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¿Cuál era la verdadera apariencia del Señor Jesús? ¿De qué
color era su piel? ¿Cuál era su constitución física? ¿Tenía
barba o no? ¿Tenía el cabello largo o corto? ¿Le rodeaba un
aura de santidad y reposada quietud? ¿Tenía rasgos
distintivos o podía pasar desapercibido entre los demás?

A lo largo de la historia, tanto artistas como historiadores


han tenido opiniones encontradas con respecto a la
apariencia de Jesús de Nazaret. Pero también siempre hemos
contado con datos fiables en las narraciones de aquellos que
vivieron con él en el siglo I, las cuales consignaron en los
documentos del Nuevo Testamento, específicamente en los
Evangelios.
Pero el problema del aspecto de Jesús se vuelve
secundario frente a otro más importante como el de cuál era
su verdadera identidad. Y es que no es para menos, pues la
gente estaba confundida con respecto a ello y tenían varias
suposiciones. Jesús mismo pregunto: “¿Quién dice la gente
que soy yo?” (Lucas 9:18). Y a más de dos mil años, las
preguntas siguen vigentes: ¿Cómo era Jesús de Nazaret? ¿Qué
papel desempeñó en los planes de Dios para el mundo? ¿Se
cumplió su misión? ¿Cómo es él en la actualidad? ¿Dónde se
encuentra hoy? ¿Qué repercusiones ha tenido su mensaje en

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la historia humana? ¿Quién es Jesús para cada uno de
nosotros?
En esta monografía daremos respuestas a estas y otras
preguntas que la gente hace con respecto a la apariencia de
la persona histórica del Señor Jesucristo. Quédense con
nosotros…

A. LA APARIENCIA FÍSICA DE JESÚS

Las diferencias que observamos en la iconografía de Cristo


dependen de varios factores importantes resultado del
testimonio de los historiadores laicos que han escrito sobre
la apariencia de Jesús.
Dos de estos factores son:

1) La cultura de los países donde se han realizado las


obras de arte.
2) La época histórica en las que se llevaron a cabo.

Además de esto, las creencias religiosas de los artistas y


de sus clientes influyeron determinantemente en las
representaciones pictóricas que hicieron de Jesús. Cuando
estudiamos la historia del arte nos damos cuenta de que los
grandes maestros como Miguel Ángel, Rembrandt, Rubens o
El Greco se interesaron mucho por las características
corporales de Jesucristo. Aunque sus obras están cargadas
de simbolismo y misticismo, no obstante, han moldeado
grandemente la imagen que el público en general se ha hecho
de la fisonomía de Jesús.

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B. LA VOZ DE LOS HISTORIADORES.

Antes del emperador romano Constantino (280-337 d. C.), a


Jesús se le representaba como joven “Buen Pastor” de
cabello recortado, o bien de cabello largo y rizado. El libro
Art Through de Ages dice que:

“El tema del Buen Pastor se remonta, por vía del arte
griego arcaico [pagano, por supuesto], a Egipto, si bien
se convierte en el símbolo del fiel protector de la grey
cristiana [...] Jesús podía identificarse con los dioses
conocidos del mundo mediterráneo, en parte con Helios
(Apolo), el dios del Sol, o, en su versión occidental
romana, el Sol Invictus (Sol invicto)”.

Sin embargo, esta representación juvenil no fue muy


duradera. En su libro Christian Iconography, Adolph Didron,
dice que…

“La figura de Cristo, en sus inicios, juvenil, envejece de


siglo en siglo (...) en consonancia con la mayoría de edad
del Cristianismo”.

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Una carta del s. XIII, que pretende ser una carta que
dirige un tal Publio Léntulo a un senador romano, contiene
una descripción del físico de Jesús en la que se dice que tenía:

“Cabellos color avellana [es decir castaño] claro, lisos


hasta las orejas, luego rizados y con reflejos azulados y
brillantes, sueltos sobre los hombros, y partidos en
medio de la cabeza [...], barba abundante, del mismo
tono que el cabello, un poco larga, y un tanto partida
en medio del mentón [...] con ojos verdes [...] claros.”

Este retrato ficticio influyó en multitud de artistas


posteriores. No obstante, como lo reconoce la Nueva
Enciclopedia Católica, “cada época creó el tipo de Cristo que
deseaba”. Pero también lo hizo cada raza, y cada vertiente
religiosa. El arte religioso de las misiones en África, América
y Asia representa al Cristo occidental de pelo largo, aunque
a veces, según comenta esta Enciclopedia, se añadieron
“rasgos autóctonos” a su apariencia.

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La vertiente protestante también ha influido en la
iconografía del Cristo. En su libro Cristo y los apóstoles: Las
formas cambiantes de la imaginería religiosa, F. M. Godfrey
señala lo siguiente:

“El Cristo trágico de Rembrandt emana del espíritu


protestante; aparece pesaroso, cadavérico, severo, [...] a
imagen del alma protestante, introvertida y sacrificada.
[Estos aspectos se reflejan en] la delgadez de su cuerpo,
la renunciación de la carne, la ‘humildad, el patetismo
y la solemnidad’ conque [Rembrandt] concebía la
epopeya cristiana”.

