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Dedico este libro a una preciosa niña de dos años y medio,
Kailey Grace Dyck, a quien perdimos demasiado temprano
en la vida. Kailey era inteligente, cariñosa y, en general, era
un placer tenerla cerca. Te amamos, Kailey, y esperamos
verte nuevamente en el cielo.
Reconocimientos 9
Introducción 15
Primero lo primero 19
CAPÍTULO 5: “¡Vamos!” 75
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Wells, quien siempre ha sido un estímulo constante para mí y cuya
confirmación de la Palabra del Señor para ir a África se convirtió en
mi invitación.
Por último, pero no menos importante, me gustaría agradecer a
Jocelyn Drozda, quien jugó un papel decisivo en la finalización de este
libro con sus horas de edición y comentarios. Su disposición a dedicar
su tiempo a este proyecto cuando yo insertaba un cambio de último
momento o agregaba un capítulo después de regresar de un viaje
misionero, hizo que escribir este libro fuera mucho más fácil. Con la
inspiración del Espíritu Santo, escribió las poderosas oraciones al final
de cada capítulo. La recomendaría ampliamente como editora y más
aún como amiga.
Todo lo mejor,
JEFF BARNHARDT
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Prólogo
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nuestro teléfono celular. No estoy seguro quién estaba más
emocionado, si Jeff, yo, o el hombre que fue sanado.
Este libro está lleno de historias como ésta y Jeff compartirá
contigo su propio viaje que lo llevó de la tragedia a la fe y la
liberación del poder de Dios. Este libro no te dará todas las
respuestas y, de hecho, puede provocar aún más preguntas, pero
creo que se convertirá en un santo irritante en tu vida. Oro para
que te provoque a creer en Dios y te brinde una plataforma para
lanzarte con mayor fe en tu propia vida. ¡Dios quiere mostrar su
poder milagroso a través de ti! ¡Prepárate para ser desafiado y
prepárate para comenzar ya!
Joel Wells
Pastor principal
Harvest City Church
Regina, Sk. Canadá
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Introducción
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Todavía estoy asombrado, pero muy agradecido, de que Dios
haya elegido a un ex escéptico con discapacidad visual como yo,
para presenciar tantos milagros increíbles. Mis propias
inseguridades y mi sensación de insignificancia me detuvieron
demasiado tiempo. Soy la persona más improbable que Dios haya
podido usar, ¡pero lo hizo! Este hecho es lo que hace que este libro
sea tan poderoso. La maravillosa noticia es que Dios no hace
acepción de personas; no importa quién seas tú; Él también hará
milagros en tu vida y a través de ella.
En este libro, el Espíritu Santo y yo te llevaremos en un viaje
a través de siete increíbles milagros de la vida real, junto con siete
poderosas oraciones que te equiparán para alcanzar milagros en
tu propia vida. No se trata de aplicar algún sistema mágico para
ver suceder milagros; se trata de derribar las barreras que los
obstaculizan. Quizás creas que Dios no necesita personas para
realizar milagros; Él es soberano y puede realizarlas a voluntad.
Esto es cierto, pero la Biblia afirma que Jesús no realizó muchos
milagros en Nazaret debido a su falta de fe (Mateo 13:58). Hay
absolutamente, por elección soberana de Dios, una participación
humana en la obra de los milagros. Nosotros no hacemos
milagros, Dios sí, pero definitivamente podemos ser un conducto
para que eso suceda.
Los hechos relativos a los milagros presentados aquí son
ciertos, aunque algunos nombres han sido cambiados o excluidos
para proteger la identidad de quienes se encuentran en situaciones
vulnerables. Los eventos milagrosos van desde transformaciones
de vida hasta curaciones físicas. Siento una gran reverencia por
los milagros y, por lo tanto, no me interesan los que son falsos. Si
eres cínico como lo fui yo y te gustaría ver alguna prueba de ellos,
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varios de estos milagros han sido grabados en vídeo y se pueden
ver en mi sitio web en www.jeffbarnhardt.com.
