujo en la Iglesia.
- Otro factor importante que explica el desarrollo del pensamiento en el siglo
XIII es el contacto con los pensadores árabes y judíos. Al producirse las invasiones
bárbaras, la cultura helenista se había refugiado en el Imperio Romano de Oriente. En
Occidente apenas habían quedado obras de los grandes filósofos griegos. Se pudo
conocer, aunque no completo, el pensamiento de Platón, pero los conocimientos sobre
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Aristóteles fueron mínimos. Los judíos y los árabes, por el contrario, tuvieron contacto
con todo el pensamiento helenista en Oriente1 y desarrollaron una cultura propia que
alcanzó su apogeo entre los siglos X y XII. Avicena y Averroes, entre los árabes, y
Maimónides, entre los judíos, fueron los representantes más significativos de esta época
de auge cultural. El contacto del mundo occidental con la cultura oriental y el “re-
conocimiento” y “re-descubrimiento” de la filosofía helenista –principalmente de
Aristóteles- suponen un impulso que desemboca directamente en el florecimiento
intelectual de este siglo. Este contacto con la cultura oriental se realiza
fundamentalmente por una triple vía: las cruzadas, las Escuelas de Traductores de
Toledo y Sicilia y las cortes de los príncipes cristianos y del Papa, en las que vivían
numerosos árabes y judíos, sobre todo médicos.
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En el año 529 d. C., el emperador Justiniano decretaba la clausura de las escuelas filosóficas de Atenas.
Con ello, occidente se cerraba definitivamente a la influencia de la especulación helénica; pero el
pensamiento griego había comenzado, mucho antes de esa fecha, a ganar terreno en oriente: ya había
comenzado el movimiento de retorno que debía traer al occidente del siglo XIII el pensamiento de
Aristóteles y del neoplatonismo a través de los filósofos sirios, árabes y judíos. La escuela de Edesa, en
Mesopotamia, fundada en 363 d. C. por san Efrén de Nisibis, enseñaba las doctrinas de Aristóteles,
Hipócrates y Galeno. La necesidad que los sirios convertidos al cristianismo sentían de aprender griego
para leer el Antiguo Testamento o los escritos de los Padres de la Iglesia les llevó a iniciarse en la ciencia
y en la filosofía griegas Se ensañaba filosofía, matemáticas y medicina allí donde se enseñaba teología, y
se traducían al siríaco las obras clásicas griegas. Cuando la escuela de Edesa fue cerrada en 489 sus
profesores pasaron a Persia y a Siria y enseñaron allí. Cuando el Islam remplaza al cristianismo en
Oriente, el papel de los sirios como agentes de transmisión de la filosofía helénica aparece con toda
claridad. Los califas Abbasidas, cuya dinastía se funda en el año 750, llaman a su servicio a los sirios que
continúan sus enseñanzas y sus trabajos bajo los auspicios e estos nuevos señores. De esta manera,
Euclides, Arquímedes, Ptolomeo, Hipócrates, Galeno, Aristóteles, Teofrasto y Alejandro de Afrodisia son
traducidos, ya directamente del griego al árabe, ya del griego al siríaco y después al árabe. Así, las
escuelas siríacas han sido intermediarias, y gracias a ellas el pensamiento griego llega a los árabes,
esperando el momento en que de los árabes pase a los judíos y a los filósofos del occidente cristiano.
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En 1269 fue llamado nuevamente a París para combatir a los antiaristotélicos. En esa época
redacto su obra principal, la Suma teológica, la indiscutible gran síntesis teológica y filosófica de la Edad
Media. Fue convocado al concilio de Lyon, de 1274, pero su salud, muy debilitada, no le permitió llegar.
Aquel mismo año murió en el monasterio cisterciense de Fossanova.
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(1) Fe y razón son autónomas, es decir, tiene cada una su propio campo de
estudio.
(2) Fe y razón a veces hablan de una misma verdad -por ejemplo de la existencia
de Dios-, es decir, que pueden tener el mismo objeto material. En ese caso, la
razón se acerca a la verdad por su camino propio que es el razonamiento, y
la fe por el suyo, que es la Revelación.
(3) La razón ayuda a la fe, le presta su aparato lingüístico (vocabulario), permite
entenderse con otros filósofos que no comparten la fe.
(4) La fe ayuda a la razón, propone nuevas verdades (por ejemplo, que “Dios es
Padre”, que “resucitaremos después de la muerte”, que “Dios es uno y tres”,
etc.); es fuente de conocimiento distinta.
(5) ¿Conflicto entre fe y razón? Si entre la fe y la razón surgiera un conflicto –si
una afirmara una verdad y la otra, otra- tendríamos:
- que se debe a un fallo de la razón; por tanto, si hubiera que optar por
fe o razón, la fe sería la preferida.
- que se debe a una insuficiente consideración de los datos de la fe.