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Sin embargo, veremos enseguida que la imagen de un
Cristo endeble, afeminado, melancólico y de largos y rubios
cabellos que suelen presentar las obras artísticas y religiosas
no se corresponde con la imagen de Jesús que nos brindan
las Escrituras.

C. LA APARIENCIA DE JESUS SEGUN EL NT

Veamos brevemente lo que las Sagradas Escrituras Cristianas


nos dicen acerca de la apariencia del Maestro:

1. Considerando que el Nuevo Testamento llama a Jesús


el “Cordero de Dios”, entonces no tan solo no debió tener
defecto alguno, sino que debió ser bien parecido:

El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo:


He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo. (Juan 1:29)

Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo,


inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y
hecho más sublime que los cielos. (Hebreos 7:26)

2. Sin duda, no siempre tuvo ese aire melancólico con el


que se le suele representar en el arte popular. Aunque es
verdad que padeció muchas aflicciones, su carácter en
condiciones normales reflejaría el gozo espiritual y la
felicidad que resultan de una perfecta relación con Dios:

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En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu,
y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y
entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre,
porque así te agradó. (Lucas 10:21)

…el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen


misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas
con la palabra de su poder, habiendo efectuado la
purificación de nuestros pecados por medio de sí
mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las
alturas. (Hebreos 1:3)

3. En cuanto a la longitud del cabello, sabemos que los


únicos que voluntariamente no se recortaban el pelo ni
bebían vino eran los nazareos. Puesto que Cristo no era
nazareo (como sí lo era su primo Juan el bautista (Lucas
1:15), debió llevar el cabello corto, como todo varón judío
(ver Números 6:2-7):

La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es


deshonroso dejarse crecer el cabello? (1ª Corintios
11:14)

También bebía vino con moderación cuando estaba


acompañado, lo que respalda la idea de que no era una
persona adusta:

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Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís:
“Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo
de publicanos y de pecadores”. (Lucas 7:34)

Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las


llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y
llevadlo al maestresala. (Juan 2:1-11)

Y es patente que tenía barba, como lo atestigua una


profecía referente a sus padecimientos:

Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que


me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias
y de esputos. (Isaías 50:6)

4. Su tez y fisonomía serían semíticas, pues Dios habría


preparado su cuerpo para vivir en el contexto de una familia
y una comunidad judía, como José y María, sus padres
adoptivos, y el resto de sus hermanos, cuyos antepasados
también eran judíos, descendientes de los hebreos. Debió
haber tenido, pues, la tez y los rasgos de un judío típico:

Por lo cual, entrando en el mundo dice: […] Mas me


preparaste cuerpo. (Hebreos 10:5)

5. El Nuevo Testamento también parece darnos a


entender que no se observaban grandes diferencias físicas
entre Jesús y los apóstoles, pues a la hora de traicionarlo,
Judas tuvo que besarlo para que sus enemigos lo pudieran
identificar. Como vemos, podía pasar inadvertido entre las

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multitudes. Y así lo hizo al menos en una ocasión, cuando
viajó de incógnito desde Galilea hasta Jerusalén.

Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al


que yo besare, ese es; prendedle, y llevadle con
seguridad. (Marcos 14:44)

Pero después que sus hermanos habían subido,


entonces él también subió a la fiesta, no abiertamente,
sino como en secreto. Y le buscaban los judíos en la
fiesta, y decían: ¿Dónde está aquel? (Juan 7:10,11)

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D. JESÚS NO FUE DE CONSTITUCIÓN DÉBIL

Hay algunos que han deducido que Cristo debió de ser de


constitución débil. Esto lo creen porque, por un lado, hubo
que ayudarle a cargar con la pesada cruz. Además, de los tres
hombres que colgaban de cruces, él fue el primero en morir.

Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que


venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que
la llevase tras Jesús. (Lucas 23:26)

Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al


primero, y asimismo al otro que había sido crucificado
con él. Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya
muerto, no le quebraron las piernas. (Juan 19:17,32,33)

Pero en desacuerdo con esta idea, la Biblia no indica que


fuera endeble ni afeminado. Al contrario, señala que, ya de
joven, “crecía y se fortalecía” (Lucas 2:40,52). La mayor parte
de sus más de 30 años de vida la dedicó a la carpintería,
oficio que no hubiera sido el indicado para alguno de
complexión débil, máxime cuando no se contaba con la ayuda
de la maquinaria y las poderosas herramientas eléctricas
modernas (Marcos 6:3). También expulsó del templo a las
reses, las ovejas y los cambistas, a quienes además les volcó
las mesas (Juan 2:14,15). Estas acciones también nos hablan
de un Jesús fuerte, varonil y de carácter.
Durante sus tres años de ministerio público caminó
cientos de kilómetros en su labor evangelística. Sin embargo,
no leemos ni una vez que los discípulos le hayan