Mi oración es que este libro no sólo te anime a creer en tus
propios milagros, sino que también te capacite para orar para que
otros reciban los suyos. Si eres como yo, que solo crees con tu
cerebro en los milagros, pero no con tu corazón, oro para que este
libro te ayude a pasar del conocimiento mental a la experiencia
del corazón. Mi esperanza es que ustedes no tengan que vivir
como yo por tanto tiempo, con apariencia de piedad, pero
negando su poder. Al final de cada capítulo, me uno a ti en
oración para ayudarte a superar las barreras comunes y poder
desencadenar milagros en tu vida. El libro termina con una
oración de comisión para activar tanto el don de la fe como la obra
de milagros a través de ti. ¡Mi oración es que mientras lees y oras,
tu corazón se conmueva para creer y desatar el poder milagroso
de Dios!
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Primero lo primero
ORACIÓN:
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CAPÍTULO UNO:
Nuestra herencia
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DIOS AMA REALIZAR MILAGROS A TRAVES DE SU
PUEBLO; tanto que pagó el precio último—sacrificar a Su Hijo—
para hacer esto posible. Pero antes de que Jesús fuera a la cruz, Él
ejemplificó para nosotros cómo caminar en el poder milagroso de
Dios. Realizó innumerables milagros, de naturaleza muy diversa;
desde los de provisión—la alimentación de los 5000, hasta
milagros de curación, como ojos ciegos que se abrían y cojos que
caminaban. Y dentro de esta diversidad de milagros, cada relato
ilustra las formas nuevas y creativas en que Él los realizó.
Estos milagros demuestran efectivamente que Dios usará a
cada individuo de una manera única en todos los aspectos de
nuestra vida de fe, pero especialmente en la realización de
milagros. Aunque muchos de nosotros creemos fácilmente que
Jesús, como Hijo de Dios, puede, por supuesto, obrar milagros,
podemos ser reacios a creer que la gente común puede hacer lo
mismo. Sin embargo, Jesús dijo explícitamente que haremos las
mismas cosas que Él hizo, e incluso mayores (Juan 14:12). Para
comprender completamente cómo es esto posible, debemos
empezar por la obra terminada de la cruz.
El nombre de Jesús significa salvar, que es precisamente lo que
se consiguió con su muerte en la cruz: todo el que crea con su
corazón y confiese con su boca que Jesucristo es el Señor, será
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salvo (Romanos 10:9). En griego, la palabra salvado es “sózó”.
Según la Concordancia en línea de Strong, sózó significa salvar,
librar, proteger, curar, preservar, hacer bien y ser sanado (4982).
Cuando Jesús murió en la cruz para para salvarnos, pagó el precio
de nuestra entrada al Cielo, y para sanarnos. Esto nos permite
vivir una vida próspera, llena de poder, mientras aún vivimos en
la tierra.
Para vivir esta vida de poder, primero debemos entender que
sólo por la fe, a través de la gracia, que podemos recibir el don de
la salvación. “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción
de lo que no se ve” (Hebreos 11:1), y las buenas noticias son que
Dios ha dado a cada persona una medida de fe (Romanos 12:3).
Entonces podemos aplicar esta medida de fe, por medio de la
gracia, para recibir nuestro don gratuito de la salvación. La gracia
es, en primer lugar, el favor inmerecido de Dios. Romanos 3:23 nos
dice que todos estamos destituidos de la gloria de Dios, y es sólo
a través de Su gracia, Su favor inmerecido, que nos ha elegido.
Pero la gracia también es también el poder de Dios que obra a
través de nosotros para ayudarnos a lograr las cosas que Él nos ha
llamado a hacer en esta tierra. En Hebreos 10:29, las diferentes
traducciones de la Biblia intercambian el término el Espíritu de
Gracia, y el Espíritu Santo. El Espíritu Santo—el Espíritu de
Gracia—es parte del don que recibimos al ser salvos. Cuando
recibimos a Cristo, el Espíritu Santo se une con nuestro propio
espíritu, ayudando a llevarnos a la salvación.
Antes de ascender al Cielo, Jesús dijo a sus discípulos que
tenía que irse para que viniera Uno mayor que Él (Juan 16:7).