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forma sola; pero aquello por lo cual una sustancia material o una sustancia inmaterial es
un ser real es la existencia, que está con la esencia en la relación del acto a la
potencialidad. Ningún ser finito existe necesariamente; el ser finito tiene o posee
existencia, que es distinta de la esencia2, como el acto es distinto de la potencialidad. La
existencia, pues, no es ni materia ni forma; no es ni una esencia ni parte de una esencia;
es el acto por el cual la esencia es o tiene ser.
Santo Tomás descubre en el corazón de todo ser finito una cierta inestabilidad,
una contingencia que apunta inmediatamente hacia la existencia de un Ser que es la
fuente de la existencia finita, el autor de la composición de esencia y existencia, y que no
puede estar a su vez compuesto de esencia y existencia, sino que debe tener existencia
como su verdadera esencia, es decir, existir necesariamente. Este descubrimiento de
santo Tomás (la existencia como algo necesario en un Ser del que emana todo lo real)
nos conduce directamente a pasar a desarrollar las pruebas de la existencia de Dios,
pues constituye una reformulación de la tercera de las vías.
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Distinta en tanto que en el ser finito la existencia no es necesaria (sólo contingente), y la esencia sí lo es
por definición, pues, como se ha dicho anteriormente, “la esencia de un ser corpóreo es la sustancia
compuesta de materia y forma”.
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agente; y como una serie infinita es imposible llegamos al fin a un motor inmóvil, y
todos entendemos que ese primer motor es Dios.
La segunda vía toma también su punto de partida en el mundo sensible, pero
esta vez en la causalidad. Nada puede ser la causa de sí mismo, porque, para serlo,
tendría que haber existido antes de sí mismo. Por otra parte, es imposible proceder al
infinito en la serie de las causas eficientes; así pues, debe haber una primera causa
eficiente, a la que todos los hombres llaman Dios.
La tercera prueba se basa en la existencia. Los seres empiezan a existir y
perecen, lo que muestra que pueden ser y no ser, que son contingentes, puesto que si
fueran necesarios siempre habrían existido, y ni empezarían a ser ni perecerían. Santo
Tomás arguye entonces que debe haber un ser necesario, el cual es la razón de que los
seres contingentes lleguen a existir. Si no hubiera un ser necesario, no existiría nada en
absoluto.
La cuarta prueba toma su punto de partida en los grados de perfección. Los
juicios comparativos de bondad, de verdad, etc., permiten afirmar cosas como “eso es
más bello que esto” o “este es más bueno que aquel”. Santo Tomás argumenta que los
grados de perfección implican necesariamente la existencia de un máximo verdadero, lo
cual será también el ser supremo.
La quinta vía se toma del gobierno del mundo. Vemos, en efecto, que los
cuerpos naturales obran por un fin. Por lo tanto, debe existir un ser inteligente que
dirige todas las cosas naturales a su fin, y a éste llamamos Dios.
2.5 Ética
Santo Tomás adoptó, en materia ética, un punto de vista similar al de
Aristóteles. Los únicos actos del hombre que caen propiamente dentro del campo de la
moral son los actos libres. Esos actos humanos proceden de la voluntad, y el objeto de la
voluntad es el bien.
Ahora bien, ¿cuál es el bien universal en concreto? No puede consistir en las
riquezas, por ejemplo, ya que éstas son simplemente un medio para un fin, mientras que
el bien universal es necesariamente fin último, y no puede ser a su vez un medio para un
fin ulterior. La perfecta felicidad, el fin último, no ha de buscarse en ninguna cosa
creada, sino solamente en Dios, el Bien supremo e infinito. Dios es el bien universal en
concreto, y aunque es el fin de todas las cosas, tanto de las criaturas racionales como de
las irracionales, únicamente las criaturas racionales pueden alcanzar ese bien último por
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vía de conocimiento y amor: solamente las criaturas racionales pueden llegar a la visión
de Dios, donde únicamente se encuentra la felicidad perfecta. La voluntad del hombre
desea necesariamente la felicidad, la beatitud, y, de hecho, esa beatitud solamente puede
encontrarse en la visión de Dios.
El fin último y la felicidad del hombre deben consistir, pues, en la visión de Dios
tal como Él es en sí mismo, en la visión de la esencia divina, una visión que nos ha sido
prometida en las Escrituras y por la que el hombre verá a Dios “cara a cara”. En esta
vida el hombre puede conocer que Dios existe, y puede alcanzar una noción de la
naturaleza de Dios, pero solamente en la vida futura puede conocer a Dios como es en
sí mismo, y ningún otro fin puede satisfacer plenamente al hombre.
