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Por Luciano Lutereau | Portada: Marie Wandscheer

1.

La transferencia es un tipo de lazo que supone la histeria. Un poquito histérico hay que ser
(o volverse) para transferir y esto quiere decir que se constituye un lazo con otro a partir de
algo que lo objeta.

Así las histéricas del siglo XIX les copiaban los síntomas a los epilépticos para poner en
cuestión el saber de los médicos, de los que –sin embargo– esperaban que dijeran algo. De
esta transferencia nació el psicoanálisis.

2.

En la transferencia, entonces, cualquier cosa deviene síntoma –no por sí mismo, sino en
función del lazo: se sueña para el otro, se olvida lo que justo se le iba a contar, etc.

La neurosis es neurosis cuando es de transferencia. Ahora bien, hay personas que tienen
sufrimientos que parecen neuróticos, pero no tienen la aptitud para la transferencia –o esta
no se consolida más que de forma frágil.

3.

No digo que no haya otras configuraciones transferenciales. Tenemos las transferencias de


las psicosis –que no es lo mismo que la transferencia psicótica. Digo que hay lazos que
llevan al análisis, pero no son ni devienen transferenciales.

Tres ejemplos: personas que buscan en el analista una validación de quienes creen que son
(antes que una palabra sobre su intimidad); personas que no se destituyen del saber, que
saben –pero no como el neurótico que sabe sin saberlo– con un saber que no comparten
(siempre hay algo que no dicen, que permanece reservado); personas que miran demasiado,
es decir, en quienes la ilusión de la conciencia precede todo vínculo, no pueden tener ni
tolerar puntos ciegos.

4.

Personas que creen, saben y miran. Podría decir transferencia paranoide, transferencia
perversa y transferencia escópica, pero en realidad se trata de lazos no transferenciales –
sobre todo por el predominio de la mirada, ya que la posibilidad misma de la transferencia
supone un intercambio de la mirada por la voz.

La transferencia mínima es demanda de palabra, decir algo para que el otro diga algo; un
lazo muy distinto al “¿Qué pensás?” de quien quiere entrar en la mente de su interlocutor,
para espiar.

5.
Por qué pasa algo no es una pregunta para el psicoanálisis o que al menos esta práctica, que
se dedica a los efectos, pueda responder.

La psicogénesis es un misterio, lo que no quita que puedan situarse ciertas determinaciones


que, si no ofrecen una explicación, permiten delimitar ciertas condiciones –por ejemplo,
como las que aísla Freud en relación al yo y el narcisismo en la paranoia.

Sin embargo, a mí me interesa pensar la erotomanía. No solo como forma de la psicosis,


sino su generalización contemporánea para las más diversas personas. La respuesta
erotómana es hoy cada vez más común.

6.

Desde un punto de vista superficial, podemos hablar de que la nuestra es una cultura del
“amor como solución” y que los mecanismos de formación de síntomas están en baja; pero
esto es demasiado amplio.

Sí noto más específicamente que hay personas que no pueden sentir sin cierto exceso, como
si –por ejemplo– no pudieran querer algo sin quererlo “mucho”; como si la afectación
mínima del deseo incluso fuera contra la capacidad de desear, que supone tiempo y
distancia.

Aquí se trata de un sentir que consume a quien siente y, eventualmente, lo incomoda, enoja
o molesta, porque la realización de esta intensidad solo puede ser frustrante.

7.

Pienso en la erotomanía de quienes conocen a alguien y rápidamente sienten un montón, sin


saber muy bien por qué, pero quedan atrapados en una voluntad de que ocurran cosas que
solo requieren un tiempo y una distancia que les resulta insoportable.

También pienso en erotomanías más enloquecidas, de quienes suponen una afinidad


inmediata con personas con las que quizá nunca hablaron ni vieron en persona, pero de las
que pueden decir –sin prurito– por qué hacen lo que hacen.

Solo la fuerza de un amor loco puede hacernos creer que sabemos por qué el otro hace lo
que hace. En este punto es que la erotomanía muestra su relación con la paranoia, pero se
diferencia en un punto: en la erotomanía no hay enigma.

8.

Reconocemos la locura amorosa por su viraje hacia el reproche y la venganza. Aquí habría
que hacer la distinción clínica con la histeria, aunque esta última tienda a la erotomanía
también. Por eso es importante la clínica diferencial.
Creo que una forma de establecerla está en situar que la venganza histérica no deja de ser
un pedido indirecto de amor. En la venganza histérica no deja de haber un reclamo del
estilo “Nadie te va a querer como yo”, por eso después de sus actos vengativos la histeria
busca recomponer el lazo.

Mientras que la venganza erotómana es destructiva, funciona más bien como un “Sin mi
amor, no tenés derecho a existir”. Las venganzas erotómanas cancelan el lazo y, si no queda
otra, a la persona también

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