Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Darse una segunda oportunidad es una gran muestra de amor y compasión hacia nosotros
mismos. Sin embargo, a menudo nos resulta más fácil perdonar el daño que nos ha causado
otra persona y darle una oportunidad para que enmiende su error que perdonarnos y volverlo
a intentar.
En realidad, podemos llegar a ser nuestros jueces más severos. Nos criticamos cuando nos
equivocamos y nos tachamos de incapaces cuando no logramos alcanzar nuestras metas. De
cierta forma, se trata de una actitud comprensible pues no hay nadie mejor que nosotros
para conocer nuestros límites, pero también para saber que, si realmente hubiésemos dado
el máximo, lo habríamos conseguido.
No podemos escapar a nuestro juez interior. Y no es algo negativo porque esa voz en nuestra
cabeza nos empuja a expandir nuestros límites y crecer. Sin embargo, a veces podemos ser
demasiado estrictos y traspasar la línea entre la crítica constructiva y los juicios
destructivos. Cuando lo que se esconde detrás de nuestra “mano dura” es la costumbre, la
culpabilización, la incapacidad para ser indulgentes con nosotros mismos o el deseo
inconsciente de castigarnos, tenemos un problema que necesitamos solucionar lo antes
posible.
Es precisamente en ese momento cuando muchas personas tiran la toalla. Deciden que han
perdido la batalla y que no tiene sentido seguir esforzándose. Entonces pueden caer en una
especie de apatía vital en la que se niegan la posibilidad de volver a ser felices o
experimentar placer. Para evitar esos extremos es fundamental aprender a darse una
segunda oportunidad en el amor, el trabajo o la vida.
Cuando nos planteamos metas muy ambiciosas, contentarnos con menos nos resulta difícil.
Por eso nos sentimos tan mal cuando nos equivocamos y nuestra primera reacción es
renunciar, pensando que ya no podremos alcanzar lo que nos hemos propuesto. En esos
casos ponemos en práctica una especie de pensamiento dicotómico: o se logra a la primera o
no se logra. Ese tipo de razonamiento es la causa principal por la que nos negamos una
segunda oportunidad y no volvemos a intentarlo.
Hay personas que no desean mirar al futuro porque se sienten cómodas en el pasado, aunque
sean conscientes de que ya no existe. A estas personas les da miedo a salir de la zona de
confort y, por disímiles motivos, prefieren vivir en el mundo de sus recuerdos. Creen que el
presente o el futuro no les depara nada igual de gratificante o emocionante como lo que han
vivido en el pasado. Por eso se niegan una segunda oportunidad.
Algunas personas permiten que un error determine la imagen que tienen de sí. Cuando se
etiquetan como “perdedores” o “fracasados” creen que no merecen cosas buenas, de
manera que ni siquiera se esfuerzan por buscar una segunda oportunidad. Generalmente se
trata de personas con una autoestima dañada y una autoimagen pobre de sí mismas que les
impide luchar por lo que desean.
En muchas ocasiones darse una segunda oportunidad significa pasar página y seguir adelante,
pero esa perspectiva puede resultar aterradora para algunas personas. Si nos han herido en
el pasado, darse una segunda oportunidad en el amor nos hará vulnerables de nuevo. Si
hemos fracasado en un proyecto profesional, emprender de nuevo un camino similar implica
la posibilidad de volver a fracasar. A veces ese miedo es tan grande que simplemente nos
paraliza.
1. No tengas prisa por sanar. El mundo no acabará mañana, no intentes curar la herida
poniendo un parche porque a la larga será peor el remedio que la enfermedad. Tómate el
tiempo que necesites para sanar y empezar de nuevo. Las heridas emocionales no cierran
tan fácilmente, de manera que no es necesario que tengas prisa por mirar al futuro. Tan solo
asegúrate de ir recomponiendo los pedazos rotos. Ve a tu ritmo, pero cerciórate de ir dando
pequeños pasos hacia la sanación para que no te quedes anquilosado en el pasado.
2. Ábrete a las oportunidades. Uno de los mayores errores que podemos cometer es
cerrarnos a las oportunidades. A veces donde menos lo esperamos nos aguarda una sorpresa
que puede cambiar nuestra vida, o al menos parte de ella. Asegúrate de que ese golpe no te
arrebate el deseo de descubrir y explorar. Mantente abierto a las personas y a las propuestas
interesantes. Así cuando una buena ocasión llame a tu puerta, estarás preparado para
aprovecharla y darte una segunda oportunidad.
3. Aprende realmente de los errores. ¿Te has equivocado? No pasa nada, reflexiona sobre
las decisiones que te llevaron a ese punto e intenta tomar un camino diferente la próxima
vez. Los errores son oportunidades para aprender y hacerlo mejor la próxima vez. Las
experiencias nos pueden convertir en personas más sabias y resilientes, siempre y cuando
aprendamos de ellas. A fin de cuentas, las personas no se miden por sus caídas sino por su
fuerza para levantarse.
4. No permitas que el fracaso te limite. Los fracasos pueden ser golpes dolorosos difíciles
de encajar. No cabe duda. Sin embargo, el verdadero fracaso no es el de un proyecto
profesional o una relación amorosa sino dejar que ese revés determine para siempre nuestra
vida. Somos personas en continua transformación, que evolucionamos y aprendemos, de
manera que no hay razón para pensar que lo que ayer salió mal, hoy no saldrá bien.
En el plano interpersonal también es bueno dar una segunda oportunidad. Implica dar un
voto de confianza a esa otra persona y creer que el cambio es posible. También implica ser
capaces de perdonar y dejar ir el resentimiento. A la larga, estas relaciones incluso pueden
llegar a ser más sólidas y satisfactorias.
Fuentes:
Giles, J. (1990) Second Chance, Second Self? Gender and Education; 2(3): 357-361.
Lalljee, M. et. Al. (1989) Confidence and Control: a Psychological Perspective on the Impact
of ‘Second Chance to Learn’. Studies in the Education of Adults; 21(1): 20-28.
La entrada Darse una segunda oportunidad: ¿Cuándo vale la pena? se publicó primero
en Rincón de la Psicología.
You are subscribed to email updates from Alimenta tus Neuronas :).
To stop receiving these emails, you may unsubscribe now.