Aquel a quien Jesús se refería es el Espíritu Santo, el poder de Dios
en la tierra hoy. Inmediatamente después de darles a los discípulos
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la Gran Comisión en Mateo 28, Jesús les pidió que no
abandonaran Jerusalén hasta que recibieran este don prometido
del Espíritu Santo. El hecho de que no serían enviados hasta
entonces, indica que también nosotros requerimos del Espíritu
Santo y Su poder para cumplir esa misma comisión. Las palabras
de Jesús de que Juan bautizó en agua, pero ellos serían bautizados
en el Espíritu Santo, atestiguan una diferencia entre la llenura del
Espíritu Santo en el momento de la salvación, y el bautismo del
Espíritu Santo.
La explicación más informativa que he escuchado sobre este
concepto es la siguiente: cuando bebes un vaso de agua, esa agua
ahora está dentro de ti. Si vas al océano y te lanzas, tú estarás dentro
del agua. Tras la salvación, se te da de beber del Espíritu Santo.
Con el bautismo del Espíritu Santo, la bebida se derrama desde
dentro de ti, rodeándote completamente con el agua. El trago
inicial del Espíritu Santo produce la vida de Jesús en ti. El
bautismo del Espíritu que brota de ti reproduce el ministerio de
Jesús a través de ti. Por lo tanto, aunque hayas recibido la
salvación, el bautismo del Espíritu Santo es imperativo. ¡La buena
noticia es que este es un regalo prometido del Señor, disponible
para todos los creyentes!
Efesios 1:14 nos dice que el Espíritu Santo es un depósito de
la herencia que el Padre tiene para nosotros. Por lo tanto, como
creyentes en Cristo, coherederos con él de esta herencia, tenemos
derecho al increíble poder del Espíritu Santo que se manifiesta en
los nueve dones espirituales. Estos regalos son sólo eso: regalos.
La Biblia dice que Dios nos los da gratuitamente y sin
arrepentimiento (1 Corintios 2:12, Romanos 11:29). Se
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proporcionan al cuerpo de Cristo con el propósito de expandir el
Reino de Dios en la tierra.
Uno de estos dones espirituales es la realización de milagros.
Por lo tanto, si el Espíritu Santo está en la tierra con estos nueve
increíbles dones espirituales disponibles para todo el cuerpo, ¿por
qué no todos los creyentes caminan en este poder milagroso? Es
simplemente porque nosotros, como parte del cuerpo de Cristo,
no entendemos nuestra identidad y autoridad en Jesús.
Poseemos una apariencia de piedad, pero negamos su poder.
No permitimos que el poder del Espíritu Santo fluya a través de
nosotros. Oramos, rogando a Dios que nos sane a nosotros o a
quienes nos rodean. Clamamos con oraciones largas y fuertes,
intentando convencer a Dios de que provea para nuestras
necesidades. Sin embargo, pasamos por alto la verdad de que el
Padre ya nos ha provisto una gran herencia; una herencia tan
grande que no sólo proporciona lo suficiente para satisfacer todas
nuestras necesidades físicas, emocionales, mentales y espirituales,
sino también lo suficientemente inmensa como para satisfacer las
necesidades del mundo entero. Nuestro Padre tiene recursos
ilimitados puestos a tu disposición a través de Jesús y el Espíritu
Santo. A cada seguidor de Cristo se le ha dado una llave del Padre
para acceder a esta asombrosa herencia.
Lamentablemente, muchos creyentes en la actualidad
adoptan una mentalidad finita, creyendo que la potencia y los
recursos de Dios son escasos y no hay suficiente para todos.
Quizás crean que Él sólo usa personas especiales para obrar
milagros y para la expansión de Su Reino. Sin embargo, la Biblia
dice claramente que todos debemos desear dones espirituales (1
Corintios 14:1). Dios no hace acepción de personas; no muestra
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parcialidad (Hechos 10:34). Si eres creyente, Él quiere
proporcionarte los recursos necesarios y desea fervientemente que
Su poder milagroso fluya a través de ti. La verdad es que Él es un
Dios de gran abundancia y tiene más que suficiente para todos.