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recomendado que descansara un poco para que no se fuera a
desmayar. En vez de eso, hallamos que fue Jesús quien les
dijo a ellos (algunos rudos pescadores): “Vengan conmigo
ustedes solos a un lugar tranquilo y descansen un poco”
(Marcos 6:31).
“Todos los relatos evangélicos indican [que Jesús] gozaba
de una magnífica salud física”, dice la Enciclopedia de
M´Clintock y Strong, pero, aunque haya sido así, aún
prevalece la pregunta, ¿por qué tuvieron que ayudarle a llevar
la cruz y porqué murió antes que los otros dos quienes
padecían el mismo tormento?
Un factor primordial fue la terrible angustia que sufrió.
Al aproximarse su ejecución, dijo: “tengo que pasar por la
prueba de un bautismo y ¡cuánta angustia siento hasta que se
cumpla!” (Lucas 12:50). Esta angustia terminó convirtiéndose
en “agonía” en su última noche: “Estando en agonía, oraba
más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de
sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). Jesús estaba
siendo totalmente consciente de que la oportunidad de que
millones de seres humanos pudieran ser rescatados de este
mundo cárcel dependía solamente de que él se mantuviera
íntegro y lúcido hasta la crucifixión.
¿Se imaginan qué responsabilidad tan abrumadora? Pero
¿por qué?
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo
unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino
que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él” (Juan
3:16,17).

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“Muchos se asombraron de él, pues tenía desfigurado el
semblante; ¡nada de humano tenía su aspecto! [...]
Despreciado y rechazado por los hombres, varón de
dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban
mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos.
Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y
soportó nuestros dolores, pero nosotros lo
consideramos herido, golpeado por Dios y humillado. Él
fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por
nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio
de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno
seguía su propio camino, pero el Señor hizo recaer
sobre él la iniquidad de todos nosotros” (Isaías 52:14,
53:3-6).

“Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse


maldición por nosotros, pues está escrito: ‘Maldito todo
el que es colgado de un madero’” (Gálatas 3:13).

Después de haber sido traicionado, padeció una agresión


tras otra. En un juicio falso que se celebró a altas horas de
la noche, las principales autoridades del país le escarnecieron,
le escupieron y le dieron puñetazos. A fin de darle un aire de
legitimidad a aquel proceso judicial nocturno e irregular, se
celebró otro a primeras horas de la mañana, en el cual lo
interrogó Pilatos; otro tanto hizo después Herodes, quien, al
igual que sus soldados, hizo mofa de él. Tras esto, volvió a
manos de Pilatos, quien finalmente lo hizo flagelar.

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E. LA FLAGELACIÓN ROMANA

La flagelación romana no se limitaba a simples azotes. La


revista The Journal of the American Medical Association la
describe así:

“El instrumento habitual era un látigo corto [...] con


varias tiras de cuero sueltas o trenzadas, de diversa
longitud, que tenían atadas a intervalos bolitas de
hierro o pedazos cortantes de hueso de oveja [...]
Cuando los soldados romanos flagelaban la espalda de
la víctima con todas sus fuerzas, las bolas de hierro le
ocasionaban contusiones profundas, y tanto las tiras de
cuero como los huesos de oveja le desgarraban la piel
y los tejidos subcutáneos. Durante el proceso de la
flagelación, las laceraciones llegaban hasta los músculos
esqueléticos subyacentes y formaban tiras temblorosas
de carne sangrante [...] Las agresiones físicas y psíquicas
por parte de judíos y romanos, así como la falta de
comida, agua y sueño, también contribuyeron a su
debilidad general. Así pues, ya antes de la crucifixión,
el estado físico de Jesús era como mínimo grave y
posiblemente crítico”.

Es obvio, pues, que Cristo habría ido perdiendo las


energías mucho antes de desplomarse bajo el peso de su
propia cruz. No obstante, “por el gozo que le esperaba,
soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella
significaba” (Hebreos 12:2, 3).

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F. LA IMPORTANCIA DE LA APARIENCIA EXTERNA
DE JESÚS

Tanto el retrato apócrifo que hizo el citado Léntulo en su


carta como las obras de los grandes artistas de otros siglos o
los vitrales modernos, indican que a la Cristiandad le
apasiona todo lo que cautive las miradas. Como dijo el
arzobispo de Turín, custodio de la polémica Sábana Santa:
“Debe preservarse el excepcional poder evocador de la
imagen de Jesucristo”.
Pero no deja de ser curioso que las Sagradas Escrituras
omiten deliberadamente dichos detalles ‘evocadores’ de su
figura. ¿Por qué? Porque fácilmente distraería la atención de
lo que significa la vida eterna: el conocimiento de la Palabra
de Dios (Juan 17:3). El propio Jesús, nuestro modelo, no
miraba ni consideraba importante la apariencia exterior de
la gente.

Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos,


diciendo: Maestro, sabemos que eres amante de la
verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y
que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia
de los hombres. (Mateo 22:16)

Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo que


hayan sido en otro tiempo nada me importa; Dios no
hace acepción de personas), a mí, pues, los de
reputación nada nuevo me comunicaron. (Gálatas 2:6)

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Así pues, el hacer hincapié en la imagen de Jesús, cuando
no hay ninguna mención de ella en los Evangelios canónicos,
es ir en contra de estos.

“Por una fe inteligente...”

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