Está en la página 1de 5

“¿Quién dice la gente que soy yo?...

Y vosotros, ¿quién decís que soy?” (Lc. 9, 18-20)


Hna. María J. Albornoz Alvarado

El presente estudio pretende ahondar en las bases de la Cristología moderna


fundamentada en dos vertientes: “El Cristo Histórico” y “El Cristo de la fe”, esto
lo hará a través de la reflexión crítica de dos Teólogos, como lo son: Xavier
Pikaza y Rafael Aguirre; además, de otras fuentes provenientes de la búsqueda
por esclarecer algunos conceptos y ahondar en cuestiones fundamentales de
las fuentes de Revelación para la Iglesia Católica. Sin embargo, quisiera acotar
que como bien dice Ratzinger, J. (2007), el misterio de la encarnación narrada
por los evangelistas, no es un hecho aislado de la historia, pues la Biblia: “no
cuenta leyendas como símbolos de verdades que van más allá de la historia,
sino que se basa en la historia ocurrida sobre la faz de esta tierra”. Pero,
abrazar esta Verdad requiere de la Fe, pues el misterio de la encarnación nos
invita a ceñirnos a las palabras expresadas por San Pablo: “Pero llegada la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el
régimen de la ley, para rescatar a los que se hallaban sometidos a ella y para
que recibiéramos la condición de hijos” (Gal. 4, 4-5). Por consiguiente, un
acercamiento a la persona de Jesús desde un análisis puramente histórico-
crítico no nos daría respuesta a las cuestiones de la fe, o peor aún, podría
llevarnos a desviarnos de la verdad y hacer una dicotomía entre el Jesús
hombre y el divino.

Todavía hoy resuena entre nosotros la pregunta formulada por Jesús a sus
discípulos: “¿quién dice la gente que soy yo?”.

Pikaza, X. sitúa su estudio durante el siglo XX y narra en tres fases-similares a


una línea de tiempo-, cómo la interpretación de la persona de Jesús fue
cambiando; tornándose un poco más objetiva y menos subjetiva. Estas fases
se podrían resumir de la siguiente manera:
1. Para el siglo XIX los estudios sobre Jesús estaban sesgados por la
interpretación subjetiva que dieron los “científicos”, quienes proyectaron
en Jesús “sus presupuestos culturales, sociales y religiosos”. Lo que
trajo como consecuencia que los exégetas de la primera mitad del
siglo XX, solo hablaran del “Cristo de la fe”.
2. A mediados del siglo XX, surge “la necesidad teológica y la posibilidad
histórica”, de ahondar en los hechos de la vida y el mensaje de Jesús de
una manera más imparcial. Esto trajo como resultado textos más
históricos y existenciales; como también una mirada a la cultura de
Jesús y su contexto judío.
3. Para el siglo XXI, específicamente desde los 70th hasta la actualidad,
se ha ido desarrollando un estudio mucho más completo en el que
convergen la historia, los hallazgos arqueológicos, los descubrimientos
del entorno judío y la antropología cultural, llegando a un consenso
básico que permite entender mejor la vida de Jesús y el entorno en el
que se desarrollaba.

Ahora bien, para responder a la cuestión de ¿quién es Jesús?, tenemos


necesariamente que recurrir a los Evangelios, pues en ellos se narra su vida; y
nos proporcionan aspectos sumamente importantes de su historia. Pero, el
problema para los exégetas fue ir descubriendo cómo los Evangelios tenían
datos que pudieron haber sido alterados o construidos posteriormente por las
comunidades mientras pasaban la información de manera oral. Esto trajo como
consecuencia reconstrucciones de la imagen de Jesús. Cada vez se iba
alejando más “el Cristo de la fe” al “Cristo de la historia”. Es por ello que me
gustaría fijar lo que dice la Constitución Dogmática Dei Verbum, (1965):
“La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que
los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar,
comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los
hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta
el día que fue levantado al cielo” (n. 19)

El Cristo de la fe: El Verbo encarnado.


“Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn. 1, 14)
Tratar de comprender la persona de Jesús separándolo de su identidad es un
esfuerzo mediocre y vano por descubrir realmente quién es él. Pues como
expresa S.S. Benedicto XVI, no se puede considerar a Jesús separado del
Padre: “Éste es el verdadero centro de su personalidad. Sin esta comunión no
se puede entender nada” (p. 16). No se puede separar la personalidad de la
persona, ni responder a la cuestión de quién es Jesús separándolo de su ser.
Él es Dios (Fl. 2, 4). Es uno con el Padre (Jn. 10, 30) y viene a revelarnos quién
es el Padre (Jn. 14, 8-10), por eso es el culmen de la Revelación (Dei Verbum,
n. 4). Es el Mesías esperado por el Pueblo de Israel, así lo demuestra la
Sagrada Escritura (A.T. y N. T.) y lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica
cuando dice: “Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple
función de sacerdote, profeta y rey” (n. 436).
Él es el Hijo del Padre cuya misión ha sido redimir al hombre y revelarle al
hombre no sólo quién es Dios, sino revelarle al hombre quién es el hombre
(Redemptor Homini, n. 10).
Cabe destacar sobre este punto que, ya en la Iglesia primitiva se había sentado
una base cristológica y esto es evidente en el capítulo 2 de la Carta a los
Filipenses (v. 6-11), la cual fue escrita aproximadamente veinte años después
de la muerte de Jesús. Este himno, comprende: “una cristología de Jesús
totalmente desarrollada” (Ratzinger, 2007)

El Cristo de la Historia… Ecce Homo


“Es Jesús, el hijo de José, el de Nazareth” (Jn. 1, 45)
Jesús era un judío fiel, un galileo de Nazareth y para poder situar bien cuál fue
su contexto, es importante basarse en los hallazgos arqueológicos e históricos
que datan del tiempo de Jesús. Aguirre, R. afirma que: “El judaísmo de Galilea
era muy acendrado, pero diferente al de Jerusalén”. Además, los evangelistas
San Lucas (cap. 2) y San Mateo (cap. 2), sitúan los acontecimientos entorno a
la Galilea del tiempo de Jesús como un reino sometido a Herodes y su dinastía;
Judea, por su parte, estaba controlada por el imperio Romano. Sin embargo, es
San Lucas quien proporciona mayores detalles al colocar en contexto el
nacimiento de Jesús: “Por aquel entonces se publicó un edicto de César
Augusto, por el que se ordenaba que se empadronase todo el mundo. Este
primer empadronamiento tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria” (cf. 2, 1-
2). Pero, ninguno de los evangelios narra lo sucedido durante la infancia de
Jesús- fuera de su presentación en el Templo, claro está-, dando lugar a
diversas construcciones fundamentadas en su mayoría en libros apócrifos.

Precisamente es San Lucas quien viene a irrumpir en este silencioso desarrollo


años más tarde al relatar su bautismo: “En el año quince del Imperio de Tiberio
César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea…” (Lc. 3, 1). Destacando con
este dato que Jesús tendría ya para entonces la edad requerida para ejercer
una misión pública.

Ahora bien, aunque Jesús haya nacido en Belén, era de Nazareth, pues ahí “se
había criado” (Lc. 4, 16ª). A saber, Nazareth era una un pueblo pequeño y
pobre, mayormente constituido por gente campesina o de oficios rudimentarios.
Sin embargo, quedaba cerca de Séforis la capital de Galilea y también estaba
cerca de otras ciudades importantes. La situación era sumamente dura para la
gente de Galilea pues debían pagar sus impuestos para Roma y para el
Templo, lo cual favorecía solo a unos pocos. Para Aguirre esta tensión que se
vive entre el campo y la ciudad, es una pieza fundamental para comprender el
mensaje de Jesús y también la situación política, económica y social que
atravesaba su entorno.
Tanto Lucas como Mateo presentan con el árbol genealógico de Jesús su
ascendencia davídica. Pero tal y como expresa San Lucas en su introducción al
bautismo de Jesús al colocar el nombre del emperador y la dinastía de herodes
a su lado, nos proporciona algo que va más allá y que sugiere Ratzinger, J.: “El
reino de David se ha derrumbado, su casa ha caído; el descendiente, que
según la ley es el padre de Jesús, es un artesano de la provincia de Galilea,
poblada predominantemente de paganos”.

