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2
Prefacio
Desde hace al menos 70 año ya no vivimos más en la
modernidad. El clima intelectual finisecular en el que nos
encontramos bien puede ser calificado de posmoderno. Es una
época plagada de problemas, violencia y falta de sentido. Y en
medio de este estado desesperado de cosas, más de uno ha
cuestionado la existencia de Dios. Otros, los más osados, han
negado de plano que haya tal cosa como un Dios.
El tema no es trivial, pues lo que uno crea con respecto a la
existencia de Dios puede afectar profundamente su visión del
mundo, del hombre, de la historia, y del futuro; pero más
importante aún: el concepto que tengamos de Dios afectará
nuestros valores y el trato que nos daremos los unos a los otros.
Por ejemplo, sin Dios la supervivencia de la raza humana
depende enteramente de las facultades del hombre —una
perspectiva nada alentadora en vista del evidente potencial
destructivo del ser humano. Como alguna vez lo dijera el filósofo
existencialista francés, Jean Paul Sartre: “Si no hay Dios,
entonces el hombre se encuentra completamente solo en el
universo”. Por el contrario, si se cree que Dios está “ahí”, es más
probable que se acepte que nuestra existencia en el cosmos
tenga un propósito trascendente y que está regida por ciertas
reglas morales universales básicas.
Aunque a lo largo de la historia se ha negado
esporádicamente la existencia de Dios, sin embargo el ateísmo
como cosmovisión o posición filosófica se ha sistematizado sólo
en las últimas décadas. ¿Cómo ha podido ser así? De eso trata
este ensayo.

Armando H. Toledo
Morelos, México, 2020

3
1
Raíces de una nueva
actitud hacia el
Creador

No hay tema que provoque más controversia entre la gente


intelectualmente inquieta como el de si existe o no un Dios.
El debate en torno al tema no es uno que solo se verifique en
las reuniones informales de amigos, sino que ha sido
durante siglos el punto focal de acalorados debates teóricos
entre los más prominentes intelectuales y académicos del
mundo. Tal debate fue candente en tiempos antiguos tanto
como los es en la época actual.
La negación sistemática de Dios alcanzó hacia el siglo XIX
una fuerza impresionante. Los intelectuales —es decir
aquellas personas que trabajaban con las ideas— se
preguntaron si acaso el universo, la vida
y el hombre pudieron haber llegado a la
existencia sin una Primera Causa de
carácter sobrenatural. ¿Sería entonces
la adoración de un Creador solo una
pérdida de tiempo por no haberlo? Las
respuestas de los filósofos reconocidos
de la época fue enfática y casi unánime. Por ejemplo, el
filósofo alemán Friedrich Nietzsche dijo: “Tal como ya no
necesitamos un código moral, tampoco necesitamos la
4
religión”. Por su parte Ludwig Feuerbach afirmó que “la
religión es el sueño del espíritu humano”. Y Karl Marx,
cuyos escritos tendrían una profunda influencia en las
siguientes décadas, expresó osadamente:
“Quiero liberar más al espíritu de las
cadenas de la religión”.1 Ahora bien, estas
impresionantes declaraciones sólo eran
las hojas, las ramas y el tronco de la
actitud ateísta. Las raíces habían
empezado a crecer desde antes de
iniciarse el siglo XIX.
Notemos que hay una palabra común a las anteriores
afirmaciones: la palabra “religión”. Estos intelectuales están
atacando ferozmente a la religión organizada. Y lo peor de
todo es que están identificando a la religión con Dios. Por
eso Marx dice que “la crítica de la religión desilusiona al
hombre, para hacerlo pensar y actuar y moldear su realidad
como un hombre que ha sido desilusionado y ha entrado en
razón, para que gire alrededor de sí mismo”. Pero, ¿de qué
manera ha “desilusionado” la religión a los hombres?
Sabemos que durante la Edad
Media la Iglesia Católica ejerció un
dominio total sobre las conciencias
de los individuos. Era un verdadero
imperio religioso en el que “la
jerarquía parecía mal preparada
para atender las necesidades
espirituales del pueblo. Las altas
jerarquías, especialmente los obispos, se reclutaban de la
nobleza y veían su oficio principalmente como una fuente de
prestigio y poder”.2 Durante el Renacimiento, algunos
1 K. Marx and F. Engels, Collected Works, vol. 3: Introduction to a Critique of the Hegelian Philosophy of Right, by
Karl Marx (London: Lawrence & Wishart, 1975).
2 Enciclopedia Americana.
5
individuos preocupados por esta tendencia “desilusionante”
de la religión organizada, intentaron reformar la Iglesia.
Algunos de ellos fueron Lutero y Calvino. Pero un
acercamiento objetivo al movimiento de Reforma nos
muestra que aunque ayudó a reducir el poder de la Iglesia
Católica, y el Vaticano ya no pudo ostentar el monopolio de
la fe religiosa, no obstante la intolerancia, el derramamiento
de sangre y muchas de las antiguas prácticas y doctrinas
siguieron presentes en la nueva institución reformada. En
efecto, en el mejor de los casos muchos individuos se
unieron a las nuevas modalidades religiosas reformadas,
pero otros, decepcionados, hicieron de la razón humana un
objeto de adoración. La razón fue endiosada, resultando
todo ello en una nueva actitud humanístico-liberal que
empezó a dar cabida a multitud de opiniones sobre Dios.