Dios es un buen Padre y nos da cosas buenas. Y si el Espíritu
Santo y Su poder es sólo un adelanto de nuestra herencia ¡guau!
¿Cuánto más queda por venir?
Pensemos por un momento en esta herencia del Espíritu
Santo en términos concretos. Pasar por la vida como creyente sin
recibir la plenitud de tu salvación, que incluye el poder del Espíritu
Santo, es como recibir un auto de regalo de tu amoroso Padre,
completo y con un suministro ilimitado de gasolina y la llave de
acceso, ¡pero sin intentar jamás encender el motor! Tu salvación
en Cristo representa el vehículo. El Espíritu Santo representa el
gas que lo impulsa hacia adelante. Pero es necesario utilizar la
llave para acceder a ella, que es la fe. Si nunca usas la llave para
arrancar el auto, nunca experimentarás la increíble alegría del
regalo, ni su función prevista. Aunque el automóvil es una
bendición increíble en sí mismo, sin la llave y el combustible no
irás a ninguna parte, por lo que no lograrás un impacto total no
solo en tu vida, sino tampoco en la vida de quienes te rodean.
Del otro lado de la ecuación, el diablo no quiere que
conozcamos nuestra identidad en Cristo, ni el poder de la herencia
que se nos ha dado a través del Espíritu Santo. Él está más que
feliz manteniéndonos pidiéndole a Dios cosas que Él ya nos ha
dado. A decir verdad, si estamos tan ocupados en pedir
continuamente algo, se nos estará impidiendo actuar en
consecuencia sobre ello. Sin embargo, debemos entender que es
completamente apropiado pedirle a Dios que actúe a nuestro
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favor en nuestras circunstancias y situaciones individuales. Pedir
sabiduría, guía y que Dios luche por nosotros, es bíblico. Después
de todo, estamos en una guerra espiritual. Pero debemos aprender
a orar desde la posición correcta; la posición de autoridad.
Efesios 2:6 nos dice que estamos sentados en lugares
celestiales con Cristo Jesús. Este asiento celestial es de autoridad
y dominio; uno que está sobre todas las cosas, tanto del Cielo
como de la tierra. Debemos orar en el nombre de Jesús, ejerciendo
fe, creyendo que Él es recompensador de los que diligentemente
lo buscan (Hebreos 11:6). Debemos orar, creyendo que
recibiremos aquello por lo que aspiramos. La Primera Carta de
Pedro (2:24) nos dice, de hecho, que ya hemos sido sanados por
las llagas de Jesús. Siempre es Su voluntad que todos sean
sanados, asunto que fue resuelto por la cruz. No se sugiere que
podríamos estarlo o que lo estaremos, sino que ya estamos curados.
No olvide que cuando Jesús murió, nos trajo salvación, es decir,
plenitud, que incluye completa salud espiritual, emocional,
mental y física.
Al principio de mi caminar cristiano, esto planteó un gran
dilema personal. Si supuestamente ya estaba curado, ¿por qué
todavía no podía ver? Si se supone que las personas ya están
sanadas, ¿por qué necesitamos orar por ellas? La realidad es que,
cuando Adán y Eva eligieron participar del Fruto del Árbol del
conocimiento del bien y del mal en el jardín, le dieron al diablo
dominio y autoridad sobre la tierra. El resultado fue que la tierra,
ahora en su estado caído, comenzó a experimentan deterioro,
incluyendo enfermedad, dolencia y muerte.
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A través de Su misericordia y gracia, el Padre ya había
planeado una manera de rectificar este estado caído. Efesios 1
explica que fue Su plan desde el principio de los tiempos
traernos a pertenecer a Su familia a través de Jesucristo.
Cuando Jesús murió en la cruz, fue al infierno y derrotó al
diablo, recuperando toda autoridad. Luego ascendió al cielo y
envió al Espíritu Santo para que fuera Su poder en la tierra.
Cuando aceptamos a Jesús como Señor de nuestra vida,
adquirimos esta autoridad y poseemos el dominio sobre la
tierra, a través de Cristo.