La beatitud consistiría principalmente en el conocimiento natural y en el amor
natural de Dios tal como puede alcanzarse en esta vida (beatitud imperfecta) y como
puede alcanzarse en la vida futura (beatitud perfecta). Serán buenas aquellas acciones
que conducen al logro de la beatitud o son compatibles con ésta, mientras que serían
malas las acciones incompatibles con la beatitud (el conocimiento y el amor natural de
Dios). Todo acto humano individual, es decir, todo acto deliberado, o está de acuerdo
con el orden de la razón o está en desacuerdo, de modo que todo acto humano es bueno
o malo. Santo Tomás sigue a Aristóteles al tratar las virtudes morales o intelectuales
como hábitos, como cualidades o hábitos buenos de la mente, por los que el hombre
vive rectamente. El hábito virtuoso se forma mediante actos buenos, y facilita la
ejecución de actos subsiguientes para el mismo fin. La virtud moral consiste en un
término medio. El objeto de la virtud moral es asegurar o facilitar la conformidad a la
regla de la razón en la parte apetitiva del alma; pero esa conformidad implica que se
eviten los extremos del exceso y del defecto.
La regla de la medida de los actos humanos es la razón, porque es a la razón a
quien corresponde dirigir la actividad del hombre hacia su fin. Como ser racional, el
hombre puede formular ciertas normas de conducta de acuerdo con las exigencias de su
propia naturaleza. El contenido de la ley natural se deduce del repertorio de tres
inclinaciones de la naturaleza del hombre:
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sustancia, pertenece a la ley positiva todo aquello que ayuda a la
conservación de la vida humana e impide su destrucción.
(2) Encontramos en el ser humano una inclinación, en tanto que
animal, por la cual tiende a procrear, es decir, a conservar la
existencia de su especie. De esta tendencia cabe deducir ciertas
normas de conducta relativas a la consecución del fin de la
procreación y cuidados de los hijos.
(3) También hallamos en el ser humano, en tanto que ser racional, la
capacidad reflexiva y la tendencia a buscar la verdad acerca de Dios
y a vivir en sociedad. Y según esto, pertenece a la ley positiva todo lo
que atañe a esta inclinación, como evitar la ignorancia y respetar a
los conciudadanos.
La ley natural impone estos tres principios; la ley positiva, aquel código
legislativo formulado por el ser humano para posibilitar la vida en sociedad, es una
exigencia de la ley natural, al tiempo que constituye una prolongación de la misma, pues
su contenido (de la ley positiva) viene a concretar las normas naturales. Finalmente, las
exigencias de la ley natural deben ser respetadas por la legislación positiva, pues aquella
constituye el marco que señala los límites dentro de los cuales ha de organizarse
moralmente la convivencia humana.
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como tal, pero quiso que la naturaleza llevase consigo la capacidad de sufrir. La
respuesta filosófica de santo Tomás al problema del mal en su relación a Dios puede
resumirse en dos afirmaciones: primera, que Dios no quiso el mal moral en ningún
sentido, sino solamente lo permitió en razón de un bien mayor que el que podía
alcanzarse impidiendo aquél, es decir, no haciendo al hombre libre, y segunda, que
aunque Dios no quiso el mal físico por razón del mismo, puede decirse que quiso ciertos
males físicos en provecho de la perfección del orden del universo, como la capacidad de
sufrir del hombre.
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paz, la economía, la defensa, los tribunales de justicia, etc., y el gobierno que asegure
esas cosas.
El fin de la Iglesia es sobrenatural, más elevado que el del Estado. La Iglesia es
una sociedad superior al Estado. De algún modo, aquél debe supeditarse a ésta, en
cuanto que no impida lograr su fin. El gobierno del Estado debe facilitar al hombre la
posibilidad de conseguir su fin sobrenatural.
Es algo parecido al tema fe-razón. La razón posee su propio campo, pero debe
estar supeditada a la fe. El Estado tiene su propia esfera, pero de algún modo debe estar
supeditado a la Iglesia.
En las relaciones entre el individuo y el Estado Tomás mantiene que la parte se
ordena al todo, y, puesto que el individuo es parte, las leyes del Estado deben ordenarse
al todo, al bien común. De alguna manera, el hombre, la parte, está subordinada al
todo, estado.
Así, arguye que es justo que la autoridad pública condene a muerte a un
ciudadano por crímenes graves, porque el ciudadano se ordena a la comunidad.
La soberanía del Estado no es absoluta, sino que está limitada:
(1) Por la ley natural: el legislador y el soberano tienen que aplicar y concretar la
ley natural, porque los preceptos naturales son muy generales. Pero nunca puede ir en
contra de una ley natural, porque la autoridad proviene de Dios y Dios es el autor de la
ley natural.
(2) Por el bien común: una ley puede ser injusta si va contra el bien común (por
fines egoístas del legislador). Entonces los súbditos no tienen obligación de cumplirla; es
más, es lícito desobedecerles porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
(3) La autoridad viene dada por Dios al pueblo, y éste es el que la delega en el
gobernante.
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