2
El nacimiento del
escepticismo
Hacia el s. XVIII, el “Siglo de las Luces”, la razón humana fue
declarada la panacea para los problemas del mundo. El gran
filósofo alemán Emmanuel Kant, quien afirmó que el
hombre veía estorbado su progreso por su dependencia de
la dirección política y religiosa, también recomendaba:
“¡Atrévete a saber! ¡Ten el valor de usar tu propia
inteligencia!”. Esta fue la actitud característica del “Siglo de
las Luces”, conocido también como “Siglo de la Razón”. Esta
revolución cultural, que abarcó todo el siglo XVIII, estuvo
6
marcada por una búsqueda obsesiva de conocimiento. “El
escepticismo reemplazó a la fe ciega. Se cuestionaron todas
las ortodoxias antiguas”.3
Y una de estas “ortodoxias antiguas” que estuvo sometida
a la crítica racionalista fue la religión institucionalizada. De
hecho, “el hombre cambió su modo de ver la religión. Ya no
le satisfacía la promesa de ser recompensado en el cielo;
pedía una vida mejor aquí en la tierra. Empezó a perder la fe
en lo sobrenatural”.4 La mayoría de los intelectuales del
Siglo de la Razón despreciaron y rechazaron la religión... al
menos la religión organizada, y culparon en particular al
clero de la Iglesia Católica —ávida de poder— por mantener
a la gente en la ignorancia y la sumisión. Había quedado
abierta la puerta a los que desafiarían la posición de las
religiones establecidas. “Los pensadores de Europa —la
vanguardia del pensar europeo— ya no discutían sobre la
autoridad del Papa; debatían sobre la misma existencia de
Dios”.5 La Ilustración ha sido descrita como “un tiempo en el
que todas las fuerzas del escepticismo fueron dirigidas
contra la teología cristiana clásica. Tal descripción, sin
embargo, sería una sobresimplificación y una caricatura de
este período. La Ilustración provocó un intenso movimiento
de debate intelectual que abrió muchas de las suposiciones
de generaciones anteriores a
preguntas serias. De hecho,
todos los campos de
investigación intelectual
fueron tocados por este
movimiento”.6

3 Milestones of History; W.W. Norton & Company; January 1971.


4 Historia Universal del Mundo.
5 Historia de la Civilización: Parte VII –Comienza la Era de la Razón.
6 Sproul, R. C.; If There is a God, Why Are There Ateists? [Si Dios existe, ¿por qué hay ateos?]; Ligonier Ministries,