Por lo tanto, es tarea del creyente ejercer esta autoridad y
hacer cumplir el dominio de Cristo en toda la tierra. Para
comprender a fondo cómo se puede lograr esto, explorémoslo
por otra vía. Imagínese que el regalo del coche al que se hizo
referencia anteriormente, es en realidad un coche de policía.
El Padre es el Rey de toda la tierra, y nosotros simplemente
estamos haciendo cumplir la autoridad que Él nos ha
conferido. A través de nuestra identidad, ahora como Sus
agentes de policía, se nos ha dado poder, autoridad y armas
para derrotar al enemigo. De la misma manera, ejercitar
nuestra fe y orar en el nombre de Jesús evoca el poder del
Espíritu Santo para traer el Reino a la tierra; los principios y
leyes del Cielo, como la curación, se manifestarán así en la
tierra. Debemos declarar la autoridad de Cristo sobre cada
situación y llevar cautivos a todos sus enemigos.
2 Corintios 10:4 nos dice que las armas de nuestra guerra no
son carnales, sino poderosas para derribar fortalezas, potestades y
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principados. Por eso, en el nombre de Jesucristo, tenemos el poder
de ordenar a los demonios que huyan. Y es por eso que podemos
poner las manos sobre los enfermos y sanarán. Debemos salir con
esta autoridad que proviene de nuestra identidad en Cristo. Por
nuestra cuenta no podemos curar a nadie; pero en Cristo, con el
poder y la autoridad que viene a través de Él y del Espíritu Santo,
podemos hacer milagros. Por lo tanto, como creyente, puedes
tener gran confianza en que cuando oras por los enfermos, ¡en
verdad son sanados!
Sin embargo, no basta con decir que nunca habrá batallas
espirituales cuando oramos por sanación. La batalla espiritual
puede incluso causar una manifestación física en la persona. Por
ejemplo, cuando oro por el dolor de alguien y el dolor se mueve,
generalmente hay un demonio involucrado. Cuando esto sucede,
necesitamos usar nuestra autoridad en Cristo para expulsar al
demonio y ordenar que el dominio de Cristo se apodere del cuerpo
de la persona. Tenemos el derecho, como creyentes, de atar
demonios y expulsarlos. Las enfermedades y los malestares son
criminales que invaden lugares a los que no pertenecen; no tienen
jurisdicción. Es nuestro trabajo, muy parecido a un oficial de
policía espiritual, arrestarlos y ordenarles que se vayan.
Además, la autoridad y el dominio de Cristo no sirven sólo
para expulsar demonios. También tenemos autoridad para
hablarle al cuerpo y ordenarle que sea sanado, en el nombre de
Jesús, y él debe obedecer. Solía pensar que ésta era una manera
muy grosera e insensible de orar por alguien. Esta forma de pensar
permaneció hasta que tuve una experiencia muy poderosa
mientras oraba por los enfermos en Uganda.
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Yo era parte de un equipo ministerial que albergaba una
comunidad cruzada en un pueblo rural de unas 30,000 personas.
La guerra espiritual fue intensa. Parte del ataque fue una enorme
tormenta vespertina que enturbió el campo y provocó que grandes
charcos cubrieran un área de unos sesenta pies frente al escenario.
La lluvia empapó a muchos de los ponentes principales, lo que
nos obligó a remediar la situación con secadoras de pelo. Esto
retrasó al equipo de adoración: no podían ser usados para marcar
el comienzo de la presencia del Espíritu Santo antes de que mi
pastor, Joel Wells, predicara. De todos modos, logró avanzar y
entregó un gran mensaje a una multitud que, debido a la lluvia
implacable de la tarde, era algo más pequeña de lo que había sido
la noche anterior. Después del mensaje, a pesar de los esfuerzos
del enemigo, aproximadamente cien personas entregaron sus
vidas a Cristo y cientos más descendieron al altar para orar por su
sanación. Mientras oraba por las personas a través de un
intérprete, me pareció extremadamente difícil romper las
fortalezas del enemigo. Pero independientemente de nuestros
sentimientos, Dios es fiel. Varias personas recibieron curación.