Un Líder Controversial
Nadie puede negar que Jesús haya sido un líder excepcional y que una de las
cosas que le hicieron acreedor de la confianza de sus seguidores es que era
congruente. Su figura como líder y maestro religioso contrasta con la de los
líderes de esa época: fariseos, saduceos y zelotes. Sugiere cosas que hacen
ruido a las autoridades judías y que en algunos casos son incluso nuevas para
su contexto (como el asunto del divorcio o del “ojo por ojo”). Dentro de este
aspecto me gustaría abordar, lo que considero, tres partes fundamentales en
Jesús como líder:
 Su discurso:
Jesús comienza su actividad evangélica similar a la de Juan después de
su bautismo, haciendo que sus discípulos bauticen a otros. Pero luego,
su praxis se vuelve diferente. Está cargada por la constante movilidad de
masas y su discurso, aunque toca diversos dramas de la vida cotidiana,
también se puede cimentar en la invitación a acoger “El Reino de los
Cielos”. Esto no lo hizo a través de una composición sistemática de
temas o un tratado, sino de manera sencilla cargada de parábolas,
alegorías y símiles, este estilo tan particular, lleva a algunas a ver en
Jesús la influencia de los cínicos.
Este Reino es una promesa en el tiempo y el espacio, por lo que algunas
veces pareciera una visión futurista (Mt. 6, 10), pero al mismo tiempo es
algo que ya está aquí (Lc. 17, 21) y que crece sin que nos demos
cuenta (Mc. 4, 27). Así mismo, su discurso está plagado de la
Revelación del Padre y su relación con él y, aunque en el Antiguo
Testamento se hace alusión a esta figura de Dios, es Jesús quien viene
a dejarla por sentada, pues cada vez que habla de Dios se refiere a él
como “Padre”. Es esta comunión con el Padre y su relación por medio
de la oración, constituye el centro de su mensaje.

 Su relación con la ley:


Jesús es un judío cumplidor y conocedor de la ley. Se puede incluso ver
la claridad de su misión a darle cumplimiento. De hecho, en algunas
enseñanzas invita a ser más radicales en algunos preceptos como por
ejemplo con el mandamiento “no matarás” y denuncia como tradiciones
humanas desvirtúan la intención de la Ley. Así mismo, como expresa
Aguirre, R.: “Jesús relativiza -sin que esto suponga su abolición- los
preceptos rituales, concretamente los referidos al sábado y a las normas
de pureza”. Esto lo hace dando prioridad “al prójimo”. Pues es el
mandamiento que está irremediablemente unido al primer mandamiento
de la Ley; en ellos se resume todo. Es esta tensión con la ley y las
autoridades no solo judías sino romanas la que llevan a su desenlace
con una cruenta muerte en la cruz.
 Su ministerio sanador y liberador:
Ésta incesante búsqueda de Jesús a servir al prójimo, lo lleva a ir a los
rostros concretos de los marginados, los que más sufren, “el desecho”
de la sociedad y a configurarse con ellos: “a mí me lo hicisteis” (Mt. 25,
40). Así como también desde su misión profética ha sido enviado para
sanar y liberar (Lc. 4, 16-21). Pero lo relacionado a “los milagros” de
Jesús ha sido un problema para los exégetas de hoy pues les ha llevado
a afirmaciones delicadas contrarias a la fe como acota Pikaza: “no
creemos que naciera biológicamente de la virgen…nació como nacemos
todos y murió como morimos y nos deshacemos todos los mortales”,
este tipo de afirmaciones, bien pueden caer en la herejía, pues la Iglesia
confirma en San Ignacio de Antiquia estos dogmas de fe, al decir: "El
príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así
como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron
en el silencio de Dios" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios,
19, 1; cf. 1 Co 2, 8).”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 498).
Finalmente, nos queda responder a la segunda interrogante de Jesús a sus
discípulos planteada inicialmente: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?. A la
que responderemos contundentemente como Pedro: “Tú eres el Mesías, el hijo
del Dios vivo” (Mt. 16, 16). Nótese que esta respuesta guarda dentro de sí
ambas vertientes, pues “el Cristo de la historia” no es otro, que el esperado por
el pueblo de Israel, el que llegó “a la plenitud de los tiempos”, que es la
consumación de la promesa y que nació de una mujer en tiempos de Cesar
Augusto, que murió en tiempos de Poncio Pilato. También es el “Cristo de la
fe”, pues es Dios mismo que en su infinito amor: “no se aferró a su igualdad
con él, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo”. (Flp.
2, 6).

Referencias Bibliográficas

Aguirre, R. (s/f). El Jesús histórico a la luz de la exégesis reciente.

Catecismo de la Iglesia catolica (2a ed.). (2001). Usccb Pub.

Dei verbum. (1965). Vatican.va. Recuperado el 30 de septiembre de 2021, de


https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/document
s/vat-ii_const_19651118_dei-verbum_sp.html

Ratzinger, J. (2007). Jesus of Nazareth: From the baptism in the Jordan to the


transfiguration. Image Books.

S. S. Juan Plablo II. (1979). Redemptor hominis . Recuperado el 30 de


septiembre de 2021, de Vatican.va. https://www.vatican.va/content/john-
paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_04031979_redemptor-
hominis.html

Ubieta, J. A. (1991). Biblia de Jerusalen - Nueva edicion revisada C/estuche.

Desclee de Brouwer.

Xavier, P. (s/f). El Jesús histórico-Nota bibliográfico temática.

También podría gustarte