1997, p. 22.
7
Algunos de estos filósofos,
desilusionados e insatisfechos con la
religión, pero no queriendo abandonar la
premisa de la existencia de un Ser
Supremo, se hicieron deístas. Ellos creían
en Dios, pero a su modo —según la razón
les guiaba a concebirlo. Por ejemplo,
afirmaban que el diseño del universo
acusa una Inteligencia Suprema, pero ese
Creador había puesto en marcha la creación de la misma
manera a como lo hace un relojero a su reloj; luego le dio la
espalda y se olvidó de ella. Creían que actualmente Dios ya
no se interesaba más en la Humanidad.7 Los deístas “creían
que el ateísmo era un error nacido de la desesperación, pero
que la estructura autoritaria de la Iglesia Católica y la rigidez
e intolerancia de sus doctrinas eran aun más deplorables”.8
Otros se declararon abiertamente ateos, como el filósofo Paul
Henri Thiry d’Holbach (quien se caracterizó a sí mismo como “el
enemigo personal de Dios”). D’Holbach decía que la religión era
“fuente de divisiones, locura y crímenes”, y que “la creencia
universal en la existencia de Dios no puede significar más que el
terror universal ante las calamidades universales al parejo con la
ignorancia de las leyes naturales”.9 Con el paso del tiempo, muchos
más se siguieron hastiando de la religión cristiana y compartieron
los sentimientos y opiniones de Holbach. Esto es lo más paradójico
de todo: los mismos que se declaraban teístas espolearon el
surgimiento y el desarrollo del ateísmo. Lo que nos parece increíble
es que, como dice M. J. Buckley: “las iglesias fueron el caldo de
cultivo del ateísmo. Las religiones organizadas escandalizaron y
disgustaron profundamente la conciencia de occidente. Las iglesias y
sus sectas habían devastado Europa, habían perpetrado masacres,
habían exigido la resistencia o la revolución religiosa y habían
intentado excomulgar o deponer monarcas”.
7 Vizcaya Canales, Isidro, et al.; Historia Moderna de Occidente; SEP; México; 1983.
8 The Modern Heritage, [La Herencia Moderna]; 1996; Pág. 135.
9 Citado por James Collins en Dios en la Filosofía Moderna, Chicago: Gateway, 1967, p. 151.
8
Ya en el siglo XIX, la negación de Dios se confesaba
abiertamente y sin tapujos; los intelectuales científicos y
filosóficos la defendían con ahínco y (¡oh paradoja!) con una
energía casi religiosa. Un ateo confeso expresó así su nuevo
credo: “Nuestro enemigo es Dios. El odio a Dios es el principio
de la sabiduría. El progreso verdadero de la humanidad tiene
que fundamentarse en el ateísmo”.
Pero durante el siglo XX se produjo un cambio muy sutil. La
negación de Dios desde la tribuna filosófica se fue haciendo cada
vez menos militante; pasó de moda el academicismo antiteísta, y
un nuevo tipo de ateísmo comenzó a difundirse incluso entre
quienes afirmaban creer en Dios…