Pensando que había terminado de orar por la noche, mi intérprete
interceptó mi salida y me pidió que orara por una señora que había
sido llevada al evento por su familia.
Tan pronto como dije la palabra “Sí” de mi boca, la
intimidación intentó sabotearme. Pero mientras caminaba hacia
donde ella estaba en el suelo, con su familia a su lado, escuché al
Espíritu Santo asegurarme que la sanaría. Aunque estaba oscuro
y me costaba ver, puse mis manos sobre ella y comencé a orar.
Escuché al Espíritu Santo decirme que dijera: “¡Levántate, en el
nombre de Jesús!” La desgana se apoderó de mi corazón con esta
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petición, debido a mis propias experiencias pasadas, cuando otros
habían orado por mí. Con la persistencia del Espíritu Santo, fui
obediente y dije: “¡Levántate, en el nombre de Jesús!” Y… ¡se
puso de pie! Para ser completamente honesto, me sorprendió.
Tuve que retroceder unos pasos para recuperar la compostura y
orar.
Entonces mi intérprete exclamó: “¡Ella está dando un paso!
¡Ella está dando un paso!” ¡La multitud estalló en vítores
espontáneos! Tomando sus dos manos, comencé a caminar hacia
atrás, ¡con ella siguiéndome! Seguí diciendo: “¡Jesús… camina en
el nombre de Jesús!” Mi intérprete seguía repitiendo: “¡Ella está
dando un paso, está dando un paso!”, seguido de “¡Ella está
caminando!, ¡está caminando!, ¡está sonriendo! ¡Ella está
sonriendo!” En ese momento, la señora me soltó las manos y el
intérprete exclamó: “¡Está aplaudiendo! ¡Está aplaudiendo!”
Puse mi mano en su frente y comencé a orar nuevamente.
Aunque las palabras no son suficientes, la única forma en que
puedo explicar lo que sentí fue que era como si oleadas eléctricas
atravesaran mi cuerpo y ella comenzó a vibrar. Cuando el
intérprete de repente soltó: “¡Ella está bailando! ¡Está bailando!”
¡La multitud estalló en un entusiasmo salvaje, alabando a Dios!
¡Yo también comencé a bailar, gritando y dando gloria a Dios! Al
hablar con la familia, se confirmó que llevaba más de un año
postrada en cama y no podía caminar en absoluto. Después de
recorrer los escalones del escenario, ¡dio su testimonio! Toda la
gloria a Dios. ¡Él es el sanador!
Esta experiencia es un ejemplo de cómo usar la autoridad que
me ha sido dada a través de mi identidad en Cristo. Dado que
Jesús ya había pagado el precio por su curación, como creyente,
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mi trabajo era orar obedientemente y declarar que el Reino de
Dios vendría a su vida.
Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿qué pasa si oras por
alguien, tomas autoridad, expulsas los demonios y no hay
curación aparente? Jesús ha pagado el precio para que todos
nosotros seamos sanados. Cuando oramos y creemos en esa
sanidad, somos sanados. Punto. La principal diferencia es el
momento en que se manifiesta la curación. Algunas personas se
curan instantáneamente. También he visto evidencia de curación
surgir en uno, dos e incluso tres días. La sanación de algunas
personas no se manifiesta hasta que van al Cielo.
Independientemente de cuándo se materialice, quedan curados.
Lo único que está en duda es la cuestión del tiempo. Por esta
razón, es imperativo orar, no importa lo que sientas o veas, no
sientas o no veas. Recuerda, estás orando con la autoridad que te
ha sido dada por tu identidad en Cristo. Tu oración está trayendo
el dominio de Dios a la tierra, trayendo el Cielo a la tierra. ¡Y eso
es milagroso!
TOMANDO CONSCIENCIA:
ORACIÓN:
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con valentía en la autoridad que derriba fortalezas,
potestades y principados, y hace huir a los demonios.
Deseo que el poder del Espíritu Santo fluya a través
de mí; deseo tu poder milagroso. Señor, te pido que me
bautices en el poder del Espíritu Santo. Señor, ¡venga tu
Reino! Pido esto en el nombre de Jesús. Amén.”
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CAPÍTULO DOS:
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