Examinábamos la semana pasada los relatos de la pasión del Nuevo Testamento.
Vimos que había añadidos, supresiones y contradicciones en estos relatos centrales en nuestra tradición. y planteamos las preguntas inevitables: ¿hasta qué punto pueden ser exactas estas narraciones si no concuerdan unas con otras? Esta semana profundizaremos en estos textos. Los relatos de la pasión no se incorporaron a la tradición cristiana hasta los años 70, cuando Marcos, cuya obra fechamos en el año 72 dC, escribió el primer evangelio. Antes de Marcos, ya vimos que sólo teníamos una línea sobre la crucifixión, en Pablo, y que esta no incluía ningún elemento narrativo: “Murió por nuestros pecados, según las Escrituras” (I Cor 15, 3). Pablo escribió esta epístola en torno al año 54 dC, de modo que los años que lo separan del hecho que menciona son 24. Pablo no mencionó nunca ningún personaje de la pasión, como Judas, Caifás, Pilato, los ladrones crucificados con Jesús o José de Arimatea. ¿Sabía Pablo de la existencia estos personajes y de su papel en el relato y aun así no los mencionó, o es que nunca oyó hablar de ellos ni de los relatos donde aparecen porque aún no se habían creado? Tengamos presente esta pregunta conforme avancemos en nuestro estudio. Los relatos de la pasión en Marcos, Mateo y Lucas dan cuenta, todos ellos, del contenido de la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní. ¿Se han preguntado ustedes por qué los que escribieron estas narraciones tenían la misma información? Jesús estaba solo en ese momento y no pudo compartir sus palabras con sus discípulos ya que lo capturaron casi inmediatamente después y se lo llevaron. En la sección que narra la comparecencia ante el Sanedrín, Jesús está solo ante sus acusadores y, aun así, los evangelistas citan las palabras que los sumos sacerdotes y los ancianos dirigen a Jesús, así como sus respuestas. ¿Quién recogió aquellos diálogos? Esa información, ¿procedía de alguno de los acusadores? Después, se nos cuenta lo que la multitud, y los que pasaban por allí, decían a Jesús cuando ya estaba en la cruz, así como lo que él les respondió. También se nos cuenta lo que hicieron los soldados con Jesús y lo que le dijeron. Lucas nos cuenta lo que los dos ladrones dijeron a Jesús y lo que éste les respondió. ¿Quién tomaba nota? ¿Quién fue la fuente de esta información? Vayamos a los textos en busca de pistas. Pero los textos no sólo no dicen nada de las posibles fuentes sino que dan por supuesto que Jesús murió solo. Se dice, primero en Marcos y después en Mateo (que lo copia casi literalmente), que “todos” los discípulos (y reparen, por favor, en este “todos”) lo abandonaron y huyeron cuando la guardia, acompañada por la turba, prende a Jesús. Los tres primeros evangelios no dicen nada de que algún discípulo estuviese junto a la cruz probablemente porque no estuvieron allí. La primera vez que uno de los doce aparece junto a la cruz es en el Cuarto Evangelio; es “el discípulo al que Jesús amaba”, una denominación que no había aparecido nunca antes de que se escribiera el evangelio de Juan, y esto fue unos 65 o 70 años después de la crucifixión (¡!). ¿Por qué tuvo que transcurrir tanto tiempo hasta que una tradición sugiriese que al menos uno de los discípulos estuvo allí? Las evidencias apuntan abrumadoramente a la posibilidad de que ninguno de ellos estuviese presente y de que Jesús muriese en soledad.