3.
Definición y
variedades del
ateísmo
La presencia de la corriente ateísta en nuestra civilización
nos es ya tan familiar que no nos impresiona que alguien se
confiese ateo. Aunque al principio la osadía de pocos
provocó muchos debates filosófico-teológicos en el siglo XIX,
la abierta negación de la existencia de Dios en el siglo XX no
escandalizó ni preocupó a nadie. Una era permeada por la
democracia y la tolerancia ideológica en la mayoría de las
naciones de occidente ha permitido que en muchos lugares
el ateísmo coexista pacíficamente con el teísmo, o creencia
en un Dios personal.
9
Con esto no queremos decir que la mayoría de las
personas inteligentes nieguen a Dios directamente; por el
contrario, los resultados de cierta encuesta realizada en
once países de Europa, Asia y América pusieron de
manifiesto que sólo un poco más del 2% de la población, en
promedio, afirma ser atea. El verdadero problema que
intentaremos exponer en las siguientes líneas es que hoy
predomina una nueva actitud atea, incluso entre aquellos
que dicen creer en Dios.
Como hemos dicho, el ateísmo o antiteísmo consiste en el
rechazo de cualquier forma de teísmo. En términos académicos,
ser ateo implica la negación de la existencia de cualquier dios o
dioses. Este, podríamos decir, es el enfoque teórico de la
posición ateísta. Pero el ateísmo también puede definirse como
el rechazo de Dios en la vida práctica independientemente de
que se crea que él esté “ahí”. Esta forma de ateísmo, que consiste
en pasar por alto a Dios, no requiere que se niegue su existencia.
Por esta razón, la segunda connotación del término ateísmo se
refiere a todo aquel que “vive prescindiendo de la realidad del
Ser divino”.10 Así es; el ateísmo puede implicar tanto una
negación teórico-filosófica de la existencia de Dios como
también una negación práctica de su autoridad en la vida
cotidiana. En palabras del Dr. Robert C. Sproul, “tan religiosa
como es la humanidad y aun siendo tantos los teístas, en el nivel
práctico el asunto se hace más complejo. Existe siempre una
brecha entre la profesión de la fe de una persona y la práctica de
la misma. Así, se hace necesario a veces distinguir entre el
ateísmo teórico y el ateísmo práctico [...] El ateísmo práctico se
refiere a aquella situación en la que la gente profesa creer en
algún tipo de deidad, pero, para todo propósito práctico, vive
como si no hubiera Dios. Si consideramos esta dimensión
práctica, quizá el número total de ateos en el mundo

10 Diccionario de términos religiosos y afines.


10
(particularmente en el mundo moderno) se vería
sustancialmente incrementado”.11
Las Sagradas Escrituras Cristianas (Nuevo Testamento)
corroboran la existencia de este tipo de ateísmo práctico cuando
se refieren a todos aquellos que “tienen corrompidas la mente y
la conciencia. Profesan conocer a Dios [Nótese: no solo se
reconoce que Dios existe...], pero con sus acciones lo niegan”.12
Esta idea hace eco de aquella otra en la que se pregunta
retóricamente: “¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico!
[Pero] también los demonios lo creen, y tiemblan”.13

4.
Orígenes del ateísmo
práctico
Esta modalidad práctica del ateísmo posmoderno que
consiste en el rechazo de la autoridad de Dios, podemos
rastrearla hasta la primera pareja de seres humanos. Eva,
por ejemplo, admitía la existencia de Dios; sin embargo,
quiso ‘ser como Dios, para conocer lo bueno y lo malo’, es
decir que quiso poder definir por sí misma lo que era bueno
y lo que era malo, y lo que debía o no hacer, creando de este
modo su propio código moral. Más tarde, Adán se manifestó
de acuerdo con Eva y también rechazó la autoridad divina.14
11 Sproul, Op. cit. p.20.
12 Tito 1:16.
13 Santiago 2:19.
14 Ver Génesis 3:5-6.

11
Este tipo de ateísmo es el más sutil y el que se encuentra
más extendido en la actualidad y se evidencia en la búsqueda
de la independencia de Dios. Podría decirse que “la gente hoy
está cansada de vivir bajo la vigilancia de Dios [...], prefiere
vivir en libertad [...] La gente se ha resignado a la ausencia de
Dios y está organizando su vida independientemente, para
bien o para mal, y sin ninguna referencia a Dios”.15 Por eso se
rechaza el código moral de la Biblia, por considerarlo
impráctico y poco realista. De esta manera, el modo de pensar
de un gran número de personas el día de hoy queda
representado por el de aquél faraón egipcio que declaró en
tono un tanto soberbio y desafiante: “¿Quién es Yehováh para
que yo le obedezca? ¡Yo no conozco a ningún Yehováh!”.16 Él
ya había rechazado la autoridad de Dios.
Así pues, la negación más vergonzosa de la autoridad de
Dios ha provenido de aquellos que dicen creer y conocer a
Dios, de aquellos creyentes denominacionales que han
negado la autoridad de Dios y la han cambiado por una
religiosidad neurótica. De hecho, el mismo clero tanto
católico como protestante (o evangélico), no ha podido
frenar el éxodo de quienes abandonan la iglesia no solo por
no encontrar respuestas sino por hallar múltiples
contradicciones. Sobre esto, el escritor latinoamericano
Samuel Escobar se quejaba diciendo en su impactante
monografía titulada Irrupción juvenil: “La verdad es que
mientras [las congregaciones evangélicas latinoamericanas]
abren las puertas delanteras de sus templos a los millares
que van entrado mediante la evangelización, por la puerta
trasera se van saliendo algunos de los más prominentes
elementos jóvenes” (1977, pág. 44).

15 One hundred years of debate about god; [Cien Años de Debates Sobre Dios].
16 Éxodo 5:2
12
5.
El ateísmo como
cosmovisión inviable

Hoy en día, un número siempre creciente de personas ya no


busca a Dios, pues o no cree que exista o no está segura de
ello. Algunos filósofos de la historia hasta han usado el
término “era poscristiana” para calificar a nuestra época. Lo
que ahora resta preguntarnos es: ¿Será cierto que los
adelantos de la ciencia, la tecnología y la filosofía han
condenado a muerte al teísmo? ¿El ateísmo práctico de
tantos creyentes representa el fracaso de la fe cristiana?
¿Deberíamos seguir creyendo en Dios?
A muchos ateos confesos, por ejemplo, les resulta difícil
conciliar la creencia en Dios con la presencia de tanto
sufrimiento en el mundo. Como alguna vez lo expresara
Simone de Beauvoir: “Me resulta más fácil creer en un
mundo sin creador que en un creador cargado con todas las
contradicciones del mundo”. Esto equivale a decir: “Hay
demasiado mal en este mundo; por tanto, no puede haber un
Dios”. El problema con esta posición
intelectual es que al admitir que hay tal
cosa como el mal la persona tiene
forzosamente que admitir también que
hay su contraparte, es decir el bien. Pero
si usted admite la existencia de tales
cosas como el bien y el mal, tendrá por
consiguiente que admitir una ley moral
absoluta; de lo contrario no habría una base moral sobre la
13
cual diferenciar entre “el bien” y “el mal”. ¿No es así? Ahora
bien, cuando alguien ha admitido la existencia de una ley
moral, debe necesariamente reconocer a un dador de esa
ley, el cual es Dios; y es a Dios a quien, de alguna manera, se
trató de desaprobar con el argumento original. Porque si no
hay un dador de la ley moral, tampoco hay ley moral; y si no
hay ley moral, no hay tal cosa como el bien. Si no hay bien,
tampoco hay mal. Por lo tanto, el argumentador no habrá
expresado nada.
Uno puede imaginarse una charla entre dos personas —
una creyente y la otra no— en la que en un momento del
debate el creyente pregunta:
―Señor X; usted cree en el bien y en el mal, ¿no es así?
—Sí, así es: creo en el bien y en el mal.
—Y ¿cómo establece usted la diferencia entre ambos?
En ese momento el señor X encogería los hombros, como
suele hacer cuando sus argumentos llegan a un punto sin
salida y diría:
—Pues de la misma manera que hago la diferencia entre
el blanco y el negro.
El creyente contestaría con gracia:
—Pero, señor X, usted establece esa diferencia mediante
la vista, ¿no es así? Dígame entonces, ¿cómo diferencia entre
el bien y el mal?
El Señor X, daría la respuesta más insípida que podría
haber dado:
—Pues sobre la base de los sentimientos. ¿Qué más?
El creyente observa que el señor X ha quedado atrapado
con su misma respuesta en el callejón sin salida de la
“muerte lógica”, y lanza la pregunta:
—Señor X, en algunas culturas, la gente ama a su prójimo,
en otras, se lo come; y ambas sobre la base de los
sentimientos. ¿Tiene usted alguna preferencia?
14
Es cierto que los filósofos han tratado de arribar a una ley
moral sin intervención de Dios, pero sus esfuerzos son
contradictorios en sus presunciones y conclusiones.17 G. K.
Chesterton dijo una vez que fue la lectura de los ateístas lo
que lo condujo a Dios, al considerar sus argumentos simples
y totalmente no convincentes.

6.
La respuesta de Dios
a los ateístas

También hay una clase de ateos que piensan que no es


lógico creer en Dios, puesto que no pueden verlo, oírlo o
tocarlo. Los típicos comentarios al respecto incluyen
planteamientos pueriles tales como: “A ver: si Dios existe
¿por qué no se me aparece?”, o “si Dios quiere que creamos
en él, ¿por qué no nos da pruebas de su existencia, o hace o
dice algo?” Algunos ateos son bien conocidos por invitar a
Dios a que los mate. (“A ver, si Dios existe, ¡que me caiga un
rayo!”)
A menudo se ha dicho que existen dos tipos de libros que
nos hablan de la existencia de Dios: el “libro de la Creación”,
es decir la naturaleza que nos rodea, y el libro de la
Revelación: la Biblia. Desde hace siglos millones de personas
17 Zacharias, Ravi; Can Man Live Without God?; Word Publishing; 1994. Hay versión en español: Zacharias, Ravi;
Puede el hombre vivir sin Dios?; Editorial Caribe Inc.; 1995
15
han usado estos dos “libros” para basar su fe en Dios. El
reverendo J. Brodie Innes, quien pastoreó al mismísimo
Charles Darwin, solía recordarle a éste último que “el libro
de la Naturaleza y la Escritura, procediendo de la misma
fuente divina, han seguido líneas paralelas, y si se les
entiende rectamente nunca se interferirán”.18 El rey judío
David, por ejemplo, declaró en uno de sus hermosos poemas
compuestos hacia el s. XI a.C.:
“Los cielos cuentan la gloria de
Dios, el firmamento proclama la
obra de sus manos” (Salmos
19:1). En tiempos modernos, el
científico naturalista Irving
William Knobloch, después de
contemplar las pruebas físicas, como las subpartículas
atómicas, los aminoácidos y la complejidad del Sistema
Nervioso Central, dijo: “Creo en Dios porque, para mí, Su
divina existencia es la única explicación lógica del estado de
las cosas”. Así mismo, el fisiólogo Marlin Books Kreider
dice: “Como ser humano común, y también como hombre
que ha dedicado su vida a la investigación y al estudio
científico, no tengo ninguna duda sobre la existencia de
Dios”.
Estos hombres no son los únicos. Según el profesor de
Física Henry Margenau, “entre los científicos de
primerísima categoría se encuentran muy pocos ateos”. Un
artículo de la revista New Scientist dijo que la “opinión
común de ver un incrédulo en todo científico [...] es
sumamente errónea”. En general, podemos decir con el
autor de la Carta a los Romanos que “lo que se puede
conocer acerca de Dios es evidente [...] porque él mismo lo
ha revelado. Porque desde la creación del mundo las
18 Citado en Darwin: Autobiografía y Cartas, p. 343.
16
cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su
naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que
él creó, de modo que nadie tiene excusa”.19
Pero Dios no echó mano solamente del “libro de la
naturaleza” para revelarse a la raza humana. Inspiró
también su otro “Libro”: las Sagradas Escrituras, la Biblia,
para que el hombre pudiera conocer sus planes y su
dirección para vivir la vida práctica. Es precisamente por
medio de las Escrituras que podemos “relacionarnos
personalmente” con él y conocer las excelentes intenciones
que tiene para nuestra existencia individual y social.

7.
La singularidad
de la Biblia
El típico planteamiento de los que todavía dudan es este:
“¿Cómo podemos estar seguros de que la Biblia es la palabra
o medio de comunicación de Dios a los seres humanos? ¿y si
fuera solamente la palabra de los hombres”?
Antes que nada debemos hacer notar el hecho de que la
historia no conoce otro libro que haya sido más injustamente
criticado, insultado, odiado ni atacado que la Biblia. No obstante,
ha sobrevivido a toda prueba y se ha convertido en la obra más
atesorada y amada para millones de personas a lo largo de la
historia y el libro más ampliamente traducido y distribuido de
que se sabe. Por ejemplo, según las cifras publicadas por las
19 Romanos 1:19-20.
17
Sociedades Bíblicas Unidas, la Biblia, completa o en parte, se ha
traducido a tan solo 2,212 idiomas frente a los 6,500 idiomas
que se hablan en el planeta. (Si tomamos en cuenta que muchas
personas son bilingües, se calcula que la Biblia, completa o en
parte, se ha traducido en suficientes idiomas como para que el
90% de la población mundial pueda leerla.) Por lo demás, existe
una cantidad apabullante de evidencia convincente de que la
Biblia es una obra sobrenaturalmente inspirada y digna de
confianza.20

8.
Algunas
consideraciones
finales
Después de haber considerado las pruebas que presentan
los “libros” de Dios (el “libro-mundo” y el “libro-Palabra”),
sobre la existencia de Dios, ¿a qué conclusión podemos
llegar? Pues que estos dos libros son válidos —como
siempre lo han sido— para responder a los planteamientos
de los incrédulos intelectualmente honestos. Lo que sucede
es que cuando estamos dispuestos a investigar de manera
objetiva el asunto que hemos abordado en estas líneas, en
vez de dejar que nuestras ideas preconcebidas dirijan
erróneamente nuestro razonamiento, hallamos que
cualquier objeción puede vencerse de manera razonable. Sí:

20 Para un estudio más amplio de este tema se sugiere revisar: Toledo, A.H. (2000); Preguntas sobre la Biblia; México:
The Ucli Press.
18
hay respuestas para el que es sincero en sus planteamientos,
pero se requiere de cierta disposición de ánimo para
buscarlas y aceptarlas.
A fin de cuentas la mayoría de los que han abandonado su
búsqueda de Dios no lo han hecho porque hayan examinado
por sí mismos y de manera cuidadosa todas las pruebas y
hayan descubierto que la Biblia no sea veraz. Más bien,
como hemos visto, muchas de esas personas se han
apartado de la fe porque algunos que dicen creer en la
existencia de Dios viven como si él no existiera. Como dijo el
escritor francés Pierre Valadier: “Fue la tradición cristiana
la que produjo como fruto el ateísmo; llevó al asesinato de
Dios en la conciencia de los hombres al poner ante ellos un
Dios en quien no daban ganas de creer”. Si eso fue así o no,
de cualquier manera nos consuelan las palabras del apóstol
Pablo: “Si a algunos les faltó la fe, ¿acaso su falta de fe anula
la fidelidad de Dios? ¡De ninguna manera! Dios es siempre
veraz, aunque el hombre sea mentiroso. Así está escrito: ‘Por
eso, eres justo en tu sentencia, y triunfarás cuando te
juzguen’ ”.21
Hoy en día, en el ministerio de investigación y docencia
de La Universidad Cristiana Libre, de acuerdo con el
mandato de Jesucristo de ‘ir y hacer discípulos de todos los
países, enseñándoles a obedecer todo lo que él nos ha
mandado’ (Mateo 28:18-20), mediante un programa de
estudios basados en la Biblia, estamos ayudando, tanto a
creyentes como a incrédulos, a conocer mejor a Dios a
través de las Sagradas Escrituras y ayudándoles también a
‘obedecer todo lo que él nos ha mandado’ para lograr no
solo que nosotros conozcamos mejor a Dios sino también
que él nos conozca mejor a nosotros. Nuestro programa
educativo está produciendo muy buenos resultados en todos
21 Romanos 3:3-4.
19
los estudiantes que han pasado por nuestras clases. Provee
de lo mejor de la investigación e instrucción cristianas
porque está basado en el libro de texto por excelencia: la
Biblia, la cual nos enseña a no negar a Dios, ni su existencia
ni su autoridad.

20

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